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16 de octubre de 2017

Deslizarse


 Cuando viajo en tren a través de un paraje neblinoso, no puedo evitar observar con anhelante atención los misteriosos contornos que pasan veloces al otro lado del vidrio de la ventana.
Y sin darme cuenta imagino cosas.
En ese mismo instante, en algún momento que no puedo concretar, el tren y lo que contiene enmudecen.
Y el mundo.
Mi pensamiento se desliza suave en la nada que forma la niebla.
Cuando entras en la enigmática niebla desde el otro lado del cristal, simplemente te deslizas.
No hay ruedas, no hay movimiento ni vibración.
La niebla borra lo que soy y lo que fui cuanto más me adentro en ella.
O es muerte pura, o es una alegoría intranquilizante; pero con el alivio de ser concluyente.
Yo y la vida nos deslizamos silenciosos, haciendo borrosos los rostros muertos y vivos, los amores y los odios.
Porque no recuerdo ya el rostro de mis muertos mudos, como los quería...
En la niebla parece que el amor se rasga con las difusas ramas. Se emborrona como la palabra bañada por una lágrima en el papel y siento no ser nada ni de nadie.
Lloraría por el amor que se desliza difuso al otro lado del cristal y me deja, me diluye en una pena que solo alivia el silencio y la soledad de un deslizamiento.
Siento que es tarde para pertenecer a nadie.
Siento que no quiero ese esfuerzo ya.
Soy el borrón de un árbol, un  poste desdibujado y abandonado en esa insondable voracidad de olvido y silencio.
Me deslizo y sé que continúo en un tren por ese vidrio que se empaña con mi aliento y me separa de la muerte borradora que en algún momento accederá al vagón como otro pasajero más.
Y deslizándome, sé que no tendré miedo a la niebla que me hará jirones el pensamiento y el cuerpo.
Y me da miedo no temerla.
Acariciarla a través del vidrio deslizándome, diciéndole secretamente que quiero ser parte de ella.
De un mundo difuso e irreconocible.
Deslizarse como una lágrima por la mejilla... No es difícil.




Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.