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28 de octubre de 2015

Sin dolor



—Shh... Los hombres no lloran.

Y se ríe sin dejar de comer.

No lloro, no puedo llorar.

No tengo miedo, solo siento tristeza de desaparecer así.

No duelen las orugas al hacer túneles en mi carne, como si ya estuviera muerto.

Esa es mi tristeza: morir sin sentir.

—Calla, déjanos comerte en silencio, no lo estropees.

Al menos que duela, por favor.

No consigo morir.

—No podemos comer tu pensamiento, pero nos esforzamos; tal vez algún día evolucionemos y comamos lo eléctrico de ti. Y así puedas morir junto con tu piel.

Son tan repugnantes, amarillo veneno y erizadas de púas...

Debería doler su solo tacto urticante. El horror de sus voraces mandíbulas y sus cientos de patas puntiagudas reptar por todo mi cuerpo, se diluye en la tristeza de dejar de ser sin un solo sentir.

—No podemos dolerte, agotaste todo dolor, mira tras de ti.

Y hasta el horizonte se extienden seres que he perdido, hay cariños muertos  que forman un rastro que me sigue. Es apocalíptico.

¿Cómo he podido vivir así?

La orugas hablan como una sola mientras comen.

Me comen.

¿Por qué no puedo moverme?

—Porque sabes que es mejor intentar morir, lo que hay detrás tuyo, lo que te sigue, no es bueno. No se puede vivir con eso.

A algunos los quise tanto...

Una oruga se abre paso entre la uña y la carne de mi dedo. Mana una sangre perezosa a medida que desaparece dentro de mí devorando, haciéndose espacio con sus fauces inquietas. Percibo su movimiento malvado y reptante en lo profundo.

Mi dedo se tensa pensando que hay un dolor atroz, pero no lo hay.

Es estar podrido en vida...

¿Siempre ha sido así? ¿Desde cuándo no siento dolor?

—Nosotras hacemos bien nuestro trabajo, si pudiéramos te causaríamos dolor. Esa indiferencia tuya es mala, cruel. Naciste sin algo en el cerebro, algo falló en tu concepción.

La oruga se mete entre mis labios, segura de que no la voy a partir en dos con los dientes, es tan repugnante que no puedo morderla.

Escarba en mi paladar con un cosquilleo, se mete dentro del cielo de la boca y la siento por debajo de mi nariz retorcerse muy profundamente.

El sabor de la sangre es hierro dulzón al caer en mi lengua.

Todos esos cariños muertos en mi caminar... ¿Sufren? ¿Es posible que se convulsionen de dolor como serpientes agonizando? ¿O simplemente hay un terremoto?

 Y yo sin sentir nada...

Otra oruga se abre paso por el meato del glande y grito de miedo y pánico. Grito tanto que escupo la oruga que se había metido en el paladar y queda muerta por el golpe contra el suelo con sus púas aplastadas por la sangre y la saliva.

—¿Ves? Morir no es tan malo? Unos morimos, otros vivimos y tú simplemente eres el ser más triste del planeta. Son cosas que pasan, hay mutaciones, hay deformaciones y tú eres ambas cosas. Tus padres no deberían tener más hijos, podría nacer otro como tú. Y eso no es bueno para el amor ni el cariño; míralos, tu camino es un vertedero.

En algún momento me convertí en el Gran Derrochador de Amores y Seres. Algunos han puesto precio a mi  cabeza. Yo lo haría.

La oruga se arrastra por mi cuello, con su negra cabeza ya entrando en la oreja derecha. Sé que duele el oído, he tenido infecciones.

Sé de dolores.

Sé tanto de dolores que sé que esto está muy mal.

Quiero llorar, pero no salen lágrimas.

Me acuerdo cuando lloraba y toda esa presión disminuía, me calmaban las salinas lágrimas escurriéndose por mis labios. Los mocos que salían de la nariz se mezclaban con el llanto, con un hipo entrecortado.

Y todo ese caos me relajaba.

La oruga está devorando mis testículos, el escroto se mueve y del meato mana sangre y semen.

Tampoco hay placer en ello.

He perdido seres y cariños por el camino como quien pierde llaves y monedas. No es justo para mí, ni para los cadáveres que cubren mis huellas.

No tienen un valor cuantificable, con ellos perdí una parte de mí, tal vez las lágrimas, y la capacidad de lavarme en ellas.

Purificarme... Santificarme si hubiera dios y no estuviera muerto en la estela de mi vida.

Hay dos orugas corriendo dentro de mi pubis, la comezón me incita a rascar, pero los dedos no penetran; rascan donde no debieran, sin efecto.

Los dejo en el vientre, crispados, para aferrarme a mí mismo.

No sé porque, pero todas las carencias, miedos y tristezas se alojan en el vientre. Las manos descarnadas intentan dar consuelo y cubrir ese abismo que aspira las entrañas a otra plano existencial.

Es recurrente hablar y recitar que no eres tan malo, que no eres nada especial, los hay mejores en su calidad de hijos de puta. Soy demasiado mediocre para tanta angustia.

Demasiados cariño y esperanzas desecándose en el páramo...

¿Por qué no sufren otros? No es que me importe especialmente, pero alguien me presta demasiada atención y me cago en dios.


Son las ocho de la mañana, mi corazón palpita veloz, he debido tener una pesadilla.

Con la mirada desenfocada alcanzo a ver la cajetilla de cigarros en la mesita y enciendo uno tosiendo.

Orino y hay sangre. Me asusto solo un poco, es demasiado pronto para alarmarse. 

Me limpio sangre seca de la nariz al mirarme al espejo y escupo en el lavabo la primera flema del día.

Hace tiempo que no recuerdo los sueños, y está bien.

Recuerdo sueños que me destrozaban el ánimo todo el día sin ser necesario.

Es agradable no soñar e ignorar por qué hay sangre donde no debiera.

Y concluyes que a veces hay errores y el organismo se equivoca al conducir la sangre a conductos que no son adecuados.

O eso, o estoy pudriéndome.

¡Bah!

Si no hay dolor, no hay daños, eso dicen. El dolor es el medio que nos protege ante agresiones, lesiones y enfermedades.

No hay de qué preocuparse.


 

Iconoclasta




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2 de abril de 2015

Las frías noches


Y llegó la noche con su manto negro y frío, empujándome a lo profundo de una caverna.
Como si una oscuridad pudiera cobijarme de otra oscuridad.
Soy una bestia sin cerebro.
Mi instinto no se equivoca, me protejo del frío que llega de las estrellas; las noches son frías sea invierno o verano. Es por ellas, por las estrellas que brillan como plata. Metales fríos que hienden la piel cuando estás solo. Cuando no hay otro calor cerca.
El cielo nocturno no es para mí. Es el privilegio de otros.
El firmamento es la cúpula que da abrigo a los enamorados, los demás somos ajenos.
Con ella las estrellas devolvían calidez y amparo. Siempre había un astro brillando entre el aire de nuestros labios cuando se aproximaban para el beso.
Hundo los dedos en mi cabello, algo corre por él. Lanzo un gruñido incómodo, aunque las chinches no prestan atención.
La soledad viaja más rápida que la luz hacia las estrellas, y éstas devuelven toda esa tristeza y añoranza en forma de flechas y lanzas que obligan a buscar protección en la cueva de la vergüenza y el desasosiego.
Como si el cielo se avergonzara de mí, pedradas al perro abandonado...
Me llevo a la boca un animal pequeño y crujiente que repta por mis piernas.
Soy el origen de los hombres, cuando la calidez llegaba de la piel aún ensangrentada de animales muertos que colgaban de los brazos tras la caza. Donde no había tiempo para el amor, solo para sobrevivir esa noche.
Es todo tan sencillo otra vez...
El frío y el peligro, la soledad y la oscuridad.
Y el amor tan lejano, tan imposible,  tan improbable. La paranoia de amar se convirtió en sangre y el deseo se hizo ocultación.
Soy una blasfemia para las noches estrelladas.
Hubo un tiempo para amar y hay un tiempo para esconderse.
Husmeo en el aire el aroma de alimañas y cubro mi cuerpo con la piel ensangrentada de dos perros que he matado, me arrastro hacia la grieta de una roca para ser oscuridad en la oscuridad.
Es la sangre al coagularse la que combate el frío del firmamento.
Y la profunda soledad de la caverna la que da el coraje y el valor que un día olvidé tener.
Dormito en un sueño inquieto.
Nunca debí haber sido racional.
Me masturbo con la mano encostrada de sangre seca y el placer se hace mortificación.
El frío se combate con indignidad y dolor, es la única forma, la única que conozco.









Iconoclasta