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16 de agosto de 2020

La vejez actual es un virus letal


Antes de que se fundara el actual conjunto de sociedades industrializadas, tecnificadas y mercantiles, algunos viejos tenían un gran valor por su experiencia y acumulación de conocimientos.
Los seres humanos que llegaban a la vejez, lo hacían gracias a su fortaleza física e inteligencia para sobrevivir hasta tan tardía edad. Tenían la autoridad de la genética, la fuerza y la determinación.
Eran escuchados por su valiosa experiencia y juicio. Aquellos humanos ancianos, transmitían los valores del esfuerzo, el valor y la resolución con la historia de su propia vida.
Quedan muy pocos o ninguno con valores éticos como aquellos.
En la actual sociedad la vejez se ha convertido en algo anodino. Un tiempo y lugar donde los más débiles, tontos, mezquinos y cobardes se han reproducido para luego envejecer hasta edades injustamente longevas; dejando a la estirpe humana varios estadios por debajo de lo que era antes de que se iniciara la estabulación humana indiscriminada en forma de grandes ciudades y su endogamia.
Ha llegado artificiosamente a la vejez lo peor de hombres y mujeres. Y son legión…
De ahí que los actuales viejos se comporten como niños asustados y tontos por el calor, el frío, la lluvia, el café o una gripe. Y todos esos temores, toda esa ignorancia y esa debilidad; nietos y padres las han convertido en virtudes. Porque la mayor parte de los ancianos de esta decadente y degenerada sociedad, transmiten la debilidad, el miedo y la ley del mínimo esfuerzo (salvo cuando van en manada como turistas jubilados y arrasan los bufés libres de restaurantes y hoteles como auténticas fieras, incluso te muerden si acercas la mano).
Y padres y nietos, están de acuerdo con ellos.
Lo que nace y crece con indignidad, indigno envejece y muere.
Una vejez cobarde y anodina es el producto de una vida con las mismas cualidades.
Lo peor que podía pasar ha ocurrido: no todos los abuelos deben cuidar de sus nietos, es antinatural. Los niños son una esponja que absorbe rápidamente lo bueno y lo malo indistintamente. Algunos (muchísimos) abuelos deberían vivir a centenares de kilómetros de sus nietos.
La decadencia de la actual sociedad se ha propagado como una enfermedad infecciosa desde los viejos a los jóvenes.
De abuelos a nietos y de hijos a padres, canibalizando cualquier asomo de determinación e inteligencia entre ellos.
Una marea negra de mediocridad que devora la fuerza, el valor y la dignidad.
La vejez actual es un virus letal para la humanidad. Mezquindad inyectada en vena.
Y los más preocupante es que los actuales líderes políticos y jefes de estado, son nietos de una vergonzosa decadencia; de esos vejestorios apáticos y pusilánimes que han vivido injustamente demasiado tiempo.
Si yo tuviera setenta años y alguien me dijera que fuera con cuidado con el calor, lo envío a la mierda.  Nadie puede enseñarme o aconsejarme como he de vivir al sol o al frío.
Si no puedes soportar el sol o la vida; mejor muere. Te lo está pidiendo el cuerpo, hazle caso.
Es tan horrenda la evidente degeneración de la vejez humana de la actual sociedad, que me parece absolutamente natural que nadie haya escrito de ello en estos términos.
Supongo que alguien con demasiados escrúpulos y absolutamente integrado en esta pútrida colonia insectil, se sentiría incómodo describiendo esto, la verdad.
Alguien tenía que hacerlo (emoji de carita tímida).
No lo digo con resignación, es amor propio. Un poco de narcisismo siempre sienta bien sea lo viejo que seas. Mucho mejor que llorar como un niño de tres años por un descafeinado.
Ser viejo y tratado como un bebé, con condescendencia y aceptarlo beatíficamente; es la peor de las películas que pueda imaginar.

Seré macho hasta morir.





Iconoclasta

11 de abril de 2020

Coronavirus, la enfermedad de la desidia


Las estadísticas meticulosamente ocultas lo confirman con toda probabilidad.
Se enferman y/o mueren los humanos sedentarios, cuyos pulmones no respiran el suficiente aire para oxigenar bien la sangre.
En el colegio te lo enseñaban antes de que lo importante fuera conocer las ventajas de ser borrego, aplaudidor, votante, homosexual y transexual. Te decían que el oxígeno es comburente, que un buen aire tiene más posibilidad de quemar bacterias y microbios.
Por eso el ansia y afán de tantos respiradores, porque respirar bien cura y protege.
Es la razón de tanta mortandad en los hospitales y en los asilos.
Ambientes con un aire pobre, enrarecido por hacinamiento. Un aire que es caldo de cultivo.
Hay que abrir las ventanas, por decir poco, lo mínimo.
Los viejos, su cansancio y sus pulmones atrofiados…
Los adultos y jóvenes de culos desidiosos que solo se levantan del sillón para ir a la mesa a comer y durante horas teclean y observan videos aburridos y vulgares que insultan la inteligencia.
Unos pulmones que no aspiran habitualmente una buena cantidad de aire no pueden oxigenar la sangre y la hacen pobre. Pobre para combatir enfermedades y débil para que el miedo colapse el pensamiento. La sangre que pobre llega al cerebro, débiles pensamientos crea.
Hay que realizar cierto tiempo de esfuerzo para que los pulmones hagan lo que deben.
Y no está nada mal una bocanada de ardiente humo de tabaco para quemar cosas también.
Te mata el cáncer, te mata todo lo que hay en el planeta; incluso lo que llega de fuera si estás en el lugar oportuno.
En la era de las redes sociales, el pacifismo y el “todo el mundo merece ser respetado” aunque sea un puerco hijo de puta; todo esfuerzo es pecado. Pecado de cobardía, desidia y decadencia.
Han castrado el pensamiento y sus pulmones.
Y metódicamente, con férreo acoso, la prisión en las casas sigue vigente con las gestapos obligando a que la sangre se empobrezca cada día más y el coronavirus así, pueda anidar sin problemas en el organismo.
Se adoctrina e induce a los aplausos que no oxigenan nada. Como un niño, así de humillante: aplaude a tus carceleros y otros funcionarios.
La inmovilidad es muerte por decreto.
El coronavirus hace lo que los gobiernos: arruinar más al pobre. Son hermanos paridos por la misma madre.





Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.

31 de mayo de 2015

Mírame ahora


Ven, cielo.

Ha llovido y el agua ha arrastrado mi hostilidad y frustración. Ahora soy un animal empapado entre la vegetación buscando algo de calor para que la noche no me congele.

No te pido misericordia, no es interés por sobrevivir, mi amor.

Ocurre que tan pocas veces me siento limpio y libre de desasosiego y rencor, que quiero que aprecies ahora todo el amor que siento por ti.

Ahora que estoy limpio.

Es tan poco habitual, mi diosa, que sería injusto no abrazarte, no robarte un beso de amor en este preciso instante que la lluvia ha arrastrado mis miserias y siento unas incontenibles ganas de llorar.

Me siento como un soldado sin guerra.

Quiero que sepa tu alma que no te equivocaste al amarme, que bajo toda esta decepción y letras escritas entre rabias y dolores vitales que hacen de mi cuello y hombros un amasijo de músculos en tensión, hay un amor incondicional, tierno y emocionado.

Y que me siento indefenso cuando esas cargas dejan de gravitar en mí.

Temo cuando estoy tranquilo, cuando estoy bien, que algo salga mal. Tengo miedo, mi amor.

Está resultando una vida dura, cielo.

Solo abrázame ahora y recuérdalo cuando mi mirada y mis letras sean tristezas y frustraciones.

Mira como te amo, mi diosa: empapado y limpio.

Por favor, la lluvia me ha deshecho, me hace humano, protégeme ahora con tu cálida piel, mi amor.

Porque cuando sea fuerte de nuevo, no tendré el valor de pedírtelo.



Iconoclasta