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27 de marzo de 2017

Una feliz coincidencia


Tomo asiento en la terraza del bar, es una tarde templada y tranquila, la gente pasa la tarde del domingo con esa deliciosa depresión que los mantiene moderadamente apagados.
Y de repente, frente a la mesa vecina ocupada por un matrimonio y su hija, se planta una gorda que pasea con su perro y los saluda.
Están tan cerca, que me infecta los oídos su cháchara.
Le preguntan si ha comprado por fin la casa.
Y es lo peor que podía ocurrir.
Me molesta tanto esa mujer asquerosa... Ya lleva media hora rajando sin cesar del precio de los apartamentos y notarios.
¿Es que nunca se va a morir?
Que se muera la puta gorda que no calla.
Me destroza la vida en este instante, la hace fea e inviable.
No cesa de hablar.
Que se muera, que se muera, que se muera.
Y su hijo que vive en Barcelona y que cobra una muy buena nómina, también. Que les reviente a los dos alguna arteria del cerebro o se les parta el corazón en dos. Me da igual, que mueran.
Por favor...
Me ofende su voz y su presencia.
Es como si invadiera mi espacio vital.
Invasora de mierda...
De repente cae un gorrión decapitado en la mesa donde sus conversadores toman sus bebidas.
La niña y su madre gritan por el susto. Y luego se asombran.
- Pobret! -dicen en catalán.
El padre dice que se le ha debido de caer a un águila o un cuervo de las garras. La gorda ha dejado de hablar durante ese instante. El padre toma una servilleta del dispensador, coge al pájaro, lo envuelve y se acerca a una papelera donde lo tira.
Yo pienso en aquel chiste de un hombre que pasea por el campo, ve un pájaro volar y eleva los brazos imitando a un cazador apuntando con la escopeta y grita: ¡Bang! El pájaro cae al suelo y el hombre asombrado se acerca al animal. "Tengo poderes" dice en voz alta. El pájaro se levanta y dice: "¿Poderes? Y una mierda. El susto que me has dado, cabrón."
Mientras tanto la gorda vuelve a hablar de su tema.
Su frecuencia de cerda degollada por el matarife me está volviendo loco. Es como si me frotaran con papel de lija el cerebro.
Mi cabeza va a estallar y meto la mano en el bolsillo del pantalón y cierro el puño en la navaja.
Que se muera, que se muera, que reviente la cerda.
Y de repente, todo pasa, me siento bien.
La gorda se ha desplomado en el suelo como un saco de mierda. Casi aplasta a su propio perro.
Ha quedado panza arriba, con su asquerosa papada ladeada como la bolsa de un pelícano. Sus ojos miran abiertos al cielo, luciendo en las escleróticas grandes derrames que invaden el iris.
De su nariz mana una sangre perezosa.
Como un río tranquilo y sereno.
Por fin...
Se me escapa una risa repentina que intento disimular con una sonora tos. Y para mayor inri, cuando doy un trago de cocacola, se me sale por la nariz.
Soy feliz con ella muerta. No puedo parar de reír...
El mismo que ha tirado el gorrión descabezado a la papelera se arrodilla junto a la gorda.
- ¡Mercé, Mercé! -le dice en voz alta al oído levantando su puta cabeza del suelo. La caída le ha debido hacer un corte por el que sangra, ha ensuciado el suelo.
- Truqueu a una ambulància, si us plau! - el hombre que la auxilia, pide en catalán que alguien avise a una ambulancia.
Yo pienso que está más seca que la mojama, mejor que traigan directamente un coche fúnebre.
A mí no me molesta ese ajetreo, incluso me divierte y distrae. Me enciendo un cigarro y saco mi cuaderno para escribir alguna reflexión jocosa ajeno ya a todo ese jaleo.
Aún así, de vez en cuando, me coloco el teléfono móvil frente a la cara, como si leyera algo, para ocultar otro acceso de risa.
No me planteo la posibilidad de disfrutar de poderes paranormales capaces de hacer mierda cerebros humanos, porque muchísimas veces he deseado la muerte de muchos seres y no ha pasado nada; no han muerto. No me hago ilusiones, ya soy mayor.
Sin embargo me basta para ser feliz con esta grata coincidencia. Me gustaría saber que el hijo de la gorda, el de la buena nómina, también ha muerto con el cerebro hecho mierda en este mismo instante; pero nada es perfecto. Un poco de alegría es mejor que ninguna alegría.
Me apresuro a beberme el refresco y largarme de aquí porque está visto que no voy a poder parar de reír.
Si fuera Supermán, incineraría a la gorda ahora mismo con mi súper visión.
No me imagino con los calzoncillos por fuera del pantalón.
Coño... Otra risa...
Ya de camino a casa, me detengo en el estanco para comprar una caja de puros y celebrar un final de domingo que prometía ser tan igual como todos los pasados.
Le deseo la muerte al estanquero a ver si me sale gratis el tabaco; pero no tengo suerte y tecleo el número secreto de la tarjeta en el terminal.
Da igual, soy feliz y me duelen las mandíbulas de tanto dominar mis ganas de reír a carcajadas.
Qué bueno...
Me enciendo un puro en el salón de casa con una buena y cómoda sonrisa.



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