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4 de mayo de 2015

La internacional deficiencia


Certificado: los deficientes mentales (que no son lo mismo que los idiotas, hay matices que solo un iconoclasta puede definir con quirúrgica precisión) son sorprendentes donde quiera que sea el continente que los contenga completamente descontenidos.

Soy débil, disculpad este arranque de retórica por mi parte.
Es decir, pululen por donde pululen siempre te sorprenden, al menos la primera vez; que no es poco y es de agradecer, porque así no sientes la necesidad (por la gratitud de la sorpresa) de arrearles una hostia y elevarlos al espacio exterior frío y letal.

Ya sé qué me vais a decir: "yo también he convivido con un deficiente mental (macho o hembra) en casa durante un largo tiempo, como tú"; pero esos no cuentan porque no sorprenden y si a vosotros os han sorprendido, a mí no.
Así que no me toquéis los cojones antes de empezar.
Una vez en la calle se abre todo un abanico de posibilidades para asombrarse ante la podredumbre que algunos cerebros pueden llegan a alcanzar.

Y ya no te cuestionas...

Por favor, los delicados, los seres sensibles integrados en esta sociedad de mierda, están a tiempo de dejar de leer esto. ¡Vamos, vamos, desfilando que es gerundio! Que luego no quiero oír críticas sesudas, pseudo intelectuales, escrupulosas y emotivas.

Sigamos.

Y ya no te cuestionas si es un daño congénito, una enfermedad o simplemente aplicas la navaja de Ockham pensando que todo es maravillosamente simple porque simples son sus cerebros: en el momento alegre y gozoso (es de esperar, a veces soy optimista) del acto de sexual para procrear al bicho, alguien se equivocó de agujero, se torció, se dobló, estaba borracho uno o ambos, o no estaba muy limpio ninguno de los cónyuges o copuladores.
Y salió eso.

Es sorprendente que en pleno calor mexicano, con el sol radiando en todo su esplendor sobre moi, salga el tonto de la colonia de un local oscuro como boca de lobo (a pesar de que hay sol no puedes ver ni los huevos que están delante de tus narices en el mostrador, debido a un mal entendido exceso de ahorro eléctrico en ese minisúper, miserables...) y te quiera vender Matrix en pleno calor del 2014 como una novedad. Como me puso delante de las narices el DVD, tardé un poco en darme cuenta, pero me miraba a mí, a pesar de que sus ojos miraban a alguien invisible detrás de mis hombros.

Era el ser más bizco que he visto en toda mi vida.

Porque así, de sopetón, pensé que se trataba de un cinef... cinéfago (¿se dice así, verdad? bueno, vosotros me entendéis) vendiéndome su reliquia.

Y comprendí que había topado con el típico deficiente (tonto del pueblo) de la colonia de Indecente Madero.
Entonces envié finamente a la mierda a Matrix y los retorcidos dedos que lo soportaban incómodamente cerca de mis preciosos ojos verdes.

Vuelvo a casa de recoger a la pequeña en la guardería y aparece en el horizonte sucio de cables y polvo amarillento, la gorda con el gafete colgado eternamente del cuello dispuesta a preguntarme durante más de cuarenta minutos cosas tan importantes como: ¿cómo se llama la niña? ¿eres el padre? ¿y la madre? ¿te portas bien, bebé? ¿estudias mucho? ¿es posible que no pueda comer camarones por lo caros y calientes que están?...

Pero soy listo, porque ya la había visto previamente en acción, así que se queda hablando con la pared, mientras yo voy con la pequeña de la mano hacia la casa, doscientos metros más allá de la deficiente. Tiempo transcurrido entre la primera pregunta de la gorda y el tele transporte que ejecuté: 0.8 segundos, 3 centésimas. Tengo que lucir mi super crono.
Y así ocurría en días alternos e incluso días consecutivos.
La idiotez en el mundo es imparable.

Y no hago mención del mecánico de amortiguadores, al final de la calle, ya tocando a las torres de alta tensión para que jueguen los niños alegremente trepando por ellas tras haber cruzado una calle de cinco carriles de coches de ida y otros cinco de vuelta.

No sé si era deficiente mental; pero deforme, mucho.
Si alguien recuerda la película Los Goonies y busca con velocidad 32x en el reproductor para no tardar demasiado, encontrará al hermano deforme de la familia de criminales torpes que da sentido a la película y me ahorrará la descripción. Solo hay que añadirle a la calva unos puñados de pelos hirsutos tipo quimioterapia y ya tenéis el retrato del mecánico.

Y como si fuera mi maldición, como si tuviera imán para atraer a los deficientes mentales, llego a Europa y me encuentro una mañana también muy calurosa con un tipo más grande que yo avanzando directo contra mí, con gafas también más grandes que las mías mirándome fijamente, causándome el temor a una violación; pero simplemente me pregunta balbuceando si le doy exactamente 1, 2 euros.

Pienso en lo muy refinado y exótico que es el imbécil y le digo que no. Se aleja pidiéndome perdón por las molestias y siento que he sido un poco brusco, así que me enciendo un cigarro como castigo.

Otra mañana de domingo, justo en el otro extremo de la ciudad donde tuve el primer encuentro con ese deficiente, me lo vuelvo a encontrar y me pide 1,2 euros. Y como se están celebrando festividades por algo del santo del pueblo que seguramente fue colgado por los huevos por los franceses en el año no sé cuantos antes de cristo, me siento generoso y saco el monedero.

Pues no llevaba un euro y veinte céntimos, llevaba menos.
Y encima en pequeñas monedas. Sería idiota el hombre, pero contaba como la mejor de las calculadoras casioscientific que venden de oferta en los grandes almacenes de verduras y productos a punto de caducar.
"Solo hay un euro con cinco céntimos" díjome casi llorando el hombretón.
"Bueno, pues ya te queda menos, chaval", intenté consolarlo y seguir cojeando.
"No los quiero", y me los dejó en la palma de la mano tras casi treinta segundos de estar contando moneditas con el sol cayendo en mi cabeza cubierta por una gorra marca Adidas que valía más que los zapatos del deficiente.

Estuve a punto de arrearle una hostia, porque aunque fuera más grande que yo, yo soy mucho más malvado y sé muy bien como generar mucho dolor con pocos golpes.
Lo sorprendente, dejando de lado que me devolviera el dinero, fue la velocidad con la que me dejó para ir a buscar a otro ser humano que le pudiera dar su euro con veinte.

Pensé que me seguiría eternamente esperando las monedas que le faltaban.

Por supuesto, no le pregunté para que quería esa cifra tan exacta: si no quieres oír idioteces, no preguntes.

Y esto sucedió ya hace 43 horas.

Y ahora, ya en casa, fumando, reflexionando sobre la malicia intrínseca en el ser humano y si nació idiota o lo hicieron (a toda la especie, me refiero), decido entre salir de nuevo a la calle y enfrentarme con todos esos seres de mente infecta o quedarme en casa a salvo de calor e imbéciles.

Y decido que está bien, me gusta que me sorprendan. 
Bajaré a la calle mañana y compraré más tabaco.

Como no conozco el miedo, que vengan, tengo un montón de monedas sin valor para entretenerlos como si fueran palomas picoteando salvado rancio vendido a los viejos y niños a precio de caviar en la plaza Cataluña de Barcelona.
Sí, ya sé que soy sensible y empático; pero es que están en todas partes, viaje a uno u otro continente, allí hay uno, esperando con sus gafas, con su obesidad, con su mirada bizca, con sus pelos de quimio...

También he visto por ahí al perro andaluz de Buñuel, que aún no sé en qué escena de la peli aparece, pero es muy surrealista. Soy un cinéfago aficionado.

Buen sexo, y cuidadoso.






Iconoclasta