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22 de septiembre de 2021

El cruento amor y el cinismo


El amor está formado por dos frecuencias para aquellos que lo asumen con fuerza, con pasión: euforia y compulsión.

Saben muy bien por esa inteligencia instintiva que habrá dolor y abrazos cansados. Y tras ello, tal vez un fracaso.

Y se van a lanzar a las fauces de la tragedia porque les da sentido a sus vidas.

Mejor esa posibilidad de fracaso que un paseo aburrido por unos grandes almacenes. Mejor la locura irracional que un medido y aséptico cariño de mierda.

El cinismo es un acto de crueldad con los sentimientos necesario para no caer en una indolente complacencia  o ingenuidad. Jamás debes caer en un marasmo de amor como el que padecen los más ineptos seres del planeta, los reproductores que dejan sus vidas y su pensamiento en manos de una abeja reina y se mueven en direcciones estrictamente indicadas, con fe.

Así que no te dejas embaucar por ningún amor de teleserie hasta ser consciente de que vas a vivir un drama y no una película de princesas para todos los públicos apestosos. Sé un cínico con el amor hasta que sepas que te come la médula de los huesos.

Y cuando sea ya absolutamente insoportable no amar,  supera tu propio cinismo, ese escepticismo cultivado día a día, y sucumbe a esa punzada que te roba un latido del corazón por una simple palabra; reconociendo que el amor te va a destrozar tarde  o temprano.

Otra vez…

El amor ha de doler, ha de calar en los huesos y provocar mareos, temblores, miedos y besos que duran eternidades.

Y has de llorar y lamentar los tristes cafés que vas a tomar en la plaza mayor del pueblo en soledad, sin ella. Con una media sonrisa que es un medio dolor.

Y esperarás y lucharás por hacer realidad eso que te hace doblar el estómago, como un cólico de necesidad perentoria.

Fin de tu alma, ahora es suya, de ella...




Iconoclasta

Foto de Iconoclasta.

4 de mayo de 2021

Lo extraordinario


El odio no es extraordinario, es otra cosa mediocre, cotidiana. Por ello pasa desapercibido odiar es de lo más adocenado; sobre todo en su versión más suave aunque más infecciosa: la envidia.

El amor no puede pasar desapercibido: causa una extraña inquietud, es un aire fresco y picante en la nariz, como menta o cítricos. Provoca un nerviosismo del que no acabas de entender su causa, no sabes si nace del estómago, de los pies o de las manos que se abren y cierran continuamente.

En los amaneceres, al despertar, por el amor tienes la angustiosa sensación de que te falta alguien. Te has despertado tan solo…

El odio te hace maldecir y desconfiar de los nuevos días, todos.

Hasta que llega el extraño y exótico amor y desbarata tu cultivado cinismo.

Por eso el amor no puede pasar jamás desapercibido, cuando aparece rompe la nauseabunda percepción de mediocridad que te provoca la humanidad en masa y su uniformidad.

Te ofrece a alguien a quien localizar si no sabes su origen y si lo sabes, a alguien con quien descubrir las cosas bellas que entierra la humanidad bajo sus excrementos.

Alguien con quien escapar de este momento y lugar al que te han condenado.

Sientes algo que podría ser esperanza si tu mente cínica se permite jugar con la ingenuidad.

Podrías no hacer caso de él, no buscarlo o no pensarlo; es tan fácil ignorar como odiar; es tu íntima decisión. Haz lo que quieras.

Sea lo que sea  lo que hagas con el amor, recuerda el momento y fija en tu memoria las emociones. Es necesario que quede constancia de algo tan extraño en tu vida. Tan inusual.

Serán archivos importantes que pueden dar paz a tu mente cuando lo nauseabundo te acorrala; cuando la puta vestida de amor te ofrece sus servicios con las bragas llenas de mierda.

Mantén los datos localizables porque hay días que te agarrarías a un clavo ardiendo donde sujetarte de cansancio. Que no te engañe la puta.

Y haz lo que debas.




Iconoclasta


2 de julio de 2020

Teofanía


Ayer tuve una teofanía durante uno de mis paseos asilvestrados.
Dios me preguntó si necesitaba algo: dinero, salud, amor, sexo o suerte.
Le dije que no, nasti de plasti. Aunque estuve tentado de pedirle unas gafas de sol molonas dada la potencia lumínica de su manifestación.
El muy zorro es malo como la peste; los favores los cobra con usura y podrías pasar los próximos doscientos mil millones de años pagando su favor de mierda.
Es mejor comprarse un coche de lujo con tu salario de mierda, financiado a precio de prostitución infantil que, pedirle a Dios una mísera cura de un dolor de uña.
Se sintió un poco molesto de que una de sus creaciones no se hincara de rodillas frente a él para hacerle una mamada. Soy un tipo experimentado en psicología de supervivencia y mediocridad.
Me preguntó por la familia y le dije que “Los que no has matado, están vivos ¡psé! Y supongo que bien”.
Y se alegró, aunque un tanto descolocado, seguramente porfiando por mi tono.
Le dije que no era para tirar cohetes, no todo es salud de mierda.
Aumentó un poco su potencia lumínica y entendí que tenía unos grandes deseos de incinerarme. Yahvé es un dios celoso y furioso.
Así que le dije con voz humilde: “Oye, me estoy meando. Luego hablamos ¿vale?”.
“Si tienes problemas de próstata te curo ya mismo”, se ofreció solícito.
“¿Qué cojones me está preparando este cabrón?” me pregunté ya alarmado.
Así que me saqué la polla y me puse a mear delante mismo de sus rayos foto-divinos, tuve que apretar fuerte el culo para que el chorro fuera potente y no sospechara de mi próstata y la urgente necesidad de curarla.
Se le escapó un rayo como un pedo y dejó caer una gran tormenta sobre mí y apagó su luz de mierda.
Esperé que se me apareciera el diablo (ambos son culo y mierda) para pedirle ropa seca, sus intereses por intervención sobrenatural son mucho más bajos; pero tras esperar veinte largos segundos no apareció, y eso que miré atentamente entre la maleza a ver si se arrastraba siseando una asquerosa serpiente hacia mí; pero nada.
Y como soy un cauto optimista, me dirigí mojado a casa; pero a salvo de la ruina y mi polla ilesa.
Dejo foto de la teofanía.
No todo en internet es mentira.
Me refiero a no todo lo que YO escribo, lo demás es para pedirle a Dios que te limpie el culo con ello.





Iconoclasta
Foto de Iconoclasta

16 de enero de 2020

Tres caballos y un burro


Tres caballos pacen relajadamente frente a mí, bajo un sol frío y sobre una tierra templada. Estamos bien los cuatro, no hay nadie que nos moleste.
Hacen lo que deben, aunque sé que preferirían ser libres.
A mí también me gustaría no pertenecer a una región del planeta y sobre todo, no tener nombre.
El nombre es el primer grillete que me impusieron al nacer. Perteneces a quien te pone el nombre. Primero a tus padres y con el tiempo, el país toma las riendas y te marca un territorio determinado, unos pastos que puedes o no comer.
El nombre es un registro necesario para controlar a cualquier ser de índole ganadera, como los caballos, vacas y ciudadanos.
Los ciudadanos, además del nombre, tienen asignados varios códigos numéricos que definen los lugares donde deben pastar, ser sacrificados y el corral donde pasar la noche. Por supuesto, están sometidos a los ciclos reproductivos impuestos y a los habituales controles veterinarios de vacunación y mantenimiento.
Si tienes un pensamiento definido con un vocabulario preciso, no hayas diferencia entre la libertad que goza un caballo, una vaca, un cerdo o un ser humano inscrito en los registros de una ciudad o país.
¿Verdad que es deprimente?
El consuelo, es que nadie me engaña. Lo cierto es que cuando me conviene, tengo capacidad para pasarme por los cojones cualquier marcación territorial a la que han creído someterme.
Soy yo el que dicta cuando y donde me pueden joder.
No es por nada; pero de aquí a que alguien pueda controlar mis deseos y decisiones, la humanidad se habrá extinguido de la puta faz de la tierra.
Porque si naces ajeno a todo, puedes romper con cualquier tipo de atadura moral o psicológica para la que te han preparado desde el momento del nacimiento; ataduras como casa, familia, patria, matrimonio…
No puedo evitar ser aparatosa e impúdicamente vanidoso en estos asuntos.
En lo demás: ni amo ni dios (con un sabio cinismo). Es mi dogma.
Decidiendo cuando es bueno que me jodan y cuando es bueno joder.
No puede ser una buena vida (hasta que esta actual sociedad sea masacrada) porque apenas tiene alegrías, aunque las tragedias son hermosas; pero es menos mala que ser un ciudadano votante de rancio abolengo tolerante y democrático hasta con las cucarachas.





Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.

17 de enero de 2017

Música: gustos y tácticas


De vez en cuando por desgracia me topo con grandes musicólogos. Y como la experiencia a veces tiene utilidad, me cuido mucho de esos seres con exquisito gusto musical; auténticos doctores que te dicen: "Yo sí que te voy a pasar música buena".
Cosa que dicen convencidos de que yo voy a escuchar su música y además, mostrar agradecimiento.
Tan listos y tan inocentes. Membrillos...
Así que cuando me preguntan si me gusta la música, opto por una respuesta táctica: "No necesariamente". 
Sobreviene un momento en el que el aire se torna denso y dan ganas de tomar un cuchillo y untar el pan con él. El musicólogo va a la deriva durante un rato y luego, ante la absurda ambigüedad de mi respuesta, lo más posible es que hable de climatología o fútbol.
Y en ese instante, muy astuto yo, recuerdo que tengo mucha prisa, pongo cara de: "me estoy cagando" y corto el rollo.
Lo cierto es que me gusta la música, la escucho todo el tiempo que estoy en mi cuartel general; pero jamás con auriculares: me incomoda llevar cosas metidas en cualquiera de mis agujeros.
Así que opto por ocultar mi gusto por la música y parecer aburrido y falto de interés para no soportar un rato largo de consejos musicales, que me voy a pasar por el culo con la misma naturalidad con la que escupo cuando voy en bici.
Disfruto la música que colecciono, y tanto es así, que es solo en mi casa donde la escucho, a salvo de interferencias del mundo y por supuesto, con un buen equipo musical (esto quiere decir: caro. Es que lo barato me da alergia).
Y por supuesto, los únicos discos que suenan bien, son los originales, los caros.
Los caseros o copiados, por muy clones que sean del original, suenan de pena por mucha ilusión que les pongan en hacerlos y en adquirirlos a precio de decir: "Por un euro y suena igual".
Y una mierda.
Si fuera pobre, y no tuviera más remedio, yo también diría que suenan igual. Incluso copiaría en internet la portada del disco y la imprimiría para sentirme menos miserable (si tuviera dinero para pagar una impresora dado el ejemplo).
Puedo ser tremendamente cínico conmigo mismo si me lo propongo.
Mi orgullo y mi elitismo no me permite tener en mi colección un horrible CD con la carátula en blanco (con el título escrito con rotulador o plumón permanente) y tan asquerosamente barato.
Pero insisto, no soy intolerante y comprendo que hay pobreza en el mundo.
Pareciera que me estoy riendo, pero no.
Bueno... ¡Ja!
Buen sexo.



Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.