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Mostrando entradas con la etiqueta asco. Mostrar todas las entradas
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14 de agosto de 2019

Si tu ojo te ofende


Pero… ¿Y si el problema no está en el ojo? 
El problema es lo que me rodea, lo que se me impone; es lo que me ofende. ¿Cómo lo arranco? ¿Cómo lo quemo? ¿Cómo lo mato? ¿Cómo lo destruyo?
¿Cómo evito que los imbéciles hablen o voten contra mi libertad y contra mi individualismo?
¿Es por esto que las masacres indiscriminadas y sin motivo aparente proliferan?
¿Cómo lo hago para librarme de lo que me ofende sin acabar en una cárcel de este planeta de mierda?
Dios es un hijo de puta, creó a la humanidad y luego me pide que si me molesta me arranque un puto ojo.
Arrancarse el ojo es un insulto a mi hombría y libertad, una hipocresía divino/legal reflejada en un espejo que a su vez refleja otro infinitamente. Es mierda a la enésima potencia.
Si Dios existiera, él y sus ojos… Se los podría acuchillar, a ver si al cerdo le gusta. Si le ofende el ojo que refleja un dolor y un asco.
Porque me queda poca vida, por eso no estoy desesperado.
Solo vomito a ratos.




Iconoclasta

20 de enero de 2018

Hombres-mosca




Hoy he topado con un hombre-mosca.
Uno de esos mediocres que solo son visibles porque no saben caminar en línea recta. Con un rumbo errático y aleatorio, no tienen destino u objetivo alguno. Son como los gusanos, respiran y se mueven porque los parieron, simplemente.
Su función es molestar, molestarme a mí.
Estorban con sus interrupciones, se sitúan delante de otros para luego detenerse de repente y cambiar de dirección. No tienen reflejos ni cerebro suficiente para virar de dirección sin dejar de caminar. Son repugnantes y gordas moscas que necesitan un calibre .45 para dar caza.
Como las moscas. Igual de irritantes con su vuelo, con su acercamiento al rostro.
Aún quietos, los hombres-mosca, causan un rechazo que los identifica con solo un vistazo. A lo mejor huelen mal y por ello mi cerebro los descubre con solo atisbar su repelente cogote.
Cuando los miras directamente a la cara, se puede ver su minúsculo cerebro a través de sus ojos absolutamente transparentes, vacíos. Otra característica es que no saben respirar por la nariz y caminan-zumban con la boca semi abierta, haciendo alarde de su imbecilidad profundamente genética.
Tienen el repelente carisma de las nerviosas cucarachas, me causan repulsión.
Las cucarachas las aplasto sistemáticamente, estén cerca o lejos de mí, las piso crujientemente. Porque el mundo es mejor y más higiénico sin cucarachas y sin hombres-mosca.
Si hubiera tiras-trampa para hombres-mosca, llevaría una colgada de cada oreja, y una vez enganchado el asqueroso, le pincharía los ojos con una navaja. Luego lo quemaría, antes de que muriera.
Suelen reptar-revolotear estúpidamente por los mercados semanales de los pueblos y barrios, como las ratas rondan por las noches los contenedores de basura. En todas las regiones del puto planeta.
También hay mujeres-mosca, aunque en mucha menor cantidad; pero todo lo que tiene tetas, me causa simpatía y erección; soy demasiado complicado para este mundo.
Sin poder evitarlo, me ha rozado uno y con los dedos llenos de mi propio vómito (lo he provocado al llegar a casa, me sentía sucio por dentro), he escrito esta vivencia.
Parece que no; pero cuando conviertes el asco y el odio en palabras nítidas y precisas, uno se siente mucho mejor.
Si alguien piensa que los lunes son malos, que vaya el sábado a un mercado.
Mierda.





Iconoclasta

1 de agosto de 2017

La verdad de las cosas hermosas



La verdad de las cosas hermosas se muere entre los embates de mil imágenes y sonidos vulgares, entre ingenuas, indignas e imposibles ambiciones.

La nobleza y el valor sucumben ante ídolos de plástico sin mérito, marcados con muchos logos.

Y el vuelo de un águila apenas llama la atención cuando se mira con ojos idiotas la pantalla de un teléfono. Un animal bebe en el arrollo y provoca una ternura que es todo lo contrario (de una forma muy tóxica) de lo que siento por la humanidad.

Se crean de la nada, como malos hongos, los malos escritores de una frase y aparecen acomodados e indignados defensores de la libertad y la justicia, que teclean sentados sobre sus gordos y fofos culos.

Las cosas bellas son arrolladas por aludes de mierda que bajan veloces por un vertedero.

Y los que no deberían haber nacido babean por el coño de una puta de revista que no pueden pagar. Sufren por el coche que no tendrán jamás sin vender el ojo del culo a un banco.

Yo vomito en la intimidad del bosque, me purgo todos los días de tanta mierda que me hicieron tragar y cuido e hidrato el ano que tantas veces me rasgaron.

Solo que no aprendí, yo no aprendo, no lo necesito. Nací sabiéndolo todo y deseaba buenos días con una sonrisa a quien quería  ver muerto.

Pido y deseo la guerra, el hambre y la enfermedad en todos los rincones del planeta.

Que los muertos bajen como troncos río abajo, a centenares por minuto.

Que todos los humanos sufran como la verdad de las cosas hermosas agoniza entre la hipocresía, la cobardía y la estupidez.

Si Dios existiera, sería YO. Y no estaríais leyendo esto, bajaríais putrefactos río abajo, con los ojos comidos por los cangrejos.

La verdad de las cosa bellas no da serenidad a mi ánimo; no aplaca la ira, el odio y el asco. Los magnifica hasta crear una apasionante literatura misántropa.

Y me gusta, ya hay demasiados filántropos en el mundo, hay que equilibrar tanta bondad de mierda.





Iconoclasta
Foto de Iconoclasta

11 de julio de 2017

Jodiendo



¿Y si no hubiera enfermedad, hambre, sed, guerra y crimen?
Tantos seres reproduciéndose sin control...
Los humanos como plaga.
La mediocridad eternizada sin que nada pueda detenerla.
Una blasfemia que me haría vomitar.
El acierto de las religiones no reside en la bondad y el amor predicados.
Reside en el mal, en su continua enumeración de delitos y pecados.
Las religiones piden violencia, dolor, abuso y muerte para poder condenar y castigar.
Porque el premio es post-mortem.
No importa, estoy yo, estamos nosotros para corregir la falsedad, la falacia, la ignominia de una bondad que nace de los cerebros blandos e inefectivos.
Cuando te follo, hay momentos en los que me siento metafísico, estar dentro de ti es el mundo sin errores, sin asco.
Y así, mientras mi falo hace su trabajo en tu boca, en tu coño y en tu piel. Yo sueño que te jodo encima de una montaña de cuerpos moribundos y muertos.
Que mi semen gotea por tus nalgas sobre rostros cadáveres y rostros que agonizan de dolor y miedo.
Que miro el mundo con el ojo ciego y cerrado de mi glande supurando deseo.
Rostros muertos y rostros gimientes.
Si no hubiera enfermedad, hambre, sed, guerra y crimen; la humanidad tiene una esperanza de no convertirse en rumiantes: Tú y Yo.
Yo dentro de ti bombeando en tu coño mi amor y hostilidad innata. Te llamo puta jadeando con baba colgando de mis labios.
Y tú gritándome: "¡Párteme en dos con la polla, hijo de puta, animal!".
Y ellos agitados por el movimiento brutal de nuestra cópula, los muertos y los que han de morir.
Y ante los sanos, los saciados, los bondadosos; dejando caer sobre sus bocas satisfechas mi leche y la baba de tu coño espesa y obscena.
Somos el obsceno reducto de la dignidad humana. Los guardianes de los más primitivos instintos.
Semen, fluidos y jadeos se derraman sobre la faz de la bondad y la maldad.
Sin importar quien vive o muere.
Quien sufra o goce.
Quien llore o ría.
Somos el contrapeso amoral de toda ley o norma.
De toda adocenada bondad farisea.
Benditos los hijos que no nacerán de nosotros.
Yo te jodo sobre muertos y vivos.
Tú gimes y te arqueas sobre pieles frías y enfebrecidas por la muerte que avanza como una sanguijuela ávida.
Derramamos la leche estéril de la ira y la animalidad que nadie quiere.
Solo nos espera la muerte, jodamos.
Jodámoslo todo.




Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.

27 de marzo de 2017

Una feliz coincidencia


Tomo asiento en la terraza del bar, es una tarde templada y tranquila, la gente pasa la tarde del domingo con esa deliciosa depresión que los mantiene moderadamente apagados.
Y de repente, frente a la mesa vecina ocupada por un matrimonio y su hija, se planta una gorda que pasea con su perro y los saluda.
Están tan cerca, que me infecta los oídos su cháchara.
Le preguntan si ha comprado por fin la casa.
Y es lo peor que podía ocurrir.
Me molesta tanto esa mujer asquerosa... Ya lleva media hora rajando sin cesar del precio de los apartamentos y notarios.
¿Es que nunca se va a morir?
Que se muera la puta gorda que no calla.
Me destroza la vida en este instante, la hace fea e inviable.
No cesa de hablar.
Que se muera, que se muera, que se muera.
Y su hijo que vive en Barcelona y que cobra una muy buena nómina, también. Que les reviente a los dos alguna arteria del cerebro o se les parta el corazón en dos. Me da igual, que mueran.
Por favor...
Me ofende su voz y su presencia.
Es como si invadiera mi espacio vital.
Invasora de mierda...
De repente cae un gorrión decapitado en la mesa donde sus conversadores toman sus bebidas.
La niña y su madre gritan por el susto. Y luego se asombran.
- Pobret! -dicen en catalán.
El padre dice que se le ha debido de caer a un águila o un cuervo de las garras. La gorda ha dejado de hablar durante ese instante. El padre toma una servilleta del dispensador, coge al pájaro, lo envuelve y se acerca a una papelera donde lo tira.
Yo pienso en aquel chiste de un hombre que pasea por el campo, ve un pájaro volar y eleva los brazos imitando a un cazador apuntando con la escopeta y grita: ¡Bang! El pájaro cae al suelo y el hombre asombrado se acerca al animal. "Tengo poderes" dice en voz alta. El pájaro se levanta y dice: "¿Poderes? Y una mierda. El susto que me has dado, cabrón."
Mientras tanto la gorda vuelve a hablar de su tema.
Su frecuencia de cerda degollada por el matarife me está volviendo loco. Es como si me frotaran con papel de lija el cerebro.
Mi cabeza va a estallar y meto la mano en el bolsillo del pantalón y cierro el puño en la navaja.
Que se muera, que se muera, que reviente la cerda.
Y de repente, todo pasa, me siento bien.
La gorda se ha desplomado en el suelo como un saco de mierda. Casi aplasta a su propio perro.
Ha quedado panza arriba, con su asquerosa papada ladeada como la bolsa de un pelícano. Sus ojos miran abiertos al cielo, luciendo en las escleróticas grandes derrames que invaden el iris.
De su nariz mana una sangre perezosa.
Como un río tranquilo y sereno.
Por fin...
Se me escapa una risa repentina que intento disimular con una sonora tos. Y para mayor inri, cuando doy un trago de cocacola, se me sale por la nariz.
Soy feliz con ella muerta. No puedo parar de reír...
El mismo que ha tirado el gorrión descabezado a la papelera se arrodilla junto a la gorda.
- ¡Mercé, Mercé! -le dice en voz alta al oído levantando su puta cabeza del suelo. La caída le ha debido hacer un corte por el que sangra, ha ensuciado el suelo.
- Truqueu a una ambulància, si us plau! - el hombre que la auxilia, pide en catalán que alguien avise a una ambulancia.
Yo pienso que está más seca que la mojama, mejor que traigan directamente un coche fúnebre.
A mí no me molesta ese ajetreo, incluso me divierte y distrae. Me enciendo un cigarro y saco mi cuaderno para escribir alguna reflexión jocosa ajeno ya a todo ese jaleo.
Aún así, de vez en cuando, me coloco el teléfono móvil frente a la cara, como si leyera algo, para ocultar otro acceso de risa.
No me planteo la posibilidad de disfrutar de poderes paranormales capaces de hacer mierda cerebros humanos, porque muchísimas veces he deseado la muerte de muchos seres y no ha pasado nada; no han muerto. No me hago ilusiones, ya soy mayor.
Sin embargo me basta para ser feliz con esta grata coincidencia. Me gustaría saber que el hijo de la gorda, el de la buena nómina, también ha muerto con el cerebro hecho mierda en este mismo instante; pero nada es perfecto. Un poco de alegría es mejor que ninguna alegría.
Me apresuro a beberme el refresco y largarme de aquí porque está visto que no voy a poder parar de reír.
Si fuera Supermán, incineraría a la gorda ahora mismo con mi súper visión.
No me imagino con los calzoncillos por fuera del pantalón.
Coño... Otra risa...
Ya de camino a casa, me detengo en el estanco para comprar una caja de puros y celebrar un final de domingo que prometía ser tan igual como todos los pasados.
Le deseo la muerte al estanquero a ver si me sale gratis el tabaco; pero no tengo suerte y tecleo el número secreto de la tarjeta en el terminal.
Da igual, soy feliz y me duelen las mandíbulas de tanto dominar mis ganas de reír a carcajadas.
Qué bueno...
Me enciendo un puro en el salón de casa con una buena y cómoda sonrisa.



Iconoclasta

17 de agosto de 2016

Una imagen divina


Incluso le da cierto asco la puta que orina un caño inverosímil de orina contra el pene de un macho de mirada idiota en la película porno; pero su polla no tiene reparo alguno y se mantiene dura y latiendo en su puño.
Eyacula, suelta su carga de semen y deja que le resbale por el vientre, por las ingles y gotee lentamente enfriándose en la sábana.
Se enciende un cigarro, su pene late perezosamente con los últimos ecos del orgasmo; pero no hace caso.
Es salvaje e inmoralmente libre. Inmoral para el punto de vista de la chusma, el no cree en leyes o pautas morales, hace lo que debe sin tener en cuenta a nada ni nadie.
Le apetece un café; pero no quiere preparar una cafetera. Su vientre aún está húmedo de semen, no se limpia. Es suyo, no hay nada de él por lo que sienta asco.
En el café se sienta en la mesa más apartada y escribe cosas en un cuaderno que ofenden al mundo entero.
Y está bien, le viene a la cabeza esa cobardía tan generacionalmente insertada en los cerebros idiotas: "Un día puedes necesitar a alguien, sé cuidadoso". Hace tiempo que se limpió el semen de una paja con aquel consejo. Porque es mejor morir que necesitar a nadie.
Y concluye que muchos están respirando un aire que no debieran, por lo tanto.
Así que escribe y ofende. Así que escribe y se caga en dioses y leyes.
Observa que es el único que está solo en el local, en las mesas charlan, hay un barullo caótico que lo aísla aún más de todos.
Alguien le saluda y le habla del tiempo, el responde con una sonrisa, pero su pensamiento es un nudo de cólera: "Ojalá te parta un rayo, cabrón ".
El hombre le da una palmada amistosa en el hombro, él se caga en "su puta madre"; pero le sonríe y le dice: "Hasta luego".
Observa con desagrado a las pocas parejas que ocupan mesas. Su tiempo de errores ya pasó, ya no necesita ni quiere a alguien a su lado. El tiempo lo ha curado de cobardía, si alguna vez la tuvo.
Una vez la masturbó, le metió los dedos en el coño mientras ella conducía el coche, hizo que se corriera y sus dedos se crisparan al volante; luego no quiso que se la chupara: sentía asco por la zorra. Solo pretendía hacer su toma de posesión: él hace lo que quiere con quien quiere.
Y la vida se torna tristemente predecible, más de lo mismo cada día.
Escribe en el cuaderno que follar ya no es la cuestión: se trata de hacer lo que quieras con alguien. Usar personas...
Y eso ofende la moral y las ideas del amor y el respeto.
La familia es un asco y hace de la libertad un excremento cuya montaña gana altura con los años.
Son cosas que no se dicen, solo se escriben en la intimidad que proporciona la chusma parlante y gritona.
Sale a la calle y llueve, los hay que corren, los hay que ríen por lo divertido de mojarse por un repentino chaparrón.
Él usa el agua de lluvia para refrigerar su cerebro demasiado recalentado, demasiado potente para tanta banalidad.
Llega de nuevo a casa, se sienta en el sillón frente a la televisión apagada, se observa reflejado en la pantalla: y le gusta lo que ve.
Hubo un tiempo que no había intimidad para observarse, para oírse a sí mismo.
Ya todo está bien, vivir más sería estropearlo todo, acabar con indignidad.
El filo de la navaja se hunde en la carne de su muñeca con sorprendente facilidad, pero se le escapa de las manos por el trallazo de dolor cuando los tendones se seccionan.
El cigarrillo está sucio de sangre y crepita al aspirar.
El gato se acerca a él y lame la sangre, se sube a su regazo y se acurruca entre sus piernas. Él apoya su mano ensangrentada y deja que la sangre corra por el pelaje de su único amigo.
Observa la pantalla del televisor con el corazón a punto de fallar por falta de sangre: es tan sórdida la imagen... Casi como lo que él escribe.
Sonríe ensangrentadamente y el gato ronronea tranquilo, ajeno a la muerte que le gotea.
Fin.



Iconoclasta

1 de septiembre de 2015

Un viaje atroz a los límites oscuros


Alguna vez me preguntan qué sueño y digo  que no me acuerdo, porque no tengo que decir la verdad a nadie. Solo digo lo que quiero y lo que necesitan saber de mí.
Cuido de la salud  mental de la gente con mis mentiras piadosas.
Sin embargo, hoy hay entrada gratuita a un viaje atroz. Espero que a nadie guste, espero que alguien sienta que el vómito está más cerca que las palabra que lee.
Que las mentiras sean indescriptiblemente reales. Si estáis vivos, tenéis edad suficiente para entrar en la feria de la humana podredumbre. Ya sois mayorcitos.
Sin piedad.

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A veces piso una piedra y me duele el cerebro; pero el pie se ríe y pisa otra piedra de nuevo para que duela dos veces. En los mundos de la atrocidad los dolores se curan con otro dolor. Y cuando parece que no puede doler más, apareces en otro lugar para que te arrepientas de haber conjeturado nada. Si piensas que algo es malo, te equivocas, lo que está por venir es siempre peor.
No importa mucho lo que ha dolido,  porque saco mi billetera  y no hago caso a la piedra profundamente clavada en la planta del pie, sangrando. Una consecuencia extrañamente lógica en este lugar. Lo racional es absurdo.
La puta me ha pedido demasiado dinero por roerme el glande, así que enrollo dos billetes de cincuenta euros y se los meto en la nariz. Está graciosa, pero lloro de miedo ante el dolor que podría sentir cuando aferra mi pene con el gesto indiferente y trocitos de carne en descomposición entre los dientes.
Lo más preocupante es que no duele. Así que mientras me destroza el pijo, me saco la piedra clavada en el pie.
Se la hago comer rompiéndole los dientes porque soy una cosa mala entre cosas malas. Sangra, ríe y aborta una rata que cae desde un cielo de nubes grises como el plomo dejando una rosada y ensangrentada estela de cordón umbilical. La placenta se estampa contra el suelo con un ruido gelatinoso y la rata-feto se retuerce en ella con sus viejos y amarillentos incisivos devorándose a sí misma, con el espinazo partido. Está furiosa, me duelen sus chillidos.
Piso la placenta, la rata y el cordón umbilical y lo meto todo en la boca de la puta muerta. Y pienso que habiendo pagado, tengo derecho a usarla como me plazca, la vida no es una opción, porque de hecho, la vida busca a la muerte y lo grotesco devora la belleza. Son leyes de este mundo al que me someto, solo puedo ser consecuente en él.
Y por mucho que mates, los muertos no callan. No aquí. Hijos de la gran puta...
Habla sin que le importe estar asfixiada por el feto de su rata-hija. Me dice que eso no se le hace a una madre. Y mi padre está tras ella bombeando en sus nalgas. Ella no hace caso a lo que le meten por detrás, vomita toda esa carne repugnante y me dice muy seria con el dedo: "Eso no se hace".
Las paredes son muros palpitantes de carne cruda surcada de venas violáceas y finas.
Se lleva las manos atrás y separa sus nalgas: "Mas adentro, más fuerte", le grita a papá con la cola de la rata asomando por la boca.
Y yo tomo mi mutilado pene y lo sacudo con la mano para potenciar la erección que me provocan papá y mamá obscenos.
No me gusta...
El mundo está radiante, el sol da una luz nítida sin un ápice de polvo en el aire. El mundo es aterradoramente cercano. Todo tiene un detalle del que es imposible  evadirse.
Una veintena de pequeñas mariposas blancas forman un gracioso y errático enjambre cuando se elevan en el aire como una lluvia de confeti sin gravedad. Han estado poniendo huevos y comiendo sobre  un excremento en el camino. Sus patas tan pequeñas y sin embargo tan visibles con esta luz, están sucias de mierda. Pienso en la miseria que puede esconder la belleza y me pregunto porque no puede ser simplemente bella la belleza, sin ser corrupta; pero está bien, me gusta que la belleza se ensucie con mierda.
Vanidad con asco se paga.
La tierra gira y de vez en cuando abre sus fauces para comerse los bebés que la habitan y los que la habitarán. Los bebés tienen derecho a morir dice la tierra y yo digo que me da igual, que haga  lo que quiera.
Eructa de golpe miles de piernecitas y cabecitas y aunque no quiero, me río con la tierra. Este lugar no es malo, es solo aterrador y ríes por cualquier cosa.
El árbol en su gigantesco tronco milenario luce un tumor de carne cubierto por un vello verde. Es obsceno y un viejo amigo con los pantalones y los calzoncillos en los pies, mantiene entre sus manos los testículos. Parece que tiene tres; pero uno de ellos es deformidad o cáncer. Y llora diciéndome lo repugnante que es tener "esta mierda en los cojones", todas las mujeres sienten asco  hacia esa excrecencia que está recubierta de corteza de árbol. Intenta retorcerlo para arrancárselo, pero le duele hasta poner los ojos en blanco.
Me pregunto si engendrará tumores en el útero de su mujer, si pueden nacer tumores con brazos y piernas.
Si sería delito acuchillarlos cuando nacen.
Su hijo llega para tomarlo de la mano, la mitad de su cara es un trozo de neumático desgastado y me guiña el ojo mientras arrastra a su padre hacia un aserradero. Es un hijo de la pena y no veo que sea conveniente que alguien así viva.
"Vamos a cortar esa mierda, papi. Ya verás como a mamá le gustará, no llores papi".
"¿Te acuerdas cuando me arrancaste la cara, papi? Ahora es mi turno".
No debía ser una buena persona mi amigo. Yo tampoco lo soy, pero no importa si estás aquí, estás condenado aunque seas el puto Confucio.
Yo quiero irme de aquí ya...
El coño de mi esposa huele caliente, huele a enfermedad, no me apetece meter la lengua ahí y al cabo de un rato, no me gusta penetrarla.
Hay un crédulo que le acaricia los pezones para darle el consuelo que yo le niego. Dice que soy la voluntad torcida de dios y que mi tatuaje no es legal; le respondo que soy una aleatoria y determinada sucesión de incomprensiones. Él le pellizca un pezón y ella escupe carne cruda de placer. Le reviento su crédula cabeza con un martillo porque ese crédulo tal vez sea parte de la rata que ha vomitado una madre puta y que posiblemente sea la mía. Los ojos salen de sus cuencas colgando de unos gruesos nervios con tanta dulzura que me siento emocionado... Lloro un pequeño erizo como una legaña que me hace sangrar y doy una mamada con asco a los pezones de mi mujer que ahora nadie consuela. Y el semen me brota solo, sin placer, regando su hombro y su brazo.
El filo de una hoja de afeitar presiona en el meato de mi glande, tiembla de impaciencia por abrirse paso y juro que no voy a gritar; pero el bebé se arranca los ojos en su cuna porque ve algo que no le gusta. Y mi polla no duele pero está partida en dos como la lengua de una serpiente. El bebé ha muerto en su cuna de color rojo burdel y la tierra abre sus fauces y se lo traga partiéndolo en dos, primero se come las piernas y el vientre y luego el resto con especial énfasis en aplastar su elástico cráneo.
La sangre baja por mis muslos desde mi pene ahora bífido y pienso en que extraña sensación es la menstruación. Es como no acabar de morir nunca...
No duele y el miedo me pudre las uñas que se caen solas como hojas secas.
Camino y en lugar de pisar la piedra, meto el pie en la madriguera de un conejo y aplasto sus conejitos aún sin pelo. Me disculpo con la coneja madre, y le digo lo que la tierra me dijo a mí: "Los gazapos también tienen derecho a morir ", mientras siento los huesecillos clavarse en mi piel y no puedo evitar vomitar.
La coneja saca de la madriguera una pistola grande como dios, de la marca ACME y se dispara en la cabeza con tristeza.
El mundo vuelve a la oscuridad y los muros de carne delimitan la cama donde una vieja con tetas enormes y obscenamente adolescentes, vierte vodka en su ombligo y da palmadas castigando un clítoris largo como el pene de un bebé. No siente nada y llora con un berrido animal, cada palmada es más fuerte y temo que empiece a sangrar. No quiero verlo.
El aire huele a locura, a la descomposición de los cerebros.
Los hijos están en un lado de la cama adorando su vieja madre. Posan las manitas en su vagina y acarician ese clítoris enorme  diciendo: "Te queremos, mami" y gimen de placer a coro. Gimen los placeres que la madre ahoga en licor, jadeando con sus boquitas inocentes y las lenguas obscenas e indecentemente grandes entre sus pequeños dientes de leche.
Soy joven y le dicen a mi padre que soy demasiado niño para algo que no entiendo; no presto demasiada atención porque mi madre me grita, me ordena que salga de su agujero. Ha abierto las piernas y con las manos agranda la vagina para que me caiga.
"¡Este es mi agujero, sal de ahí, hijo puta!" "¡Sal de mi puta raja, quiero que tu padre me la meta. Las madres estamos calientes. No querrás ahogarte con la leche de tu padre ¿verdad? Sal, asqueroso, sal de mi raja...!"
Lloro por las madres calientes hundiendo el rostro en las trémulas paredes del útero y quiero pisar una piedra que duela en el pie, como debe ser.
Pero las piedras a veces se meten en los huesos y convierten el tuétano en una matriz que gesta más piedras que te deforman y te convierten en cosa vomitiva.
Y a la incomprensión se suma el miedo al ridículo. 
Del cielo oscuro llueven palabras que arden en la piel y en los ojos. Me pongo las gafas para que los lentes se rompan y me corten las córneas. Es mejor no mirar.
El cerebro tiene miedo a perderse a sí mismo, así que siento ganas de mear y meo.
Y fumo.
Mientras el vaso de café da vueltas en el microondas, intento olvidar tantas imágenes atroces. Y piso con fuerza el suelo para convencerme que no hay piedras y que no hay carne ni sangre que pueda devolverme a lo sórdido de mí mismo.
Es un buen día para escribir atroces indecencias.
Y las escribo.



Iconoclasta

7 de julio de 2015

Hay ratas que sí


Aún se despierta acostado de lado en el extremo del colchón, en el borde mismo. Debe evitar el contacto con el sucio pelaje de la rata.
Cuatro años durmiendo con una rata al lado, crean un hábito difícil de erradicar.
Cuando adquiere conciencia, se da cuenta que no hay rata. Huele las sábanas: no hay el hedor de la rata impregnada por la suciedad de otros ratos. Entonces extiende los brazos en cruz y separa cuanto puede las piernas. Se esfuma la repugnancia inicial que le acompaña aún algunas mañanas y noches.
Observa por la ventana del comedor: ya no hay un precioso y majestuoso volcán; pero se compensa con un aire más limpio que huele a clorofila y lavanda. No hay cenizas que lo hacen toser y enturbian la luz.
Se ducha  y tiende a emplear demasiado tiempo para limpiarse el hedor de la rata que parasitaba su cama. Y se relaja, deja que simplemente el agua caiga templada por su cuerpo, sin frotar fuertemente. No es necesario.
Es sábado, ya no siente la profunda decepción y temor a tener que soportar la hedionda rata durante horas sin consuelo. Ya no tiene que aspirar el acre olor de la rata sucia y la mezcla almizclada de hedores de otros ratos. Sus chillidos histéricos provocados por los amarillentos y viejos incisivos que se le clavaban en el cerebro provocándole paranoias y calenturas que solo calmaba con vodka, cerveza y alimentos de mala calidad en sucias cloacas.
Dicen que las ratas son astutas; pero siente un escalofrío y el olfato se le llena de aquel repugnante olor a miseria y mezcla de orina y otras cosas innombrables. No, la rata no era astuta; solo repugnante. Solo evocaba asco.
No astucia, no inteligencia, no simpatía. Asco, asco y asco...
En sus patas anidaba la miseria como un hongo que impregnaba todo por donde pasaba.
Llega por fin al banco de madera y toma asiento con un suspiro, la caminata ha sido larga, como siempre. Es fácil caminar largas distancias en esa catedral de vida que son las altas montañas.
Saca de la mochila una bolsa de plástico, la rasga y la extiende frente a sus pies, hay restos de embutidos y frutos secos.
El río hace cantar a las piedras con una suave y apacible melodía.
Como siempre, aparece entre las hierbas de la orilla. Se acerca hasta la comida, se sienta sobre sus cuartos traseros y se limpia las patas delanteras como si fuera un saludo.
Él sonríe ante esa ternura y gracia. La menuda rata de negro pelaje brillante y húmedo come tranquilamente sin prisas, sin temor. Una avellana la toma entre las dos patas delanteras para poderla roer y comer. Mira al hombre aún con curiosidad mientras mastica.
Cuando acaba el festín, se sienta de nuevo sobre sus cuartos traseros, se limpia las patas en un adiós (eso quiere creer él) y desaparece de nuevo entre la hierba hacia el río.
-Son muy listos estos animales -le dice un excursionista habitual de aquellos parajes que ha estado viendo la escena.
-Sí, ésta sí -responde evocando el olor repugnante de la rata de aquel volcán.
-Y pensar que hay gente que las mataría...
-Hay ratas malas, repugnantes y sucias. Las ciudades esconden demasiada miseria, y hacen miseria de los seres humanos y todos los animales. Hay ratas que sí deben ser exterminadas. Y personas -responde con un deje melancólico, como si se encontrara lejos de algún lugar.
A veces es duro y demasiado directo; pero es mejor que ser hipócrita, no se arrepiente de haber contestado así.
El excursionista sonríe pensando que se le ha complicado un poco la conversación.
-Bueno, éste es un buen lugar, no hay ratas de esas -responde tras unos segundos de reflexión.
-Así es, jefe. Buenas tardes -le responde levantándose del banco y colgándose la mochila de un hombro.
-Buenas tardes. Salude a su amiga de mi parte la próxima vez.
Y sonríen, es un buen lugar para hacerlo.
Un buen momento.
Está bien no sentir asco, está bien conversar banalidades con simpatía.
Ríe durante un buen trecho del camino de vuelta a casa sin ser consciente.
Poco a poco recuperará el centro de la cama para dormir.
Una rata hace olvidar otra rata.
Dicen que los clavos hacen lo mismo, solo que siempre se queda un clavo.
La rata se va y deja una sonrisa. Ésta sí.
Y está bien otra vez.
Hace tiempo que todo está bien.




Iconoclasta

20 de julio de 2014

Se vende hombre insensible


Se vende hombre insensible, a prueba de toda clase de situaciones, absolutamente indiferente a la vida de los demás y a la muerte propia.
Come lo justo y necesario para sus gustos y caprichos (es económicamente suficiente), manteniendo una razonable higiene en la cocina. Es ideal como decoración.
Por simple filantropía y generosidad, se comerá el coño de su dueña si así lo quiere ella. Eyaculará silencioso sobre la piel por la que siente indiferencia, convirtiendo el acto sexual en algo sórdido, como en las mejores películas de corte hiperrealista e intimista.
No levantará falsas ilusiones ni mentirá, porque no es necesario, porque no le importa si algo duele, incomoda, humilla o molesta. O todo junto.
El objeto de compra se compromete a mantenerse vivo por un periodo no inferior a 15 (quince) años, al cabo de los cuales, me reservo el derecho al suicidio o a avivar y promover un cáncer de pulmón. El objeto de compra es fumador y bajo ninguna circunstancia dejará de fumar cuando y donde le apetezca.
Ejerceré como elemento de seguridad en el hogar y esporádicamente puedo realizar pequeñas y superfluas tareas domésticas.
Donde realmente se encuentra mi utilidad, es en la decadencia de mi pensamiento misantrópico, y el total descontento de mí hacia el mundo e incluso hacia mí mismo.
No existe nadie tan vacío ni frío como yo. Nadie tan fuera de lugar en el mundo.
Mi función, es pues, catártica para mi dueña.
Aquella mujer que me compre, al observarme, se dará cuenta de la verdadera desolación de un ser, presumiblemente humano. Se sentirá, así, dichosa todos los días de no tener nada en común con la propiedad adquirida.
Bendecirá su buena estrella cuando cierre la puerta tras de sí dejando toda esa miseria que soy yo, encerrada en la casa.
Podrá ver cada día como me aboco cada día hacia la muerte entre altibajos emocionales propios de un desequilibrado mental. Y lo más importante, lo podrá compartir en el muro de su red social y con sus amistades.
Seré la más exóticas de las mascotas.
Puedo resultar todo lo patético que pueda proponerme, y si es el deseo de mi dueña, en una intimidad adecuada, me masturbaré con la cabeza cubierta con una bolsa de supermercado, como si me encontrara haciendo mi última voluntad ante mi verdugo.
Incluso puedo hacerme un lazo decorativo en los genitales y fotografiarme si así fuera su deseo y mi humor en ese momento para acceder a ello.
En definitiva, pues, puede sentirse libre de proponerme cualquier aberración sin que ello cause en mí ningún escándalo o escrúpulo. Si ella decidiera asesinar a alguien, yo no pondría objeción alguna.
La compradora se compromete a crear un lugar físico exclusivo para mí y para mi desarrollo como escritor acabado y frustrado, donde pueda mantener en el desorden que yo crea conveniente mis papeles, plumas, libros y ordenador.
En el caso de que la compradora se sintiera triste o decaída por un mal día o unos biorritmos hormonales impredecibles, puede hacer como que no existo, porque de hecho, no vivo, solo estoy. No me preocupa que piense en determinados momentos si soy un hijo de puta o un cerdo sin corazón. Como no me importa la ternura que pudiera inspirar cundo esconda mi rostro tras un libro o una libreta porque a nadie le importa si grito o lloro.
No garantizo ningún tipo de conversación gratuita o amable, no es mi función ser dama de compañía, sino todo lo contrario.
La razón de venderme, es que soy el hombre más solo del universo; pero por esta misantropía con la que fui parido, es mi voluntad, mi capricho y mi orgullo mostrarme ante los otros seres vivos como lo que soy, para que en algún momento pueda causar molestia o incomodidad con mi propia existencia. De la misma forma que dicen que Jesucristo nació para redimir a los hombres, yo he sido gestado y expulsado al mundo para que se sepa que la vida es una mierda y que al menos un humano ha nacido en un lugar que no debía en un tiempo que no es suyo. Y que ningún lugar o tiempo, podrían consolarlo de su propia existencia, en tanto haya un ser humano respirando a menos de 10 kilómetros (diez) a la redonda.
Soy una permanente performance, es el concepto que podría definirme.
Salvo que las performance duran poco tiempo, por lo cual, mi compradora, deberá demostrar una madurez mental perfecta para que pueda mantener un nivel de cordura aceptable y no someterse al desgaste que provoca mi presencia entre los seres humanos.
Si escupo o meo sangre, la compradora, podrá exigir mi examen médico, para preservar su propiedad, solo por los primeros 15 (quince) primeros años antes mentados. Me someteré a las curas necesarias para mantenerme vivo durante ese tiempo.
El precio se acordará en la absoluta intimidad, para que ningún estamento público pueda exigir impuestos por la transacción.







Iconoclasta

24 de abril de 2013

Luna asquerosa




Luna de mierda,
al observarte siento asco.
Siento odio por mis vergüenzas,
por mis penas obscenamente expuestas.
A tu luz, a tu puta luz
a tu podrida luz
a tu alabada luz.
La noche debería ser oscura
como las mentes sin cerebros,
agujeros negros que trabajan
y matan bajo la luz del cabrón rey,
del Luminoso.
Ramera barata chuleada por el Sol…
No eres un astro
ni una compañera de la Tierra,
eres un buitre que otea miseria en lo oscuro,
una lechuza deforme.
Tengo un misil que borraría la vida humana,
en segundos haría mierda la carne
y las casas.
Apunta a tu faz lechosa y pringosa;
para que mueran todos lentamente
en la ya eterna oscuridad de las noches,
abrazados a su cobardía.
Ojalá estalles y dejes de iluminar
la tierra en las noches
el planeta y sus reproches.
A los miserables y sus penetraciones…
Eres el consuelo de los cobardes,
la fantasía de los simples,
la molestia en mis retinas.
No más cochina luz,
no es bueno alumbrar lo que somos.
Revienta puta luna.
Que los locos se queden sin tu lunática visión
y que el mar muera,
y con él los animales todos
y los hombres todos.
Apágate puta del astro rey, estalla;
no lo hagas más, no luzcas.
No eres tan bella como dicen
eres un tumor en el cosmos
luces porque estás infectada,
de nosotros, de humanidad.
 No me entiendes, porque eres idiota
 como el dios que te parió.
Cuando al final
por fin el sol se oculta,
apareces tú, guarra entre las guarras.
Cerda blanca…
Y me expones de nuevo a la luz
junto con todos ellos.
¿Quieres ver la cópula de los mediocres
en sus cuartos con luces apagadas?
¿Te gusta eso, aborto de lechuza?
Eres un ojo enfermizo.
Yo que no los quería ver por unas horas,
yo que espero la noche para no saber…
Odio la luz.
Y la tuya es tan falsa como mediocre.
Revienta, luna mierdosa
y da oscuridad con tu muerte
a la noche de una puta vez.
Para siempre si puediera ser.
Quiero descansar de tanta luz
y tanta vida.
Me dueles en los ojos.
Mueves los mares y riges
menstruaciones y partos.
No es necesario que hayan partos
ni mujeres ni hombres,
no alimentes su idiocia.
Mi semen es estela de plata bajo tu luz,
pero no quiero oro ni plata,
solo lo negro.
No quiero ver que viven,
que respiran.
Necesito creer en las noches
que no se hará la luz nunca jamás.
Es mi esperanza lo que rompes.
La sangre roja por el día
tú la haces de color mierda con tu luz,
creas presión con tu gravedad en mi cabeza
y me robas esperanzas oscuras.
Tu luz no es fría,
es traidora y alevosa.
Hipócrita…
Eres solo una puta piedra
iluminada en la esquina de una calle
por un triste neón de night-club.
Y es por ello que luces
anaranjada en algunas ocasiones.
Como si el rubor de tu voyeurismo
te delatara en tu decadencia.







Iconoclasta