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14 de diciembre de 2017

Artificios


Me quito las gafas de sol y el mundo me ofrece sus auténticos colores, los que mis ojos asimilan por si mismos.
Y es mucho más hermoso, con diferencia.
¿Qué explica la necesidad de protegerse con gafas de sol cuando cientos de miles de generaciones no lo hicieron? Porque nosotros somos el resultado de los que jamás las usaron.
El macho no necesitaba gafas de sol, sus ojos eran más fuertes y mejores o el pelo sobre los ojos era su defensa.
El macho no tenía necesidad de protegerse del sol porque su piel era dura, o no se afeitaba y la barba le protegía del sol y del frío.
La función de la hembra era parir y criar. No era apta para la caza, su masa muscular no era tan grande como la del macho. Por otra parte, si menstruaba podía ser olida por la presa u otro predador más fuerte que los humanos. Su tórax tiene más puntos débiles.
El macho muere antes que la hembra y no es tan eficaz y ágil mentalmente como ella.
Sin sexismo, solo es biología de cuando el ser humano era una bestia más.
No hay comparación alguna con el presente, donde ambos sexos combaten entre sí por formar parte notoria e importante de la sociedad.
Los hombres ahora quieren compartir el descanso de su mujer tras haber parido. Es indigno, es usurpación.
La envidia consigue rasgar las más elementales éticas. Y la pereza, y el miedo, y la avaricia…
Gracias a la artificialidad de la sociedad, las mujeres practican deportes para los cuales no están preparadas y los hombres pueden volver a follar gracias a la química.
Y en general, todos viven demasiado tiempo, el suficiente para despertar el hastío en mi cerebro lento, pesado y hostil.
Quisiera el cerebro de la hembra…
Es razonable que ingenuidad y cobardía se extiendan tan rápidamente entre la maraña del genoma humano.
Las plagas evolucionan con más rapidez que los individuos.
Hay cosas que están bien: hablar con ella, sonreír con ella, crear con ella, estar dentro de ella…
Y lo que está bien no se ha de mentar para que no lo estropee nadie.
No es malo el presente, es artificial.




Iconoclasta

30 de abril de 2016

El piloto y yo


Es fácil saber lo que piensa el piloto: la libertad, la superioridad de tener el mundo bajo sus pies, estar en lo más alto.

Y ser el más rápido.

Y si se da el caso, el más letal.

Sinceramente, me suda la polla todo eso; soy de una sencillez patológica. O tal vez de una vanidad enfermiza. Porque nada ni nadie vale más que yo.

Observo la estela del reactor y pienso en la insignificancia del piloto y su avión. Son unos puntos que apenas se ven. Si muriera, no habría drama, está demasiado lejos, no llega nada de él.

Pienso en ese pobre humano encarcelado en aluminio y vidrio.

Me alegro de que pueda sentir esa sensación de libertad y poder, porque alguna satisfacción ha de haber en alguien que observa el mundo a través de un vidrio, respirando aire artificial y perdiendo los detalles de la vida a velocidades supersónicas.

Me alegro porque esa sería mi desgracia, me pegaría un tiro en la puta cabina.

Porque he visto la primera lagartija de la primavera, la primera mariposa y me he quitado una brizna de polen de la nariz.

Le he escrito un mensaje a mi amor diciéndole que la tengo dura y me duele, me duele, me duele... Y más entre las montañas preñadas de vida y muerte que despiertan en mí al macho en celo que soy.

Y he fumado con el frufrú de las ramas de los árboles y las altas hierbas.

He cerrado los ojos como un animal medio adormilado.

He sudado y bebido agua fresca y he cruzado un pequeño riachuelo mientras el piloto me sobrevolaba.

He observado la estela sin ningún interés.

Luego bajará de su avión y le rodeará asfalto, artificialidad y más esclavitud.

Dicen que hay puntos de vista; pero el del pobre piloto es erróneo, no tiene nada de lo que alegrarse, nada por lo que sentirse hombre.

Porque todo lo que ve, es pequeño y lo pequeño no existe en su vida.

Tal vez tenga una ventaja: que la miseria y la mezquindad también se hacen invisibles allá arriba.

Es un flaco consuelo, pero es eso o el suicidio.

Yo puedo ver hasta la transparencia de una lombriz, la textura aterciopelada de las alas de una mariposa pequeñita que revolotea absolutamente eufórica, bebiéndose la poca vida que tiene.

Observo atentamente sus pezones erizados, duros, tocándose. La amplío en la pantalla del teléfono hasta que no existen montañas ni nada más que ella.

Evoco el tacto de una vagina, mis dedos parecen resbalar y siento  la calidez que fusiona los tejidos durante la penetración.

Follar es comunión y predación, me gusta por ese estadio que me hace descender e inhibe la razón. Me gustan mis gemidos animales cuando follo y mi misión de arrancar los de ella de lo profundo de su coño.

Y me olvido del piloto, de su estela y de lejano rumor que rompe sonido y tiempo.

Yo acaricio el tiempo y el sonido.

Me rozaría contra un árbol hasta fertilizarlo.

Caliente me pone la muy...

Mis pasos parten ramas y espantan a los pequeños animales. Soy un predador en este momento. El piloto es un inocentón orgulloso que no puede imaginar mi grandeza.

No hay ninguna velocidad que supere mi orgullosa erección, hostilidad y libertad.

Si fuera humano, sentiría lástima por el avión y lo que contiene.



Iconoclasta