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6 de febrero de 2018

Frías melancolías


Llega la fría noche y es un privilegio estar con los bancos vacíos en la solitaria calle. No tener a nadie a mi lado, sino dentro de mi pensamiento y ahí, a salvo del frío y soledades tristes.
Le diría en silencio que quisiera ser ese árbol, que no necesito pensar, no necesito moverme. Me conformo con recortarme contra cielos oscuros y claros y que mis ramas secas sean saludo o despedida.
Una cortesía nostálgica no puede hacer daño.
He caminado demasiado y los huesos duelen, aunque aún puedo aguantar más dolor, eso no me preocupa. He pensado demasiado y los sesos se han irritado. He escrito tanto que, mis dedos escriben sin cesar cosas en el aire. Aunque no quiera.
Me preocupan los años perdidos en los que no formé parte de la belleza melancólica de un solitario anochecer de invierno.
Me hace pensar que es tarde, que no soy árbol y que muero en ese mismo instante. Tal vez porque siento el dolor de los dedos fríos, como las ramas desnudas del árbol parecen crisparse ante el mordiente aire.
Está bien, he vivido suficiente y he hecho lo que debía. Y así, cualquier momento es bueno para morir.
Pero a ella no le digo esto último, es demasiado triste; por bello que sea.
La beso en mi pensamiento y hace un mohín de cariño que acaricia mi corazón. Y conjuro así con ella, la tristeza vital de la certeza profunda.
Evoco el himno del silencio y bailamos juntos bajo este cielo y en esta soledad, al son de una trompeta muda y fría.




Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

La culpa es de tus manos.
Lo sé cuando sales fuera de tu cuerpo,
y coincides conmigo yo estando en otro cuerpo
con otro nombre,
mientras derramas el milagro de las uvas por la lencería,
y te desnudas pensándote árbol
con tus raíces tan adentro de lo indecible.
Lo sé por ese gesto gracioso que haces
cuando sigues la marcha de la lluvia
que no conoce otro camino
para así no saber otra cosa que caer.
Un abrazo forte, Iconoclasta

Iconoclasta dijo...

Anónimo deseo...
Las manos solo obedecen a la que está dentro de mí, La que recibe con obscena ternura las raíces desesperadas.
Lo sé por tus labios carnosos que danzan en mi piel, en mi pensamiento en mis huesos y en un glande colapsado.
Un abrazo desesperado, desesperante anónima. Forte y bermejo.