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28 de enero de 2016

Acoso y derribo


Esas vibraciones de amor que solapas entre las frecuencias de tus cuerdas vocales me impactan con dureza en el ánimo.
En la polla. No puedo con más sutilezas sociales, tú ya me entiendes.
Estoy cansado de dulzuras y ternuras.
Mi pene no es suave, no es hermoso. Es un tronco venoso e impúdico.
Soy el acoso a tu piel y a tus labios, a los cuatro...
No hay parangón en la naturaleza o el arte con mi elaborada obscenidad.
Espoleas mi instinto de caza. Me haces predador en un mundo de civilizadas mentiras, de elaborados rituales donde hombres y mujeres visten ropajes de llamativos colores, con vistosos accesorios, con teléfonos que se meten entre las piernas, en sus coños y anos.
Mi sonrisa esconde el deseo obsceno y fiero de tu carne, la absoluta posesión de tu alma.
Sin importar el decorado, te follaría en el más sórdido rincón del mundo.
Entre cadáveres. En un matadero entre despojos viscosos, resbaladizos...
Me la pones dura y pierdo el control, cualquier asomo de humanidad.
¿Cómo te lo diría? Tu coño es mío.
Eres la más fascinante presa.
Te deseo, te ambiciono íntegra y completa, quiero ser tu pensamiento y una carne clavada en ti.
No puedo perder más tiempo evitando desgarrarte la piel con caricias preñadas de voracidad. Necesito el derribo, que cedas a mi animalidad.
¿Acaso no ves esta erección? ¡Me duele!
¿Crees que esos labios en movimiento, sonriendo, besándome bastan para rendirme? Soy un animal que orina en alto, tu belleza exalta mis instintos más básicos.
Y la víctima soy yo, no me engaño.
Un cruel enamorado, tu furtivo predador. Sin opción, no puedo elegir.
Eres mi desquiciado deseo.
Soy la torva mirada clavada entre tus muslos, acechando sediento y hambriento el momento en el que cedas y tus piernas se separen rendidas a mi fiera ansia, mi desbocada voracidad.
Mi goteante y lácteo deseo.
Una bestia encelada que se frota salvaje contra las ásperas  cortezas de los árboles. Castigándome, intentado evitar llevarte a un lugar donde no hay humanos, agotando un último acto de racionalidad.
Donde las bestias sangran de pasión al follar...
Sangro por ti, me mutilo por ti.
Te derribaré, está próximo el momento.
Soy un hombre que desea ser tu pensamiento, penetrar en ti, en toda tú.
Arrancarte del mundo y llevarte al mío.
Me despojas de escrúpulos, me haces bestia, maravillosamente animal.
Lo sabes, cielo. Te gusta ver mi desesperación, disfrutas con ello, mi hermosa hembra de miradas indecentes.
El acoso es un hecho, llega el derribo, mi amor.
Y el derribo, cuando te llene y te invada, avergonzará al mundo entero.
Pero... el derribo es tuyo ¿verdad? Lo has logrado, has conseguido lanzarme a las profundidades, arrancarme todo rastro de sucia y mediocre humanidad.
Eres hermosa en tu soberbia.


Iconoclasta

25 de enero de 2016

Mis repugnantes suegros


Hola suegros de mierda.
Teníais razón: vuestra hija es inteligente, hacendosa, piensa en vosotros, es limpia y cocina bien.
Pero lo que no me habíais dicho de ese ángel, es lo bien que folla.
Tanto molestarme, tanto aburrirme con vuestras loas diciendo que vuestra hembra era un ser excepcional y angelical que yo no merecía. Y resulta que follando supera a todas las putas que he comprado a lo largo de mi vida.
Os felicito por tal hija, mis tarados suegros.
Que sepáis que se la he metido a vuestra hija hasta que ha gritado como un animal herido.
Y no es mala persona por ello, entendedme, pero me gusta más cuando me come el rabo que cuando limpia. Es que me contasteis todo lo bueno de ella, menos la forma en que la chupa.
Estoy de acuerdo, es un ángel con los pezones salpicados de mi leche.
Os lo escribo y comunico por certificado para que sepáis lo bien que me cabalga, los gemidos tan desgarradores que lanza, su forma de frotarse el clítoris en un orgasmo. Es que era tan santa según vuestra enfermiza y pequeña mente, que ya pensaba que me iba a follar al Mesías con tetas.
Estoy pensando en comprarle una corona de espinas, para follármela mientras sangra, hijoputas.
La de veces que he tenido que soportar vuestra cháchara, vuestra devoción por esa hija, viejos de mierda.
De mesías nada, hijos de puta, papás políticos de mierda. Es una zorra en toda regla.
Os adjunto la foto de la boca de vuestra hija rebosando mi semen. Es magnífica.
Esperemos que también sea una buena hembra paridera que solo transmita vuestro santos genes mierdosos y no los míos, que no se los merece, mis puercos suegros.
Su ano sangraba; pero no dejaba de pedir más. Tiene un buen músculo, he  tenido que esmerarme para poder metérsela en ese agujero estrecho.
Y ahora en serio: todos vosotros, familia de tarados, no sois unos santos porque de lo contrario, ahora tendría mi pene bendecido con un halo brillante, porque los padres santos tienen hijas santas que no dejan mi glande sucio de excremento tras darles por culo.
Vuestra hija no es santa, es un tía que traga todo lo que le clavo y que me clava las uñas en la espalda desgarrándome la piel para que le meta hasta los cojones mismos.
Me merece, podéis estar contentos, porque la hago feliz como no lo ha sido con nadie: grita como un cerdo cuando se corre.
La habéis adorado y la queréis tan psicóticamente que a veces he tenido que vomitar al salir de vuestra casa de mierda. La habéis convertido en modelo a adorar y yo le he regado sus enormes tetas con mi leche caliente, cosa que ella ha agradecido lamiendo sus pezones empapados y relamiendo mi glande aún convulso por la eyaculación.
En definitiva, he perfeccionado a vuestra hija, subnormales.
Es buena persona, pero en modo alguno es la santa que me vendisteis durante años de noviazgo. No hay milagros y no transforma las cosas sórdidas en golosinas y flores. Tampoco vuelan a su alrededor decenas de pajarillos cuando camina.
Y para no merecerme semejante ejemplo de integridad, laboriosidad y bondad, también os envío un audio de sus gemidos: "métemela más adentro, más fuerte, hijo de puta", aunque no lo creáis es su voz.
En una próxima entrega, os enviaré una foto de su santa vagina para que veáis que por ese coño dilatado, pueden salir dos niños de golpe cuando cansado de follármela, la use para que tenga hijos.
Espero que ahora conozcáis bien a vuestra hija; pero sobre todo, que me conozcáis bien a mí, tarados santurrones.
Ahora me la voy a tirar mientras friega los platos en la pica. ¿Os gusta la idea?
El fin de semana que viene, iremos a cenar a vuestra casa, avisadme si queréis que os haga una demostración de como me la come ¿eh?
Nos vemos, idiotas.
Con asco:
Vuestro yerno, siempre inferior al valor de vuestra hija; pero no os lo creáis.



Iconoclasta

23 de enero de 2016

Al cerrar la pluma


Al cerrar la pluma, al cerrar el cuaderno, se acabó lo bueno, lo intenso. Vuelvo a lo que no es mío, a la realidad que no pedí, que con asfixias soporto.
¿Y si los escritores somos seres malditos condenados a expresar aquellas emociones que siendo absurdas, gozamos y padecemos?
¿Soy un cerebro en coma?
Escribimos de la magia que no existe; pero necesitamos crearla. Escribimos de amores legendarios, de héroes, de dolores y horrores inconcebibles y naves espaciales. Sabemos que nada de ello existe.
Miro mis manos con la triste certeza de que al cerrar la pluma y el cuaderno, te quedarás solo con la realidad.
Es normal suicidarse en un lugar en el que no hay absolutamente nada que ilusione al despertar.
Es lógico no saber en que momento has llegado al paso de las vías del tren para cruzarlas e ir a ninguna parte en concreto. Hay gente esperando también a que las barreras se alcen, no desentono.
Soy del mismo color apagado que ellos, no me engaño. Soy de una vulgaridad que espanta.
Es angustioso escuchar el tren y que los pensamientos funestos se agolpen nerviosos en los dedos de los pies que parecen telegrafiar mensajes de urgencia-stop-stop-stop-quiero salir de aquí-stop-stop-stop...
El tren se acerca veloz con el escándalo de la sonajería eléctrica de aviso de peligro.
Mantenerse tras las barreras... Como si pudieran evitar algo.
Me aferro a la pluma y deslizo el capuchón dejando el afilado plumín relucir con destellos de oro y negra tinta. E imagino que un tren parará ante mí y el maquinista me llamará por mi nombre:
— ¡Pablo López! Suba, por favor, vamos destino a algún sitio que nadie conoce. Probablemente es peligroso; pero lo peligroso no es doloroso por definición. Y por otra parte, el peligro nos distrae del dolor. Va a morir de todas formas, todos los que vamos en este tren, vamos a morir en poco tiempo. Incluso los hay ya muertos, aunque así no lo crea cuando cierra la pluma. A pesar de su tristeza hay secretos, créame.
El maquinista soy yo, que se aguanta firme sobre dos piernas sólidas, indoloras. Se nota en su gesto sereno, en su gesto amable. Y aún así, somos absolutamente distintos. Imposible reconocerme en mi propio rostro. No sabía que en otro mundo pudiera ser interesante.
Siento la vibración de las lejanas ruedas-guillotina de un tren que sería incapaz de evitar a tiempo, embestir a su propio creador si se pusiera delante.
Y Dios mata a Dios.
— ¿Me da un minuto para acabar el cigarrillo? Y quisiera ver el tren que se acerca, me gusta el temblor de la tierra, la invisibilidad fantasmagórica de los pasajeros a través de las ventanillas, el rugido infernal de sus ruedas que enmudece al mundo y me deja solo con mi terror ante su desmesurada y metálica inhumanidad; que sin embargo aloja vida y ojos que observan el paisaje como si fueran raptados de un lugar que añoran sin ninguna razón. Es usted un buen tipo, maquinista. Mantendré la pluma abierta hasta que pase.
—Nadie habla así en ese lado de la vía. Es importante por ello que cruce aquí. Suba al tren en cuanto acabe sus asuntos. Tenemos una tertulia incompleta, hay demasiada formalidad. Necesitamos algo de obscenidad para reír e incluso llorar. ¿Sabe que se permite fumar? Si no quiere, no tiene porque ser ése su último cigarrillo.
—Por cierto, hay mujeres hermosas —eleva la visera de la gorra haciendo un guiño.
Me callo que yo no lo soy, hermoso, para que no se sienta mal. Cuando te dicen algo con buena intención, es mezquino pagar con desánimo. Hay seres que merecen creer que hacen sentirnos bien.
Observo la pluma entre mis dedos, la hago girar sintiendo la cada vez más intensa vibración, hay un pitido lejano que llega a través de un túnel que se presiente. Siempre hay túneles para los trenes, como si necesitaran de vez en cuando ocultarse de la luz para hacer cosas que nadie pueda ver. Para que aparezcan seres sentados mirando ensimismados por la ventana. Que desparezcan luego en otro túnel, cuando apartamos la vista desorientados y deslumbrados por la luz que inunda repentinamente el vagón.
—Soy maquinista por esa expectación. Llevar un tren, atravesar un túnel y sentir que algo ha cambiado. No le voy a engañar, hace años que no piso una casa, que vivo en el tren recogiendo pasajeros que caminan sobre un mundo quieto, sin movimiento. Sin túneles ni peligros, ni sorpresas.
—Una vez me atropelló un coche —recito con cadencia de pensamiento— y no dolió, no sentí el golpe. Simplemente volé y caí. No hay tiempo material para sentir miedo en ese instante. Solo después, al verme tan roto llegó el miedo con un dolor que me asustaba. Lo bueno del tren es que no permite el dolor que sigue a la embestida. Es absolutamente definitivo cuando te golpea. No habrá más que descanso y dulzura. Los trenes no te empujan, te recogen de las vías y te llevan dulcemente no sé adónde, a no sé cuándo. No necesito aferrarme a la pluma para saber esas cosas.
—Espere a subir en mi tren, no tenga prisa. No le ponga el capuchón a la pluma, tenemos fantasías que discutir, penas que llorar, miedos que narrar, risas para atragantarse. Y mucho tabaco y café. ¿Sabe que hay muertos dispuestos a emocionarse cuando lo vean? Le aseguro que usted se emocionará también.
Le sonrío asintiendo con la cabeza porque llega ya el tren empujando un aire gélido a presión que parece querer arrancarme el abrigo. He de ser preciso.
Me apasiona ver como crece todo ese acero en movimiento en mi campo de visión, es casi apocalíptico. Miro el cielo que está inquietante y absolutamente azul, una enorme serenidad y esperanza inalcanzable. Es la última mirada triste al planeta.
— ¡No se entretenga, salimos en un minuto, en cuanto este tren nos ceda su vía! —me grita para hacerse oír sobre el rugido de la máquina que ya está aquí.
Yo no he gritado, ha gritado un hombre y una mujer. 
—Es una pluma hermosa, Pablo. Vámonos, no la cierre hasta tomar asiento —me da una palmada en la espalda invitándome a subir al tren y me devuelve la pluma que ha tomado para admirar.
Hay un bastón roto al otro lado, el que he dejado atrás. Pienso sonriendo con tristeza en epitafios y en jeroglíficos macabros. Mi corazón late con fuerza y toco mi pecho.
Veo gente gritar y llevarse las manos a la cabeza desde la ventanilla de mi tren, en esa realidad hay una pie entre las piedras de las vías y trozos de carne y ropa ensangrentada a ambos lados de los raíles.
Cierro la pluma y nada cambia. Hay una voz que creí olvidada, dos voces, tres... Los abrazos cálidos que creí que no sentiría jamás.
— ¡Joder, han debido atropellar un gato enorme! —les digo con un mal simulado espanto señalando las vías.
— ¡Qué cabrón! Si casi descarrilas el tren —dice una voz que me hace llorar de alegría.
No quiero nombrarlos, porque no son lo que eran, son la esencia pura que quedaba encerrada entre las hojas del cuaderno.
Hay murmullos de expectación en el vagón cuando el tren entra en un túnel de terciopelo negro. Las luces que se encienden son cálidas e iluminan rostros que están bien, que están donde deben. No sabemos que ocurrirá donde quiera que lleguemos.
Ya no hay pluma ni cuaderno, mis manos están libres.



Iconoclasta
Fotografía de Iconoclasta.

20 de enero de 2016

Moda y aberración


Aberración es un estilo de vida basado en la desgracia de estar lejos de quien amas. Es aberración porque el cuerpo no puede realizar lo que la mente exige.
La aberración distorsiona los brazos, los retuerce en un vacío y la mente cree que todo es posible. Aún cuando los huesos se han roto.
Hasta aquí, la tragedia.
El pene no se rompe; pero hay que cuidar mucho la piel, una fricción tan continuada y desbocada puede llevar a un erisipela del sensible pellejo del bálano.
Lo mismo ocurre con la delicada flora vaginal.
Es todo tan complicado como lógico.
Hoy gracias a la potencia y rapidez de la comunicación, hay aberración exclusivamente. Las modas o estereotipos románticos quedaron atrás, se han sustituido por esos videos virales efímeros y absolutamente banales que iluminan los breves segundos de destellos de sensibilidad que la masa cárnica humana puede lucir.
Solo la ropa marca moda; pero es tan cambiante y tan aburrida, que se convierte en una imposición para esa masa de cerebros ineficaces.
Siempre hay alguien dispuesto a morir por amor; pero nadie muere, al menos ahora. No está de moda.
Porque en  el siglo XVIII, en 1774, Goethe y su "Las desventuras del joven  Werther", pusieron de moda el suicidio (se triplicaron los casos de suicidas) e incluso la forma de vestir del protagonista de esta novela que se enamora de una mujer casada y se relata con las cartas que le dirige a un amigo. A este tiempo, a esta moda, se la conoce como la "fiebre Werther".
Por mimetismo, por identificación, los jóvenes imitaban la forma de sufrir de este personaje que dicen, es casi biográfico. Y alegremente y con jolgorio, se decían: "Vamos a suicidarnos un rato. ¿Te parece?".
Si hubieran tenido yutup en aquel siglo, ahora tendríamos día sí y día también, a tristes emos con una pistola en la sien frente a la webcam del ordenador, llorando negras lágrimas y con música llamativa, filmando videos sensibilísimos; pero cansinos por lo incruentos. Nadie se hubiera suicidado.
Pongamos que un perro salva a otro perro en medio de una autopista en la que mágicamente los coches veloces y feroces, no hacen jugo de perro con sus ruedas.
¿Habrían imitadores y se pondría de moda llenarse la boca de pelos para salvar a un perro en medio de una autopista? Rotundamente no.
Porque el siguiente video mostraría los ostentosos pezones que accidentalmente sobresalen de una blusa de una super-modelo en una pasarela sofisticada de Roma o París.
Y como es sabida la célebre y notoria ineficacia del cerebro humano, el arrastrar perros por una autopista quedará relegado a un bit nulo, perdido en la mente globalizada. Todos y todas (por las lesbianas) correrán a masturbarse frente a los impactantes pezones que se observan asomar en un deplorable video (por la escasa calidad) durante diez minutos en distintas velocidades.
Podría ser que en un tiempo menos hipócrita, también asomara el pene de un modelo; pero ahora no ocurre y si ocurre, me da asco imaginarlo.
Tendré un cerebro privilegiado y potente, y también un poco retrógrado; pero me molan más las vicisitudes del desgraciado y pusilánime Werther de Goethe.
Por otra parte, las modas, me las dicto yo. No soy precisamente un hombre empático con las estupideces, por muy virales que sean.
Si es que la globalizada humanidad me da unos disgustos...
Buen sexo.


Iconoclasta

16 de enero de 2016

Tractatus pettiness

(Tratado de la mezquindad)

Barcelona. Curso Escolar 2318-2319.

En una excavación que se realizaba en el año 2204 para la cimentación del nuevo edificio de Aduanas, se halló una estructura subterránea de hormigón que albergaba los archivos de los viejos juzgados sepultados por el mega terremoto que asoló el litoral catalán en el año 2020 aniquilando al 90 % de la población.
Esta es la transcripción de la declaración judicial (se hallaba en perfecto estado por permanecer cerrada en una caja de acero que fue necesario abrir con láser plasma) del acusado en el juicio por asesinato múltiple, el conocido asesino en serie Descuartizador de MZs. Realizada en los juzgados de lo penal de la Audiencia de Barcelona el 14 marzo del 2016.
Esta declaración era la condición innegociable, junto con la presencia de la prensa, que propuso el asesino por medio de su abogado defensor para reconocer su culpabilidad, evitando así un largo y costoso juicio. Debido a la crisis económica se aceptaron estos términos del convenio entre la fiscalía y la defensa.

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—El acusado puede dar comienzo a su declaración (Su Ilustrísima Señoría, juez Bernardo Casaplanas de Montagut).
—Gracias, Su Señoría (con una sonrisa, y esposado de pies y manos, se pone en pie el acusado: Alejandro Gallar Mesa, de 55 años, alias Descuartizador de MZs, avanzando hacia el estrado).
—No me declaro culpable, sino autor de los asesinatos. Jamás pediría perdón por gozar de un placer justo y merecido. Tan solo quisiera exponer los motivos, las buenas y justas razones que me han llevado a descuartizar a esos cuarenta y tres mezquinos, los MZs.
—La repugnancia, el asco hacia los mezquinos debería ser una condición eximente para liberar al acusado por descuartizar a cualquiera de esos seres y dejar manar sus intestinos llenos de excrementos en una vía pública. Yo no debería estar aquí, sino Su Señoría, por las razones que ahora mismo voy a exponer.
(Su Ilustrísima se remueve incómodo en su asiento y los periodistas ríen).
—Hay conceptos que jamás deberían confundirse:
1. La ética, que es la justicia, la libertad, la nobleza, el valor y la tolerancia.
2. La moral es el conjunto de ideologías, costumbres y vicios impuestos por una religión o gobernante en determinadas y marcadas épocas de la sociedad y de cada país. La moral suele en muchos casos derivar en la total corrupción de la ética. La moral es la forma de gobernar y mantener a la población bajo control.
Y por último existe:
3. La legalidad, las leyes que se han creado y se aplican para velar por el cumplimiento de la moralidad.
El primer MZ (no conozco sus nombres, es algo que no me interesaba) al que di caza, era un ejemplar obeso y con el pelo cano, cortado a cepillo. Me encontraba dando un paseo por la zona deportiva de mi barrio y el mezquino en cuestión hablaba entre un corrillo de hombres de su edad (entre los 60 y 70 años).
Gritaba que no es normal y no está bien que hayan más extranjeros que paisanos en el servicio de asistencia médica, que está cansado de esperar cuando él es español. Decían luego entre todos, que antes no pasaba, cuando había un tío con cojones en España.
Me desagradaban mucho sus voces, sentí que me faltaba la respiración.
La verdad es que los encontraba cada día en mis paseos.
Deseé que algún accidente los matara a todos de alguna forma; pero eso no iba a ocurrir. No basta con desear algo, o lo haces o no ocurre. Todo lo demás son cuentos para cobardes, esperanzas para pusilánimes.
De vuelta a casa, compré un cuchillo de caza para desollar piezas y lo metí en un bolso.
A la mañana siguiente, me senté en un banco frente a las pistas de petanca a escribir mis pensamientos, como hacía siempre. Me mantuve allí hasta que el corrillo habitual, se disolvió. Seguramente iban a recoger a sus nietos a la salida de la escuela.
Seguí al gordo. Llegando a un parque se metió entre los setos para orinar, un lugar muy discreto, con poca visión para alguien que no estuviera allí mismo.
Me acerqué a él por la espalda mientras hacía esfuerzos y resollaba con dificultad para mear. Le cubrí la boca con una mano y con la otra le clavé el cuchillo en la axila izquierda, buscando  los ganglios. Leí que era muy doloroso.
Luego le acuchillé hasta diez veces la zona lumbar intentando deshacer los riñones. "Ay, ay, ay, me has matado", decía mientras se le doblaban las rodillas. Le rasgué la camisa y le apuñalé en la zona del corazón hasta que la hoja pudo entrar entre dos costillas profundamente: cuatro veces me costó dar con el punto adecuado. Se quedó inmóvil con su pene arrugado. Cortando profundamente piel y carne dibujé una M y una Z en el pecho. Corté los músculos de su vientre desde el ombligo hasta el pubis y le di patadas hasta que los intestinos se desparramaron. Le amputé los dedos índices, porque es el que usan los mezquinos para afirmar con decisión y vehemencia lo que es normal. Lo que ellos dicen que es correcto y es ley. Después le corté las orejas y se las metí en el espacio que habían dejado los intestinos. Le acuchillé los ojos y me fui.
Si hubiera tenido alguna droga que lo hubiera dejado paralizado durante las amputaciones, las  hubiera hecho en primer lugar; pero vivimos en una sociedad plena de imperfecciones.
No pasó absolutamente nada, fue como si hiciera lo correcto. Me sentí bien y seguro de mí mismo. Salí de entre aquellos setos fingiendo que cerraba la bragueta del pantalón, a pesar de que no había nadie cerca.
No hice nada malo, sentí por primera vez en mi vida que había nacido para eso. Y también pensé que muchos años de mi vida habían sido tirados a la basura porque no lo hice antes.
Para un amplio sector de la población, además de criminal, podría resultar inmoral dada la edad del mezquino, la indefensión y el ensañamiento.
Todo arte se expresa con retórica para darle interés, yo lo hago con los que asesino. No es ensañamiento, es lucimiento. Una vanidad mía.
Que nadie se engañe ni use indebidamente ciertos adjetivos como inmoral; porque ser inmoral es seguramente, con absoluta probabilidad, una persona con un acusado sentido de la ética.
No hay más que ver a los ciudadanos ejemplares del Tercer Reich, de la España de Franco, la Italia de Mussolini o la URSS de Stalin. Su moral la constituía el fanatismo, el miedo, la sumisión ciega, la represión y la exterminación. Sus ciudadanos ejemplares eran personas que denunciaban a sus vecinos o familiares para recibir una caricia en la cabeza. Estas denuncias acababan con la muerte de los denunciados, tenían su origen en la envidia y la cobardía. Esto es la moral y lo que las leyes salvaguardan con mano férrea.
El obeso era un ejemplo de estos asquerosos.
— ¿Comprende Su Señoría cuando afirmo que debería ser Su Ilustrísima la que debería ser juzgado en mi lugar? Ustedes son los que protegen y perpetúan la moralidad con sus leyes. Me dirá que matar no es ético. Estoy de acuerdo, es una generalización que requiere de gente con ética para decidir si el asesinato es justo o no. Porque un mezquino amenaza la libertad de pensamiento, la libertad de caminar por donde uno desea, la libertad de comer lo que quiera, de comprar lo que le guste... 
Se necesitan personas con sentido de la ética para juzgar si el asesinato es delito en un determinado caso, un legítimo acto de defensa. No todo tiene porque vivir, hay cosas que se han de matar, como los microbios patógenos y los MZs.
—Si el acusado ha terminado su declaración, se pasará a dictar sentencia (Su Ilustrísima Señoría, indica al policía que acompañe al acusado a su asiento).
—No he terminado Su Señoría. Lo peligroso es que los seres mezquinos, los que son ejemplo de moralidad, es gente humilde con un alto grado de analfabetización. Leer, escribir y sumar, no indica cultura. Estas tareas las hacen con tanta dificultad, que es muy difícil que puedan entender las sutilezas de cualquier arte o expresión humanística. Para eso, para que pudieran entender algún mensaje existieron trovadores, brujos, teatrillos  y ahora existe la televisión, internet, la radio y sus noticias deportivas.
Esos medios llenan un poco las neuronas de los mezquinos y los llevan a creer que sus ansias, indignidades y vulgaridades, son las pautas de comportamiento que se han de seguir y exterminar así todo asomo de ética.
Así, que si eres amoral o inmoral, estás en un privilegiado rango que te llevará a morir o ser envidiado hasta que consigan destruirte. Ése es el peligro que corro cada día.
—Los seres más mezquinos y mediocres, son los que usan su "sufrida" paternidad y maternidad para convencerse de que son una especie de ejemplo a seguir; pero en la intimidad de sus casas les arrancan el dinero de las manos a sus propios padres, más viejos y débiles que ellos mismos, porque: "¿Para qué quiere gastar en nada con lo mayor que es?".
Y su vida gira en torno de quien va a morir y les va a dejar algo de dinero:
la "legítima".
No sé cuándo ni qué número de presa fue; pero hará unos ocho meses, me encontraba en un restaurante, en el puerto deportivo. Una vieja con un abrigo de piel de visón y zapatos de tacón de puta, alzaba muy fuerte la voz en la mesa agitando su dedo índice pringado con aceite y grasas de las gambas a la plancha que estaba pelando y comiendo con voracidad. Tenía una voz chirriante y su cuello arrugado semejaba el de un buitre. Gritaba para hacerse oír, buscando asentimiento, empatía a sus repugnantes afirmaciones.
— ¡Es muy mayor y no tiene que comer así! Tiene noventa años y le descubrí galletas debajo de la cama. Se las quité y se me puso a llorar. Le dije que a mí no se me iba a quedar inválida por un ataque que le diera por estar tan gorda —gritaba escupiendo trocitos de gambas—. ¿Cómo muevo a esa mole de mujer si se me queda paralítica?
Luego continuó su chirriante arenga, irritante. Las mismas frases repetidas tantas veces, que fui a los servicios a vomitar el carpaccio de bacalao que había comido.  Llegué a pensar que me sangrarían los oídos. Me encontraba enfrentado a la mesa de esa familia de mediocres que callaban todos ante la bruja y no podía dejar de mirarla e imaginar como sangraría por ese cuello de reptil.
Repetidas veces ella y su viejo marido, se quejaron al camarero de que algo no estaba bien, del mal servicio que ofrecían. "Eres muy lento, hay que atender mejor al público", le decía la cacatúa al camarero. "Hay que tener más ganas", remataba.
El camarero estaba acostumbrado a esa clase de hijos de puta, se le veía un profesional con una sonrisa bien trabajada.
Buscaban un plato sin pagar, rebajar la factura o bien simplemente, evitarse la propina. Es una práctica muy común entre los MZs.
Yo pedía café tras café esperando una oportunidad para cazarla.
Por fin llegó, cuando se dirigió a los servicios, en la planta superior. La seguí.
Son servicios individuales, el restaurante es de elevado precio y no muy concurrido. Saqué el cuchillo de mi bolsa bandolera y empujé la puerta. Lo primero que vi fue su viejo y repugnante coño a punto de orinar sentada en la taza con las grandes bragas negras en los tobillos. Tuve una arcada de repugnancia, pero no vacilé. Sabía que gritaría con su repugnante voz. En un paso rápido llegué a ella, le golpeé la cabeza contra la pared y entró en shock. Por encima de su escaso cabello se debió abrir alguna brecha, porque por la pálida y reseca piel de su sien, comenzó a bajar un caudaloso río de sangre.
Le corté el cuello, tanto, que su cabeza cayó atrás como en las películas de poseídos. Apuñalé su vagina, las suficientes veces para que el útero se descolgara entre sus muslos feos de mierda. Le escarifiqué las fofas tetazas con MZ.
El resultado era espectacular. Amputé sus índices y los dejé en el lavamanos. Las orejas se las metí dentro de la boca, la observé, le retiré las orejas, me di el gustazo de arrancarle los labios y le volví a meter las orejas. Si hubiera llevado el abrigo puesto, hubiera limpiado el cuchillo con él, tuve que usar su falda de puta barata.
Me lavé las manos, pagué la cuenta en la caja y salí de allí ya más tranquilo y con ganas de fumar. Nunca me acostumbraré a no poder fumar después de comer. Estos moralistas de mierda...
Como soy un tipo muy normal, nadie se acordó de mí, nadie pudo describirme en un restaurante en el que nunca había comido. No hubo problema.
Principalmente, porque la buitre se ganó a pulso la antipatía. Es lo que generan los MZs: una antipatía que podría rozar el sadismo. Debieron pensar al verla muerta, que una mierda menos.
— ¿No siente ni siquiera por un momento que haya podido ser excesiva su... "misión"? (un periodista de la sala, le pregunta al acusado).
—Le recuerdo que esto es una declaración, no una entrevista. Si vuelve a interrumpir el proceso, será expulsado de la sala y sancionado (interviene Su Ilustrísima).
—Nada es excesivo contra la mezquindad. Es... Cómo decirlo... Narcótico. Le aseguro, que dada la cantidad de mezquindad que hay, si matara a medio millón de personas no habría entre ellas una víctima con un mínimo grado de ética. Puede estar tranquilo, que entre tan pocos muertos, no hay gente que se merezca vivir más tiempo.
—La moral está tan instaurada en el imaginario mezquino, que la palabra "legítima" (el concepto más representativo de la sociedad de los MZs) está íntimamente insertada en sus apáticos órganos sexuales, sean vaginas, penes y por supuesto, la boca; que en estos seres adquiere una importancia que trasciende más allá de la comunicación funcional para convertirse en dogma supersticioso (la superstición es el conocimiento del ignorante) y religioso. Y podrir así todo asomo de ética.
Cuando llevas años oyendo esa palabra silabeada babosa y ruinmente por unos paletos que esperan que alguien muera, como buitres acechando un animal en agonía, adquiere una connotación obscena, se hace pornográfica. La legítima supera en repugnancia cualquier tipo de acto obsceno sexual.
"¡Si se va a morir! No le compres nada." Susurran como serpientes a los oídos de sus hijos y nietos que son los únicos que los soportan. Posiblemente, ellos también esperen su legítima y no quieren que gaste su dinero. Su pensamiento es tan previsible como el movimiento de un segundero. Es tremendamente primitivo.
Mezquinos que aún piensan que su forma de vestir puede ocultar su miseria y su indignidad. Esa que contagian a sus hijos y nietos, como un liquen en la corteza de un árbol que pudre todo asomo de dignidad.
La esposa madura y menopáusica con su pulsera de oro que ha tenido que pagar a lo largo de meses y meses de explotar a la poca cosa que es su marido. Esperando poder llenar los bolsillos de esa vulgaridad de ropa que viste con las monedas que le deje algún muerto con su legítima.
La "legítima" es el centro o eje de las vidas de los mezquinos.
Si no fuera por la moral y la legalidad que la arropa y protege, la mezquindad sería un delito  grave.
Y su mezquindad lucen como estándar de vida.
— "Eso no es normal", dicen machaconamente cuando observan la libertad de otros.
Se ponen nerviosos y rabiosos cuando alguien come más que ellos. Son repugnantes reptiles de ojos pequeños y fijos en las manos de los demás.
Sus bocas babosas y mentirosas siempre están llenas de amor y de lo muy buenos que son, de lo mucho que sufren por los demás. Porque el enfermo no sufre, tendríais que ver como sufren ellos el dolor de los que serán su carroña, porque son buitres de desagradables graznidos y cuellos rojos de pellejo escaldado por la fiebre de la avaricia y la envidia.
Les he acuchillado, cortado, pateado y roto los huesos. Les he arrancado los dedos y el cuero cabelludo para ocultar sus rostros repugnantes; pero hay tantos que me sentí cansado, dejé de tener la ilusión de que podría exterminarlos a todos en lo que me queda de vida. Por ello me entregué.
Necesitaba unas vacaciones tras estos dos años de cazar MZs.
Sus modos paternalistas esconden una feroz ambición. Y escupen baba al hablar porque no pueden contener su enfermiza envidia y ambición.
Hay que dar gracias de que son idiotas. No  pueden engañar más que a sus afines, a los de su sangre. Y es normal, porque es muy difícil aceptar (por muy morales que sean) que no son capaces de afrontar la vida con valor y dignidad, esto es, con ética.
Es normal y una ley de protección del género humano, que de vez en cuando nazca alguien como yo para darles caza. No tienen predadores naturales.
Tienen un punto flaco que son incapaces de ver ellos mismos: la repugnante antipatía que causan. Los que son ajenos a ellos, los soportan estoicamente porque al fin y al cabo solo los tienen que tratarlos unos minutos.
Y al fin y al cabo, son tantos, que su olor a mierda, no se percibe ya; pero esa antipatía, entre seres con cierto grado de ética, es como la feromona de la repugnancia. Te lleva a sentir un odio incontrolable hacia cada palabra que pronuncian, sea razonable o no. De hecho, acaba uno sin entender ni una sola palabra, solo sabes que sientes asco por cada sonido que pronuncian.
Carecen de todo tipo de conversación que no sea el tiempo, la economía que son incapaces de entender o de sus peleas como hienas por ser los primeros en un bufet libre de un viaje para la tercera edad.
Cuando se jubilan los mezquinos, es cuando exhiben sin pudor toda su miseria. Es un cuadro emético observarlos pelear en las colas de las agencias de viajes organizados para viejos. Es como... Es repugnante.
Si tuvieran la más mínima ética, se suicidarían.
Si yo no tuviera un acusado sentido de la nobleza, seguirían entre nosotros, perpetuando sus genes, reproduciéndose.
Su analfabetismo los lleva a situarse en una clase aristócrata y se olvidan de que fueron simples obreros explotados que ponían sus culos al servicio de sus amos sin que nadie se lo pidiera.
En los lavabos de un cine, cacé al Barón de Pérez, conserje jubilado de un edificio de oficinas y a su nieto, el sucesor Borja Pérez, heredero de la legítima mierda de sus abuelos muertos de hambre.  En realidad, no quería cortarle el cuello al niño; pero hubiera sido una crueldad dejarlo abandonado allí, en aquellos servicios a los que no acudiría nadie, hasta que acabara la película. Tengo corazón.
No es extraño que me tenga que parar a vomitar muchas veces cuando por alguna conexión neuronal de mi potente cerebro, aflora una imagen de alguno de ellos.
Su endogamia es proverbial, son una piña compacta que absorbe a los seres más débiles de su entorno para llevarlos a su enfermiza "normalidad".
Y en efecto, sí que es normalidad, solo tienes que elegir al azar entre la multitud y sacarás quinientas veces más mezquinos que gente con dignidad, con inquietudes.
Cobardes y arribistas, así son los mezquinos que han ensuciado mis horas, que a veces tienes que oírlos si tienes la desgracia de tener que pasear por las calles de la ciudad.
He arrancado pezones, he cortado vulvas en las cuatro direcciones: hacia el ombligo, hacia el ano y hacia los muslos.
He dejado testículos mezquinos en el césped para que los perros juguetearan y se los comieran.
La única suerte para nosotros, es su escasa inteligencia y por ello, la facilidad para aniquilarlos. Solo aparentan coraje cuando quieren sacar dinero; pero si no están ocupados en joder a nadie, son de una cobardía que hay que tratar con guantes para no infectarte.
No llaman la atención, porque son multitud.
Son los que un día denunciarán por envidia a su vecino para que lo mate un dictador. Son los mismos que añoran a sus francos, pinochets, stalins y hitlers. Asesinos sin sueldo de la moralidad y la ley. Anónimamente cobardes que matan (o lo harían en cuanto tuvieran oportunidad) con palabras siseadas en la oscuridad, arrodillados frente al sexo que maman con devoción de la forma más cobarde, chorreando semen por las comisuras de sus bocas hipócritas.
He matado niños que iban con su abuelo o su abuela, porque eran mezquinos en potencia, las generaciones tienden a ser más perfectas en sus miserias.
No hay tribunal que me pueda considerar culpable.
—Su Señoría, usted debería estar ahora cortado en pedazos entre bolsas de basura.
Son muy peligrosos, hay que alejarse de ellos cuanto sea posible, antes de que te maten. Porque lo harán por un dinero que ellos no tuvieron inteligencia para ganar, ni valor.
Sus palabras insultan cualquier tipo de inteligencia y te preguntas como es posible que hayan tenido hijos, porque sus aparatos reproductores deberían estar tan podridos como sus cerebros.
Dicen: "Tu madre es una hija de puta, que se muera sola; pero mi madre, es mi madre". Es la ley que usan para santificar sus genes corruptos y miserables.
Ha sido la falta de selección natural la causa de que seres tan anodinos hayan colonizado el mundo, es el precio que paga el género humano: la indignidad y la mezquindad.
Jamás el hombre evolucionará a un cerebro más grande, solo evolucionará a un cerebro más negro, más maloliente y pequeño. Está bien la ciencia ficción para intentar buscar un alivio a toda esa mierda; pero  no hay que engañarse más tiempo del necesario.
Y tampoco sería solución exterminarlos, porque sin sus excrementos, morirían todos los vegetales del planeta.
Solo queda alejarse de ellos e insultarlos abiertamente.
Tener la suerte de poder enviar a la mierda toda la moralidad que con sus leyes y tradiciones te mantiene preso, intentando amordazar la ética.
La mezquindad es la absoluta muerte de la libertad y la justicia.
—Esto es todo, Su Puta Ilustrísima.
—Agente, acompañe al acusado al banquillo.
—No he entendido nada de lo que el acusado ha declarado, pero no importa. Se han cumplido los términos del convenio entre la acusación y la defensa. El acusado será condenado a veinte años de  cárcel.

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A esta declaración, cuyo original se exhibe en el Museu Antropológic de Nova Barcelona, se la conoce como Tractatus Pettiness (Estudio o Tratado de la Mezquindad), ha sentado las  bases de nuestro actual código de Justicia, aprobado en el año 2224.
Quiero que para este fin de semana hagáis una redacción de cien palabras sobre el Tractatus Pettiness.
Ya podéis guardar vuestros puñales en las mochilas.
Pasad un buen fin de semana. Y que tengáis suerte los que vayáis al Parque de la Mezquindad para la Gran Fiesta Infantil de la Celebración de la Ética.
Ya sabéis que quien traiga más dedos índices cortados, recordad: solo índices; se ganará el Puñal de Plata grabado con las MZ en oro, en sus cachas de hueso humano mezquino.

Suerte, pequeños.




Iconoclasta

11 de enero de 2016

Morir ante el horizonte


Es tan fácil morir aquí.

Es el momento, es el lugar. A cualquier hora, donde quiera que pises es lo oportuno. Lo que pide cada célula del cuerpo: morir y trascender por encima de la vida o dentro de ella.

No más multiplicarse, es hora de disgregarse.

Solo los que se dieron por muertos y los que llevan como amigo el leal dolor, pueden sentir como el corazón late fuerte ante las nubes que asoman imponentes tras una montaña y te dicen que vayas con ellas. Es como asistir a la creación de la tierra que uno pisa, al aire que corta los labios...

Qué peligro, qué tentación de belleza. No quiero volver a casa.

Me han invitado, de alguna forma, todo me arrastró aquí a este momento. Como si el dolor y el miedo que se ha padecido fueran esos afables amigos que te invitan a entrar en su casa, con su cálida mano posada en tu espalda. Así es como vamos hacia el horizonte.

Adquiere sentido morir cuando lo has visto todo, cuando sabes que ya no queda emoción mayor que la apoteosis del cielo vertiginoso. O la vida que se desprende a jirones de humo blanco de la tierra cuando el sol la hiere.

Las nubes son vapor de agua y yo soy agua, al morir seré jirones. No tendré conciencia de ser; pero estaré, acariciaré otras vidas, entraré en intersticios prohibidos al cuerpo, prohibidos a los ojos.

Es maravillosa la dinámica de fluidos.

Tal vez por ello tenga estas ganas de llorar.

Sin saber, sin doler...

Cuando se existe sin conciencia, no hay dolor, no hay angustias, es la liberación absoluta.

Hay que morir ante la libertad absoluta. La transformación final, lo que los cuerpos agotados y las mentes saturadas necesitan.

En sueños somos perfectos. En la muerte también, no hay lugar para el error. Es tan sincera... Habla claro mi amiga, lo necesitaba.

Para morir llegamos aquí.

Es un proceso natural, lo pide mi piel: extenderse en el suelo y evaporarse, dejar de existir con esperanzas que nunca llegan y angustias. Ser sin más complicaciones.

Como el chillido del águila, o el jilguero que posado en la rama me observa de reojo, ya soy casi ellos.

Observas el maravilloso cielo, la grandeza de la tierra y te das cuenta que la muerte es la meta. Es subir por fin al pódium para poder vivir, para ser libre.

No importa lo que hayas hecho, no hay castigos. Todo lo que una vez fue o estuvo trascendió y llovió sobre nosotros, lo pisamos, lo bebimos y lo comimos. Somos lo que otros fueron, por ello nos odiamos.

Hay que mirar a los amplios y monumentales horizontes para sentir el deseo de abrir los brazos y pedir muerte bendita cuando el viento azota tu ropa de la misma forma que lanza las nubes en una veloz carrera.

Es como si...

Como si tanta vida, pidiera muerte para alejar el dolor de la existencia.

No necesito entender, se acabó buscar.

Está todo ahí, todo lo que murió...

Todo lo que fuimos es el cielo y la tierra.

Mis muertos queridos, os siento entrar entre mi ropa, sois una fría acaricia...

Este es el único momento, en el que es legal llorar.

Ahora sí.

Pronto, ya pronto...



Iconoclasta (texto y foto)

9 de enero de 2016

La memoria bastarda

(Foto de Óscar París)


Soy la bastarda e impúdica memoria que saca de entre los excrementos y alza las secretas insignias de la humanidad: una compresa usada y un condón pegajoso, sucios de mezquindad y mediocridad.

La leprosa reproducción de los idiotas...

Los alzo para que todos se sientan incómodos, para que giren la cara y con hipocresía ladren: "Eso no va conmigo".

Trapos sucios y mi pene latiendo y goteando... Completamente animal, tenazmente ajeno a todo.

Sudo soportando el peso de la bastarda memoria.

Soy la calavera sin carne de un zorro que se suicidó en la acogedora oscuridad.

Al que mataron sin tiros cazadores degenerados sin dignidad.

Sucios, idiotas.

Soy un paria de la realidad, que la ensucia, que se mea en ella y la cubre con horrores y sexos de ciencia ficción.

Con amores imposibles.

Mi amor... No eres imposible, eres insoportable. Disculpa al pregonero de la  miseria, al escritor sin drogas que llora sin consuelo alguno el asco y tu amor potente y desesperante.

Estoy acabado ahora, mi bella, mis muslos húmedos, mi coño, mis pezones preciosos... No es por ti, es cansancio. Es explosión.

Soy la memoria bastarda iluminada por un rayo casual de sol. Una pena que se remueve incómoda al ser descubierta.

Y mantengo en alto  todo el peso de vuestras miserias que embarazosamente ocultasteis, por ello mis ojos lloran y se escaldan por el esfuerzo; bajo el peso de todo el excremento moral con el que habéis creado la capa de la tierra que pisáis.

Tú no, mi amor, tú estás allá en un lugar limpio. Eres mi luz, la que da textura a mi cráneo, la que me hace trascender. Déjame que acabe con ellos, denigrarlos hasta hacerlos estiércol; y luego ante la calavera del inocente, te beso y te follo.


(Mi gratitud  y admiración por la foto que el artista de la luz Óscar París, tuvo a bien prestarme y la que provocó este vómito desesperante y atroz).




Iconoclasta