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28 de enero de 2014

Mis recuerdos, mi tesoro


Son pequeñas bombas que van estallando en mi cabeza. A veces detonan sin causa aparente creando una reacción en cadena. Una triste y melancólica fisión neuro-emotiva.
Es posible que la muerte esté cerca; cuando uno piensa mucho en sus recuerdos, es que se presiente el final. Es un examen de conciencia inevitable que ha de juzgar de si ha valido la pena vivir. Estoy convencido de ello, lo he experimentado, lo he sentido en los que han muerto.
Los duendes del pasado lejano y reciente detonan una mina situada en lo profundo y olvidado del cerebro y un torrente imparable de imágenes y de emociones colapsan mi sistema nervioso.
Pierdo un latido y muero un segundo.
Contengo la respiración porque el torrente de emociones me ahoga, me asfixia deliciosamente, narcóticamente...
Me tiemblan las manos porque las emociones son descargas potentes de nostalgia.
Un solo cigarrillo no basta para diluir en humo todas esas tristes alegrías que han muerto en el tiempo.
Cierro los ojos y los oídos al mundo para revivir aquello, para alargar una mano y tocar las emociones que maltratan mi sistema nervioso. Es desesperante, porque están ahí dentro y no puedo tocarlos, no puedo acariciar a mi hijo bebé, como no puedo dar la mano al hombre joven que fui y que me convirtió en lo que soy.
Me arañaría el cerebro para pringar mis dedos de esas emociones, como los pringo en el coño de quien amo. Mas los recuerdos son cadáveres de luz y color que se mantienen preciosos en mi cabeza, son mis tesoros: intocables y no pueden resucitar. No se les puede aplicar el desfibrilador para que vuelvan a vivir; solo se pueden añorar.
 En cada uno de ellos, estoy yo muerto, sonriente y fuerte; mi hijo es un delicioso cadáver de bebé de ojos azules, y un adolescente alto y musculoso en otro instante, los cuerpos de mis recuerdos son hermosos.
Ahora son diferentes, son más bellos y perfectos porque aún están vivos, se pueden tocar y por ello no hay tristeza, solo franca alegría.
Pero malditos recuerdos traicioneros...
Yo quiero morir así: intentando no llorar hacia fuera con esas tristes alegrías pasadas, con toda esa melancolía que me haga olvidar que ya no puedo respirar, que no debo respirar.
Que se pare el corazón en ese instante de triste belleza.
Quiero morir bien, porque he vivido bien. Con tal intensidad que mi pene estará erecto sin saber por qué, pobre pene... Siempre ha sido un buen compañero, aunque sea idiota.
 Tengo recuerdos de él, de su primer coito, de la primera mamada, de la primera masturbación, las primeras erecciones, tan extrañas, tan placenteras... Nada de lo que avergonzarse.
Es bueno, no puede hacer daño morir ahora que todo está bien, que el balance es positivo.
Da miedo la vida y apostar por más años y que el inventario pueda dar negativo; no quisiera morir así: triste y sin melancolía. Sin razones para sentirme satisfecho de lo vivido y sentido.
Un viejo video musical golpea como un ariete contra la barrera que pongo a las lágrimas. Me arrastra a evocar momentos felices. Los tristes están allí escondidos, son a prueba de bomba, para que no estropeen lo más hermoso. Mi cerebro es tan eficaz, que lo echaré de menos durante esa fracción de segundo que sabré que estoy muerto.
No quiero soñar, quiero cerrar los ojos escuchando la música y dejarme inundar, hasta sentir que lloro, que mi fortaleza no pueda evitar que las lágrimas salgan al exterior.
No quiero dormir, solo quiero cerrar los ojos y hundirme en mis recuerdos aunque duela, abrazarme a ellos y morir sin darme cuenta, siendo yo aquel, siendo yo un tiempo pasado y ya caduco.
Si sigo viviendo, crearé más recuerdos y no quiero más por hermosos que sean, porque duele la vida pasada, duele la belleza y la alegría que ya murió.
Es una putada, dios. Lo hiciste todo tan mal... Hasta tú te hiciste mal a ti mismo.
Yo soy dios y un tanto crítico conmigo mismo.
La alegría se acumula como el mercurio en el organismo, y los recuerdos anulan el tiempo y la perspectiva, es posible un viaje al pasado. El tiempo se fractura entre el pasado y el presente y crea solo una desconfiada incertidumbre del futuro.
Tengo miedo a esa nostálgica tristeza y a la vez busco el momento del silencio de mediodía cuando la comida se asienta y el organismo se relaja, cuando las defensas mentales se hacen permeables a los sentimientos y las bombas-recuerdos detonan sin piedad en esa preciosa semi inconsciencia de la tarde. No quiero recuerdos que me hacen débil y aún así, alargo la mano para tocarlos y acariciar el pelaje brillante de Bianca, la doberman llorona; de Megan, el gremlim; de Falina, la escapista; de Atila el bravo y desobediente; Demelsa la llorona...
Animales queridos...
La voz de mi padre, potente, perfecta, firme...
La alegría de mi madre, su amor avasallador y su orgullo de que caminara a su lado de pequeño y de viejo.
Ellos ya están muertos, solo hay alegría triste, solo hay momentos de un cariño inenarrable.
Las charlas, las travesuras e ilusiones con mis hermanos en toda su historia: niños, adolescentes, hombres y mujeres...
Esas charlas que no han acabado y hay otras por iniciar. Somos y seremos, pero lo pasado es tan hermosamente nostálgico...
Cuando esos recuerdos se convierten en drama, la melancolía desaparece instantáneamente. Porque mi cerebro es eficaz y no permite el trauma. Solo es un ejercicio, una práctica que me prepara a la muerte; una lección que me enseña a no tener miedo porque todo se ha hecho, porque mi vida está saturada de recuerdos tan bellos que son tristes por su condición de impalpables.
Eternas y orgánicas son las emociones que inocularon en mi sangre.
No me gusta ese momento en el que mi cerebro decide cortar el suministro de nostalgia: sin previo aviso me deja abandonado en el presente, sin siquiera un "hasta luego".
Es hora de morir, o tal vez no, pero no hay miedo. Está todo hecho, he hecho lo que debía, porque no hay nada de lo que me arrepienta.
El vídeo de U2 avanza tierno, mostrando un desfile de alegrías y esperanzas, sincronizando mis emociones  mientras Bono canta a la cosa más dulce.
Pero no saben hasta qué punto es dulce, y por lo tanto adictiva.
Como el olor a nafta del gas que sale con un relajante siseo del fogón apagado de la cocina.
Podría fumar si no fuera por el gas, pero es un detalle sin importancia.
Hoy no será efímera: hoy será eterna la felicidad de mi nostalgia, hoy moriré con ellos. Mi cerebro no me arrancará de esa historia mágica que hay en mi pensamiento. Detonaré todas y cada una de las minas de emociones que están sembradas en mi cabeza, con la absoluta tranquilidad de que no volveré al presente y sentir la pérdida de lo que una vez fuimos.
Los cerebros se cansan de crear emociones y acumularlas en el pensamiento, pero gestionarlas es responsabilidad del dueño del cerebro y no sé donde guardarlas ya.
Digo yo que es un aviso para acabar ya con la vida. Y la vida debe ser como el dominó: quien acaba antes sus fichas, gana.
¡Oh oh oh, the sweetest thing!
Es imposible no sentir tristeza por lo que una vez viví, por lo que sentí.
¡Oh oh oh, the sweetest thing!
Son irrecuperables imágenes. Y ahí radica la profunda tristeza de lo pasado, de lo muerto.
¡Oh oh oh, the sweetest thing!
Un beso y un abrazo a mis recuerdos, os quiero y no me arrepiento de haberos creado y atesorado hasta el umbral mismo de la tristeza.
¡Oh oh oh, the sweetest thing!
A vosotros, mis recuerdos, os debo lo que soy, os debo la vida y la felicidad que me causa esta melancolía, porque lo malo quedó desterrado en algún rincón oscuro de la mente.
¡Oh oh oh, the sweetest thing!
Soy vuestra creación, mis entrañables recuerdos.
¡Oh oh oh, the sweetest thing!
Moriré satisfecho de todo lo que hay en mi cabeza, de todas esas imágenes y emociones.
¡Oh oh oh, the sweetest thing!
Fantasmas de seres vivos y muertos, dañaría mi cerebro para poder tocaros.
¡Oh oh oh, the sweetest thing!
Ya tengo bastante emociones para la eternidad si existiera.
¡Oh oh oh, the sweetest thing!
Si fuera más débil lloraría también por fuera.
¡Oh oh oh, the sweetest thing!
Recuerdos: sois mi vida, sois yo, y yo soy vosotros.
¡Oh oh oh, the sweetest thing!
Os quiero con toda mi alma por haberme llenado de vida y vida y vida...
¡Oh oh oh, the swe...








Iconoclasta

26 de enero de 2014

Vídeo del Tractatus de Iconoclasta

Desde aquí, por Hilda Breer.

Nuestra querida amiga a y colega, ha tenido la generosidad de enviarnos un relato erótico para que lo colguemos en nuestro blog.
Gracias por el detalle, Hilda.
Que disfruten la joyita.

La Adela de siempre... Todas esas mujeres en ella, la Adela santita y la cochina...
La Adelita que canta rancheras, la Adela que limpia el piso  bien arrodillada, pa que le vean el trasero. Esa mujer de tantas facetas tiene una gran falta. Una falta que no podrá corregir jamás.
Ama a un tipejo algo libidinoso y con espíritu de machito en celo, con su pija siempre en erección aunque siempre lo disimula, completamente cubierto como monje franciscano: hábito marrón desteñido con la falda muy amplia para que las féminas no se asusten de un bulto extraño cuando la verga  comienza a pararse ¡descomunal! 
Cosa que él no puede evitar y debe confesarse con el padre superior, que cuando escucha las confesiones del cura, maldice en silencio al diablo que lo tienta, parándole la verga de tal manera que no puede salir enseguida del confesionario para irse a la sacristía, donde hay una monjita que se ve bastante buena y él debe bajar los ojos para que ella no se dé cuenta de su lamentable estado.
Pobre tipejo el de Adelita, siempre sufriendo, siempre escondido detrás de un árbol o una puerta entreabierta para espiar a cualquier fémina que esté vestida o desnuda, o en el baño ¡lavándose la chucha!  ¡Uy, eso si que es excitante!
Una chucha enjabonada  y la mano de la dueña  pasándosela  por esos lados, lentamente porque no solo se limpia la rajita sino que se acaricia el botoncito rosado
¡Mmm... Qué delicia!
El tipejo se puede pajear con toda tranquilidad pero debe tener cuidado de no gritar cuando largue su leche en la mano para no dejar rastros en el piso...
Y escribiendo esto, la Adela decide recostarse en la cama y...
Lo demás no es necesario de contar. Mejor imaginarse la escena...
¡Mmm... Ricooo!

18 de enero de 2014

No es soledad


Hay gente llorando su soledad entre sus amigos, familia e hijos, y también clama por tener una vida maravillosa que tal vez con unos cuantos millones de la lotería pudiera ser factible.
No lloran su soledad, lloran su frustración.
Es un error sintáctico bastante común.
No saben que se equivocan con la palabra y confunden el sentimiento, no lo hacen de mala fe, pero no ayuda a mejorar su ánimo; cosa que me importa exactamente lo mismo que la migración de las mariposas monarcas y el vuelo sincronizado del ibis. Simplemente soy vanidoso y me gusta lucir mi sabiduría.
Sé que no soy Coelho; pero para lo que me pagan, que le den por culo al optimismo y la esperanza. Tampoco tengo interés en ayudar a nadie.
The Secret es un libro al que recurro frecuentemente cuando el portarrollos de papel higiénico está vacío. Odio el papel satinado para limpiarse el culo, no recoge nada.
Es un error lingüístico común confundir la sensación de soledad con la frustración de un montón de decepciones y vanidades insatisfechas.
La cuestión de mis errores es algo con lo que puedo vivir; hablando en plata, me suda la polla lo que me equivoqué.
La frustración es uno de esos efectos colaterales que comporta la vida, no mata, puedo vivir con ello también. Y la muerte no hace ángel a nadie; así que una vez cadáver no me preocupa si dejo o no un buen recuerdo, así que jamás me siento solo. No quiero ser un Gran Yoda flotando en una nube blanca asesorando psicológicamente y ofreciendo paz de mierda a un maníaco depresivo.
Lo que me hace deliciosamente solitario y en lugar de llorar soledades o frustraciones, mejor me las meto en el culo junto con mis vanidades insatisfechas y sigo caminando.
Porque aunque desafortunadamente nunca estamos solos, lo que sí es cierto es que el movimiento se demuestra andando.
Da gusto tener una ley física a la que aferrarse y no un montón de frustraciones que acunar entre los brazos en compañía de seres perfectos que jamás existieron ni existirán.
Las cosas no son tan complicadas: si estás solo te haces una paja y si estás acompañado follas.
Si no es perro es perra y si va con faldas bien podría ser un travelo (a veces las cosas se complican por cuestión de vestuario nada más).
Los seres humanos no son tan complejos como se creen o sueñan. Son más simples que una pelota.
Así que como hizo mi madre querida antes de morir (y los japoneses también son aficionados a ello con sus suicidios), me meteré cualquier cosa que encuentre en el culo y a seguir jodiendo la vida como ella me jode a mí.
Por lo demás, fumo.
Buen sexo.









Iconoclasta

8 de enero de 2014

Biominerales


Somos básicas representaciones de lo mineral y lo biológico.
Lo biológico se corrompe en las sábanas: manchas de fluidos que llevaron en algún momento vida.
Lo mineral es efímero, la dureza de los materiales: de sus pezones duros y erectos, de mi pene en ese instante inquebrantable.
Podríamos representar más cosas: el pensamiento y el puro instinto, las emociones y la muerte: pero cuando la razón se disipa, como si de una nube tóxica se tratara, solo importan los restos y la dureza de los elementos. El resto de consideraciones solo obstaculiza y retrasa el placer.
El hedonismo es el único paraíso probable de lo humano, de lo poco humano. Es la vanidad más desinhibida, sin bendiciones ni maldiciones.
Fuimos paridos para la cópula, para el placer. Otras obligaciones no son culpa nuestra, ni responsabilidad.
Un vómito de semen que sale de un trozo de carne en barra, una raja trémula destilando un humor blanco.
La lengua que todo lo lame...
No hay nada que sentir, los jadeos nacen de las entrañas sin cerebro, los sexos tienen su propio sistema nervioso, las mentes están lejanas, no hay mentes. Solo el sordo chapoteo de la cópula, los estertores del placer.
Un follar lacónico, mecánico. Lo único que somos capaces de desear con la suficiente fuerza como para hacerlo realidad.
Porque el pensamiento y la emoción matan el placer y matan la animalidad. Diluyen los minerales y hacen virus de los fluidos. El pensamiento humano lo destruye todo.
El pensamiento es erosión.
Dos piedras follando, dos piedras cubiertas de pequeños vestigios de vida.
Líquenes como pieles...
No se piensa cuando se penetra, no se duda cuando se abren las piernas para recibir ese mineral carnoso y lubricar la lítica dureza.
El amor se queda flotando como una deshilachada nube de humo y los crucifijos cuelgan cabeza abajo ante los biominerales que follan. Como un castigo a los dioses por haber hecho mal las cosas con las mujeres y los hombres. Las oraciones son blasfemias regurgitadas en las cumbres del placer. 
Los biominerales se olvidan que existe la humanidad cuando respiran rápidamente tras el derrame de líquidos, podría reventar el planeta y ellos seguirían sintetizando el placer que han conseguido.
Soy una piedra, soy algo que se hunde en el agua sin gritar cuando se ahoga, soy una boya que flota indolente en el mar, un mojón en el camino con el único fin de ignorar todo aquello que no es placer.
Soy un tumor de mí mismo, encapsulado. Un cáncer que anula el pensamiento y cualquier emoción.
Soy el reservorio de la indiferencia y el deseo no humano de meter mi pene en su raja de suave talco (el mineral más blando, el más fragante).
Soy una roca que suda y que escupe a la vida, sin odio ni pasión. Porque lo único que existe es joder.
Las piedras no mueren nunca, estamos ahí, esperando que alguien nos pise, que alguien nos joda. Esperamos ser instrumento de caza, defensa y muerte.
Somos los híbridos entre lo animal y mineral, los biominerales somos un coño y una polla que se deslizan y penetran sin importar dolor, muerte, vida o amor.
Miles de años de evolución, asco y aburrimiento nos han formado. 
Litos y Eros... Ni siquiera esa romántica combinación somos.
Y dormimos abrigados por el musgo y la defecación que llueve de lo humano sobre nuestros simples compuestos.
Es una suerte haber nacido híbridos, somos lo mejor y lo peor, sin términos medios, sin grises.
Somos negro y blanco.
Dureza y determinación.
Un día fuimos pecado, ahora somos únicos.









Iconoclasta