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31 de octubre de 2013

Repulsión


Las palabras son pobres para expresar el rechazo, la repulsión. Pueden llevar a engaño, a ser demasiado ambiguas a pesar de la claridad con la que se apuñala con ellas.
Hay diccionarios que recogen el acervo cultural de los ignorantes y acopian palabras que sirven absolutamente para nada, solo son expresiones de analfabetos con una pretenciosa ambición de ser neologismos. Los hay de citas, que aunque no den satisfacción, te hacen parecer culta. Hay diccionarios de todo tipo, seguramente se puede comprar uno que no servirá absolutamente para nada, salvo para taparme la cara ante el asco que siente al verme.
Pero si pudiera, me comería el coño ahora mismo y todo el asco que me tiene me lo metería con su glande en el culo sin piedad. Yo me dejaría, pero sin demasiada alegría.
Hay medios atenuantes para evitar sentirme infectada por la repulsión que siente hacia a mí.
Puedo imaginar chistes obscenos, hablar de banalidades o ver una película en silencio para no soportar todo ese asco que me tira a la cara y darle tiempo y lugar para que se pueda expresar con quien ama y desea con más intimidad.
No es por bondad, ni por ser tolerante y comprensiva con su nuevo amor de mierda, es para tener algo de comodidad en medio de toda esa repulsión. Llegados a este punto todo está acabado, es un proceso imparable y cuanto menos molesto sea, mejor.
El lenguaje, para la cuestión del asco y el rechazo, carece de suficientes recursos.
Hay una serie de consoladores rotativos, con perlas que frotan los labios vaginales, que te distraen deliciosa y tiernamente de ese asco que siente; no son muy caros y me quieren. Es que uno solo es aburrido y ya está viejo el que tengo.
Las palabras a veces son mentirosas, ofensivas, hirientes y siempre superfluas, es muy difícil que revelen lo real. Podrían considerarse un berrinche pasajero.
Nunca alcanzarán la intensidad y la sinceridad que produce el contacto con la piel de quien siente asco.
Es un proceso simple, pero te pringa los dedos y los labios como una brea que no se puede quitar aunque se froten las manos desesperadamente con arena.
Un beso en la mejilla y sus lágrimas se derraman como si fuera violación, acaricias su piel y sus músculos se crispan.
Ya no es esa piel que le besa la que deseaba. En el mercado de los fracasados siempre hay pieles mejores que elegir.
Ahí, en ese instante de llanto y tensión, hay que pensar seriamente en que el amor se ha ido a la mierda, o mejor expresado, ha encontrado otra simpatía, otras risas y otro placer.
Cualquier palabra es infructuosa y patética.
Hay esmaltes de uñas preciosos que te mantienen un rato distraída de tanta repulsión. Mucho asco, pero clava su mirada en mis pezones duros sin disimulo.
En ese mismo instante en el que sus lagrimitas se escapan tras el casto beso, comienza a aflorar mi vergüenza por haber amado ese ser que ahora se ahoga en asco al besarle, al hablarle, al acercarme... En todo momento.
La vergüenza de que su nuevo amor se fraguó ya meses atrás, cuando yo le comía la polla y él soñaba que era la boca de la otra.
No es suficiente y hay que realizar otro test de repulsión.
Acme (la de los inventos del Coyote y el Correcaminos) los vende baratos y son bastante fiables; pero si la economía va un poco deprimida y por el mismo camino que el amor, hay un recurso más sencillo, aunque es sucio: el abrazo.
La prueba de fuego es el abrazo: cuando su cabeza se mantiene rígida y lejana para que no llegue mi beso, cuando su cuerpo se endurece y parece que es madera, algo ajeno a mí, a lo que un día fue; resulta positiva de repulsión.
Es algo lógico, era de esperar tras el primer llanto por un beso en la mejilla; pero hay que pasar por ello antes de enviar a la mierda "tantos años o meses de amor", hay que asegurarse y untarse de esa mierda  que su piel despide: repulsión, asco, rechazo, pena, soledad...
El beso en los labios ya no se debe intentar, porque sería tomar veneno, cosa que es innecesaria y excesiva cuando te has intoxicado con su asco. Es mejor que el beso se lo dé quien le ama de verdad y no enfermarse más, que tome sus putas maletas y salga de una vez por todas con su repulsión a que otra le chupe los cojones.
En medio de todo ese asco, lo más saludable sería follar, no es inverosímil, puede ocurrir. Por eso quiero mis tres dildos de diferentes tamaños.
A veces los que ya no se aman copulan como medida de tregua, sin esperanza; tragándose todo el asco que sienten, por la polla o por el coño. Es algo meramente funcional: hay que vaciar los huevos e hidratar la vagina; eso sí, siempre pensando en el nuevo amor y que todo ese placer es un mal trago por el que hay que pasar. No follarán mucho, pero es mejor que un beso que deja sabor a mierda en la boca y en la piel.
Los hay que siguen follando a pesar de que ya están con aquella piel que no les repugna, por algún motivo, sienten la necesidad de enmugrarse follando y recordar los viejos tiempos del asco y la miseria; pero los deficientes mentales no son ejemplo a seguir.
La repulsión no es una palabra, no son mil deseos, no son gritos ni llantos. No son onomatopeyas.
La repulsión anida en su piel y solo se siente en toda su magnitud cuando la mano hace contacto, cuando los labios se cuartean resecos tras un beso que solo ha llevado a un llanto y una tristeza infinitas.
Así que mientras él siente toda esa repulsión y asco, mejor entro en la página de Acme y compro una sex-machine, que es una especie de taladro con un pene doble (anal y vaginal): viene con un trípode y solo has de agacharte un poquito acercando el culo con el control en la mano, lo hace todo.
De verdad, que esto de ser repulsiva, me preocupa mucho.
Bip-bip.











Iconoclasta

29 de octubre de 2013

El día de muertos y las ofrendas


Me gustan todos esos colores fuertes y vivos, tantos detalles: fotos, figuras, dulces, panes, licores, calaveras de dulce y flores de color naranja que forman una cruz. Cigarrillos... mejores que dos monedas en mis ojos muertos.
El aroma que impregna la casa de papel picado, veladoras y flores que poco a poco se marchitan, es inconfundible como el olor a musgo fresco en la escayola de un belén de navidad.
La ofrenda es la ingenua mirada a la muerte, un terror rayano en la histeria que lleva a personificar el fin de la vida y darle nombre y entidad. Un infantil intento de hacerse aliado de la muerte para que no se los lleve antes de tiempo, y si así fuera, deben tener la firme convicción de que estarán vivos de alguna forma al final de todo.
Les hace olvidar con una también ingenua hipocresía, que una vez despreciaron al que está muerto, y todo fue amor y dicha.
Es adorar a un volcán para que no los entierre bajo su lava y cenizas, cosa que se hace también.
No hay valentía en el día de muertos, solo eso: una temerosa e inocente forma de unirse al enemigo porque no se puede vencer.
Hay que decorar lo sórdido y disfrazar la cobardía con supuesta alegría para no reconocer que ha llegado el fin. Que algo o alguien ha muerto.
Las ofrendas, las hermosas y tiernas ofrendas, son obra del miedo y del triste recuerdo.
Son preciosas, hipnóticas. Quisiera tener siempre una en casa solo para posar la mirada en ella e invadirme de tanto color y tantos detalles que observar, sé que los muertos no vuelven, no están en ningún lugar, ni siquiera existen; esa certeza le da más valor e importancia a mi gusto por las ofrendas, son bonitas en si mismas; sin acto alguno de cobarde fe o ritual tradicional en la forma en que las aprecio. Sirven para evadirme de tantos errores y frustraciones, y pensar que la muerte lo arregla todo, lo deja todo en su lugar.
Como debía ser, como debió ser antes de que todos cometieran (cometimos) aquel error.
A veces, al mirarlas, pienso que son la esperanza de que una mala vida pueda acabar pronto.
Las ofrendas son pequeños mundos a los que no hay que viajar en nave espacial.
Me encantan.
Gloria a dios en las alturas y a los muertos con su rompope y cigarrillos que nunca probarán.

Buen sexo.







Iconoclasta

26 de octubre de 2013

Un tamal y un atole


Un tipo camina lentamente mirando el suelo y lo que no hay en él. Un tamalero pedaleando en su triciclo amarillo con sombrilla azul, parece luchar contra la monocromía de la calle de gris asfalto roto, paredes despintadas y charcos eternos de agua que hacen espejo para las nubes de plomo. Se detiene junto al hombre que refleja en su rostro la gama de grises del mundo y el cielo.

—Buenos días, mi jefe. Tengo ricos tamales de rajas de pena y asco, con dolores pulsantes en las sienes.
— ¿Y para qué quiero eso? No tengo esposa a quien regalárselo para el desayuno. Es que me meo...
—Es mejor que esa indiferencia que le pesa en los hombros, güero. El dolor y la pena dan intensidad y color a la vida, es mejor lo malo que la nada.
—Ya he tenido de todo eso, tamalero. Me ha costado mucho tiempo y desengaños ser neutro. Me va bien la vida con la indiferencia, me gusta más. Yo elijo.
—Cómpreme aunque sea uno de frustración con salsa roja, es el último que me queda.
­—No. No me apetece, ya he tenido bastantes emociones a lo largo de mi vida. Soy mayor. Sé lo que digo y tú no tienes ni puta idea de nada.
— ¡Qué triste acabar así!
—Mira tamalero, lo triste es amasar cada día toda esa basura para hacer alimento con ella. No sigas convenciéndote de que la mierda es buena. Has fracasado y de ello haces un manjar, no tienes nada que contar más que la vulgaridad tuya de cada día.
—Es usted muy duro hablando, mi jefe, se nota que no es de aquí. ¿De dónde viene?
—Ni lo sé, ni me importa.
— Está bien, güerito, me tendré que comer este tamal y además solo.
—Tampoco me importa, tamalero. Cuando tengas de mole dulce, mi indiferencia y yo te compraremos uno en torta.
— ¡Ándele, mi jefe!
—Vete a la mierda con tus penosos tamales, falso romántico.
—Si es que un pesito cuesta mucho de ganar y quería vender antes los que se pasan más pronto. Todas las emociones mueren rápidas. Tengo uno de mole como a usted le gusta.
—Pues dámelo y déjame en paz.
—Parece que va a llover, mi jefe.
—Me suda la polla, los hay que van a morir y no importa.
—Tenga... ¿Quiere un vasito de atole?
— ¿También está hecho con penas de mierda?
—No, mi jefe, es puro maíz endulzado con piloncillo, leche y cacao. Si le digo la verdad, como el atole lo hago yo, no quiero mancharme las manos con dolores; porque de alegrías apenas hay ingredientes y van muy caros. Es mi mujer la que hace los tamales y el champurrado, que está aromatizado con enfermedad y pobreza.
—Dame un vaso; pero es que tomar maíz con maíz es lo mismo que hacerse una torta rellena de torta.
—Tiene razón, pero es barato... Acá entre nos, güero: la vida no es intensa, es siempre más de lo mismo. Tamal tras tamal, atole tras atole. Voy aprendiendo, mi jefe. Lo del dolor y la pena es pura publicidad, no le voy a engañar.
—Es tan gris este atole como yo me pensaba, precioso. No me gustan los colores banales. Me largo, no tengo nada que hacer y no quiero estar aquí más tiempo.
—Adiós, mi jefe. Cuando sea viejo, quiero ser como usted.
­— ¿Y qué importa? Tal vez mueras antes.
—Estamos muertos los dos, mi jefe.
—Lo sé, está bien. Adiós.








Iconoclasta

24 de octubre de 2013

Países y culturas que limpiar



Noticia del jueves, 24/10/2013:
En un aldea de Afganistán, a principios de esta semana han aparecido los cuerpos decapitados de una pareja de novios; tanto él, como ella, no tenían aún veinte años.
Lo hicieron los propios familiares, seguramente asesorados por algún sacerdote, porque es pecado tener relaciones sin estar casados.
Por supuesto, los cuerpos no los han enterrado porque han cometido ese pecado atroz y no se lo merecen.
Un yemení, seguramente no será castigado tras quemar a su hija porque la sorprendió chateando con un chico por el móvil.

Solo en países poblados por retrasados mentales se dan este tipo de casos.
Al igual que los pueblos caníbales o antropófagos (simios casi humanos con tal deficiencia mental que les es imposible usar la inteligencia para cazar animales más inteligentes que ellos y por lo tanto se tienen que comer a sus paisanos porque es lo fácil), los musulmanes radicales como afganos y yemenís (y hay la hostia puta de países iguales a ellos), son pueblos que están llamados a ser sometidos por razas mucho más superiores a ellos, en inteligencia, fuerza y valor.
Es bueno que se maten entre ellos y que los drones (los aviones dirigidos por control remoto) funcionen tan bien, porque para liquidar a una nación o pueblo de tarados, es mejor hacerlo con poco dinero.
Se necesitan limpiezas étnicas selectivas, bien llevadas, con justicia. No sería nada reprobable, lanzar bombas en esos países hasta que no quede nada y a los supervivientes, que se les ponga a trabajar como esclavos en alguna granja de cerdos o pollos. Vamos, que solo limpien mierda.
Si los habitantes de estos países y tribus se extendieran, se podrían cruzar con razas más inteligentes (medianamente inteligentes como mucho) y estropear la genética. Todos estos musulmanes radicales (al igual que los pueblos caníbales), se han desarrollado en una endogamia milenaria.
Han follado tanto padres con hijas, entre hermanos, entre hijo y madre, entre abuelos, tíos, primos y sobrinos, que sus cerebros son un mousse de mierda. Hasta tal punto, que comen donde cagan (cosa que ningún animal hace). Una cosa es la diversidad cultural, y otra tener que soportar que existan monos y los llamen humanos, consumiendo agua, comida, cagando y ensuciando.
Hay pueblos y culturas llamadas a la extinción porque ocupan espacio y recursos que podrían beneficiar a otras gentes. Las razas superiores tienen un deber y éste consiste en hacer una selección natural, ya que estos simios no tienen más predadores naturales que ellos mismos; pero se follan a sus madres y vuelta a nacer idiotas. Es un bucle sin fin.
Una vez sometidos los monos, se usan los recursos naturales que sus patéticos cerebros no han sido capaces de entender.
La historia demuestra que es el único camino para que la raza humana alcance y se mantenga en una buena clasificación en el planeta entre el resto de seres vivos.
Cualquier otra consideración es tirar margaritas a los cerdos.









Iconoclasta

15 de octubre de 2013

Charcutería de muertes


—Nunca he comprado muertes, jefe.
—Pues sería bueno de probar.
—¿Son muy caras?
—Es un producto barato
hay mucha muerte, cliente.
La encarece la manufactura:
pringa mucho la piel
es tocarla y estremecer.
­—No importa, morir no es caro
ni barato. Es decoro.
Me da vergüenza la vida.
­—No mata, cliente
es un placer al dente.
Una exquisitez.
—Entonces erré
no quiero delicatessens
que no maten, que no acaben.
Es confuso el nombre
de su lúgubre comercio.
­—Pruébela, siempre sorprende
el sabor a muerte prende
es vicio.
Es grata al paladar si
no es la muerte propia.
­—Esa muerte tan negra...
La que gotea alquitrán
en el pedestal de la vida...
—Es añeja, alguien sufrió.
Alguien nació prácticamente
muerto.
Muerto, muerto, muerto...
­—Debe ser fuerte, picante.
Desmoralizante tanta solera.
­—No, cliente mío.
Es tan madura que dulce sabe.
La muerte es miel cuando
de sufrir la vida es el juego.
—¿Y cómo la cocino?
—Hiérvala diez minutos nada más,
en caldo de pollo
sazonada con romero y pena.
Y deje que enfríe.
Luego unos picatostes
como gazpacho de vida
para que suene la muerte
para que cruja
en el paladar y de alegría
a lo negro.
Y diga mierda como brindis.
—¿Me moriré?
—Solo nos mata nuestra
muerte nuestra.
Nuestra, nuestra, nuestra...
­—La gente es supersticiosa, cliente.
Algo caprichosa, no saben
que solo nuestra muerte nos acaba.
La muerte ajena es vida
para los demás.
Una alegría para algunos,
si me permite la chanza.
— ¡Qué contradicción!
Filósofo charcutero de muerte
que das vida.
Cortas con guadaña.
­—Tiene un gran humor
cliente mío,
 más no es contradicción
cuanta más muerte
más espacio, más aire.
—No quisiera morir y favorecer
a quien no es de menester.
—Pues así es;
más no os desaniméis.
Habéis robado espacio
y aire a otros.
Hay un equilibrio.
Equilibrio, equilibrio, equilibrio...
­— ¿Y qué me dice de la muerte tierna?
Es casi blanca, una sábana
de recién nacido.
­—Es un bouquet muy refinado,
se debe haber comido
 mucha muerte mucha
mucha, mucha, mucha...
para encontrarle agrado.
La más amarga de todas.
­—Es curioso, cliente mío
que la muerte más tierna
sea la más recia al paladar.
Contradicciones vitae, amigo mío.
—No tengo tiempo para
apreciar muertes,
yo solo buscaba medio kilo
para echármela encima.
La vida me harta.
—Viva un poco más
para probar la muerte.
¿Le gustan las paradojas?
Bromas de buen gusto...
No puede hacer daño,
cliente mío.
­—Tengo muerte seca,
pasa bien con un
negro vino divino.
Es tasajo de hombre
quemado al sol,
seco de trabajo
de venas plenas
de sangre en polvo.
Tiene el sabor de
las olivas amargas,
está tostada
sabe rica con ajo
y un poco de perejil fresco.
Más buena que papa frita.
Más buena que la vida
de muchos  de cientos.
—Deme un cuarto
y luego veré.
­—Aquí tiene, cliente mío.
—Gracias charcutero con guadaña.
—Qué gracioso es, amigo mío.

­—Buenos días, charcutero
de muertes muchas.
Quiero más muerte,
la seca me la comí
apenas sin sentir.
—Buenos días, cliente mío.
Ya no tengo más
hasta el martes
a más tardar.
—Siempre se acaba
demasiado pronto lo bueno.
Es hora de morir,
no se preocupe, no es por su muerte
es por mi vida.
—Yo le ayudo, cliente mío,
es lo menos que puedo hacer.
— ¡Era verdad, mi charcutero
del horror!
¡Corta con guadaña!
— ¡Ay cliente mío!
¿Cómo lo sabía?
No me haga reír más,
una guadaña corta sin esfuerzo
y es sanguinariamente romántica.
—No lo sabía, cruel charcutero
siempre he tenido suerte
para acertar lo que duele
 y lo que acaba.
—Adiós, cliente mío,
muera usted por fin.
­—Gracias charcutero de muertes,
me llevo el buen sabor
a muerte seca.

­—Buenos días, charcutero.
—Buenos días clienta mía.
—Este es mi hijo, lo que parí
lo que amo.
—Es un niño hermoso
a pesar de ser calvo.
—No es calvo, señor charcutero,
se lo come el cáncer
tal vez mañana muera.
Y quiero que antes
que la muerte  se lo coma,
él muerda la muerte.
­— ¿Tiene dulce muerte para él?
Negro charcutero negro.
Negro, negro, negro...
Estamos cansados de lo amargo.
­—Toma pequeño que vas a morir,
ésta es muerte añeja
la más dulce, la más esperada.
Es un regalo.
—Gracias  charcutero mortal,
gracias por esa negra muerte
que chorrea ahora dulce
por su boca llagada.
Te lo agradezco.
—Clienta mía, cuando
tu hijo muera mañana
ven a verme y te arrancaré
el dolor, la vida, el aire lleno de púas.
Lo haré gratis.
—Vendré mi amigo charcutero,
te lo juro.
­­—Adiós, que mueras feliz,
pequeño cliente mío.
Dame un abrazo.

—Adiós señor.









Iconoclasta

11 de octubre de 2013

El hijo de un violador (8 y final)



8
La decoración era minimalista con una clara orientación oriental, los colores claros de mobiliario y paredes creaban un ambiente diáfano, relajante. Aunque a ella le gustaban los ambientes más íntimos, tanta luz le daba la sensación de estar expuesta al exterior; pero pronto se adaptó a aquella atmósfera y se duchó en el gran baño de la habitación. Con cuarenta años sus músculos estaban firmes, sus piernas bien torneadas y sus glúteos bien marcados, su piel muy blanca entonaba con su melena rubia, ahora recogida en una coleta.
Se dejó caer en la cama, desnuda y excitada. Pensaba constantemente en el hermano de Fausto. Imaginaba ser penetrada por aquello que era puro placer y se durmió acariciándose los labios vaginales sin acabar la masturbación.
Fausto despertó, se sentía extrañamente bien y poco a poco tomó conciencia de lo que había ocurrido. Se encontraba con las manos esposadas a una argolla grande de una pared pintada de negro. Si no hubiera tenido las manos inmovilizadas, hubiera golpeado sus cojones. La sola idea, provocó un fuerte dolor en su pubis y la dulce morfina le obligó a cerar los ojos de nuevo.
A la hora de cenar, Pilar bajó al salón comedor, fastuoso en su modernidad. La mesa era de mármol blanco y los platos rectangulares con las esquinas elevadas.
— ¡Adelante! Siéntese.
—Gracias, señor Solovióv, tiene una casa preciosa. ¿Cómo se encuentra mi marido?
—Se encuentra felizmente sedado en el sótano, está bien. Y su hermano también, incluso mejor —le explicó de buen humor—. He hablado con mi abogado, Pilar. No hay noticia alguna de la muerte de su hija; es demasiado pronto para dar por desaparecido legalmente a un adulto, contando con que alguien quisiera hacerlo.
—Pero tarde o temprano mis padres o mis suegros se preocuparán cuando no tengan noticias de nosotros, incluso hoy seguro que me han llamado al móvil que mantengo apagado.
—Tiene que tener en cuenta que han cometido un grave delito y de la cárcel no se van a librar. Así que voy a comprarles unos pasaportes falsificados que descontaré de sus beneficios. Respecto al coche, lo voy a enviar a un desguace, lo cual constituirá un gasto más ya que hay que pagarle el favor al dueño del negocio. En definitiva, no le queda más solución que cambiar de vida. Y por supuesto, tendrá que pasar una larga temporada sin vida social. No creo que tenga mucho de que preocuparse.
Pilar por fin se derrumbó y rompió a llorar.
—Por favor, Candy, trae un diazepan para la señora Abad. Necesita un poco de ayuda —dijo dirigiéndose a la criada que llegaba a la mesa con una bandeja de parrillada de pescado, luciendo un elegante equilibrio sobre aquellos desmesurados tacones. Bajo la minifalda del  uniforme, no llevaba ropa interior.
— ¿O tal vez prefiere algo de cocaína, Pilar? —le preguntó con una gran sonrisa.
Se tragó el sedante y apenas probó bocado de la cena, se limitó a escuchar los consejos del ruso sobre decoración.
— ¿Podría llevarme adonde está mi marido?  —preguntó cuando Volodia se encendía un habano.
—Por supuesto. Acompáñeme.
El ruso se levantó de la mesa y la guió hacia la parte trasera de la casa, tomaron unas escaleras que llevaban al sótano y una vez abajo, el hombre tecleó una combinación en el abrepuertas, se escuchó el clic de la cerradura y le abrió la puerta dejándola pasar.
—Estaré en mi despacho por si me necesita, buenas noches, Pilar. Podrá salir cuando quiera, la combinación es solo para impedir la entrada a cualquier curioso.
Cuando subió las escaleras, alertó por teléfono a sus guardaespaldas.
—Estad atentos, he llevado a la mujer al sótano para que pase un rato con su marido, si el tipo sale de allá abajo, lo drogáis de nuevo y lo volvéis a atar.
Cuando llegó al despacho, conectó la videocámara de vigilancia del set de grabación y se sentó en la silla meciéndose tranquilamente con el cigarro entre los dedos.
— ¿Vienes a ver a tu esclavo? ¿A vuestro monstruo de feria?
Fausto hablaba con calma, lentamente, sin pasión. La droga aún influía en su organismo.
Pilar liberó sus manos con una llave de esposas que se encontraba colgando de la silla de un potro negro de BDSM.
— ¿Tampoco piensas en tu hija? Se está pudriendo… Yo la maté y tú la abandonaste.
— ¿Quieres que vayamos a la cárcel y se arruine toda nuestra vida por un accidente? Llevamos toda la vida trabajando y tenemos solo un piso del que apenas hemos pagado la mitad del préstamo y un coche que está por pagar también. Y no me hables de mi hija, solo yo sé de ese dolor.
—Pues no lo parece. Te estás comportando como una zorra. Si planeáis matarme “mi hermano” no sobrevivirá. Lo sé de una forma natural, no puede pasar más de treinta minutos lejos de mí, moriría deshidratado y desnutrido.
Pilar sentía los párpados pesados por la acción del valium y su mirada se dirigía insistentemente a la bragueta de su marido.
—Alguien tenía que tener la cabeza fría, Fausto. Espero que lo comprendas pronto… Estoy cansada ahora. En veinticuatro horas, hemos cambiado  nuestras vidas completamente.
Volodia prestaba atención a la conversación del matrimonio, las imágenes llegaban nítidas y podía examinar las miradas con el zoom de la videocámara.
Todo aquello era verdad, era un matrimonio mediocre con un problema inimaginable para nadie. Incluso la magnitud del fenómeno opacaba la muerte de su hija.
Si su plan había sido eliminar a la mujer, comprendió que no sería tan fácil, cuando observó al repugnante “hermano” del tal Fausto.
Pilar se acercaba a su marido con el paso inseguro de los narcotizados. El marido intentó alejarla empujándola atrás con las manos; pero su mujer recuperó el equilibrio y avanzó hacia él de nuevo, cuando se doblaba de dolor en el suelo con las manos en la bragueta.
Fausto entró rápidamente en la inconsciencia gimiendo de dolor. Su mujer acariciaba su paquete genital mientras lo desnudaba de cintura para abajo. Cuando observó el pene detenidamente y sopesó aquellos pesados testículos en  su mano, se sentó frente a su marido con las piernas abiertas. Sus bragas estaban empapadas, y el pantalón…
Volodia apartó con repugnancia durante un instante los ojos del monitor, cuando el pene y los testículos se desgajaron haciendo ruido a masa líquida del pubis del marido.
Como una especie de gusano, el pene se arrastraba dejando un rastro viscoso y rojizo, eran restos de sangre que goteaba de las venas desconectadas y fluido lubricante. Se dirigía directo a las piernas de Pilar.
La mujer se desabrochó el pantalón y se quitó las bragas. Sus muslos se recogieron encima del vientre para favorecer la penetración.
Volodia llamó a Candy a través del interfono: estaba caliente.
Cuando la criada llamó a la puerta, apagó el monitor para que no viera lo que ocurría. Cuando se agachó bajo la mesa y se metió en la boca su pene, encendió de nuevo el monitor y bajó el volumen.
Era increíble… Excitante… Sería un éxito, lo nunca visto.
El “hermano” ya se había introducido en la vagina de la mujer y sobresalían los gordos huevos peludos, que se contraían rítmicamente. Los muslos de la mujer temblaban y se había desabrochado la blusa para acariciarse los pezones sin ningún cuidado. Jadeaba sin pudor, sin que le importar si se oía. Y de hecho, podía oír sus gemidos a través de la puerta cerrada del despacho.
El trabajo de Candy duró muy poco, Volodia estaba demasiado excitado.
En el momento que eyaculaba en la boca de Candy, el pene había salido del coño de la mujer y ésta lo había tomado entre sus manos para llevárselo a la boca.
Estaba horriblemente grande, como si hubiera crecido durante el coito. Volodia lo recordaba un poco más pequeño cuando lo vio hacía unas pocas horas.
Y debía estar en lo cierto, porque cuando Pilar intentó metérselo en la boca, vomitó por no estar acostumbrada a algo tan grande.
Se aseguró de que la grabación siguiera en funcionamiento antes de apagar el monitor.
—Gracias Candy, toma —y le alcanzó un cigarrillo de hachís que guardaba en uno de los cajones de la mesa.
—Buenas noches, Volodia —saludó con informalidad, Candy. En realidad se llamaba Ana.
Su jefe la siguió con la mirada hasta que salió, seguramente se metería en la habitación de Emil, uno de los guardaespaldas. Había sido día de paga y el personal tenía demasiado dinero en el bolsillo; Candy les ayudaba a resolver ese problema (a ellos y la cocinera); pero sobre todo, era la mejor actriz porno que había conocido.
Aunque Pilar se podría convertir en la próxima Lovelace y ni ella misma lo sabía.
El pene estaba eyaculando en la boca de la mujer, accionó el zoom y obtuvo un primer plano, el semen le salía por las comisuras de la boca y por la nariz, bajaba por su garganta como una cascada lenta y blanca para recrearse en sus pechos. Una gota blanca se desprendió de uno de los pezones.
Dejó la grabación en funcionamiento y apagó el monitor, ya vería mañana el resto.
Cerró con llave el despacho y se dirigió a su habitación. Antes de dormir, envió un mensaje de texto a su camarógrafo Stanislav, para que no se retrasara para el día siguiente y sobre todo, que no llegara con su asistente de iluminación, él mismo le ayudaría.
Se durmió con su pistola cargada en la mesita de noche, sentía una sensación de asco y desconfianza por tener a esos ¿tres? individuos en su casa.
Pero era su trabajo, ya se había acostumbrado a convivir durante temporadas con toda clase de tarados mentales, que solo podían hacer alarde polla, coño y tetas, más vacíos que una cáscara de huevo.
Durmió sin soñar en nada. Fríamente como frío era el lugar donde creció.
Fausto se despertó por un olor indescriptible que ofendía y saturaba su olfato. Olía a mierda, orina y alguna cosa más que no acertaba reconocer. Recordaba vagamente que su esposa lo había vuelto a utilizar para follar con su hermano. Se encontraba lúcido, la morfina le había dado un descanso extra que necesitaba urgentemente.
Cuando su vista se hizo clara y se acostumbró a la luz, la vio.
Pilar se encontraba frente a él, con las piernas abiertas; estaba inmóvil su piel estaba blanca y fría como la de la ternera en las carnicerías, su boca estaba desmesuradamente abierta, la vejiga y los intestinos se habían vaciado.
Y vio ese pequeño pene saliendo de su vagina, como un feto, vomitando ante aquel aborto.
Le faltaba la respiración. Se vistió los pantalones apresuradamente, abrió la puerta y subió las escaleras. Cuando llegó a la planta baja, uno de los guardaespaldas le cortó el paso en el rellano.
—No puede pasar hasta que el señor Solovióv lo ordene.
—Mi esposa está muerta allá abajo. Avise a su jefe.
El guardaespaldas hizo una llamada a su compañero que se encontraba rondando en el jardín.
—Emil, ven a la escalera del sótano, tengo que revisar algo en el set de filmación. El señor Heras está nervioso y necesito que estés con él unos minutos.
—Voy para allá, Jurgen.
A los pocos segundos entraba por la puerta el guardaespaldas.
—Voy abajo, quédate con él un momento.
En unos instantes el hombre volvió a subir con un ademán grave en el rostro.
—La mujer está muerta, tenemos que avisar a Volodia.
—Solo son las seis y media de la madrugada.
—No podemos esperar, Emil.
Jurgen subió al primer piso para despertar a su jefe. Emil llevó a la cocina a Fausto tras asegurarse de que estaba razonablemente tranquilo, para que tomara un café y fumara un cigarrillo; al fin y al cabo, solo era un hombre normal, nada de esos criminales o degenerados con los que estaba acostumbrado a tratar cuando era policía en Svrenika hacía ya quince años.
A los quince minutos y tras un par de tazas de café, Emil recibió una llamada.
—Sí, señor Solovióv, ahora lo llevo.
—Vamos al despacho del jefe, quiere hablar con usted.
Recorrieron el pasillo hasta el comedor, lo cruzaron y tomaron el pasillo que daba a la puerta de la casa. El guardaespaldas se detuvo ante la segunda puerta y llamó.
— ¡Adelante!
Volodia se había vestido con una bata de raso negra y se le veía preocupado.
—Hay que deshacerse del cadáver, quiero que hagáis una fosa muy profunda en el jardín, tras el invernadero. Que Xavier plante unas flores, para que quede disimulada la tumba.
A continuación,  invitó a Fausto a que tomara asiento en una silla de plástico de jardín que se encontraba en el centro de un rectángulo de plástico de invernadero casi opaco por el uso, frente al escritorio de mármol y vidrio.
—Señor Heras, su esposa me contó su breve historia; pero ella no sabía aún que lo que tenía usted entre las piernas es un trozo de violador, algo abyecto que no debería haber ocurrido. Su mujer simplemente estaba drogada por eso que tiene por pene. Esto es inaceptable, inviable. Usted y su hermano son incontrolables. Unos verdaderos monstruos. ¿Sabe? Siempre he pensado lo mismo que usted decía ayer al salir de aquí: no deberían nacer los hijos de los violadores, todo lo que sale de lo podrido está podrido. Y ya no quiero saber nada de toda esta porquería. Soy un pornógrafo, tal vez un ser miserable para esta sociedad, pero tengo mi orgullo y mis prioridades. En un principio me dejé llevar por el impacto visual, por las posibilidades de negocio; pero ya he ganado todo el dinero que necesito. Me puedo permitir el lujo de juzgar y actuar al margen de leyes y de escrúpulos —se acercó desde la mesa para ofrecer un cigarro a Fausto, que aceptó—. He visto la grabación de toda la noche y usted no puede vivir  y mantener semejante monstruo, no tiene control.
—Es lo que necesitaba oír por fin. No deberían nace los hijos de los violadores.
—No saldrá de aquí para acudir a la policía, no me voy a involucrar en este escándalo. Nadie sabrá lo que ha ocurrido con ustedes ni lo que ocurrió cuando encuentren a su hija. Y tampoco voy a mantener por ningún concepto esta mierda en mi casa.
Durante una inhalación profunda del cigarrillo, Fausto sintió el sorprendente sonido de un escupitajo y durante un instante todo fue luz. Luego dejó de existir al tiempo que caía de la silla al suelo. Parte de su corazón había salido por la espalda, formando una estela de carne cruda en el plástico del suelo.
El pene se desprendió y reptó por el suelo unos centímetros antes de que Volodia, tomara el abrecartas de su escritorio y lo clavara en el enorme glande. El meato parecía una boca torcida por el dolor.
Aún retorciéndose como una oruga, lo envolvió con una esquina del plástico del suelo y lo pisoteó hasta que dejó de moverse. Y siguió pisoteándolo hasta que dejó de parecer lo que era. Tiró la pistola y el abrecartas en el pecho del cadáver y llamó a Jurgen por teléfono.
—Aprovechad la fosa y meted esta mierda también allí.
A continuación presionó el botón del interfono.
—Candy, por favor, en cuanto se levanten y hayan desayunado Pedro y María, que vengan a limpiar el despacho a fondo. Todo el suelo, todos los muebles, tarden lo que tarden. No quiero que quede ni una arista sin limpiar, aunque parezca limpio. Que hagan lo mismo en el set de grabación.
Envió un mensaje a Stanislav: “Se ha cancelado la grabación, no vengas. Ya te avisaré”.
Metió la mano en el bolsillo y sacó una bolsa de plástico con cierre, dentro había guardado el feto del pene que abortó la mujer. Salió y se dirigió al almacén de materiales para  el mantenimiento de la casa. Tomó un frasco vacío de garbanzos, metió el proyecto de pene, llenó el frasco con alcohol y lo cerró.
Con cinta de papel para pintura, hizo un letrero y escribió: “Los hijos de los violadores no deberían nacer”. Y sonrió porque solo él conocería el significado de aquello.
Cuando Pedro y María dieron por finalizada la limpieza del despacho, colocó aquel frasco en un rincón de la estantería de libros. Desentonaba con la decoración como un detalle sórdido y de mal gusto, cosa que no le importó demasiado. Nadie creería lo que era de verdad, en eso estaba lo divertido.
Borró la grabación del set y el video que le adjuntó Pilar en el e-mail.
Y todo fue como una pesadilla que se olvidaría, salvo por el hijo del violador que nunca nació, flotando en un océano de alcohol. Muerto y olvidado.
Los pornógrafos arreglan las cosas de forma eficiente, contra toda ley, contra toda moral.
Llamó a Candy por el interfono.
—Te espero en mi habitación.

—Ahora subo, Volodia.








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