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7 de diciembre de 2011

Yo no soy esquizofrénico


Yo no soy esquizofrénico, sin embargo tengo una doble personalidad.
Estoy yo y está Él: el Dios Polla, el Pene que vive su propia vida. El maldito ser que me traiciona; que pone de manifiesto mi deseo quiera o no.
Necesito hablar seriamente, siento la necesidad de ser racional; pero ella me mira de cintura para abajo y sabe que no lo conseguiré y ríe con su cómplice. Con mi segunda personalidad que acapara la suficiente sangre para dejarme el cerebro seco.
Mi pene no entiende de palabras ni emociones, se endurece ante ella, ante el recuerdo de sus manos descapullando el placer, besándolo, lamiéndolo. Tragando todo el amor que mi pornógrafa personalidad escupe dentro y en su piel. En sus ojos, en su cabello…
Está hermosa, mi pene la hace intensamente guapa.
No la puedo apartar de mi mente, no puedo dejar esta erección dolorosa, inconsolable.
Me duele…
Pero no me hace caso. Su función es joderla. Siempre acabo rendido ante los deseos de ambos: de ella, de él. Del que vive entre mis piernas, el que parasita mi riego sanguíneo y me obliga a acariciarme, a descubrir mi baboso glande a la atmósfera. Bendito frescor el del aire en mi capullo recalentado…
Con los dedos entre mis pesados testículos y el bálano, se me tensa el vientre y descargo a presión, sin control. El ombligo se inunda y todo es paz durante ese desfallecimiento del Dios que me esclaviza.
No puedo afirmar que estoy triste sin ser traicionado por mi otro yo. Es imposible que me tome en serio cuando mi erección tensa la ropa que cubre mi polla.
Mi puta polla…
No odio a mi pene, no pretendo extirparlo; pero me hace imbécil.
A veces creo que piensa cosas feroces, cosas hostiles para la ternura. Y decide invadir su coño bendito, alojarse, apretarse y soltar su carga de semen contra toda emoción racional de amor y ternura.
Yo me rindo ante la indecente violación de su cuerpo. Y soy un instrumento en poder de mi pene.
Es un dios que se muestra impertérrito ante el llanto, la risa o el miedo.
Él no se preocupa más que de endurecerse, empaparse y penetrarla ante la sola visión de sus labios.
Soñamos con restregarnos por sus pechos y dejar un río blanco en su torso, un río que se extienda hasta el mismo vértice de su coño y se haga dos inundando la vulva que besamos, lamemos y penetramos.
No puedo consolarla cuando está triste, porque mi esquizofrenia presiona y palpita ante el calor de su cuerpo.
Otra vez sin sangre para pensar, otra vez mi miembro intenta alojarse entre sus piernas, busca penetrarla. Yo solo puedo presionar contra ella y dejar que fluya este líquido viscoso que me lleva a la desesperación.
Orino y está presente en la gota que se prolonga y que cuelga de mi meato demasiado sensible. Cierro los ojos y dejo que pese la gota, que se balancee.
La gota me masturba en sórdidos urinarios, en malolientes lugares. Mi esquizofrenia no considera los decorados.
Mi pene es obsesivo, cada día exige más. Cada día la ama más, quiere amar más que yo. Quiere poseerla más que yo.
Yo no soy Jeckill, no soy docto; pero mi mister Hyde, no tiene piedad de mí.
Ella no tiene piedad con su desmesurada sensualidad. Con su erotismo a flor de piel.
A flor de mi polla.
Yo no soy esquizofrénico y si lo fuera no desearía tratamiento.
No es una alucinación lo que tengo entre mis manos palpitando.
No lo soy.



Iconoclasta

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