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29 de julio de 2011

Semen Cristus (11)



En el campamento de chabolas los drogadictos hablaban entre si un idioma desconocido, un farfullo solo comprensible para los cerebros hechos papilla. Sentados frente a las ruinosas casas se abrazaban las rodillas balanceándose, intentado contener el ansia por chutarse. El que le vendía las hormonas y otras drogas, suministraba en aquel barrio.
En uno de los callejones sin salida, se encontraba estacionado un Audi negro, y un chico tembloroso de “mono” se encontraba hablando con el conductor. Metió la mano en el interior del coche y la volvió a sacar para meterla enseguida en el bolsillo de la cazadora vaquera. Cuando salió a la calle principal, giró la cabeza a izquierda y derecha y emprendió camino cabizbajo.
El conductor del coche se encendió un cigarrillo.
María se mordía el labio inferior nerviosa dentro de la furgoneta.
Acercó el vehículo al bordillo y estacionó frente al callejón, delante del parachoques del Audi.
El conductor hizo sonar el claxon varias veces con enfado. Gesticulaba con las manos indicándole que aparcara a un lado, no allí delante.
Cuando María bajó de la furgoneta, el hombre dejó de hacer sonar el claxon tras reconocerla.
María, al igual que el yonqui, se agachó para hablar a través de la ventanilla.
El hombre accionó un pulsador en la puerta y la luna bajó rápidamente.
—Hola, Martín.
—Hola María. Menudo susto me has dado. No sabía si eras una poli o un mugriento yonqui de éstos. ¿Qué necesitas con tanta urgencia que te ha traído hasta aquí?
—Necesito unos cuantos sedantes, valium o diazepan. Y también que me digas cual es el chico más necesitado, el que se prestaría a venir conmigo para trabajar en casa. Alguien sin familia o que nadie pregunte por él.
—Puedes encontrar a patadas de esos por aquí, no tienes más que elegir uno al azar.
—Lo quiero muy joven, no he visto a ninguno así por aquí. Te pagaré seiscientos euros si me envías a un chico a casa de entre quince y dieciséis años. Que venga pensando en tareas de granja. Estará servido de cualquier cosa a la que esté enganchado.
—¿Se puede saber qué tramas?
—Estoy cansada para limpiar la mierda del establo y atender además a mi consulta. Y mi hijo quiere irse del pueblo y conocer otros lugares. No me quiero quedar sola.
—¿Sabes en lo que te vas a meter? Esta gente, en cuanto siente el mono, son intratables.
—No te preocupes por eso, lo tendré contento. Y sabes que siempre te he pagado, yo cumplo —le pasó un papel doblado.
—Esto es mi dirección y teléfono, que llame antes de venir.
—¿Y los seiscientos?
—Cuando el chico esté trabajando para mí, te compraré más mierda. Y en ese momento te pagaré lo acordado.
—Está bien, a ver si encuentro alguno entre toda esta basura. Te llamaré en cuanto sepa algo —le entregó una bolsita llena de pastillas a María—. Esto son ciento cincuenta.
María sacó el dinero del bolso y se lo entregó.
—Que sea rápido, Martín. Tengo prisa.
Cuando María ya se dirigió hacia su furgoneta, Martín arrugó la nariz con disgusto por el olor que desprendía María la loca.
—Te hace falta ayuda y jabón, so guarra —pensó.
María se volvió hacia él con una mirada de intenso odio y Martín temió haber pensado en voz alta; pero la mujer se subió a la furgoneta sin decir nada.
Cuando llegó a casa, el contestador acumulaba un gran número de mensajes. Eran las feligresas, querían su misa.
Llamó a Candela.
—¿Estás más tranquila, Candela?
—Estoy que me va a dar un ataque de nervios. No puedo ni dormir ni pensar.
—Necesitas a Semen Cristus.
—Necesito olvidar que mataste a tu hijo y yo lo enterré.
—Entonces date prisa en olvidar, porque no será bueno ni para ti ni para mí que alguien sepa lo ocurrido.
—¿Y qué harás cuando pregunten por tu hijo?
—Encontraré su reencarnación y volveremos a celebrar la misa del Gran Placer. Ten fe.
—Estás loca.
—Te avisaré cuando esté lista la próxima misa.
Candela colgó el teléfono y todo el autocontrol que había conseguido reunir se hizo añicos. Sintió su corazón palpitar con latidos arrítmicos. Estaba a punto de sufrir una crisis de ansiedad. Tenía que hacer cosas, olvidar.
Salió de casa con el carrito de la compra y en lo que menos pensaba era en lo que iba a comprar.
La única opción que tenía, era conservar su trato con María y convencerla de que no hablaría jamás de aquello.
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Carlos escuchaba la radio confortablemente sentado en su tractor, yendo y viniendo de un extremo a otro del campo, arando la tierra por enésima vez en seis meses, infinita en toda su vida. Pensaba en Candela, en la rápida depresión en la que se estaba sumiendo. Dando vueltas a la cabeza para encontrar las palabras adecuadas para convencerla que debía acudir al psicólogo. No sería la primera mujer de un agricultor que debía acudir en busca de ayuda médica.
Se desvió y llegó hasta situarse discretamente lejano de la casa de María. La mujer estaba apeándose de la furgoneta. Su hijo no iba con ella.
Debería hablar con ella. Comentarle que Candela se encontraba distante y triste, consultarla como cliente y conocer así más de cerca a la loca. No podía ser casualidad que Candela hubiera pasado de un estado de tranquilidad inicial cuando comenzó sus visitas y de pronto cayera en especie de apatía y tristeza.
Pero por alguna razón dejaría que el cura se informara discretamente, a un lugar donde solo van mujeres, un hombre aunque sea un vecino conocido, causaría desconfianza.
Esa misma mañana, se acercó a la parroquia y habló con el padre José.
—Buenos días, José.
—Buenos días, Carlos. ¿Qué te trae por aquí tan pronto?
—Tengo que consultarte algo, porque Candela se encuentra muy decaída. ¿Sabes por casualidad que tipo de tratamientos ofrece la María a las mujeres? Candela inició sus visitas hace ya meses y parecía que iba bien; pero hace unos días ya que va deprimida.
—Pues te parecerá extraño; pero con la cantidad de mujeres que acuden a casa de la María, no tengo ni un solo chisme de ninguna. Y María misma, es una asidua a misa. Pero no cuesta imaginar que siempre se trata de remedios caseros y un poco de cuento y supersticiones. En definitiva, creo que se curan por distracción, de tanto hablar entre ellas, que por las infusiones o pomadas que prepara.
—No sé que decirte, José. Candela anda muy triste y sigue acudiendo a la consulta de esa curandera, que por cierto, huele que apesta y se trae ese mismo olor a casa.
—Un día de la próxima semana tengo que ir a la parroquia vecina y me pilla de paso la casa de María, haré una visita de cortesía y de paso le pediré un remedio para el dolor de pies, y veremos que prepara. Te comentaré lo que vea. Pero yo no me preocuparía, Carlos.
—Gracias, José. Me dejas más tranquilo.
Cuando Carlos se metió en su auto, el padre José entró en la parroquia y se sorprendió al ver que Jobita, la mujer de Gerardo lo miraba con intriga.
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Iconoclasta

Las imágenes son de la autoría de Aragggón



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26 de julio de 2011

Muérete humanidad



Me encuentro cercado por mala gente en un planeta pequeño, caliente y apestoso.
Nadie puede sentirse tan contaminado, sucio e infectado como yo.
No puedo alejarme del planeta, mi puerca naturaleza no me deja volar al espacio, no puedo respirar vacío, mi porcina piel no puede tolerar los rayos gamma que vienen de esa asquerosa estrella que llaman sol.
Siempre hay un roce de alguien en la calle que molesta. No tengo escapatoria. Estoy tan prisionero y condenado que mejor sería estar muerto.
No hay suficientes muertes que me satisfagan.
Imagino un mundo cuya tierra está plagada por fin de muertos. Camino sobre cuerpos corruptos y estoy maravillosamente solo.
No camino descalzo, llevo botas de pescar que he encontrado en una tienda a cuyo dependiente muerto se le escapa su hígado negro por la boca.
Mis botas me mantienen a salvo de la corrupción, necesito cosas artificiales porque mi repugnante naturaleza no es suficientemente fuerte.
No hay suficientes muertos cuando abro los ojos…
No siempre estoy a salvo de los infecciosos humores de los muertos, cuando piso sus vientres siempre les rezuma por la nariz un líquido venenoso que es sangre, mocos y vísceras. Me da mucho asco que salpiquen mi pantalón los muertos.
He deseado tanto sus muertes… La humanidad aniquilada es mi gran ilusión.
Y en este bendito mundo no lloro de felicidad porque no soy demasiado sensible; pero me encuentro en paz a pesar de esta peste que desprende la carne muerta.
En fin, no hay nada perfecto…
¡Me cago en la virgen! Todos los muertos huelen de forma repugnante por muy buenos que se hubieran creído en vida.
Incluso odio que estén muertos porque no puedo reprocharles lo apestosos que son.
Incluso muertos son molestos.
Los niños pequeños deberían oler mejor.
Sólo los viejos tienen un aroma a podrido algo más suave. Es normal, están más secos.
Sus tórax no crujen, no se rompen al pisarlos (los piso porque ellos me pisaron a mí, soy rencoroso), tiene que pasar más tiempo, se han de pudrir mucho más. Quiero tener tiempo para verlo.
La serosidad ambarina de sus bocas es una constante en sus rostros.
No hay cuervos ni buitres comiendo de ellos, en mi mundo perfecto nadie quiere comer tanta mierda.
Estoy seguro de que este repugnante hedor con el tiempo desaparecerá. Es muy reciente.
Estoy lo más cerca de la felicidad que puedo estar.
No quiero abrir los ojos, no quiero volver al planeta que me mantiene prisionero. Quiero aspirar el olor a carne podrida antes que sentir el roce de los vivos.
No quiero estar con ellos, entre ellos. No quiero respirar parte de lo que sus mediocres pulmones expulsan.
¿Tan difícil es que ocurra una catástrofe?
No quiero morir, me conformo con la aniquilación de la humanidad. Son odios que me mantienen vivo e ilusionado.
Si pudiera crear de la nada como Dios, regaría la tierra con muerte, con mi orina ácida y que sus vapores mataran y corroyeran hasta el último hálito de vida.
Pero si no hay más remedio, si no puedo mantener esta ilusión y tengo que volver a despertar en este planeta inmundo con la humanidad como plaga, mejor me arranco los pulmones con un gancho.
No quiero volver aquí, no hay libertad, no hay espacio ni para el pensamiento.
Muérete humanidad, ten piedad.
Moriros todos antes de que deje de imaginar y así se haga realidad mi sueño.
No tenéis mucho valor y yo necesito espacio.
Por una vez en tu puta historia, humanidad de mierda, haz realidad mis sueños y déjame cerca unas botas de pescar para no ensuciarme.




Iconoclasta

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22 de julio de 2011

El Probador de Condones reflexiona de su trabajo



¿Cómo es la vida profesional de un probador de condones?
Pues no es tan alegre y hedonista como pueda parecer. Cuando se folla por trabajo, puede uno caer en el hastío. A mí aún, tras diecinueve años de trabajo, no me ha pasado; pero por alguna casualidad se podría dar el caso. Es normal pensar en estas cosas cuando ves a hombres aburridos beber cerveza tras cerveza en el bar con sus dedos grasientos de aceites minerales viejos y nada de vaselina, semen o fluidos femeninos.
Hay días en los que necesito desligarme de mi trabajo y es por ello que de vez en cuando voy con putas para liberar tensiones, pagar es una forma de hacerlo por gusto y necesidad, como si fuera un hombre normal. Ese es todo el trauma que me causa mi trabajo. Y a mi mujer también porque no le acaba de hacer gracia que me vaya de putas a pesar de que sirva de alivio a mis momentos de desánimo. Es una egoísta.
Bendigo mi suerte a pesar de este detalle sin importancia.
Tengo el privilegio de no pasarme ocho horas en una fábrica atornillando los intermitentes de un coche como un pobre ingeniero.
Yo diría que quien peor lleva mi trabajo es mi mujer porque después de haber hecho los desayunos, comida, cena, la limpieza y unas lavadoras; ya no siente la misma alegría de antaño al ver mi polla erecta. Parece un poco desencantada tras quince años de matrimonio.
No me la mama con entusiasmo.
Y no siempre le ocurre, yo creo que se hace mayor.
Las mujeres que conozco envejecen peor que yo. A cambio han vivido momentos de intenso e inigualable placer, un placer que yo obsequio con generosidad aunque jamás me lo devuelven con la misma intensidad. Cosa que no les reprocho, ya que genéticamente no hay mujeres que puedan dar un placer comparable al que yo proporciono.
A veces uno se siente solo, más o menos como los superhéroes de las películas.
Los superhéroes son una especie de superdotados, como yo; pero con poderes menos carnales y mucho más banales.
La singularidad y el elitismo provocan soledad. Esto no se trata de un problema, ya que dado mi nulo carácter social, se convierte en una ventaja.
Recuerdo hace años, que mientras follábamos, nuestro hijo de un año cayó de la cama al suelo, el ruido no fue demasiado fuerte, no le salió chillón y aunque le hubiera salido, teníamos semen de sobras para untarle en la frente.
Recuerdo como reíamos, yo lamiendo su coño y ella con mi pene en la boca. Eran tiernos momentos. Iconoclastito lloraba desconsoladamente y ahora no sé si es porque no le chupaban o no chupaba.
Tal vez mi santa echa de menos aquellos tiempos. Nuestro hijo ya no quiere estar con nosotros al follar. Le insistimos para que aprenda; pero ya está en esa edad de los catorce años en la que prefiere hacerse pajas con las fotos de las aborígenes desnudas de los reportajes del National Geographic que compro cada mes.
En fin, que cuando Mari acaba sus tareas domésticas, ya no está tan interesada en adorar mi enorme rabo como lo estaba hace ya unas horas.
Cuando por fin se sienta cansada en el sofá y no dan nada en la tele que a mí me guste, le cuento cómo me follo a la hija del gobernador (estudia farmacología y presta sus servicios como becaria en mi empresa; todas las niñas pudientes sueñan con mi departamento). Cuando le explico que su vagina es muy estrecha y que incluso aún, tras cuarenta y ocho horas de haberle destrozado el himen, llora emocionada, a mi mujer se le ponen los pezones de punta.
—A veces eres tan guarro… ¿Y su orgasmo es rápido? —me pregunta separando las rodillas.
—Se corre en dos minutos. Con lo estrecho que es su coño, al penetrarla se le tensa el clítoris mucho y sus mini-pezones se ponen duros como canicas.
—¿Y grita?
—Como una cerda. Cuanto más ricas son, más guarras. La semana pasada me quitó el condón para que me corriera en su boca. Toda la prueba del lote se fue a la mierda. Tuvimos que repetirla y lo pagó con un coño más irritado que el culo de Ahmed. La regañé y la sancioné con dos pruebas anales extras. A propósito de Ahmed, vino a darle un buen repaso con la lengua porque estaba ya más seca que la mojama.
—¿Y cómo ha aguantado esa penetración anal siendo virgen?
—No la ha aguantado, cuando llegó a su casa tras la jornada peta-culos, su madre la oyó gritar cagando en el lavabo y a la mañana siguiente se presentó en el despacho del director de la fábrica con la niña de la mano y las bragas sucias de sangre para quejarse. El director me la envió a mi departamento y entró con su niña cogida de la mano y con permiso para insultarme.
—¿Qué te dijo?
—Me llamó “cabrónhijolagranputa” y que si tenía lo que hay que tener, se lo hiciera a ella. Le respondí que la respetaba como gobernadora que era; y que le podía hacer una demostración de cómo había sido lo de su hija. “Usted ya tiene experiencia y seguro que lo entenderá” le dije. Se sonrojó un poco al darse cuenta de su poco oportuno berrinche y se suavizó cuando me bajé el pantalón para colocarme el condón Penetrations Matures (el más gordo para provocar un mayor roce vaginal en las mujeres ya menopaúsicas).
—Disculpe mis modos; pero mi hija es lo que más quiero y pensar que abusan de ella me pone histérica —me dijo hipnotizada por mi pene enfundado en tan grueso condón.
—Lo entiendo gobernadora. Pero esto es un trabajo y su hija debe comprender que no es una broma, las pruebas de integridad de los lotes son un bien para la sociedad y hay mucha responsabilidad en ello.
La gobernadora me lanzó una sonrisa encantadora y le dijo a su hija:
—Lo que dice el Sr. Iconoclasta es cierto. Es una gran responsabilidad y si te duele el culo, te jodes —dijo bajándose la falda y las bragas.
A esta altura de nuestra conversación, mi santa ya me había sacado la polla del pantalón del pijama y me la comía. Yo la penetré sentándola en mis rodillas y pellizcándole el clítoris me corrí pensando en la hija del gobernador y su estrecho chocho de dieciséis años (a esa edad no se suele ir a la universidad, a menos que aunque seas subnormal, tu padre pague lo suficiente para hacerte pasar por genio). También pensaba en la madre que me devoró la polla con aquel carnoso culo más holgado que su vagina.
Ya no pude contarle que la gobernadora tenía el culo herniado por las embestidas de su marido gobernador y del secretario del gobernador. Ni que su hija acabó lamiéndome los cojones mientras a su madre le llenaba ese culazo inmenso que era capaz de tragarse un melón entero atravesado.
Mari pensaba también en el culo dilatado de la hija de la gobernadora cuando se corría; pero no es tortillera, lo juro. Simplemente se puso en su lugar, las fantasías sexuales son impredecibles.
Y así es como mi mujer, durante unos momentos, dejó de sentir esa pequeña depresión por mi trabajo.
A pesar de que llevo tantos años realizando este bendito trabajo para el que nací, sigo acudiendo casi ilusionado todos los días. Lo único que ahora me está aburriendo un poco, es la gobernadora. El director de la fábrica la ha invitado a participar en las pruebas con su hija durante todo el mes a cambio de un permiso especial para poder colocar dispensadores de condones en las entradas de los ministerios.
Y es que siempre el mismo plato cansa.
Y a pesar de todo, consigo que mi mujer de vez en cuando muestre algunas expresiones de ilusión cuando la elevo a los cielos con una buena follada.
Hay que cuidar el matrimonio porque de lo contrario te quedas sin chacha para la limpieza.
No hay trabajos aburridos; pero sí mujeres malfolladas.




Iconoclasta

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17 de julio de 2011

El Probador de Condones y los amores platónicos



El amor platónico hoy en día es el inicio de unos tremendos cuernos cuando el que lo padece y la que es la protagonista de sus sueños está casada o arrejuntada.
Ahí es cuando el marido o pareja o novio de la platónicamente adorada, tiene que empezar a sacar brillo a sus cuernos.
En otros tiempos, cuando los amantes se comunicaban por correspondencia postal, ya que no había internet, ni teléfono móvil y ni siquiera había divorcio; los cuernos no llegaban a lucirse lo bien que se lucen ahora. Es que da gusto ver a cornudos y cornudas paseando sus osamentas por las avenidas y calles de los pueblos y ciudades.
Porque ocurre que ella sonríe complacida al sentirse la gran diva de los sueños de un hombre. La vanidad de saber que se es hermosa es una auténtica apisonadora imparable. Campo abonado para los cuernos.
(También valdría narrarlo al revés, desde la perspectiva de que es el hombre el que le pone los cuernos a la mujer; pero soy hombre y me siento más a gusto así).
Yo mismo me puedo hacer tremendas pajas con las palabras de amor y mensajes de gran humor y cordialidad que puedes ver en los muros de las redes sociales. Y es que imaginarse a una mujer hermosa masturbándose ante la cara (vía messenger, yahoo o skype) del que la ama platónicamente es una imagen de impactante y eréctil erotismo.
Salen ruiseñores de su coño (del hombre no quiero imaginar lo que sale porque me dan asco todas las pollas menos la mía).
El proceso es que ella empieza a sentirse más feliz que nunca con los pequeños mensajes de humor y amistad (qué asco) que son cada vez más esperados en el ordenador y en el móvil. Y en poco tiempo, se encuentra mirando a su hombre habitual con cierto asco.
Y piensa: ¿Con ésto me he juntado yo?
Sí ya sé que narrado así suena asqueroso; pero la realidad la puedes maquillar con los colores que te salgan del coño o los huevos; pero sigue siendo así de simple y divertida para los que lo vemos desde las gradas del Estadio Olímpico de los Cuernos Virtuales y Reales.
En la otra dimensión, el amante platónico se mata a pajas virtuales y recurre a todos los medios gráficos para encontrar con que excitar a la bella. Y lo más efectivo suelen ser los mensajes de no más de tres o cuatro palabras. Cosa que me hace pensar que la bella, además de serlo, debe ser idiota o cuanto menos, imbécil. Pero se le puede perdonar porque está buena.
En la dimensión más práctica y triste, está el hombre habitual de la bella, que empieza a ser una especie de bulto aburrido que es incapaz de provocarle las sonrisas que ella lanza a su teléfono móvil.
Es inevitable que a uno se le escape la risa al observar una pareja de este tipo, ella pegada al teléfono, él pegado a sus cuernos mirando un triste plato de sopa mal cocinada.
Esto es un proceso habitual en todos los casos. Yo lo sé todo, porque soy el que provoca que las mujeres miren más el teléfono que a su hombre y ellas follan pensando en mí.
No es por vanidad, porque la vanidad es cosa de las bellas. Es porque si alguien confiesa a su platónico/a amante su amor enloquecido, es para follar y no por vanidad.
Yo no me paso el día follando para pensar que las nenas que se ofrecen voluntarias para probar los condones de la fábrica donde trabajo, están enamoradas de mí. Simplemente desean a alguien muy hombre llenando sus coños.
Normalmente, las parejas de amor platónico duran un mal polvo y mientras tanto con sus parejas habituales entran en conflictos tremendos que les lleva a estados de estrés y ansiedad, siendo el culpable, precisamente, el cornudo.
Y aunque los amantes platónicos se toquen frente a una cámara, el hombre de la bella, ya puede ir afilando sus cuernos, porque le servirán para pinchar aceitunas cuando el camarero se olvide de servir palillos. Se toquen con las patas de pollo del caldo o con las alas de un ángel, el cornudo no pierde dramatismo alguno en su estatus.
Hay cosas que ocurren cada día y ésta es la más evidente y más habitual, porque si de algo sirve internet, es para buscar pareja virtual artificial o real y lucirse como un humano de unas aptitudes que rayan en la divinidad; pero esto solo entre los amantes.
Porque el cornudo piensa de ellos que son dos cerdos del tamaño de un tren mercancías.
Esta es la más vulgar, la más adocenada de las relaciones que se dan por internet.
Este proceso degenerativo para el cornudo no debería ser demasiado doloroso a menos que sea imbécil, porque si convives con alguien, hay que ser muy idiota para no darse cuenta de los pequeños cambios que se operan en la mujer (me la pela que me llaméis machista, pero yo nunca pienso como mujer) que es adorada platónicamente por otro hombre. Lo ideal es pasarse por el forro todo ese amor que quedó en el pasado y empezar a buscarse la vida por otro lado. Con un par.
El momento culminante llegará cuando ella le diga: “Cariño, tengo que pasar un par de días en la Columbia británica porque formo parte del jurado de una revista que otorga premios literarios, y que sólo existe allá. ¿No te sabe mal verdad?”.
Yo es que me parto de risa.
Total, él hubiera hecho lo mismo si hubiera tenido un amor platónico femenino.
Y es que con internet, cualquiera que sepa poner bien los signos icónicos que se usan con paréntesis, dos puntos, la X, la D y la madre que los parió a todos, se convierte en el amante perfecto. En el más simpático de los seres y en el que la bella piensa en muchas horas al día arrepintiéndose de haber elegido un hombre tan aburrido como pareja real.
El amor platónico en internet, es más barato y fácil que gastarse el dinero en putas para quitarse la frustración del poco follar. Y por otro lado, si el adorado o la adorada es feliz, el público dará palmas de alegría ante tan maravillosa relación. Ya que verán en ello, que ellos también podrán ser así de dichosos.
Pero la culpa no es de internet, que nadie se engañe, la culpa es que siempre hay quien tiene una polla más gorda que la nuestra y que sus dedos son más ágiles para pulsar iconos y decir cosas tan aburridas que nunca entenderemos como es posible enamorar con ellas a una idiota.
Bueno, mientras os folláis los unos a los otros virtualmente y en el mejor de los casos, escasamente. Yo me voy a probar el lote de condones Andorransdiv11122xytelamamo, que son especiales para los viajes a Andorra de las parejas un tanto promiscuas y platónicamente enamoradizas.
Los cornudos: tranquilos, no desesperéis porque es algo que siempre llega, os largáis a otro sitio que hay más mujeres que subnormales. Tampoco es un gran drama.
Buen sexo.
Siempre abundante: El Probador de Condones.




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15 de julio de 2011

Semen Cristus (10)



Era imposible apartar de su cabeza la imagen de Semen Cristus sangrando, el pavoroso ataque de su madre. La locura que había en sus ojos, incluso en el ojo abierto del cadáver del mesías.
Tiene que resucitar, los mesías resucitan y dan una segunda oportunidad a la humanidad.
Se asustó de su propia locura.
Sonó el teléfono y se sobresaltó.
—¿Candela?
—Dime Lía.
—¿Sabes algo de Semen Cristus? María me ha dicho que está enfermo y no se pueden hacer misas hasta que nos avisen. ¿Qué puede tener?
—No tengo ni idea. Debe ser algo sin importancia; Nuestro Señor es un chico fuerte.
—Que el Señor te oiga. Lo necesito, no sé que me ocurriría si no pudiera sentir su hostia. Ya he tenido bastante mala suerte —la viuda lanzó un sonoro suspiro de paciencia.
—Mañana la llamaré. A ver si consigo que me explique lo que le ocurre a Semen Cristus y para cuándo podremos volver a celebrar la misa.
—Te noto cansada, tienes la voz tomada. Seguro que ya estás incubando una gripe.
Candela se secó las lágrimas de la cara y limpió la nariz goteante.
—Seguro que sí. A ver si acaban de una vez la dichosa capilla del desván. Hace mucho frío en el establo.
—No todo el tiempo; yo salgo sudando siempre —bromeó Lía riendo.
A Candela le fue imposible sonreír y se quedó muda en el auricular.
—Buenas noches, churri.
—Buenas noches, Lía.
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—Tú no te encuentras bien. Algo te está pasando. Te noto tensa, nerviosa.
—¡Que no, coño! Ya te he dicho que me ha de bajar la regla y me duelen los ovarios. Estoy cansada.
Carlos dejó de insistir y continuó cenando en silencio. Su hijo miraba la televisión y esporádicamente el plato para acertar a pinchar un trozo de beicon.
La mujer se levantó de la mesa para ir a la habitación.
—¡Qué rara está tu madre!
—Esta tarde no estaba cuando he llegado. Ha estado en casa de la María la loca. Parecía que lloraba.
—¿Ah, si? Pues normalmente viene de buen humor. Seguro que se ha discutido con alguien en el grupo.
Carlos sabía que no era así. Candela estaba pasando por un mal momento, se lo decían sus huesos que la conocían desde hacía muchos años.
Y se preocupó. Cayó en la cuenta, de que al entrar en casa, olió de nuevo, aunque levemente, ese desagradable olor a mierda y podrido que desprendía la María a pesar de la colonia con la que se duchaba. El mismo hedor que en el coche de Gerardo.
Recuerda a un anciano vecino que tenía cerdos y al que tenía que ayudar cada tres días a limpiar el establo. Era el mismo desagradable olor. Mierda y paja fermentada.
No le costó mucho imaginar que el establo tenía que ser el “consultorio”.
¿Y por qué le ocultó Candela que estaba allí cuando él llegó la mañana que el tractor se encalló en el barro?
No hay nada al aire libre que huela como un establo sucio.
Cuando vives cada día igual al anterior durante años y años, te sensibilizas a los cambios por pequeños e imperceptibles que puedan parecer.
Y lo peor, era que Candela, no era ella. Nunca la conoció como se encuentra ahora.
¿Y si los remedios de la María eran tóxicos? Muchos curanderos y sanadores recurren a hierbas con principios tóxicos o con alguna droga que pudiera afectar al organismo si se toma con demasiada frecuencia.
Durante la partida de dominó de aquella tarde en el bar, los amigos comentaban de nuevo cómo las mujeres del pueblo acudían con frecuencia a la curandera. María la loca…
Fue un comentario de Alberto el que despertó un pequeño recuerdo sin importancia.
—Será muy buena con las hierbas y curando; pero es una guarra de cuidado. Mi mujer vino a casa con olor a mierda fermentada. Ni que pasaran consulta en la cochinguera.
Se rieron y uno de los jugadores dio un fuerte golpe en la mesa al plantar la ficha y decir: Me doblo.
Algunos maldijeron y otros simplemente se levantaron de las sillas para ir a casa a cenar.
El olor a se hizo más patente al pensar en ello y cuando entró en la habitación, lo notó flotando en el aire como una presencia insana.
Tenía que informarse mejor de lo que ocurría en aquella casa, el párroco algo debía saber de aquello.
Y pensó que durante la mañana, se acercaría a la iglesia para preguntar al padre José si sabía algo por medio de las habladurías, de lo que realmente hacía María la loca en su casa.
Candela soñaba con Semen Cristus. Revivía sus placeres una y otra vez y se masturbaba incluso con el recuerdo de su cadáver: la piel pálida, la sangre contrastando vivamente. Su ojo partido en dos... Se frotaba el sexo con la tierra que cubría su cadáver. Y lloraba ante la desesperación de no sentir el milagro del placer.
Soñó que se revolcaba en el sucio establo entre paja podrida penetrada por Semen Cristus.
Jadeando como una cerda.
Soñó con su hijo. Fernando estaba clavado en la cruz y ella abría sus piernas a él.
—Madre bendita, lóame con tus gemidos.
Y ella se arrancó las bragas hiriéndose la piel. Y metió sus dedos en la vulva mojada y blanda, subió por la escalera a la cruz y puso los dedos en los labios de su hijo. Este los chupaba y succionaba, el zumbido del tubo que agitaba su pene era un crescendo que reverberaba en su vagina hirviendo. Cuando alcanzó el clímax, sus manos se aflojaron y cayó de la escalera. Su cabeza se clavó a un rastrillo y murió agitándose como una muñeca rota con la mano entre las piernas.
Despertó repentinamente y corrió al lavabo. No vomitó nada y su estómago se contrajo hasta el dolor.
—Candela, por el amor de Dios ¿Qué te ocurre? Voy a llamar al médico ahora mismo ¬—dijo José que entró en el baño al oír sus arcadas.
—No quiero que llames al médico, es un malestar de la regla, ya te lo he dicho. Vete a dormir, estoy bien.
No, no estaba bien, pensaba Carlos. Se metió en la cama sin dormirse.
La cabeza de Candela giraba en círculos en torno a Semen Cristus, María y todas las mujeres que disfrutaron de las misas del placer ante un chico de dieciséis años. Era el peso de la vergüenza lo que la angustiaba. Y aún así, no podía evitar sentir una triste sensación de falta. Aquella certeza de que no volvería a sentir el milagro del placer puro la hizo romper a llorar más que ninguna otra cosa.
Se acostó de nuevo al lado de su marido; pero tampoco durmió.
Por unos segundos le pareció que olía a podrido en la habitación y después llegó el amanecer y un terrible día lleno de comprensión y miedo iba a comenzar.
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María había despertado a las dos horas de su “alucinación”, el dedo le dolía horriblemente donde se había alojado la espina. Su cabeza estaba orientada hacia el pequeño televisor apagado que la reflejaba y sus ojos miraban directamente dentro de ella, a su locura.
Tras beberse una cerveza, quedó dormida de nuevo, arropada por Dios.
Cuando despertó a la mañana siguiente, seguía en la silla de la cocina y un intenso dolor lumbar provocó un quejido y una blasfemia cuando se incorporó.
Orinó y abrió la puerta del patio trasero, Semen Cristus no había resucitado. Su propio hijo había sido rechazado por Dios para continuar con su reinado del placer.
Ahora que su hijo era un simple cadáver, que ya no era la encarnación del Mesías, escupió sobre su tumba, cerró la puerta del patio y bloqueó cualquier sentimiento que alguna vez hubiera sentido por él.
Se vistió con unos vaqueros y una blusa vieja de cuello redondo con estampado a base de rombos negros y rosas.
Condujo la furgoneta hasta el centro comercial del pueblo vecino.
Apenas rebasó la batería de anuncios de tiendas que bordeaban la carretera, giró a la izquierda y se alejó de allí.
Cinco minutos tardó en el llegar hasta una barriada de chabolas, en las que los yonquis, algunos morían al sol y otros andaban gritando a algún ser invisible. Dos pequeños y sucios niños, se lanzaban piedras y las lanzaron también a la furgoneta.
Atravesó la única calle de aquel poblado y llegó hasta el vertedero ilegal.
Allí se reunían putas y chaperos de sangre venenosa, para ganarse unos euros por una mamada o una penetración. Muchas veces cobraban papelinas de caballo o cocaína y otras veces, cuando ya sus cerebros se habían deshecho, eran liquidados por algún sicario de un camello sólo allí poderoso.
Tan acostumbrada estaba al fuerte hedor en el que vivía, que cuando bajó la ventanilla, no sintió ofendido su olfato.
María necesitaba encontrar a Semen Cristus reencarnado. Lo necesitaban sus devotas amantes. Lo necesitaba el mundo entero para experimentar su mensaje de placer y gloria. Y en medio de su esquizofrenia, algo de lucidez le hizo saber que necesitaba el dinero para mantener su casa. Tenía que hacer creer que Leo seguía vivo.
Matar a Cándida que lo sabía todo.


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10 de julio de 2011

¿Dónde te escondes?



¿Dónde te escondes?
En un trozo de pensamiento.
¿Dónde te escondes?
Entre los pliegues de mi piel y mi carne.
¿Dónde te escondes?
En tu coño.
¿Dónde te escondes?
En tu húmedo coño.
¿Dónde te escondes?
En tu abierto coño.
¿Dónde te escondes?
En tu bendito coño.
¿Dónde te escondes?
Anido en las heces de mis propios intestinos fermentando emociones.
¿Dónde te escondes?
Estoy en el semen que llena tu sexo, que se derrama por tus muslos.
¿Dónde te escondes?
Entre tus pechos.
¿Dónde te escondes?
Hay planetas que no existen. Estoy en ellos.
¿Dónde te escondes?
En la miseria humana, su desdicha me alimenta.
¿Dónde te escondes?
En ataúdes cerrados.
¿Dónde te escondes?
En el gemido de tu orgasmo.
¿Dónde te escondes?
En la tinta que tatúa tu nombre en mi piel.
¿Dónde te escondes?
En tu boca que lame mi pene recio y duro.
¿Dónde te escondes?
En añicos de ilusiones.
¿Dónde te escondes?
En mi polla.
¿Dónde te escondes?
En los clavos de Cristo, en las mantecas de Buda.
¿Dónde te escondes?
No me escondo, estoy.
¿Dónde te escondes?
Entre los vivos.
¿Dónde te escondes?
En mi lóbrego cerebro.
¿Dónde te escondes?
Entre las páginas de una biblia obscena.
¿Dónde te escondes?
No me escondo, no tengo miedo.
¿Dónde te escondes?
No me escondo, anido.
¿Dónde te escondes?
Soy dios, me escondo en la humana banalidad.
¿Dónde te escondes?
En las llagas de los enfermos.
¿Dónde te escondes?
Donde todo el mundo teme, donde nadie quiere estar.
¿Dónde te escondes?
En la bendita muerte.



Iconoclasta

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9 de julio de 2011

CaterpillarMan



Soy un mazo que no para. No dejo ni un solo resquicio al amor y a la ternura, destruyo sistemáticamente todo rastro de cariño.
No es un capricho, cuando el amor no sobrevive, cuando has intentado algunas veces cultivar cariño y has fracasado, te das cuenta de que no sirves para estar enamorado.
Soy el mazo que destruye ruinas y pulveriza recuerdos. Soy un tractor demoledor sin freno, sin gobierno. “Caterpillar” dice la placa que tengo pegada en mis genitales.
Soy un martillo pilón ciego de frustración. Con la polla ardiendo.
Es tan extraño destruir todo acto de amor con el glande derramando semen…
Me gusta la ira de la soledad, la tremenda carga de mi semen blanco mojando el hormigón demolido del Páramo de los Cariños.
Riego con semen para evitar que llegue a mis pulmones el polvo cancerígeno de los recuerdos hermosos.
Mis puños sangrando.
Mi pene latiendo.
Solo el deseo y la lujuria se sobreponen al puto amor. La ira duele, es un derrame de sangre; y aún así hace rígido mi miembro hostil al amor.
La ternura es algo inaccesible.
¿Alguna vez fui tierno? ¿Alguna vez amé?
Me cago en dios.
Y en la virgen también.
No creo en mitologías, pero estas cosas molestan a los crédulos. Hay muchos crédulos que creen en el amor eterno.
Idiotas… Están locos.
Tengo un agujero en el colchón lleno de semen seco y un poco de sangre de los cortes que los restos solidificados provocan en mi pijo.
En mi bendito pijo…
Soy el martillo que perfora lo estéril, el que fertiliza recuerdos ya muertos.
Mi desesperación nace de no follar, no es por falta de amor. Quiero hundir mi sacratísimo pene en un coño profundo y caliente.
Y no hay coño.
No hay agujero tierno.
Sólo hay ruinas de hormigón que he derruido con descontrolado indecoro.
El agujero cortante en el colchón se hace deseable a pesar de oler a bebés muertos, a corruptos amores.
Soy un martillo hidráulico y machaco hasta la esperanza, la aplasto contra la tierra, la aplasto aferrando mi bálano con dureza, con un intencionado descontrol.
“Caterpillar” es lo que llevo tatuado en la muñeca de la mano masturbadora. De la mano demoledora.
Quedo vacío durante unos instantes, unos momentos para fumar, para llenar de nuevo mis cojones de semen.
Es tan duro el amor, son tantos los recuerdos…
Tengo que seguir trabajando, no puedo dejar nada en pie en el Páramo de los Cariños.
No soy Atila: por donde escupo mi semen, ahogo hasta los recuerdos.
No soy Atila, soy CaterpillarMan y desintegro el amor. Todo el amor.



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5 de julio de 2011

Semen Cristus (9)



Cuando María abrió la puerta de su casa, se santiguó y esperó que la madre de nuestro Señor, la santificara y bendijera. Candela deseaba la bendición del Otro. María era solo un trámite por el que debía pasar.
María la acompañó hasta el cuarto de Semen Cristus. Este respiraba muy débilmente, sus tremendas ojeras no hacían más que acentuar su rostro demacrado por la fiebre y el dolor. Sufría breves espasmos musculares que le hacían lanzar las piernas al aire con un sobresalto.
Candela tocó su frente:
—Te amo mi Señor. María, tu hijo está ardiendo, hemos de llamar al médico enseguida o no pasará de mañana.
—No puedo, no quiero volver al manicomio.
—¿De qué me hablas?
—Me harán responsable de su muerte. Soy esquizofrénica.
—¿Entonces todo es una farsa? ¿Tu hijo es esquizofrénico también?
—No somos unos farsantes, mi hijo es Semen Cristus el nuevo mesías, al que habéis adorado tantas veces y os ha hecho mujeres cuando simplemente erais un objeto de trabajo, una sirvienta para vuestra familia. El os ha redimido de vuestra vida vacía. El ha hecho la alegría en vuestros coños. ¿Es un farsante? En tal caso, vosotras con vuestra gran devoción a su polla, no sois más que unas fariseas. Mi hijo y yo estamos locos a vuestros ojos; pero vosotras sois unas sucias putas que tan solo buscáis que llenen vuestra entrepierna de placer como ningún hombre lo ha conseguido.
Candela sintió el peso de la frustración y de su vergüenza ¿Cómo había llegado a adorar a una pareja de locos? ¿Cómo no se dio cuenta?
El sexo le palpitaba con tanta fuerza la primera vez que asistió con Lía a la misa de Semen Cristus, que tal vez borró toda duda. Tal vez ni siquiera se planteó si era cierto o no. Era puro placer.
Y la repetición constante del ritual, las maneras... Se crearon verdades y fe en base a la locura. Adoraban a dos seres enfermos de gran magnetismo.
Tenía razón María, eran unas hipócritas, unas zorras con el coño ardiendo.
Semen Cristus debía continuar su misión en la tierra.
No. Estaban locas.
—Basta ya María, hay que llamar a una ambulancia. Y tú tienes que curarte, has de medicarte. Tú eres la enferma, nosotras las zorras...
—Jamás volveré al manicomio. Ni por mi hijo ni por nadie.
Los ojos de María se tornaron brillantes de delirio. Metió la mano bajo la camiseta y sacó un cuchillo carnicero de la cintura del pantalón y lo clavó en el estómago de su hijo sin demasiada prisa. Fríamente. Y otra vez en el corazón, y en la cara. Semen Cristus despertó de su enfermedad con un grito de dolor. Candela se abalanzó sobre ella, María la empujó con fuerza y la tiró al suelo.
Cuando Candela se incorporó, Semen Cristus estaba inmóvil, con un nuevo y profundo corte en la cara y un ojo destrozado. Vomitó bilis y sintió el terror que la invadía y le quitaba la razón.
—¿Qué has hecho María? —Candela lloraba, tenía la blusa manchada de la sangre de Semen Cristus.
—No volveré al manicomio. Y si abres la boca, todo el mundo sabrá de nuestras misas, daré todos vuestros nombres, las horas y los días en los que habéis asistido a las misas de Semen Cristus ante su cuerpo menor de edad crucificado. ¿Qué te pensabas, puta? ¿Qué soy tan idiota? Ayúdame a esconderlo.
Todo se precipitó en la mente de Candela y el horror a la vergüenza superó el del asesinato.
Envolvieron el cuerpo de Leo con las sábanas ensangrentadas y lo llevaron al patio trasero de la casa. Ya había una fosa cavada. Lo tiraron dentro y María le ofreció una pala a Candela. En media hora cubrieron el cadáver y aplanaron la tierra cuanto pudieron con golpes de pala.
—Límpiate y ve a casa. No hables con nadie de esto, porque antes de matarme, lo escribiré todo y lo enviaré al cuartel de la Guardia Civil.
Candela se lavó la cara y las manos. María limpió las manchas de su blusa con jabón líquido y un poco de agua hasta que no resultaron tan escandalosas.
Cuando salió de la casa sin decir palabra, pensó que jamás llegaría a su casa, le flaqueaban las piernas y una náusea constante le oprimía el estómago.
De alguna forma llegó y entró en casa en silencio, sabiendo que su hijo estaba en su cuarto, seguramente escuchando música con los auriculares mientras hacía las tareas de la escuela.
Se fue a su cuarto y se desnudó con prisa para meterse en la ducha.
Con el pelo aún empapado se vistió con un pijama e hizo jirones la ropa que se había quitado, incluso la ropa interior y los calcetines. Lo tiró todo a la basura.
Hizo acopio de valor y abrió la puerta del cuarto de Fernando.
—Hola cariño ¿Tienes muchos deberes? —le dio un beso en la mejilla y Fernando torció la cara con disgusto, como adolecente que era.
—Como siempre —respondió con parquedad.
Temeroso de que invadieran su intimidad.
Candela sintió que rompía a llorar, el “como siempre” ya nada sería como había sido antes. El “como siempre” ya provocaba añoranza en ella; había dejado de existir y de repente sintió la urgente necesidad de despertar de aquella pesadilla. Abrir los ojos y pensar que todo fue una terrible alucinación.
Salió del cuarto de Fernando y se sentó en la mesa de la cocina a llorar lo que necesitaba.
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María, tras bañarse salió al patio de la casa y rodeó la tumba con tantos cirios encendidos como encontró.
Oraba a Dios pidiendo perdón, lloraba su propia desgracia y ofrecía la muerte de su hijo como un sacrificio.
Le rogaba al Nuevo Mesías que resucitaría emergiendo de esa tumba, que cuando llegara ante Dios Padre, intercediera por ella. Ante la sepultura se masturbaba evocando el necrótico pene.
Evocaba los momentos de placer, manteniendo la psicótica esperanza, de que de un momento a otro, aquel cuerpo resucitaría con un alma más pura y su pene erecto, de su glande manaría aquel fluido denso y viscoso que lo lubricaba.
Durante su orgasmo, los cirios parecían ser atacados por un viento que no había, su llama se estiraba, se encogía y cuando parecían apagarse, reanudaban su fulgor.
Su mirada quedó prendida en uno de aquellos pabilo, en ellos comenzó a entrever una figura formándose. Era Cristo Crucificado. La cruz suspendida de la nada, se colocó a unos centímetros a lo largo de la tumba.
María se santiguó el sexo y las tetas. La mano derecha de Jesucristo se estaba tensando, desclavándose de la madera, desgarrándose por la cabeza del clavo que la sujetaba. Jesús lloraba ante la tumba de su hijo mojando de lágrimas la tierra.
Su mano avanzaba a lo largo del clavo y la sangre caía espesa para formar un barro rojizo. Jesús suspiraba de cansancio y dolor.
Pidió ayuda a su Padre, pero nadie le respondió. Con un último esfuerzo, lanzando un grito apagado, la mano venció la resistencia del clavo y destrozando el dorso, por fin quedó libre.
La usó para acariciar la tierra, y untarse la cara con ella.
—Mi hermano… Voy a por ti, por tu espíritu. Te guiaré y juntos iremos con nuestro Padre y demostraremos con nuestras muertes y cicatrices que hemos hecho todo lo posible por el ser humano, que nada nos queda ya de sangre para poder ofrecer. Que nuestro Padre nos de perdón y descanso, Hermano mío.
Jesucristo giró la cabeza hacia María, al hacerlo su corona de espinas cayó encima de la tumba de Semen Cristus.
—Dios no te pidió esto, María. Mi padre no te pidió que asesinaras a mi Hermano. Eres una enferma, pudriste a tu hijo. Dios no quería que lo convirtieras en una máquina de placer carnal. Ni tu locura te absuelve de tus pecados. Te abandonamos a ellos, no velaremos por ti, tu alma está condenada, podrida María. Y que Nuestro Padre me perdone por tanto odiarte.
Jesucristo se esfumó en el aire gimiendo de dolor, con su voz grave y agónica, eternamente cansada por respirar crucificado; dejando la corona de espinas gotas de sangre en la sucia tierra de aquel inmundo sepulcro.
La cara de María estaba salpicada de la Sagrada Sangre.
Se asustó de su alucinación y lavándose la cara de sangre, le escocían los dedos, donde se clavaron las púas de la corona de espinas que retiró de la tumba de su hijo.
Y sólo por un momento, deseó que alguien le metiera mil voltios en el cerebro y borrara esa alucinación de su mente. Y que desapareciera la maldita espina que le dolía entre uña y carne.
Se durmió con el pecho apoyado en la mesa de la cocina comiendo tocino rancio con pan y aceite.
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4 de julio de 2011

Espejismos de amor



El fabricante de espejismos de amor se encuentra situado en una esquina de una calle desértica, el único lugar donde hay compradores. Donde deambulan hombres y mujeres abandonados que buscan desesperadamente algo, aunque sea la ilusión de un espejismo de amor o ternura.
Es un buen negocio y el espejismólogo, tiene un amplio surtido de pompas de jabón con todo lujo de detalles.
En la confluencia de cuatro edificios en ruinas, los espejismos ordenados encima de un pequeño carrito con dos ruedas forman una galaxia hermosa y multicolor en ese deprimente páramo.
Hay figuras vaporosas que se besan, abrazan o van de la mano, sin rasgos concretos en el interior de los espejismos. Y cuando el comprador se acerca, observa su rostro y su cuerpo junto al de su amada.
Los espejismos son personalizables y se adaptan a todo tipo de recuerdos, de esperanzas y fracasos. Son caros, pero más cara es la vida.
En un hombre acabado, el espejismo es la única opción para encontrar la razón de seguir viviendo. En un hombre sin futuro, sin esperanza; el engaño de una fantasía le puede dar dos horas más de vida.
A lo largo de la calle hay hombres y mujeres muertos, todos boca abajo, como si hubieran muerto escarbando, buscando meterse en la tierra para aliviar su pena.
Los abandonados, los sedientos de amor llegan al puesto ambulante con los ojos secos, algunos llorosos de un amor que les ha estallado recientemente entre las manos y parece que intentan recoger cenizas de amor. Son locos manoteando.
Sus labios tiemblan por un beso reciente que jamás se repetirá. O el hombre que se acerca ya ebrio de una aterradora soledad: sus labios sangran resecos.
Los labios ya no guardan memoria ni humedad de los besos que una vez existieron.
Le duele el corazón y por ello lleva la mano dentro de la chaqueta.
—Deme un espejismo, por favor.
—¿Lo quiere reforzado?
—¿Qué diferencia hay con el normal? —pregunta el hombre de labios sangrantes.
—El reforzado dura tres veces más. Lo cual puede ser muy poco tiempo. Si tiene una ansiedad muy grande, le recomiendo el reforzado. Los espejismos en general son delicados y cuando se abrazan con mucha intensidad, se pueden romper en minutos —el espejismólogo alza en cada mano un espejismo de cada tipo para que pueda comparar el cliente.
El hombre suspira y saca el billetero que llevaba pegado al corazón doliente. Le tiembla la mano al pensar que tal vez no tenga suficiente dinero.
—¿Cuánto cuesta el reforzado?
—Ochocientos euros
—¿Y el normal?
—Cuatrocientos.
—No tengo suficiente para el reforzado.
—Pues tendrá que llevarse el normal, lo siento hombre triste.
—¿Cuánto tiempo de fantasía de amor me garantiza?
—Lo siento, jefe, no se garantiza ninguno. Y a usted menos aún, está demasiado solo, lo abrazará con mucha fuerza. No tiene un gran futuro. Debería haber comprado uno antes, cuando el dolor era más soportable y no esperar al último momento.
El hombre gime de pena y dolor entregándole cuatro billetes al vendedor.
El espejismólogo le entrega su espejismo dentro de la caja protegida con poliuretano expandido. Encima de la caja, hay un objeto pesado envuelto en una bolsa de papel manila.
—Extráigalo con cuidado, y procure mirarlo mucho tiempo antes de abrazarlo. Le dará más tiempo de disfrute.
Con las mangas de la chaqueta el hombre solo se limpia la sangre seca de los labios partidos y sigue calle adelante con la mirada fija en la pompa de jabón. Está ahí dentro, con ella. Son jóvenes y aún se aman. Aún sienten el amor abrasar sus labios y una gota de saliva da consuelo a los suyos, a los reales. Los que sangran.
Llora con cada palabra que los reflejos de amor se dedican ajenos a él. O tal vez dentro de él. O él dentro de ellos.
Es un espejismo tan difícil y tan simple…
Ha pasado tres minutos caminando con el espejismo protegido en su caja a la altura de sus ojos.
Y le duele el corazón de ansia.
Con mucho celo, extrae la pompa de jabón y por un momento se le escapa de las manos. El bolsillo de la chaqueta cuelga por el peso de lo que hay en la bolsa de papel.
Coge la enorme pompa con las manos, con sumo cuidado. Y siente la piel de la que ama.
Han pasado cuatro minutos y abraza con fuerza el espejismo estallándole en el rostro. El jabón escuece los ojos y los labios secos.
Lanza un llanto prolongado sacando de la chaqueta la bolsa de papel. Extrae el revólver y dirige el cañón a la sien. Dispara.
Cuando cae al suelo, aún le queda cerebro para poder ver los restos del espejismo en el polvo seco, sus manos mueren intentando empaparse de esa tierra ligeramente mojada.
Más allá del puesto ambulante de espejismos, bajo los cuerpos de hombres y mujeres abandonados de amor y cariño, se confunde la sangre con agua y jabón.
El espejismólogo, mira con indiferencia los muertos a lo largo de la calle.
Ya ha vendido su primer espejismo del día, quedan muchas horas por delante, todo el día. Todos los días.
No puede hacer daño morir con una ilusión en la mente. No más que estar solo como un perro.
Es un buen negocio en un mundo de fracaso y dolor.




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Semen Cristus (8)



Cuando María entró en casa, Leo se encontraba en la cama, se había tapado hasta la cabeza. Se quejaba de frío y sudaba copiosamente.
Le colocó el termómetro digital bajo la axila; marcaba treinta y nueve grados. Le hizo tomar un comprimido de paracetamol.
—Descansa, te has enfriado. ¡Malditas obras! ¿Es que nunca van a acabar?
Ese día no había obreros en la casa; quedaba por finalizar los trabajos de electricidad, agua y pintura; pero estaban a falta de materiales y se encontraban trabajando en otros lugares.
Tan sólo dos semanas más y podrían dar las misas de una forma más decente e higiénica.
Metió la mano entre las piernas de Leo sin que éste se moviera. Notó un bulto en la ingle del chico, era una garrapata.
Apartó la mano con repugnancia.
—No te muevas ahora Leo.
Leo estaba dormido, su pecho bajaba y subía rápidamente.
Encendió un cigarro y apoyó la brasa en el cuerpo de la garrapata durante unos segundos, acto seguido la cogió con los dedos y ésta se desprendió fácilmente, la dejó caer al suelo y la aplastó de un pisotón.
Apartó la colcha y la sábana y examinó detenidamente el cuerpo de Leo, cuando palpó los testículos encontró otro bulto; pero no se trataba de una garrapata, parecía una verruga. Los limpió con colonia y una gasa y le aplicó una pomada contra eccemas. De tanto tocar los genitales, el pene se había puesto erecto.
Se sobresaltó pensando que podría tener ella también una garrapata, se desnudó y se exploró el cuerpo como pudo, sobre todo en los pliegues de grasa. Estaba limpia.
Pensó en llamar al médico; pero no podía.
A la mañana siguiente, Leo intentó levantarse, pero su madre tuvo que ayudarle a llegar al baño.
—Mamá, me duelen mucho los huevos, me noto algo —dijo mientras orinaba.
María lo acompañó de nuevo a la cama y le hizo separar las piernas, la verruga se había convertido en llaga abierta que supuraba. La limpió y le aplicó más crema.
—No es nada, Leo, un eccema que ya está mejor.
—¿Quieres que te ayude a relajarte, cielo? —le preguntó cogiéndole el pene con dulzura.
—No, mamá. Me encuentro muy cansado, sólo quiero un poco de agua y reunirme con mi hermano Jesucristo.
María le dio de beber alzándole la cabeza y salió del cuarto.
Al día siguiente, la fiebre había remitido un poco, tan sólo medio grado y la llaga estaba enrojecida, supuraba pus. Tenían ocho misas para ese día.
—Tienes que levantarte, cielo. Hoy tenemos trabajo. Eva y Gloria están esperando frente al establo.
—Está bien; pero me pondré la túnica.
La túnica era de lana, la usaban durante los días fríos. Tenía un agujero abierto en la zona genital para poder sacar por él el pene y los testículos durante la crucifixión.
—Claro que sí. Y tengo también tu jersey de lana.
Cuando Leo se puso en pie, su piel parecía de cera y se pegaba a los huesos de las costillas dándole un aspecto famélico y enfermo.
Su madre se santiguó y le pidió a Jesucristo, que lo mantuviera vivo un poco más.
Al final del día, Semen Cristus olía a sangre seca. Sus testículos estaban negros y tumefactos y la necrosis se extendía a la base del pene.
Lo lavó, le hizo tragar tres comprimidos de antibiótico e intentó que dejara de gritar y retorcerse de dolor agarrándose los genitales. A su pesar, le metió en la boca cuatro comprimidos de analgésico y tras media hora más de gritos de dolor y delirio, Leo quedó dormido por puro agotamiento.
Llamó por teléfono al veterinario, el doctor Hipólito
—Doctor, al cerdo se le han puesto negros los testículos y no deja de quejarse.
—¿Hace mucho tiempo que se encuentra así?
—Va para tres horas.
—¿Huele especialmente mal, diferente?
—Sí, doctor.
—Es necrosis, hay que amputar esos órganos antes de que la infección se extienda.
-¿Y no le puedo dar un calmante para que se tranquilice? ¿Algo para la infección?
—Pásese por mi casa, le daré un tratamiento para que el animal no sufra hasta mañana que lo examine.
—Ahora mismo voy para allá.
Cerró la puerta de la casa y cogió el coche para recorrer los escasos dos kilómetros que había hasta el domicilio y consulta del veterinario.
La consulta estaba ya cerrada; pero cuando llamó al timbre, el doctor abrió la puerta, llevaba dos frascos en la mano.
—Aquí tiene María. Esto son calmantes y esto antibióticos de amplio espectro. No creo que sirvan de mucho, por lo que me ha explicado se están gangrenando; lo único que haremos con ello, es evitar que la infección avance. Y aún así, puede que muera.
El Dr. Hipólito no se ofreció a visitar al cerdo esa misma noche. Por experiencia sabía que la gente del campo prefería esperar unas horas, antes que pagar tres veces más por la visita de urgencia.
—Son sesenta euros.
—Muchas gracias Dr. Hipólito —dijo contando apresuradamente los billetes y entregándoselos.
—Buenas noches, María. A ver si hay suerte.
Cuando María entro en casa, subió a la habitación, incorporó a Leo y le obligó a tomar seis pastillas.
En la cocina se preparó una cena a base de ensalada y un bocadillo de longaniza. Se quedó dormida en el sillón frente al televisor hasta bien avanzada la madrugada.
Soñó que a su hijo se le caía el pene seco y al estrellarse contra el suelo, se rompía dejando salir orugas de una blancura virginal. Ella se las comía entre arcadas y vómitos.
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—Nuestro Señor está enfermo, llámame dentro de tres días. Si se encuentra mejor, ya os daré cita.
María hablaba por teléfono con las mujeres que ese día tenían cita para la misa. Hizo diez llamadas.
—¿Qué tiene nuestro Señor? —preguntó Candela tras escuchar las palabras de María al teléfono.
—El médico ha dicho lo de siempre, un virus o un trancazo.
—Me gustaría visitarlo y rezar por él.
—No Candela, está con fiebre y cansado, es mejor que esté tranquilo.
—Tienes la voz cansada ¿Seguro que no es grave?
Se hizo un silencio demasiado prolongado en la línea.
—¡María! ¿Qué le ocurre a nuestro Señor?
—¡Se está muriendo Candela! A mi hijo se le están pudriendo los testículos. El Señor nos castiga.
—¿Y el médico que ha dicho?
—No puedo llamar al médico, le he inyectado hormonas, me meterían en el manicomio otra vez.
—Voy para allá María, no entiendo nada.
Candela salió corriendo hacia la casa de María después de dejar una nota a su hijo en la mesa de la cocina, avisándole dónde estaría. Era una tarde radiante, nadie podía morir en un día así. Y menos aún el mesías: Semen Cristus.




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