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30 de marzo de 2011

El probador de condones y un documental



Estaba viendo un documental del mar, dicen que el más caro de la historia: que si rodado en HD, que si meses de grabación, la hostia puta de horas de post-producción, no sé cuantos kilos de caviar y salmón ahumado para el director y el doble de sardina barata para el resto del equipo…
Pues para alguien tan instruido como yo, ese documental era lo mismo que todos los que había visto. La única diferencia estaba en que los pescados hacían ruidos graciosos. Incluso las anémonas hacían ruiditos dignos de una película de Walt Disney. A los cinco minutos de empezar a ver el documental, y en vista de que no salía el consabido tiburón blanco comiéndose un cachorro de foca, o bien el apareamiento de los delfines con su hocico consoladoriforme; me abrigué la picha con un condón y di descanso a mi poderosa psique.
Cuando te pasas todo el día probando condones, al final sientes la necesidad de abrigar el pene. Es inercia, costumbre. Una muy buena costumbre que relaja.
Y así, viendo como una manada de turistas se emocionaba por acariciar una ballena (cosa a la que no encuentro gracia alguna) me quedé dormido.
Será porque me paso el día follando por lo que soñé que follaba: pero en lugar de probar el condón con sabor a Algas del Caribe con la hija de la jefa de vaselinas y anilinas de la factoría de condones, soñé que me encontraba en una playa llena de asquerosas iguanas, observando con lujuria a una sirena de enormes tetas.
Yo me había calzado la polla con un vistoso condón serigrafiado con escamas en 3D metalizadas (creo que ahí radicaba mi pesadilla, temo que mi gusto pueda aproximarse al oriental).
Si mi polla es eficaz, mi cerebro también, es extraño que en un solo ser se dé tanta perfección: pero es algo que asumo con naturalidad y humildad para no hacer sentir inferiores al resto de mediocres humanos.
La sirena no hablaba, sólo emitía unos molestos chirridos. Olía fuerte, a pescado de días; pero tampoco era algo muy diferente al consabido olor a bacalao de todos los coños humanos.
Ella miraba fijamente mi polla enlucida con esas escamas en 3D y sus pezones estaban duros como los arrecifes coralíneos que se podían observar a través de la cristalina agua.
El follar es un lenguaje universal seas mamífero, pájaro, cerdo o pescadilla, todo el mundo sabe cuando se ha de meter en caliente. Bueno, todo el mundo no: sé de más de cien mil millones de idiotas que no diferencian el coño del agujero del culo.
Pero vamos, al final la interesada es quien les guía la polla al túnel del amor y pueden dejar su apestosa simiente en ese coño indefenso y triste porque todos esos millones de palurdos no saben arrancar ni un segundo de placer a su hembra.
Sólo tienen hijos y se sienten orgullosos no sé porque; yo tendría miles de hijos y no me siento especialmente orgulloso.
De cualquier forma hay mucha incultura, porque no sólo existen los condones para evitar embarazos no deseados. Un buen aborto siempre es una salida elegante. Siempre y cuando no lleves a tu santa a la curandera que vive dos casas más arriba. Porque si ella pilla una infección, tu polla también.
Maravilloso.
Y tras esta reflexión sobre el sexo y la reproducción, me dispuse a metérsela a la sirena.
Me sentía un poco desolado, incluso triste al no ver piernas abiertas, una putada…
Pero bueno, ella levantó un poco la cola y observé aquel agujero fresco.
Soy un hombre con un gran poder de adaptación al medio.
Me acerqué a ella, le pellizqué el pezón y me enseñó los dientes con hostilidad, yo creo que quería que se lo mamara, pero a mí el pescado crudo no me va. El sushi es un alimento incivilizado, bárbaro, barato y nauseabundo.
Oriental para mayor inri.
Y tampoco soy muy tolerante con las extrañas y caprichosas culturas culinarias que no tienen tiempo de pasar el pescado por la sartén aunque sea vuelta y vuelta.
Cuando la penetré, casi se me arruga la picha de lo fría que estaba. Malditos peces de sangre fría...
Luego me recorrió un escalofrío de terror al pensar en las espinas. Pero una vez dentro, yo no me retiro porque soy valiente y lanzado.
Ella profería una especie de jadeo que era un chirrido que lejos de desanimarme me la ponía dura. Me observaba como si de un momento a otro me fuera a volver loco, esperando que así ocurriera. Pero mi poderoso pene, libre de mitomanías y miedos de clásicos cómics, continuó su proceso de redención de la libido y pronto cambió sus espantosos chirridos por un claro y coloquial: “más adentro cabrón”.
Ulises las pasó muy moradas con las sirenas porque no era tan hombre como yo.
En vista de que aprendió a hablar, le metí una sardina de premio en la boca y aquello la llevó a un grito infrahumano de placer. Entre las iguanas todo era confusión y copulaban machos con machos sin ningún tipo de escrúpulo ni de vergüenza.
Pude ver desde la roca en la que me estaba tirando a la sirenita, a un turista ya entrado en años que levantó la falda a su anciana madre mientras ésta se apoyaba en la baranda del barco para vomitar por la belleza de las ballenas y la empaló tan profundamente que a la mujer se le calló la dentadura al mar y un delfín empalmado, de un salto se la puso al alcance de la mano. Y allí se quedó, llorando de alegría con los labios hundidos, la dentadura postiza en una mano y su hijo bien metido en ella.
Aunque llorando no es lo correcto, porque la vieja lanzaba unos gritos más potentes que mi puta sirena.
El incesto es tan solo un convencionalismo y los gritos de placer de la vieja madre, así lo demuestran.
A veces la naturaleza entra en armonía y todos los seres de todos los lugares se sincronizan para el precioso apareamiento.
Y ahí me desperté, como estaba muy excitado y el condón bien colocado, llamé a mi santa que estaba en la cocina preparándome la cena, que recién había llegado de trabajar.
-Chúpamela que estoy a punto.
-Cariño, tengo tus vol-au-vent a punto de salir del horno.
-Bueno, si se estropean me haces otros luego; pero ahora te necesito.
Cuando se arrodilló, ante mi pene, le pedí a mi hijo que estaba sentado a mi diestra, que bajara el volumen del televisor.
-Iconoclastito, baja ahora mismo el volumen.
-¿Y por qué no te la chupa en vuestra habitación?
-No me contestes. Mari: dile a tu hijo que no nos conteste.
-¡Nof cofteftef a tuf fadrez o de barto la cara, cabrfón” -contestó ella con su boca llena de mí.
Iconoclastito lanzó una carcajada, mi mujer se contagió y con ello le dio masaje extra a mi glande provocando que eyaculara al instante, llevado también por una risa tonta.
Los vol-au-vent olían a quemado; pero nosotros reíamos felices y yo estiraba el condón lleno de semen amenazando con dar a mi hijo o a mi santa. Al final se escapó y todos reímos felices con la cara llena de semen.
Una vez pasada la euforia, mandé a mi mujer a la cocina y a mi hijo a que se sentara en el suelo porque yo necesitaba el sillón para dormir hasta que me sirvieran la comida.
Por muchos documentales que veamos, no hay nada comparable con la familia.
Ni Costeau, ni National Geograpic. Solo consiguen repetirse hasta el aburrimiento.
Hay que follar más y ver menos tele.
Buen sexo.



Iconoclasta
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Yo puta



El nahual o nahualli (lo que es mi vestidura o piel) es un personaje
mitológico azteca con la habilidad de transformarse
en animal por las noches. N.A.

El día gris cae sobre mi espalda. Los demonios tras las puertas se esconden y escurren sus pasos mientras camino. La piel se ha craquelado, soy como el viejo árbol del parque que ya no desea dar sombra. Soy la sombra misma a la que nadie quiere acercarse. Mi frialdad escalda las pieles, he perdido la tibieza.
Doy pena.
Nadie quiere hablarle a un ser que mira con los ojos cristalinos inyectados de sangre pasada, de párpados caídos.
La gracia ha caducado.
Los labios pegados se desprenden llevándose tiras de piel. Una rendija salada se ha vuelto cristal cortante. Nadie quiere escuchar palabras mudas con olor a moho. Gesticulaciones inservibles que aburrirían al psiquiatra más experto, incluso no lo creería.
Un nahual encima del colchón rancio me vigila sentado, no se quita desde hace días, apenas deja un espacio para que pueda descansar la espalda entumida. Se saborea cuando dejo descubiertos mis omóplatos. En esta ciudad no hay buitres, pero si un nahual hambriento que espera mi muerte. No es que tenga jugosas carnes pero si hay huesos listos para triturar.
La carne ya ha sido usada tantas veces en esta vida que no queda nada.
Los tristes pezones han fallecido antes que yo, son tan pesados que los pechos son dos bolsas largas y estiradas sin rigidez alguna. No los quiero. Nadie los querría ahora. Han pasado tantas manos sobre ellos, tantas lenguas, tantos dientes, tanta baba…
Unos labios vencidos cuelgan entre mis piernas. Un pubis que no derrama más que pus y hedor. Ámpulas transparentes que mis uñas desgarran haciendo más denso el aire. Nadie se acercaría ahora a mí.
Tengo sed.
He bebido tanto semen a lo largo de mi vida, de mi puta vida, que no puedo despegar la lengua y las palabras se quedan rezagadas en el paladar de la esperanza. Si pudiera gritar ofendería a todos los que untaban sus cerdas manos en mi brillante clítoris. Solo hay un vómito revolviéndose entre mi garganta. Regurgito fluidos de billetes ya gastados que colocaban con burla enrollados en mi vagina.
Ni una sola mano pudo acariciar un trozo de carne con miserable ternura. No hubo ojos nobles que acunaran el alma abandonada con caridad. Solo hipocresías que hoy me llenan de líquido los tobillos, esos que algún día dibujaron con sus leguas hediondas, que calzaron las zapatillas por horas de noche en las aceras buscando monedas.
¿Un abrazo podría salvarme? Seguramente no.
El nahual espera mi último respiro para llevarse al aliento de vida entre los colmillos. Seré un cuello con venas colgantes entre sus mandíbulas. Y victorioso caminará hacia su transformación desquiciante.
Fui alimento de placeres pagados en falos efervescentes de lujuria barata. Una bacinica de semen colectivo recorriendo con la mirada una esperanza en las madrugadas sin luz. Una voluptuosa figura está caduca.
Llegó mi mejor postor. Ha comprado la mercancía más barata. Le tiendo mis dedos arrugados acercándome al lugar donde me espera, se agazapa con miedo a mi entrega.
He tenido un buen negocio esta noche, he vendido mierda a cambio de silencio…eterno.

Aragggón
29032011 2017

23 de marzo de 2011

Mierdosas divinidades


Si pudiera escribir a alguien que le importara algo de mi vida, le diría que la vida ha sido larga hasta ahora.
Que me siento un poco cansado.
Si ese alguien que me escucha, le importo de verdad, sólo puede ser alguien poderoso; porque sólo alguien importante podría interesarse por mis miserias.
Soy demasiado vulgar para despertar interés.
Le pediría que es hora de paz; que ha llegado el momento en el que yo, cosa inane, deje de tener protagonismo.
No valgo tanto como para que un dios de mierda me preste tanta atención, no necesito que me jodan las divinidades. Soy humilde y sencillo. Quiero pasar desapercibido para los putos dioses.
No necesito que nadie ni nada piense en mí. Sólo Ella.
No quiero que un dios de mierda con sus proverbiales y piojosos designios me siga prestando su atención. Los hay necesitados, los hay malos. Los hay que deben morir.
Yo quiero ser ignorado por ellos.
Si Cristo en persona me diera su bendición, le diría que no me amara, que no intentara redimirme. Que ni se me acerque con su mierdosa misericordia. Porque si existiera, él sería el responsable de mis años de frustración y soledad.
Le diría que gracias a mi humana fuerza y entereza, he encontrado el amor, a pesar de él, a pesar de todos los dioses y deidades de este jodido mundo.
No existo, eso les diría. Que me dejen en paz esas mierdosas divinidades.



Iconoclasta
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20 de marzo de 2011

Vida anal



Sujeta firmemente la cuchilla de afeitar y practica un profundo corte en el brazo. La carne se abre perezosa, como una sonrisa cansada. Como una especie de vulva estéril que se llena de sangre hasta rebosar.
No tiene tabaco con que distraerse.
No es un corte indoloro, como no es indolora la penetración anal.
Es más elegante el corte profundo y devastador en el brazo que mearse por un exceso de presión en la próstata. Es cuestión de disciplina mental.
Aunque con el tiempo, de la sodomización se extrae placer. Y muchas veces un pene sucio de mierda; pero no acaba de ver elitismo alguno en el esfínter herniado.
Del brazo, de ese profundo corte no sale excremento alguno, lo cual ya no aporta visión de mierda. Lo cual denota cierta elegancia.
Del brazo mana vida pura. Hay tal exceso de presión que es necesario liberar sangre. Hay poca sangre y mucho tiempo. La vida puede ser subjetivamente corta o larga. Todo depende de lo profundo del corte.
Como ocurre con la sodomización: puede ser placentera o dolorosa.
La vida es anal.
Es el corolario perfecto.
Y cuando se es tan fuerte como él, la vida no es fácil.
Porque te rompes.
Si eres fuerte no hay otra opción que partirse.
Los débiles por ser poco agraciados genéticamente por un cerebro lerdo y conformista, se doblan. Se pliegan multitud de veces sobre si mismos. Y así caben en cualquier parte, en cualquier cajón.
Y se almacenan sus ideas baratas y anodinas en el mismo vertedero donde ha acabado el papel que se ha usado para limpiar el pene sodomizador lleno de mierda.
En la punta de la polla que lo avasalla, está la foto de su hijo.
Y en los labios de su exmujer hay mierda.
No basta esa sangre que brota. No duele, ha de derramarse más. Se siente tan fuerte y con tanta energía que no encuentra cosas importantes que romper. No vale la pena destruir nada de lo que su vista enfoca, no satisface suficiente la idea de la destrucción.
Sin embargo es inevitable una ira cancerígena.
Sangre y destrucción.
¿Qué puede perder?
Cuando no queda nada no hay miedo y mucha ira. Mucho rencor.
Es delicioso sentirse libre de prejuicios y moralidades. Sentirse tan desgraciado que no importa nada.
Coloca un cd en el reproductor, pero lo ha manchado de sangre, el aparato dice que no hay disco.
Lo lanza con un grito inhumano contra el suelo y todos esos pedazos lo sumen en un breve éxtasis. Y durante ese instante de paz, todo se llena de mierda otra vez. Su cerebro ha perdido cualquier tipo de imagen o recuerdo tranquilizador.
La vida se le ha metido por el culo y le duele.
Su furia crece con un ritmo cardíaco enloquecedor. Su pene está duro; pero no es deseo sexual, solo la presión de una vida que se siente enclaustrada en un cuerpo incapaz de hacer el suficiente daño.
El dinero es importante como la sangre y cuando no hay dinero, queda la ira. El dinero es vida, el dinero es anal.
El trabajo es un pene que sodomiza y al final da cierto placer.
Ha perdido el trabajo, ha perdido el dinero. Ha perdido el placer.
La vida es anal y ahora huele a mierda.
Como le debe oler el coño a su mujer que lo ha abandonado y ahora la folla un cerdo de pene mierdoso.
Quisiera poder clavar los dedos en las paredes y derribar edificios llenos de seres humanos. De cualquier raza, sexo o condición. La ira no es racista ni clasista.
Hacer algo trascendente.
El dolor es lo que más fácilmente trasciende.
El humano es como los perros: recuerda el dolor y su comportamiento se condiciona en torno a galleta-castigo.
Se cubre con fuerza la herida del brazo con cinta adhesiva que sirvió para precintar en su momento cajas de cartón llenas de papel higiénico.
Es uno de esos días en los que las asociaciones de ideas parecen revelaciones.
La mierda conduce a la basura y la sangre derramada se limpia con un papel cuyo destino es disolverse en más porquería.
Es cuestión de cortar algo más doloroso. El pezón izquierdo cae al suelo y se caga en dios. No tiene cuidado alguno con la cuchilla y se corta los dedos índice y pulgar; pero eso no duele nada.
El pecho bañado en sangre alivia la presión con más fuerza, es mucho más efectivo. Se viste unos vaqueros y una camiseta oscura y sale a la calle a ofender e incomodar a los doblados y plegados.
La sangre empapa la ropa y la chusma no se fija en él hasta que su rostro suda con una palidez cerúlea.
Cuando las gotitas de sangre que caen de su ropaje forman ya un rastro tan obvio como las cagadas de los perros y la basura en las esquinas de las calles, los débiles no ven otra cosa que un hombre drogado, enfermo, loco…
No ven la mierda que ha salido de sus anos y que se encuentra en la punta del bálano de sus amos sodomitas.
No vale la pena matar ni destruir; pero tamopoco hay otra cosa mejor que hacer.
No tiene trabajo, no tiene placer, no puede comprar amor en ninguna parte. Las buenas putas exigen demasiado. Los hijos son caros.
Le tiene que proponer a su hijo que se fotografíe desnudo para colgar sus fotos en internet, es una forma de ganar dinero como otra cualquiera.
Al final todo es prostitución.
Es mejor morir ofendiendo. Es la única forma de ser contundente, claro y dejar un recuerdo.
La cuchilla baila en sus dedos nerviosos. Cortando.
Sirenas… Se aproximan. Son cantos de idiotez: policías que no tienen más utilidad que gastar recursos sin ningún fin.
Como los médicos que no curan. Hay gente que no merece ser curada.
Como jueces y magistrados masturbándose ante el testimonio de una violación.
El hombre está cansado, piensa que camina; pero ha apoyado la espalda en un árbol y percibe la orina de los perros por encima de los gases quemados del tráfico.
Alguien le pregunta si se encuentra bien.
Dice que sí, que salvo un asco infinito que le pudre la sangre que deja manar, todo está bien. Y salvo por el hecho de que perdió el trabajo y ya ha agotado la prestación de desempleo.
El dinero hace la felicidad, compra amor, compra vida, compra comida.
Sin dinero la vida es más anal que nunca y duele el pene que presiona en el intestino grueso.
Se arranca la cinta del brazo ante el murmullo de asco y asombro del grupo de gente que lo observa casi con miedo. Temen más a la insania que lo que la sangre pudiera llevar de enfermedades.
Su hijo le guarda el rencor de meses de malhumor, de meses sin dinero. No quiere a su hijo de la misma forma que él no lo quiere ahora.
La sangre que mana es espesa como un moco.
El dinero compra amor y compra cariños. Compra hijos.
Tal vez el que folla a su mujer también folle al hijo. La vida es anal y cuando el pequeño se dé cuenta de que caga sangre, será tarde.
Le dejará en herencia su cuchilla para que se corte la carne cuando sea necesario. Porque cuando su culo se dilate hasta lo máximo, necesitará drenar el exceso de vida.
El hombre-castigo jadea jalando de los últimos centimetros de cinta y la sangre brota con más alegría cuando se abre la herida para que entre la luz en su cuerpo. Es todo tan oscuro...
La horrible sonrisa se muestra obscena y dolorosa en el antebrazo y ahora parece una vagina tumefacta, ya infectada. Duele con solo mirar.
La policía se aproxima abriéndose paso entre la gente. El calor evapora la sangre y deja restos que huelen. El calor del planeta pudre la vida, textualmente.
Una mujer histérica se desmaya, aunque no es verdad, sólo miente para llamar la atención, alguien la sujeta para que no caiga al suelo y apenas la hacen caso, porque el hombre-castigo está levantando la camiseta para mostrar su estigma.
Donde hubo un pezón, se ha formado una costra de tela y carne. Y cuando la tela se despega, el ruido a tejido rasgado y arrancado parece subir por encima del bullicio ambiental y los vulgares que están en primera fila, se lleven las manos a los pechos como si fueran sus pezones los seccionados.
Y siguen mirando.
A través de su nebulosa visión puede ver un par de uniformes avanzando entre la chusma que lo observa. La mujer desmayada ya está en pie de nuevo porque nadie le hace puto caso.
El hombre-castigo avanza hacia ella y con parte de la cuchilla clavada en su dedos, le corta profundamente la mejilla, desde el ojo derecho hasta el maxilar inferior, hundiéndola con fuerza, sintiendo como el metal araña el hueso.
No se desmaya la mujer, solo grita como un animal. Y el resto de animales se separa de él, salen de su ensimismamiento para entrar de lleno en la dimensión del pánico. La mujer cae al suelo sujetando el tejido de su cara y derramando vida que huele a mierda. O eso es lo que el olfato del hombre le hace creer.
Se aleja con paso presuroso de los policías que ahora corren hacia él gritándole que se detenga. La chusma le ha abierto un pasadizo, temen a la casi imperciptible cuchilla que corta los dedos del loco y la carne que está próxima.
Nadie debería temer a una cuchilla tan pequeña, pero la cobardía abunda tanto como la estupidez y así, un pequeño trozo de metal inmoviliza a los idiotas como conejos frente a los focos de los coches.
Les grita a los policías que no tiene dinero para tabaco, que necesita fumar y corriendo se corta el pezón que queda. Ante ellos que le apuntan con las armas.
Y esos mastines del poder sudan ante el pecho que sangra y ante la insania, no disparan, no hay razón para matar. Desafortunadamente.
Tal vez sea porque con menos sangre se pesa menos y se gana por tanto en velocidad. El hombre-castigo consigue arrancar a sus piernas fuerza para correr, la suficiente para que pueda alejarse de los perros que lo intentan cazar. Aunque corriera a seis match, nunca se alejaría lo suficiente. Piensa que es una tontería, porque no tiene dinero ni para combustible.
Cruza la calle sin mirar y un coche lo golpea. Cae con un trallazo de dolor y el hombro dislocado es un suave dolor. Lo que duele infinito es jadear y que se muevan las heridas de su pecho. Pronto se romperá del todo y se habrá acabado la historia.
Los policías le siguen ordenando que se detenga. Han pedido por radio una ambulancia y otro par de coches patrulla se unen a la persecución e intentan mantenerse cerca del hombre-castigo.
Es una persecución imbécil y sin sentido, si los policías no fueran tan idiotas como sus amos, lo habrían apresado ya. Pero tienen miedo: sangra mucho, está demasiado alienado. Los idiotas temen que la locura se pueda contagiar. El resto de borregos observa a prudente distancia. Memorizan actos y detalles para luego contar como testigos de primera lo ocurrido en sus casas, a los amigos en el bar o en el trabajo.
Ahora corre por una calle cuesta abajo, ha perdido un zapato y ha pisado con un pie desnudo una mierda de perro, cosa que le da asco y lo enfurece. Al pasar casi rozando a un hombre que intenta dejarle vía libre corta su cuello con la cuchilla sin llegar a profundizar demasiado. Ni siquiera gravemente, es una cuchilla solamente.
Hay hombres que parecen muy fuertes, que tienen apariencia de curtidos y de ser valientes. Pero éste grita como una rata herida, está tan asustado que piensa que el corte es profundo. Debería asustarle la posibilidad de contagio de imbecilidad por una cuchilla que ha cortado demasiado en tan pocas horas.
La policía piensa que es suficiente, que es mejor disparar y matar, por otro lado están cansados de correr y trabajar.
Los primeros disparos llegan cuando atraviesa un desierto tramo de calle cerrada al público por obras. Las balas pasan muy lejos del hombre-castigo. Es difícil matar cuando no se está acostumbrado a ello.
Le gustaría comprar, antes de morir, un cajetilla de tabaco; siente curiosidad por saber si el humo del tabaco le saldría por las heridas del pecho. Y por otro lado, está un poco nervioso. Se podría sentar a fumar un par de cigarros en cualquier banco mientras los policías le disparan e intentan acertarle.
Ahora, a la par que los policías, corre personal sanitario. Le empieza a recordar las películas cómicas mudas.
Suena un alto por enésima vez y un estampido.
Ahora no pueden disparar, hay demasiada gente en la rambla.
No es que quiera hacer daño, pero hay tanta carne junta que la cuchilla entre sus dedos siempre encuentra algo que cortar.
Un ciudadano valiente lo empuja y lo hace caer al suelo, intenta mantenerlo ahí con los pies, como si fuera un animal hasta que lleguen los policías y le den una galleta como premio. El hombre-castigo consigue cortar los tendones de su empeine derecho y cae el colaboracionista muy cerca de él. Le corta un ojo por error al intentar cortar el cuello.
Se levanta de nuevo, no se había dado cuenta de lo cansado que estaba. El hecho de elevarse lo hace jadear. Su brazo es una bomba de presión. Su pecho es un ardor que se extiende desde las heridas de los pezones hasta las mismísimas ingles.
Los cuerpos le protegen la vida, no pueden disparar muy a su pesar.
Se pregunta cuando oirá la gran explosión, cuanto tardará en llenarse de gas su apartamento, si será suficiente para que esa gran colmena donde vive, caiga al suelo con todos los idiotas dentro. Cuando el compresor de la nevera se conecte, se creará una pequeña chispa y entonces habrá dolor, y no precisamente anal.
Aunque dada la metáfora, tendrá que ser cuidadoso con la limpieza de su polla, porque será el suyo el pene lleno de mierda.
La vida es anal para unos y para otros es fálica.
La filosofía es una disciplina directamente relacionada con los genitales y el sistema excretor.
Le gustaría vivir para verlo, o al menos para sentir el estruendo. Morir sabiendo que se lleva a muchos con él es una ilusión como otra cualquiera.
La gente lo empuja, le entorpece la carrera y los policías están tan cerca que huele sus culos.
Cruza la calle y se salva de morir aplastado por un camión.
Por un momento se queda atónito cuando llega a la acera de enfrente, su ojo se ha cerrado, pero cuando se lleva la mano a la cara, no es cuestión de párpados. Es cuestión de que una bala que ha entrado por la parte posterior de su cráneo, ha salido llevándose el ojo y unos cuantos huesos.
Es increíble la de cosas que se pueden pensar en los escasos segundos que tarda uno en morir; él juraría que ha oído una tremenda explosión, que ha oído gritos y que hay cuerpos enterrados entre cascotes, cuerpos quemados.
Penes llenos de mierda limpios por el fuego purificador.
Pero sabe que su cerebro está hecho puré, que bien podría ser una alucinación.
Prefiere morir feliz.
Y no tiene tiempo a concluir si ha muerto feliz.
Ha muerto, que no es poco.
El policía ha gritado eufórico: “¡Le dí!”. Se acabó correr, se acabó el ejercicio.
Una gran explosión le borra la sonrisa de la cara.
El agente se pregunta con harta desgana que habrá ocurrido, rascándose distraídamente las nalgas.



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15 de marzo de 2011

Lágrimas blancas




Lágrimas blancas en la sonrisa vertical,
resultado de la fatiga deseada en los impulsos de un cuerpo que hierve
poros abiertos y pupilas dilatadas…inmensidades en sus músculos tensos.
Un miembro enrojecido, líquido, cansado se recarga en mí.
Su desmayo rinde un gesto desdoblándose entre los labios de la sonrisa.
Lo tengo en mí.
Pulsa en convulsiones terminales que endurecen un clítoris que reina impune.
La saliva se salpica en medio de las palabras condensadas,
el vapor de los sudores desciende los párpados dejando mitades de miradas.
Derrama más lágrimas blancas que limpien las realidades,
baña mis suciedades con tu agua seminal,
lava mis dedos con la presión de tus explosiones,
dame de beber con el tibio brebaje de varón erguido.
Aragggón
120320111359

4 de marzo de 2011

Tinta roja



Me gusta la tinta roja porque nadie escribe con ella.
De pequeño me decían aquellos profesores de cerebro podrido, que era para corregir y para subrayar algunas cosas.
Y una mierda. Escribo con tinta roja los nombres de los muertos y de los coños que amo. Escribo de todo lo que conozco, desconozco, amo y odio.
¿De verdad no puedo escribir con tinta roja, profesores y educados ciudadanos integrados?
Hay que ser mucho más convincente y pagarme muy bien si queréis que os haga creer que aprendí algo de toda vuestra inmundicia cultural, de toda esa doctrina de moral y costumbres con la que intentasteis educarme.
La follo por el culo tan profundamente, que siento sus excrementos en la punta de mi pene.
Es como escribir en tinta roja, no es aconsejable joder así. No os gusta.
¿No lo debería haber escrito en rojo? ¿Es eso?

¿Cómo llamaríais al niño de seis años que mira excitado las mujeres desnudas de una baraja de cartas? Porque los niños se excitan, yo me excitaba…
¡Qué gusto tan misterioso en aquella pequeña polla que creció y se hizo un Jesucristo que ahora me redime con cada lechada que lanzo a presión!
Y ahora me diréis como si fuera verdad, que nunca os hicisteis una paja recordando la mata de pelo que a vuestra madre se le escapaba de las bragas cuando se abría de piernas sentada frente a vosotros para ayudaros a comer.
¿No os la pelabais? Por eso no usáis tinta roja. Prohibido decir secretos.
Me daban asco los muslos rozados y ennegrecidos de mi abuela.
¿No es correcto escribir con tinta roja?
No jodáis.
¿De verdad os gustaban esos muslos? ¡Qué asco!
¿Es mejor que me justifique diciendo que escribo en rojo porque corrijo tareas escolares?
Me masturbé desde el mismo momento que me llamó la atención la poderosa raja de mi madre cuando un día la vi meterse en la bañera.
¿Puede ser pedófilo un niño consigo mismo? Me tocaba impunemente.
¿Es mejor escribir con tinta roja o tocarse de niño?
No me excitó ver el culo de mi padre subiendo y bajando entre las piernas de mi madre.
A los padres les gusta follar; aunque luego, los muy hijoputas nos digan que eso no se hace y a sus hijas las protegen en nombre del puto dios de la decencia. Los padres no son tan especiales. Son campo abonado para la vulgaridad.
Mejor sigo cagando con la tinta roja.
A mí también me gusta follar, sólo que yo, además escribo con este color porque me sale de los huevos.
Porque en algún lugar, algún imbécil me reprendió por usar esa tinta cuando era pequeño.
Si yo hubiera sido mi padre, antes que metérsela a mi madre le hubiera mamado el coño, luego se la meto y me corro en su vientre.
Hay hijos que saben más que sus padres: YO.
En la primera comunión me dijeron que la hostia se debía dejar deshacer en la boca.
Yo mordí el estúpido, insulso y reseco cuerpo de Cristo con desdén. Aquella hostia sólo era una oblea con el mismo sabor insípido que los alimentos dietéticos con los que se atiborran las gordas y gordos.
Tengo mi propio misal escrito en rojo con palabras que hieren y desangran todas esas ideas podridas que me quisieron enseñar.
El coño de mi hermana era pequeño, el de mi madre enorme y de vulva abierta (posiblemente un exceso de hijos). Es mi lección de Barrio Sésamo: coño grande, coño pequeño.
Con las pollas pasa igual, la mía creció y ahora mi padre se avergonzaría de su tamaño mirando con tristeza la suya.
Tal vez no sea muy agradable leer esto, tal vez sea por culpa de que escribo en color rojo. El color rojo no os gusta salvo en los coches deportivos.
Los coches deportivos no tienen pollas grandes ni pequeñas, ni rajas de coño cerradas y abiertas.
El color de estas letras jode a muchos lo sé. Es el color de las correcciones, no debería escribirse con él.
¿No es hermosa la palabra “correcciones”, que en este contexto indica revisión y moralidades? Me paso las correcciones por los muslos repugnantes de mi abuela.
Soy inteligente y sexualmente rojo.
Escribo en rojo.
Soy la aguja que se clava en el iris.
Y tengo una erección.
Y el sabor levemente salado con restos de orina y viscoso fluido de su coño en mi boca.
El coño que amo es más grande que el coño de mi madre. Barrio Sésamo hoy escribe en rojo su guión.
Si os molesta, podéis “twitearme” el nabo. Con corrección, por supuesto.
¿Era grande el coño de vuestra madre? Cuando era pequeño aún no había cámaras digitales. Lástima… Me hubiera gustado subir su foto al “twiter” para que la votarais.
Escribo en rojo y no respeto nada. Tampoco hago daño, desgraciadamente.
La tinta roja no hace daño, descerebrados.
Lo que duele es mi bálano profundamente clavado en su ano. Y aún así gime la muy perversa pidiendo más.
Se os escapan los detalles importantes por culpa de vuestra aversión a la tinta roja.
Porque nadie debiera escribir con tinta roja.
No vosotros.
De hecho sólo se usa la tinta imbécil.


Iconoclasta
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3 de marzo de 2011

Ofrenda



Llevaba días sin beber agua, sin acercar siquiera una miga de pan a la boca. En su cerebro retumbaban como martillos en el acero los segundos del pequeño reloj de su delgada muñeca. La transparencia del lago colgado en el muro roto de su habitación le turbaba la mirada. Demonios nauseabundos le tomaban de mentón y la acercaban a la luna para ver su desnudez.
Dos pellejos colgaban arrugados y fláccidos de su pubis escamado. Las volutas de sus senos eran ya escurridos óleos desgastados, temblorosos sin resistencia a la gravedad. Sus pezones reposaban muertos en un gesto triste como su boca.
Los labios acartonados se han pegado a los dientes. El par de pómulos han atravesado la piel y resaltan en un gesto mortuorio.
No tiene deseo. Pero sus dedos de hueso insisten en reanimar un clítoris que muere en la sequedad de pubis desértico y lampiño. Tal vez tenga suerte de revivir un orgasmo. Sería perfecto morir con el último esfuerzo de su vagina varicosa.
Sus dedos se hunden en el orificio sin agua. No hay fluido que los haga resbalar. Sus uñas rasgan las pieles que un día fueron delicadas. Hoy son tristes paredes de papel que se inundan con sangre. Ojalá que el dolor no llegue a durar tanto que sea el último sentimiento antes de partir.
No hay muslos fuertes que la sostengan, son un par de ramas torcidas a punto de quebrarse y tiemblan para abrirse. Acerca con lentitud su mirada al lugar donde un día él bebió por borbotones, donde ella elevaba con fuerza su pubis mientras sostenía la cabeza de él obligándolo a que la llevara al extremo placer.
No puede llorar. No tiene lágrimas que hagan mover sus ojos sin ardor. Y la saliva se ha ido de su boca dejando la lengua como una piedra, nada que ver con la serpiente que reptaba rodeando el erecto falo de su amado, lo escupía y bebía…
El mundo de agua se ha ido. Su cuerpo es más árido que el Atacama por el que rondan insectos que avisan la muerte. Las moscas son el preludio.
La sangre espesa transita lenta y su clítoris no se endurece. Convulsiona con un orgasmo imaginado, recordado.
Un cúmulo de huesos en medio del sillón se está haciendo polvo. Un índice en la mordida y una mano cansada en un pubis abierto de cadera dislocada.
Extraña ofrenda al placer perdido…
Aragggón
030320110939

1 de marzo de 2011

Padre muerto, hijo no nato



Padre muerto, hijo que no existes:
El mundo es estático, no varía. Es plano como el electroencefalograma de un subnormal. Como el de una persona en coma.
Posiblemente como el mío.
Todos sufren, todos se cansan, ríen, lloran y descansan.
Yo no lo siento, todo resbala en mí. Soy impermeable a mierda y alegría.
Padre muerto, hijo no nato: el mundo es una película que he visto demasiadas veces. No hay sorpresas.
Lo poco que observo ya a través de mis ojos idiotas es un decorado que mi escasa imaginación puede crear con mucho esfuerzo. Un filtro que apenas me da ya consuelo. Es la única forma de sobrevivir.
Con mis últimas reservas de imaginación he podido durar un poco más.
Hijo: si hubieras nacido, si estuvieras te necesitaría. Necesitaría salir a pasear contigo, fumar acompañado aunque digan que es malo. Sólo una vez. Nadie salvo yo, sufre cáncer por fumar un cigarro.
Padre: quisiera ser pequeño y que no estuvieras muerto y que me dijeras que hay cosas nuevas por descubrir.
Construyo castillitos en el aire que se desmoronan con un soplido. Y cuando se tambalean pongo las manos. No tengo suficientes manos para sujetar las almenas y caen rompiéndose con un gemido que me duele aquí, muy adentro; en un punto de mi viejo cuerpo que no puedo definir, que no puedo identificar.
Caen con un ruido sordo, porque sordo me estoy quedando.
Ojalá no oyera nada, ni siquiera mis gemidos.
Hijo que no naciste: papá es viejo, ojalá estuvieras aquí para cuidarlo. No quiero cuidados. Me conformo con un poco de compañía mientras lo que queda de vida duele.
Padre: voy contigo, espérame. No me dejes solo cuando llegue. Soy tímido.
Entre las ruinas de mis castillos en el aire asoman pies de soldaditos muertos. No soy cruel con mi imaginación, pero a veces ocurren cosas.
Y es lo hermoso de imaginar, que ocurren…
Sorpresas de soldaditos muertos que no imaginé y ahí están.
Padre: no me acuerdo de tu cara. Tengo miedo.
Hijo: es tarde ya, me arrepiento de que no nacieras.
Mi imaginación está en crisis, se ha agotado. Es el fin, el Segador está cerca y mi yugular se defiende endureciéndose ante la proximidad del acero frío. Sólo es un acto reflejo, no me defenderé, estoy cansado.
Si mi padre no estuviera muerto me acercaría a él sin vergüenza para que supiera de mi tristeza. Sé que él no preguntaría y me posaría la mano en la espalda. Que callaría a mi lado y yo me confortaría viéndolo fumar.
Hijo: a veces sueño con abrazarte y engañarte, decirte que lo hago porque te quiero. Pero en realidad, sólo lo haría por un poco de calor, sería egoísta. Aún sin nacer, te quiero tanto que deseo tu calor. Sé que no es bueno que un padre llore en el hombro de un hijo. No es natural.
No consigo imaginar calidez, mi imaginación ya es fría como el cadáver del que hubiera podido ser tu abuelo.
¿Hubieras venido conmigo a pasear?
A veces sueño con muertos y con los que no existen. Y la soledad es devastadora y me siento héroe luchando contra la inexistencia. Hasta de la tristeza más absoluta arranco algo de sueños imposibles.
Estoy abandonado, hijo que no existes. No tengo ni alma, padre muerto.
No soy nada, ni el producto de mi imaginación.
Mi melancolía es potente, es pura e inmaculada como la virgen misma.
Suena música hermosa por la radio. Sería un buen momento para no estar sin vosotros, sería un buen momento para llorar disimuladamente en vuestra compañía. Padre, hijo, nieto… Deberíais existir.
Si me quedara suficiente imaginación…
Estoy vacío.
Algo hice mal, muy mal.
Y ya no tiene arreglo.
Mi imaginación está muerta como papá. No hay ni cadáver de ella. Como no lo hay del hijo que nunca nació.
No es bueno vivir así, no vale la pena.
Padre: no hay remedio, no pasa nada, estás muerto. Has salido bien parado en mi castillito en el aire.
Hijo: perdona que hayas muerto sin haber nacido si quiera. Te he matado sin ser necesario.
No me perdones, no sería justo para ti, mi pequeño…
Vuestros pies asoman entre las ruinas de un castillo roto.
Estáis tan muertos… Y yo también, es mi última imaginación.
Mis castillos en el aire son pura degeneración, mato lo que no nació y lo que está muerto.
¿Alguien da más? Posiblemente esta sea mi única sonrisa en lo que queda de sueños.
Es tarde, vamos a dormir.
Que el Segador nos encuentre dormidos aunque no existamos.
Os echo de menos padre e hijo muertos.


Iconoclasta
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Mi sexo liberado.



No soy un ángel. Fui creada humanamente. Ni siquiera soy un invento del hombre, como lo es el tiempo. Soy la contracción doliente de una hembra, el semen vertido de un macho sobre un útero que lo esperaba o tal vez no. Derramé las sangres en el momento del alumbramiento desgarrando la vagina de la mujer que después llamé madre. No hay duda de la especie a la que pertenezco, mi físico lo comprueba aunque existan momentos que me comporte de manera bestial.
Descubrí las primeras palpitaciones vaginales a muy corta edad, mientras las pinturas románticas al óleo me mostraban los pezones desnudos de las musas.
Tengo un clítoris que creció conmigo y fui consciente siempre de él. Probé mis fluidos sin miedo, descubrí el olor de mi sexo en los cambios hormonales, manché mis manos de sangre en mi primera menstruación, reconocí el placer de hundir mis dedos en la primera masturbación.
¿Y dices que me calle?
¿Me prohíbes enunciar mi cuerpo?
¿Cómo calmarás mi respiración involuntaria y agitada?
¿Cómo lograrás detener mis derrames?
Ya han inventado cinturones de castidad, pero no guantes que castren las letras, ni cascos que eviten los pensamientos, no hasta ahora. Los intentos han costado sangre, pero no han ganado del todo.
Soy la imagen que perturba la mirada, que la vuelve borrosa y lacera los lacrimales, la aguja en la córnea de los asexuados, la astilla en las uñas de los castrados que arrugan sus puños rabiosos de mi satisfecha condición.
Quitaré las pinzas que pellizcan mi sexo y pretenden callarlo, llevaré las marcas de sus intentos fallidos, continuaré abriendo con mis dedos la vulva que se derrama imparable mientras agito inquieta el botón de gracia que hace llagas sus rincones olvidados, donde alguna vez dejaron morir sus sexos.
Aragggón
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