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28 de diciembre de 2010

Soy tu ángel caído



Ya no sé que soy, mi amor.
Una vez me llamaste ángel. En caso de que lo fuera, sólo podría ser el Caído.
El Caído ante tu cuerpo y tu coño sagrado.
El Negro Ángel de pene pétreo que destila un humor pegajoso. Que te cubre y penetra.
No sé que soy, pero no soy bondad.
He gritado tu amor y he ofendido a deidades malditas y benditas anteponiéndote a ellas y a los que mueren y sufren. A los que ríen y gozan. Sin sentir pena por nadie, sólo indiferencia.
Sus cuerpos son el suelo en el que afirmo mis pies para penetrarte.
No soy bueno, no soy hombre.
Soy la bestia que hunde la nariz en tu sexo anegado y aspira tu esencia con un gruñido. Ahogándome en tu coño.
Y lamo y escupo en tu vulva que me enloquece, en tu piel que me hace descender a lugares que no existían hasta ahora.
He perdido mi humanidad amándote, he involucionado por debajo de toda inteligencia. Soy un glande goteante.
Un ojo cerrado en carne cárdena, de fina piel a punto de rasgarse. A veces abierto de deseo; un meato corrupto que busca tu coño con hostilidad y rabia.
Tú me has hecho así.
Tu sensualidad es mi regresión a lo más primitivo de mis instintos.
Y aún así, me has elevado por encima del la bondad y la mediocridad. Has hecho de la pornógrafa injuria mi religión.
Abre la boca, acércate a mi masturbación doliente, irrefrenable. Sé puta y deja que bañe tu rostro de Diosa Caída con mi esperma espeso y ardiente. Que se escurra por tus pechos, que gotee en tu vientre herido.
Es tuyo, soy tuyo. Somos tu creación.
Si alguna vez fui bueno, la bondad se convirtió en la baba que inunda mi boca y sorbe dolorosa y ansiosamente tus ofensivos pezones erectos.
Putos pezones... Putos porque tú me has hecho así.
Soy un caído que corrompió la bondad del amor para abusar de tu carne, Diosa Caída.
Ya ni el infierno nos acepta.
Eres mi único y posible universo.
Si alguna vez te amé, ese amor son ahora venas que alimentan mi bálano para penetrarte y embestirte hasta que la mismísima naturaleza grite renegando de la blasfema reproducción.
Y yo hundiré de nuevo mi nariz en tu vulva para ahogarme en tus deseos que brotan de entre las piernas, entre tus dedos con los que castigas una perla que no se rinde a un solo placer. Que necesita mil caricias para consolar su sed de orgasmos.
Y así maldeciré la anodina bondad y el amor humano.
Maldeciré a Dios y la misericordia lamiendo tu altar obsceno.
Bendeciré y sacrificaré mi corrupto semen a tu coño bendito. Lo único sagrado del universo, y al tiempo creado para ser profanado, violado.
Escupiré en tu piel en lo que ha mutado el amor: un bálsamo de hijos nonatos, que ni siquiera de nacer tienen voluntad. Sólo cubrirte y calentarse en tu cuerpo de Diosa Caída.
No soy más que un Ángel Caído que aúlla con esta carne dura estrangulada por mi puño, con la garganta desgarrada de gritar tu nombre.
Si una vez fui hombre, debió ocurrir antes de amarte. Ya no recuerdo...
Eres mi pasado, mi presente y mi futuro.
Ocupas todo, se borró todo lo no que eres tú.
Arderé en ti, mi Diosa.


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26 de diciembre de 2010

Amargas sonrisas



–Hola, me llamo Adriano y se me ha roto la sonrisa –el hombre miraba al suelo con timidez.
–¡Hola Adriano! No sonrías pues. Te saludamos –corearon al unísono los integrantes del grupo de Amargas Sonrisas Anónimas.
El grupo estaba formado por ocho personas formando un semicírculo en cuyo centro se encontraba el psicólogo, Roberto.
Adriano se volvió a sentar en su silla sin decir más.
–Amado ¿Por qué crees que las sonrisas se rompen? –preguntó el psicólogo a un hombre calvo.
–Porque las usamos mal, cuando los labios sólo quieren gemir por un dolor o una vergüenza, formamos una sonrisa insana. Y el organismo a la larga, crea anticuerpos que las destruyen, cualquiera que sea.
–Eso lo sabe todo el mundo, Amado. Es la introducción de nuestra sociedad Amargas Sonrisas Anónimas. Dime lo que crees tú.
Amado, que empezaba a esbozar una sonrisa, de repente enderezó sus labios.
–Porque después de muchos años de vivir, no conseguimos sentirnos bien, no encontramos nuestro lugar en el mundo. Estoy solo –Amado esbozó una sonrisa que no llegó a vivir más que medio segundo.
–¿Por qué has intentado sonreír si tan solo te sientes?
–Porque la soledad me avergüenza, y no quiero que nadie sepa lo mal que estoy.
Adriano observaba con interés a Amado, no se daba cuenta de que estaba apretando fuertemente los puños. Temía que si le hacían una pregunta como esa vomitaría.
Roberto observó con discreción a Adriano y anotó en su cuaderno: “Adriano: sonrisa totalmente destrozada. No conviene presionarlo aún, hay mucha tristeza en su rostro. Durante las tres primeras sesiones se aconseja que su participación sea pasiva. Se le ha de sorprender.”
Ninguna sonrisa había en todos aquellos rostros, sin embargo, tampoco había tensión alguna. Se encontraban relajados, sin presiones.
Adriano se sintió cómodo ante aquellos que sin sonreír, parecían estar en paz.
Aflojó la presión de sus puños y su espalda se relajó en el respaldo de la silla.
–Elvira, dinos, ¿has sonreído hoy?
Elvira encendió un cigarro con nerviosismo, sus manos temblaban.
–Sí. Dos veces.
–¿Te apetecía o era necesario?
–Era necesario, mi jefe ha propuesto un desarrollo de negocio y debía demostrar que era de mi agrado.
–¿Y cómo te sientes?
–Tengo miedo de haber perdido lo que había recuperado en las últimas sesiones.
–Elvira ha actuado correctamente –Roberto dirigía su mirada a todo el grupo–. Un error muy corriente es caer en el extremo de no sonreír jamás. No es viable, debéis sonreír cuando sea necesario. Es simple supervivencia en esta sociedad. Elvira no ha perdido nada de lo que ha avanzado en las últimas sesiones. Todo lo contrario, ha sabido dominar el temor al dolor de una sonrisa superflua, cortés.
–Yo he sonreído por alegría, mi novia estaba preciosa –intervino Lorenzo con entusiasmo–. A Carmen le ha gustado mi sonrisa, ha dicho que era fresca y limpia, hoy mojo... ¡Ja!
El psicólogo dio fin a la sesión, algunos sonrieron y otros no.
Adriano se dirigió al psicólogo cuando los integrantes del grupo desalojaron la sala.
–Tengo miedo de no sonreír jamás. Duele la tristeza de los errores acumulados.
Roberto lo miró fijamente.
–Hay que joderse, ya me ha tocado un derrotista en el grupo.
Adriano no pudo evitar una sonrisa de sorpresa y salió con ella aún dibujada en el rostro. Roberto suspiró aliviado y casi sonrió también.


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22 de diciembre de 2010

Mala suerte



He intentado sonreír y no he podido; ni siquiera he podido torcer los labios.
Son cosas que pasan. Como la araña que trepa por mi rostro y deposita sus huevos en mi oído.
Hoy, cualquier tipo de ternura me viene bien. Si es mamá araña haciendo de mi pabellón auditivo su nidito maternal, estupendo.
Hace mucho frío. Es extraño, mi cabeza parece que va a estallar y el rubor de mis mejillas es un ardor constante. Sin embargo, los dedos de las manos y los pies están fríos.
No puedes usar prendas sintéticas, no abrigan si no hay sudor.
Se diría que la parte de mi cuerpo que debería extraer alguna sensación de la vida o del entorno, está muerta.
Imagino que hoy es uno de esos días en los que es mejor caer en coma y que toda esta amargura, pase como si fuera sueño.
A ver si hay suerte y por alguna extraña química de mi cuerpo desvencijado, me entran los dedos en calor. Si me arde la cabeza, tal vez radie el calor a los extremos.
Ni siquiera me apetece sacarme la araña de la oreja. Cuando mueve sus patitas me hace cosquillas.
En algún momento de mi vida, alguien me hizo cosquillas con sus labios.
Es mejor no pensar en ello.
Voy a ensayar una sonrisa a ver si me animo.
Uno, dos, tres...
¡Ya!
¡Cómo duele! Se me han abierto los labios y me escuece hasta el aire. Debía haberlo intentado en casa y no aquí en el bosque con la pierna rota.
Ya verás cuando encuentren mi cadáver congelado, la de tonterías que voy a tener que oír: “¿Cómo se le habrá ocurrido a este tipo venir sin calzoncillos de recambio? ¿Por qué no se ha traído un kit de de supervivencia con aparato de Rayos X portátil y vendas de escayola? ¿Es que tenía que venir de paseo al bosque precisamente el día que cae la nevada del siglo?”
Respecto a lo último, lamento mucho que no podré defenderme; pero por si acaso escribiré en mi diario (en este caso sería ya prácticamente un muertario), que cuando salí de casa hacía un día soleado y que no soy tan gilipollas como para ver nieve y correr desnudo con una euforia casi demente. Soy un hombre tranquilo y sosegado.
Además de que ando mucho y se me da bien orientarme, salvo cuando me pierdo.
De la misma forma que no puedo sonreír, tampoco podía dejar de llorar (por asuntos personales que no vienen al caso, la emoción es traicionera) y las lágrimas se congelaron. Así que me pasó desapercibido el agujero que algún excursionista estúpidamente limpio hizo en la tierra para cagar, y he metido ahí el pie. Se ha tronchado la tibia con un chasquido que ha hecho levantar el vuelo de todos los pájaros que no sabía que pudieran ocultarse en el bosque.
Son listos estos animalitos, lo capaces que son de esconderse y pasar desapercibidos cuando quieren. Yo consigo pasar desapercibido en muchas ocasiones; pero no por voluntad propia. Es algo que se me da bien de una forma natural.
Idiosincrasia pura.
No he llorado mucho de dolor porque de lágrimas voy bien servido y se gastan también.
Ojalá no encuentren mi cadáver, porque si se entera que he muerto solo en el bosque como un animal, se va poner muy triste. Me ama casi tanto como la amo yo, y eso es muchísimo.
La naturaleza está sobrevalorada. Seguro que quien ama a los animalitos no se ha visto con una pierna rota en fractura abierta inmovilizado en el bosque. Y es que cada uno cuenta la feria según le va.
El único y poco cerebro que tienen los insectos, está exclusivamente dedicado a jodernos.
Con la cantidad de hierbas, plantas, árboles y maderas podridas que hay en este enorme bosque, ¿por qué coño ese gran escarabajo se dedica a babear y recorrer el hueso que asoma por el pantalón?
Me provoca un cosquilleo irritante, además me dan escalofríos y me duele la carne rasgada por el hueso.
Tiene suerte de que no puedo mover una sola pestaña sin sentir dolor, de lo contrario, usaría el ensangrentado hueso de yunque para aplastarlo de un manotazo, maldito hijo de puta.
Yo creía que estos bichos sólo salían con el calor y el buen tiempo.
Haga frío o calor, está visto que si hay un idiota cerca sea humano o insecto, he de tropezarme con él.
Y es que la buena suerte no está hecha para mí.
Sea insecto o humano.
Encontrarse así solo en el bosque y tan malherido es, aunque no lo parezca, tranquilizador.
Sabes que ya has llegado al final; que comparado con algunas de las cosas vividas este último dolor es menudencia.
Yo ya sabía por otras experiencias que no sería cobarde a la hora de morir. Me siento orgulloso de mí mismo. Cosa curiosa por demás, porque es la única vez que me he sentido así de bien conmigo mismo. Normalmente soy un mierda.
Es una broma de mal gusto que alcance mi equilibrio precisamente ahora que me muero.
De cualquier forma es mejor morir con dignidad. Es una manera de alcanzar un nirvana en vida, que dudo que mucho que una vez muerto ya del todo pueda disfrutar.
La verdad es que no presiento nada, sólo la certeza de que a medida que mis extremidades se congelan y la sangre se agolpa en la pierna tronchada, la vida se me va.
Con la suerte que tengo, en caso de transmigrar mi alma, seguro que acabaría como ese asqueroso escarabajo.
Y la vida no vale tanto como para vivirla así. El escarabajo querrá mucho su vida; pero a mí me la pela.
No pienso pasar por ese trance. Para prostituirme prefiero otras esquinas.
Es un poco decepcionante. He salido a pasear porque me siento feliz, estoy enamorado y soy amado. Sólo quería mostrarle al planeta que también podía ser dichoso aunque suene cursi. Pero se me olvidó que la felicidad tiene un coste elevado y que tarde o temprano se ha de pagar.
Insisto en lo de mi proverbial mala suerte.
E insisto, porque en todos mis anteriores paseos, no había visto jamás un animal más grande que una ardilla. Y ahora, puta casualidad, aparece un oso para olisquearme.
Aunque la verdad, no creo que se conforme con olisquearme. Ser tan feliz, amar tanto, va pasarme una factura muy alta. Lo sabía...
Los osos no son cuidadosos y tratan la carne como a los troncos de los árboles. Y de todos es sabido que si tienes un daño, todos los golpes y atenciones van a parar a él.
El oso, al igual que el escarabajo, siente una fijación especial por el hueso ensangrentado. Cosa que me hace suponer que estar enamorado hace la sangre más apetitosa. O simplemente que se ha empezado a descomponer algo y el olor a podrido atrae a todos los animalitos del bosque.
El escarabajo se larga haciendo un molesto zumbido con sus asquerosas alas. Y el oso me da un toque con su garra. Automáticamente me meo de risa. Y una mierda, me meo por un dolor espantoso que me arroja a la locura y al miedo infinito. Así de literario, así de bestial.
Echo de menos al escarabajo.
Si el oso fuera el último ejemplar del planeta, si tuviera un buen rifle y si pudiera aguantar este insoportable dolor sin llevarme las manos a la cara; le volaría la puta quijada al plantígrado y luego me fumaría un puro sobre el cadáver del último y asqueroso oso.
Ella me besa el cuello, posa sus labios suaves y plenos y su lengua es una caricia más que se desliza provocando que mis ojos se cierren suavemente en un sopor erótico.
El oso me desgarra la garganta, y mi poderoso cerebro se preocupa de engañarme de la realidad. Es algo de agradecer.
Yo beso su boca, entrechocamos nuestras lenguas para llegar más profundamente donde sea que haya que llegar. Ella es dulce y me quiero morir en ella.
No dura mucho, inundo su boca con la sangre que mis pulmones extraen. Mi garganta abierta lo inunda todo. Ella vomita al sentir su boca llena de mi sangre y yo no puedo evitar morir.
Y el oso lame la sangre que corre por mi pecho con glotonería.
Perdona estas alucinaciones, cielo, te amo demasiado y quiero morir contigo. No me gusta este oso, me duele, me mata.
No siento dolor alguno, mi cerebro es eficaz desconectando nervios, distrayéndome con hermosas imágenes de la realidad. Aunque no es tan potente como las garras del oso.
Ella sigue conmigo y mete la mano dentro de mi pantalón, yo contraigo el vientre para que su mano llegue fácilmente al pene, que lo coja. Que lo acaricie. La deseo y estoy caliente.
Y cuando mis testículos aparecen ahora desgarrados entres sus dedos goteando sangre y semen, resulta que es el oso haciendo de las suyas.
Ahora abre su enorme boca ante mi rostro y mi cerebro me abandona, se ha escondido en un rincón ante el horror de esa boca apestosa y de colmillos infames que aplastarán el cráneo y acabarán con el pensamiento. Mi cerebro es cobarde al final se ha arrinconado contra el cráneo y ahora estoy a merced del miedo.
Me gustaría morir pensando que es ella quien acaricia mi pelo sucio y me diga que pronto estaremos juntos.
No sé, son cosas que a la hora de morir ayudan.
Qué mala suerte...
Ojalá pudiera desnacer y no nacer. Fue un error todo esto.
Mi paseo por el bosque, el pago inevitable por ser feliz.
Maldita sea mi suerte.
Supongo que luego vendrán los jabalíes a acabar de rematar, pero yo ya no estaré.
Ojalá te envenenes oso de mierda.


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5 de diciembre de 2010

La garrapata



Hay un cansancio vital que parece enroscarse y cortar la circulación de sus piernas; la garrapata inocula con potentes latidos ponzoña de tristeza y soledad en su ánimo.
Pero ahora no llega a su cerebro, toda esa miseria va directamente a su pene, directamente, y allí se transforma en energía. En presión constante.
Estar solo no siempre es un privilegio, puede ocurrir que ames y no ser amado.
No es esporádico, suele pasar.
La mujer mantiene las manos apoyadas en el mármol de la cocina, su tanga está ligeramente ladeado por el pene que bombea en su vagina. El fino hilo de la prenda, roza su clítoris de forma irregular y sus rodillas tiemblan por la fuerza de la penetración y un placer que las debilita. Sus pechos se agitan furiosos por las embestidas del hombre. Y algún grito incontrolado se le escapa cuando las rudas manos los agarran, clava sus dedos y maltrata sus pezones.
El hombre siente la humedad de la excitada vagina bañar su bálano y todo se acelera. Sus testículos están empapados, el vello húmedo.
Follarla es un tratamiento contra el cansancio vital aunque sus piernas tiemblen durante el coito. Quiere llegar a su útero mismo. Quiere llenarla de él.
Nunca será amado y un litro de agua pesa un kilogramo. Las cosas son así.
Deja de penetrarla y con unos cachetes en los muslos interiores, la lleva a que separe más las piernas. Con un cuchillo corta las cintas del tanga y retira la prenda aún metida y mojada entre la vulva. Ella siente un escalofrío de placer cuando retira de entre sus labios esa tela provocando un delicioso roce. Sus nalgas se abren, la vulva brilla húmeda. El hombre saliva abundantemente.
La garrapata late en su ingle, succionando sangre dejando ir un torrente de ponzoñosa tristeza a cambio. No es parasitismo, es simbiosis. Al menos en cuanto al pene se refiere.
En cuanto a la mente, ni simbiosis, ni parasitismo. Es simple fiebre, infección que mata.
Aunque ahora no percibe en toda su magnitud ese torrente de pesar, puede observarse el irreparable daño del alma en su forma casi agónica de entregarse a la mujer que ama.
Él no hace caso del agotamiento que la tristeza lleva, simplemente folla. Es lo único que puede hacer para estar más cerca y dentro de ella.
Se arrodilla antes las nalgas y acaricia el clítoris masajeando el ano con la lengua. Penetra su vulva con los dedos y ella arquea su espalda acallando un gemido sin conseguirlo.
Se interna más en los muslos. La lengua busca el coño que derrama un continuo y viscoso placer.
Cierra los ojos evitando mirar el mundo. Evitando ver ese coño palpitante y dilatado de deseo para no quedar inmóvil ante la belleza del placer obsceno.
La mujer nunca lo amará, ha pasado demasiado tiempo desde que se prometieron amor inmortal. El amor no existe en ella, sólo es un cariño, una atracción sexual.
Él lo siente en el sabor de la baba que de su coño mana.
Ella nació para ser amada y él para amar. Ella llega excitada a la casa y él la folla enamorado.
La garrapata es su única amiga, la que no se quiere separar de él.
Hace dos semanas, tenía dos cucarachas, consiguió que se le subieran por el cuerpo y se posaran tranquilas en su cuello, en su frente; pero murieron pronto.
La soledad es buena para sentir aprecio por todos los seres del planeta.
Tal vez sea mejor así. Ser amado es una responsabilidad muy seria, está seguro que no sabría que hacer si fuera amado. Se sentiría agobiado. Importar tiene que ser una carga pesada.
Ser amado requeriría el convencimiento de ser digno de ello. Y a estas alturas de la vida, nada le hace pensar que pueda ser digno de semejante privilegio.
Amar está bien, hay gente que no lo hace nunca.
O piensa eso, o se pega un tiro en la boca.
La garrapata se hace enorme, está bien instalada en su ingle, a veces mueve sus pequeñas patas un poco inquieta y a él le gusta ese cosquilleo. Como si alguien que te ama te hace cosquillas en la piel con sus labios.
Y a pesar del placer que ahora le embarga siente bombear de la boca de la bestia el ácido cansancio de la tristeza en sus piernas cansadas.
Llegó demasiado tarde a su vida, las plazas para ser amado se han agotado. Ella ama a demasiadas personas. Él ha llegado con cientos de años de retraso.
Ella no tiene la culpa. Él tampoco. Empate.
Él la ama aunque tenga que esperarla semanas para tenerla esa media hora que dura el polvo. La follada de la quincena, del mes.
Se propuso amarla, a pesar de la certeza de que nunca sería amado. Pero era lo más parecido al amor que se le ofreció. Tuvo que aceptar.
Siempre es la misma pauta: él también ama a la vida, se aferra a ella como la garrapata a su piel; pero la vida no acaba de amarlo tampoco.
No acaba de quererlo lo suficiente.
La vida, igual que la mujer que ama, simplemente lo soporta. Ambas le regalan algún tiempo que tengan libre. De vez en cuando recibe alguna atención en pago a que ama tanto. Una gratificación que no vincula más allá de media hora, una hora a lo sumo si tiene suerte.
El amor está demasiado disperso en ella y en la vida, aman a muchas personas y en él apenas focalizan algo.
Se está masturbando con fuerza, recibiendo en su boca las contracciones de la mujer, cuyo hermoso cuerpo se tensa ante la proximidad de un orgasmo. Le gusta que ella se corra en su boca, le gusta ese jarabe que ella expulsa cundo llega al clímax.
Al mismo tiempo él escupe su semen salpicando las pantorrillas y los tobillos de la mujer, exprimiendo las últimas gotas que salen de su glande con una mano. La otra se ha cerrado en la vagina presionándola durante el placer sumo. Ella tiene su mano sobre la de él, obligándole a que contenga con más fuerza todo ese gozo que hace enloquecer su coño y su columna vertebral cuando la recorre el explosivo orgasmo. Sienten que sus sexos estallan.
Los jadeos de ambos ponen de manifiesto el absoluto silencio en el apartamento.
Ella le da un beso cálido y él se deja llevar por el momento. Ese roce de labios parece combatir todo su cansancio y la garrapata se siente celosa. Se remueve inquieta y rasga más la herida con su boca para castigarlo.
-Te llamo –le dice al hombre abriendo la puerta de la casa para salir.
-Gracias –responde él con verdadero agradecimiento.
El hombre se sienta en el sillón aún desnudo. El semen se enfría rápidamente en su pene y le da una agradable sensación de frescor.
Observa a la gorda garrapata inyectando ahora dosis masivas y casi mortales de soledad. Siente la presión en todas sus venas.
Y un poco de asfixia, que por extraño que parezca, con el cigarrillo alivia.
Suena el teléfono.
-Hola papá.
-Dime.
-Feliz cumpleaños. Te quiero. ¿Te han regalado muchas cosas los amigos?
¿De verdad hoy es su cumpleaños? ¿Cuántos cumple?
Tal vez dos mil, no importa.
-Aún no; pero esta noche tenemos una cena –le miente. No hay cena, no hay amigos.
Y acaricia el cuerpo repulsivo de la garrapata en un acto de repugnante ternura.
Está dura, parece de piedra.
-Te quiero hijo.
-¿Cuándo volverás?
Silencio...
-Nunca –dice el hombre con un dolor en el corazón.
-Un beso papá.
La garrapata ha crecido tanto...
Ya no hay nadie al otro lado del teléfono, la garrapata ha cortado la comunicación.
Está firmemente anclada sobre la femoral, muy cerca de los testículos.
El cuchillo está en el suelo parcialmente cubierto por el tanga roto, lo toma del suelo estirando el brazo casi con esfuerzo. Con cansancio.
Con el cigarro colgando de los labios y entornando los ojos por el humo que le ciega, apoya el filo entre la piel y la bestia. Y corta.
Un chorrito fino de sangre se escurre por el muslo y gotea el suelo.
La garrapata ha quedado pegada en la hoja del cuchillo. La hace estallar como una burbuja entre sus dedos.
La cabeza con su boca ha quedado enterrada en la piel. De ahí sale mucha soledad y tristeza acumuladas; un humor que tiene el color de la sangre gastada y vieja, casi azul.
Escuece.
Así que hunde la punta del cuchillo para extraer la boca, que como un aguijón dentado, se ha quedado firmemente metido en su carne.
Está cansado, está nervioso, hurga en la herida sin llegar a conseguir mover el aguijón. Profundiza, llega la ira de su propia torpeza, hunde el cuchillo con rabia y sin cuidado.
Hay demasiada sangre para que pueda haber un final feliz.
El cuchillo hiere la gran arteria y la sangre ahora le salpica la cara.
No hubiera sido nunca un buen cirujano.
Qué fácil es morir.
Fue un error adoptar la garrapata, cuando hace una semana trepó por su pierna buscando sangre y compañía, la miraba asqueado subir por la piel lenta y torpemente.
Y aún así le invadió cierta ternura. Era tan pequeña...
Estaba necesitado de algo de compañía, de alguien que no se avergonzara de estar con él; pero esa amistad ha resultado ser demasiado agresiva. Obsesiva.
Las cucarachas eran más distendidas.
Ahora no importa, está cansado, es mejor abandonarse.
Bueno, tampoco es nada extraño. Es normal morir de la misma forma en la que se vive.
No sucede que cuando te vas a morir, todos los amigos vienen a despedirte o te dice alguien que te ama.
Te largas igual de solo que has vivido.
Le da una última chupada al cigarro, con incomodidad; sus pies resbalan entre la sangre y no puede relajarlos.
Cuando el corazón falla, da un último ronquido.
Feliz cumpleaños. Feliz cumplemuerte.


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2 de diciembre de 2010

El Imbécil



Él le ofreció una pluma como muestra de amor, la cargaron juntos de tinta, de amor; en un rito secreto de amantes. No hacíamos daño a nadie. La besé con el olor de la tinta de canela.
Escribimos con pigmentos de amor incondicional y eterno. Un poco tristes, un poco cansados de tanta espera.
Y el Imbécil se la arrebata de las manos; el Imbécil cree que puede contener el amor robándole la pluma a mi Bella.
Ella luce un anillo sencillo, un secreto de enamorados de seises y ges.
Y el Imbécil se lo arranca del dedo.
Como si el Imbécil Cornudo con ello pudiera arrebatarle el amor que impregna su piel.
El Imbécil llora su derrota, acaricia sus putos cuernos de maltratador.
No te preocupes, mi vida, tengo tanto amor para ti que el Imbécil morirá arrollado por esta adoración.
El Imbécil le roba su hija, roba su propia carne. La roba de ella y de si mismo sin saberlo, porque es demasiado imbécil. La hija crecerá sabiendo que su padre es un ladrón imbécil de amor y de ternura. Que su padre es un chantajista idiota del desamor.
Su hija sabrá que cuando aún no había nacido, posó el filo de un cuchillo en el vientre de su madre durante horas. Cuando sólo era un feto.
Se lo diré yo, Imbécil Cornudo, se lo diré con la mujer que amo, con la mujer que chantajeas y maltratas, cabrón imbécil.
El Imbécil es tan imbécil, que cree ganarse el amor robándolo. Pegando.
Pobre Imbécil cornudo: ha sido mi polla, tarado, la que ha penetrado la mujer que nunca te amó.
Imbécil cornudo y mentiroso, que a sabiendas la engañaste de tu naturaleza repugnante y violenta. Pegas a los débiles. Mi pene te mojará de orina, cabrón.
No eres hombre ni bestia sólo un imbécil cornudo y temido por ellas, por la mujer que pegas y por la hija que robas.
Cabrón e imbécil.
Ni aunque robaras el cáliz sagrado y metieras tu pequeño y pálido pene en él, conseguirías despertar atención en nadie, anodino Imbécil.
Imbécil borracho con delirios de ser padre: hasta los cerdos son padres. No te sientas tan orgulloso de haber preñado a una mujer. Sólo eres un imbécil borracho.
Un Imbécil ladrón sin cerebro.
Imbécil...
Y esos cuernos que luces, Hellboy tarado, es el amor que nos profesamos y que en ti se ha convertido en un tumor duro y retorcido de nuestro divino adulterio.
No deberías haber nacido, imbécil cabrón y cornudo. Eres repugnante en esencia, causas rechazo. No reconocerías el amor ni aún llevándolo como astas de marfil en tu vana cabeza.
Imbécil, has de saber que he besado su divino coño y que mi pene enorme ha entrado en su cuerpo más profundamente del que el tuyo entró jamás.
Imbécil ladrón, cobarde, devuelve la pluma y el anillo. Devuelve la libertad a la madre y a la hija.
Perro moro imbécil...
Después besa mi polla sacra rogando que los cuernos no crezcan hacia adentro y te perforen el cerebro si tienes.
Imbécil... ¿En qué lugar del universo te podría amar alguien?
Cornudo del miedo y el chantaje.
Y puede, imbécil ladrón, que un día tengas que demostrar un valor que no tienes frente a mí, el que ama y folla a la mujer que pegas. Y no te irá bien, porque soy más macho que tú (lo dice ella que me ama), soy más guapo que tú (lo dice ella que me ama), soy más fuerte que tú (lo dice ella que me ama). La tengo más gorda que tú (ella grita de placer conmigo).
Acaricia tus cuernos, Imbécil
Ladrón.
Devuelve la pluma, el anillo y la libertad. Sé hombre por unos segundos.
O muere como un perro aullando por el peso de los cuernos en tu frente, como un cáncer del asco que provocas.
Nos amamos, odiado cornudo.
Te puedes meter la pluma y el anillo en el culo. Será un supositorio de amor, algo que sólo así podrás experimentar por unos instantes.
Ni para hombre ni para ladrón sirves.
Imbécil cornudo y borracho.
Te hemos coronado la frente. Y tu hija lo sabrá.
Y ahora, maltrata a tu madre, imbécil
O prueba conmigo, valiente.
A ver si me robas mi pluma.
Imbécil anodino...
Eres uno más de ellos, no eres especial. Sólo algo que rechazar, que tratar. Que erradicar.
Métete la pluma en el culo y el anillo en la punta de un cuerno.
Porque el amor no reside en ellos.
¿Es que me ves triste o con temor, Imbécil?
No eres nadie capaz de borrar mi sonrisa.
Ni la de Ella, la que amo. La que no te quiere.


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