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14 de noviembre de 2010

Puta invisible



La puta está aburrida, estira el escote de su vestido que nadie mira. Cree hacerlo con discreción; pero en su frente hay un rótulo luminoso que se enciende y apaga y dice: “Puta y aburrida”.
Las tetas ya no son lo que eran. Sus cabellos están tristes de necesidad de dinero, de alegría, de respeto. Tal vez de amor. ¿Las putas aman? Alguien dirá que sí y a mí me llamará cabrón por dudarlo.
Yo también puedo hacerme invisible cuando me insultan. Tengo algo en común con la puta.
Se levanta para ir al lavabo demasiadas veces, porque nunca acaba la copa que se lleva a los labios. Las putas no beben, sólo aparentan pasarlo bien.
Nadie lame el coño de una puta, pienso con ferocidad.
No tengo piedad porque es lo último que necesita ahora. Tiene que ser fuerte ahora cuando nadie la mira. Tiene que mantener su rabia.
Su coño jamás será lamido, ella no ha de sentir placer, es puta. Sólo da un asomo de placer, es su trabajo. El resto del tiempo, simplemente se ha acostumbrado a ser carne agujereada.
Tal vez no sea así, pero la tengo enfrente y mi maldita empatía me hace sentir cosas que no debiera.
Es triste ser puta invisible. No es bueno para el negocio.
Necesito el beso de mi esposa, hundir mis dedos en sus rizos abundantes y cálidos, alejarme del pensamiento destructivo.
La puta no tendrá final feliz. Y yo tampoco si la analizo demasiado.
–¿Te has fijado en la puta, cielo? –le pregunto.
Y ella me sonríe. Sabe, lo que pienso. Tengo que contar una historia de una mujer que nació puta y que hoy es invisible.
–Hace rato, amor.
Los mariachis cantan Cielito Lindo y tengo a mi mujer a mi lado, la amo. Me siento orgulloso, nos tenemos, es un momento precioso. Caliento sus manos con las mías. Choque metálico de anillos, tintineos de un amor invasivo como una marea. El tintineo marca el tiempo de amar, una música íntima que sobrecoge mi alma alejando tiempos de invisibilidad.
Es obsceno que me sienta tan amado, tan deseado y la puta tan invisible, tan nada.
Cierro los ojos a pesar de lo alto que suena la música y agradezco no encontrarme estirando mi escote. Soy hombre y siempre se puede ser puto sin darte cuenta, como cuando te haces invisible y no eres nada para nadie.
Mi esposa tiene los dedos fríos, como si siempre tuviera necesidad de mí. No es vanidad, quiero pensar que es así, me hace feliz, me hace hombre que requiera mis manos para dar calor a las suyas. A veces, en un arrebato de egoísmo deseo que sus dedos se enfríen y con esa naturalidad que da el amor, los entrelace entre los míos y me pida calor.
Cómo amo a mi reina...
La puta tiene los dedos fríos, se nota en que los posa en sus rodillas cuan largos son para calentarlos. De vez en cuando eleva los dedos para mirarse las uñas en un gesto de desesperación por poder mirar algo que no sea el mobiliario o los cantantes de todas las noches.
Pienso de forma atroz que le falta un pene caliente entre los dedos. Yo caliento dedos con amor, y la puta no se ha podido vender para calentarlos con una sucia polla. Con una polla borracha, con una polla drogada, enferma. Insana...
Y aún así, a pesar de la invisibilidad, no se librará de llevarse un pene a la boca en una comunión sórdida con la vida. Una hostia de carne que huele a orina.
No tengo que sentir pena, es demasiado humillante para cualquier humano. La puta no quiere que nadie sienta pena. Hace su trabajo y se lleva el olor y el sabor del semen como un mal que se sobrelleva con el tiempo.
No quiero ser malo, pero prefiero la maldad a la pena. La pena es denigrante para mí y para la puta.
La puta no quiere pena, quiere una caricia aunque deba pagarla. Le gustaría ser clienta para variar.
Llama poderosamente mi atención. Nadie la ve, nadie le dice nada a pesar de que los borrachos florecen como hongos de putrefacción entre moqueta barata y licor. A veces el cantante la llama “amiga” porque también siente cierta lástima. Son todas las noches sentada con sus ya casi viejas piernas cruzadas mostrando aún un muslo que un borracho acariciará tarde o temprano, es razonable pensar que sea amiga, aunque no estoy seguro.
Las putas no tienen amigos, y sus amigos siempre quieren una mamada gratis. Tal vez sean sólo conocidos. La amistad no exige follar.
La verdad es que la llaman amiga, pero piensan que es simplemente la guarra. No lo piensan con malicia, no hay malicia en la naturaleza intrínseca de las cosas y las personas. Nacemos y somos, no hay un empeño especial en ser cabrón o puta.
Y mientras espera, finge mal la indiferencia.
Hoy nadie la mira. Está nerviosa mirando a un lado y a otro. Estará pensando en los años que ya ha cumplido su piel seca. Está pensando que pronto deberá salir a la calle, empieza a ser mayor para el club.
Yo sí la miro, y mi mujer me mira a mí, y sabe que mi cabeza está tejiendo de nuevo un atlas de la humana miseria.
Es preciosa mi esposa, por ella no soy puto.
Me da pena la puta porque la entiendo.
Aunque no quiera, se me escapa la lástima.
Lo siento, puta.
Me da pena porque a veces lanza su mirada a nuestras manos entrelazadas y piensa que ese calor le está vedado. Ella piensa que no se hizo puta. Nació puta, nada pudo evitar que el semen corriera triste entre sus dedos, que se convirtiera en yogur sucio estrellado en el suelo. En su piel fría.
Tanto da el suelo que su piel, ambas cosas se sienten pisoteadas.
Aprieto con más fuerza los dedos de mi amor para darle calor, para que me bese y me saque de una introspección que no me hace ninguna falta.
Creo que una vez fui puta. A veces no te das cuenta de que vendes el culo por nada.
A veces mueren seres queridos y no nos preguntamos si fueron putas o putos. Esas cosas sólo nos las preguntamos cuando están vivos, para hacer daño.
Cuando beso a mi mujer, me olvido de la zorra. Es invisible, es triste.
Se levanta otra vez con su traje corto y barato para lucir un culo que ya cae demasiado, unas piernas que no la sujetan al suelo con suficiente firmeza. Una melena rubia que su rostro no acepta de buen grado.
Hoy la puta está fea.
Una vez, ni mostrando mi alma desnuda fui mirado.
Me sentía el más feo del universo.
Un hombre se acerca, le dice algo.
Y ella extiende una amplia sonrisa, casi de enamorada. Las putas necesitan poca cosa para sentirse guapas.
Tal vez se la mame en el lavabo, y luego se pinte los labios y se diga que aún es una mujer apetecible. La plata acrecienta el autoestima.
Puede que ya no sea consciente del sabor de la orina y el semen en su boca. Y por eso se mira al espejo viéndose guapa.
Pero no lo es. Y ella retira la mirada rápidamente de su reflejo para no darse por enterada.
Ni la puta ni yo queremos verdades.
Pero es puta, nació para eso, para tragar por unos billetes y alguna paliza de vez en cuando. Que se joda.
La pena para los perros aplastados en la carretera.
No recuerdo haber sonreído a nadie cuando yo fui puta, o puto.
O simplemente un fracasado.
Los dedos de mi esposa aprietan los míos, me avisa de que ya es hora de salir de ahí, de esa maraña de emociones en las que tanto me gusta revolcarme para salir sucio.
Beso sus dedos ahora calientes. Besos sus labios que son brasas.
No hay puta, no hay nada más que mi amada y su escote.
Su escote vertiginoso el cual tenso yo.
Pobre puta invisible, ahí te quedas.
Tal vez un día no nazcas puta y te amen como sueñas y no con las rodillas en el suelo y la boca llena de ignominias.
Cuando salimos del club, el aire frío se hace cómplice con mi deseo y mi amor se abraza a mí. Soy importante, soy su calor. Ella me templa, ella me conduce.
Pobre puta, pienso ahora que no me oye.
Pobre...
–Déjalo ya, cielo –me dice con paciencia.
–Listilla ¬–le respondo con un beso.
Pero la puta es una guarra.
Le digo al taxi que nos lleve lejos, con eso basta. Donde no haya putas invisibles.
Mi mujer me ofrece sus pechos, el taxista está acostumbrado a no mirar el origen de un gemido suave, es hábil haciéndose invisible.
¿Será posible que la invisibilidad infecte, se contagie?
No importa. Beso los pechos de mi amor.
–Cielo...
–Dime corazón.
–¿Si una vez me vuelvo invisible, me insultarás? No quiero dar lástima.
No me responde, me besa, me toca, me excita.
Nadie conduce el taxi en la noche.

201011052312. México D.F.



Iconoclasta

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