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26 de noviembre de 2010

Un hombre ajeno al mundo



El hombre piensa, el hombre divaga.
Le gustaría contar cosas interesantes, que su vida ha tenido momentos de misterio y emoción.
Pero no se puede engañar a si mismo, el hastío ha cubierto de una dura coraza su cerebro y las ilusiones se hacen piedras que escupe cuando orina.
No podría engañar a la mujer que ama ni a mitad de su declaración de amor.
Sus ojos viran del azul al gris, suelen ser siempre claros. Sostiene que no lo son, simplemente están apagados, están faltos de vida.
Su piel no es cálida como asegura ella, él replica que tiene fiebre crónica.
Sus músculos no están ejercitados; si lo parece, se debe a un fallo en la presión sanguínea.
Cuando se encuentra solo, su sonrisa es cínica. La sonrisa de quien ha recibido tantos golpes que tiene la certeza que ha de pagar por los momentos felices. Que tras un placer hay escondidos mil dolores. Pero eso no lo arredra, no tiene miedo al filo de la navaja con la que la vida corta la piel de su alma.
Y su alma está completamente escarificada, ahora la vida corta sobre viejas cicatrices, no hay sitio, no hay piel del alma libre de ofensas. No hay un ápice de inocencia.
Sin embargo con ella... Con ella ríe con una sonrisa inocente.
Atesora todas y cada una de las experiencias que ha gozado con ella, las escribe, las subraya, las relee, las memoriza para convencerse de que ha vivido al fin momentos de emoción e intensidad.
De amor puro.
De puto amor al fin.
Sostiene que no es de aquí. No es su tiempo ni su planeta.
Su ubicación en ambas dimensiones es un craso error, y no de él.
El aire y la tierra lo rechazan, su resistencia se acaba; es cuanto menos curioso que haya conseguido sumar casi cincuenta años de vida. Dicen que mala hierba nunca muere.
Sí que muere.
Ni una gran cantidad de comida consigue darle fuerza; porque su organismo rechaza el presente, la comida presente, el aire presente, el agua presente... Se mantiene en pie porque se alimenta de si mismo. Se devora para sacar sustancia alimenticia que no le da este planeta, o este presente.
Son habilidades que un ser rechazado adquiere a lo largo de la vida.
Nadie alimenta a nadie. Todo es lento y acaba mal.
No puede estar solo, cuando ella falta, su vida cae en picado hacia una introspección que podría causar locura y suicidio en cualquier ser humano.
Tiene suerte de ser algo no humano. Un espurio de La Tierra.
De lo contrario sus sesos ahora estarían estampados en la pared y el cañón de la escopeta humeando a sus pies.
Si no es de aquí, no sabe de dónde es, no importa. A veces es extraño a si mismo y la mirada que le devuelve el espejo es la de un desconocido.
Ni siquiera en la cama delirando con el sueño, consigue sentirse cómodo en su cuerpo.
Y ahora que tiene amor, ahora que ha conseguido sentirse en su tiempo y su lugar, tiene miedo de lo que la vida le va a cobrar de intereses por ese placer.
No ha necesitado sortilegio alguno, no ha necesitado una previa concentración.
Simplemente ha hablado sentado a la mesa, mientras escribe cosas en su libreta.
-Tengo que proponerte algo, Vida.
Ha hablado con absoluta confianza, con la seguridad de que es escuchado, de que hace lo correcto.
No tiene el cerebro podrido. Sólo eso: simplemente tiene una corteza de piedra que envuelve su cerebro. Pero aún mantiene su cordura.
Y la Vida toma volumen frente a él, ocupando gran parte del salón. Provocando la caída de varias fotos y libros de las estanterías.
No se asusta, de la misma forma que cuando está solo no tiene capacidad para la sonrisa, tampoco la tiene para el miedo. El miedo también lo trae ella: la posibilidad de no verla, la posibilidad de que se sienta incómoda. De que se retrase, de que algo le duela.
Sólo ella provoca temor en él.
Es necesario llegar a un acuerdo con la Vida, es preciso antes de que sea tarde.
Todos sabemos cuando llega un momento decisivo. Todos intuimos el fin de algo, el de nosotros mismos de forma más notoria.
El hombre de ojos apagados ha notado esta mañana al defecar algo viscoso y resbaladizo. Lo ha notado deslizarse por el esfínter con un escalofrío y cuando lo ha expulsado, ha mirado en el agua de la taza y ha visto un trozo de tripa deslizándose suave como una anguila hasta desaparecer.
Y un chorrito de sangre ha teñido el agua.
Ya poco le queda para consumirse, ya no queda alimento en su interior. Se digiere él mismo. Sus tripas se desintegran sin dolor. Como su vida: con aburrimiento.
No tiene nada que ofrecer a la Vida, sólo tiene su hostilidad hacia el mundo. Sólo puede hacer sentir a la Vida su profundo rencor. Tal vez encuentre la forma de herirla si se personifica ante él. Lentamente ha abierto un cajón del aparador y ha sacado un enorme cuchillo de caza. Es una estupidez, pero ahora que esa masa informe está frente a él, tiene esperanzas. Si algo existe, es que puede morir y ser dañado. Y todo lo que puede ser dañado, padece miedo.
Como él...
Tal vez la Vida no se haya encontrado nunca en semejante situación y se sienta extraña ante él.
-¿Cómo lo has hecho? ¿Cómo me has traído aquí?
El hombre de fiebre crónica observa esa inmensa masa de carne y vapor retorcerse cambiando de color y pulsando cientos de veces por segundo. Unas veces es grande y otras se contrae hasta hacerse minúscula. Parece formada por millones de vísceras, huesos, venas y carnes mezcladas caóticamente. Y donde antes había un ojo, ahora hay una vagina babeante.
Huele a vida. Deja caer excrementos y orina, hay semen y sangre en el suelo, el hedor es insoportable y le salpica la cara, la ropa.
Siente ganas de ir a por el cubo y fregar con lejía todo esa “vida”.
-Soy repugnante. Jamás debería haber sabido como soy, tú tienes la culpa cosa no humana.
De su boca cae saliva y un pene en algún lugar de esa masa, destila humores sexuales.
Por alguna razón que ni él mismo comprende, no siente asomo alguno de temor, tal vez asco.
Puede que entre todo ese montón de órganos vivientes, se encuentre la tripa que esta mañana ha cagado.
La Vida apesta. Está asustada ante su vulnerabilidad; se siente fuera de lugar siendo algo tangible. Aún así, es consciente de su desmesurado poder.
Y el hombre con fiebre también.
-No quiero morir aún –dice lacónicamente el hombre.
-No tengo el control, no sé que hago aquí.
-Tú eres Vida, no te retires, dame parte de ti.
-Puedo darte un intestino nuevo; no porque te tenga miedo, sino porque quiero acabar con esto. No me gusta verme así. Me doy asco.
-No quiero intestino, quiero vivir al menos diez años más, sin que me robes nada, quiero ser un hombre sano durante diez años. Prometo no invocarte más.
-Te he dicho que no decido, yo sólo gobierno lo que hay, tomo lo que muere. Cojo trozos de vida y pensamientos y los reparto. No hay maldad en ello. Es naturaleza.
-Conmigo te has olvidado de pensamientos y de repartirme nada. Tengo mis necesidades.
-Estás acabado, te siento. Es mejor no vivir.
-Ahora amo, no puedo morir ahora. Tengo mis derechos, no es un buen momento.
-Para nadie es un buen momento. Ahora déjame ir, huelo mal. No me gusto. Me desoriento.
El hombre clavó el puñal en un torso sin brazos, sin nalgas y sin piel e hirió los músculos abdominales salpicados de grasa. La Vida bramó de dolor.
-Haces daño.
-Y tú también.
-Mi paciencia se acaba, podría absorberte ahora y dejarías de existir.
El hombre piensa en esa posibilidad, y en el llanto inconsolable de ella. En el inmenso e insoportable dolor que sentiría él si ella desapareciera.
-No volverás a tu dimensión o de donde vengas, estaré vivo en ti, me mantendré firme en mi voluntad de que seas consciente de tu propio ser. Vivirás cada día con la conciencia de tus propios olores y dolores de mil vísceras sin cuerpo. Tu vida será deprimente como la mía. Dame tiempo, regenérame cuando sea necesario.
-Es contra natura. No puedes vivir eternamente, está sancionado por Ellos.
-Sólo te pido diez años -el hombre se hizo un corte en el antebrazo. -Inocúlame un cáncer, cualquier enfermedad mortal que me mate en diez años. Y me uniré a ti con el cerebro reventado, no podré invocarte.
La Vida ha quedado quieta, inmóvil. Mil cerebros cambiantes de forma y color aparecen y desparecen entre esa masa vomitiva.
-Está bien.
Una marea de hiel se extiende por el suelo, y mancha los pies descalzos del hombre. Es caliente, y penetrante, siente como se filtra entre los poros de su piel y siente en la boca el amargo sabor.
Vomita sin poder evitarlo. La Vida extiende una lengua gigantesca y lame el vómito y su propia bilis.
Un escupitajo de gelatina transparente sale de algún lugar de la Vida y se estrella en el corte del antebrazo.
-Es cáncer de pulmón, tengo excedente –una boca sonrió y la lengua cayó al suelo-. Diez años, ni uno más.
-¿Quién es ella, la que vale tanto?
-No te lo digo.
-Lo sabré.
-No importa, tengo mis recursos.
Un globo ocular lo mira burlón, lo mira con odio.
El hombre deja de pensar en la Vida y ésta desaparece.
El suelo está inundado de un jarabe nauseabundo. En la pared una mejilla con barba de tres días se desliza por la pared dejando un rastro de sangre.
Abre las ventanas del piso, llena un cubo con agua y lejía y se dedica a limpiar.
Vomita dos veces más, o tal vez tres.
Cuando el salón está limpio de toda materia biológica, se deja caer cansado en el sillón con un cigarrillo colgando de los labios, la ceniza le cae en el pecho pero no le preocupa.
De repente se levanta y abre la bolsa de basura: siguen ahí los restos biológicos y siente en sus dedos la barba ruda de la mejilla que ha despegado de la pared.
No ha sido un sueño.
Se estira en la cama, se siente tremendamente cansado.
Medio dormido se despierta con un ataque de tos, su boca se ha manchado de sangre y una punzada en la espalda le hace gemir al respirar.
El cáncer de pulmón está instalado.
-Vida, el trato son diez años, pareces que vas muy rápida con tu cáncer. Contrólalo o no duraré ni una semana a su lado. Y no quiero ser feliz entre tratamientos de morfina y cannabis en el hospital del dolor.
No puede morir aún. Tiene sus derechos. No ha pedido nada imposible.
El dolor casi ha desaparecido, es más soportable que canibalizarse él mismo. Prefiere que no se vaya del todo el dolor, que quede como una constante compañía durante lo que le queda de vida. El dolor es el único método efectivo para prolongar el tiempo.
Ha de encontrar la justa medida del dolor para que no se pueda apreciar sufrimiento en su rostro.
La Vida ha expelido una ventosidad a modo de despedida inundando la habitación de olor a excrementos. Tiene un serio problema digestivo.
Diez años no está mal, es un buen negocio. Su experiencia le dice que jamás ha de pedir demasiado para que no se convierta la demanda en algo absurdo. Nadie te da nada de valor, sólo pequeñas cosas, restos. Lo que nadie quiere.
Con la Vida pasa lo mismo, al fin y al cabo es ella misma la que ha dictado esa sentencia. Así que diez años es tolerable, acostumbrada a sentir demandas de vidas largas y eternas.
Diez años está bien, su cuerpo habrá envejecido; pero no será un viejo decrépito, aún podrá agacharse ante el coño amado y lamerlo hasta arrancarle a su amor el más profundo orgasmo.
Diez años está bien, porque ella aún será joven y fuerte para soportar el dolor de su muerte. Diez años está bien porque ella es casi veinte más joven que él.
Y no está seguro de querer seguir viviendo cuando parezca su padre achacoso en lugar de su veterano marido.
Ahora duerme y deja que su cuerpo se recupere, su sueño es tranquilo. La Vida es ahora más amable.
Y aún a pesar de estar dormido, es consciente de preguntarse a si mismo, porque no había invocado a la Vida antes.
No importa, las cosas ocurren cuando deben, no se puede perder el tiempo.
Durante un par de horas duerme profundamente y al despertar, no siente el cansancio de cada día, su cuerpo se mueve sin pesadez, el aire de repente entra fresco en su nariz.
Coge el teléfono y marca a su amada.
-Cielo, ¿quieres que vayamos al cine esta tarde y cenamos después?
-Sí, amor. ¿Nos encontramos a la puerta de la oficina a la tarde?
-Allí estaré cielo.
Y le propondrá matrimonio.
No puede perder el tiempo.

Diez años más tarde.
El hombre extraño al mundo está jugando con su hijo a un juego de mesa.
Le sobreviene un ataque de tos y vomita una gran bocanada de sangre en el tablero. Su hijo lo observa aterrorizado.
-¿Qué te pasa, papa?
Lo coge con rapidez por una muñeca limpiándose con la otra mano la sangre de la boca.
-Baja a casa de Candi y dile a su madre que me he puesto malo y me voy al médico. Dile que mamá te recogerá cuando vuelva del trabajo.
El pequeño lo mira asombrado en el rellano de la escalera.
-¡Ahora mismo, Xavi!
Xavi baja corriendo las escaleras hasta llegar dos pisos más abajo. El hombre escucha como su hijo habla con los vecinos y la puerta cerrarse enseguida.
Al cerrar la puerta de casa se dobla sobre su estómago para vomitar otra andanada de sangre.
Es hora de pagar.
Con el aplomo que consigue hacer acopio, se dirige al armario de la habitación y desenfunda la escopeta de caza, carga dos cartuchos.
Y piensa que es una estupidez cargar dos cartuchos cuando solo va a utilizar uno, nadie falla en un disparo a bocajarro en la cabeza.
Sonríe hiel pensando en que pudiera fallar.
Se resiste a materializar a la Vida ante él, no quiere morir con aroma a mierda, orina y podredumbre.
Aún queda tiempo, aún puede escribir recuerdos, memorizarlos para morir arropado con ellos en su último acto.
No tiene otra cosa que hacer mientras muere.
Coge su cuaderno y la pluma y escribe con el cigarro consumiéndose en el cenicero. Está manchado de sangre y chisporrotea cuando la brasa entra en contacto con ella.
Y mientras le explica a su amor que estos diez años vividos junto a ella han tenido la intensidad de un milenio, le explica su trato con la Vida. Nunca le creerá; pero es mejor que piense que se suicidó por una enfermedad mental que por frustración o depresión. Su esposa y su hijo deben saber que ha sido feliz a cada instante con ellos.
A su hijo sólo le pide perdón por marchar así de su lado, que sepa que siempre lo amó, siempre fue un buen chico.
Arranca la hoja y guarda el cuaderno.
Extracto de una carta sucia de mierda, orina y sangre:
“Tenía que ser así, cielo. Conozco a la Vida y sé que nos la habría jugado. Es ella quien reparte salud y emociones. Siempre hay la misma cantidad de felicidad y salud en el planeta. Ella lo distribuye entre la gente, quitando a unos y dando a otros.
Sólo que en mi caso, siempre he sido donante, nunca he recibido hasta que te conocí. Y me debía mucho.
Mejor esto que nada, cielo. Si no llego a negociar los años de mi vejez no hubiéramos vivido este increíble tiempo juntos.
Tal vez no me creas, pero prefiero que pienses que morí loco antes que triste.
Porque no he sentido tristeza alguna, en ningún día desde que te conocí.
Cielo, contigo los años han pasado tan rápidos, que ahora tengo miedo de morir y estar solo; aunque no exista, aunque no lo sepa.
El tiempo contigo pasa a la velocidad de la luz. Tendría que haberle arrancado más años a la Vida.
Es de lo único que me arrepiento, mi amor.
No dejes de pensar en mí, porque tú me has dado más vida que nadie. Si hubiera alguna posibilidad de que de alguna forma pudiera vivir y observarte desde algún lugar, sería gracias a tu pensamiento.
Y piensa en mí con esa hermosa sonrisa que me cautivó desde el primer día. No puede haber tristeza ya en nosotros. Toda esa felicidad es inquebrantable, mi vida.”
El hombre que va a morir, arranca la hoja que ha escrito y la deja sobre la mesa. Guarda su diario en el cajón junto con la pluma.
Y ahora invoca a la Vida con el pensamiento.
Antes de abrir los ojos ya puede oler la repugnante mezcla de olores que la acompaña.
-¿Ya han pasado diez años, invocador de la Vida?
-Sí, programaste bien el temporizador de mis pulmones.
La Vida ríe y deja caer trozos de carne humana aún fresca y ensangrentada.
No es un ser cuidadoso con la propiedad ajena, piensa el hombre que se va a suicidar.
-Voy a descansar tranquila cuando esté segura de que el hombre que invoca a la Vida, ha muerto por fin. Odio verme así. Hay seres divinos más hermosos, y yo que doy vida, mírame. Tengo que mantener el secreto.
La Vida lanza un teatral suspiro antes de continuar.
-Destruye tu mente, revienta el cerebro, no quiero que cuando te absorba haya un solo pensamiento en ti.
El hombre se mete el cañón en la boca y posa el dedo en un gatillo. No cierra los ojos, mira de frente a la Vida presionando lentamente el gatillo, como si con ello, el disparo y el dolor fueran a ser más suaves.
La Vida pulsa repugnante su ser desprendiendo toda clase miserias, de repuestos humanos.
Cuando el gatillo ofrece la última resistencia, el dedo que lo oprime es amputado por el aire, por la nada; y con un grito de insoportable dolor cae al resbaladizo suelo junto con la escopeta. Algo lo empapa de forma cálida y no sabe si es sangre u orina, le da igual. Sólo importa el dolor. Es todo dolor.
-¿No podías esperar a que me diera el tiro, hija de puta? Tenías que darme sufrimiento hasta para morir.
-Te equivocas, no he sido yo. Ha sido la Muerte.
-No tiene nada que ver.
-Sí que tiene que ver. Ella es la encargada de matar, valga la redundancia. Yo doy vida y emociones. Ella mata y con ello borra sentimientos. Crea el vacío. Estamos todos muy especializados.
La Vida calla de repente, el hombre se sujeta con fuerza el muñón de la mano, no encuentra su dedo. Piensa que ya debe formar parte de ese cuerpo monstruoso.
No puede oír nada; pero sabe que Vida habla con Muerte.
Se esfuerza y no puede invocar a la Muerte para poder así escuchar lo que hablan.
Piensa que se estarán repartiendo el alma, si la tuviera.
Llegan a acuerdos, pujan y regatean con los cuerpos y los pensamientos.
Vida y Muerte son dos viejas amigas.
Ahora escucha sonreír a la Vida, su sonrisa insana e infecta.
-Créeme, no quise meterme en tu jurisdicción. Sólo me defendía, mira como me muestra ese humano.
Un reguero de semen de un blanco inmaculado se escurre por unos labios ensangrentados enganchados a unas nalgas de mujer, mojando el bigote que se mueve molesto no hay lengua que lo relama. Son labios vacíos.
El hombre ajeno al mundo sonríe, se siente vivir un momento surrealista. De no ser por la sangre que mana del muñón, aseguraría que es simplemente un extraño sueño.
Por la sangre y por el miedo.
-Hombre ajeno, te quedas con ella, con la Muerte. Te gestionará mejor que yo. Te dejo en malas manos –se despide con una sonrisa tóxica, amarga; como una tos enfisematosa.
-Corazón... –es ella quien le sostiene la cabeza ahora-. Cielo, vamos, todo está bien. Vamos, échalo, ya pasó.
El hombre ajeno al mundo no sabe si delira. ¿De dónde ha salido su esposa? ¿Desde cuándo está ahí? ¿Lo ha visto todo?
Cuando posa su suave mano en la frente, el hombre siente una fuerte náusea y sus tripas parecen revolverse. Sus pulmones parece que van a arder. Ella acaricia su espalda dando consuelo.
-Vamos, amor. Suéltalo ya.
Y el hombre vomita una masa oscura de carne tumefacta, porosa como una esponja.
El cáncer cae chapoteando en la sangre-orina-hiel que cubre el suelo de la casa.
-Cielo, no deberías estar aquí, ya no sé como acabará esto, mi amor –el hombre habla con dificultad -. Vete, es peligroso, mi vida. Xavier está en casa de Candi.
-Tranquilo, corazón. Descansa, no acaba nada. Sólo continuamos, vamos cielo, descansa, cierra los ojos.
El hombre se sintió alzar en brazos, ella lo elevaba sin el más mínimo rictus de esfuerzo en su rostro. La firmeza de sus brazos era tal, que se sentía levitar.
-Yo no... No deberías estar aquí, cielo. Márchate antes de que ocurra algo, mi amor.
-Vamos cielo, hay que dormir estás cansado.
Su esposa lo deja con ternura encima de la cama y acto seguido le envuelve el muñón con un pañuelo que saca de la mesita. Le limpia la cara de vómito y sangre con la propia sábana, se debe apresurar para poder recoger cuanto antes a Xavi.
Y es importante que descanse León, los corazones humanos fallan cuando uno menos lo espera. Del bolsillo del pantalón saca el dedo de su marido, y lo guarda en el cajoncito secreto del joyero. A la Vida le gustó ese arranque de crueldad.
“Un dedo no es nada, estaba a punto de perder la vida a manos de la Vida. ¡Qué ironía! Y yo la Muerte, salvándolo”. Razona la mujer, la Muerte.
Los absolutos ojos negros de la Muerte se observan a si mismos en el espejo de la habitación. En lo profundo de ellos se extiende un universo de cuerpos muertos que flotan sin orden.
Antes de salir de la habitación, la mirada que le dedica a su esposo, es pura ternura y amor.
-Te sentirás mejor tras descansar, no te preocupes. Limpiaré todo eso y luego iré a buscar a Xavier. Te olvidarás de esto, cielo. Ya no más sufrir. Te lo deben, amor – musitó cerrando la puerta tras ella.
El hombre ajeno al mundo, cierra los ojos al instante. No duele el muñón del dedo que un día tuvo. Su respiración es tranquila, no hay dolor al respirar. Su cuerpo sana por momentos, como si la parte de él consumida se regenerara.
La Muerte ya ha limpiado el suelo, las paredes y los muebles del salón. Cuando se encuentra ya en la puerta de la casa para bajar a recoger a su hijo en casa de su vecina, vuelve a la cocina y tira un frasco con un pequeño poso, lo que ha quedado de la cura de León. La Vida le ha regalado ese frasco de vitalidad para que lo use en lo que guste; se lo ha regalado a cambio de un par de chismorreos sobre el Creador y su ya obsesiva fijación por los jóvenes arcángeles del segundo coro.
Cuando sube por la escalera con Xavi de la mano, puede oír el golpe que da contra el suelo el cuerpo muerto de la madre de Candi. Escucha a la pequeña llorar en el pecho de su madre.
Es la Muerte, a veces ocurren estas cosas, está nerviosa.
El hombre ajeno al mundo despierta, y su cerebro sufre una convulsión; recuerdos de tristeza se convierten en sueños y en pesadillas. Está bien.
Lleva dos semanas de baja tras la amputación del dedo en la prensa hidráulica que reparaba.
Elisa, su esposa le ha dejado una nota en la mesita de noche: “Te amo, cielo. Descansa.”
Con el café en la mano se sienta en el sillón para ver cosas que se mueven en la tele, al despertar su mente es lerda, y lo prefiere así.
Bajo el mueble del televisor hay un papel. Cuando lo coge, una vaharada fétida le invade el olfato. “Tenía que ser así, cielo. Conozco a la Vida y sé que nos la habría jugado. Es ella quien reparte salud y emociones”.
Y su mente recupera como un torrente frustraciones pasadas, dolores, miedos.
La Vida y la Muerte.
Y él salvado por Elisa, en brazos de Elisa, confortado por Elisa.
Y Elisa acariciando su frente enfebrecida: “Todo ha sido un mal sueño, mi amor”.
El hombre ajeno al mundo llora, la presión lo desborda.
“Todo está bien”, dijo ella...
Busca en el cajón bajo las instrucciones del televisor y el video su diario. Sigue ahí. Lee las últimas anotaciones y guarda la sucia carta entre sus hojas y lo vuelve a dejar en el mismo, sitio.
Teclea un mensaje en el móvil:
“Cielo, voy a la clínica a que me revisen el muñón. ¿Quedamos para comer en el chino? Todo está bien, mi amor. Te amo.”
El hombre ajeno al mundo tiene una sonrisa franca y tranquila en el rostro.
Si antes no temía a la Muerte, ahora la desea.
La Muerte es su vida.
Y sale de casa riendo ante la gran ironía.
El hombre ajeno al mundo, ahora lo es más que nunca.


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20 de noviembre de 2010

Los mojones del dolor



Los dolores son mojones que jalonan el camino y marcan tiempos.
Marcan distancias.
Es lo mismo, todo es tiempo al final; todo es vida que se deja en forma de pasos ebrios de dolor a través del páramo camino del amor. Lo importante es que se distancien mucho, que entre mojón y mojón haya largos periodos paz.
Es difícil ¿verdad?
La paz no debería ser jamás inmovilidad, que no os engañen, no os engañéis.
Se os podrían pudrir las piernas en esa inmovilidad, y también la sangre. Y el alma se secaría en el páramo como la tripa de un animal devorado.
Una pierna se me cayó en el camino, no hice caso y seguí avanzando. Ella me curó. Sed valientes, porque no amar duele más que una amputación.
Todo es páramo en el camino al amor, no hay oasis hasta haber abrazado a quien amáis. No busquéis fuentes, no hay manantiales.
Es ella, es él el manantial, no perdáis el tiempo, atletas del amor.
Es importante fijar la mirada en los ojos amados, no miréis atrás, no penséis en los años que se han petrificado marcando kilómetros, cotas, tiempos perdidos y vacíos.
Aciagos tiempos...
Si pensáis en ellos, caeréis en el dolor ergo en la desesperación.
No dejéis más mojones de dolor clavados en la senda, bestias enamoradas. Ahora que camináis hacia el amor, no sufráis más. Es fácil hacerlo porque estamos acostumbrados al dolor y hemos mal interpretado: concluimos que sin dolor no hay amor.
Es mentira, sonreíd.
Ha habido tanto dolor y soledad, amigos...
No os podéis creer que ahora el corazón bombee con fuerza inusitada, y miráis atrás y contáis mojones sin que sea necesario.
Evocáis dolores porque pensáis que otro error más no lo soportaréis, que moriréis.
Si habéis sido valientes para soportar todo ese camino que ha quedado atrás, soportaréis el camino del amor.
Maldita impaciencia...
No hay atajos, el único atajo sería cruzar Dolores, y eso es lo mismo que perder el camino, perderse para siempre. Porque al igual que las sirenas de Ulises, los alaridos de tiempos sin amor, os harán perder el rumbo. En Dolores los habitantes están convencidos de que vuestra vida ha de ser igual que la de ellos, que habéis de continuar el camino que marcaron los que ahora están muertos, los que hace años que están muertos y además enterrados.
Dolores es la capital de la comarca Cobardía.
No paréis allí aunque os ofrezcan descanso, no hay sirenas bellas, sólo bocas podridas de envidiosos alientos.
De infecciosos afectos.
Os contarán de atajos que se visten de segundas oportunidades a amores muertos, amores ya enterrados.
En nombre de los hijos se nos pide rechazar el placer y el amor.
Los hijos no quieren vuestro dolor, sólo piden crecer y ser como vosotros, os aman porque amáis. No escuchéis a los falsos sabios que con las manos a la espalda, hacen rodar entre los dedos un corazón podrido hablando de civismos y moralidad.
En nombre de muchos años juntos, de lealtades falsas y corruptas, nos piden más mediocridad.
Estáis cansados, pero aguantad; nos espera nuestro amor.
Ellos quieren plantar un mojón con vuestro nombre en el kilómetro exacto de la cobardía y la derrota.
Golpead el próximo mojón, derribadlo y con ello lo que nunca amasteis de verdad, la vida es una mecha que avanza rápida, corred. No escuchéis a los fariseos, a los mercaderes de la envidia y la mediocridad.
Y ya cuando lleguéis cansados y reventados, con los ojos enrojecidos, sacaréis fuerzas para sanar las heridas y dar descanso. Seréis sanados y descansados.
Y no os daréis cuenta de lo agotados que estáis, hasta que os durmáis sin un suspiro, completamente confortados y seguros con vuestro amor.
Cruzad el páramo sin mirar atrás, no oigáis a los dolorianos, no bebáis allí por muy cansados que estéis.
Hay tiempo para el descanso, no desesperéis, colegas.
Dejad atrás el último mojón, tan lejos que se convierta en horizonte.
Sois fuertes, amigos, si habéis llegado aquí, llegaréis a la única fuente que os dará vida.
Y recordad, recordad bien: no hay control de avituallamiento. Es duro, pero el final es lo más bello que podáis imaginar.
Vamos, queda poco...


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18 de noviembre de 2010

Papel higiénico, una odisea en México D.F.



La vida es muy puta, a veces no sabes lo que te puede ocurrir.
No puedes pretender tenerlo todo controlado.
Y menos si tu esposa es una reina a veces caprichuda y otras berrinchuda como bien le gusta definirse a si misma.
Esta es la historia de una angustia, de un inesperado momento de tremenda tensión. Cuando tus fantasías sexuales se ven de golpe amenazadas por algo tan extraño y a la vez tan simple, te cuestionas inmediatamente si vale la pena seguir viviendo en estado sereno.
Estaba yo pensando en darle “al que te pego” mientras mi entonces novia hacía sus necesidades en el baño de la habitación de un hotel cuyo nombre y que con el paso del día se convertiría en fuente de confusión. Pero esto es un poco más adelante, no es importante comparado con el batido de cacao mental que mi reina hizo con mis meninges.
Estaba yo acomodándome los cojones debidamente para el rito nupcial, cuando ella, con su voz dulce y hermosa dice: “Qué lejos han puesto el papel higiénico”.
Te puedes esperar oír un pedo, puedes esperar el chapoteo de los coprolitos al estrellarse contra el agua del inodoro. Pero aquella frase me hizo sudar y comprendí que sería difícil mantener ayuntamiento carnal con la maciza de mi novia.
Yo no soy exigente y si tengo que estirar los dedos un poquito para coger papel, no me lamento.
No hay nada como estar junto a quien amas en los momentos más íntimos para conocer la verdadera faz de la soberbia.
Yo pensé que lo próximo que diría sería algo así como: “Menuda mierda de hotel has ido a reservar”. O peor aún:”Ve a recepción y que instalen el portarrollos donde debe estar”. Yo sólo pensaba que el mejor sitio del portarrollos para mi reina, sería en una atmósfera cero, donde flotara continuamente muy cerca de ella. Casi rozando sus dedos para que lo tuviera casi íntimamente cerca. No hay una ingeniería suficientemente avanzada como para hacer eso.
También en ese mismo instante pensé en ofrecerle mis propios servicios para alcanzarle el papel, llamar a recepción para que subiera un botones con un rollo en la mano y además, mi poderoso cerebro ya estaba imaginando la distancia y posición en la que mi novia debía tener el papel higiénico en el baño de su casa. Hice planos mentales; pero no conseguía concentrarme, tenía ganas de follar. Muchas.
Tal vez, tenía a su disposición un enano o un mono amaestrado que le trajera el trozo de papel sin que ella tuviera que inclinarse ni a un lado ni a otro. Ni arriba ni abajo.
¿Cómo iba a imaginar nadie que podría salir algo mal por un accesorio del baño?
Acto seguido, la oí resoplar, como si realizara un gran estiramiento y las costillas presionaran los pulmones forzando así la respiración.
Yo pensé en alguna hernia discal, en un exceso de celo limpiándose e incluso que estaba estreñida. Cuando estás confuso, piensas en mil cosas diferentes.
Cuando salió debidamente satisfecha, parecía incluso cansada.
¬–Nunca había visto que se colocara el papel bajo el lavabo –insistió.
Yo pensé que aquella insistencia era por la simple maldad de mortificarme y hacerme sentir mal por no haber reservado habitación en un hotel de diez mil estrellas. Es caprichosa mi reina.
Miré adentro del baño, con los ojos fuera de las órbitas, como haría un caracol asustado, pero no pude encontrar esa tremenda distancia que había provocado su comentario.
Poco duró ese momento de angustia, porque enseguida la abracé y le saqué el tanga que se había puesto hacía unos instantes. Respondió con delicia y ternura. Le susurré unas cuantas veces “puta” al oído, y se me derramó en la boca y en los dedos. No somos de esas parejas que están viendo todo el santo día pajaritos azules a su alrededor portando florecitas en sus patas. Nos amamos en alma y carne.
Carne... Me gusta su carne porque cuando la acaricias te olvidas de la situación del portarrollos del baño y...
Ya estaba divagando de nuevo, menos mal que no me ha oído escribir esto, de lo contrario se pone ante mí con cualquier prenda que pille al vuelo y se pone a doblarla mirándome el alma con sus profundos ojos y diciéndome así: “Calla de una vez, corazón”.
Como iba diciendo, cuando acabamos de darle “al que te pego”, la miré de reojo, con un poco de desconfianza pensando en el papel higiénico. Me fijé bien en su anatomía: su cuerpo era perfecto, sus brazos largos y estilizados, sus caderas perfectas. Su vientre... Bueno su vientre ahora estaba precioso aunque resbaladizo de mi semen y saliva. No soy un hombre delicado y ella no quiere que lo sea. Y pensé que en medio de toda esa perfección, se le podía pasar por alto su muestra de soberbia por algo tan banal como el papel higiénico.
Me dormí como una marmota con la polla aún latiendo y mi cerebro concluyó que lo del papel se debió a un lógico fallo de los nervios ante la carga sexual de aquel momento.
Al día siguiente, despertándola y soportando sus patadas (no tiene un dulce despertar e incluso creo que por alguna razón desconocida me odia, cosa que me pone), llegó el turno de ir al lavabo.
Yo ya no pensaba en el papel higiénico, sólo fumaba y acariciaba mi pene porque mi novia me tiene caliente todo el día.
–¡Pero si está aquí el papel!
Me tragué el cigarro lleno de confusión y temí que me esperaría un largo día. Que el papel del culo estuviera lejos, pase; pero que encima caminara alegremente por el baño, me hacía pensar seriamente en la estabilidad mental de mi futura esposa.
–¡Mierda! –mascullé escupiendo la ceniza y el tabaco.
–¿No te habrá dado los buenos días, verdad cielo? –le pregunté intentando integrarme con naturalidad en su mente.
–Es que lo tapaba lo toalla... Y yo creyendo que eran los papeles de debajo del lavabo. Ya me parecía que era muy fino eso de limpiarse el culo con kleenex.
Yo pensé que no era cómodo, el kleenex es demasiado suave, no “arrastra” y por otra parte es tan delicado que acabas traspasando el papel y te limpias directamente el culo con los dedos. Me ha pasado.
Entonces lo comprendí todo y respiré aliviado, todo se debía a una pequeña deficiencia óptica.
La amé con más fuerza y acto seguido me doblé como un yogui riendo sin pudor alguno.
A partir de aquel momento, cada vez que entraba en el lavabo para mear, cagar o masturbarme, me reía y como resultado, o bien me meaba fuera de la taza por culpa del movimiento de la risa o bien cagaba con más prisa por el esfuerzo.
Lavarme los dientes imaginando a mi novia estirarse hacia el servidor de toallitas del lavabo, me hacía parecer un perro rabioso. La pica estaba siempre llena de espumarajos expulsados entre carcajadas. Ya no recuerdo si follé mucho, pero reí lo que en mi vida había reído. Ella también, pero ya empezaba a mirarme de forma hostil, amenazándome que si mis risas continuaban, me iba a follar con mi madre.
La amo, pero tiene esa soberbia... Es tan soberbia que me excita como unos cascabeles en el cuello del Diablo de Tasmania.
Hasta los pecados capitales en ella se convierten en virtudes.
Y aquí no acaba todo, aún quedan más cosas que de tan absurdas, eróticas y divertidas, uno se podría esperar ver a Buñuel discutiendo alguna escena con Dalí mientras filman El perro andaluz.
Larga vida a la Reina.
Buen sexo.


Iconoclasta
(Basado en hechos reales, aunque nadie se lo crea)
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14 de noviembre de 2010

Puta invisible



La puta está aburrida, estira el escote de su vestido que nadie mira. Cree hacerlo con discreción; pero en su frente hay un rótulo luminoso que se enciende y apaga y dice: “Puta y aburrida”.
Las tetas ya no son lo que eran. Sus cabellos están tristes de necesidad de dinero, de alegría, de respeto. Tal vez de amor. ¿Las putas aman? Alguien dirá que sí y a mí me llamará cabrón por dudarlo.
Yo también puedo hacerme invisible cuando me insultan. Tengo algo en común con la puta.
Se levanta para ir al lavabo demasiadas veces, porque nunca acaba la copa que se lleva a los labios. Las putas no beben, sólo aparentan pasarlo bien.
Nadie lame el coño de una puta, pienso con ferocidad.
No tengo piedad porque es lo último que necesita ahora. Tiene que ser fuerte ahora cuando nadie la mira. Tiene que mantener su rabia.
Su coño jamás será lamido, ella no ha de sentir placer, es puta. Sólo da un asomo de placer, es su trabajo. El resto del tiempo, simplemente se ha acostumbrado a ser carne agujereada.
Tal vez no sea así, pero la tengo enfrente y mi maldita empatía me hace sentir cosas que no debiera.
Es triste ser puta invisible. No es bueno para el negocio.
Necesito el beso de mi esposa, hundir mis dedos en sus rizos abundantes y cálidos, alejarme del pensamiento destructivo.
La puta no tendrá final feliz. Y yo tampoco si la analizo demasiado.
–¿Te has fijado en la puta, cielo? –le pregunto.
Y ella me sonríe. Sabe, lo que pienso. Tengo que contar una historia de una mujer que nació puta y que hoy es invisible.
–Hace rato, amor.
Los mariachis cantan Cielito Lindo y tengo a mi mujer a mi lado, la amo. Me siento orgulloso, nos tenemos, es un momento precioso. Caliento sus manos con las mías. Choque metálico de anillos, tintineos de un amor invasivo como una marea. El tintineo marca el tiempo de amar, una música íntima que sobrecoge mi alma alejando tiempos de invisibilidad.
Es obsceno que me sienta tan amado, tan deseado y la puta tan invisible, tan nada.
Cierro los ojos a pesar de lo alto que suena la música y agradezco no encontrarme estirando mi escote. Soy hombre y siempre se puede ser puto sin darte cuenta, como cuando te haces invisible y no eres nada para nadie.
Mi esposa tiene los dedos fríos, como si siempre tuviera necesidad de mí. No es vanidad, quiero pensar que es así, me hace feliz, me hace hombre que requiera mis manos para dar calor a las suyas. A veces, en un arrebato de egoísmo deseo que sus dedos se enfríen y con esa naturalidad que da el amor, los entrelace entre los míos y me pida calor.
Cómo amo a mi reina...
La puta tiene los dedos fríos, se nota en que los posa en sus rodillas cuan largos son para calentarlos. De vez en cuando eleva los dedos para mirarse las uñas en un gesto de desesperación por poder mirar algo que no sea el mobiliario o los cantantes de todas las noches.
Pienso de forma atroz que le falta un pene caliente entre los dedos. Yo caliento dedos con amor, y la puta no se ha podido vender para calentarlos con una sucia polla. Con una polla borracha, con una polla drogada, enferma. Insana...
Y aún así, a pesar de la invisibilidad, no se librará de llevarse un pene a la boca en una comunión sórdida con la vida. Una hostia de carne que huele a orina.
No tengo que sentir pena, es demasiado humillante para cualquier humano. La puta no quiere que nadie sienta pena. Hace su trabajo y se lleva el olor y el sabor del semen como un mal que se sobrelleva con el tiempo.
No quiero ser malo, pero prefiero la maldad a la pena. La pena es denigrante para mí y para la puta.
La puta no quiere pena, quiere una caricia aunque deba pagarla. Le gustaría ser clienta para variar.
Llama poderosamente mi atención. Nadie la ve, nadie le dice nada a pesar de que los borrachos florecen como hongos de putrefacción entre moqueta barata y licor. A veces el cantante la llama “amiga” porque también siente cierta lástima. Son todas las noches sentada con sus ya casi viejas piernas cruzadas mostrando aún un muslo que un borracho acariciará tarde o temprano, es razonable pensar que sea amiga, aunque no estoy seguro.
Las putas no tienen amigos, y sus amigos siempre quieren una mamada gratis. Tal vez sean sólo conocidos. La amistad no exige follar.
La verdad es que la llaman amiga, pero piensan que es simplemente la guarra. No lo piensan con malicia, no hay malicia en la naturaleza intrínseca de las cosas y las personas. Nacemos y somos, no hay un empeño especial en ser cabrón o puta.
Y mientras espera, finge mal la indiferencia.
Hoy nadie la mira. Está nerviosa mirando a un lado y a otro. Estará pensando en los años que ya ha cumplido su piel seca. Está pensando que pronto deberá salir a la calle, empieza a ser mayor para el club.
Yo sí la miro, y mi mujer me mira a mí, y sabe que mi cabeza está tejiendo de nuevo un atlas de la humana miseria.
Es preciosa mi esposa, por ella no soy puto.
Me da pena la puta porque la entiendo.
Aunque no quiera, se me escapa la lástima.
Lo siento, puta.
Me da pena porque a veces lanza su mirada a nuestras manos entrelazadas y piensa que ese calor le está vedado. Ella piensa que no se hizo puta. Nació puta, nada pudo evitar que el semen corriera triste entre sus dedos, que se convirtiera en yogur sucio estrellado en el suelo. En su piel fría.
Tanto da el suelo que su piel, ambas cosas se sienten pisoteadas.
Aprieto con más fuerza los dedos de mi amor para darle calor, para que me bese y me saque de una introspección que no me hace ninguna falta.
Creo que una vez fui puta. A veces no te das cuenta de que vendes el culo por nada.
A veces mueren seres queridos y no nos preguntamos si fueron putas o putos. Esas cosas sólo nos las preguntamos cuando están vivos, para hacer daño.
Cuando beso a mi mujer, me olvido de la zorra. Es invisible, es triste.
Se levanta otra vez con su traje corto y barato para lucir un culo que ya cae demasiado, unas piernas que no la sujetan al suelo con suficiente firmeza. Una melena rubia que su rostro no acepta de buen grado.
Hoy la puta está fea.
Una vez, ni mostrando mi alma desnuda fui mirado.
Me sentía el más feo del universo.
Un hombre se acerca, le dice algo.
Y ella extiende una amplia sonrisa, casi de enamorada. Las putas necesitan poca cosa para sentirse guapas.
Tal vez se la mame en el lavabo, y luego se pinte los labios y se diga que aún es una mujer apetecible. La plata acrecienta el autoestima.
Puede que ya no sea consciente del sabor de la orina y el semen en su boca. Y por eso se mira al espejo viéndose guapa.
Pero no lo es. Y ella retira la mirada rápidamente de su reflejo para no darse por enterada.
Ni la puta ni yo queremos verdades.
Pero es puta, nació para eso, para tragar por unos billetes y alguna paliza de vez en cuando. Que se joda.
La pena para los perros aplastados en la carretera.
No recuerdo haber sonreído a nadie cuando yo fui puta, o puto.
O simplemente un fracasado.
Los dedos de mi esposa aprietan los míos, me avisa de que ya es hora de salir de ahí, de esa maraña de emociones en las que tanto me gusta revolcarme para salir sucio.
Beso sus dedos ahora calientes. Besos sus labios que son brasas.
No hay puta, no hay nada más que mi amada y su escote.
Su escote vertiginoso el cual tenso yo.
Pobre puta invisible, ahí te quedas.
Tal vez un día no nazcas puta y te amen como sueñas y no con las rodillas en el suelo y la boca llena de ignominias.
Cuando salimos del club, el aire frío se hace cómplice con mi deseo y mi amor se abraza a mí. Soy importante, soy su calor. Ella me templa, ella me conduce.
Pobre puta, pienso ahora que no me oye.
Pobre...
–Déjalo ya, cielo –me dice con paciencia.
–Listilla ¬–le respondo con un beso.
Pero la puta es una guarra.
Le digo al taxi que nos lleve lejos, con eso basta. Donde no haya putas invisibles.
Mi mujer me ofrece sus pechos, el taxista está acostumbrado a no mirar el origen de un gemido suave, es hábil haciéndose invisible.
¿Será posible que la invisibilidad infecte, se contagie?
No importa. Beso los pechos de mi amor.
–Cielo...
–Dime corazón.
–¿Si una vez me vuelvo invisible, me insultarás? No quiero dar lástima.
No me responde, me besa, me toca, me excita.
Nadie conduce el taxi en la noche.

201011052312. México D.F.



Iconoclasta

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