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8 de junio de 2010

Nadie es imprescindible



Todos deberían saberlo, todos deberían reconocer que no son tan necesarios como se piensan.
A mí me lo han dicho muchas veces: “Nadie es imprescindible”.
A veces agitan el dedo índice para que preste la necesaria atención y sentirme amenazado y adoctrinado por su sentencia idiota.
“Vete a la puta mierda, cabrón. Me cago en la hostia puta consagrada y en tu madre que también es puta”, pienso yo pasándome por el culo su dedo de mierda.
Pero lo jodido es cuando ellos se tienen que aplicar el cuento de la prescindibilidad no suelen creerse lo que dicen.
Son como los santones y sacerdotes de todas las religiones: Haz lo que yo diga; pero no lo que yo haga.
Lo que me jode es que me repitan hasta el vómito lo que ya sé.
Y lo que me hace sentir como si me obligaran a mamársela, es que no lo dicen de corazón y el tarado que me suelta su puta cátedra, sólo consigue darme por el culo porque él se siente imprescindible. O sea, más importante que yo.
Lo tiene crudo.
Esto es un problema que me preocupa y al que suelo darle solución.
Yo no soy un profeta o un iluminado, yo no le voy diciendo a nadie que si es imprescindible o deja de serlo, son cosas que me la sudan.
Son cosas que me la pelan.
No me importa nadie fuera de mi reducido círculo familiar y de amistades. Concretamente son cinco personas. Fuera de ello, no siento respeto, cariño ni emoción alguna por nada ni nadie.
Y mucho menos lo sentiría por el más poderoso presidente del más rico país, ni por los que mueren con la piel reseca con las moscas bebiéndose sus lágrimas en los ojos directamente. Siempre he creído que la foto del buitre esperando que la niña negra muera para picotearla, es una simple escena de naturaleza.
En efecto, nadie es imprescindible, parece que es la puta y gran verdad de esta gloriosa civilización.
Si yo no molesto a nadie ¿por qué tiene que soltarme su mierda pseudo-filosófica cualquier gilipollas al que le han dado un poco de mando?
— ¿Y me tenías que molestar para decirme semejante idiotez?
El supervisor me mira con los ojillos llenos de terror. Y estoy seguro de que esa mancha de humedad del pantalón no es sudor.
Sudará, pero ahora es sólo un acto reflejo por el miedo. Es normal que los grandes portadores de las verdades más absolutas se orinen encima cuando se dan cuenta del horror que la prescindibilidad trae consigo.
Cuando alguien sabe que va a ser cortado a cuartos como un pollo, se entera del verdadero alcance de sus propias palabras.
— Yo sé, Genaro, que tienes que mantener al personal firme, entra dentro de tu cargo procurar que todos trabajemos al cien por cien. Pero a veces se tiene suerte y conmigo no la has tenido, hubiera sido mejor que aconsejaras echarme a la puta calle que soltarme cada mes cuando me entregas la nómina, el mismo rollo.
Hace como cuando a mí me habla, no le escucho.
Así que muevo el cuchillo con precisión y le afeito un pezón.
Lo único que se consigue repitiendo siempre lo mismo, es fabricar al psicópata perfecto, y la verdad, no soy delicado. Ser psicópata no es algo que me preocupe. Si hay que ser loco se es. Si hay que trabajar un chorro de horas por una mierda de paga, lo hago.
Si he de matar a un hijo de puta porque le tengo asco. Lo hago.
A él, a sus hijos a su mujer y a su puta madre, esa vieja gorda de mierda que ahora está desangrándose frente al televisor con una puñalada en el hígado.
Y si no grita es porque le he metido una manzana en la boca. Siento ganas de meterla en el horno y asarla como una cerda.
Ella misma me ha abierto la puerta de esta adocenada casita pareada de extrarradio, donde es más barata la vivienda y así cualquier muerto de hambre puede aparentar ser un hombre acomodado.
— ¡Buenas tardes, señora! ¿Genaro está en casa? Soy un compañero de trabajo.
La gorda le grita a su hijo que hay un compañero que pregunta por él y me deja en la puerta esperando. Ni siquiera me ha dirigido la palabra. Seguro que ella también es de esas personas que se pasan el día diciendo a los demás que no son imprescindibles.
Desde la entrada observo como vuelve a su sillón y se deja caer en él para seguir viendo la tele. Me coloco unos guantes de látex y un gorrito de papel en el recibidor y cierro la puerta de entrada.
Entro en el salón, le empujo la cabeza hacia adelante obligándola a doblarse sobre su barriga para dejar espacio al cuchillo. Lo clavo aproximadamente por debajo de las costillas inferiores derechas, muy cerca del estómago y lo hago entrar y salir cortando el hígado. Acabo de cortar cuando llego a la espalda con el corte. El foie está listo.
De un centro de mesa de cristal cojo una manzana y se la meto en la boca. La dentadura postiza se ha movido y se le sale un poco, pero la manzana está firme. Dejo que la vieja caiga en el suelo, de ahí no pasará.
Genaro baja del piso de arriba y nos encontramos en la escalera.
— ¡Hombre, Fidel! ¿Qué haces aquí? —me pregunta con cordialidad de mierda.
Le puse el cuchillo en la barriga, sin decirle palabra y me condujo a la habitación de matrimonio donde lo he atado con cables eléctricos.
Entre tanto me ha puesto al corriente de que sus dos gemelos (Alex y Albert) y su mujer Sonia (no sé porque se empeña la peña en hablar de sus familiares que no conozco por el nombre, a mí me importa una mierda como se llamen; parece que quieran que uno sienta cariño por ellos, como si fueran especiales y se lo merecieran), han de llegar en cualquier momento de la piscina donde están aprendiendo a nadar los chavales de siete años.
Y así de fácil hemos llegado al momento en el que le he despezonado. Que se joda.
Se retuerce de dolor e intenta mirarse la herida, pero como le he atado la cabeza contra el colchón, no puede ver lo que le ocurre a su cuerpo. Un dolor ciego es mil veces más efectivo que el que se ve. Porque la imaginación es buena para las cosas buenas, para las cosas malas acojona más que la realidad.
El pezón se ha quedado pegado en la hoja de cuchillo y se lo pego en la frente.
Le hago una foto con la cámara del teléfono y la envío directamente a mi Face.
Apenas han pasado dos minutos, cuando recibo un email en el móvil: “A Sandra, María, Rosa y Alejandra les gusta esto”. Se refiere a la foto.
Coño, la peña es que se lo pasa bomba con cualquier cosa.
No follo más porque no me da la gana.
Ahora está pensando en su total intrascendencia sintiendo el cuchillo hundirse en su ombligo y cortar hacia el pubis liberando los intestinos. Que los he cortado también. La compresa usada de Sonia que he cogido del cubo del aseo, le llena la boca para que no grite. Huele mal que te cagas.
Es mentira, no piensa en nada más que en el dolor y que va a morir. Estos idiotas hablan mucho de filosofía barata para joderte en el trabajo, pero en el momento de la verdad sólo aflora en ellos un miedo instintivo tan viejo como este puto planeta.
Si lo abandonara ahora, la muerte le sobrevendría en pocas horas, ya que toda la mierda que hay en sus intestinos ahora desgarrados se está mezclando con la sangre y filtrándose en el flujo sanguíneo. A su cerebro, en estos instantes, está llegando literalmente mierda.
Vaya, para ser un prescindible, tengo bastante culturilla de anatomía y medicina.
Para no ser jamás imprescindible, su vida resulta que está en mis manos. Soy su amo, su señor, y lo mato porque hago lo que me da la gana con trascendencia o sin ella.
Bueno, cuando te acostumbras a matar (como ocurre en todas las actividades habituales), lo haces de una forma relajada y sin prisas. Luego, en tus ratos de ocio y si te interesa de verdad tu trabajo, indagas sobre el cómo y el porqué de las cosas. Y así sabes que si se rompe un conducto en el cuerpo y se mezcla con la sangre, la contaminas y la muerte llega antes por envenenamiento que por desangrado.
Claro que podría hacer un buen tajo que interesara a más vasos sanguíneos. Pero no hay prisa, tal vez luego. Cuando Sonia, Alex y Albert lleguen de su clase de natación.
A Alex y Albert los decapitaré y a Sonia la ataré en la cama boca abajo, la follaré por el culo y luego le dejaré al descubierto la columna vertebral.
Lo cierto es que con Genaro será mi vigésimo cuarto (la vieja la contaré cuando esté realmente muerte, los agonizantes no cuentan) prescindible asesinado. Joan me gana por tres.
No es que lo busque, no me paso los días pensando que he de dar con un imprescindible para matarlo a él y a su familia si la tuviera. Supongo que tengo un especial imán para atraer a lo más idiota de la humanidad. Es una fatalidad que llevo con humor.
Y como soy una buena persona, mis amigos Aitor, Joan y Sabater, jurarán que he estado con ellos (en la casa de Sabater) cenando pizza y viendo un DVD de alquiler. Es viernes y los amigos nos emborrachamos de la forma más natural y más tonta.
Mis amigos son como yo, nos hemos encontrado a lo largo de la vida. Unos hemos matado más y otros menos, pero nos llevamos bien. Nos sentimos cómodos.
Somos prescindibles y nos reímos de ello entre sangre y cervezas, entre vísceras y buenas comidas. Con un humor sano y cordial.
Bajo al salón, he oído un ruido.
La vieja gorda se ha arrastrado dejando un reguero de sangre en el parqué, como una babosa reventada. Ha intentado coger el teléfono y se le ha resbalado de sus manos ensangrentadas. Le doy una, dos, tres y cuatro patadas en la cabeza hasta que deja de moverse agitando las gordas piernas espasmódicamente durante varios segundos.
Esto ocurre cuando el cerebro se ha desprendido de su membrana protectora. Es como una conmoción pero mortal de necesidad.
Antes de subir, pongo la radio no demasiada alta.
Seguramente, tampoco la música es imprescindible, pero a mí me gusta.
Se retrasa el resto de la familia.
Genaro está cianótico no parece que vaya a durar mucho y respira rápidamente, el shock es inminente.
Ha intentando vomitar y le ha salido por la nariz.
Salgo al pasillo arrastrando una pequeña butaca, el hedor en la habitación es insoportable: la sangre, la mierda que deja ir los intestinos y la orina no son los ingredientes ideales ni para morir ni ver morir.
Me enciendo un cigarro, y suena el móvil.
Es mi hija.
— Dime cariño.
— La mama quiere saber cuando vas a venir.
— Que se ponga mamá.
— No puede, está en la ducha.
— Pues dile que volveré muy tarde, que estoy en casa de Sabater, cenaré allí.
— Yo quería ir al cine…
— Iremos mañana, cariño. Y cenaremos pizza ¿vale?
— ¡Siiiiiiii…!
— Un beso. Y dale otro a mamá.
— Adiós…
Me había olvidado de que habíamos quedado para ir al cine. Hoy tendré mal rollo con mi mujer; no le acaba de gustar que un viernes al mes pase la noche con mis amigos. Ella no sabe que mato idiotas y no es algo que sea agradable de decir. Es un dato que carece de interés en el núcleo familiar ya que no pienso matarla a ella ni a mi hija.
Para que luego digan que no somos imprescindibles. Si no llegas pronto a casa, se preocupan. Si te encuentras mal, se preocupan.
Si le pasara algo a mi mujer o mi esposa, yo me muero.
Eso de que no soy imprescindible, lo dicen por pura envidia.
Claro que algunos somos imprescindibles, somos imprescindibles para alguien que nos ama. Ahí está el gran pecado de quien te dice que no eres necesario: en que te trata como a una mierda. Es el peor insulto porque falta el respeto a los que te aman. A los que piensan que tu vida es tan importante como la suya propia.
Sí, muchas veces es pura retórica, no se debería hacer mucho caso. Pero sigo pensando que si el río suena es porque baja cargado de mierda y me da por culo que un palurdo que no sabe ni leer, me diga si tengo o no tengo importancia.
Mi hija tiene nueve años y no me gusta nada la idea de que un día se tropiece con alguien que le dice que carece de importancia y lo que es ella, cualquiera lo puede ser.
Eso es una crueldad.
Mis amigos están de acuerdo.
Genaro está padeciendo convulsiones muy violentas, tan fuertes que ha escupido la compresa maloliente de Sonia.
Eso de que nadie es imprescindible sólo me lo decía a mí para joderme, se nota que él se sabe imprescindible, le da una importancia desmesurada a su existencia. No es un hombre valiente. De los que he matado, éste es posiblemente el más histriónico y cobarde.
Su cerebro lleno de excrementos posiblemente se halle en algún lugar muy lejano de la consciencia, orbitando alrededor de un agujero negro que se lo va tragando a él y toda su trascendencia.
Si tuviera fuerzas, gritaría como un cochino, porque las venas de su cuello parece que van a estallar. De repente se arquea, las tripas se desparraman más por el encharcado colchón y deja ir una potente bocanada de vómito.
— Joder, Genaro. ¿Me tenías que dar la vara cada mes con esa mierda de lo imprescindibles que somos todos? ¿Ves como tú también lo eres para mí? Y no te he molestado en todos estos meses, simplemente te he matado sin más y ya está.
A tu madre también, pero no la he jodido con tu mierda de filosofía.
Me enciendo otro cigarro.
— ¿De verdad pensabas que ibas a doblegarme el ánimo y obligarme a trabajar más para que tú tuvieras tu prima de producción a costa de mi esfuerzo? Mañana me llevaré a mi hija a comer pizza, esas con menú infantil. Iremos al cine y cuando llegue a casa y se duerma, joderé a mi mujer hasta por el culo. Si algo me ocurriera, serían las personas más desgraciadas del mundo. Es posible que ¿Alex y Albert? y Sonia también sientan tu muerte; pero creo que no se van a enterar… A tus hijos les cortaré la cabeza y a tu mujer la coseré a puñaladas cuando se arrastre por el suelo con los tendones de Aquiles cortados.
Otra vez el teléfono.
— ¿Cómo va eso Fidel?
— Bien, al Genaro ya lo he despachado, se va muriendo lentamente, su madre ha dejado de existir y nadie la echa en falta, ésa sí que es completamente imprescindible.
— ¡Qué cabrón! —ríe Aitor.
— Llama a Sabater, le he dicho a mi mujer y a mi hija que estoy con vosotros en su casa viendo el partido.
— De acuerdo. ¿Necesitas ayuda?
— Hombre, si pudieras acercarte hasta aquí para controlar un poco el vecindario y de paso recogerme, te lo agradecería. No pensaba tardar tanto. Mato a los críos y a la mujer y nos vamos a tomar algo fresco. ¡Qué calor, coño!
— Vale, te aviso cuando esté allí.
— Gracias Aitor, nos vemos.
Genaro me mira con los ojos casi muertos, reflejan la poca vida que queda en ellos. Ha comprendido que hoy se acabó toda su estirpe aquí, en este momento. Que de él no quedará ni un solo gen para la posteridad.
Tengo sed.
La cocina está en la planta de abajo. La vejiga de la madre de Genaro se ha vaciado también. Se extiende un charco de sangre demasiado líquida para ser sólo sangre. En la nevera encuentro varias latas de coca cola y un sándwich vegetal envuelto en film plástico. Me encantan.
Me lo como con glotonería, y de un solo trago me bebo una lata.
Cuando cierro la puerta de la nevera, observo un sobre sujeto con un imán que dice con letra fea: Genaro.
Saco el papel que hay dentro, es una carta escrita con una caligrafía pésima. Abro otra lata de coca cola, me enciendo un cigarro, eructo y me tiro un pedo.
Se me escapa la risa porque cuando hago estas cosas en casa, mi mujer me llama cerdo y mi hija se ríe mucho. Le encanta que haga estas cosas.
Al final mi mujer también se ríe y dice que cómo pudo casarse con alguien tan cerdo como yo. Le digo al oído, sin que nos oiga nuestra que hija, que no me llama cerdo cuando le mamo el coño y sonríe con lujuria sin decir nada más.
Las amo.
La carta dirigida al supervisor dice así:
Genaro, ya no volveré a casa, me voy con los críos a un lugar que ya te comunicaré cuando me sienta con fuerzas para hacerlo. Esto es muy duro.
Ya no puedo soportar tu maltrato ni tu malhumor. No quiero volver a pisar esa casa donde he sido tan desgraciada; ni tener que soportar tus infidelidades. A tu madre...

Dejo de leer porque no me importa una mierda, le describe diversos episodios de su vida que justifican el abandono.
Joder, pues va a ser que Genaro es completamente prescindible, si ya decía yo que cuando el río suena…
Esto se acaba. Cojo el cuchillo jamonero y me subo para la habitación donde agoniza Genaro, tirándome un pedo, eructando y ensuciándome la camisa con coca cola.
El teléfono vibra, es Aitor.
— ¿Te queda para mucho, Fidel?
— Dame cinco minutos y bajo.
— Estoy delante mismo de la puerta, te avisaré si hubieran moros en la costa.
— No te preocupes, no vendrá el resto de la familia. Lo han abandonado.
— No jodas, menudo hijo puta tiene que ser.
— Ahora te cuento. Hasta luego.
Me guardo el teléfono en el bolsillo y sin más preámbulos hundo el cuchillo bajo sus costillas. Necesitaba uno bien largo. Me gusta que el forense al realizar la autopsia, se sienta sorprendido de lo elaborado de la muerte.
Un poco a la izquierda de su plexo solar, introduzco lentamente la fina y larga hoja, cuando pincho el pulmón salen burbujitas de sangre. Sus espasmos de dolor dificultan mi precisión. Le aconsejo que coja pequeñas bocanadas de aire con mucha rapidez, como si pariera.
Tras unos segundos de seguir deslizando el acero, siento tocar algo más duro, más denso. He llegado al corazón y juraría que siento como transmite el movimiento a la hoja del cuchillo.
Los ojos de Genaro están en blanco.
Tengo que presionar fuerte para clavar la hoja en el corazón. En apenas diez segundos abre los ojos desmesuradamente. Sus pupilas se han hecho visibles y se han llenado de muerte oscura. Los ojos de los asesinados me recuerdan siempre los de las imágenes de los santos que agonizan. Sólo que este cerdo de santo tiene lo mismo que de buena persona: una puta mierda.
Yo creo que la conciencia tarda mucho más tiempo en morir y por eso los muertos abren los ojos desmesuradamente: necesitan luz entre tanta oscuridad.
Le dejo el cuchillo clavado y le atiborro la boca muerta con la carta que le ha escrito su mujer llamada Sonia y que me importa un huevo como se llame.
Me voy al lavabo y me cago en su puta madre cuando estaba viva y ahora que está muerta: no encuentro jabón de manos y tengo que lavármelas con gel del cabello.
Antes de salir de la casa, entro de nuevo en la cocina y giro los mandos de los fogones para que salga el gas.
Como mucho tardar, dentro de dos horas, va a oler a cerdo frito en todo este barrio de mierda.
Aitor me saluda con la mano desde la ventanilla de su cupé deportivo.
Siempre es agradable encontrarse con su sonrisa franca.
Me invita a un cigarro que acepto, mi nariz aún recuerda el olor a mierda y sangre y necesito fumar para borrar ese aroma.
— Así que al cabronazo no lo quería ni su familia.
— Pues sí, al final tenía razón, era de lo más prescindible.
— ¿Y Sabaté? —le pregunto.
— Ha alquilado un DVD que dice que es la hostia puta de bueno.
— ¿Y a Joan cómo le ha ido?
— Ha tenido más trabajo que tú, el prescindible tenía tres hijos, la mujer y dos amigos de los críos. Aún los está descuartizando, pero me ha dicho que en media hora estará con nosotros, que vayamos encargando la cena.
— ¿Es que no dejarán de aparecer idiotas nunca?
— Vamos, tío, siempre es así. Das un pisotón y se te enganchan cuatro intrascendentes en la suela del zapato.
Aitor tiene razón, los idiotas no se acaban nunca, por muchos que mates, por muchos que se mueran.
Me miro las cutículas de las uñas sucias de sangre. Vaya mierda de jabón...
Aitor se tira un pedo y yo le doy un puñetazo en el hombro.
Nos reímos.
Nadie es imprescindible...
Los hay que sí, los hay que no.
A mí me la pela si me tocan los huevos, me los cargo.
Y no es puta retórica.


Iconoclasta
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2 comentarios:

Iconoclasta dijo...

Qué extraña eres, anónima.
Que forma de sentir tan intensa.
Sí, gracias por fundirte así, me hace importante. Me hace sonreír con vanidad.
Me hace pensar que eres generosa hasta el exceso, como tu pasión.
Besos.
Buen sexo.

Anónimo dijo...

No es intensidad....es la justa medida de mi metabolismo y su tic tac tic tac.......y sí...sonríe vanidosamente , una tralla que te has ganado por derecho condenando a la miseria de la lágrima a todos aquellos cuya invalidez facial les impide sonreír........Muaaaaaaaaaaaaa