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28 de mayo de 2010

Pompas de jabón



Mi hijo ha recuperado un antiguo juguete y sopla pompas de jabón evocando cuando hace apenas unos segundos era un crío. Lo veo en su mirada aún ilusionada, aún subyace un brillo infantil, un infinito número de esperanzas.
Procuro sonreír y acompañar algún recuerdo para evitar caer en alguna introspección dolorosa. Siempre ocurre cuando se rememoran cosas.
— ¿Te acuerdas como te enfadabas cuando las pompas de jabón estallaban en el aro?
Se ríe, claro que lo recuerda. Yo llegué a desesperarme buscando la justa proporción de agua y jabón para que hiciera pompas grandes y sutiles.
Ahora me pudro sin encontrar proporción de una puta mierda.
Pero desde dentro de mí observo fijamente las esferas; cómo se elevan, se expanden, explotan y se pulverizan creando pequeños arco iris.
No puedo decirle a mi hijo lo que pienso, no puedo decirle a nadie de la profunda decepción que me atrapa y me arrastra a la frustración, a desear cerrar los ojos y olvidar que existo. Que una vez existí.
Malditas pompas hermosas, tan hermosas como efímeras y débiles. Nunca he podido acariciar una el suficiente tiempo para sentirme confortado, para creer que la ilusión puede palparse.
La magia se me escapa de las manos como estalla la pompa de jabón, en silencio, con un leve frescor de agua pulverizada que irrita los ojos con el jabón que contiene. La sosa de la ilusión que deshace la piel y siempre es tarde para aliviar la herida.
Es mejor romperlas voluntariamente, al menos controlar el dolor, los errores cometidos, los fallos de la vida que me colocaron donde no debía, que me hicieron amar cuando no era posible. Cuando usurpé lugares y momentos que no me correspondían dejándome llevar por una imaginación traidora, engañosa.
Hermosa hasta llorar.
Hay que ser valiente, no hay que temer al dolor. Con un par.
Al fin y al cabo, ha habido ocasiones en las que he sobrevivido a la muerte.
Puedo sobrevivir a una pompa de jabón.
Sí, creo que podré hacerlo sin sentir que el corazón se convierte en un vidrio que me rasga el pecho con un dolor tan íntimo que ni gritar me deja. Llorar por dentro es el peor de los llantos. Lo sé porque me ocurre de vez en cuando. Cuando me abran para hacerme la autopsia, no sabrán a que se deben todas esas cicatrices en mis vísceras, esos rastros de lágrimas ácidas que duelen infinito.
— Mira ésta, papa. He usado el jabón concentrado.
Asiento con la cabeza, intentando formar una sonrisa. No quiero que intuya que me siento reventado.
Sus amigos le llaman al teléfono. Deja a mi lado el frasco y el aro; se va y me deja solo con un beso en la mejilla.
Soplo y la pompa se crea, se hace grande y hermosa, es hipnótica, refleja amor y ternura, cariño. La reviento, duele mucho. No quiero más belleza, no quiero más ilusiones que jamás se cumplirán. Es hora de ser hombre, de ser práctico.
La siguiente pompa... No recuerdo haberla formado, yo no quería crear más ilusiones, hay un lugar hermoso al que no llego, un lugar tan cercano en el reflejo irisado de la pompa como intocable para mi realidad. Duele tanto saber lo que podría ser y no será...
Hago estallar la pompa con la brasa del cigarrillo y baña mi nariz, como si me acariciara agonizando.
Como si hablara y me dijera:
— ¿Por qué me revientas? Soy tu ilusión.
— No te cumplirás jamás, te odio. Haces de mí un ser débil, me das el dolor del fracaso, de lo inalcanzable, de la melancolía desangrante. No siento haberte matado, jódete.
Soy un hijo de puta.
Otra pompa de jabón. Sí, definitivamente no es un accidente, soy como una mala madre que aborta todos sus hijos cuantas veces se queda preñada por un insano placer de acabar con todas las ilusiones que pudieran crecer.
En ella giran más recuerdos y un sentimiento que nunca fue poderoso, un cariño que apenas llega a la categoría de amor. La ternura y el cariño es la degeneración, un fracaso del amor. Del mío. Rompo la pompa y las hermosas sonrisas que giran en su superficie con una palmada.
—Nos necesitas, no hagas eso. Déjanos volar, un día seremos sólidas, no nos mates apenas nacer.
No sé si hablan, no importa, pero me siento un hijo de perra asesino.
Y la ira me lleva.
— Estoy harto de dolor, de espera, de no llegar, de estar aquí prisionero. Habéis tenido vuestro tiempo para hacerlo, para cumpliros. Ahora ya es tarde. Soy un fracasado. Papá es un fracasado.
Algunas pequeñas pompas se me escapan volando traviesas, como jugando antes de poder reventarlas, y me maldigo. He lanzado un soplido rápido porque me sentía ahogar.
Pero no duran mucho, sólo prolongan su agonía. A unos metros estallan en una lluvia de sonrisas y un mar de penas. Ni ellas mismas se imaginan de lo difícil que es vivir y desarrollarse en la esperanza y la imaginación.
Es mejor amputar, aniquilar cualquier proyecto de felicidad que fracasar.
Uno se cansa de estrellarse y levantarse, de cortarse y curarse. De romperse y no poder correr. De errores que no todos he cometido yo.
Las ilusiones duelen. Hay que estallarlas, extirparlas. Crecen hermosas como un tumor y estallan dejando una niebla de tristeza.
Mi hijo de bebé ha estallado también, no debiera haber pasado; pero cuando hay que romper las ilusiones, no se puede ser permisivo.
Una pequeña ilusión, una pequeña sonrisa te puede elevar a lo más alto, y cuando estalla, caes y el cerebro salpica el mundo con un dolor eterno.
Tengo experiencia.
A veces me pregunto para qué coño nací.
Demasiadas veces odio a quien me dio la vida. Esta vida.
También me exploto yo mismo, con pantalones cortos saltando y riendo con una bolsa de petardos, cuando pensaba que no podía ser más feliz. Tenía razón. Soy un mierda. La estallo y yo mismo me miro con una profunda tristeza, me digo adiós con la mano, con la bolsa colgada del codo, con mis pantalones cortos y mis piernas sucias entre una neblina de agua y jabón.
Lanzo contra el suelo el frasco y todas las pompas que aún quedan por crear, lo aplasto con el pie y rompo el aro.
Rompo cualquier posibilidad. Nunca es tarde para ahorrarse un dolor.
Adiós irisadas esperanzas, efímeras. Se acabaron las sutilezas.
Es hora de coger las pesas, algo más doloroso, más pesado.
Es hora de alzarlas con fuerza, cambiar ilusión por un esfuerzo muscular que anule la memoria si es posible. Cambiar una sonrisa por un sudor salvaje.
Cambiar la lágrima por un gruñido de denodado e innecesario esfuerzo.
Es hora de llevar la pesa por encima de la cabeza y aflojar el seguro.
De que la pesa caiga y de la misma forma que el pie aplastó todas las ilusiones que pudieran existir y crearse, que se aplaste el cráneo y liberar lo que fui y lo que fracasé. Lo que pude ser.
Sentirme pompa de jabón reventada.
No puede haber final feliz, nunca lo hubo.
Chao vida.


Iconoclasta
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1 comentario:

Iconoclasta dijo...

Sí, así son de lastimosamente débiles, se rompen con un aliento.
Y la cotidianidad es el cáncer del ánimo.
Gracias por tus palabras, Edward.
Un abrazo.
Buen sexo.