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28 de mayo de 2010

Pompas de jabón



Mi hijo ha recuperado un antiguo juguete y sopla pompas de jabón evocando cuando hace apenas unos segundos era un crío. Lo veo en su mirada aún ilusionada, aún subyace un brillo infantil, un infinito número de esperanzas.
Procuro sonreír y acompañar algún recuerdo para evitar caer en alguna introspección dolorosa. Siempre ocurre cuando se rememoran cosas.
— ¿Te acuerdas como te enfadabas cuando las pompas de jabón estallaban en el aro?
Se ríe, claro que lo recuerda. Yo llegué a desesperarme buscando la justa proporción de agua y jabón para que hiciera pompas grandes y sutiles.
Ahora me pudro sin encontrar proporción de una puta mierda.
Pero desde dentro de mí observo fijamente las esferas; cómo se elevan, se expanden, explotan y se pulverizan creando pequeños arco iris.
No puedo decirle a mi hijo lo que pienso, no puedo decirle a nadie de la profunda decepción que me atrapa y me arrastra a la frustración, a desear cerrar los ojos y olvidar que existo. Que una vez existí.
Malditas pompas hermosas, tan hermosas como efímeras y débiles. Nunca he podido acariciar una el suficiente tiempo para sentirme confortado, para creer que la ilusión puede palparse.
La magia se me escapa de las manos como estalla la pompa de jabón, en silencio, con un leve frescor de agua pulverizada que irrita los ojos con el jabón que contiene. La sosa de la ilusión que deshace la piel y siempre es tarde para aliviar la herida.
Es mejor romperlas voluntariamente, al menos controlar el dolor, los errores cometidos, los fallos de la vida que me colocaron donde no debía, que me hicieron amar cuando no era posible. Cuando usurpé lugares y momentos que no me correspondían dejándome llevar por una imaginación traidora, engañosa.
Hermosa hasta llorar.
Hay que ser valiente, no hay que temer al dolor. Con un par.
Al fin y al cabo, ha habido ocasiones en las que he sobrevivido a la muerte.
Puedo sobrevivir a una pompa de jabón.
Sí, creo que podré hacerlo sin sentir que el corazón se convierte en un vidrio que me rasga el pecho con un dolor tan íntimo que ni gritar me deja. Llorar por dentro es el peor de los llantos. Lo sé porque me ocurre de vez en cuando. Cuando me abran para hacerme la autopsia, no sabrán a que se deben todas esas cicatrices en mis vísceras, esos rastros de lágrimas ácidas que duelen infinito.
— Mira ésta, papa. He usado el jabón concentrado.
Asiento con la cabeza, intentando formar una sonrisa. No quiero que intuya que me siento reventado.
Sus amigos le llaman al teléfono. Deja a mi lado el frasco y el aro; se va y me deja solo con un beso en la mejilla.
Soplo y la pompa se crea, se hace grande y hermosa, es hipnótica, refleja amor y ternura, cariño. La reviento, duele mucho. No quiero más belleza, no quiero más ilusiones que jamás se cumplirán. Es hora de ser hombre, de ser práctico.
La siguiente pompa... No recuerdo haberla formado, yo no quería crear más ilusiones, hay un lugar hermoso al que no llego, un lugar tan cercano en el reflejo irisado de la pompa como intocable para mi realidad. Duele tanto saber lo que podría ser y no será...
Hago estallar la pompa con la brasa del cigarrillo y baña mi nariz, como si me acariciara agonizando.
Como si hablara y me dijera:
— ¿Por qué me revientas? Soy tu ilusión.
— No te cumplirás jamás, te odio. Haces de mí un ser débil, me das el dolor del fracaso, de lo inalcanzable, de la melancolía desangrante. No siento haberte matado, jódete.
Soy un hijo de puta.
Otra pompa de jabón. Sí, definitivamente no es un accidente, soy como una mala madre que aborta todos sus hijos cuantas veces se queda preñada por un insano placer de acabar con todas las ilusiones que pudieran crecer.
En ella giran más recuerdos y un sentimiento que nunca fue poderoso, un cariño que apenas llega a la categoría de amor. La ternura y el cariño es la degeneración, un fracaso del amor. Del mío. Rompo la pompa y las hermosas sonrisas que giran en su superficie con una palmada.
—Nos necesitas, no hagas eso. Déjanos volar, un día seremos sólidas, no nos mates apenas nacer.
No sé si hablan, no importa, pero me siento un hijo de perra asesino.
Y la ira me lleva.
— Estoy harto de dolor, de espera, de no llegar, de estar aquí prisionero. Habéis tenido vuestro tiempo para hacerlo, para cumpliros. Ahora ya es tarde. Soy un fracasado. Papá es un fracasado.
Algunas pequeñas pompas se me escapan volando traviesas, como jugando antes de poder reventarlas, y me maldigo. He lanzado un soplido rápido porque me sentía ahogar.
Pero no duran mucho, sólo prolongan su agonía. A unos metros estallan en una lluvia de sonrisas y un mar de penas. Ni ellas mismas se imaginan de lo difícil que es vivir y desarrollarse en la esperanza y la imaginación.
Es mejor amputar, aniquilar cualquier proyecto de felicidad que fracasar.
Uno se cansa de estrellarse y levantarse, de cortarse y curarse. De romperse y no poder correr. De errores que no todos he cometido yo.
Las ilusiones duelen. Hay que estallarlas, extirparlas. Crecen hermosas como un tumor y estallan dejando una niebla de tristeza.
Mi hijo de bebé ha estallado también, no debiera haber pasado; pero cuando hay que romper las ilusiones, no se puede ser permisivo.
Una pequeña ilusión, una pequeña sonrisa te puede elevar a lo más alto, y cuando estalla, caes y el cerebro salpica el mundo con un dolor eterno.
Tengo experiencia.
A veces me pregunto para qué coño nací.
Demasiadas veces odio a quien me dio la vida. Esta vida.
También me exploto yo mismo, con pantalones cortos saltando y riendo con una bolsa de petardos, cuando pensaba que no podía ser más feliz. Tenía razón. Soy un mierda. La estallo y yo mismo me miro con una profunda tristeza, me digo adiós con la mano, con la bolsa colgada del codo, con mis pantalones cortos y mis piernas sucias entre una neblina de agua y jabón.
Lanzo contra el suelo el frasco y todas las pompas que aún quedan por crear, lo aplasto con el pie y rompo el aro.
Rompo cualquier posibilidad. Nunca es tarde para ahorrarse un dolor.
Adiós irisadas esperanzas, efímeras. Se acabaron las sutilezas.
Es hora de coger las pesas, algo más doloroso, más pesado.
Es hora de alzarlas con fuerza, cambiar ilusión por un esfuerzo muscular que anule la memoria si es posible. Cambiar una sonrisa por un sudor salvaje.
Cambiar la lágrima por un gruñido de denodado e innecesario esfuerzo.
Es hora de llevar la pesa por encima de la cabeza y aflojar el seguro.
De que la pesa caiga y de la misma forma que el pie aplastó todas las ilusiones que pudieran existir y crearse, que se aplaste el cráneo y liberar lo que fui y lo que fracasé. Lo que pude ser.
Sentirme pompa de jabón reventada.
No puede haber final feliz, nunca lo hubo.
Chao vida.


Iconoclasta
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25 de mayo de 2010

666 y la ninfómana



La marrana se arrastra.
La primate se retuerce en el suelo deseando gozar de un profundo orgasmo producido por las fuertes vibraciones de un consolador enterrado profundamente en su vagina.
Cerda de coño dilatado...
Mi erección sólo se basa en el dolor y la muerte a la que la voy a someter. Tengo buen gusto para las mujeres y esta mona sólo me excitará cuando se convierta en un trozo de carne picada.
Casi grita presionando su clítoris, como si temiera que le fuera a reventar, lo aplasta. Con fuerza. Sus pechos están enrojecidos por el roce contra el suelo.
Pero está seca de placer.
Una espesa baba se le escapa con la última contracción en un vano intento por alcanzar el orgasmo, es la contracción de la frustración. Sus pechos se agitan con la angustia de la nada; se puede apreciar la cicatriz del relleno de silicona.
La primate ninfómana quiere atraer a todos los machos que pueda a costa de su cuerpo y naturaleza.
Aún no conoce el verdadero placer, para ello ha de experimentar el verdadero dolor. Es un sistema sencillo que se usa en los ratones de laboratorio.
Sólo que cuando yo educo, no hay esperanza alguna para vivir y lo aprendido morirá junto con vuestro cuerpo y no servirá absolutamente para nada, salvo para que yo pase un buen rato haciendo lo que deseo. Y deseo acabar lentamente con todos los primates del planeta y tirar sus ojos sin vida a los pies de ese dios maricón y sus amanerados querubines que ni polla ni coño poseen.
La cerda conocerá el placer más puro, el que nace de la más básica animalidad. Desde la sangre y con la sangre.
Estoy seguro, primates, que muchos de vosotros y vosotras, desearíais pasar unas horas sudando con una puta psicótica como ésta.
No sabéis lo que decís.
La ninfómana os destrozaría; hay que tener el cerebro tan podrido como ella para que podáis disfrutar de su a-orgásmico coño.
Se consumen en su deseo siempre insatisfecho y consumen a los que se encuentran.
Yo os mostraré como comportaros con una primate así.
Aunque con ella jamás podréis poner en práctica lo aprendido. Si es que sois capaces de aprender.
Os podéis consolar con que aún queda un buen número de estas monas calientes.
Aún hay unas cuantas para que podáis usarlas.
Os invito a la muerte en directo. Os daré una práctica lección de cómo llegar a torturar a un primate (uno de vuestra especie) hasta el punto de hacerle olvidar su propia locura. Hasta que el mono desee morir cuanto antes para escapar del inenarrable dolor.
Aunque al final, lo que más duele es el terror a morir.
No es popular morir y ver como la vida se escapa con cada herida, con cada uno de mis actos.
Me tengo que contener para no acabar con toda la humanidad en un mismo instante.
Encontrar a una ninfómana es muy fácil. Basta con acudir a un psiquiatra, a poder ser de un importante y gran manicomio, esperar en la sala de recepción a que la Dama Oscura haga su trabajo, contar hasta treinta y entrar sin llamar.
Abrir la puerta de la consulta y ver lo que ocurre, aún hoy día, me llena de ira. Soy un macho territorial y siempre me fastidia ver a mi Dama Oscura con sus muslos obscenamente separados dejando su rasurado y sedoso sexo completamente indefenso y a merced de una lengua que no es la mía.
A veces yo también sufro arrebatos de amor.
El psiquiatra aún tiene su facultativa boca metida en el coño de mi dama (es rápida mi puta), cuando se gira hacia a mí un tanto azorado y con los labios húmedos y pringados de flujo de coño.
— ¡Salga y espere su turno, joder!
— Ya es mi turno.
No es un buen psiquiatra, porque no ha sabido captar que de morir no se libra.
Como ocurre siempre, hay que infligir dolor para que un primate nos preste la debida atención.
Avanzo hasta él rápido sólo son cuatro pasos y al cuarto, mi pie se estrella contra su cabeza. Nunca deis un solo golpe, se podría considerar como accidental. El segundo golpe es muy importante.
Así que lo cojo por el rizado y engominado cabello y le estrello la cara contra el suelo. Los dientes se parten y los labios se convierten en pulpa.
—Quiero los datos de las pacientes afectadas de hipersexualidad. Ninfómanas.
No me escucha, ahora mismo está procesando el dolor.
Los primates difícilmente podéis pensar en varios canales.
Y yo amo el juego. Necesito jugar y olvidar que lo sé todo, que todo es soberanamente aburrido. La eternidad no es un buen reto para mi intelecto.
Así que necesito jugar a que soy como vosotros, que no lo sé todo.
La Dama Oscura se levanta de la camilla sin bajarse la falda; su pubis está empapado de saliva. Coge suavemente por los hombros al médico y le ayuda a incorporarse.
—Vamos, mi macho loquero, si no vas al ordenador y haces lo que dice mi negro dios, vas a sufrir más allá de lo que tu mente puede entender.
—Pero ¿qué queréis?
—Atiende bien mono de mierda. Busca a pacientes aquejadas de ninfomanía, me da igual que sean tuyas, de otro colega o de la puta perra que te parió.
La bata del médico está salpicada de sangre y mi tono es lo suficientemente hostil para que deje de pensar y acepte las órdenes.
Teclea en el ordenador e imprime un listado.
Cuando me lo entrega, sólo hay tres pacientes. Una de cuarenta y cinco años, una de dieciséis y otra de treinta y cuatro años.
La Dama Oscura apoya la barbilla en mi hombro para leer la lista y me acaricia los genitales.
— ¿Qué quieren de ellos? Son sólo gente normal, enfermos, pero sin nada que ofrecer —lloriquea el médico escupiendo sangre, sus ojos están amoratados por el golpe y sus labios rotos le dan un deje de deficiente mental al hablar.
La Dama Oscura se acerca aún con la falda elevada, con la raja húmeda de babas. De la cinturilla de la falda saca la daga ocultándola hasta que se abraza al cuello del psiquiatra y le lame la sangre de los labios.
Clava la hoja muy lentamente a la altura de un riñón, yo presiono sin ninguna dificultad la mente del hombre y éste sufre lo indescriptible sin poder mover un solo músculo mientras el cuchillo corta y trincha su apreciado órgano. Lo sé porque estoy dentro de él y siento su dolor, su frecuencia crea una aparatosa erección en mi pene dios.
Mi Dama clava ahora el cuchillo en el otro riñón, para que no quede ninguna duda de su muerte. Siento como la orina intoxica su sangre y el shock traumático lo coloca al borde mismo de la locura. Aunque sobreviviera, al masivo destrozo, nunca volvería a recuperar su cerebro.
Mis cerdos, mis crueles roncan excitados desde la otra dimensión, en el otro lado la muerte despierta su hambre. No les doy permiso para pasar. Que se jodan.
También los odio.
—Córtale el cuello, voy a dejar de presionar su mente.
Con la misma calma y precisión, corta en redondo el cuello. La boca del primate muestra la obscenidad del dolor y su nueva sonrisa sangrienta, unos dedos más abajo, deja ir burbujas de sangre y saliva que explotan como pompas de jabón sin abandonar la herida.
No hace ruido al morir, sólo el gorjeo de quien se ahoga con su sangre y el aire no acaba de llegar a sus pulmones.
La muerte está servida.
Y así, jugando a ser humano es como hemos conseguido llegar a la casa de la ninfómana treintañera.
La verdadera maldición de ser dios reside en el conocimiento total, no tengo capacidad para sorprenderme, duermo sabiendo exactamente qué pasará al día siguiente y qué ocurrirá en cien años.
Todo, absolutamente todo es conocimiento. Y las sorpresas las debo crear, tengo que tener un aliciente. De lo contrario, os desmembraría sin pasión, sin alegría.
Os aplastaría aburrido. Y la eternidad es un deja vu también eterno, es vivir eternamente en el pasado.
Hemos llegado con el Aston Martin a un barrio obrero de alguna ciudad que no importa, donde la pobreza se combate con electrónica de consumo, con un gran televisor que pagarán a largos plazos, con cámaras de fotografiar que sólo usarán dos veces en la vida porque sentirán asco de verse a si mismos. Las cámaras digitales les muestra demasiado pronto lo que de verdad son.
Para variar llueve.
A la entrada del edificio colmena donde vive la ninfómana, nos esperaba Ezutial, el ángel que protege a los locos. Dios está demasiado aburrido y todo lo que sea sexo, le llama poderosamente la atención.
Llueve y antes de entrar en el portal, me he quedado bajo el aguacero, apoyado en el capó de mi bólido. He encendido un puro enorme que Dios no ha conseguido apagar con su lluvia de mierda.
La Dama Oscura le ha susurrado a Ezutial algo en el oído y ha llevado la mano entre sus piernas
—Estás vacío... —dijo mirándome y riendo hace unos instantes.
Ezutiel se hizo niebla dejando un triste y lamento en el aire.
Son tan melodramáticos los ángeles.
Ese dios maricón debería decirles que la sobre-actuación es un recurso ya aburrido.
Ha sido la puta mona quien ha abierto la puerta cuando tras llamar, me ha visto a través de la mirilla.
Ni siquiera ha preguntado quien soy.
Ha visto un hombre, es suficiente.
La puerta da directamente al salón, y si parece grande es porque sólo hay una pequeña mesa redonda, una mesita con ruedas para un viejo televisor y un par de sillas.
Las cortinas raídas no dejan pasar la escasa luz de este día, el ambiente es opresivo y el suelo está sucio y pegajoso.
Su madre es una anciana que se encuentra en una silla de ruedas, su cabeza ladeada e imbécil, deja caer un hilo de saliva. Su pecho está rodeado por un cinturón que abraza a su vez el respaldo de la silla.
Su puta hija le estaba obsequiando con una monumental paja cuando hemos llegado. En el regazo de la vegetal vieja hay un pequeño vibrador rosado. A veces los primates tenéis arrebatos de verdadera genialidad y negro humor. El viejo trozo de carne es como una mesa camilla.
En la casa huele a meados y mierda. Hay un orinal lleno de excrementos al lado de la silla de ruedas.
Me molesta la vieja. Y me produce tanto asco, que no me apetece nada arrancarle el corazón con mi puñal.
Mi Desert Eagle dorada, brama dos veces. La primera bala destroza su mama izquierda y la sangre le salpica la cara. Parece que le ha devuelto la inteligencia porque me ha mirado con el supremo terror que cualquier primate me debe.
La segunda bala ha hecho un pequeño agujero en su frente, pero le ha arrancado la mitad posterior del cráneo. Las balas expansivas producen un hermoso arco iris de sangre, sesos y huesos.
La Dama Oscura se aproxima a la ninfómana, que tras el estruendo de las balas, se ha quedado paralizada con el gran vibrador abrazado entre sus tetas.
Ni siquiera ha gritado.
—Estás seca, cielo. ¿Cómo pretendes correrte así? —habla con cariño a la psicótica.
Se arrodilla ante sus piernas y apoyando las manos en sus rodillas, le obliga a separar las piernas.
Yo me he sacado el pene por la cremallera del pantalón.
La Dama escupe en su coño y le extiende la saliva.
La ninfómana, terriblemente fea, con pelos en el bigote y la barbilla, con sus muslos gordos y fofos, ennegrecidos por el roce de treinta años de una vida repugnante, gime desesperada sin hacer caso al cadáver de su madre.
—Eso no me cabe dentro, me va a partir en dos —dice atónita mirándome la polla—. Párteme en dos hijo puta, párteme el coño de una puta vez, clávamela hasta el corazón y haz que me corra.
La Dama Oscura le ha dado una fuerte palmada en la vulva para llamar su atención.
—Calla mona de mierda —la adoro cuando deja de ser cariñosa.
Ezutiel se ha hecho corpóreo y reza a su amo maricón con la mirada clavada en el suelo, casi pegado a la espalda de la ninfómana.
Algunas plumas de sus gigantescas alas están manchadas de sangre. La sangre de la madre muerta. Los pisos de los trabajadores son muy pequeños y es inevitable rozarse con cosas y cadáveres.
La primate se llama Abelarda.
—Métemelo —le pide a la Dama Oscura ofreciéndole el sucio consolador.
Yo estoy acariciando mi pene, endureciéndolo, las venas se hacen gruesas para irrigar todo el tejido. Cuando hago retroceder el prepucio, se descuelga un filamento de fluido. Es un extra con que les obsequio a los muertos que aún no se han dado cuenta de que lo son.
Hay que encontrar poesía en todos los actos de nuestra vida para poder vivir esta existencia desabrida que os ha tocado en suerte.
La Dama Oscura ha clavado con fuerza brutal el consolador en la vagina de la gorda mantecosa. Ha lanzado un grito de dolor y sus muslos se han ensuciado de sangre.
Con esa obscenidad intenta acercarse hasta mi divino pene arrastrándose como una babosa. La Dama Oscura hace volar con rapidez la daga en el aire y corta y corta la pálida piel de la espalda.
La túnica del ángel se salpica de sangre, en ningún momento me mira a los ojos.
Es tímido.
Es necesario quitar presión. Drenar la sangre es bajar también la fogosidad, el sangrado es algo que ha caído injustamente en el olvido de la medicina.
Podéis apuñalar doscientas veces a un primate con el cerebro tan podrido como lo tiene ésta, que apenas lo sentirá.
Su único fin en la tierra es sentir un orgasmo que jamás le llegará en toda su puta (nunca mejor dicho) vida.
Mi Dama Disfruta:
—Tranquila, cerda, mi Negro Dios te partirá en dos, a su tiempo. ¿No quieres dar un besito a mamá? —le gira la cara para que me observe.
Yo he cogido la mano de su madre, como si de una marioneta se tratara y la he movido de un lado a otro, haciendo un saludo a la perra hija. Los ojos de la primate lloran, pero sus tetas se agitan con una respiración excitada.
Es tan corrupto, está tan estropeado su cerebro, que estoy tentado de llevármela entera al infierno, porque algo tan estropeado sólo puede ser una obra maligna.
La lengua de la gorda cuelga de su boca, mirando ahora fijamente el glande descubierto. Jadea como una perra encelada.
La Dama Oscura se eleva la falda, retira el tanga a un lado y deja sus dilatados labios al descubierto.
—Bébeme cerdita.
Ha cerrado el puño en su cabello negro y sucio. Y la obliga a chuparle el coño.
El ángel ha elevado el tono de su cántico. Se siente verdaderamente avergonzado. Sufre el muy bendito.
La espalda de la primate es un continuo gotear de sangre, no es consciente de ello; pero el sangrado la ha aplacado un poco.
Me encanta el ruido de succión de la cerda, me gustan los gemidos fuertes y sin concesiones del goce de mi Dama que se separa los labios de la vulva para que la lengua se cebe en su clítoris duro y tan pequeño como sensible. Me basta acariciárselo por encima del pantalón para que sus muslos tiemblen y se le haga agua el coño. Toda ella es una maravillosa máquina de follar.
—Ezutiel, reza más bajo, tu dios julandrón te oye hasta el pensamiento. No me jodas o te arrancaré la cabeza —le digo deslizando peligrosamente cada palabra entre los dientes.
Es obediente el querubín. Ahora el ruido líquido de la mamada, la respiración forzada de la gorda y los jadeos de la Dama Negra, forman un concierto impresionante.
Yo dejo escapar un grueso chorro de semen que cae lento encima de mis zapatos.
Meo lo que me apetece. Lo que quiero, para eso soy el puto Satanás.
La gorda mira de reojo mi blanca ducha y gime con impaciencia desatendiendo el coño de la Dama.
Me limpio los dedos en el pelo gris de la vieja muerta y me arrepiento de ello, su repugnante cabello me ensucia aún más. Siento un ataque de ira hinchar las venas de mis sienes. Le doy una patada a la silla y la vieja cae con ella de lado.
Para llamarla al orden de nuevo, mi Dama le pincha la mama derecha sin profundizar demasiado, pero lo suficiente como para que se forme un abundante reguero de sangre que cubre el pezón.
La gorda ni siquiera ha cambiado el ritmo de su respiración y se lleva el pecho a la boca, abre sus piernas ante mí mostrándome su vagina ensangrentada e invadida por el vibrador y me muestra como se bebe la sangre que riega su pezón blando y pequeño que asoma discreto en el centro de una enorme areola.
— ¡Córrete otra vez así!
Yo sonrío con afabilidad y dejo escapar otro chorro de semen, a veces soy demasiado complaciente.
Cojo un brazo de la madre muerta y uso la mano para acariciarme distraídamente el bálano. Los brazos de la vieja no son muy largos; pero mi polla sí.
Si soy completamente insensible hacia la vida (hacia la vuestra), la muerte es que me da risa.
La Dama se acerca a mí gateando felinamente, y sin levantar un solo miembro del suelo, lame mi pene con fruición, lengüetazos que obligan a mis testículos a contraerse y endurecerse. El glande parece resbalar por el interior del prepucio por lo lubricado que está. Aparece sólo ante el mundo, como cayendo.
El paroxismo parece apoderarse de Abelarda y se lanza con inusitada rapidez para apartar a la Dama y ocupar su lugar.
Su vehemencia es tal, que sus dientes hieren la piel hipersensibilizada de mi glande. Mis pectorales se tensan, mis músculos abdominales se endurecen por los embates de un dolor profundo que me hace feliz.
Mi puño se cierra con fuerza y golpeo su sien.
La primate cae al suelo con fuertes convulsiones. Se orina y caga descontroladamente. Su ojo derecho se ha cerrado completamente y toda la mitad derecha de su cuerpo ha quedado inmóvil. Necesitaba llegar profunda y contundentemente a la zona límbica del encéfalo.
Si hubierais matado a tantos primates como yo, estas cosas os resultarían familiares y una actuación puramente instintiva.
No podéis aprender, os falta vida.
Aquí ha empezado el verdadero tratamiento. Ocurre como con el cáncer: matar células malignas también lleva la masacre de células sanas.
Su cerebro es lo mismo, la mitad está podrido.
Cuando has torturado, desmembrado y diseccionado a tantos primates, el conocimiento se torna instinto y se actúa en consecuencia.
Parte de su cerebro ha muerto con el golpe, y esa parte muerta contenía una zona “confusa” donde las corrientes eléctricas de su sistema nervioso, no llegaban a traducirse en placer.
Ahora está casi tan inválida como lo estaba su madre hace unos minutos; pero con el poco cerebro que le queda útil, receptivo.
La Dama Oscura vuelve a separar sus piernas y encuentra un clítoris cubierto con una gruesa capa de piel encallecida, casi insensible.
¿Y ningún primate médico se había fijado antes en esto? La sanidad pública es una mierda, decididamente. Sus archivos son violados, los médicos asesinados, los pacientes ignorados... Sólo falta que llueva mierda.
Mi Dama va a resolver el problema.
Cojo los pies de la Abelarda y los elevo y separo, hasta que sus piernas quedan completamente separadas, incluso provocando alguna dolorosa rotura en los abductores.
El olor de esta cerda es insoportable.
No invadiré su mente, quiero que sienta el dolor.
La Dama se coloca frente a su vagina, arrodillada. Con la afilada daga practica varios cortes rodeando el clítoris de la cerda. No le ha quitado el consolador porque así los pliegues de la vulva se mantienen tensos.
Abelarda está sufriendo lo indecible. Cuando pellizca la piel del clítoris y tira de ella desnudando ese duro núcleo fibrado y repleto de nervios, la espalda de la gorda se arquea y de su inválida boca sale un grito atroz.
Me acaricio el pene tras soltar sus piernas y pinzo con fuerza uno de los endurecidos pezones de mi Dama, que gime y a su vez acaricia mi glande resbaladizo y colapsado de sangre.
El coño de la gorda es como el nacimiento de un rojo río y la sangre corre dulcemente creando un pequeño lago en el suelo, entre sus muslos.
Cuando toco su clítoris se convulsiona de dolor, pero también hay una frecuencia distinta entre el dolor: el placer que nace en su clítoris y se extiende como una marea oleosa por su sistema nervioso para por fin, llegar a la parte de cerebro sano que le queda.
Su sexo se inunda de fluido. Me arrodillo y ahora es Mi Dama Oscura la que separa los gruesos labios de su vagina para mantener descubierto el clítoris.
Lo golpeo con mi pene hirviendo, aplasto su pequeño nervio del placer extendiendo la sangre, difuminándola en su piel, entre los pelos de su coño.
Sus grandes tetas se agitan y los pezones se endurecen de una forma desconocida para ella hasta este mismo instante que la he elegido para morir.
Le retiro el consolador y sin miramientos la penetro. Siento su útero contraerse de dolor. Las extremidades izquierdas de su cuerpo se tensan, contraen y arañan su propia piel llevada por el paroxismo del dolor y el placer.
La Dama Oscura ha hundido la Daga en su ano para retrasar el orgasmo retenido durante más de tres décadas. Me molesta porque mis cojones golpean el mango; pero no soy demasiado delicado. Es más, hundo los dedos en el charco de sangre y me los llevo a la boca.
Sus dedos útiles se crispan y las uñas se parten en el suelo, de su boca sale espuma con el inicio del orgasmo.
Alguien llama a la puerta.
Presiono su cerebro podrido: es divorciada, su enfermedad amargó la vida de los que le rodeaban: sus dos hijos y su marido. Hace un año y medio la madre sufrió un ictus y se vino a vivir a este piso para cuidarla. Hace meses que está cobrando el subsidio de desempleo porque nadie quiere a una tarada como trabajadora.
El que ha llamado es su hijo de trece años, cuando sale del colegio, suele visitar a su madre sin que el padre lo sepa. Abelarda llora por su único ojo abierto.
La Dama Oscura abre la puerta y el niño nos mira sin entender. La estoy penetrando, bombeando con tal fuerza en ella, que necesita llevarse las manos al vientre y sujetar lo que se está formando en él.
La mente de su madre grita que corra y se vaya mientras un orgasmo devastador la desconecta de la cordura y deja escapar una riada de flujo que empapa mi pene.
Con un disparo consigo destrozar medio rostro del niño que cae muerto como un pelele cuando el eco de la detonación aún retumba en las paredes.
Ezutiel grita, y corre hacia él, a tiempo de coger su alma nívea entre sus brazos.
La gorda llora y jadea. Es esquizofrenia pura. Es la locura más absoluta. Es el dolor-placer que jamás hubiera deseado sentir.
Antes de cortarle el cuello, la Dama Oscura arranca la daga de su ano y vacía sus pechos de las prótesis de silicona mientras yo me fumo un cigarro sin invadir su mente. Para que le duela y se joda, sólo cuenta con el consuelo de un simple y desgarrador grito emitido por su semiparalítica boca.
Cuando le hunde la hoja en la papada, es capaz incluso de agitar levemente la parte paralizada de su cuerpo. La hoja asoma entre sus dientes atravesando la lengua.
Mi Dama se masturba sentada en su cálida y gorda barriga mirando mi pene ahora fláccido gotear semen.
Ezutiel intenta coger su alma entre sus manos.
Pero no se lo permito.
—La cerda se viene conmigo al infierno.
Ezutiel me mira con los ojos tristes, es su forma de pedir clemencia. Está cansado, es natural. No son seres preparados para estos trabajos. Dios no debería haber permitido que llegara tan pronto, sólo al final.
Pero ese idiota quiere saberlo todo desde el principio.
—Llévate al joven primate, porque la cerda se queda, no insistas. Vete antes de que mis crueles te arrastren también al infierno.
Y doy permiso a mis crueles para que entren en este mundo y se lleven su negra alma que grita desaforada y llena de terror.
Ezutiel se hace incorpóreo con un sonido a cascabeles divinos y un lamento en arameo.
De los cadáveres brota ya el olor de la muerte, la sangre se descompone muy rápidamente y deja un acre olor en el aire en pocos minutos. Me gusta y tomo aire con avidez.
Mi Dama Oscura está en el lavabo lavándose la vagina.
Pienso que todo está bien, mi trabajo me calma por unos instantes. La muerte es una dulce presencia que serena mi ánimo. Mi respiración es tranquila y el cigarro sabe a gloria.
Cuando sale la Dama Oscura del lavabo con una amplia sonrisa, orino en los cadáveres.
Volvemos al infierno.
En mi húmeda y oscura cueva dormitamos tranquilos; ella hecha un ovillo a mis pies y con las manos apretadas entre sus muslos. Y yo en mi trono con mi pene descansando en la dura y fría piedra. Mi mente odiando tan intensamente como siempre.
Imagino cosas, sé cosas que ocurrirán, y un manto de rojo y espeso líquido cubre la faz del planeta.
Dulces sueños primates.
Habrá más muertes y más dolor. Y más semen y sangre.
Y sólo el semen será mío.
Siempre sangriento: 666.


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14 de mayo de 2010

Podrido por dentro


Tengo un virus que me pudre la sangre, hace agujeros en mis venas y sangro orugas que cavan túneles en mi carne hacia el exterior.
Como un cerdo con triquinosis que no consigue morir a tiempo para escapar de lo inevitable. De lo degradante.
Matar una oruga es un delectación patológica, tirar de ella a través del gordo poro en la piel donde anida, se retuerce y me martiriza, es arrancar frustraciones y vergüenzas.
Mis ojos se cierran ante el mórbido cosquilleo de la carne que jamás ve la luz.
Me metería una aguja larga para rascarme las venas por dentro.
La oruga que estalla entre mis dedos, deja un miasma innombrable que miro hipnótico con un cigarro sucio entre los labios.
Me excita.
Anidan en mi pene y cada vez que tiro de una, siento la sangre llenar su espacio y nos expandimos mi polla y yo en medio de asco y miserias.
La eyaculación es furiosa y amarilla, es sulfuro y pus. Es volcán de infecciones.
El semen negro de lo no humano.
Nunca quise ser puro. Nunca quise ser humano. No quise ser ángel, tampoco diablo. Sólo quiero ser miseria, porque no hay nada en el universo parecido a mi profunda depravación.
Me conformo con ser el único del cosmos que está podrido, que es alimento de gusanos en vida.
En una mano el antibiótico, en la otra, los restos de una oruga que doy vueltas como plastilina entre mis dedos.
Doy vergüenza ajena y asco.
Nací para ello, porque otra cosa no he podido inspirar jamás.
No quiero curarme, y el antibiótico se va junto con el cadáver de la oruga a la alcantarilla. Con toda la mierda que los otros tiran. Que esconden tras su espalda para que nadie la vea. Son podridos cuidadosos y cautelosos.
Aseados.
La cucaracha me mira con las antenas inquietas y abre sus alas para lanzarse en caótico vuelo hacia mi piel infecta. La rata se la come con un crujido a algo frito.
Me pica tras la oreja y cuando llevo la mano, un gusano se retuerce ensangrentado entre mis dedos.
De la rata muerta saltan pulgas que se prenden en el vello de mis piernas.
No pican, tal vez mi sangre es demasiado venenosa. La rata ha muerto porque sus roedores incisivos han crecido demasiado y se han clavado en su cerebro. Sucios de restos de cucaracha y una antena aún entre sus patas rosadas, obsceno color para la mierda.
Las pulgas me hacen cosquillas moviéndose nerviosas, asomándose a los nidos de orugas.
Soy el santo patrón de la humana miseria. ¿No os apetece tirar de una oruga?
Soy la sangre podrida de dios. Soy la orina al pie de la cruz del judío rey de míseros que fue crucificado.
Semen de ahorcado. Una gacela que se descompone sin estar muerta del todo y asiste con los ojos tristes al festín de los buitres. Como si sus vísceras no fueran de ella.
Se toma su esfuerzo por no darse por aludida en el asunto de sus tripas.
Yo sí que me doy por aludido, porque acudo demasiado a menudo a mi pene para consolarlo de tanta oruga. Para correrme cuantas veces pueda.
Tal vez no soy yo, tal vez soy el sueño ponzoñoso de mi propia muerte.
Y qué más da... No confío en la bondad de los tiempos, en esperanzas creadas por desesperación. Demagogia del alma.
Me conozco y no quiero amar y sentirme dios. Es cuestión de tiempo que te muestren tu verdadero lugar en el mundo. Que te enseñen que no tienes nada de especial y todas las ilusiones se hagan trizas ante la risa de todos los seres vivientes.
Prefiero que giren la cara con asco a que se rían de mi fracaso.
Quiero ser infecto antes que patético.
Soy ofensivo, hace tiempo que dejé de ser lastimoso.
Prefiero las orugas que ese ridículo.
Los gusanos no engañan, son lo que soy, son mis hijos. Soy padre y útero de mierda y miseria. Aborto y doy a luz según mi humor.
Devoro a mis propios hijos cuando salen del interior de mi boca.
Soy un sueño negro de un pintor enfermo.
Tirad de la oruga que asoma por mi espalda, no llego bien a ella.
Tal vez seáis mis carroñeros que picotean mis últimas miserias.
Las cucarachas vengativas cubren el cadáver de la rata y froto las manos nervioso, porque siento miles de patitas en mi piel.
Tal vez el espejo no funciona bien. Los espejos se estropean y los cuerpos se pudren.
Las ilusiones rotas hacen un daño irreparable del que el ratón Mickey no hace caso esnifando una raya de cristal molido que le hace sangrar la nariz.
Yo no soy un ratón. Sólo algo podrido y sangro gusanos.
Prefiero la repugnancia a la pena. No voy curarme, definitivamente.
Es tarde.


Iconoclasta
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10 de mayo de 2010

¡Sálvame!



Basado en hechos reales. En esperanzas y anhelos tan ciertos y vívidos, que el autor considera que es un ultraje a su intimidad. Aún así, vomita estos hechos porque hay cosas inevitables.
Porque escribir es una maldición. Y Ella es narcosis.
Entre arcada y arcada, consigue realizar su tarea no de escritor, sino de documentador. Porque toda esa sensibilidad, todo ese arte, está dentro de Ella. No ha podido inventar nada mejor. Todo ocurrió así, sin que nada pudiera evitar la conexión.
Era la tristeza de la necesidad, un momento extraño donde el sentimiento rasga las dimensiones y se hace fantasía o milagro en medio de toda la mediocridad.
Un momento de cansancio físico de ella, de calor. Un deseo de salir de allí.
Esta es la historia de un instante, tal y como aconteció y tal como se le explicó al documentador.
Tal vez, ahora se está repitiendo.

5 am de la madrugada, en un lugar de la Tierra.

“¡Sálvame! ¡Sálvame!”
Se despertó con la piel húmeda, con un embarazo que de tan avanzado era ya agotador. El calor, el ronquido del que yacía a su lado... Nada la invitaba a permanecer en la cama. En aquel lugar. En ese tiempo.
Una madrugada con un aire tan denso como el mole que sus espigados dedos preparan con una ternura y sensualidad que arrebata el alma.
Un cielo azul marino partido por una franja de plata amanecer la recibió en el patio de la casa cuando salió en busca de algo de frescor.
No lo consiguió.
Sus pupilas desmesuradamente abiertas, sus ojos oscuros como el zafiro, reflejaban el amanecer y un deseo de sentirse abrazada, de no sentirse tan sola. Su piel brillante de humedad, parecía fundirse con la madrugada.
Elevó la mirada al cielo para buscar a su amor; su niña se acomodó en el vientre con un suspiro. La madre suspiró también.
Buscaba, tal vez en un astro, el rumbo hacia quien amaba, un brillo que no aliviara el calor; pero confortara la piel.
Se sentía desamparada.

12 pm en otro lugar de la Tierra.

En ese mismo instante, el hombre sentado en un banco, con gafas de sol y un perro tumbado a sus pies, escribía en una libreta que apoyaba en una pierna cruzada. Con el bastón y el macuto de cuero componían un extraño bodegón de pasados tiempos. Absorto a todo, su ceño se fruncía concentrado ante cada idea que escribía. La gente pasaba lenta a su espalda, tal vez para ojear las palabras con las que ignoraba el universo que le rodeaba de una forma tan poco considerada, dado que era humano.
Había descubierto las palabras, la idea para razonar la mirada que un día lo turbó y enamoró.
Evocaba su rostro amado, escribía de su mirada en las fotos. Ella nunca miraba al objetivo, no sonreía al espectador. Sonreía a mundos mejores, sonreía a esperanzas.
Pero a pesar de su sonrisa, sus ojos permanecían expectantes e intensos, buscando algo más allá de las lentes y del ojo que la enfocaban. No era la misma sonrisa la de sus labios, que la de sus ojos. La verdad es que su mirada no sonreía aunque lo pareciera, era demasiado trascendente: transmitía una curiosidad, buscaba algo. Cosas, momentos y lugares que en aquel lado de la cámara desde la que miraba, no había. Algo no estaba bien a su alrededor.
Ella lanzaba sus preguntas con aquellos grandes ojos felinos: ¿Eres tú? ¿Me reconoces?
Ella no posa en las fotos. Busca algo intensamente con una mirada directa y feroz en su determinación de ignorar lo que a su alrededor se mueve, con la barbilla ligeramente adelantada para atisbar con más precisión. No hay errores, no es casual.
Es felina buscando, asomándose directamente al objetivo que la enfoca. Escudriñando posibilidades.
Nunca la ha visto en una foto mirar a nadie. Ella mira allá donde los sabores se pueden modelar y los olores llevarse a la boca. Donde los colores se pegan a la piel y visten fantasías en ella. Donde las pieles son de canela y piel de durazno.
Siempre mira más allá. Y cuando está sola, cierra los ojos y se deja llevar por su propia alma y así de extrañamente hermosa la capta el objetivo.
La primera vez que vio su imagen, aquellos ojos intensos que no miraban al espectador, si no que traspasaban los límites de lo real, sintió un tremendo impacto ante la trascendencia de su mirada. Temía enamorarse de algo inalcanzable; pero no pudo apartar sus ojos de ella.
Aquella mujer buscaba algo más a pesar de estar acompañada en aquella imagen, algo que su pensamiento sensible e inadaptado a este tiempo y lugar, pudiera aceptar sin sentirse extraña, ajena. Algo que no existía a su alrededor.
En todas las fotos, en todas las imágenes su amada pedía salir de allí, le decía que se ahogaba con una sonrisa en los labios, con una valentía que encogía el alma.
¡Sálvame! ¡Sálvame!
Se siente privilegiado, porque reconoce en alguna foto que a veces le dedica, la mirada para él. Ojalá estuviera equivocado y no sentir así el peso del amor en el corazón. Un diapasón que se detiene más tiempo de lo que sería conveniente cuando cierra los ojos y besa sus labios.
Cuando mira sus fotos todas, le responde: “Eres tú mi vida, por fin”.
Sin darse cuenta dejó la pluma apoyada en el papel, inmóvil. Formando un manchón de tinta. Se quitó las gafas de sol y miró a un cielo ahora nublado.
Y quiso estar allí arriba, volando. Corriendo a abrazarla, a besarla.
Perdió un latido y escribió “te amo” a continuación del borrón.
Se meció durante una eternidad en la urgencia de su amada.
El perro ladró y le devolvió la respiración.
Supo que ella pensaba en él en aquel momento con una certeza que asustaba.
Tenía que ser así. Era una convicción, un ruego y una amenaza a las fuerzas del universo.
Y aunque se equivocara, no tenía más remedio que hacerlo. Los amantes no pueden evadirse de sentirse unidos, fundidos, clavados. En cada lugar, a cada momento.
No podía sentirse arrollado por tanta melancolía en aquel instante sin ninguna razón. Y se llevó la mano al pecho, encima del corazón y relajó los párpados “estoy contigo, con vosotras, mi amor”.
En pleno día, con todos los ruidos del mundo intentado invadir su mente y doblegar su voluntad e ilusión, a pesar de la descorazonadora distancia, el universo no pudo vencer toda aquella melancolía de amor. Nada pudo romper la conexión que se formó desde el otro lugar de la Tierra.
Guardó la libreta en el macuto, cogió con fuerza el bastón y se levantó del asiento. Y como siempre, cuando cargó el peso en la pierna enferma, retuvo un gruñido de dolor.
El dolor le distrajo por un segundo de esa terrible melancolía que sentía por ella en aquel mismo instante. No lo suficiente para evitar una angustiosa lágrima que le obligó a ponerse las gafas de sol de nuevo sin que fuera necesario.
Es mejor que duela el cuerpo que el alma.
Y por primera vez en su vida, sintió frío en primavera.

5:10 am, en el otro lugar del corazón.

La mujer de ojos felinos, y piel brillante, posó una mano en su vientre.
—Mi amor, papá nos ama ¿lo sientes? ¿Vamos a dormir, cielo?
La niña se acomodó relajada en el interior de su madre y esta volvió la mirada al cielo con los ojos brillantes, sabiendo a donde iban sus pensamientos e ilusiones. Ya no buscaba, simplemente enviaba al aire sueños y esperanzas a quien correspondía. El los recibía. No sonrió, ya no era necesario engañar a una cámara.
Y hacía demasiado calor.


Iconoclasta

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3 de mayo de 2010

Suicidador


Tampoco es para tanto vivir. Nos sobrevaloramos. Maldito chovinismo... Cada cual tiene lo suyo como lo mejor. Yo pienso que todo es una mierda, incluido yo (como odio ser sincero y consecuente). Y nada falla en mi cabeza; creo sinceramente que los demás no acaban de ver su triste realidad. ¿Es posible que sea una medida de defensa el auto-engaño? No malgastéis esfuerzo y tiempo en engañaros. Los hay que se suicidan cuando la presión vital aumenta (taedium vitae). Soy un vendedor de muerte y para convenceros de que no vale la pena que sigáis viviendo, he de ser muy práctico y objetivo. ¿A cuántos os falta tiempo para hacer lo que realmente queréis? Tengo la exclusividad del lote completo de suicidador ácido en tres pasos. Se trata del Acabador Corrosivo Plan 3 Pasos. Vendo muerte, muerte fresca, muerte en el acto, muerte sin errores, muerte eficaz. Nada tan falso como la vida. ¿Me la compráis? Compradme un lote. Compradme mil lotes. Sabéis que será casi una quimera cumplir vuestro deseo ¿verdad? Después de tanto tiempo deseándolo, ¿qué os hace pensar que en lo que os queda de vida lo conseguiréis realizar? Cuando alguien muere por causas naturales o por accidente, el rastro que deja es tan efímero que dan ganas de resucitar e intentar matarse de nuevo otra vez y hacerlo bien. Pero eso no ocurrirá. Cuando se está muerto, es tarde hasta para el pensamiento. No hay segundas oportunidades. Y os podéis encontrar con los sesos desparramados en el asfalto o vomitando vuestro negro hígado necrótico y concluir que un accidente o una enfermedad terminal, la única huella que dejará en la memoria es el asco en el primer caso y el cansancio de la familia que os ha visto consumir cada día lentamente por un doloroso cáncer, en el segundo. En muchos casos os tendrán lástima por unos minutos y luego se reunirán con otros familiares y amigos para contar mentiras y chistes en vuestro velatorio. Sin embargo, si hacéis uso a tiempo del Acabador Corrosivo Plan 3 Pasos, tendréis una muerte casi indolora y muy eufórica. Si seguís las instrucciones al pie de la letra, dispondréis de tiempo para escribir una hermosa o cruel carta a la familia y “amigos”, colocar un buen CD en la cadena musical y morir tumbados en el sillón sonriendo a la puta vida que habéis sufrido tantos años como un cúmulo de deseos incumplidos. O de fracasos (no es lo mismo, los primeros son pasivos y los segundos exclusivamente creados y lanzados por vosotros mismos o terceras personas). Os daréis cuenta del preciso momento en el que vuestro corazón se detiene. Dejaos llevar. Incluso si calculáis bien el tiempo, sentiréis como os arrancan de vuestras ya casi frías manos muertas la carta que habéis brindado a los vivos. Por un poco más de dinero, dispondréis de un delicioso extra: un pequeño reflejo que hará que vuestros dedos se crispen en la carta cuando os la intenten quitar (química y electricidad pura, no os asustéis que no viviréis tanto tiempo). Os tendréis que reír imaginándolo a priori por razones obvias. Si habéis visto el jovencito Frankenstein (en la escena inicial), os acordaréis de como el cadáver del abuelo sujetaba con sus dedos la caja que intentaban arrebatarle. Para partirse el rabo de risa. Y todo por tan solo 15.000 € (+ 5.000 € del citado reflejo post-mortem) Es un precio caro, absurdamente caro; pero ¿os olvidáis que el dinero no os lo podéis llevar? Quiero hacerme rico con vuestra muerte. Compradme veinte lotes del Acabador, y convenceré a vuestros hijos para que hagan lo mismo, soy bueno en mi trabajo. Yo de vosotros, antes de comenzar la destrucción de vuestra vida, sacaría lo que tuviera en el banco y le pegaría fuego (después de pagarme a mí. Dice el título de una película, que cliente muerto no paga). Compradme uno, os lo llevaré a domicilio personalmente y a los cien primeros compradores, les prepararé el suicidio yo mismo. Incluso me podéis comprar varios para regalar a vuestros mejores amigos, a los de verdad. Ahora todo irá a peor, ya habéis mascado el fracaso, lo tenéis enganchado entre los dientes, como un sarro de color amarillo que se podría confundir con un exceso de tabaco. Y si fumáis... Esto está cada vez peor, ya ni fumar nos dejan. No es buena la vida sin tabaco. Porque entonces viviremos en un mundo sólo de borrachos y no dispondremos de una nube de humo creada a voluntad nuestra que suavice la visión de tanta basura ante nuestros ojos. No vale la pena vivir sin vicios, sólo los santos que han pasado por el martirio, son recordados y más por morbo que por consideración a su bondad. Lo sabéis de sobras. Mirad, el primer paso del Acabador Corrosivo Plan 3 Pasos (ACP3P, a partir de ahora y para abreviar), es un maravilloso chicle con un sabor bueno, pero inidentificable. Es un auténtico cóctel sobre-dosificado de speed, cocaína y morfina con un toque de cilantro. Además de relajar vuestro miedo, os anestesiará el organismo para el segundo paso. El componente espídico, es para evitar que os quedéis narcotizados imbécilmente antes de llegar a la siguiente etapa de vuestra digna salida. Se os abrirá un nivel de conciencia superior sin tener que recurrir al budismo y sus chacras lentas y aburridas. ¡Fiuuuuuuuuuuu! Un viaje directo a los pozos más negros del cerebro, donde os podréis reír recordando hasta el primer pedo que os tirasteis para molestar a vuestra quejumbrosa abuela. La coca es buena evitando que os sintáis mierdas ante los recuerdos. La ventaja del chicle es que no sangraréis por la nariz como ocurre a veces por esnifar coca. Presumiblemente, se os encharcarán los pulmones de sangre porque hay un potente vaso-dilatador que provoca hemorragias como efecto secundario. Cosa que os da igual, porque vais a morir de todas formas, lo importante es no sentir demasiado dolor. Y nuestra morfina es de primera. Veréis que os tiemblan las manos y pequeñas luces como luciérnagas repugnantes (odio los insectos) revolotean ante vuestros ojos. Poneos las gafas que se adjuntan, no sirven para nada, pero miraros al espejo: sí, llevan cejas enormes en las monturas y los vidrios hacen la ilusión de parecer lentes de aumento para cegatos. Es el momento de reír. Es bueno reír cuando os vais a tragar tal cantidad de veneno que vuestras vísceras se van a deshacer literalmente, el cuerpo se os licuará como cera caliente por dentro; pero esta vez no será por amor ni por necesitar algo que ya no podréis tener. Será por una auténtica causa orgánica. Está científicamente comprobado, que cuando se os escape una orina roja con alguna gelatina ignominiosa de color carne lavada, no sentiréis el más mínimo miedo. Y por supuesto, dolor: cero. Compradme tres lotes, aunque no podáis usarlos tres veces más. Lo podéis legar. Incluso podemos cambiar el envase original aduciendo que es un plan adelgazante para alguien a quien no queráis de vuestra familia o amigos. Vamos... Que os veo esa media sonrisa... Compradme muerte envasada, por favor. La vida se ha devaluado, no es una buena inversión. Yo sólo deseo vuestro bien, y si con ello me gano un dinero, no puede hacer daño. Si con ello me gano ser vuestro amigo, no tiene precio. Acepto también tarjetas de crédito si pagáis con una semana de antelación. Hay un punto especialmente desagradable en esta fase: de igual forma que la orina se escapa, los intestinos también se relajan demasiado (es una forma suave de decirlo, puesto que los intestinos, simplemente son devorados por el ácido que os habéis tomado) y eso puede dejar un charco feo y maloliente allá donde estéis sentados. Para un buen final, yo elegiría el mejor sillón, el más caro. Ya que esto sumado al desagradable hedor que invadirá la pituitaria de quien os descubra, creará un cuadro impactante muy difícil de olvidar. El lote ACP3P incluye una cámara de video con la que podréis filmar el proceso. Se incluye una sonda gastro-intestinal para que podáis ver como se deshacen las tripas y dejar documento gráfico de vuestra real volición de acabaros de una vez para siempre y abandonar este valle de lágrimas de una forma elegante y valiente. Creedme, después de haberos tragado ese veneno, meterse la sonda por la garganta será una auténtica gozada. ¡Compradme, compradme! Os susurro al oído con mis dientes amenazadores al descubierto. Con mis uñas rotas y afiladas deslizándose por vuestro mentón. ¿A qué os sentís como los héroes de una película de terror? Yo no quiero que paséis más miedo, sólo estoy aquí para ayudaros. Para que os muráis. La cuestión económica es completamente secundaria. Mi auto está ya medio podrido de plancha y no me importa lo más mínimo. Sólo me interesa vuestra muerte, os lo juro. Vivir es una mierda. Mataros, compradme muerte, tengo cientos de miles de muertes en el almacén. Cuando suene la alarma que va incluida en el lote, podéis pasar al tercer y último paso. Coged la jeringuilla y clavárosla profundamente en la axila derecha. Os dará vigor en el brazo. Ya podéis coger la libreta y el bolígrafo y escribid. Escribid lo mal que habéis vivido, describid a grandes rasgos toda la magia que nunca ha habido y que os prometieron que habría. Apuntad las horas que habéis dedicado a trabajar para comprar una propiedad por la que ahora se pelearán como una jauría de licaones los que tanto os amaron (y una mierda). Escribid que os alegráis de largaros de aquí (os saldrá de una forma natural porque las drogas suministradas son euforizantes). Y cuando ya esté acabada la carta, cogedla entre vuestras manos y cerrad los ojos, a esas alturas se habrán ya disuelto; y concentraos en escuchar el último latido de vuestro corazón. Será como ver caer un gigantesco y pesado telón negro. ¡Atención!: Los que han pagado el extra de reflejo post-mortem, deberán meterse en los genitales el aparato destinado a tal fin siguiendo las instrucciones. ¿Qué os parece? Os lo dije, no existe nada igual en el mercado. No encontraréis un producto de mejor calidad. Y sabed que la garantía es eterna. O de escasamente un segundo, eso ya lo dejo a vuestra elección por si fuerais religiosos o incrédulos. Compradme muerte embotellada. Es la única salida digna. Morid, morid con mi ayuda. No os olvidarán en muchos años. Recordad: al palmarla diréis con orgullo “Yo soy un chico/a ACP3P, el Suicidador, cambió y acabó mi vida”. Incluso podréis formar parte de la campaña publicitaria por televisión. Vamos, mis suicidas, que no se diga que además de fracasados, sois cobardes. Atte.: vuestro más sincero y vehemente Suicidador.




 
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