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28 de abril de 2010

De lo inmoral



Dirán que soy un pervertido, un hombre sin sensibilidad ni corazón.
Tal vez será porque tengo toda mi sensibilidad y emotividad danzando el hulla-hop en la punta del nabo, se me acumula en los testículos y crea una rica crema de nata capaz de embrutecer a la más frígida de las mujeres.
Esto es a costa de mi empatía con el entorno, es un precio que hay que pagar, ser insensible es una tremenda carga para los otros. Porque a mí, sinceramente, me la pela el dolor y el hambre en el mundo.
A mí me ha caído en desgracia ser un hombre sexual que da y goza placer. Es una cruz que llevo con resignación.
Tener un físico agraciado y una mente insensible, te convierte automáticamente en un esclavo de tus pasiones, del sexo.
Pobre de mí que follo y follo y soy tan deseado...
Yo estoy aquí por obligación, no pedí toda esta mierda que me rodea.
Así que soy único y vosotros muchos. Estáis en ventaja, cosa que me parece bien.
Cada uno tiene que asumir su propia responsabilidad y sentirse bien consigo mismo. Ser coherente con su forma de ser.
Por eso me siento muy hombre y muy macho cuando al despertar, y aún danzando en mi mente sencilla mi sueño pornográfico, mi pene babea un hilo viscoso de fuerte olor. Me gusta caminar hacia el lavabo con el pene tan duro, que cada paso es una vibración que se transmite hasta el glande y me hace sentir deseos de llevar clavada a una mujer, de follarla caminando con cada paso que doy.
La insensibilidad y lo amoral no están reñidos con la imaginación.
Yo me acepto tal como soy, vosotros no me aceptáis a mí y me suda la polla.
Estos fundamentos son constantes universales e inalterables y me tenéis que respetar de la misma forma que desprecio lo que me han obligado a aprender.
O memorizar.
No os necesito; pero yo sí que soy necesario. Soy un elemento extraño y al no formar parte de un gran colectivo, soy la necesaria excepción, la rareza que da contraste a lo mediocre, a lo tierno y lo sensible.
Nadie folla por instinto animal (dicen), yo sí.
De la misma forma que hay niños que se mueren de hambre con un pezón seco y cuarteado en sus labios débiles y otros comen foie de oca en el bocadillo de la merienda. Con toda esa complejidad de matices, mi personalidad es otro punto extremo, la indiferencia total a todo lo que no sea follar. Una perspectiva aberrantemente perversa; pero placentera.
Soy el ejemplo vivo de lo que nadie debería ser.
Me encanta.
Carezco de esa filantropía de la que hacen gala los millonarios y poderosos, y por la que dan una pequeña parte de su dinero a la beneficencia para paliar el hambre que ellos mismos provocan.
Si fuera sensible, si tuviera un mínimo de moralidad y vergüenza, me sentiría tan mal como vosotros. Me culparía a mí mismo de sobre alimentar a mi hijo con el jornal miserable de un trabajo de doce horas diarias, me sentiría mierda viendo la tele y convenciéndome que yo soy el responsable de parte de la hambruna, y no los pobres dirigentes políticos y millonarios.
El Papa parte la pata de una langosta y mancha sus gafas de blanca carne de marisco rica en fósforo, que lo hará más inteligente.
Siempre llueve sobre mojado y yo me corro en sus pieles suaves, en sus coños dilatados y resbaladizos.
En lugar de ser buena persona, de sentir cierta solidaridad o empatía con los desfavorecidos, me acerco a la mujer que deseo, le beso con fuerza y con ferocidad en la boca y aprieto con fuerza su sexo con mi mano. Ella, lo más probable es que me coja las manos y me enseñe que la debo presionar con más brutalidad, que no tenga miedo de presionar hasta cortarle el aliento.
Unos les roban la comida a los niños, otros sobrealimentan a sus hijos, otros pagan por ser absueltos de su responsabilidad y vosotros gemís ante el televisor por la subida de una hipoteca en la que nunca os deberíais haber embarcado si hubierais tenido algo más de marisco que comer para tener un cerebro más brillante.
Vuestra mediocre inteligencia es la voluntad de los filántropos adinerados.
Así que mientras todo el mundo está sensibilizado y lloriqueando como nenazas yo saco mi falo duro y brillante de humedad para meterlo entre sus muslos aún vestidos y excitarla.
Tengo mis recursos.
“Me vuelve loco tu coño de puta encelada”. Yo digo cosas así, sin complicaciones ni sentimentalismos. “Tengo el rabo tan duro y ardiente que te voy a marcar por dentro”, esta última pega duro y separa las piernas sin darse cuenta.
Nunca uso palabras bonitas, las palabras bonitas las usáis vosotros y los sobrealimentados para sentir pena por cosas banales, como la muerte de un político corrupto al que muchos idiotas votaron, o bien por las lágrimas de la puta de un torero que necesita diez millones de euros para comprarse una casita para su hija (una deficiente mental que nadie se da cuenta de que lo es) y su perrito de mierda.
Mientras todo eso ocurre, hundo los dedos en su coño sin preguntar, porque no necesito saber cuando está empapada. Son cosas que se me dan bien de una forma natural.
A mí me importa sacar mis dedos untados en su jugo sexual y obligarla a lamer, y lamerlo yo también. Que las lenguas se peleen por limpiar toda esa viscosidad.
Cuando ella aspira fuerte y se le entornan los ojos con mis dedos en su vagina, soy uno con el universo. Siento su carne palpitar, sus muslos relajarse y ponerse de puntillas para que los meta más adentro. Es entonces cuando para mí, la vida adquiere trascendencia.
Eso y cuando me masturbo obscenamente ante ella, cuando está muy caliente y me suplica que se la meta, que no eyacule en otro sitio que no sea su coño o sus pechos.
Yo soy un amoral insensible, que no provoca hambre en el mundo, tan solo me dedico a dar placer y sentir placer. Soy un cabrón mala persona.
Debería comer langosta y clavar su cáscara en la teta de la madre seca para que pueda chupar algo su hijo.
Ellos lo hacen y así obtienen su título de sensibles de mierda del puto siglo y lo celebran con un premio Nobel que aún los hace más millonarios.
A mí importa el rabo de la vaca loca el dinero, yo meto mi polla dura y venosa en su vagina con fuertes embestidas para que sus pechos se agiten hasta doler y obligarla a asirlos con los duros pezones asomando entre los dedos.
“Joder, este tío es sólo polla, ¿no puede pensar en otra cosa?”, estáis pensando.
Pues sí, la verdad es que no quiero ser otra cosa. Nunca me cansaré de repetirlo, me gusto, me va bien en la vida ser así. He encontrado mi camino.
Y pasa como una autopista por su coño.
Me gusta también alguna pequeña perversión. De la misma forma que a algunos individuos les gusta arrancar el clítoris a sus hijas, yo disfruto metiéndole una buena y oblonga fruta en el coño a la mujer. Y ellas cuando alzan la cabeza y ven esa fruta saliendo de entre sus piernas, juraría que se vuelven tan amorales como yo.
Me envanece que al final se me de la razón.
Uno piensa en que si más que una cuestión de ética o moralidad, se trata de una mera cuestión de gustos. Gusto por el marisco, por tocar y lamer los sexos, por comer langosta o por mirar a los niños que se mueren de hambre en los documentales y soltar unas lágrimas bebiendo una copa de coñac.
Luego está el asunto de trabajar. Yo no he nacido para pasarme doce horas al día trabajando. Me gusta follar y el resto del tiempo descansar, incluso leer o ver películas.
Sin embargo, a pesar de mi naturaleza extraña, estoy sometido a las leyes de la economía y tengo que ganar dinero.
También en eso soy amoral, siento decepcionar en todo; pero es que soy así de especial.
No trabajo, deambulo por las noches frente a las puertas de los más selectos restaurantes, siempre hay algún tipo que espera un taxi en la calle, que está demasiado borracho de licores de decenas de euros la copa. Siempre los hay que prefieren dar un paseo para estirar las piernas y despejarse de la gran cena.
Y los sigo, todos llevan tarjetas de crédito, varias. Son especialmente sensibles y emotivos con sus tarjetas de crédito.
A veces no necesito ni abrir la boca para que se dirijan al cajero automático y obligarles a sacar todo el dinero que sea posible. Me pica la barba postiza y la peluca; pero la alternativa sería tener que trabajar un chorro de horas.
Rara vez he tenido que matar a un matrimonio o una familia.
Así que sin abrir la boca en muchas ocasiones (todo lo contrario que cuando la mujer separa cuanto puede sus piernas para abrir su sexo y apoya las manos en mi cabeza para que le coma el coño y sentir mis dientes en su sensible carne de forma amenazadora y feroz), consigo guiarlos sin una sola palabra. Cuando apoyas el cañón de una pistola en los lumbares, se consigue la máxima atención y obediencia de los más sensibles seres de este mundo.
Cuando el cajero automático no da más dinero, caminamos como dos silenciosos compañeros en la noche hacia otro banco. Saco mucho dinero, lo suficiente para no tener que arriesgarme muy a menudo. Y cuando estoy satisfecho, los llevo a una calle poco transitada y les pego un tiro en la frente.
No es algo que me excite, no soy un pervertido, a mí me excita follar mujeres, masturbarme pensando en ellas, obligarlas a descender conmigo a lo más profundo y atávico del placer sin preocuparse por alguna otra cosa.
La muerte no me excita, es sólo el trabajo, la parte crematística de mi vida. Si pudiera, no mataría. Pero esta sociedad es así.
Unos matan miles de niños, pagan putas caras para que les digan que son muy hombres y a mí me importa todo una mierda. O trabajas o matas, o follas o te sensibilizas. O das placer o matas.
¿No es maravillosa la diversidad humana?
Todos esos matices de personalidad, esas ideas...
Esos coños lamibles y deseables.
Mi falo tan dolorosamente erecto por las mañanas, mi puño acariciándolo con rudeza, el glande desprendiendo un hilo de fluido, un semen escupido.
Muertos con la piel del cráneo chamuscada y tetas de pergamino más secas que la mojama.
Es esto la puta vida que unos disfrutamos de una forma u otra.
Soy inmoral, lo confieso, no lo siento.
Intimidades, cositas que contar.
Soy lo que nadie debería ser.
Una excepción que os hace mejores y casi angelicales.
Qué chochos...



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25 de abril de 2010

Canto de amor y resolución


Estaremos, seremos, viviremos lo que por derecho nos pertenece.
Somos nuestros ad eternum.
Los labios no hablarán, besaremos la piel adorada y la silenciosa calma drenará las lágrimas acumuladas.
Ya está bien, mi amor, de toda esta espera.
La cuenta atrás comenzó cuando nos reconocimos en un sudor de nuestra piel, cuando unas palabras desatadas se escaparon por entre los labios, arrolladoras: Te amo.
Y todo fue descenso hacia nosotros.
La cuenta atrás apenas tiene ya que contar, se agota.
Vamos cielo, extiende la mano a la mía. Es firme, titánica en su deseo de abarcarte.
Nada puede pararnos.
Me llora el corazón de la emoción. Está empapado de ti.
¿Te das cuenta, mi reina, de que hasta el organismo sabe de lo inevitable de los besos?
Nos someteremos a nosotros mismos.
Lo hemos logrado.
Es hora de llorar alegría.
Ab imo pectore (desde el fondo de mi corazón).




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21 de abril de 2010

De babosas y locos



¿Es posible ser confundido con una babosa?
Yo creo que sí, que toda esta serosidad que en ocasiones dejo en el suelo como un rastro continuo de mi mismo no deja lugar a dudas.
Me parece indecente ser babosa, no es un animal digno, incluso aplastarlas me da asco. El mundo podría seguir girando sin babosas y a mí me importaría nada.
Porque no camino; en demasiadas ocasiones la percepción es la de que me arrastro.
No es desánimo, no es abulia. Es una lucha titánica por seguir avanzando. Y haceros sentir mal. No soy una buena persona, no pertenezco a vosotros a pesar de ser deprimentemente parecido en lo físico. Bueno, soy mucho más guapo, más fuerte. Y eso le da más valor y generosidad a mi constante autodestrucción.
Alguien ha parado el movimiento y necesito llegar, sé que si me muevo llegaré. Aunque no sé adónde, no sé a quien. Pero cada vez que el peso de la existencia se apoya firmemente en mis poderosos hombros, se me escapa el aire de los pulmones porque me han dado un gancho de izquierda en las costillas flotantes.
¿Desde cuándo saben nadar las costillas? Que absurda es la medicina.
Y me arrastro.
El suelo no es precisamente un ejemplo de tersura, no hay limpieza. No hay profesionales que se metan la mierda en la boca, la digieran y luego caguen latas de refrescos. Si yo me arrastro, si tengo que ser una repugnante babosa, no me costaría nada coger la botella rota de vidrio que hay a unos metros de mis narices y metérsela por el cuello a cualquier individuo al azar, sea cual sea su raza, edad, sexo o nacionalidad. Si no lo hago es por la misma razón por la que no aplasto con el pie las babosas.
En las películas se arrastran los personajes y sólo ensucian la camisa. No se destripan con la basura que dejan los humanos en la calle.
He levantado el cuello para no rajarlo con la botella rota. Prefiero agonizar que tener un final rápido. Me gusta molestar. Cuando uno carece de dignidad todos sus esfuerzos van destinados a hacer sentir mal a la cochina humanidad: joder sus sonrisas banales. Joderles un cumpleaños en una bonita tarde con la sangre de mi abdomen abierto... Cosas sencillas que demuestren que soy una babosa, no por casualidad, sino porque me he hecho a mí mismo con todas y cada unas de las cucharadas de mierda que he tenido que tragar.
Me arrancaría la piel a tiras frente a vuestros pequeños hijos y vomitaría coágulos por el glande. Más o menos como el loco que lamía el vidrio, pero con odio. No sé porque os odio; pero nací así, con esta rabia. Unos están locos, otros son babosas y por fin estáis vosotros que sois algo a cazar.
Ese intestino que ha quedado enganchado a la botella de cerveza rota, pertenece a mi cuerpo, podéis pisarlo si queréis pero que nadie intente recogerlo.
No hay dignidad en determinadas luchas. Las células no entienden de dignidades, su mensaje es vivir y partirse en mil pedazos para seguir manteniendo la cohesión en el organismo. No hay dignidad en vivir arrastrándose, aunque sea en el fragor de una lucha estéril que no conduce a nada. Y sin embargo, arrastrarse y demostrar mi más absoluta desprecio por vuestra comodidad y sonrisa, es casi mi misión.
Tengo sed. El propio vidrio que ha abierto mi abdomen y ahora se encuentra sucio de sangre y mierda, es un apetitoso trago. Tiro del intestino para alcanzar el vidrio enredado. Es una cuerda extraña esta de la que tiro. Se me escapan los mocos por la nariz cuando el dolor me hace contener un grito.
Seré una babosa, pero soy valiente.
Chupo el vidrio y me canibalizo a mí mismo sin ningún pudor. Yo también me corto la lengua; pero para vuestro pesar, no estoy entre barrotes, estoy pegado a vosotros como vosotros habéis estado pegados a mí durante toda mi babosa vida.
Si me habéis robado el aire, ahora aspiraréis mi muerte y el olor a mierda de un intestino que aún está lleno de heces.
No he cagado. Normalmente cago antes de salir de casa. Seguramente mi cerebro debía intuir que hoy abría espectáculo y no ha dictado reflejo de dilatarse al esfínter. A veces el cuerpo va por libre. A su puta bola.
Yo me dejo hacer arrastrándome.
Me acuerdo de aquel loco que tras los barrotes del manicomio, rompió el cristal de una ventana y con su desproporcionada lengua lamía el filo roto repetidamente. No podía tener sabor. Aquel tío estaba loco de remate, por eso estaba en aquella jaula de azulejos blancos de carnicería antigua. Yo aspiraba el humo del cigarrillo prendido de mis infantiles dedos. Me gusta pensar que me enganché al tabaco gracias a la locura.
El loco se cortaba la lengua una y otra vez lamiendo, y yo fumaba ante él. Tan cerca que olía la miseria de su aliento. Tan cerca, que las volutas de mi cigarrillo, se enredaban en sus pestañas sin que le impotara.
Si aquel tarado no estuviera loco, seguramente estaría arrastrando un trozo de intestino por el suelo y haríamos carreras por saber quien llega antes a no se sabe donde.
¿Por qué fumaba con doce años admirando la auto-mutilación de un loco? Eso me hace extraño, me hace horrible.
Quiero ser horrible, puesto que otra cosa no he podido ser. Los hay que mueren siendo simplemente familia de otros. Yo no quiero ni a dios.
Yo dejo un rastro de mierda y sangre en la calle. Y si el servicio de recogida de animales muertos me trata como la babosa que soy, es algo que no me importa.
Creo firmemente en la muerte, da igual quien se mee en mi boca cuando por mis propios intestinos deshilachados me desangre. No lo sabré, no sabré quien saca su sucio y reproductivo pene para mear. Porque la gran parte de los idiotas que pueblan el mundo, sólo usan el pene para mear y para soñar que dan placer a sus mujeres aburridas y hastiadas.
Yo no, yo hago gritar de placer a la más puta y vieja de las mujeres. Dar placer se me da bien.
No lo siento, parece que estoy inmunizado contra el placer, pero me satisface ver como se deshacen en jadeos, como abren las piernas y me ofrecen su vulva extendida con los dedos y hacen aflorar un clítoris duro y brillante. Me gusta lamer sus dedos clavados a su propia vagina intentando contener el placer que les hace sentir que sus coños van a estallar por la presión de mi lengua, de mi pene hambriento por un placer que no llega.
Mi semen mana lento, y tranquilo, apenas se me escapa un ronquido con la eyaculación. Me queda el dolor de la lengua, de tanto mamarles el coño. Eso me hace sentir macho.
Y sus dedos pringados de mi leche, de mi mala leche, también.
Pero la mayor parte del tiempo soy babosa. Ojalá fuera imbécil como la humanidad y no viera la realidad sin chovinismos provincianos.
La muerte es sólo eso y no vamos a ningún lado. La muerte no es ningún tránsito de mierda, cobardes.
Desaparecemos.
Todos mienten por cobardía, los religiosos y los místicos y paganos.
Me estoy muriendo y nadie ni nada tira de mí.
Me gustaría resucitar durante un par de segundos para deciros que vuestra “alma” sólo es vapor, que se disgrega sin tener conciencia y que todo lo que habéis hecho en la vida, no sirve para nada.
El alma se pudre y se hace materia gaseosa inane, sólo se posa en el pelo de los vivos como una caspa molesta.
Así que cuando os muráis, no seréis rien de rien, no iréis a ningún lado. No tenéis esperanza de nada.
No habrá segunda oportunidad ni otro tiempo ni lugar.
Simplemente os acordaréis de cómo me arrastré y os ofrecí toda esta miseria, para luego desaparecer sin más.
Me encanta saber que no volveréis, que desapareceréis para siempre.
Mirad como la babosa lame el vidrio manchado de su propia sangre y mierda. Mirad a la babosa valiente hacer alarde de un valor que vosotros no poseeréis jamás.
Tal vez deberíais fumar delante de un loco que con su podrido cerebro lame y se desangra por la lengua. No aspiréis incienso para vuestro control mental, son idioteces.
Mirad la miseria y luego vuestro reflejo en el espejo.
No sois para tanto, sólo babosas que se empeñan en caminar derechos, con cobardía.
No sé adónde voy a llegar, no sé cuanto podré luchar por seguir en movimiento, pero si os ofendo, daré por bien concluida mi vida.
Y recordad, los cerdos no se arrastran, soy una babosa, a ver si leemos un poco más. Hay una diferencia abismal entre un molusco gasterópodo y unas lonchas de bacon.
Es que os conozco tan bien...



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14 de abril de 2010

Placer mudo



Sus muñecas se encuentran firmemente rodeadas de suaves tiras de terciopelo negro que se han sujetado al cabezal de la cama. Aunque para ella pudieran parecer cadenas que la esclavizan.
La tenue luz de la habitación crea un halo en torno a la cabeza del hombre que suspendida sobre su vientre, apenas roza la piel de su vientre con los labios.
Sus pechos tiemblan, plenos y erizados los pezones. Sus párpados aletean: el movimiento más perceptible de su rostro.
Sus labios permanecen entreabiertos dejando escapar un continuo suspiro silencioso de placer y ansia. Se ocultan bajo un pañuelo negro que cubre hasta la nariz. No debe hablar, no debe gemir audiblemente. Él quiere que contenga el placer hasta el mismo límite de la locura.
Y la locura nace de cada poro de su piel y mana como un fluido denso y lechoso por su vagina dilatada y hambrienta.
Espera trémulo el vientre la lengua que se hundirá en el ombligo.
Se le escapa un gemido: error.
Él detiene sus caricias, el ombligo está anegado de una baba caliente que se escurre lentamente por la piel suave. El castigo se prolonga.
Lo odia. El pañuelo se ondula en sus labios ante el aliento rápido de la tortuosa espera.
Tras unos interminables segundos, siente un sorpresivo cachete en el rasurado monte de Venus.
— ¡Puta! —la llama en un susurro tajante, apenas audible.
El pañuelo casi vuela encima de sus labios y todo su ser le pide cerrar los muslos para oprimir y así acariciar la anegada y hambrienta vagina.
El suave golpe ha sido una contundente caricia que ha hecho vibrar su clítoris duro y brillante. Resbaladizo en los dedos en los que desearía ser apresado.
— ¡Perdón! —susurra buscando piedad.
Quiere ser follada, lamida, mordida, arañada.
“Mete ya tu puta lengua en mi raja”, desea decirle con un susurro hostil; herida de ansia y deseo acumulado en su sexo.
Siente ahora la proximidad de sus labios en el vientre, la respiración del hombre es un chorro de aire ardiente. La lengua inquieta ofrece breves oasis de fresca humedad en su enfebrecida piel.
Todo su cuerpo se encuentra asolado por el hambre de un deseo carnal e irracional en la que el juego la ha sumergido.
Es demasiado tarde para pensar, su sexo pulsa henchido de sangre y necesita con urgencia ser embestida y penetrada o se deshará como mantequilla.
Es demasiado tarde para intentar abandonar el juego y ceder el placer a sus propios dedos. No es una opción masturbarse desbocada ante el hombre que la está destrozando de deseo.
Sus pensamientos se han desvanecido ante la invasión de los recios dedos que se hunden lentos entre los labios de la vulva, sin apenas hacer presión recorren el filo y ella responde elevando la cintura para que los dedos profundicen más.
Desearía gritar de placer, insultarlo, pero él cesaría en el acto con su caricia, no tiene piedad.
Tal vez...
Con un esfuerzo sobrehumano, relaja sus piernas, hace caso omiso de las ondas que llegan de su coño a su cerebro y su cintura pierde también tensión.
El hombre titubea, ya no detecta el ansia contenida.
Es un cabrón. Y ahora ejerce más presión, incluso dos dedos se asoman amenazadores al interior de su vagina.
Pero no puede disimular el abundante flujo que mana de su sexo y extiende una mancha en la fresca sábana de lino.
— ¡Méate! —le ha susurrado tan cerca del oído que se ha sobresaltado.
Cierra los muslos intentando no acatar esa sucia orden.
¿Sucia?
La orden la acepta su cuerpo, su mente lucha contra la humillación intentando cerrar los muslos; pero su cuerpo cede a los deseos de aquel que le proporciona el placer. Y los muslos ceden.
Mana la orina lenta entre su vulva, ardiente se filtra bajo sus muslos.
Lanzaría gritos de placer cuando la orina que parece hervir se filtra por sus nalgas y llega a bañar el ano por cursos que la piel traza invisibles y directos a los centros del placer.
La incomodidad de sentirse empapada acelera su ritmo y lanza mil destellos de placer a su mente.
Pierde de su campo de visión al hombre.
Ruido de agua.
Agua fresca baña su sexo.
Y su vientre se contrae con tres pequeños orgasmos que la obligan a morderse la lengua para no gemir.
La mano ancha y dura frota su sexo sin delicadeza, mete el agua dentro de su coño, juega con ella, la reparte, la extiende y sin recibir orden alguna, afloja la vejiga para dejar escapar unas gotas más.
Una toalla seca su sexo, la roza con más fuerza de lo necesario y se siente penetrada por el algodón.
Una palmada muy cerca del clítoris y siente que se le inflama, que toda su vagina es clítoris y allá donde él posa la mano, la enloquece.
Cuando los dedos se insinúan en su ano, ella eleva un poco la cintura. Necesita que la penetren ya, por donde sea.
Y el dedo se baña entre su vulva resbaladiza para entrar por el estrecho agujero del culo. Sólo la uña...
El hijo de puta podría meter todo el puto dedo.
Pero no lo hace, eleva sus piernas atrayéndola al borde mismo de la cama y sin sacar el dedo, presiona levemente el glande en la vagina.
Le duelen los pezones...
El pene penetra lentamente, tiene tiempo a sentir como su vagina anegada de si misma se adapta, nota hasta las rugosidades de las venas acariciar sus labios gordos, sobre irrigados de sangre.
Y mirando al techo de la habitación no esperaba que los dedos apresaran con fuerza el pezón derecho y la llevara a la frontera del dolor.
Ya no sabe como gestionar todas las ondas de placer que le llegan del ano y el coño, de los pechos y de su propio cerebro colapsado de ansia.
Su vientre se hunde por el peso del placer y los músculos de sus piernas se tensan ante un nuevo orgasmo.
Él saca el pene y por un par de segundos no ocurre nada salvo el latido de su coño hambriento.
Y con brutalidad se siente embestida.
El orgasmo parece salirle desde los dedos crispados en las sábanas.
La nuca hace presión contra la almohada y ofrece su cuello tenso, los tendones conducen el placer como los pináculos de una catedral conducen a Dios.
La tercera embestida, la lleva directamente al paroxismo que provoca que su cuerpo se contraiga repetidamente, desmadejado y abandonado al placer brutal.
Y su pubis es regado por una leche densa y caliente que los ásperos dedos extienden y arrastran por su vientre, por su vulva, por los muslos.
Se da la vuelta de costado cogiéndose el sexo con las dos manos, sus pezones aún están endurecidos, erizados hasta el deseo de ser mamados.
Él se extiende a su lado, alojando su pene ahora blando entre sus nalgas.
Cubre sus pechos con sus brazos y los jadeos de ambos es lo único audible en la habitación.
— Eres hermosa, no he conocido a nadie como tú jamás —le susurra él al oído.
— Has perdido, cielo. Has hablado.
— Vamos, preciosa... Ya habíamos acabado.
— Te dije que ni una sola palabra hasta que hubiéramos salido de la habitación o te cortaba los huevos. Y no cobras.
La Dama Oscura, saca de debajo del colchón la daga aún manchada de sangre de 666 y zafándose del abrazo del chulo, coge sus testículos y de un certero tajo los corta.
El hombre se revuelca en la cama sujetándose la herida, vaciándose de sangre entre gritos.
La Dama Oscura se viste ante el cuerpo retorcido y deja sus bragas negras de blonda entre las manos del chulo.
— Toma, contén la hemorragia con esto. Hijo de puta, no tenías que hacerme mear. Cabrón.
La puerta de la habitación se abre de golpe, con violencia. Una patada ha astillado el marco.
— Mi Dama Oscura, el primate grita mucho, los otros monos se están alarmando. Y no tengo ganas de pasarme el día matando idiotas en este burdel.
666 coge el puñal de la mano de la Dama Oscura y lo clava en el cuello del que aún se retuerce sangrando en la cama. Ahora no emite más que jadeos con las cuerdas vocales destrozadas, mientras su propia sangre inunda los pulmones y lo ahoga.
666 se enciende un enorme Cohiba, mientras admira la muerte del hombre.
— Era un buen esclavo, ha hecho que me corra seis veces —dice ensimismada y acariciándose el sexo la Dama Oscura.
— A veces pagar tiene su morbo —dice tirando al hombre que respira con un jadeo rápido y leve un fajo de billetes de cien euros.
— ¿Te has sentido humana al ser follada por el primate, mi Dama? ¿Has recordado cuando lo eras?
— He disfrutado tanto que quiero más... —responde con una sonrisa perversa y obscena.
Es excitante jugar a ser dominada y poder tomar el control. Con 666 jamás puede, la arrastra sin remisión al infierno del placer y su voluntad cede ante la carne y la maldad pura.
666 lleva la mano a su sexo y por debajo de la falda pinza con fuerza la zona del clítoris sin cuidado alguno. Los sonidos débiles y agónicos del chulo que se asfixia parecen llenar la habitación. Lleva el filo del puñal hasta uno de los pezones y hiere la piel.
La presión en el sexo no disminuye y la Dama Oscura, cierra los ojos temblando, no sabe si de dolor. Pero una pequeña gota de sangre corre por su torso desde el filo del cuchillo que corta la piel de su areola.
Un dedo brutal se desliza dentro de su sexo y se siente alzada en el aire, los pies no tocan el suelo por unos centímetros y es arrastrada irremediablemente a un orgasmo de dolor y placer que hace que sus ojos se aneguen en lágrimas.
Besa la boca de 666 mordiendo con furia sus labios y cuando otro orgasmo la sacude entera, el chulo exhala su último suspiro en la cama dejando escapar una orina muerta y sin presión.
Muere mudo como mudo folla.
— Así, mi Dama, así es como tienes que correrte —666 le muestra el dedo brillante y mojado con el que la ha penetrado.
Ella se lleva la mano al sexo, lo siente latir con tanta fuerza... Un fino hilo de fluido sexual se descuelga como una hebra de seda desde la mano.
— Vámonos de aquí, mi reina. Vayamos al infierno, allí se está más fresco.
Cuando salen al corredor, tienen que pasar por encima del cadáver de una puta decapitada, cuya cabeza está colgada de la maneta de una de las muchas puertas con el “No molesten” asomando por la boca abierta en un grito de terror.
—Me comían los celos y me aburría, mi Dama.
Ella responde acariciando su sexo a través del pantalón.
Unas palabras impronunciables abren la puerta del infierno, y una vaharada de aire fresco y húmedo los recibe.
La puerta se cierra dejando el mundo tras de sí junto con un par de cadáveres que antes no habían.


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5 de abril de 2010

La piel del alma



Qué manía más fea tengo.
A veces tiro de las pieles muertas y resulta que no lo están. Siempre me mato antes de tiempo. Me quiere, no me quiere, me quiere, no me quiere...
Me deshojo a mí mismo como si de una oronda y fea margarita se tratara.
Yo con una margarita... No jodas.
Margaritas a los cerdos.
¡Jodeeeer...! La piel estaba aún bien cogida. Duele un huevo.
Sólo estaba seca. No soy precisamente un dechado de sensibilidad, cualquier otro se hubiera dado cuenta de que la escama que colgaba aún prendía fuerte de la piel fresca e hidratada en el extremo. Una viruta de mí mismo se ha rizado entre la pinza de mis dedos, ante mis ojos vidriosos de falta de sueño. De falta de ella.
Vi una piel hace ya un par de segundos y tiré de ella, es feo ir con pielecitas colgando como escamas.
Soy coqueto.
Dolió horrores, mucho más que cualquier miembro gangrenado.
Era una piel del alma.
La soriasis del alma es una afección un tanto molesta, por decir poco, por decir lo mínimo.
Dolió tanto como un abrazo incorpóreo, de esos que se dan en el aire, allá donde desearíamos que estuviera la persona que más amamos en nuestra vida.
Los tendones se tensan en vacío y se muestran insatisfechos.
¿Es posible que el alma padezca tendinitis?
Los caballos tienen suerte cuando se rompen una pata: los matan.
Otros dicen que los sacrifican. Pero un sacrificio también es echar margaritas a los cerdos. Le da demasiada importancia al sacrificador.
Es un simple asesinato por misericordia.
Yo necesito misericordia.
También tienen suerte los equinos de no poder tirar de las pieles secas: no tienen dedos
No hay analgésicos para combatir el dolor de la piel arrancada del alma.
Ni ansiolíticos para combatir la incongruencia, la incoherencia de un pensamiento ávido de salir de este tiempo.
Del horror del alma pelada.
Desnuda y desamparada.
La hemorragia está servida, no hay apósitos que la contenga. Uno se cubre los ojos para no ver lo profundo de la herida esperando en vano así, no sentir.
Puta mierda...
Hay de todo: miedos, alegrías (0,5 %), tristezas y errores.
Tengo ganas de fumar, aunque sea a través de un filtro manchado de cianuro.
Pero me tendré que conformar con un filtro manchado de un moho gris.
Hay un color más neutro que el hastío en mi alma; hubo algún fallo en la impresión de color. Tintes que en algún momento no consiguieron colorear ninguna emoción.
Y a medida que mi alma sangra, la percepción de lo vivido adquiere un patético matiz aproximadamente incoloro.
Como las lágrimas de dolor.
Si alguien viera esta sangre desleída del alma, se preguntaría porque insisto en seguir viviendo. Hay demasiado porcentaje desabrido, sin emoción alguna.
Tiene razón...
No me extraña que el alma se haga jirones de piel seca.
Se muere de pena. Yo.
¿Se puede morir por una hemorragia del alma?
A ver: ¿cómo cojones le hago yo un torniquete al alma?
No es por no morir, es que me da asco ver todo eso que mana.
Algunas cosas no; pero es tanto lo que no quiero recordar...
Porque preferiría morir. Ya que estoy pudriéndome de dolor y frustración, no sería mucho más doloroso un buen tajo en la carótida. Aunque podría recurrir a alguna dosis extra de psicotrópicos.
¿Y si tengo un mal viaje durante la agonía? Morir alucinando mediocridades tampoco es algo como para sentirse heroico.
Ni orgulloso.
Hay pitidos de burla desde el anfiteatro.
Los del gallinero, un respeto a un tío que está hecho mierda, por favor. No duraré mucho, lo juro.
Aunque no creo que nada pueda ser peor que ver la propia alma y concluir que estás más vacío que la propia soledad.
Me voy a arrancar la piel del pene, seguro que duele menos.
Bueno, mejor en otro momento. No puedo pasarme toda la vida tirando de pieles secas.
¡Ooopss...! Por ahí va un muerto, dos, tres... Incluso yo mismo.
¿El alma nunca se sacia? ¿Tiene síndrome de Diógenes? No necesito tanta basura.
Es un gigantesco muladar
¿Es posible que el alma se sienta irritada por el tirón de la piel y me haya matado en justa venganza? Como al caballo; pero sin misericordia.
No estoy muerto. Todo duele, coño.
¿Alguna vez os arrancado una uña con unas alicates? A mí sí. Y ese dolor cuasi psicodélico y estrambótico, ahora mismo está saliendo por la herida del alma. Es sólo anecdótico, una muestra de lo que tengo acumulado.
No jodas que la muerte va a ser una prórroga eterna del dolor.
Lo mío no es la suerte. Por eso, en lugar de jugar a la lotería, tiro el dinero directamente a la basura.
Es un acto de rebeldía inmaduro, lo sé. No conduce a nada.
Tampoco hay adonde conducir.
¿Se puede quemar o de alguna manera destruir el alma y que no quede absolutamente nada de mí?
Mana ahora un color violáceo que provoca una tristeza desasosegante: son días sin ella. Pero está bien, me siento orgulloso. Al menos hay color de amor.
Ahí va otro borbotón de alma incolora. Joder... Son años de no sentir, menuda temporada. Los dinosaurios tuvieron tiempo de evolucionar a pájaros por lo larga que fue aquella era de mi vida.
Y escuece mucho. La vida (¿no era piel? me confundo por momentos) muerta es un ácido corrosivo.
Maldita la hora que se me ocurrió tirar de esta piel...
Anda, ahora sale un color turquesa hermoso.
Hay un hijo que nació y una bella criatura que está por nacer, una princesita. Hay una hermosa mujer que amo más que a mi puta alma, pero es rojo como la sangre oxigenada en las alturas. Es mi bella.
Sus piernas están tan abiertas y su sexo tan húmedo, que a pesar de esta hemorragia, aferro mi pene y le doy consuelo con un buen masaje. Golpes furiosos y espaciados estrangulándolo con el puño. Me masturbo con violencia, con la violencia con la que la amo. El glande tiene tanta sangre presionando y está tan cubierto de fluido resbaladizo que lanza destellos de barniz. Y se me doblan las piernas de un placer que no consigue imponerse del todo al dolor de la piel arrancada. Del ansia de ella.
Será casualidad, pero parece que mi polla es lo único que tiene color. No es por machismo, es porque es así.
Sólo por lo último vale la pena vivir.
Pero uno pasa cuentas, y el promedio es de lo más deprimente. La mediocridad supera con creces lo intenso. No es un buen negocio seguir invirtiendo tiempo en vivir.
Pero ese rojo y ese turquesa...
¿No va a parar nunca de sangrar el alma? Yo creo que hay más alma que sangre. Con razón me siento tan cansado: el peso.
Hay otra piel, tira de ella a ver si consigues vaciarte de una vez por todas y podemos escapar de aquí. Me digo yo mismo sin reconocerme.
Esto no es dolor, ya se ha superado la fase física, ahora es una angustia que se escapa de mi boca como un pequeño jadeo histérico.
La náusea se encuentra en algún lugar de mi cuerpo que bien podría ser el corazón. El cerebro también, porque me duele la cabeza... Alguien diría con cierto sarcasmo, que en mi sexo, que soy muy carnal y simple. No me avergüenzo.
Lo que me avergüenza es esta hemorragia toda gris.
Sacrificaría mis mejores momentos por tener amnesia de todo lo malo.
No te rindas, coge los mejores y muérete ahogado en ellos.
Ojalá fuera tan valiente y pudiera acabar con todo lo gris; pero el rojo y el turquesa obligan a mis células a seguir viviendo. No obedecen a mi voluntad de morir.
Posiblemente sólo sea cobardía, y esté montando este triste espectáculo para ocultar lo miserable que soy.
Tal vez, esos colores vivos sean los clavos al rojo a los que me aferro a la vida.
Hasta la metáfora deja mucho que desear. El olor a cerdo quemado no es nada agradable.
¿Es que no hay salida? ¿No podría simplemente taponarse la herida por si misma y dejar de mostrarme lo que sé de hace ya milenios? Es que odio la redundancia cuando no tiene efectos literarios.
¿Y si vaciara el alma de lo bueno y lo malo para poder seguir viviendo ya más relajado lo poco que me queda de vida?
Esto es una estupidez, el alma sólo sangra y duele, no se vacía de nada. Podría estar derramando tristeza toda la vida sin sentir el más mínimo alivio a la presión.
Alguien que muere descansa completamente. Es un dato a tener en cuenta.
Estoy en un buen problema: sin sus palabras de amor, me muero. Es así de simple.
Todo lo demás es pesadilla.
Si una piel duele, sopeso lo que puede ser cortarse una arteria o vena. No tengo a nadie que me amordace para evitar que lance a la humanidad mi grito de dolor si el tendón se cortara retrayéndose entre mis carnes. Como un cable de acero que se parte por dentro y corta músculo y alguna entraña.
¿La carne se seca como la piel? Soy un tronco hueco, podrido.
Una vez se me rompió un hueso y cuando cierro los ojos sin poder evitar rememorar aquello, aprieto el puño con fuerza para sacarlo de mi pensamiento.
Algo me cortaba la carne desde dentro con cada intento por mover el hueso. Hubiera deseado que me hubieran pegado un tiro en la cabeza como a un caballo.
¿Cómo puedo amarla tanto y no sonreír?
Bueno, hay momentos en los que inevitablemente te quedas solo. Desprotegido sin sus palabras de amor, sin sus caricias y sin sus besos. Y la sonrisa, simplemente se pudre.
Ella conjura la iniquidad.
Es cuando no está que los monstruos vienen a por mí. Y están furiosos.
Y tiro de pieles muertas que son cicatrices de sus desgarros.
Es un círculo vicioso y pobre de aquel que tire de una piel que no está del todo muerta. Le pasaría como a mí.
No es un buen asunto. Insisto.
No quiero morir con un grito. Quiero morir solito, como he vivido.
Me da vergüenza morir delante de nadie. ¿Y si alguien coge mi cadáver y hace un número de ventriloquía metiéndome una mano en el culo y sujetando mi fría mano muerta?
Quiero morir arrastrándome a algún agujero cavado en el suelo y enterrarme como un huevo de tortuga.
Esto va a peor... Cada vez me hundo más.
No debería profundizar más allá de la epidermis.
El color rojo del friegasuelos es cautivador.
A lo mejor tiño el alma con algo más de color.
Brindo por mi alma gris salpicada con algún lunar de color (0,5 %).
Creo que no ha sido una buena idea: me está abrasando por dentro, como si me hubiera arrancado una piel del paladar.
Pero no pienso vomitar, soy tenaz.
Me da mucha pena el caballo muerto con su pata rota.
Con su piel del alma aún prendida en sus cascos.
Da pena no recibir un tiro, es patético morir envenenado de friegasuelos.
Yo no uso esas cosas.
Ahí os quedáis, yo me voy.
Salud y muerte (son compatibles, creedme).



Iconoclasta

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