Powered By Blogger

25 de febrero de 2010

El amor es una mentira


Arden, son hogueras rojas.
No pueden evitarlo, su propio amor los condena, los cuerpos se retuercen en un magma que funde las almas e incinera todo lo que les es ajeno.
Quisieran morir en ese instante y eternizar el momento, ser supernovas en el espacio devorando la oscuridad, rasgando el manto negro con vanidad, iluminando todo lo oscuro y lanzando susurros de amor al infinito. Seres de fuego en una debacle autodestructiva.
Dos soles colisionando... No puedes mirarlos sin sentirte miserable.
Sin sentirte desgraciado. Poco afortunado.
Pues no son para tanto, esto es una mierda.
Fumas un cigarro y miras a otro lado, lejos de estas letras: esos seres no existen. Es paranoia pura. Antes se ponían hasta el culo de láudano los poetas; ahora aspiran tóxicos cristales que le dan otro decorado a las mismas mentiras.
Literatura cargante.
El amor es sólo una reacción fugaz; el espejismo de un sexo ávido, una sacralización banal y facilona de la cópula.
Todos quieren darse importancia, meterla en caliente con elegancia y exclusividad.
Estoy harto de tonterías.
La tengo dura, nada más.
Toda otra consideración es un delirium tremens de un alcohólico que vomita negro; el hígado podrido.
Nadie ama así, no se puede. No hay cerebros preparados para ese grado de entrega. Ni siquiera hay amor.
No existen los ángeles, somos bestias, y cuando la follo salvajemente no la amo. No la jodo con palabras de ternura. Me clavo a ella queriendo arrancar hasta su último aliento embistiendo su coño divino, bañando su piel con mi saliva espesa. Un peligroso animal.
El amor no es divino aunque los tontos se lo crean; sólo lo que tiene entre sus piernas es lo bendito.
Soy un homínido escribiendo de amor-ficción.
Todo es tan cándido y yo tan asesino...
Me pregunto qué cojones hago en este mundo, en este lugar aséptico donde hasta los aromas son artificiales. Donde se llama amor a la penetración, a las felaciones y a un vientre que se contrae impúdico.
Para joder no necesito palabras bellas, sólo mi rabo duro.
Estoy cansado de tantas flores y fuegos y mares y luces y oscuridad.
Y plumas que se hacen llamas al acercarse al sol.
Y cometas...
Un segundo más mi bella, un instante para ser hombre.
Soy un accidente en medio de todo este planeta plagado de amor.
No adoro a nada ni a nadie.
No hay una música suave acunando mis pensamientos. Es un rugido de tambores de guerra, una voz que clama y no cesa, que escupe gotas de sangre en el micrófono.
Yo no me mezo en una suave melodía, lanzo los puños al aire, y muestro obsceno mi vello púbico acariciándome ante los enamorados ardientes. Pateo el suelo aplastando vida.
Escribiré las crónicas de lo aberrante, de pieles arañadas.
Salmo del no amor nº 5: Lamo su coño de arriba abajo, de izquierda a derecha.
Soy la brutalidad.
Una música atronadora que canta del sexo de las drogas, de adorar al diablo y escupir a dios. Soy las guitarras que hieren los oídos de los melifluos. Soy la voz rasgada de un vocalista borracho.
He clavado la pluma en la pared con cierta ira. Un ira venenosa...
Estrangulo mi pene. Miradlo gangrenarse.
El morado del glande colapsado de sangre es el mismo que el de mi pensamiento. Un oscuro púrpura de fluidos sin retorno.
Todo es polla, todo es coño.
Y todo en mi boca.
El mundo es su vagina desflorada ante mí por sus propios dedos. Obscena, vesánicamente sensual.
Entre sus piernas separadas tiene clavado un cosmos profundo.
Soy un astronauta furioso, ingrávido entre el semen que se me escapa por el puño. Que se congela en el espacio
Me masturbo en las más sórdidos galaxias, regalando vida a planetas muertos. Sin amarlos, sin amar a nada ni a nadie.
Eso soy, una bestia de semen y carne. De deseos pornográficos. Sin un solo ápice de sensibilidad.
Miro tu coño escupiendo a un lado.
No te puedo amar, no entiendo las frecuencias del amor, mi oído es demasiado básico. Primitivo.
No soy nada, sólo un animal.
Lo excelso es una mentira lírica redactada con gracia.
Pero no me río.
¡Si sólo quiero joderte! Metértela hasta que te sientas reventar, que abraces tu vientre en un placer que no puedes retener.
¿Quién quiere el puto amor? ¡Coño!
¡No....!
Por favor...
La tinta hierve.
Piedad...
La pluma se deshace, se derrite clavada aún en la pared. Explota el aire.
Mi bella... Dame un respiro deja que viva como hombre.
Sólo una vez, un instante para recordar lo que una vez fui.
Ya no recuerdo cuanto hace que fui hombre, cuánto tiempo vago buscándote.
Ahora que estás, que esplendes, estoy cansado, necesito ser lo simple.
Ha sido tan largo, tan estéril creer en ti y no encontrarte.
No tires de mí aún.
El papel se retuerce carbonizado entre mis dedos.
Mi bella, sólo intento, quiero ser un hombre vulgar.
Quiero vivir el último vestigio que quedaba de mí, mi pequeño cerebro de reptil. Es lo único que me has dejado.
Mi piel... El amor hace cenizas de ella.
No quiero toda esa profundidad, dame un segundo más antes de ser tuyo, un instante de locura humana antes de que seas yo.
Ya no... No hay brutalidad, mi bella, mi supernova.
Sólo quería ser...
Ya no... No sé, mi amor.
Todo arde a mi alrededor y soy fuego. Tu tremendo fulgor es un canto de sirena en lo silencioso y oscuro.
Voy a ti, sin pensar.
Sólo he de impactar en mi bella; nací con ese fin.
Lo que fue hombre arrastra ahora una cola de polvo y gases extraños, vapores de vidas incineradas. De mundos que fueron.
Un espermatozoide estelar en busca del óvulo de la luz...
Cometas nos llaman.
Malditos poetas...
Vuelo a ti, sucumbiré en ti y ya no habrá más hombre, ni más mujer.
Seremos eternos, viajaremos a través de la eternidad.
Crearemos la eternidad.
Siento lástima de aquel bruto, de su corta vida. De su desespero de amarte en un cuerpo insignificante. Arde como el papel y su sangre hierve como la tinta.
Soy vapor y soy polvo. Y soy una masa de eones cristalizados dirección a ti.
No soy nada ya, soy tú. Soy vida en ti y mi carne ya no es.
Somos cuánticos, inexpresables, incalculables.
Hagamos la eternidad, mi bella.
Revista Cosmos Ciencia.
El telescopio sonda Nexus KL, ha descubierto recientemente el choque de un cometa contra una enana blanca en el espacio profundo de la galaxia en espiral Desideral.
Se estima que la colisión ocurrió hace veinticinco millones de años.
Su luz barre periódicamente los diversos sistemas de asteroides. Y las Flechas de la ira (una zona de grandes agujas de amoníaco congelado). El colosal impacto creó una estrella de una magnitud quince veces superior a la del sol.
Posiblemente es uno de los descubrimientos más lejanos del cosmos.
La eternidad es el único recurso que tiene el cosmos para crearse a si mismo.

Y para destruirme antes de nacer en ella.
Como un reflejo en sus ojos oscuros.
Abismales.


Iconoclasta


Safe Creative #1002255619937

19 de febrero de 2010

Meones



Vamos a ver, yo no padezco Alzheimer, aún no. La culpa es de ella. La amo tanto que confundo mis necesidades e instintos y cuando creo tener ganas de orinar, resulta que lo que quiero de verdad es que me toque.
Follarla más concretamente.
Soy un hombre simple, primitivo, sí. Pero su hermosura y su sensualidad son desmesuradas. A cualquier hombre en mi lugar le pasaría lo mismo independientemente de su CI (Coeficiente intelectual). Pero si hubiera otro hombre en mi lugar, le arrancaría los intestinos. Soy macho territorial, sólo era una hipótesis. Que nadie sonría, que nadie se fíe.
Mi CI es muy bajo, lo cual me ayuda a ser completamente carnal. Cosa de la que me precio.
La obscenidad es un buen desahogo a la esclavitud del amor.
Me sucede cuando creo necesitar orinar y prolongo el momento más de lo necesario: acaricio el bálano durante más segundos de lo que es correcto para estimular la micción. Y no es correcto estimular la micción con caricias, es una burda excusa para justificar mi obsceno deseo.
Pensando continuamente en ella es normal que cuando meto la mano en la bragueta para sacar el pene y mear, acabe deseando masturbarme.
O que me masturbe ella si anda cerca.
No puedo evitar evocar como sus preciosos dedos trabajan para sacar este cavernoso músculo duro y tenso de entre la prieta ropa del pantalón.
El amor es joder, darle una mamada a su coño y que sus dedos me saquen la polla frente al inodoro. Mis sesos socarrados de su amor, a veces no distinguen entre una meada o una corrida. El romanticismo nace directamente en los cojones.
— ¡Mi bella! Ayúdame por favor, se me han dormido los dedos y no me puedo bajar la cremallera. ¡Me estoy meando!
Y viene corriendo, en parte para evitar que siga gritando y me oigan los vecinos. En parte porque es tan lujuriosa como yo.
Nos amamos como las bestias del mismo grupo taxonómico se encuentran para perpetuar su especie: feroz y lascivamente.
Somos la auténtica evolución adaptada al medio.
No me excita la orina, sino el hurgar entre las ropas buscando el sexo palpitante.
Me excita mi urgencia por desahogarme y la urgencia de ella por liberar lo que ella misma crea.
—Deprisa mi amor, me meo...
Y ella sonríe mordiéndose el labio inferior con ese toque de descarada y falsa timidez que nos enloquece a ambos.
No importa la elegancia, importa ese momento de nervios, la lucha de los largos dedos que amo por sacar de su encierro el falo erecto y brutal que apenas se puede dominar.
Había un juego de niños en el que se jugaba a ser cirujano y se tenían que sacar los órganos de un muñeco de cartón sin que sonara un pitido.
Yo soy un muñeco de carne, sangre y amor. Con una polla totalmente erecta que constituye un reto a la habilidad de mi bella; pero más discreto, no tengo un timbre que la asuste. Y si lo tuviera, lo haría sonar constantemente, la muy bella, sólo para reírse. Porque aparte de mamar, ríe como un ángel.
Sus largos dedos se sumergen en la bragueta y a veces arañan mis testículos, un breve dolor que se convierte en un adelanto de placer, en una muestra del ansia del momento.
— ¡Ay! —me quejo con incontrolada lascivia.
Y ella acaricia los testículos por un momento.
—Perdona, mi amor.
Y me tiemblan las ingles.
No hay ganas de mear.
Soy primitivo y salvaje.
Es por estos pequeños detalles por los que me acaricio el bálano para excitar la salida de orina. Y la micción se retrasa y se retrasa...
Y es preciso pedirle ayuda. Como ahora.
Es tan aplicada la muy...
Y debo “sufrir” la urgencia de ¿mear? gozando de la calidez de sus dedos, de sus uñas provocándome pequeños arañazos en la piel. Sintiendo como las venas de mi polla laten contra sus dedos y se sienten agredidas por sus uñas.
La verdad es que no me acuerdo de mear, sólo oigo sus pequeños jadeos de esfuerzo por sacar el pene.
Y cuando llega el momento cumbre cuando se decide a aflojar el cinturón para desabotonar la cintura del pantalón, me pregunto porque coño estamos en el lavabo.
Soy tan primitivo...
Cuando baja la tela y se encuentran mis genitales más accesibles bajo la suave tela del calzoncillo, mi pene se extiende en el tiempo y en el espacio y desearía golpear sus traviesos dedos con él.
Castigarla por el placer que me arranca desde los intestinos mismos y que parece arrastrar por el interior de mi polla para explotar en tres dimensiones y multicolormente en el glande ya amoratado, colapsado de sangre.
Mis cojones están duros y contraídos a esas alturas, y si me diera un beso en los rasguños, si deslizara la lengua por ellos para calmar el escozor, explotaría como un globo demasiado hinchado.
Ella me hace precoz.
Y por eso cuando consigue dejar desnuda la polla, la coge con fuerza con el puño y la estrangula. Está tan ansiosa como yo lo estoy por metérsela.
Es mala... Da un fuerte tirón de la piel hacia atrás y deja al aire un glande recubierto de una gruesa película de resbaladizo flujo.
Sabe que es por ella y para ella, para follármela de tal forma que parezca que me deslice dentro de su coño en caída libre.
Y la sacude...
— ¡Vamos, haz pipi! —dice sonriendo como si fuera una inocente mamá.
Me la comería a besos. La penetraría por detrás obligándola a que apoyara las manos en el lavabo.
Pero tengo que mear, me urge.
¿Seguro que quiero mear?
—¡Vamos! No tenemos todo el día —dice sacudiendo con fuerza mi pene brutalmente endurecido.
Yo no puedo soportar las prisas, reacciono extrañamente y mal.
En lugar de orina, sale una placentera leche, caliente y cálida que salpica graciosamente su rostro.
Es curioso el poder de mi bella para confundir mi organismo, mi instinto.
La haría madre aquí mismo, en el lavabo. Mordiendo su cuello tenso como una bestia en celo.
Me tiemblan las piernas mientras ella aún masajea mis testículos, provocando que me vacíe completamente.
—No me extraña que tuvieras prisa, amor. Lo que ha salido de ahí.
—A mí también se me han dormido los dedos ahora. Y me estoy meando —dice vengativa.
—Pobre... —me compadezco.
Levanto su falda y me encuentro con unas negras braguitas de encaje y noto que están mojadas. Mis dedos son torpes y toquetean más de lo aconsejable su vulva ardiente. Sus muslos parecen sentir un escalofrío y se separan con un líquido murmullo.
Y bueno... Un poco más calmado, le beso su delicioso coño para excitar la micción. Arrodillado frente a ella, con la lengua.
Aferrando sus nalgas con fuerza para apretar mi cara en su sexo.
Ya sé que la micción no se estimula así (en algún momento he concluido que soy primitivo o algo así).
Estoy enamorado y caliente; pero aún controlo.
—¡Meona! —le digo amablemente por no llamarla puta.
Me pone tan caliente...
Ha cerrado los ojos cuando mis dedos se han sumergido chapoteando en su vulva.
No sé, me parece que ella tampoco va a orinar.
Nunca imaginé que el acto de mear pudiera “degenerar” en algo así.
Es una deliciosa complicación amar y mear.
Aunque de mear, al final, nada.
Con lo fácil que sería follarla encima de la lavadora...


Iconoclasta

Safe Creative #1002125506480

10 de febrero de 2010

El Follador Invisible en las carreras de motos



No, no siempre me muevo con nocturnidad y con víctimas aisladas y solitarias. Hoy me encuentro en una concentración de moteros que acuden a un campeonato mundial de motociclismo.
Ruido... Me irrita.
— ¡Yo es que llevo la gasolina en la sangre! —grita un motorista haciendo tronar el motor con el puño en el acelerador.
Da un largo trago a la lata de cerveza y le ofrece el casco a su amigo.
—Voy a hacer un caballito que te vas a cagar.
Pasa una pierna por encima del asiento como un experimentado cowboy sube a su caballo. Empuja con los pies la moto hacia atrás para encararse en la avenida del pueblo que hace las veces de pista de exhibiciones para los fanáticos moteros. Acciona el embrague, con la puntera de la bota mete la segunda marcha y vuelve a subir las revoluciones del motor; cuando parece que el motor va a estallar; suelta el embrague y la moto sale disparada. En un instante la rueda delantera se eleva y el motorista pega el pecho en el depósito entre chillidos, pitidos y aplausos de desconocidos eufóricos llevados por la fiebre de la gasolina, el motor y la cerveza caliente y barata.
Algo vuela por el aire, sale de entre las cabezas de la muchedumbre.
Se trata de una botella de cerveza que da en la cabeza del motorista sin romperse. Se rompe cuando toca el suelo, sólo en las películas se rompe una botella en la cabeza.
Donde hay grandes concentraciones de ganado humano, además de cerveza agria y meados siempre hay cosas por el suelo que pueden servir para hacer daño.
La he lanzado yo, entre mis habilidades no figura la puntería; pero todo lo que se trate de hacer daño se me da bien.
El chico parece no sentir nada en un primer instante; pero su cuerpo está lacio en la moto. La máquina planta la rueda delantera en el asfalto, el manillar se cruza y la rueda de atrás se encabrita lanzando al motorista al aire. La moto acaba enterrada entre un grupo de espectadores demasiado prietos y compactados para poder esquivarla. Gritan ayuda.
El motorista ha sentido un crujido espantoso en el cuello al caer y no le duele nada, sólo siente frío.
Aunque la mayor parte de los borrachos acuden a ayudar al grupo que ha sido embestido por su moto, puede ver pies que se acercan hacia él.
— ¡Sobre todo no lo mováis! Fijo que tiene algo en la columna. ¿Veis? No se mueve.
No puede girar el cuello, no sabe si los dedos de sus manos se mueven. El miedo inunda su mente como un fluido oleoso y pegajoso que la impregna.
Un manto negro que le enturbia la visión.
Y que a mí me excita, me la pone dura, me acelera el corazón y hace patente mi superioridad.
Antes de que aquellos tres pares de botas de motorista lleguen hasta él, percibe que alguien se ha adelantado cogiéndole por los pies.
— ¡Tío no te muevas! No hagas eso –gritan los que se dirigen a auxiliarle.
“Sí, para moverme estoy yo”; piensa el chico roto. En su campo de visión, aparece una porción de su propia pierna. Alguien le eleva las piernas.
— ¡Que no, joder! ¡No te muevas y tranquilízate!
“¿De qué coño hablan?” se debe preguntar, yo lo haría.
Entre el grupo embestido por la moto, una mujer grita por su mano; se ha convertido en un muñón sangriento del que cuelga por una tira de piel el dedo pulgar. Los radios de la rueda trasera le han triturado hasta la muñeca.
Chupas de cuero negro y sangre...
Yo con mi invisibilidad y vosotros con vuestra gasolina y motores.
No necesito máquina alguna para sentirme poderoso, idiotas.
Las piernas del motorista suben en el aire de forma imposible y la misma fuerza, mi fuerza, eleva la espalda rota desde el suelo y luego, doy una fuerte sacudida, como si aireara una sábana. La sacudida hace que se desconecte la vida.
Ya se sabe que a un lesionado medular no se le puede mover sino es con mucho cuidado. A veces mi ego no puede evitar alardear de este poder ante la multitud. Cuando he elevado sus piernas y pegado un fuerte tirón de ellas, hacia arriba y atrás, he sentido en mis manos como se han seccionado todos los nervios, como se rozaba la columna vertebral entre sí en el punto de fractura.
Están todos demasiado borrachos y el subidón de adrenalina de alto octanaje siempre quita lucidez a sus ya de por si, mermados cerebros.
Se han apelotonado en torno al cadáver sin saber bien qué hacer. Está más seco que la mojama. Deberían llamar directamente al juez para que levante el cadáver.
Cuando lanzan gritos como una manada de chimpancés pidiendo una ambulancia, me aburro y miro a mi alrededor buscando mi próximo juguete.
Un tipo choca conmigo y casi me tira al suelo, se queda perplejo al haber topado contra el aire y yo con un mal humor venenoso, le clavo un buen puñetazo en los huevos.
Ruido y gente apiñada, hoy me siento sociable.
Las nenas que acompañan a algunos de estos moteros, visten faldas cortas y ajustadas, mi pene se endurece por momentos.
La invisibilidad comporta una maldición, ni yo mismo puedo ver mi polla. Es un poco frustrante. Tal vez sea ésta una de las razones por las cuales me siento tan rabioso y hostil hacia vosotros, los visibles.
La pelirroja me gusta, está sentada junto a una morena de pantalón vaquero con deshilachados cortes en las nalgas. Sorben de una botella de cerveza mirando con los ojos acuosos las evoluciones que hacen los amigos del motorista muerto.
Las bragas de la pelirroja son rosas y un vello rizado y negro sale por los camales. Me he arrodillado delante de sus piernas para observar su coño; si alguien me hubiera podido ver, se hubiera creído que estaba rezando a su sagrado chocho.
Me siento a su lado, en el bordillo de la acera.
Cuando la cojo por la cintura y la coloco encima de mis piernas, la amiga le pregunta con una carcajada idiota:
— ¿Qué haces?
Le he tapado la boca y estoy seguro de que sus ojos horrorizados, piden ayuda a su compañera.
No me cuesta nada apartar las bragas a un lado y separar sus piernas con las mías.
— ¡Qué guarra, Vero...! —ríe la ebria amiga al ver como se abre de piernas.
Con la mano libre, le estoy pinzando el pezón con tanta fuerza que siento como se endurece por la falta de sangre. Las contracciones de su dolor reverberan en el coño por el que mi polla se está abriendo paso.
Cualquiera que la vea de frente, verá como su vagina está extrañamente dilatada y sus labios se adaptan a un vacío cilíndrico.
La amiga se levanta y cogiéndola por los hombres intenta que se ponga en pie. Le apreso el tobillo y tiro de él, cuando cae, la arrastro para aproximarla a mí hasta que puedo golpearle la nariz con el canto del puño un par de veces; se la he roto y el shock la deja atontada.
El ruido de las motos no cesa, cientos de idiotas aceleran y aceleran y aceleran...
Los intentos de la pelirroja de bote por librarse de mí no hacen más que estimular más el pene y mis cojones palpitan ante la proximidad de una eyaculación.
Las motos vuelven a circular, y me da igual que grite, es más, quiero que grite.
Algunos miran a mi puta con sus hermosas piernas separadas y elevadas unos centímetros del suelo, sin atreverse a meter donde no les llaman; al fin y al cabo parece una tía demasiado pasada de rosca y nadie se extraña que grite sola levitando a un palmo de suelo. Ni que llore. Ni que el miedo que siente sea tan irracional como el de una gacela agonizante que cuelga por el cuello de la boca de un león.
Su coño está seco, estresado, pero mi invisible pene está tan baboso que lubrica por los dos.
La tengo cogida del cabello y deslizo la otra mano bajo la camiseta para acariciar los pezones, no se ponen duros. Debería relajarse y dejarse llevar por la inesperada y grata situación...
No quiero que sienta placer alguno, sólo me interesa el mío y cierro el puño en su teta gorda y siliconada clavando las uñas.
Grita tanto que empieza a llamar la atención de borrachos atentos a caballitos y quema de neumáticos.
Ahora tengo la mano en su pubis y el dedo masajea su clítoris blando y casi inerte, me excita su terror y su total ausencia de placer.
Busco su ano.
—No, no, no... —grita y llora cuando siente la presión entre sus nalgas.
Ahora la inmovilizo con ambos brazos, y mantengo aún sus piernas abiertas e inmovilizadas con las mías. Mi glande presiona en el ano, el músculo está demasiado contraído; mejor así, el placer, el mío, será más intenso. Cuando se la meto con una fuerte embestida, saltando sobre mi culo, lanza un grito y siento algo viscoso resbalar por mis cojones, se ha debido rasgar y sangra.
Pasa a menudo cuando violas a una visible por el culo.
Ahora es el único momento en el que mis cojones y mi polla pueden ser visibles, cuando la carne se tiñe de rojo espeso. De mierda de sus intestinos.
La propia sangre propicia que todo el bálano entre por ese músculo ahora herniado, mi pene es una ariete aplastando y compactando la mierda en sus intestinos y éstos ahora se han transformado en una extraña morcilla dentro de su vientre.
Cuando me corro, susurro en su oído:
—Pelirroja, cuenta con orgullo que el hombre invisible del universo, te ha petado el culo.
Me pongo en pie tirándola a un lado y mi pene es visible, está vestido de sangre y me lo acaricio...
Las caricias limpian la sangre y dejo de ver mi polla diosa.
Le arranco la ropa y queda desnuda en la calle ante los atónitos ojos de una veintena de espectadores. A mi espalda no hay nadie, la acera es demasiado estrecha.
Al fin, dos mujeres se aproximan hacia la pelirroja.
Antes de que lleguen, la agarro por el teñido cabello con el puño para ponerla en pie y le estampo la cara contra la farola, para que se le rompan los dientes, los labios y la nariz.
Para que se joda.
Y otro más para que no se le olvide jamás este día de motos y gasolina.
Me siento el puto dios, el dueño, el amo.
Si un día me volviera visible, me cortaba el cuello.
Cuando los hombres y la mujer llegan a ella, yo ya me encuentro andando entre la manada con el cuello de una botella rota. Una de tantas que hay por el suelo.
Nadie se fija que una botella vuela a baja altura entre la gente.
No tengo interés alguno en hacerme famoso, no soy un tío que necesite el reconocimiento de nadie. Yo no necesito esa demostración adocenada de poder. Soy un hombre seguro de sí mismo. Muy sencillo.
Conforme avanzo entre los hombres y mujeres, el vidrio rasga varios muslos muy cerca de las ingles, sé que ahí está la femoral. Son tantos que no distingo a quien corto, sólo doy rienda suelta a mi poder y dejar mi impronta en sus vidas.
La última femoral pertenece a un motero barbudo con casco de soldado alemán de la segunda guerra mundial. Se lleva las manos a los cojones con incredulidad, intentando comprender de dónde y porqué mana toda esa sangre.
Su compañera intenta sostenerlo en pie, pero en pocos segundos cae al suelo. La arteria femoral, en cuanto la abres, vacía el cuerpo de sangre a una velocidad de vértigo.
Una vez, después de haberme tirado a una adolescente en su casa delante de los cadáveres de su padre y su madre, le corté con una buena navaja la arteria femoral, la sangre salía como una fuente, luego se acompasó con el latido del corazón, borbotones de sangre de mayor y menor caudal y luego, tras quedarse pálida, dejó de respirar. Le besé sus jóvenes labios muertos.
Me meto en un atiborrado bar empujando y pegando puñetazos, lo que crea una buena cantidad de peleas. Hay navajazos entre dos idiotas. Del expositor de tapas de la barra cojo un plato con empanadillas y otro con pulpitos a la plancha, hay demasiada gente pendiente de las peleas y demasiados borrachos.
Me retiro al extremo libre de la barra, el lugar acotado por el camarero para preparar las bandejas para las mesas.
Es gracioso, se ha quedado pasmado al ver como parte de una empanadilla flotante desaparece en el aire.
Yo diría que no tiene cojones para a acercarse al plato. Mejor, porque si se acerca le clavo un ojo en el grifo de la cerveza delante de todos los borrachuzos.
Las empanadillas no valen una mierda y los pulpitos están acartonados. Los lanzo contra el suelo con estrépito.
Me voy. Avanzo hacia la salida golpeando a cuantos puedo. A una tía le he subido la falda vaquera y he metido la mano dentro del tanga, está depilada, hundo un dedo en el coño, pero no está húmeda. Se ha quedado muda, mirándome directamente a los ojos sin saberlo. Le lamo los labios. Sus ojos se humedecen de miedo. Es un momento mágico en los que los empujones de la peña no nos afectan.
Me quedaría horas frente a ella, observando su miedo, maltratándola, haciéndola gritar de pavor y confesándole que soy un hombre invisible y que ha tenido la mala suerte de dar conmigo.
Pero siento el olor rancio de todos estos idiotas insultando mi olfato y salgo del antro.
Me dirijo al recinto del circuito donde muchos de ellos están acampados para pasar la noche. Es un lugar lleno de barro y basura, al que he llegado subido en el sidecar de una Harley. Imagino que el madurito que conduce se dirige allí para buscarse una chavala joven que se la mame por unas invitaciones en los bares y unos euros de propina.
A este idiota no me lo cargo. Parece una manía, pero matar así sin más, me parece aburrido, lo bueno de matar y hacer daño, es que a la víctima la enloquezca el miedo a lo que no ve, a lo desconocido. Y aquí en medio de este campamento de gente sin dinero, en el que muchos se sientan en el suelo comiendo su bocadillo de mierda, no me apetece descuartizar al maduro motorista.
A mí me dan morbo las tiendas de campaña en las que normalmente, un desgraciado sin recursos, va con la zorra más tirada de su barrio para follársela con la excusa de la gran pasión por el mundo del motociclismo.
El olor de este lugar es asqueroso, en lugar de usar los lavabos portátiles, cagan y mean cerquita de sus propias tiendas y gran parte del barro es orina y mierda.
Miserables que no tienen para pagarse un hotel y no tienen el más mínimo sentido de la higiene.
En una pequeña tienda iglú escucho risitas de hombre y mujer, así que entro en ella ante el asombro de la pareja en la penumbra que crea un farolillo de gas. No entienden como puede abrirse la cremallera de la puerta como por arte de magia.
Veréis, soy el follador invisible y esto no quiere decir que sea una máquina follando. Con la corrida que he tenido con la pelirroja tengo bastante para unas horas.
Lo único que quiero es distraerme, y no diréis que no resulta morboso pillar a una tía en pelotas, con el coño aún dilatado por el pene de su novio y hacer lo que quieras con ella.
Así que primero le pego una buena patada en la cara al hombre, cojo la pequeña bombona de gas del fogón portátil y le golpeo la cara a la chica, parece morena, pero no os lo puedo asegurar, porque la luz es muy tenue.
Da igual, no la voy a matar, sólo le voy a hacer mucho daño.
El primer golpe le ha aplastado la nariz, el segundo ha roto varias piezas de los dientes, la cojo por el cabello y la enfoco con la linterna: sus labios son una pulpa sanguinolenta entre la que sobresalen trozos de dientes rotos. El pómulo tiene una fea brecha y la nariz sangra por la fractura abierta.
Si alguna vez fue guapa, mejor será que tenga fotos para recordarse como era antaño.
El hombre se está levantando y le doy una patada en los cojones.
La chica está gritando, escupiendo sangre. Ver la sangre chorrear por sus tetas me excita, le doy otro golpe con la bombona y se rompe la mandíbula.
La gente se acerca, atraída por los gritos.
He de confesar que me estoy masturbando, la sangre ahora le baja por el vientre para perderse entre la mata de vello del monte de Venus.
Están demasiado cerca, no me da tiempo a correrme.
— ¡Eh, hijo de puta, coge esto o te arranco el corazón!
Y el chico que se encuentra hecho un ovillo con las manos en los genitales, obediente coge la bombona que flota en el aire. Su chica ya ha perdido el conocimiento.
Cuando abren la puerta de la tienda, linternas en mano, ven al chico con la bombona ensangrentada entre las manos.
—Sal de ahí, cabrón —dos hombres con el torso desnudo tiran de él para sacarlo de la tienda.
Una mujer demasiado madura para ir con ropa tan ajustada se ha apresurado a cubrir a la víctima y telefonear a la policía.
Acabo de masturbarme allí, ante el apetecible culo de la auxiliadora, sopesando si metérsela hasta que llegue la poli.
Pero ahora no hay intimidad, hay demasiada gente cerca de la tienda.
Así que salgo de la aquí metiéndole mano en el culo y con la polla goteando invisible semen.
Tengo todo el tiempo del mundo, la fiesta no ha hecho más que empezar, queda toda la noche y todo el día de mañana para seguir jugando con ellos.
Cuando seáis invisibles, comprenderéis que son cosas inevitables estas que hago.
Ya sé que no es de risa, pero si vieseis la cara del novio de la chica... Está tan histérico, que les ha costado dios y ayuda arrancarle la bombona de gas de las manos.
Y tiene una polla minúscula.
Debería meterle la mía en la boca para que supiera lo que es un buen rabo y así acabar de destrozar su pequeño cerebro.
Da igual, tengo más, tengo muchos más visibles con los que divertirme; toda la vida.
Nos veremos; bueno, es un decir, yo os veo.



Iconoclasta

Safe Creative #1002105496091

4 de febrero de 2010

Rayos y truenos



Cabrón... Es inconfundible y majestuoso. Cuando aparece, ni siquiera la vida es capaz de ofrecer sus aromas, éstos se retiran para dar paso al ozono, su negra capa.
Desgraciado y majestuoso rayo... Cuando aparece eclipsa la vida. Literalmente tenemos que tragarlo nos guste o no.
Eso es poder.
No soy un rayo, no soy pura energía incontrolada que sin más metafísicas, sólo crea admiración y horror.
Impacta...
Se permite el lujo de quedar fijado en nuestras retinas de modo exclusivo, violando la libertad de no mirar. Le dedicamos unos segundos de total atención. Más de lo que le dedico a muchas personas. Si sumáramos ojos reflejando el rayo, el total es una larga vida.
Nadie se ríe del rayo y éste no se equivoca. Caiga donde caiga todos quedan prendidos de su majestuoso trazo y lanzan un prolongado asombro. Se contiene la respiración ante el voltaico poder cuando rompe la noche o hace oscuro el día.
Respiran aliviados de no haber sido carbonizados.
Lo quieren fotografiar, tener un recuerdo de esa ira planetaria, del desahogo de la atmósfera.
Las nubes son peligrosas cuando están de parto. Nos odian a todos por igual.
Es estúpido querer ser rayo, no tiene ningún sentido. Al rayo no se le puede achacar característica humana alguna, no vive lo suficiente para aprender. Es un aborto, una vida que estalla por algún error de cálculo.
Sin embargo, es el poder máximo, una fuerza devastadora, la gloria concentrada en trillones y trillones de electrones en unos segundos.
Y luego viene el trueno, el lamento de las que han visto a su hijo morir desintegrado buscando la tierra donde fijarse, sin poder formar materia orgánica. El grito de las madres-nubes que hace temblar paredes y suelos. Que provoca que los seres vivos cierren los ojos y deseen que se calle, que no grite tan cerca de ellos.
Cuando las parturientas gritan, enmudecen nuestro pensamiento. Callamos ante su dolor.
Debería haber estallado antes de ser escupido por el coño de mi madre, al menos habría sentido la gloria y el poder por unos segundos.
Estoy harto de la materia orgánica que soy, quisiera ser luz en lugar de reflejarla.
Más que temer al rayo, lo odio por su poder. Porque en sólo unas milésimas de segundo es capaz de desatar la energía que jamás podré desarrollar aunque viviera mil años.
Una mierda, si la vida durara mil años, me trago un saco de vidrio molido.
Una sonrisa ensangrentada y que me parta un rayo. Si miento, que me caiga uno ahora mismo.
Estoy confuso, no sé si sería mala suerte o un privilegio morir así.
Cada uno puede obsesionarse con lo que le apetezca mientras no moleste a nadie. Yo quiero molestar, me da igual que guste o no. Quiero molestar en la misma medida en la que soy molestado.
Es tal el poder del rayo, que parte el aire. ¿No habéis oído ese crujido, como si se rasgara hasta la vida cuando aparece? Y los vellos se erizan buscando unirse a él. Tiene carisma para lo poco que dura.
Quisiera follarla como el rayo jode a la tierra, arrastrarme por toda su piel para meterme en su raja. Iluminar su boca y su coño.
Soy brutal como el rayo, sólo que nadie me oye, nadie sabe que vivo.
Mi madre no lanzó un alarido espantoso cuando yo nací. No hubo un trueno, fui un rayo mudo, sin el pago de un dolor que le diera algo de peso a la vida.
Mi nacimiento no fue tan majestuoso como el de un rayo; un prólogo esclarecedor a una vida plana.
Cuando aquella corriente entró por mi pecho para dar un doloroso fogonazo de luz y claridad en mi cerebro, tuve conciencia de mi vida desde que los sesos empezaron a formarse en el útero.
El tiempo se detuvo en aquella cárcel tenebrosa y anegada de agua. Las voces acudían a mí como rumores y mis deseos de salir de allí se estrellaban contra un cuerpo no formado, una debilidad aterradora.
Los hombres no se acuerdan de su nacimiento, yo sí. El fogonazo que casi me fríe, iluminó mi cerebro antes de tiempo. Y no puedo olvidar a la parturienta con su coño ensangrentado, sudando.
Si hubiera sido rayo no lo recordaría. Tantos años...
Perdí la infancia por una pequeña chispa eléctrica, un cable con el aislamiento dañado bajo la mesa de parto que alimentaba el monitor, entró en contacto con alguna parte del cuerpo del médico y cuando con sus manos me tomó la cabeza, sentí que un rayo me partía en dos y paraba mi corazón.
Recuerdo las dolorosas manos del médico oprimiendo mi pecho hasta temer que me lo partiera, el corazón presionado rítmicamente durante más de un minuto y por fin, de nuevo el aire entró fácil en mis pulmones aún sucios de líquido amniótico, el corazón volvía a latir caliente aún por la descarga, cansado los primeros segundos, luego firme y seguro. Pero una eternidad antes de que mi corazón comenzara a bombear, ya conocía mi origen y llevaba eternos minutos de conciencia.
Y todo perdió misterio ante aquel coño ensangrentado y el áspero roce de las manos cubiertas de látex del médico.
No lloré, no me dio la gana llorar, si ella no gritó, no le iba a dar ese gusto.
He de reconocer que tantos meses en su tripa, provocó cierto efecto de rechazo hacia mi madre. Es natural.
Soy un rayo frustrado.
Mientras otros niños reían, yo recuerdo dolores, el cuerpo creciendo, la oscuridad, restos de conversaciones y palabras.
Mi cerebro se iba formando y mi imaginación con él, y lo imaginado era peor que lo real. Y lo real, decepcionante. Cuando nací, aquella la luz y el olor del mundo, eran prácticamente familiares para mí, salí de un lugar para entrar en otro que lo sensorial era una amplificación de lo conocido.
Recuerdo haber querido bostezar con aburrimiento cuando el médico dejó de aplastarme el pecho; pero me dormí, estaba reventado.
Los niños eran estúpidamente inocentes, hablaban de cigüeñas y cosas inexistentes; mi instinto me hacía callar la verdad de todo y camuflar mi pensamiento entre el de ellos. Fui discreto desde un primer momento, alguna ventaja tenía que tener tras todos esos años de vida de más con los que me obsequiaron al nacer.
Pero nadie de mi entorno consiguió sacar de mí una de esas muestras de cariño de la que hacen gala los pequeños.
Temieron que fuera autista, y el médico llegó a la conclusión de que era borde por naturaleza, aunque no se lo dijo así a mis padres.
Hubo una época en la que mi madre se sentía rechazada y tuve que variar un poco mi pauta de comportamiento, de vez en cuando la hacía creer que la quería y me acercaba a ella y le preguntaba cosas que ya sabía. A mi padre me limitaba a pedirle que me llevara en brazos y más adelante una bici. Ya más mayor, dinero y esas cosas que piden los adolescentes normales.
Estudié física y encontré trabajo en los laboratorios de investigación de una empresa de alta tecnología en la que desarrollaban materiales para medios de locomoción como barcos, coches y aviones; chasis de resistencia al impacto para electrónica de orientación y portátil. Nada interesante, porque a mí lo único que maravillaba y me daba motivos para lanzar alguna sonrisa, eran mis hermanos los rayos.
Y ahora en campo abierto, con un aguacero de tal magnitud que evoca la etapa de mi vida que pasé inmerso en aquel líquido, disfruto de cada rayo que las nubes dan a luz. Siento el estremecimiento íntimo del trueno haciendo vibrar el líquido que forma mi cuerpo.
Y le hablo al rayo durante el poco tiempo que vive, le saludo con cariño:
—Muere en paz, hermano. Quema la tierra como yo no pude hacerlo.
Mi madre yace entre la hierba de alfalfa cortada esta mañana, un césped natural que cubre un suelo desigual y lleno de piedras.
He clavado una pica de metal entre sus piernas al que he conectado un cable, algo parecido al electrodo que le metieron en el coño y que me estuvo tocando la cabeza irritándome durante el parto.
Y ese cable se pierde entre su velluda vagina. No grita porque está amordazada, no se mueve porque la he sujetado al suelo con cuerdas a clavos de fijar tiendas de campaña.
Los traumas que padeces en la infancia suelen derivar en obsesiones patológicas y yo quiero que un rayo se meta por su coño, saber si mi hermano se podrá aferrar a la vida y desarrollarse como yo. Quiero tener a alguien con quien hablar, a alguien con quien contemplar las tormentas y saludar a nuestros hermanos que viven-mueren en un parpadeo.
Un crujido que parece partir el mundo y me siento volar. Ahora todo es blanco, siento caliente mi cuerpo y sale humo de entre mi ropa. El trueno resuena aún en mis oídos y no sé bien donde estoy, dónde se encuentra mi madre.
Me sereno, y espero que mi ritmo cardíaco se normalice, mientras el eco del trueno aún retumba en mi cabeza y mi visión está colmada de un fulgor blanco. Aspiro puro ozono y me siento eufórico.
Huele a carne quemada, localizo a mi madre por el humo. Parece un tizón, no hay nada reconocible de cintura para abajo. No hay vida en esa carne quemada.
Soy físico y sabía que pasaría; pero a veces es bueno dejarse llevar por la imaginación.
Ni de tus propios hermanos puedes esperar algo de cooperación.
Entierro el asado de madre y vuelvo con cierta tristeza hacia mi todoterreno. Esperaré otra tormenta, a ver si hay más suerte. Por extraño que parezca, vivo con una mujer y quiere ser madre.
La dejaré preñada en la bañera, con el secador de pelo; está visto que los rayos son demasiado poderosos. Tan soberbios...
Y yo no.
Cabrones majestuosos...


Iconoclasta


Safe Creative #1002095491380