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27 de enero de 2010

Sosiegoland



Alegorías, amabilidades de la pasión saciada. Un descanso tras la tormenta.
Simplezas de enamorados.
De vez en cuando hay que ser y buscar serenidad.


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He encontrado en el mapa de nuestro amor un lugar llamado Sosiegoland.
No es un buen nombre, casi diría que es cacofónico; pero es una treta: lo han llamado así para que no se masifique, para que las bestias que tragamos amor a baldes, podamos descansar con tranquilidad. Sin otros que no entienden la belleza de dos manos entrelazadas, de unas risas sencillas que brotan solas, sin esfuerzo y en las que no se adivina que un día hubo llanto.
No es un engaño, mi amor. Es un parque de atracciones de la paz y la serenidad. Cuando los cuerpos han dado cuenta de si mismos y los labios se han saciado, queda disfrutar de cada momento y hacer magia de las cosas más sencillas.
Es hermoso y un poco misterioso: tras una muralla derruida en la que crecen secas hierbas entre las juntas de las piedras, se extiende una llanura arenosa. Sólo los enamorados que han sobrevivido a la distancia y el tiempo pueden ver belleza en la soledad y la aridez de la arena, en el rugido de un viento que obliga a cerrar los ojos. Es una forma de disuadir a los mediocres, si cruzas el arenal de Sosiegoland con el amor de tu vida entre tus brazos, se abre la puerta a la paz y a la ilusión.
Meses han pasado desde que hemos llegado a un noviembre no demasiado frío, no demasiado caluroso. Noviembre satura los colores con su otoño y nos da un magnífico decorado, mi vida.
Sosiegoland durante estos días ha preparado Hermoso Noviembre (no son muy originales con los nombres, pero son buena gente). Cada treinta días escenifican un Hermoso Mes para que siempre podamos volver.
Dice el folleto publicitario que Sosiegoland es el mayor fabricante de esperanzas del sector del amor.
Sosiegoland no promete despedidas, es genial. Simplemente ocurre que la primera visita al parque se convierte en el primer día de una vida y la segunda visita es otro día más, con más fotos y regalos que nos hacen recordar que pronto habrá otro Hermoso Mes.
Y ahora que nos hemos bebido, que hemos tanteado la piel, vayamos a Sosiegoland. ¿Te acuerdas que te dije que durante esos días que estuviéramos juntos haría que te olvidaras de todas las cotidianidades y de los días iguales?
Ven, mi bella, es un viento molesto; pero no hay nada que nos moleste si estamos abrazados. Es el santo y seña nuestra sonrisa contra el viento, contra todo. La que abrirá la entrada para vips. Porque somos importantes, somos héroes de una odisea romántica. Hemos lazado el amor por el cuello; te he lazado por tu sugerente cintura y tú me has domado. Descansemos.
Sosiegoland es una ciudad-alegoría. Fíjate, la entrada es un pozo que lleva al interior de la tierra. ¿A qué son buenos con sus juegos de luces? Parece un planeta entero bajo la tierra. Y la luz... Se han gastado una millonada en ambientación. Es tan nítida y fresca la luz...
No hay que entornar los ojos, salvo cuando miro los tuyos, siempre me deslumbras.
Hay una sala de cine donde pasan El lado oscuro del corazón. Está vacía, es sólo para nosotros, para que me la cuentes en voz baja, sin que nadie nos haga callar.
Dime qué sigue, cuál es tu mejor escena y media hora antes del final explícame cómo acaba. Yo disfruto de la película a través de tus emociones, de tu entusiasmo. Gozo y vivo cada escena que me cuentas y explicas. Y tú disfrutas estropeándome la sorpresa de cada una. Te amo cuando no callas, cuando el entusiasmo te hace hablar y hablar y dan ganas de comerte a besos.
Es una de las atracciones fuertes de Sosiegoland, no es nada del otro mundo. Es una simpleza para amantes que quieren vivir un momento sereno, intercambiar sonrisas, descansar de la pasión y hacer su mundo único donde todo está bien.
Es efímero, serán unas horas; pero... ¿A qué es hermoso? Y no tiene fin, podemos volver otro día, mi amor. Si reservas una estancia para Enero, nos crearán un Hermoso Enero.
Hay un café donde sirven sin prisas, donde hay música que acompaña a las palabras continuamente y tus párpados se relajan en una caída dulce que me detiene el corazón. Maná y Milanés se turnan las canciones y el voz rota de Sabina, hace de intermediario.
Los Cadillacs te sacan a bailar y tú me arrastras entre las mesas tirando de mi mano.
Bueno, esto es un truco mío, yo les pasé el listado de canciones para la hora del café, estas cosas funcionan así, no es magia, mi vida. Pero es real, como tu sonrisa y la mía.
Unas horas perfectas para que las recordemos segundo a segundo cuando nos necesitemos y caigamos en la tentación de pensar que no volverá a ocurrir. Es el momento de juntar nuestras frentes y cerrar los ojos sintiéndonos.
Sosiegoland certifica nuestro amor. Da la paz y la tranquilidad de haber cumplido nuestros deseos. Y esos detalles dulces como la miel, dan fe de ello en nuestra memoria con sonidos, olores y sabores.
Hemos construido nuestro mundo.
Cuéntame otra película comiendo golosinas. Deja que te haga una pregunta susurrada al oído y sientas el cosquilleo de mis labios.
Es un momento para la tranquilidad, para una charla, para pasear de la mano.
El mundo es nuestro, es nuestro lugar y tiempo. Por fin, mi amor. ¿Te acuerdas cómo hace apenas unas horas desesperaba por ti? ¿Y tú decías que morías de amor?
En Sosiegoland dan ramos de flores multicolores a las mujeres que van de la mano de sus hombres; huelen a mil fragancias que no hay ahí fuera, allá arriba. Son muy buenos con los detalles, porque usan perfumes que hacen olvidar el cansancio y años de espera. Donde quedan atrás las lágrimas y las penas. Donde los malos recuerdos no pesan, porque la calma y la paz de dos manos entrelazadas es suficiente para distraer a los corazones de lo que un día tuvieron que latir con ansia y desespero.
En Sosiegoland hay altavoces estratégicamente situados, y cada vez que el hombre posa la mano en las nalgas de su mujer, suena en alto un “plaf” para que nos riamos a carcajadas. Un chivatazo divertido de que te meto mano.
Dulce Noviembre en Sosiegoland es la temporada dorada, el parque cumple su primer año de vida y han preparado visitas al museo de Frida Kahlo. ¿Te lo puedes creer?
Sólo para nosotros, sólo visitas concertadas, y todo porque tienes tanto que decirme de cada cuadro, que necesitamos estar solos charlando relajadamente. Yo te pregunto, porque lo mío no es el arte, lo mío es amarte. Y tú me instruyes, porque lo tuyo es amarme; pero además, cielo, eres la que domina mi brutalidad, la que me hace sonreír cuando hay que hacerlo. La que relaja mis músculos con una sonrisa.
La que con un “Ci vediamo” deja en el aire una ráfaga de amor que seda mi pasión a veces ciega y desbocada.
Necesitamos pasar unas horas en Sosiegoland, está lejos, mi amor; pero más lejos estuvimos nosotros y ya ves... Hicimos un puente de la nada, con tensores anclados en las nubes y una pasarela de vidrio sobre un mar de agua transparente, una ventana que nos muestra los corales rojos, verdes y azules. Medusas iridiscentes que aletean ingrávidas y una tortuga que tranquila, se las come. Algún pez payaso se pavonea entre las algas y un tiburón da un toque de suspense a la vida en el agua.
Así de tranquilo es Sosiegoland, donde la pasión dolorosa y agotadora se queda en la muralla de abrasadas piedras por el calor como la muda de una serpiente. Donde la ternura y el amor calmo, se convierten en un bálsamo para el ánimo.
Las lágrimas en Sosiegoland se secan con los dedos del amante y se convierten en una sonrisa para ser rematadas con un beso. ¿Lo oyes? Siempre hacen lo mismo, Arjona canta de náufragos cada vez que los labios se rozan.
No es que sean adivinos, es que tengo la manía de anotar cada cosa que te gusta y al final, esas cuarenta mil cuartillas que he escrito de ti, han servido para crear Hermoso Noviembre en el parque de la serenidad.
A veces es mi mano la que hace el sonoro plaf (soy rápido cuando de tocarte el culo se trata) y tú lanzas un gritito y me miras con esos ojazos entornados, engañosamente amenazante y con ese brillo travieso que te hace única.
Hoy no voy a retorcer mis manos ansiosas por besarte, tengo las tuyas para aferrarlas con fuerza y llevarlas a mi rostro para sentirme niño, para sentirme amado. Para que mi rostro te ame a través de los dedos. Sin prisa, serenamente y con un sol dorado que no ciega, un largo crepúsculo donde somos un contraluz de puro amor.
No dormiremos, en Sosiegoland no hay cansancio, no permiten que los amantes pierdan un segundo de tiempo; pero podemos tumbarnos en la hierba y abrazados, sentir el vértigo del planeta al girar a nuestro alrededor. Está permitido. Es de obligado cumplimiento. Son severos cuidando los detalles de nuestro amor.
No acabará el día en Sosiegoland, no tiene fin. Como el amor inagotable que bombea mi corazón, como el poderoso amor que mana por cada poro de tu piel.
No hay despedida, no hay una tristeza. Hoy y eternamente, miraremos las estrellas cogidos de la mano, robándonos un beso o manteniendo tal silencio que los corazones hablarán por nosotros.
Feliz eternidad, mi amor.
Mi reina...



Iconoclasta

22 de enero de 2010

La lengua que no cesa



Tengo una lengua ancha, no es larga, no es hábil para la palabra. No es sutil y es animal, irracional.
Es pesada y fuerte, se arrastra y arrastra lo que toca. Sé lamer la piel captando con precisión sabor y temperatura.
Tengo una lengua impaciente.
Eficaz.
Hoy la lengua no modulará palabra alguna, lo sabes ¿verdad, mi bella?
Me he mantenido vivo para lamer tu piel.
Luego, cuando de tu boca apenas salga más que un jadeo entrecortado, te joderé profundamente, es un hecho.
No es una amenaza, no es un alarde.
Estoy enamorado, caliente, erecto, y mi boca se hace agua.
Ya hemos hablado demasiado, sé todo de ti, salvo el sabor de tu piel. De tu cuerpo.
Te amo tanto que mi lengua se retuerce ávida y lasciva por saborear lo que tanto ha esperado.
Lameré tus labios, no los besaré, aún no. Soy un predador saboreando a su hembra, lavándola, marcándola.
Seguiré por tu cuello, deslizaré la lengua densa y pesada dejando una estela de brillante y cálida saliva que bajará entre tus pechos, que dudará a cual dirigirse primero.
De la misma forma que has untado mi alma con la tuya, así te cubriré de mí.
Tú guiarás la cabeza de la lengua lasciva hacia el pezón que más desee ser lamido y empapado, tú acercarás el pecho a mi lengua sujetándolo con esos dedos largos que también lameré. Que mojaré.
Y la lengua, presionará el pezón, lo empujará, lo arrastrara hasta que se haga blando, hasta que la areola se erice de puro deseo. Hasta que desees que de tus pechos mane leche y yo mame de ellos.
Me excitaré, gemiré con mi pene que de tan duro, dolerá. Mi lengua es especial y conecta directo con mi glande amoratado y henchido de sangre lanzado de deseo como el puto misil que te ha de llenar. Soy un monstruo de la naturaleza cuando de joderte se trata. Mi bálano late furioso entre la tela por salir y arrastrarse por tu cuerpo, por fuera y por dentro.
Con la misma fuerza que te amo, no tendré piedad y te arrebataré la voluntad con la punta de mi lengua, serás un cuerpo sometido al deseo, rendida a mi obscenidad.
Tu pensamiento será mío. Lamo tu piel y tu pensamiento todo.
No hablo, no puedo hablar no puedo dominar la lengua que se desliza ahora por el centro de tu abdomen y se hunde en el ombligo al que estoy unido ahora; la primera penetración, lo inundaré de mí y chapotearé hasta que tu espalda se arquee, hasta que con un gemido me empujes hacia abajo con mi lengua dejando el rastro del deseo más primitivo en tu vientre suave, allá donde nace el pubis que conduce como una autopista del placer directo a tu coño.
Escupiré en tu vientre y con mi ancha lengua extenderé la saliva como el preludio al semen con el que te ungiré, clavando en tus nalgas mis dedos para inmovilizarte, para que no encuentres consuelo en el movimiento de tu pelvis.
Para que tus pezones se ericen y te los maltrates llevada por la impía obscenidad de una lengua voraz que está derrotando tu pensamiento racional y lúcido ahí abajo.
Te lo dije, mi lengua tiene el ancho suficiente para cubrir los labios de tu vulva, la dureza para abrirlos sin esfuerzo e invadir lo más íntimo de ese coño enloquecedor.
Tócate, sólo la tela de la braguita y sentirás el fluido espeso calarla. Lo espeso, lo resbaladizo es tuyo. Lo mío es agua cálida, fluida.
Te lo dije: cuando llegue a ti, esclavizaré tu cuerpo y tu voluntad. Mi lengua será tu dios y tu amo.
Abre las piernas a tu amo...
Te sentirás llevada, buscarás con las manos la pared pensando que tu cuerpo se arrastra entre las sábanas llevado por la fuerza de mi lengua.
Arrastro y acaricio.
Arrastro y bebo.
Arrastro y mojo.
Arrastro y tomo...
No es la palabra lo mío, no nací con una lengua apta para la oratoria.
Yo sólo follo, ahora sí.
No más palabras, no más desesperadas palabras por hacer realidad mil años de espera.
A veces pienso que asisto a los actos de mi lengua, que no soy yo. Que con mi pene somos tres habitando este cuerpo ahora tenso y ansioso.
Y la lengua que no cesa, navega libre y salvaje por tu cuerpo. Repta entre tus muslos, en lo más tierno y blando de ellos, peligrosamente cerca del sexo.
Seguiré las ingles dibujando el triángulo áureo de tu coño. Y unos dientes apresarán la tela de la braguita y tirarán de ella con una fiereza mal contenida.
Abre las piernas, mi reina, deja que fluya lo que hierve en tu coño y que esta vez no sean las palabras. Que esta vez la lengua cumpla la misión para la que fue creada.
Retiraré la tela a un lado, aún no te arrancaré la braguita, quiero ver tu vulva empapada, los labios resbaladizos de tu espesa esclavitud aún dominados por la tela.
Una flor envuelta que desea liberar y desplegar sus pétalos al aire. Aire fresco en tu coño, un hilo de baba que conecta tu vulva apenas desnuda con mi lengua y mis dedos.
Y todo son fluidos. Follarte es beberte. Mojarnos.
Ábrelas más, porque vas a parir por tu coño un grito obsceno de placer, sudarás gimiendo lascivamente. Desesperarás cuando mis dedos abran la vulva para que la lengua se pegue a ella con la sed de un náufrago del desierto, cuando el calor de tu ano reciba el bautismo lujurioso de mi lengua y tus nalgas vibren ante el blasfemo hisopo.
Te lo dije: no dejaré nada por lamer en tu cuerpo. Seré minucioso, tortuoso.
Te daré placer, nadie más podrá saciarte ya. Soy cruel como lengua.
Quiero ser todo, quiero ser el que te ama y el único que te hace gemir, no hay asomo alguno de humildad ni recato en mi lengua. Ni en tu piel.
No es un alarde, y tu vagina latiendo y brillante de humedad es la prueba que me hace la boca agua.
Ahora todo tu pensamiento es mi puta lengua.
La lengua que no cesa.
Rozar la perla dura del vértice de tu coño, es el destino. Empujar el clítoris apenas ya escondido entre los pliegues, que salta desesperado a mi lengua.
Pensarás cuando lo aplaste, lo empuje y lo agite, que te lo voy a arrancar. Y aún así, presionarás mi cabeza para que no salga de ahí y te arrebate el último ápice de libertad.
Lo sabía porque todo lo hablamos, te lo dije: Lo cumpliré. Estás condenada a ser mía, mi reina.
Mi lengua es ancha y fuerte para lamerte mejor... dije yo. El lobo feroz sentiría vergüenza de ver tu coño hambriento derramarse, de tus bragas que de tan mojadas dejan ver la raja cuyo contorno acaricio con mis dedos, presionando tan poco, que me pides que te empale de una vez ya, que no aguantas más.
Puta, será la única palabra que dirá mi lengua a tu coño hirviendo.
Puta, puta, puta... responderás elevando la cintura para que mis labios besen ahora el coño que desea ser invadido.
Es el juego de los amantes que se reconocen obscenos, tenemos derecho a serlo.
Una necesidad perentoria. Una liberación a la bestia del amor.
Nos lo hemos ganado, es la complicidad de las bestias en celo. Una risa casi rancia por el deseo acumulado, por mil miedos a que algo evitara el divino acto de lamerte y follarte.
La lengua se retira ya saciada, sus papilas están inundadas de ti. Aún no he acabado contigo, mi bella. Es hora de sudar todas las palabras por el glande, es hora de metértelas, como una venganza por el deseo que has desatado en mí.
Por ser liberto de tu esclavitud.
Te lo dije serio como una enfermedad mortal: serás mía.
Mi bálano como un caballo salvaje recibiendo sangre por un corazón acelerado.
Soy el pene que no cesa...
Soy la mutación de un amor desbocado.



Iconoclasta


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19 de enero de 2010

Colisioners



El golpe contra el pilar ha sido brutal, del puente ha caído una lluvia de cemento y cascotes.
Los vidrios rotos son trozos de hielo ardiendo y un cuerpo extraño ha invadido su organismo.
El héroe ha llegado a La Tierra. Es tal su poder que ha temido que el enorme puente se desmontara como un castillo de naipes.
Los superhéroes suelen ser desmedidos y megalómanos en su poder.
Dos toneladas de acero a doscientos kilómetros por hora es algo peligroso en cualquier lugar del universo, aunque seas un Colisioner.
—Sí, contra el puente. Somos cuatro.
El potente y pesado todo terreno adquiere forma antropomórfica entre chirridos ensordecedores. Siente ahora en su metálico pecho el abrasador calor que despide el motor. Una gota hirviendo cae desde tres metros altura, desde el radiador que es ahora una boca cromada.
Su nombre es Augustus 2500 cc.
Sus compañeros Eldorado e Isuzu han aterrizado en el parterre bajo el puente de la autopista, a muy pocos metros de él. Eldorado se está transformando en robot y se da cuenta de que ha perdido un brazo. Isuzu tantea a su alrededor en el suelo buscando su cabeza.
Augustus no teme por ellos, en pocos minutos los potentes microprocesadores cargarán el programa de mantenimiento y reparación para acceder al listado de repuestos que transportan consigo como dotación de sus viajes planetarios. En breves minutos volverán a ser cien por cien operativos.
—¿Y a qué velocidad puede ir ese colisioner?
Eldorado, mediante tecnología inalámbrica, comunica a Augustus el informe de la entrada en la atmósfera y el aterrizaje.
—Un fallo posicional del alerón estabilizador de Isuzu ha provocado la colisión contra Eldorado. Augustus ha aterrizado sobre una placa de hielo que le ha impedido frenar a tiempo. Daños: leves. Misión de reconocimiento: dentro del horario establecido; los contratiempos han sido correctamente computados y queda tiempo aún de margen para otros problemas.
Isuzu ha llamado la atención de Augustus, líder de la misión de exploración, ha encontrado la cabeza y ahora la cabina del vehículo ocupa la posición más alta en el tronco del robot, los faros parpadean y por tres veces ha sonado el claxon.
—A tres mil por hora —responde con un esforzado orgullo.
Augustus procesa y si pudiera sonreír, lo haría. Héroes y máquinas poderosas siguen sometidas a la volición de un destino voluble e impredecible.
Se maravilla de su propio pensamiento burlón e irónico.
—Esperaremos aquí vuestra completa regeneración y reinicio de funciones —comunicó a sus dos compañeros de viaje.
Se ha sentado en el parterre con las patas pegadas al pecho para no invadir la carretera y mirando al cielo deja que el programa de reparaciones siga su curso.
—Es una velocidad increíble. Ahora descansa, pequeño. Todo va bien.
Silencio...

Los tres Colisioners semejan un grupo de soldados que sanan sus heridas tras una dura batalla en una madrugada fría, oscura y vacía de vida.
-Debemos volver a ser vehículos terrestres en el menor tiempo posible para evitar ser interceptados por los humanos; permaneciendo en este lugar, faltamos al código terrestre –emitió Augustus aún tuerto.
Eldorado observa y verifica detenidamente el resultado de su reparación y en un rápido test, realiza las mil novecientas setenta y ocho posiciones posibles con su brazo y mano. Los faros de su rostro se iluminan como señal de aprobación y finalización de las tareas de reparación.
Las tres máquinas se han regenerado y alguien podría decir que se toman unos minutos para respirar y paladear la atmósfera de este extraño planeta que visitan por primera vez.
De pronto y al unísono dirigen sus mecánicos rostros a la izquierda, hacia el sonido y los destellos de las sirenas que se aproximan.
—Vamos, es hora de largarse de aquí —emite Agustus metamorfoseándose.
En pocos segundos, los tres vehículos se incorporan a la carretera y tres maniquíes sin alma hacen las veces de conductores.


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—Sargento, la mujer está decapitada –le dice al oído el agente que forma la patrulla de tráfico.
El sargento observa con el rostro grave los trabajos de los médicos. El conductor está muerto, pero los dos críos aún están vivos.
El bombero jefe de la dotación, está pendiente del personal sanitario, en espera de instrucciones.
—Hay que cortar la plancha con la cizalla hidráulica, el niño está aprisionado por el techo y la puerta, está muy mal.
Se habla en voz baja, el sargento asiente al bombero.
—Jaime, coge todas las mantas del coche, que se proteja bien a los críos.
—Sí, mi sargento.
El médico arranca de los dedos del conductor el teléfono móvil desde el que hizo la llamada de auxilio. El volante está clavado en el esternón y la sangre ahora espesa se desliza en finos hilos densos, el suelo del vehículo está encharcado de sangre. Aún están calientes las manos.
—Dime, valiente ¿cómo te llamas? —otro médico está atendiendo a un niño de diez años que respira con dificultad.
El niño balbucea algo que sólo un médico acostumbrado a escuchar los gemidos del dolor puede entender.
—¡Augustus! Vaya nombre tienes machote.
Un enfermero se apresura a sacar a la hermana del chaval, otro ha cogido el brazo, lo ha envuelto en papel de aluminio y lo ha metido en una nevera con hielo.
La primera ambulancia se pone en marcha, silenciosamente, no hay tráfico a esas horas y se incorpora a la carretera en dirección al hospital.
El sargento apunta en su agenda la hora en la que se llevan a la niña y la edad aproximada: cinco años. Está muy pálida y el médico que se la ha llevado en brazos, teme que haya perdido demasiada sangre.
El niño intenta sonreír y escupe sangre. Balbucea algo al médico que le está inyectando algo en el hombro.
No se llama Augustus, él se llama Sergio y Augustus es el colisioner que tiene en las manos.
—Sergio me gusta más ¿cuántos Colisioners tienes? No, no te duermas, Sergio, háblame.
Un trozo de plancha del techo está clavado profundamente en su hombro, en la clavícula. La puerta se ha doblado y casi ha amputado la pierna a mitad del muslo.
—¿Empiezo ya? —pregunta el bombero al médico con la enorme cizalla hidráulica en sus manos.
—Ya está la vía, le conecto la bolsa de plasma y puedes empezar.
El guardia civil cubre por el otro lado del vehículo al crío con las mantas.
—Y ahora Sergio, mírame. No cierres los ojos, no te va a doler nada.
A Sergio no le duele nada. Agustus es una máquina y las máquinas no sienten dolor alguno.


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Kilómetros adelante, los tres vehículos circulan a gran velocidad por la autopista. Augustus recibe una comunicación directa de su planeta.
—Anulen la misión en La Tierra, un agujero negro se ha formado en el Sistema Solar, tienen que salir de ahí enseguida y retornar a la base. En pocas horas el planeta será atraído y absorbido.
Agustus transmite las órdenes al resto del equipo y éstos despliegan sus alas y reactores para acto seguido despegar y perderse en el espacio, convirtiéndose en tres estrellas que se apagan conforme se alejan.


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Sergio apenas respira, ya no puede escuchar la voz tranquilizadora del médico. El bombero suda y trabaja con rapidez y cuidado.
—Vamos Sergio, dime como se llaman los otros dos Colisioners de tu colección.
No responde y ausculta al niño.
Ha muerto.
—Ya no hay prisa, ve con cuidado, pero no sufras —musita con tristeza el médico al bombero de tez pálida.
El sargento recibe una llamada en el móvil.
—Gracias, Juan.
Acto seguido marca un número.
—Necesitamos al juez para el levantamiento de tres cadáveres, Joaquín. Estamos en la autopista, bajo el puente de la riera.
El sargento se dirige al silencioso grupo de sanitarios, bomberos y agentes.
—La cría también ha muerto —les comunica.
Están tomando un café en silencio y alguien le pasa un vaso humeante al sargento.
—Gracias.
El sargento levanta la vista a las gélidas estrellas y siente la misma necesidad de siempre cuando los muertos pesan, cuando el drama asfixia.
Ojalá pudiera escapar de ese momento y ese lugar en una nave espacial. Alejarse de la sangre y el dolor gratuitos
La tristeza y el dolor jamás son rutinarios.
Entre los dedos da vueltas a una rueda de juguete ensangrentada.


Iconoclasta

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15 de enero de 2010

Ángel



Girad la cara, mirad a otro lado, esto no os va a gustar.
Y a pesar del aviso, seguís mirando.
Tal vez el infantil sea yo, el inocente.
Y vosotros hombres, mujeres y niños, los indecentes que observáis fascinados la desintegración de un ser que debería ser divino.
Soy un ángel y mis alas están rotas, se han desmochado las puntas de las plumas porque no les llega mi ánimo de vivir. Estoy al borde de un acantilado, hay más de trescientos metros de caída libre hasta las rocas trituradoras. Un cormorán me mira triste con sus alas quietas, flotando en una cálida corriente de aire.
Será por las alas rotas que me mira con cierta simpatía, casi comprendiendo mi estado.
Las cosas no ocurren por casualidad, y las alas no se pudren por algún defecto genético o una enfermedad degenerativa.
Los ángeles somos perfectos por naturaleza y definición, nos crea bendecidos e inmaculados, sólo su voluntad nos destruye, la de Él y la del Otro. Es Dios nuestro creador y que creáis en él no tiene importancia. No necesita la fe de nadie para cometer sus caprichos.
Somos creaciones de un dios que nos privó de sexo. Hay ángeles de todo tipo; los hay en el cielo que desesperan y al igual que vosotros precisáis tatuajes y piercings, nosotros necesitamos culos, penes, tetas y vaginas.
Puede parecer simple, casi un chiste. Creedme, no hay chiste. Es todo tan hiriente y grave como el cáncer que está pudriendo ahora a vuestro hijo.
Algunos cometemos el supremo sacrilegio de la carne.
Somos carne fetal, pura.
Apenas hay sangre en nuestros cuerpos, sólo un plasma lechoso que alimenta nuestras venas ebúrneas, casi translúcidas.
Tampoco nervios necesitamos, el dolor en el Cielo está prohibido, sería una vulgaridad. Nos pudrimos indoloramente cuando así lo quiere Él.
Y lo quiere siempre Dios. Es el único que puede querer cosas así y cumplirlas.
He pasado una temporada en la tierra, haciendo de perro guardián de una bella mujer que se sentía desolada, triste como no había nadie. Con casi cincuenta años, aún no había experimentado el amor ni el sexo. Esas cosas ocurren, creedme.
Se masturbaba varias veces al día llorando, enfermiza. Excitantemente corrupta.
Se metía cosas demasiado duras y punzantes y se corría entre un abundante flujo sexual y sangre.
Su útero estaba lleno de cicatrices y los labios de la vulva, parecían las aletas de un viejo tiburón que había combatido demasiado.
El cepillo del cabello, por su duro mango de plástico con vivas aristas, era su consolador preferido. Se decía puta a si misma y se lo clavaba una y otra vez. La sangre se cuajaba entre el vello del monte de Venus dándole un aspecto sucio. De miseria.
Los ángeles no somos de piedra.
No os va a gustar... Pensáis que los ángeles somos especiales y perfectos y blancos.
Aquel sexo ensangrentado me llevaba a tocarme mi inútil y aséptico pubis, como si yo tuviera un coño allí.
Deseé tener sexo. Curaba sus heridas cuando desfallecía y sentía al tocar sus carnes blandas los placeres que junto con el dolor, aún palpitaban entre sus piernas.
Junto con su llanto desconsolado de mujer vacía y marchito sexo que nadie más que ella tocaba, que nadie lamía.
El gran dios no nos dio sexo; pero nos dio entendimiento y empatía para cada una de las emociones humanas. Sentía la tremenda tristeza de aquella mujer en mi ánimo y su deseo sexual añejo e insatisfecho prendió también en mí.
Bajo mi vientre no había nada; pero sentía deseos de tocarme el coño.
Ahora de entre mis piernas cuelga un intestino tan puro que ni excrementos lleva dentro. Sólo miel y maná.
No duele, pero algo no funciona bien en mi cuerpo, aquí en lo alto del precipicio, mi tripa cuelga hasta seis metros por debajo de mí. Siento una creciente debilidad. Y la visión se hace borrosa multiplicando las peligrosas piedras que el mar golpea sin cesar.
Si violas la pureza del cuerpo que Dios creó, lo tienes crudo. Se te pudre todo. Se trata de un pequeño programa genético que integró en nuestra naturaleza para que no nos descarriáramos. “Este ángel se autodestruirá en diez segundos: nueve, ocho, siete, seis...
Si tuviera pene, se me hubiera caído a pedazos por mis pensamientos perversos. Si tuviera coño, se hubiera cerrado con una costra de llagas purulentas, y la infección hubiera creado un embarazo de podredumbre.
Si tuviera pechos, de los pezones manaría orina para avergonzarme.
Yo, al igual que un infinito número de semejantes míos, no tenemos nada de eso. No hay pajas angelicales, no hay unos dedos o unas manos que frotan un sexo hasta reventar de placer.
Desearíamos sentir dolor para conocer el placer. Es decir, cuando algo deja de doler, eso es el placer. Lo he visto en vosotros.
Pero muy pocos somos como yo, los perversos somos unos raros ángeles que Dios ha olvidado por demasiado tiempo en una misión demasiado larga. Demasiado penosa y excitante.
La primera vez que vi a Lavinia meterse los dedos en su sexo, no sentí nada; incluso recé con total fervor sin saber por qué. Aburrido.
Pero cada día que pasaba estaba peor. Hacía dos años, su único amor, un hombre de su edad, dijo no sentirse atraído por ella. Lavinia llevaba más de diez años amándolo, soñando el momento de que su amor fuera confesado y correspondido.
Lo de confesado se cumplió. Se tragó orgullo y vergüenza y frente a la máquina de café de la oficina le dijo:
—Alberto, estoy enamorada de ti, te quiero desde hace años. Estoy desesperada.
En lo concerniente a “correspondido” es pues, donde se halla el quid de la cuestión. De su locura sangrienta por castigar su sexo hasta el éxtasis.
Y ante su mudo grito desesperado, Dios me mandó a cuidarla. Una misión de rutina.
Una gaviota juega con mi intestino y consigue llevarse un trozo.
No sé si me muero o se prolongará mucho tiempo este pudrirse en vida; no sé si esto de servir de alimento a pájaros puede infectarme, provocar un paro cardíaco o el nacimiento de otro ángel en las molleja de la gaviota.
Lavinia, degeneró e hizo pagar a su coño todo su fracaso y frustración. Algún nervio mal colocado o defectuoso, en lugar de dolor, enviaba placer a su cerebro.
Y donde había sangre y heridas, se extendía un placer amarillo, como el pus que se formaba entre los pliegues de su sexo.
Cuando orinaba, se llevaba los dedos a la boca para no gritar de dolor; sin embargo, sus pezones se endurecían como si estuviera viviendo el gran orgasmo celestial que Dios se guarda sólo para sí en sus momentos de misticismo solitario.
Se me ha desgajado el ala izquierda de la espalda y parecerá extraño, pero hay una tristeza en ello. Me da pena pudrirme, me atrevería a decir, que incluso miedo.
Tanto va el cántaro a la fuente que al final se rompe.
Mi inocencia se pulverizó y empecé a desear tener una vagina, y unos pechos como los suyos para así darme placer.
Arañaba mi pubis y dejaba manar mi sangre blanca ante el sexo cada día más destrozado de Lavinia. La curaba cada noche, en cada momento que dormía; para que no muriera, para mantenerla viva cuanto tiempo fuera posible.
No os va gustar.
Me hice un coño. Clavé el cuchillo de la cocina en mi pubis angelical y libre de pecado e hice un corte vertical, una raja por la que parecía manar látex.
Saqué tejido de dentro que quedó a mis pies: carne cruda lavada. Saqué lo suficiente para poder meterme el cepillo de Lavinia.
Metí los dedos y aunque no había placer, soñaba sentirlo.
Y ahí está mi supremo pecado: el haber fabricado un coño en mi cuerpo. Un cuerpo que Dios creó.
Ser ángel macho o hembra no está bien visto allá arriba.
Yo me metía aquel cepillo aún sucio de sangre en mi raja y sentía que era mi propia sangre la que manchaba la carne entre mis piernas.
Una fantasía no podía hacer daño.
Le ponía el cepillo en la mano dormida, le recitaba un encantamiento y despertaba excitada, sus pechos subían y bajaban profunda y lentamente mientras se clavaba lentamente el mango, repetidamente... Sin cesar, hasta que su espalda se combaba de placer.
A veces fallaba y se dañaba el clítoris. Sus rodillas se doblaban encima de sus pechos y se llevaba la mano al sexo intentado contener el dolor y entre los dientes apretados un grito abortaba.
Yo usaba la escobilla del inodoro para masturbarme funcionalmente, e imagino que no había mucha dignidad en mi imagen celestial.
No era un acto divino, no lo que se esperaba de mí.
Sé que no os gusta.
No sentía placer; pero necesitaba tener pechos para pellizcarme los pezones hasta casi arrancarlos como ella hacía.
El coño requiere un corte y un vaciado. Sobra carne celestial.

Pero los pechos requerían añadir carne.
Y bueno, mea culpa, yo sé que los humanos sienten dolor y miedo con la misma intensidad con la que me gustaría poder cerrar los ojos en blanco, como hace Lavinia cuando sus dedos quedan crispados y sucios de sangre entre sus muslos apretados contra sí. Cuando a una mujer le llega el orgasmo, es espectacular, todo su cuerpo responde y uno puede sentir en sus ojos el placer como propio. Y aún así, sabiendo del dolo que sufriría, lo hice.
Los machos me dan asco.
Yo quiero ser hembra.
Un cuervo está picoteando el muñón de mi ala desgajada, siento sus tirones y una ligera comezón que me obliga a rascarme. El cuervo se asusta y entre mis uñas quedan restos de una lechosa carne de bebé no nato aún.
Os dije que no os iba a gustar. Los ángeles somos preciosos; pero descomponiéndonos, también rompemos los cánones de lo obsceno.
El cuchillo que hizo mi coño, cortó sus pechos. Me equivoqué de encantamiento y su dolor fue lo intenso que su placer.
Los gritos pusieron en alerta a Dios. Chapoteaba en sangre entre las sábanas, murió con una pluma que se desprendió de mis alas, posándose en su boca abierta. Seca como quedaron sus venas.
Precioso.
He venido a pudrirme frente al mar, aunque espero que el Otro cumpla el pacto.
Mi cara está sucia de sangre humana ya descompuesta, tal vez por eso el cormorán me ha arrancado un ojo y he podido ver la implacable naturaleza de Dios en los suyos tan negros.
Aún tuve tiempo de abrir mi pecho para hacer un espacio en mi carne e insertar aquellos enormes pechos pesados. Usé pegamento para fijarlos.
Han caído contra las rocas, sin doler, con tristeza.
Una vez tuve tetas... Mi pecho de pálida piel, está sucio de sangre y restos de tejido humano.
Las gaviotas están hambrientas, dos se pelean por un pezón del que cuelga la areola desgarrada.
Sólo he podido pellizcarme los pezones un par de veces y soñar que gozo de su erecta dureza. Qué efímero es el placer. A pesar de ser un ángel con ciertas habilidades, no he podido endurecerlos.
La obscena tripa que cuelga de mi tallado sexo, ha sido prácticamente devorada y multitud de polluelos, se lo tragan regurgitado por sus madres en la intimidad de sus nidos.
No siempre hay carne de dios para comer. Serán buenas gaviotas.
Tal vez Juan Salvador Gaviota fuera alimentado en su día con carne de ángel hembra.
Tampoco quiero acabar así, tengo mi dignidad.
He pactado un final rápido con el Otro. 666 necesita ángeles podridos para su infierno. El enorme cañón que se apoya en mi cabeza, me llevará directo al infierno, me ha prometido dolor a ratos para toda la eternidad, a cambio de una felación con mi próxima cabeza de cerdo. Me coserá enormes alas de murciélago en la espalda y seré la suprema vergüenza de todas las carnes de Dios.
—Despídete de ese Dios maricón para siempre, ángel de mierda.

Es Él es su conjuro impecable y eficaz, como el disparo en la nuca que destrozará todo aquello que una vez pensé y fui.
No os podía gustar.
Al infierno...



Iconoclasta

11 de enero de 2010

Experimento de amor



Toma una parte del mundo, una porción al azar.
Una a tu elección.
Machácala, pulverízala y después viértela en una probeta. Haz el vacío.
Deja que repose durante dos horas, cosa que no es necesaria; pero quiero lamer tu sexo y besarte. Invadiendo lo más íntimo y profundo de ti. O penetrarte arrastrando, casi hiriendo tu piel con mis dedos desesperados.
Hacerte gemir de placer con mi mano invadiendo tu sagrado coño en este laboratorio de amor. Apretándolo hasta que tus inmensos párpados bajen vencidos por el deseo. Quiero que me insultes desesperada y embrutecida ante lo que hace mi boca metida entre tus muslos.
Y ahora con tu frente perlada aún del mador de los orgasmos, aún con la respiración agitada; coge ese mundo pulverizado y colócalo en un portaobjetos con una base de gelatina incolora.
Yo te ayudo, me encanta abrir tu bata blanca y coger tus pechos plenos forzando los pezones a que se endurezcan. Sentir tus nalgas presionar mi pene que se revuelve enfurecido contra la tela que lo hace prisionero.
Empezamos con cien aumentos.
¿Nada?
Pasamos a doscientos.
¿Nada?
Pasamos a un millón.
¿Nada?
¿Estás convencida ya? Joder, mi bella, te lo llevo diciendo toda la eternidad.
Ya sólo me quedaba demostrarlo con pruebas científicas.
El mundo es completamente mineral, inorgánico y yermo a pesar de la sangre derramada.
Sólo tú tienes luz y vida, mi amor.
Sin ti está todo muerto.
La ciencia era mi último recurso, se acabó discutir, perder el tiempo filosofando.
Y ahora, por favor, bésame sin ciencia. Porque nací buscándote por puro instinto. Y esperé mal respirando a que nacieras y luego crecieras, y luego aprendieras, y luego adquirieras conciencia de tu belleza y usaras tu sensualidad innata para cautivar al mundo. Para hacer sentir tu presencia y gritarme que necesitas ser amada y abrazada hasta la desesperación.
Te repito que no, eso que ves moverse es un pelo de tus largas pestañas; cuando te he besado se ha debido desprender.
No es un ornitorrinco.
¿Quieres besarme de una vez por todas, mi bella?
Por favor, no sigas, no encontrarás nada ahí. Lo sé porque de ahí vengo buscándote.
De ahí procedo, mi amor. Conozco mi planeta y ahora que ya está demostrado científicamente lo vacío que es el universo sin ti, no quiero hablar más de ello.
Toda aquella vida sin ti es un mal sueño que no quiero recordar.
¿De verdad vas a seguir mirando por el microscopio con esa risa traviesa, hermosa licenciada en amorología desbocada?
Mi amada científica...
Así no hay quien folle.
Si necesitaras una prueba de mi amor, con gusto cortaría una muestra de mí para que me observaras al microscopio y supieras cómo mis células saltan hacia a ti hasta que mueren tristes de no llegar.
No, ese trozo no me lo pienso cortar, graciosa.
Y ríes...
Y río.
Cómo te amo...


Iconoclasta

8 de enero de 2010

El hombre sin párpados



Tengo un miedo atroz a perderla otra vez.
Aunque no existe. Me doy cuenta al abrir los ojos.
No mola soñar, creérselo y despertar luego aquí.
Nadie me quiere, no quiero a nadie porque no atraigo a nadie.
No consigo dejar de soñar al cerrar los ojos.
El amor que inventa mi mente me hace cobarde y me destroza al despertar. Cree que haciéndome soñar, encontraré razones para vivir con cierta alegría y no con estas deprimentes legañas negras como las de un lobo solitario.
A veces sueño que la llevo de la mano y cuando intento besar sus dedos, ya no está y en mis manos sólo hay aire. Entonces escucho el sonido de una pequeña turbulencia en las ramas de los árboles cuando algo o alguien me la arrebata.
Alguien se ríe entrecortada y maliciosamente desde el interior del universo, se ríe de mí. De mis ilusiones vanas, infantiloides.
No existe, el amor es sólo un invento para seguir viviendo, es una proyección en el interior de mis párpados, una pantalla de cine donde asisto a la sesión continua de mis carencias.
Carencias es una forma amable de llamar al vacío que se apodera de mí y me hace ser récord Guinnes del hastío.
Ya no puedo cerrar los ojos sin engañarme. No puedo dejar de soñar. No hay descanso al bajar los párpados para relajar la mirada. Al abrirlos, todo es realidad, ergo fracaso. No quiero vivir de ilusiones, eso te destroza el alma, pudre el ánimo.
No necesito párpados. No los quiero.
No más ilusiones que al despertar, me hacen buscar un muro en el que apoyar las manos para no caer de rodillas ante la verdad. Ante lo tangible e insoslayable.
Un día me despertaré con los párpados secos como las tristes hojas de otoño, me los frotaré y caerán rotos al suelo, tal vez mi aliento los haga revolotear y una pestaña quede prendida de mi cara.
Tiraré los restos al cenicero y los quemaré con la brasa de un cigarro, tranquilamente, con desidia.
Miraré en el espejo esos ojos grotescos que parecen reventar sin los párpados que los contienen y veré la definitiva y total cara de la locura, sin engaños. Ya no habrá más frustraciones, no habrá sueños porque mi pensamiento estará inundado de la luz de la realidad. Soy un hombre, puedo soportar la realidad.
Me jodo; pero yo no vuelvo a soñar.
Y una mierda.
Pero tampoco ocurrirá, los párpados no se secan, como mucho, se irritan y provocan un lagrimeo, algo orgánico, simplemente funcional y carente de emoción.
No hay fantasía ni en mí, ni en el universo.
Así que hoy he comprado algo fuerte para pasar con dignidad la miseria de mi vida. Engulliré mi propia mierda con tragos largos y pastillas de colores.
Si no soy afortunado, seré excepcionalmente insano.
Si no puedo cerrar los ojos y dejar de soñar, que la luz me pudra. Hay que echarle un par.
La amputación es la más rápida de las soluciones para estos casos.
Podría pedir hora para una lobotomía; pero con la suerte que tengo y lo mala que es la sanidad pública, podría quedar en un estado de imbecilidad permanente y sonreír todo el día como Danny de Vito en Alguien voló sobre el nido del cuco.
La absenta es esmeralda líquida y las tijeras a través del cristal de la botella, aumentan su poder curativo y amputador.
Los entendidos, los bohemios, echaban agua fría y se transformaba en la lechosa louche (lo dice la etiqueta). Yo no la voy a adulterar.
Si trago mi vida de mierda día a día, bien puedo tragarme la hermosa absenta. Seré un fracasado; pero aún me queda osadía.
Si fuera un bohemio, escribiría con surrealismo mi pena, pagaría a una puta enferma para que me la chupara con su boca desdentada y escribiría en un cuaderno cuan magnífica es la boca podrida que me arranca el semen aunque me muera de asco. O algo parecido.
Yo sólo quiero una mano prendida de la mía. No soy tan complicado; por otro lado, tampoco podría serlo, no tengo una imaginación surrealista.
Para mí una mamada no me provoca más que placer. Y cuando me he corrido, sinceramente, no tengo deseo alguno de besarle la boca a la puta y dar gracias a la vida por la desdentada mamada de quince euros.
Ni quiero conservar la imagen de mi podredumbre como un monumento a la intensidad de la vida y convertirlo en una experiencia mística.
Mi vida es una mierda desde todas las perspectivas.
Al césar lo que es del césar. Y una puñalada si pudiera darle.
Me trago una de las tres pastillas de color azul que me han recomendado para potenciar el sabor de la absenta. Me ha prometido el gitano que o me da por reír como un subnormal o gritar como un jabalí; pero que llegaré a lo más profundo de mi bestialismo a una velocidad de vértigo.
Y sin cerrar los ojos, que es lo importante.
El filo cortante de las tijeras es ahora de un verde nacarado, una joya hipnótica que de tan hermosa, se me antoja indolora. Y una lágrima resbala por el espejo, justo encima de mi mejilla reflejada. No es una gota de agua condensando. Por lo visto, mi colocón va de llorona.
Tercer trago de absenta y escupo algo de sangre. He fumado mucho y tal vez la pastilla la han adulterado con algo de vidrio molido.
Y no es un sueño, porque no tengo cerrados los putos ojos.
Los tengo tan abiertos y estoy tan borracho, que no siento apenas molestias tirando fuerte de las pestañas para separar los párpados del ojo.
Hay que hacerlo para poder cortarlos sin dañar el globo.
Pero sé que ahora dolería el tijeretazo.
Necesito más absenta y otra pastilla también.
Ahora la cara que me mira desde el espejo, está completamente sonriente, he cortado un trocito de la parte superior de la oreja. Parezco un perro de pelea. No hay dignidad en la oreja cortada.
Recuerdo... He cortado para probar mi sensibilidad al dolor.
Recuerdo haber gritado y tengo los dientes manchados de sangre. Me parece que al gitano se la ha ido la mano con la proporción de vidrio molido.
Si no me muero de la infección, mañana le corto los párpados en vivo.
Ahora no hay una mano vacía que intento besar. Mi mano se aferra a una tijera fría de filo peligroso. Y en alguna parte de mi cerebro, una parte no ebria, se agita incómoda dando inútiles órdenes a la mano para que deje la tijera. Seguramente me faltan unos tragos y una pastilla más para ser jabalí.
Aún queda por aniquilar algún asomo de razón.
No puedo permitirme más sueños, lo sabes ¿verdad, cerebro podrido?
Ese maldito subconsciente que crea imágenes imposibles, me está amargando. No son ilusiones, son parábolas que tienen como fin destruir cualquier alegría por respirar el aire real. Deprimirme al mostrarme el mundo como debería ser y abrir los ojos en esto. Es una mierda ser tan imaginativo y tan sabio.
Por el espejo camina una araña brillante, sin un solo vello en su repugnante cuerpo. Deja tras de sí un rastro de huevos que son pequeñas cabezas de hermosas mujeres. Hay cabezas aún más pequeñas de hijos que jamás nacerán y algún huevo sale podrido. No me interesa saber que era, la verdad.
Se me escapa la risa, la idiota de la araña se cree que voy a picar, que voy a coger una hermosa cabecita y me voy enamorar de ella.
Y cuando la bese, ella me morderá y en lugar de convertirme en Spiderman, me convertirá en Mierdaman.
Como si lo viera.
Es maravilloso tener los ojos abiertos, es la primera vez que río con estas carcajadas. Es liberadora la miseria cuando la afrontas con valentía y sin adornos superfluos.
La absenta, el espejo y tal vez el dolor que no percibo de mi oreja cortada provoca una realidad mucho más interesante que la estúpida ilusión que se proyecta en mis párpados.
Estoy en el buen camino.
Es una sensación eufórica e hilaridiosa. ¿O es hilariante? ¿Hilarante, tal vez?
Zis-zas, zis-zas... Dice la tijera cortando una pestaña por acercarse demasiado.
Yo creo que con un trago más tendré bastante.
Me gusta el frío que transmite la porcelana del lavabo en mi pene recalentado. Es relajante... Casi vibrante.
Corto.
Cualquier cosa que cortas de tu cuerpo, cuando la observas entre los dedos, parece desmesuradamente grande. Jamás pensé que un párpado pudiera ser tan grande, me cubre la uña del dedo corazón, lo imaginaba mucho más pequeño. Es elástico.
Es curioso que duela el párpado por sí mismo, el corte no me duele, y la sangre que inunda ahora el ojo que parece saltar fuera de su órbita, da cierto consuelo con su humedad.
Es un ligero escozor; pero ese pellejo que es el párpado, parece retorcerse, las pestañas parecen moverse nerviosas como las patas de una araña que no ha muerto al ser aplastada.
¡Me cago en la puta....! Claro que duele.
Trago largo de absenta y cuarta pastilla.
Vomito sangre con un ataque de tos y no quiero morirme ahora que voy a disfrutar de mi realidad. No es justo.
Efectivamente, entre los dedos manchados de vómito sangriento, hay pequeños vidrios.
Bueno, ya los cagaré de alguna forma. ¿Se metaboliza el vidrio? Y si es así ¿por los riñones o el hígado?
¿Qué es metabolizar?
¿Qué es fracaso?
¿Se me caerán los ojos secos por no tener párpados que los hidraten?
¿Cuánto vale un kilo de naranjas?
Me pagan una mierda por muchas horas de trabajo.
Vaya, parece que mi borrachera es sesuda y filosófica.
Ahora sí que no duele.
El párpado del ojo izquierdo lo corto con más tranquilidad. La experiencia a veces ayuda.
Y la verdad, no es tan grande el pellejo. Y no me molesta la verdad.
Seguro que si alguien me cerrara los ojos, mi cerebro lerdo pensaría que esos trozos sanguinolentos de carne, en lugar de párpados, son telones de terciopelo negro del escenario de algún teatro señorial. Justo lo que no quiero, porque son mis párpados cortados, no soy un crío al que hay que engañar.
Lo que de verdad da repelús, es limpiarse los ojos de sangre. Es realmente desagradable rozar el virginal cristalino del ojo con la toalla. Es doloroso.
Da igual, más doloroso era despertar de mis ilusiones y encontrarme ante la realidad. Debería estar acostumbrado al dolor.
Hay tanta luz ahora y tan real, que me permito el lujo de coger uno de los huevos de la araña pegados al espejo y comérmelo. Una pequeña concesión voluntaria a la imaginación. Es algo que puedo controlar y cultiva el buen humor.
Tengo sueño y mañana hay que ir a trabajar.
Mañana limpiaré toda esta porquería.
Me voy a hacer muy popular con mi nuevo look.
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El hombre sin párpados recupera la conciencia, está tirado en el pasillo, no le ha dado tiempo de llegar a la cama antes de desmayarse por el shock. Shock etílico, narcótico, traumático, psíquico.
Padece todos los shocks que se puedan dar en un ser humano.
Su ano está sucio de sangre y heces.
En un acto automático se lleva las manos a los ojos para frotárselos y lanza un alarido de dolor.
Siente latir sus ojos con tal dolor, que apenas consigue encontrar equilibrio al ponerse en pie. Y si tuviera expresión, si tuviera párpados; sería la del pánico y el arrepentimiento.
El latido de sus heridas es infección pura y directa al cerebro.
Apenas puede ver más que bultos y luz, mucha luz cegadora a pesar de la penumbra que hay en el apartamento.
La pus de las heridas ha formado una costra amarilla allá donde habían párpados. Intenta cerrar los ojos; pero sólo consigue doblarse de dolor cuando los rastros de carne, como aletas rotas intentan moverse.
La cabeza duele por encima de todo y siente picor en la oreja, y recuerda el primer tijeretazo, el dolor apenas perceptible.
Y el sabor empalagoso de la absenta, que como un azúcar denso aún pegado en las carnes esponjosas de su boca evoca la locura vivida hace unas horas, y recuerda su suicida imagen reflejada en el espejo. La embriaguez se ha ido y ahora queda la realidad de un suicidio lento, de un dolor inenarrable.
Está tentado de pensar que era mejor soñar y defraudarse que sentir el dolor de lo real.
Vuelve al lavabo, donde apesta a sangre, licor y putrefacción. Atisba a ver entre el velo infecto de su visión la imagen de si mismo. La realidad ha superado lo onírico y sin ilusiones proyectadas en sus párpados, imagina la humillación de una cura en el hospital, del ingreso en un manicomio.
Sus ojos hinchados parecen salir de sus cuencas; con cada giro de cabeza, se mueven buscando la visión de si mismos, como si no creyeran que esa horripilancia sean ellos.
Como si arrastrara granos de arena en el sensible tejido ocular, así duele la realidad.
Vomita un magma sanguinolento, y unas lágrimas consiguen traspasar la costra infecciosa para humedecer los ojos y darle un segundo de alivio a costa de un intenso escozor.
Y ahora, toda la realidad se presenta ante él, objetiva y práctica. Terrenal y sin atisbo alguno de ilusiones.
Siente arenilla en la boca: restos de polvo de cristal.
Algo no funciona bien en sus intestinos porque duelen, y se alegra de que duelan porque así le distrae del dolor de su propia imagen.
Sería un buen momento para cerrar los ojos y dejar de ver. Ahora que no puede cerrar los ojos, le gustaría hacerlo. Maldita complejidad la de la psique.
Es una broma de mal gusto.
¿Es posible que haya donantes de párpados?
¿Y de cerebro?
Ahora que no tiene párpados, ahora que la vida podría ser menos frustrante, no puede morir de una infección.
No sería justo.
Consigue caminar casi equilibradamente hasta la habitación y vestirse.
Aún es de noche, y guarda la esperanza de llegar al hospital antes de sufrir más dolores y perder la razón.
Perderse en el mundo con todo ese dolor.
Y jamás ser encontrado.
No ocurrirá. Se le dobla el pie en el primer escalón y rueda escaleras abajo. El cuello se parte con un crujido seco y la muerte hace caer un velo sutil en sus ojos.
Tan abiertos y tan ciegos.
Tanta locura y ningún sueño.
Misericordia a los muertos.
Porque para algunos vivos no hay piedad.
Todo ese sufrimiento para nada.
¿Qué esperabais?
¿Una vida sin párpados? No jodáis.
Siempre llueve sobre mojado y todo puede empeorar (Salmo nº 13 de la experiencia).


Iconoclasta

4 de enero de 2010

El abrazo, el encuentro

Es una historia con origen; pero no interesa el inicio. Ya ha habido bastante sufrimiento. El inicio se entiende y extiende como un pergamino ajado de borrones de lágrimas y escupidas risas ante el encuentro de los amantes.
Ante el desesperado e inconsolable abrazo.
Joder... Duele mirar. Hijos de puta valientes y osados.
Arrojados amantes.
Respiraría mejor ante la obscenidad de sus sexos unidos que ante la fatiga del abrazo extenuado.
Mirarlos es ver la historia triste que infecta de melancolía mi ánimo.
Se abrazan cansados, desfallecidos.
Debería correrse un velo, ocultar los amantes cansados a la vista del mundo. Necesitan su momento para lavar el agotamiento, los dolores. Nadie debería ver lágrimas en sus rostros. Nadie tiene derecho a concluir que su amor es doloroso.
Lo han cuidado tanto. Lo han hecho crecer como un árbol de sarmentosas raíces clavadas en sus corazones, con un viento que mueve el tronco y les arranca lamentos.
Ya han sufrido bastante, no necesitan que nadie enfatice su dolor.
Ojalá no los viera llorar la desesperación acumulada. Duele imaginar.
Duele sentir.
El encuentro es hermoso; pero así, con esas lágrimas, con toda esa vida de ansias y esperanzas casi inverosímiles; resulta penoso.
Se nota la fatiga en su interminable abrazo, en sus entrecortados llantos silenciosos. En sus ojos cerrados con mucha fuerza.
Tiemblan sus cuerpos; no hay derecho. Deberían reír.
Joder, es que... No quiero, no puedo arrancar la mirada de los cansados amantes.
Pobres amantes...
Que alguien cubra con una tela de gasa negra su amor cansado, casi derrotado.
Necesitan un respiro, por el amor de dios.
¿No se podría disipar el mundo a su alrededor para que puedan beberse sus lágrimas en lo íntimo de su dolor?
En la bahía de la desolación han gritado mil veces sus nombres; se han buscado a tientas en la niebla. Forzando sonrisas y ánimos hasta casi romper las mentes.
Han retornado a la infancia humillando a la experiencia para arrancarse sonrisas como tablas de salvación.
Que alguien los cubra y los seque.
Que calle el mundo; que nadie diga en voz alta que están reventados de puro cansancio.
Necesitan ánimo ¿Es que nadie lo ve?
Miremos a otro lado; que lloren su amor, su acumulado cansancio en soledad.
Es tan difícil evadirse del amor extremo. Es tan raro.
Estoy tan necesitado...
Ojalá tuviera el valor de arrancarme los ojos para no sentir el dolor y la pena acumuladas que resbalan por sus pieles y deja un charco en sus pies.
La vergüenza de mi vida vacía.
Ella, hermosa hasta la desesperación, es la creadora de risas y esperanzas; comía el amargo dolor nuestro de cada día con una sonrisa traviesa en la mirada. Indefensa y bella en la oscuridad de la distancia.
Él, recio como estatua de bronce, avivaba un amor hiriente; ignorando con alevosía que no era bronce por dentro. Una ilusión sangrienta.
En el mar de la desesperación chapoteaban amor con promesas de salvavidas esperanzas y escribían un guión de la película de su tragedia.
Guionistas cansados, casi derrotados. Apenas la vela iluminaba el papel donde garabateaban ilusiones y elucubraban el sabor de la piel mutua.
Que nadie les vea llorar; porque creían ser fuertes. Ya saben lo que son, que no sepan que nosotros lo sabemos. Tienen derecho a sentirse dignos, a pensar que han ganado la batalla y que todo el dolor y la angustia pasados, han valido la pena.
Tienen derecho a ignorar nuestra envidia, nuestro ponzoñoso deseo de hacer el mundo como nosotros lo malvivimos declarando que su dolor es demasiado para tan corta que es la vida.
No están locos. Tienen derecho a ser tratados como valientes. Son héroes.
Que nadie se equivoque.
No necesitan que nadie dé fe de que el amor que explotó un día entre sus manos, les hirió con una metralla indolora y desgarradora. Sin darse cuenta se retorcían en las noches, en la soledad apenas consolada de si mismos.
Se creían tan fuertes...
Que alguien los cubra; porque no quiero llorar.
¡Cómo duele el liberador abrazo que jamás sentiré!
El amor les ha cobrado un precio abusivo. Me consuelo ante mi mediocridad.
Es tan bello...
Pagaría intereses de usura por sentir el amor que sudan sus pieles.
Miradlos, se han mordido las bocas y lloran la desesperanza acumulada, las promesas ya cumplidas que se deshacen como hielo al sol. Histeria sangrienta de un amor que ha costado millones de palabras y besos escritos. De palabras susurradas a un micro, de pensamientos entrelazados en el día a día, del limbo del amor remoto y lejano.
Ahora ríen a carcajadas, con un agotamiento sangriento en sus labios.
Que alguien los cubra, que alguien los proteja, porque ya no abunda ese amor loco, irracional. Inversamente proporcional a la cordura, a lo que la vida aconseja.
Porque ellos son la prueba viva de que aún queda esperanza.
Por favor, cubridlos y cuidadlos.
Protegedlos.
No son tan fuertes como creían y sus besos desfallecidos duelen en nosotros como una blasfemia a la razón. A la razón de lo vulgar, de lo banal.
No hay nadie en este mundo tan valiente como los cansados amantes.
Que el mundo les de paz. La han ganado a pulso.

Iconoclasta

1 de enero de 2010

Sin piedras



No hay piedras en las calles.
No existe la posibilidad de dar una patada furiosa a una piedra en los momentos de hastío, de ira. De intensa frustración.
Y son tantos esos momentos...
Hacen falta piedras en las calles. Alguien debería hacer algo porque sin ellas, se puede montar un follón de cojones.
Parecerá una tontería; pero las piedras son la última forma de contacto con la naturaleza.
No hay más que gente; no se tropieza con piedras, se tropieza con cuerpos. Y me siento infectado. Si tuviera una piedra en las manos, les arrancaría las piezas dentales con el mismo aburrimiento con el que la lanzaría a una charca.
Bueno, estaría bien infectarse si los cuerpos fueran de mujeres deseables, follables; pero no es así, me roza la vulgaridad y la fealdad. Se me pone dura en los momentos más insospechados, en los más metafísicos.
Una aberración como otra cualquiera.
Es una cuestión de frustración, algo insano.
Se puede estar asqueado; pero las ganas de follar siguen intactas. Y no es instinto, no me interesa la reproducción, sólo quiero ser obsceno. Es vuestro vicio también, no os penséis que sois unos santos, os conozco hasta el asco.
Está bien así, en mi pequeño mundo sin piedras tengo derecho a tener un cerebro podrido.
No tengo culpa alguna de nacer hombre, me escupieron en este lugar con todas mis necesidades. No soy culpable ni responsable de la escasez de piedras.
Y es un instinto natural darle una patada a una piedra, lanzarla o matar al que mea en mi territorio. Blasfemar contra lo que no existe también está bien, es una forma de ofender a la especie humana. Si me han quitado las piedras, tengo que hacer algo para liberar toda esta ponzoña resultado de una vida repleta de tranquilas y casi satisfactorias experiencias aburridas. Experiencias que no aportan beneficio alguno y sólo sirven para humillar la memoria.
Tiraría una piedra a las luces de navidad que iluminan los rostros hipócritas del ganado humano. De los ojillos felices, de las manos que piden, de las almas que se acuerdan de los hambrientos.
Me da por culo estar sin piedras. Es muy jodido.
Son unos hijoputas, nos las han quitado en una descarada ostentación de poder. Son malos, son más malos que yo.
Mearía una piedra mordiéndome la lengua cuando se me desgarre el meato, con tal de dejar una en la calle, en el asfalto.
Una piedra salida de mi polla sería un buen acto de creación. Tengo arranques divinos.
No estoy de buen humor, eso es obvio. Tampoco tengo un cálculo en el riñón, no tengo esperanza alguna de expulsar una piedra por el pijo.
La vida siempre me ha tratado mal, siempre me ha apartado de mi medio, de lo que mi sangre y mi instinto necesitan.
Incluso a la que amo, a la que siempre he amado, la han alejado de mí de la forma más dolorosa; pero soy tan tenaz como primitivo.
Prefiero piedras a lo que tengo.
No hay nada en el planeta que evite que lance la piedra. Que llegue a ella.
Hoy doy una patada aburrido a una lata de cerveza que apesta.
Pero no es lo mismo, es un ruido pobre, ligero, no haría daño a nadie. Sólo huele a rancio y a orines de perro.
A otra cosa no puede oler la ciudad.
No hay piedras, y doy una patada a mi vida, haciendo rodar años y años de monotonía, acabando con lo poco bueno y lo malo.
Si hubieran piedras no hubiera echado a rodar mi vida; tal vez me hubiera distraído de tanta mierda.
Pero hay que dar la patada a lo que tienes delante, a lo más cercano. Si llegara a dar una patada a mi propia cabeza...
Bien podría ser una piedra mi cabeza, a veces me siento duro como una roca. No es posible vivir entre tantos cuerpos durante tantos años y no desarrollar algo de buena empatía por el entorno.
Apenas te das cuenta y una patada hace rodar unos recuerdos, y entre los recuerdos va una angustia, un engaño, un dolor. Un no volver.
No volver está bien, es mejor no repetir, es mejor no tropezar otra vez con la misma piedra si la hubiera. Ya que ha rodado, que se aleje. El mal ya está hecho.
Pero no es una piedra, es la puta vida.
Una piedra deja un vacío que no se llena, al que no va otra piedra. Un vacío como el que se apodera de mí, se llena con lo que hay. Con lo que no quiero. Angustiosamente.
Y mientras se llena el vacío, se necesitan piedras con las que distraerse. Distraer la ira que produce la mierda que llena.
Es un círculo vicioso.
Como mis ganas de follar.
Como mis ganas de ser hiriente.
Quiero mis putas piedras.
Puede que las use para cascar mi cráneo, un aliviadero de la presión de un amor potente como mi pene duro y pletórico de sangre.
Por mi pasión de despreciar todo aquello que es ancestral y divino, innombrable y temido.
Quiero mis putas piedras. Si me obligan a buscarlas, será peor, porque extenderé alas membranosas, seré el horror que late oculto como un corazón negro en la desesperación y la frustración.
Se acaba la calma y los cuerpos repetidos y amorfos se tornan líticas esculturas a las que lanzar patadas.
Puede que no sea locura, que sea mi voluntad, mi firme resolución. Mi pensamiento es pétreo.
A veces me toco obsceno, y si tuviera una piedra, la apretaría hasta exprimirla en lugar de estrangular mi pornógrafo e insultante miembro.

Con una piedra en la mano sería menos peligroso y me podría reflejar más digno en el mate tono de vuestros ojos.
No puede haber final feliz sin piedras.
Soy piedra y afilo un cuchillo en mis venas.
Tal vez, en las vuestras también.
Que nadie se fie.
Estoy libre de pecado y a Jesucristo le hubiera dado una pedrada furioso. Que se joda como yo.



Iconoclasta