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28 de octubre de 2009

El follador invisible y el cambio horario



Estos días que ahora de repente se hacen más largos, con más luz; son una burla de los que ostentan el poder sobre los visibles.
Son días más penosos, días de una luz forzada, impuesta. Amarga como la hiel que brota del hígado de la niña muerta.
Me han contaminado el tiempo, yo que no estoy sujeto a nada ni a nadie, un funcionario mediocre ha conseguido colmatarme de ira.
Ha intentado adulterar mi ciclo vital, mis biorritmos.
Ahora pagarán.
Para los visibles, para gran parte de ellos no tiene importancia; pero para mí, es una violación flagrante de mi libertad. De mi vida.
De mi invisible vida.
Odio cuando esos seres retorcidos deciden adelantar o atrasar la hora del día, como si fueran brujos vividores en una aldea donde han de trabajar para ellos.
No tengo párpados, son tan invisibles como mi polla y cuanta más luz, más tormento. Tampoco es un gran tormento; pero para un ser superior como yo es humillante que un mierdoso representante de un gobierno me moleste. Estas cosas no debieran ocurrir.
No es por una enfermedad mental por la que busque descanso y relajación en tanatorios y morgues. Soy un hombre invisible con costumbres de vampiro.
Soy un hombre invisible al que no le gusta ni soporta que ningún ser inferior intente dominar su tiempo, y el tiempo es luz y movimiento.
No me gustan los cocainómanos con alucinaciones de divinidad.

Ahora estoy en la oscuridad de la casa grande y silenciosa del delegado del ministerio de industria y energía.
A él le suda la polla joder el tiempo y el día, ya que es su placer. Como ha sido mi placer violar a sus dos hijas en el piso inferior. La menor, la de catorce años, está muerta; no callaba ni debajo del agua. Su cabeza pende de un cuello roto y de su ano rasgado mana la sangre.
El primer día de atraso o adelanto horario siempre es especialmente duro para mí, ergo para los demás.
Yo sé que estos idiotas se sienten orgullosos de hacer ostentación de poder. Yo trasciendo cualquier poder para ser invulnerable, implacable, cruel, feroz y vengativo.
Cualquier puerta abierta, cualquier coche que entre o salga de una propiedad, me invita a pasar. En los lugares más seguros e inexpugnables, siempre hay quien entra y sale, sólo hay que pegarse a él.
Aún no entiendo como no hay el doble de muertos en esta ciudad.
Tiene su lógica, la muerte de los visibles no me atrae, busco su locura y dolor, son como juguetes que quiero romper.
La hija del delegado, se me ha roto de otra forma. Sin embargo, su hermana con dieciocho años, en cinco minutos ha vivido una experiencia que muchos no conseguirán tener aunque nazcan mil veces. No grita, llora silenciosamente sus pezones casi arrancados y sus manos en su sexo, intentan contener el dolor de una penetración seca y dolorosa ante el cadáver de su hermana pequeña.
—Soy un diablo que entrará en ti, y te partiré el cuello desde dentro, como a tu hermana —le he susurrado al oído con mi estudiada voz sobrenatural.
Y no hay nada como una voz incorpórea y tocar una carne que no se ve para conseguir la máxima cooperación de mi juguete.
Cuando he mordido sus pequeños pezones y ha manado la sangre, ha cerrado los puños con fuerza y se ha comido su dolor.
He lamido sus lágrimas y la he llamado puta. Ahora está a un paso de la locura y aún no ha acabado todo.
Si alguien me irrita los invisibles testículos, le arranco la piel a tiras después de haberlo sometido a tormento psicológico.
La pequeña no se ha avenido a razones y le he partido el cuello, he follado su cadáver por el culo y su hermana veía como su ano se dilataba y se formaba entre las nalgas un negro agujero que parecía tener movimiento. Cuando la decoración de las habitaciones lo permite, observo mis violaciones a tiempo real frente a un espejo, y he de confesar sin asomo alguno de sonrojo, que no hay experiencia más extraña y más excitante que ver los sexos abiertos y deformados por algo que no se ve, pero que está entrando y saliendo de ellos.
El que me tirara post-mortem a la hermanita, no es por necrofilia. Simplemente se trata de impresionar también al matrimonio que duerme arriba, que aprendan lo que es la violación de la libertad con actos sencillos de comprender como los de los programas infantiles.
Soy un buen psicólogo.
En definitiva, estoy haciendo lo mismo que el delegado y sus amigos; pero con más gracia, gusto y pasión.
Lo de la pasión es mentira, a veces me aburre tanto juguete y deseo un poco de paz. Vamos, que no me molesten haciendo el día más largo. Yo no curro, pero el movimiento de las ciudades sí que cambia y me tengo que adaptar cuando no tengo gana alguna de que cambie nada.
He encendido todas las luces de la casa y conectado el televisor al máximo volumen. La hija grita en la habitación y papá y mamá bajan precipitadamente por la escalera.
—¡Ivana, Maraya! ¿Qué está pasando aquí? ¿Sabéis que coño de hora es?
Son exactamente las cuatro de la madrugada.
El delegado es un cincuentón bajo y regordete, de piel sonrosada y cuidadas canas. Tan cuidadas que aún sigue bien peinado a pesar de haberse levantado de la cama ahora mismo. Y no creo que haya ido primero al lavabo a peinarse.
La mujer debe ser puta, porque es la única manera de entender que una tía buena, buenísima, viva con semejante mediocre por marido. Viste un camisón transparente y unas braguitas rosas sin costura, como una segunda piel que se empapará de sangre.
El idiota lleva un pijama abotonado de tergal azul cielo. El que muta y corrompe los días entra en la habitación con energía y cabreado. La mujer, aún confusa, apaga el televisor del salón.
—¡Ivana, Ivana! ¿Qué ha ocurrido? ¿Qué ha pasado aquí? —grita el delegado evidentemente exasperado.
La mujer se dirige hacia la habitación con sus plenos pechos agitándose y sus redondeadas nalgas vibrando excitantemente; pero no llega, no la dejo llegar. La tumbo de un empujón y cae de espaldas en el enorme sofá de piel blanca.
Lanza un grito y de un puñetazo le parto los labios y hundo un diente.
—¡Helga, algo le ocurre a Ivana! —insiste el histérico padre, marido y delegado ejemplar.
—Está muerta, es normal que esté fría, y que empiece a adquirir cierta rigidez. Y que sangre por el culo —le explico pegando mis labios al oído de Helga. Confidencialmente.
No deja de ser sorprendente como se crea cierta complicidad entre el juguete y el amo. Es un juguete precioso. Me gustan más las tías maduras y bien formadas que las jovencitas. Las jovencitas sólo me sirven para atormentar y hacer sufrir a los padres. Es más trágico violar y torturar a una niña que a una adulta. Cuestión de psicología hipócrita. Como si los adultos sufrieran menos.
Gilipollas.
Sus ojos enormes y almendrados miran arriba y abajo, a izquierda y derecha desmesuradamente abiertos.
Le arranco el camisón y las bragas.
Grita, grita, grita...
El delegado sale de la habitación y no se da cuenta de que está mirando mi polla que se acerca obscenamente a la ensangrentada boca de su puta.
A veces pienso que soy excesivo con esta ira que cultivo.
No hay nada que me ponga más que una visible asustada y con la boca ensangrentada. Les da un aire de locura digno de Munch.
La hija, desde su habitación grita:
—¡Es un diablo, un espíritu!
Dadas las circunstancias, podría ser cierto, es comprensible.
Pero yo soy aquello que cualquier ser humano sería si fuera invisible.
El padre no presta atención a lo que berrea su retoña. Observa atónito la boca de su mujer, sus mejillas moviéndose y abultándose como si chupara un enorme caramelo. Yo porque estoy acostumbrado; pero es muy extraño ver una mamada a un pene invisible. Los ojos lloran, la mente enloquece y la víctima siente que va a morir asfixiada. El que mira, siente un escalofrío, no comprende lo que ocurre salvo que hay algo poderoso y malvado ahí. Masca el miedo de la víctima como suyo propio.
La sensación de peligro es uno de los instintos básicos del ser humano y yo la pongo de manifiesto como ningún otro ser en el planeta.
—¿Qué te ocurre, Helga? ¿Por qué haces eso?
Pero Helga está demasiado ocupada en no asfixiarse. Le he agarrado el pelo por la nuca para presionar su boca en mi pubis. Seguro que el señor delegado de industria y energía, piensa que es tan extraño ese pelo que flota tenso y rígido, como el tremendo horror que sus ojos reflejan.
— Tú atrasas y adelantas la hora, tú lo gestionas. Eres en parte responsable de joder los días, de joder el tiempo. O disfrutas con ello, o no entiendes la magnitud del acto. Seas inocente o no, hoy los minutos van ser lentos como años. Yo también puedo variar el tiempo e interferir en tu vida.
Los ojos del hombre buscan desorbitados el origen de la voz, que he modulado con mucha gravedad para dar algo más de misterio. Mira directamente mi cara sin saberlo.
—¿Quién eres? ¡Helga deja de hacer eso!
Yo creo que en el fondo sabe que le estamos poniendo los cuernos ante sus narices.
Por toda respuesta, tiro del pelo de la tía buena obligándola a ponerse en pie y le doy un un puñetazo en el abdomen lanzándola contra su marido.
La hija grita histérica.
—Nos matará como a Ivana. Nos matará —recita ausente, un salmo a la locura.
—¿Qué eres? —susurra mirando ahora hacia el jarrón del comedor, sujetando a su esposa entre los brazos.
—Soy un hombre invisible y vosotros mis juguetes. Por culpa del horario de verano, tengo ahora serios trastornos del sueño. Y ahora vosotros no dormiréis. Por decir lo mínimo.
—¿Qué dices? ¿Qué estupidez es esa? ¿Todo esto por el adelanto de hora, hijo de puta? Estás loco seas lo que seas. Es para disfrutar de más luz, para ahorrar más energía. Nada más. Nadie quiere joder al hombre invisible.
Ahora estoy a su espalda y el especial tono con que ha pronunciado “invisible”, me ha ofendido un poco. No me gusta que los inferiores me hablen en ese tono, sólo acepto el del miedo.
Maraya está aún a la entrada del salón, sin atreverse a entrar. Le tapo la boca con la mano para evitar que grite; pero es imposible evitar los sollozos y gritos ahogados; el forcejeo por liberarse de mi mano que metiéndose bajo la camiseta del pijama, descubre y manosea sus tetas. Las tetas, cuando no están excitadas, son de una suavidad divina, los pezones blandos invitan a ser pellizcados, chupados hasta arrastrarlos por entre los dientes ávidos. Uno se recrea en ellos con el aliciente de que se endurezcan y cuando lo hacen, es hora de pasar al coño y follarla.
Apenas han pasado diez minutos; pero todos sudan como si llevaran dos horas corriendo. Einstein se acariciaría alelado su pene circunciso ante mi capacidad de relativizar el tiempo.
Yo lo que quiero es que el delegado sienta el dolor de la muerte de su hija de una vez por todas, se está obsesionando conmigo.
—Tu hija está muerta. Le he partido el cuello y la he sodomizado. Todo delante de estas maravillosas tetas que estoy sobando. Ivana no se estaba quieta como la buena de Maraya, si se revolviera entre mis brazos, le partiría el cuello también y la follaría en la mesita del sofá. ¿No te gustaría atrasar la hora y evitar lo que ha ocurrido? Aunque creo que lo más factible y lógico en estos momentos, sería adelantar la hora para que yo salga de aquí cuanto antes. Tienen suerte tus hijas de que se parezcan a tu puta y no a ti. ¿Sabes que Maraya odia morir? Sus pezones están deseosos de contraerse entre mis dedos. Ahora y dentro de unos años.
Viendo los pechos desnudos de su hija, sobados por el aire, deformados por una presión invisible, se derrumba.
—¿Cómo es posible? Ivana...
Llora y su esposa con él. Se dirige hacia nosotros, hacia mí y Maraya.
—Maraya, ven conmigo, acércate —le dice extendiendo la mano.
Cuando la chica intenta avanzar, la retengo contra mí y le giro el cuello hasta el punto máximo de torsión y todo el mundo comprende que han de estar quietos.
Cuando mis juguetes por fin asimilan lo que les está ocurriendo, se someten al miedo. Los primeros minutos siempre son para la sorpresa y la negación de lo imposible, aunque sea tan obvio como ahora. Al final, muerte y dolor es lo que se impone.
Mi rabo se ha endurecido entre las nalgas de Maraya y ahora lo meto por entre sus muslos, la tela del pijama está caliente y al poco tiempo, la noto mojada de mi propio fluido. Si en este momento le picara el coño y se rascara, se encontraría con mi pijo bajo las uñas. ¿No es esto maravillosamente obsceno y extraño?
Quien me conoce, quien sabe de mi existencia, acumula una experiencia que envidiarían muchos.
El cuerpo de Maraya se agita laso ante mis rítmicas arremetidas entre sus muslos. Estoy pensando en joderla, obligar que su padre la sujete mientras le chupo el coño y luego le meto el puño entero.
Helga se ha separado de su marido y viene hacia nosotros, con su boca ensangrentada está adorable. Es cierto que el diente hundido le resta belleza; pero también le da un aire de fragilidad excitante.
Me encantan los menages a trois; le lanzo a su hija a los brazos para que no me toque, odio que me rocen los visibles sino soy yo el que lo provoca.
Se abrazan lloriqueando.
—¿Sabéis familia? El tiempo se acaba y estoy confuso. No sé cuando amanecerá. Por otra parte me aburro inmensamente hablando. No es normal que hable tanto con mis juguetes.
Me acerco al delegado hasta que es capaz de notar mi aliento en su rostro.
Ya no me siento enfadado, no siento odio. Mi ánimo se ha templado. ¿Qué importa una hora más o menos cuando no estoy sujeto a norma alguna?
Tengo unos prontos malísimos.
Al delegado le he obligado a beberse una botella de bourbon, media hora quejándose, pidiendo que me vaya, que los deje tranquilos y bla, bla, bla...
La madre y la hija se han sentado desnudas en el sofá y mantienen las piernas separadas. Les he tenido que pegar unas cuantas veces para que hicieran lo que les ordenaba y ahora se mantienen así de abiertas y excitantes.
Como padre y marido no creo que sea muy querido, porque apenas han lanzado un tímido grito cuando le he obligado a tragarse su reloj de pulsera. Le he tenido que golpear varias veces en las costillas con la botella vacía, pero lo cierto es que ese reloj tan grande no pasa por ahí. Ahora la sangre mana abundante por sus labios.
Le obligo a tomar unos tragos de coñac. Se desploma como un pelele en el suelo, no sé si por coma etílico, dolor o miedo.
Es igual, me siento orgulloso.
Todo queda en silencio, sólo se escuchan las respiraciones agitadas de las mujeres que miran a su padre y marido. No gimen ya, sin embargo sus ojos están hermosos anegados de sangre.
Creo que es hora de irse, esto ya me aburre.
Al llegar al salón, el reloj de carillón da cuatro campanadas. Me acerco a su esfera y no puedo evitar tocar sus manecillas negras y girarlas al revés, hasta que marca las tres.
Doy media vuelta, y al entrar en el salón grito:
—Se ha atrasado la hora oficialmente, por tanto vamos a pasar otro rato más juntos hasta conocernos bien. Una hora más.
Las mujeres, han roto a llorar de nuevo, presentían que aquello llegaba a su fin. Es una crueldad engañar a los visibles y darles esperanzas; pero es algo que se hacen continuamente entre ellos. Son más fuertes de lo que parece.
Cojo las cuidadas canas del delegado y tiro de ellas hasta que se despeja y consigo que se ponga en pie.
—Harás lo que te diga, sin rechistar. Si no me haces caso pronto y siguiendo al pie de la letra mis instrucciones, las mato a cuchilladas. No pronuncies una sola palabra a partir de ahora, o las descuartizo. Si me has entendido, si eres consciente de lo que te he dicho y lo has comprendido, llámalas putas.
Parece no reaccionar.
—Las voy a cortar en pedazos, tarado. Si no eres capaz de entenderme y seguir mis órdenes, las voy a descuartizar lentamente delante de ti.
—¡Putaaaaaas! —grita a pleno pulmón, lanzando gotas de saliva y sangre.
—Cariño... ¿Es él, aún está aquí? —le pregunta su mujer aterrorizada.
—No le respondas —le susurro al oído.
—Papá... –Maraya se acerca a su padre buscando su abrazo.
—Vuelve al sofá Maraya, no te muevas de ahí.
—Tengo mucho miedo, papá.
—Te he dicho que vuelvas al sofá.
Tal vez hayan sido las húmedas y mudas súplicas de los ojos de su padre, la que la convencen de que se quede sentada en el sofá, junto a su madre.
—Y que mantenga las piernas abiertas...
—Ahora quiero que ates las manos de tus zorras a su espalda y las arrodilles; pero a tu hija, además le vas a atar los pechos, hasta que sus pezones se endurezcan y se amoraten. Ve a la cocina, he visto cordel —le susurro con un tono tan bajo que no pueden oírlo las tías buenas.
—Cariño ¿adónde vas? ¿Qué ocurre?
—Diles que estás loco, que ahora sólo tú me puedes escuchar y tienes que obedecer, soy un dios que exige sacrificio —le susurro al oído conteniendo con dificultad una carcajada camino de la cocina.
La pequeña Ivana ha perdido completamente el color y es tal su apariencia de cadáver que cualquiera sentiría cierto tufo a descomposición por pura sugestión. El padre acaricia su cabello con tristeza.
—Vamos te están esperando.
Les ata las manos a la espalda y a Helga la obliga a girarse hacia el sofá y la invita a que descanse el pecho en el asiento. Su culo redondo y musculoso por el gimnasio se ofrece voluptuoso a mi invisible polla.
—¿Por qué nos haces esto? Responde.
—No respondas y ata las tetas de tu hija.
La primera vuelta de cordel la pasa por debajo de ambos pechos y da cuatro vueltas de cordel a cada pecho, siguiendo mis instrucciones, cuando estoy satisfecho con la fuerza con la que se han atado, le susurro.
—Déjalo ya y ahora, arranca el cable de lámpara de pie.
—Papá me duelen mucho.
El delegado desenchufa y tira al suelo la lámpara halógena de pie que se encuentra a la entrada del salón y arranca el cable al tercer intento.
—Quiero que le azotes sus tiernos pechos, quiero masturbarme viendo como se amoratan y la piel se rasga.
—Hijo de puta —contesta ante los horrorizados ojos de su hija.
—O lo haces tú, o lo hago yo. Y te juro que le arrancaré las tetas a golpes.
Helga se incorpora.
—¿Estás loco? ¿Qué vas a hacer?
Golpeo la cabeza de la mujer y la obligo que pegue la cara al asiento del sofá, manteniendo su cabeza presionada.
Cojo un cenicero de la mesita y lo sostengo tras la cabeza de Ivana. Si no empieza a azotarla, le casco el cráneo.
El delegado ha entendido y lanza un fuerte latigazo que causa un escalofrío de dolor en los músculos de su hija, lanza un gritito, que se convierte en alarido a medida que los azotes se suceden.
La madre forcejea por liberarse de mi presión, sin soltar mi presa, me coloco tras ella y la penetro con facilidad. A la vez acaricio los pezones ensangrentados de Ivana, que no siente mi tacto, se encuentra en estado de shock y sus pechos están tan amoratados como insensibles al placer. Hay sólo cabe el dolor. La chica se ha derrumbado en el suelo agotada y dolorida.
El delegado ahora observa cómo las nalgas de su mujer se agitan y su sexo está extrañamente lleno de aire. La vulva se muestras abierta y dilatada ante mi invisible bombeo. Helga ha dejado de gemir y se ha sometido. Su mente ya ha empezado a deshacerse.
Dentro de unos minutos serán de nuevo las cuatro.
Eyaculo mi invisible semen en el ojete de Helga y la ira me posee al no poder ver mi propia polla escupiendo la leche. Es algo frustrante.
Todo es rojo.
Me acerco hasta el delegado y le doy una fuerte patada en los cojones.
Todo queda ahora en silencio. Dong, dong, dong, dong... Las cuatro.
Me siento satisfecho, razonablemente sereno ya.
Aunque haya algunos daños colaterales, yo soy pura justicia. Imaginad un mundo en el que los señores delegados no sufren y sólo viven bien y ejercen su santa voluntad. ¿Asqueroso verdad?
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Han pasado tres años. Y hace dos que el señor delegado se suicidó en su celda mordiéndose las venas de las muñecas. Le insistí sobre tal hecho unas cuantas noches durante los cambios de turno de los celadores.
Madre e hija se pudren en un sanatorio mental. Continúan contando extrañas historias, sin duda alguna, aún aleccionadas por la obsesiva personalidad enferma del padre y marido maltratador.
Cuando atraséis o adelantéis la hora, acordaos que alguien estará muriendo y sufriendo. Eso os hará sentir mejor.


Iconoclasta

25 de octubre de 2009

Un día de risas y amor



Es normal esta voz torpe, mi bella.
Se han liado mis cuerdas vocales por todo este torrente de amor que se atropella y agolpa por decirte al oído y al espacio lo que te quiero.
Son pólipos de amor, deseo y ternura que hacen de mi voz algo parecido al graznido de un cuervo. Nada inusual.
El pato Donald estaba enamorado.
Y puedo parecerte fatigado, pues no. Tampoco es por el tabaco, listilla. Simplemente me cortas la respiración cuando ríes o cuando cierras los ojos llevada por un placer, por un beso de mis labios o por una promesa de amor eterno.
Y es por eso que lagrimeo tanto. Todo este amor pesa en mi pecho y requiere un gran esfuerzo respirar contigo. Es entonces, cuando me concentro en atrapar aire bendito, que los ojos se escapan a mi control y los muy bastardos buscan el ébano de los tuyos; emisores de rayos de luz de una arrasadora sensualidad. Deslumbrante.
No es un lagrimeo triste, mi bella. ¿No ves mi sonrisa de Cheshire? Es que la luz de tus negros ojos me somete, me esclaviza. Si no fuera por mi férrea voluntad, desearía seguir mirando hasta quedar ciego y guiarme por el mundo sólo con tu mirada.
¡Vaya, cielo! Debería hacer algo, mi bella. Entre mi tartamudeo, la dificultad respiratoria y esta pequeña alergia que provoca un ligero lagrimeo en mis ojos, te debo parecer de lo más patético. Si tienes paciencia, dentro de otros mil años conseguiré arrebatarte el control de mi organismo.
Y sólo me falta dejarme vencer por el peso de tus palabras, para caminar un poco doblado y así ser el vivo retrato del corcovado Quasimodo.
Y tú la hermosa Esmeralda, que me quiere a mí, no a Febo.
¡Vaya amante te has buscado, mi bella!
Mi vida, tus ojos son preciosos; pero necesitas gafas.
No es un día para hablar de ausencias y de encuentros, ni de tiempos de desolación. No es el momento de pedirle cuentas a la puta vida; que explique esa furcia porque nos ha hecho esto.
Hoy sólo quiero arrancarte sonrisas a puñados, mi bella.
Amada, amada, amada...
Quiero ser el motivo de tu sonrisa, seré una fresca brisa que acaricie tu piel y te haga cosquillas de amor.
Una palmada en el culo: ¡Pero qué buena estás cordera!
Soy tu rústico patán y estiro las mandíbulas como un auténtico cro-magnon, pensando en cosas profundas, tan metafísicas como darte con una porra en la cabeza, gritarte: ¡Ujungo bongo! (te amo, maciza) y hacerte madre en una caverna con una gran hoguera y una luna llena gigante en el cielo.
Me he comprado unas gafas de broma, de su montura dos grandes ojos cuelgan de unos muelles. Me las colocaré cuando estés mirando a otra parte y te diré un dulce “te amo” mirándote fija y tiernamente con esos ojazos.
Necesito tu risa, mi amor.
Hoy llenas mi corazón, soy tuyo. Estoy en ti, sólo necesito tu reír.
Porque ya te tengo toda.
Te contaré un chiste de tontos enamorados. Otro de los que se confunden enamorados con enanos morados. Blancanieves besando a Gruñón de forma obscena. De locos; pero no tontos.
De sordos; pero no ciegos.
Tengo tantas cosas para hacerte reír...
Me tropezaré con la raya de un lápiz marcada en el suelo, seré un tosco Charlot para arrancarte tu sonrisa, mi premio de vida.
Y astuto yo, aprovecharé para abrazarme a tu cintura y darte un beso serio como un cáncer, grave y profundo. Sin asomo alguno de chanza, como el universo negro sin estrellas.
En ningún momento dejaré que aflore la tristeza de casi una vida entera sin ti.
No te contaré de las tristes mañanas en las que despertaba sumido en una profunda pena que no entendía, no podía identificar. Al abrir los ojos me cubría una capa gris, fría y desabrida que me torcía la boca en una mueca de náusea. Me faltaba algo que no supe lo que era hasta que vi tus ojos.
Cada amanecer sin ti, me sumía en una profunda melancolía.
Mi vida, ya no podía seguir acumulando tiempo sin ti. Vivir a duras penas era viable.
Cuantas veces, durante cuantas horas he mirado mis pies buscando pistas sobre el amor, sobre tu existencia. Alguien por quien vale la pena vivir.
Alguien por quien me despelleje la piel por arrancarle unas sonrisas.
Miles de ellas a ser posible.
¿Sabes el chiste de Caperucita Roja?
Iba por el sendero del bosque a casa de su abuelita, cuando aparece el Lobo:
-¿Adónde vas Caperucita bonita?
Y Caperucita, que parecía no haber tenido un buen día ya que iba dando patadas a las piedras, le respondió:
- ¡A rascarme el coño!
Dime que es gracioso y ríe mi bella
Ríe mi vida, hasta parar mi corazón.
Es un día de amor y risas.
Nos lo hemos ganado, cielo.
Ha sido tan largo vivir sin ti, tan triste...
¿Sabías que las brújulas son las que montan en escóbulas?
Una risa más...



Iconoclasta
Nota del autor: el chiste de Caperucita Roja, aunque versionado a mi gusto, no es de mi invención y como de tantos otros chascarrillos, desconozco al autor. Igual ocurre con el chiste de la brújula.

18 de octubre de 2009

Está lleno de cruces



En algún momento de la infancia (seguro que fui niño, tuve que serlo), tal vez en mil novecientos sesenta y siete, (más atrás no; los niños tan niños no deberían soñar según qué); soñé con un cielo saturado de azul y blanco; se podía tocar, hundir las manos en las nubes de un blanco tan crudo como el sudario impoluto de un cadáver. El azul era tan sólido, que la luz apenas podía vencer la oscuridad. Un toque de noche al día. Una balsa oscura reflejando el mar sereno, maldito, infranqueable y voraz.
Era hermoso aquel cielo a pesar de las cruces que se mantenían ingrávidas como naves espaciales amenazando la tierra. Oscilando imperceptiblemente al ritmo de los pulmones de los crucificados.
No tuve tiempo.
El primer crucificado, hermoso su rostro congestionado por el dolor, era mi padre.
Yo lo observaba tranquilo. Fascinado por las detalladas vetas labradas en la negra madera de la cruz.
Él no me miraba, sufría más allá de mí. El dolor nos hace tímidos y en lugar de mirar a los ojos, miramos el polvo.
No tuve tiempo.
Se murió antes de saber que su hijo soñó con él crucificado.
No tuve tiempo de sopesar si era mejor hablar o callar.
Se murió antes de saber que su hijo estaba loco.
Todos me sobrevaloran, es una constante como la lenta velocidad del tiempo cuando siento que me arrancan las uñas.
Tras él y en todas direcciones, se extendía un inmenso campo de cruces, cada una con su crucificado, con su culpable. Centenares de tristes cristos convertían sus lágrimas en lluvia sobre la tierra.
Uno de ellos era un presentador de la televisión, me parecía viejo. Ahora, al seguir viéndolo ahí crucificado, me parece un poco más joven que yo.
Hasta en mis sueños los extraños interfieren, el mundo infecta lo más íntimo, lo más sagrado de mí.
Si pudiera, haría arder a los crucificados, los incineraría a ellos y sus rostros dolidos. Hasta las cenizas desintegraría para que no quedara nada de ellos en mi mente, en mi sueño.
Sucios...
Como los odio, los odio allí colgados sufriendo y llorando.
Tal vez nunca los queme, que se jodan y sufran durante toda la puta eternidad por haber infectado mi sueño.
Beso tu coño, mi bella. Eres lo único que permito que interfiera en mí. Eres lo único que miro con una sonrisa. Eres mi jardín perverso y la ternura, la inocencia que un día quedó clavada en algún madero de una cruz negra.
Oscilando con mi respiración hostil.
Mi padre está caliente en la cruz. Lo prefiero allí que frío y rígido sobre la cama. Antes de encerrar su carne en un ataúd sellado lo toqué y el frío de su piel aún quema mis yemas.
Deberíamos morir directamente en una urna de cristal para que nadie pueda tocar nuestra fría carne.
Muerdo tus labios, mi bella. Esto no debería escribirse, y sólo tengo el consuelo de la cálida humedad de tu boca.
Tampoco le pude decir a mi amado crucificado, que tuve que arrastrar el cadáver de su madre. Se murió con el cuchillo en una mano y con una vaina de judías en la otra. A fuego lento como el agua que calentaba en la cocina.
Es otra razón por la que los cadáveres deberían caer en un recipiente, jamás en el suelo. Pesan infinito, pesan dolorosamente. Por más que los cojas y los aprietes contra ti, no vuelven, no te hacen caso. Ni siquiera te ayudan a llevarlos hacia una cama donde exponerlos. No los puedes dejar en medio de la cocina todo el día: los perros que los aman podrían arañarlos pidiendo que se levanten.
Necesito acariciar tus pechos hasta sentir tus pezones duros presionar las palmas de mis manos. Necesito lo vivo y lo cálido; te necesito a ti entre toda esta insana tropelía de recuerdos.
Porque estás tú, mi bella, de lo contrario no podría vomitar esto sin lamer el indoloro filo de la navaja con mis venas.
Tal vez ni estés, tal vez gires la cabeza asqueada.
¿No es hermoso el plateado brillo de un filo? Mi padre usaba una navaja para afeitarse. La conservo por si algún día he de cortarme el cuello. Nunca se sabe.
Ojalá fuera tan valiente.
Que nadie se fíe.
¿Y si soy uno de ellos, de los que llueven dolor sobre el mundo y tú no estás? ¿Y si soy el sueño del sueño y tú la que mira horrorizada? Necesito la navaja...
Debo preguntarle a mi hijo si ha soñado conmigo, si me ha visto crucificado en la cruz como está mi padre.
Si me dice que sí, me cago de miedo.
Me cago de pena.
Tampoco le puedo decir a mi querido crucificado que no soy un buen padre, que mi hijo no basta para dar consuelo a la angustia que a veces me dobla por la mitad. El sigue mirando abajo, como los otros. No le importa si soy buen padre.
Pero a mi hijo no se lo diré, yo no hago daño a mi hijo. Jamás permitiría que por sus dedos se extendiera el frío de la carne muerta. Llevo un ataúd a la espalda para tal fin.
No se ríen los crucificados ante mi gracia. Y si alguno se riera, allá al fondo del infinito, sería yo.
Ahora soy tres años mayor que cuando mi padre murió. Sé más que él. Estoy seguro, porque ahí, sufriendo en la cruz, se le ve más joven de lo que pensaba que era, ergo no podía saber más que yo. Imposible.
Si hubiera sabido tanto como yo, estaría sonriendo. Se reiría de lo que su cansado cuello le obliga a mirar allá abajo.
Necesito abrazarte, mi bella. Abrázame, no quiero el calor de las cruces ni de los dolientes. Sólo quiero el calor de tu cuerpo. Conjura a los muertos y a los que odio. Conjúralos con una caída suave y profunda de tus párpados; un telón que cierra una maldita obra que no consigue arrancar una sola sonrisa a nadie.
Tú me absolves.
RIP


Iconoclasta

16 de octubre de 2009

Máster en supervivencia de Amores Rotos



Introducción y consideraciones.

Hay amores rotos: amantes mal sincronizados con el tiempo y el lugar.
Antes escribían sus confidencias en cartas que tardaban días y semanas en llegar. Hoy se aman entre bits y velocidades lumínicas.
Con terabytes de ansiedad, con la misma insana ilusión.
Son amores rotos, amores que se cogen con cuidado y se acunan para intentar curarlos. Repararlos.
Dan pena los amantes rotos, ríen cuando hay que llorar y ríen cuando hay que reír.
Se duelen lejos del teclado y la pantalla; como en otro tiempo lloraban lejos del papel para no emborronar el amor más de lo que estaba. Casi difuso.
Son heroicos, uno se avergüenza de su suerte al mirarlos ilusionados con algo tan roto entre sus manos.
Con tan poca cosa, es extraña la fuerza con la que los corazones laten desaforadamente.
Este curso es una poderosa arma que la universidad Brokens Love pone a disposición de esos héroes que hacen de su amor roto un universo de llantos escondidos y risas exageradas. De secretos que se susurran al viento.
Se inicia el curso.
Y va ser duro. Seremos inflexibles con nuestros alumnos.

Máster en supervivencia de Amores Rotos.
Ponente: Sr. Llanes, licenciado en Rotología.


Buenos días y bienvenidos, mis queridos rotos.
Hemos de comenzar este curso avanzado, puntualizando que nunca se debe pronunciar “imposible”.
Lo roto se arregla, o se coloca en su lugar. Lo imposible es muerte fría y oscura. Inanición del ánimo.
Así de horrible y oscuro.
¿Y si fuera imposible, qué sentido tendría este máster?
PROHIBIDO PRONUNCIAR “IMPOSIBLE”.
Porque un amor imposible no se debe llamar así jamás. Ya sufren bastante los amores rotos, siempre fuera de lugar y de tiempo.
I-N-S-I-S-T-O, quien pronuncie “imposible”, será expulsada/o del aula y del centro, y no se le devolverá la abusiva cuota de la matriculación.
A estas alturas de vuestras vidas, mis alumnos rotos, no os vais a engañar, no sois adolescentes. Así que quiero que uséis tantas mentiras como sean necesarias para aliviar el dolor de un amor roto. Sois mayorcitos ya y tenéis derecho a mentir. Os lo habéis ganado a pulso.
Respecto al grandullón del fondo. Sí, usted, el que se muerde el puño con tanta ansia; le comunico la primera amonestación de dos.
A la segunda que reciba se va a la calle.
Que nunca más se le ocurra ser sincero con su amada. ¿No le da vergüenza haberle dicho una verdad que ambos sabían? Es un dolor cruel y gratuito.
Claro... Ahora se muerde el puño de puro remordimiento, porque le duele cada lágrima que ella derramó.
Prométale ahora mismo que se abrazarán, piénselo con intensidad. Sabe muy bien que sabremos si lo ha hecho. Y no querrá quedarse sólo para toda la vida ¿verdad? Estos amores sólo se encuentran una vez, mi pobre roto.
Eso está mejor.
Venga aquí, amante ansioso y nervioso, deme un abrazo y prométame que nunca más le dirá algo tan brutal a ese caramelo con chile que le ama.
Ya está, no me llore. ¿Acaso no la siente sonreír feliz ahora? ¡Ay estos adultos enamorados! ¿Qué harían ustedes sin un profesional como yo?
Está bien, sabemos que han tenido que hipotecar la casa para pagar el curso; pero aún así, vale la pena. Al menos para nosotros.
Les deberíamos cobrar el doble.
Es broma, sonrían mis rotos. Valientes enamorados.
Mis rotos alumnos, probablemente sabéis más que yo de lo muy rotos que os sentís, de lo roto que es vuestro amor sostenido en rotos deseos (no es falta de vocabulario, repetir “roto” tantas veces, es un método pedagógico para que penséis en él con familiaridad).
Y tal vez por eso, no sois objetivos y os retorcéis entre dolores y alegrías.
Sí, sé que es desesperanzador ver tantas cosas rotas; pero seguís enamorados a pesar de todo y de todos.
Debéis saber que sois muy pocos, que formáis parte de una élite de tenaces fracturados románticos.
Menudo consuelo ¿eh?
Sonreíd, que no os vamos a cobrar más por ello.
Miradme a mí, la amo a cada segundo, la tengo presente hasta en la piel y soy medianamente feliz (si os dijera que soy completamente feliz, y dado que no soy amante roto de ninguno de vosotros, seguramente os reirías de mi mentira). Y ella también es medianamente feliz, ella me lo asegura y yo me lo creo. De lo contrario, mis queridos rotos, me descerrajo un tiro en el cielo del paladar.
Entre los amores rotos, sólo hay un fino hilo de oro incorruptible que nos une, un superconductor que nos conecta nervio con nervio; pero es tan débil el pobre, que se rompe con el aliento. Con una palabra mal escrita, con un silencio.
Y hay que revisarlo y acariciarlo y adorarlo porque no está presente, y requiere todo el esfuerzo del mundo para mantenerlo. Los amores sanos, necesitan menos mantenimiento.
Vosotros tenéis que recurrir al exceso.
Tenéis que amar devorando la distancia y el tiempo.
Y es agotador ¿Verdad, mis rotos?
Mis cansados rotos... No toméis notas, al final de la clase, os entregaré el manual de supervivencia y mantenimiento.
Hasta aquí lo que sabíais; pero no acababais de poder expresar con las palabras adecuadas.
No os preocupéis, todos hemos pasado por ello.
Siempre, en todos los cursos impartidos, cuando llego a este punto en el que he acabado de expresar todo lo que sé al respecto, me doy cuenta de lo grande que es amar rotamente y siento unas ganas más tontas de llorar... Disculpad.
Y ahora la praxis.
Lo primero que vais a hacer ahora es abrir bien la boca y aspirar todo el aire que podáis.
Conocemos vuestros trucos: respiráis muy suave y repetidamente para evitar la angustia. Teméis que se os escape un gemido triste y demasiado audible.
Y también sabemos que continuamente mantenéis contraídos los músculos pectorales, temiendo que se os salga del pecho el corazón.
Pues muy M-A-L. Debéis ser consecuentes y valientes a la hora de gemir.
Unos auténticos rotos serenos.
Y por el corazón, tranquilos, continuará en su sitio. Eso del corazón colgando del pecho por un muelle, es cosa de dibujos animados. Leyendas urbanas. No tiene base científica. Así que relajad el pecho y dejad que el corazón bombee libre, con toda su potencia y caudal. Un buen torrente sanguíneo en el cerebro os evitará algunas lágrimas tristes. La sangre oxigenada, y esto sí que tiene base científica, es más animosa.
¿Pero quiere quitarse ya el puño de la boca y coger aire?
Vaya... Lo que tenía ahí dentro. Más que un gemido me ha recordado el grito de Tarzán. Seguro que Jane le ha oído.
Y ahora a relajar los pectorales. Las mujeres, si es su deseo, pueden quitarse el sujetador si lo llevan.
Es broma. Y si ríen no ocurrirá nada malo.
Eso es mis amantes rotos, tenéis una sonrisa hermosa, tenéis que lucirla.
Ahora que habéis acabado de expulsar los gemidos y los corazones laten más libres y relajados, sed sinceros: ¿a que no os sentís tan rotos?
Tanto tiempo con todo eso dentro... Pobres rotos...
Sí, podéis fumar si me invitáis. No puede hacer daño.
Pues sabed que vuestros amantes, donde quiera que estén, han sonreído con cariño; los hemos monitorizado con nuestro Almógrafo Ultrabroken v 3, un escáner del alma de última generación, y comprobado que han sentido en su rostro una brisa fresca que les ha provocado un delicioso escalofrío. Han cerrado los ojos mirando al cielo.
Al finalizar el máster os adjuntaremos con el diploma la almagrafía que demuestra que os han sentido íntimamente cercanos.
El llanto es inevitable, mis rotos amigos; y es bello. La tragedia de la fractura tiene una belleza ultra terrenal.
Sin embargo, hay que evitar en la medida de lo posible ese llanto. Porque el llanto es dolor y el dolor llanto; y amigos míos, mis apreciados rotos, ya tenéis bastante dolor.
No existe forma más bella de ser sinceros que expresarle a vuestro roto amante, que no hay nada en el mundo como el tacto de su piel o el húmedo calor de sus labios. Porque sabéis que es así, eso no es una mentira.
Ya sé que pronunciar cosas así de viva voz, crea un nudo en la garganta; así que de momento lo escribís una docena de veces en la libreta rota (especialmente rota para vosotros, para que veáis que cuidamos el detalle). Después lo pronunciaréis en voz alta, en un susurro. Y lo repetiréis hasta que vuestros labios y dedos se muevan pensando que es real. Con los ojos cerrados o abiertos, eso a gusto de cada uno. Y os lo creeréis como de pequeños creíais en Santa Claus.
Con una ilusión a prueba de bombas. A prueba de lógica y experiencia.
No obtendréis el diploma y mucho menos la almagrafía de vuestros amantes sino os veo ilusionados.
Muy bien. Así me gusta.
Esas lágrimas que se os escapan a algunos de vosotros no me acaban de gustar; pero sé que a estas alturas no son de dolor. Agua indolora que simplemente limpia el corazón. Románticos colirios.
Hermoso...
Mis queridos rotos, estoy orgulloso de vuestra promoción. Sois unos alumnos excepcionales. Enhorabuena.
Podéis marchar y ser medianamente felices.
Un abrazo, denodados amantes.

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Cuando los alumnos salieron del aula, se escucharon gritos de sorpresa, de alegría, risas y llantos.
Los amantes se habían encontrado.
En una cláusula del contrato del máster, redactada en letra demasiado pequeña, se especificaba que parte de la cuota se dedicaba a sufragar los gastos de viaje para sus amantes lejanos; incluía además, cuatro horas de tiempo para compartir un poco de vida en medio de lo roto y crear mentiras más reales que los ayudaran a hacer eterno el amor.
Los amantes rotos no leen la letra pequeña, están demasiado cansados de que todo sea tan difícil.
El profesor, se alejó de las puertas abiertas del aula y se deslizó a un lado de las cortinas de la pantalla de proyección en un lugar de penumbra. Y allí dijo “Te amo” con el almógrafo de su amante en la mano, cerrando los ojos.
El aparato vibró en sus manos y en la pantalla apareció una gráfica ascendente de un delicioso escalofrío en la piel de su amada.
Y sin darse cuenta, una lágrima que no era de dolor se le escapó.
Y aún así, dolió.


Iconoclasta

13 de octubre de 2009

Podrido

Algo de serenidad, algo de silencio, una brisa sorda, un sol que no caliente.
Aunque sea un poco, lo mínimo de cada cosa.
Soy el guerrero que sangra y jadea observando a los muertos pudrirse. Sentado entre cadáveres aún muriendo. Muriendo yo también, serenamente. No importa, no tengo cosas que hacer. Ya está todo visto, ya está todo perdido.
Sería agradable que la atmósfera dejara de presionar en los hombros.
Necesito un momento de paz para poder identificar el origen de los gusanos que inundan mi boca. No es por asco, es simple curiosidad.
Me interesa saber si estos gusanos nacen de mí o me invaden.
Son tantos y tan inquietos... Los muerdo; pero son como dedos de bebé que resulta imposible de hacer daño. Porque si nacen de mí, son hijos míos. Si entran en mí, tal vez sean los únicos que me amen. Y formarán capullos en mis órganos, seré un cuerpo lleno de vida.
Padre otra vez...
La atmósfera clava sus garras en mis hombros pesando. Pesando tanto...
Y no me da descanso.
La atmósfera no se mide por peso de columna de agua y superficie; y una mierda: es plomo que aplasta.
Parto una oruga con los dientes cuya mitad cae entre el escaso vello de mi pecho retorciéndose. A lo mejor se ríe... Yo me reiría si me partieran en dos.
Ha sido la presión, yo no...
La atmósfera en su afán por aplastarme, mata bebés cuyos dedos riegan mi campo de muertos y tasajos humanos.
O tal vez, he sido yo y me aterroriza haber perdido lo poco que me quedaba de humanidad.
No hay silencio, los muertos no saben que lo están y alguno se lamenta; son ruidos vanos, sus mentes se fueron hace minutos eternos, son sólo ecos de células que sucumben, se secan. Crepitan como tocino en una plancha caliente, eso es todo.
Los cadáveres deberían callar si no tienen nada que decir.
No hay una brisa muda; el aire agita con tanta fuerza los árboles que su rumor consigue llenarme de temor. Son hostiles sus ramas, es amenazador y peligroso el aire que se hiere entre sus hojas y grita de rabia; como si quisiera comerse mis gusanos.
El sol es abrasador. Me cubro con cadáveres que se calientan como enfermos enfebrecidos; no hay salida. La muerte no es fría, es una infección caliente.
Masturbarse es abortar habitantes del planeta, posibles cuerpos. Hay llagas y heridas anegadas de abortos en mi campo de muertos. No tengo otra cosa que hacer muriendo; está todo perdido. El semen es pulpa de orugas.
Soy el guerrero cansado y herido, y aunque no he tenido paz, sé que estos gusanos salen de mi cerebro podrido. No puedo evitar morder fieramente uno y sentir un aguijonazo de dolor.
Es doloroso matar una idea. Los dedos de un bebé deberían ser lo más sagrado. Hay un instinto que guía la fuerza de las mandíbulas cuando nos metemos sus manitas en la boca para no herir la piel inocente.
Algo ocurrió en mi concepción, algo falló porque la tierna idea está tristemente aplastada entre mis dientes.
Es hora de abrir los ojos, de devolver los gusanos a su lugar, de olvidar la compañía de los muertos. El cigarro se ha consumido dejando una piel carbonizada entre los dedos; como si no fueran míos.
El rugido de los martillos neumáticos rompiendo el asfalto de la calzada, el polvo que hace basura del aire y las voces de una ciudad que me provoca náuseas, me hacen añorar el campo de los cadáveres aunque no haya la suficiente serenidad en él.
Los ojos desbordan una venenosa lágrima y me levanto ebrio de frustración del banco de esta calle repugnante. De esta ciudad hedionda. De este planeta infecto.
Una rata sucia de grasa y polvo con calvas y rosadas llagas en el lomo, lame cansada sus patas acurrucada en la valla de protección de la obra. Tan herida y cansada, que no huye cuando me acerco tanto que huelo su repulsiva vida. Apenas reacciona cuando piso su cabeza. Crujen los huesos lentamente mientras sus cuartos traseros aciertan a intentar huir demasiado tarde.
La aplasto cuidadosamente, sin pasión alguna, con efectividad; prolongando la agonía. Y parece ser que la atmósfera se hace más liviana. Ya no pesa, se diría que no quiere tocarme.
El chillido agudo de dolor enmascara el ruido de vida a mi alrededor. Sonrío sin ningún tipo de alegría cuando muere y por un instante se hace un ominoso silencio
He creado un proyecto de campo de muertos en La Tierra.
Alzo la rata hasta mi cara cogida por el rabo con escrúpulos higiénicos. Aún soy curioso. No tiene ojos, no tiene nada reconocible de lo que hace unos segundos fue. Y aún así, sé que mira con horror el rostro de un dios. Las pulgas abandonan el cadáver como si temieran libar muerte de su piel.
La lanzo por encima de la valla de protección a la calzada reventada para que la aplasten las máquinas y se pudra en lo más profundo de la tierra, como debería pudrirme yo.
Hundo profundamente el filo de mi navaja entre uña y carne de uno de mis dedos, no importa cual, todos duelen igual. Al menos necesito dolor, soy un guerrero sin su campo de muertos. La lengua está
herida por los dientes que amordazan el rugido del dolor. Se suman los dolores y la vida es un festón negro de rojos ríos bordados.
Un dolor pegado a otro dolor.
Porque estoy convencido de que no hay nada más que el dolor y la muerte para liberarme de esta infección que es el planeta en el que está todo perdido y no hay nada más.
Es la única forma de llegar al campo de los que se pudren y morir con mis compañeros.
Los gusanos se remueven satisfechos en mi cráneo y uno despistado se ha caído en mi boca, lo mastico con cierta premura. Otra vez más, sin que nada guíe la fuerza de mis mandíbulas para evitar el daño.
Mi hijo sale corriendo del colegio hacia mí. Trago el gusano y consigo sonreírle. Besar su mejilla.
Y meter la mano con el dedo destrozado en el bolsillo del pantalón con un dolor que es una aguja entrando en el iris.
Cuando cojo su mano, un escalofrío remueve mis larvas inquietas y me pregunto si lo que me queda de humano instinto, será suficiente para que un día no le ampute los dedos de un bocado.
Odio tanto esta prisión...
Todo lo sé, todo está perdido.
Estoy abandonado.
Dolor y muerte es el grito guerrero de los que tienen el cerebro podrido.




Iconoclasta
Autor: Pablo López Albadalejo
País: España


Con este poema participo en el segundo Concurso de Poesía de Heptagrama

12 de octubre de 2009

Mi vida como oso hormiguero



¡Hola! Soy un oso hormiguero.
Soy simpático y tengo una trompa y una lengua muy larga.
Zzzzzzz... Y muy rápida... ¡Qué buenaz laz hormiguitaz, laz termitaz...!
Indecentemente larga y voluptuosa.
¿Los osos hormigueros son tan salidos como me siento yo ahora mismo?
Esto tiene que ser un sueño, fijo. Me gustaría saber de donde coño ha sacado el subnormal de mi subconsciente la idea de convertirme en oso hormiguero. Joder, si no he visto documentales de naturaleza en varios meses. Y seguro que no hay referencia alguna al oso hormiguero en el libro de los sueños, es un asco ser tan profundo.
Venga, a disfrutar, no te jode...
Debo ser un oso hormiguero extraño y neurótico, porque los osos hormigueros no miramos el culo de las humanas pensando en que nuestra lengua es algo más que una tira insecticida para atrapar hormigas o termitas, o algún que otro coleóptero de pequeño tamaño, pocket-coleópteros para ser más técnicos.
Y tampoco es lógico que un oso hormiguero sienta asco de comer hormigas. Es más, me apetece un bocadillo de tortilla de atún con queso, patatas fritas de luxe con salsa de ajo, kétchup, coca cola y un batido de chocolate con mucha nata por encima y pasarle la lengua por el coño a la camarera que está como un queso de buena.
Vaya mierda; esto debe ser uno de esos sueños que se intuyen largos. La gilipollas de mi mujer me despierta cuando estoy soñando con la del tercero, como si lo supiera. Y cuando me ha de pegar un codazo para sacarme de una pesadilla angustiosa, no hace nada.
No pienso meterle mi larga lengua y mucho menos mi nariz entre las piernas, ella se lo pierde por borde.
De momento el sueño no está mal, tiene sus ventajas ser oso hormiguero. Cuando soy hombre y me levanto de la cama, tengo que hacer a un lado mi órgano genésico por lo erecto y lozano que está, es difícil doblarse con aquella obscenidad dura entre las piernas. Es una pesada carga la erección matinal.
Tampoco hay que exagerar, al menos ayuda a llevar la toalla mientras te enciendes un cigarro camino de la ducha.
En las patas de atrás el dulce báculo del amor es mucho menos molesto.
Me siento lírico, imagino que los osos hormigueros son seres sensibles. Porque normalmente lo llamo polla.
Y los cojones quedan mucho más recogidos, donde vas a parar.
¡Me cago en dios! A la mierda las nike de ciento cincuenta euros, con esta mierda de uñas...
Es muy dura la vida de un oso hormiguero. Malo si andas sobre dos patas y malo si andas sobre cuatro. ¡Qué asco de vida!
Y de fumar rien de rien, acabo de destrozarme un ojo con estas garras.
Me parece que no soy tan simpático. Ya lo dice el refrán: el ojo del culo del amo es más gordo que el del caballo y lo engorda.
Los osos hormigueros no sabemos de refranes.
Me voy a pasear a ver si pillo unos escarabajos para desayunar. Hay que ver como tira el instinto, cómo los animales nos adaptamos con suma efectividad a un nuevo medio. Empiezo a sentir asco por la salsa de ajo.
Y si de paso me puedo cepillar a una osa hormiguera... ¿Estamos en peligro de extinción los hormigueros osos?
No, no quiero ser un oso amoroso, no jodamos, que ya bastante cruz arrastro con este pedazo de rabo peludo que ya ha roto toda la colección de cajitas de música del recibidor. Que se joda mi mujer, que sólo me quiere por mi cuerpo.
Anda que no gritan los humanos. Los niños no tanto, los niños más que nada son molestos porque me tiran las envolturas de las golosinas que sus madres les compran para librarse de hacerles la merienda, y las cáscaras de las pipas. Son unos hijoputas. Las madres gritan y cogen a sus hijos como si yo fuera Godzilla.
— ¡Qué asco de bicho! —gritan.
—Seguro que es un ornitorrinco.
Está visto que ser inculta no es ningún obstáculo para ser madre; si fuera humano les diría que su madre sí que es una mala bestia.
Hay que estar en el lado de la irracionalidad para darse cuenta de la cobardía y la falaz personalidad intrínseca íntimamente ligada e intrincada en el tejido espiritual del ser humano.
Está visto que me he convertido en un oso hormiguero con estudios. Con lo anterior he querido decir que menuda caterva de subnormales son los humanos.
Sin embargo, me limito a soltar con total tranquilidad un buen chorro de orina perfumada en la arena donde juegan los niños. Tengo la esperanza de que haya una osita hormiguera por aquí cerca.
Una mujer con gafas negras y un bastoncito blanco, sentada en el banco frente a una valla de cemento (mira que hay sitio para dirigir la vista y ésta mirando al muro... ¡Qué bueno Pink Floyd!) pregunta en voz alta que es lo que está ocurriendo, se parece a aquel negro cantante, el estiviguonder moviendo la cabeza de un lado a otro. En el bolso lleva pegado un posit que dice: Ojos que no ven, es que además de ciega eres tonta.
Seguro que si fuera humano, me reiría, porque se me ha escapado un aire extraño por esta larga nariz, como una leve ventosidad; pero exenta de porcentaje alguno de metano.
La observo con curiosidad y lanzo mi lengua entre sus muslos porque me ha parecido ver que le sube una hormiga por las piernas.
Yo que estaba preparado para el grito... No entenderé nunca a los humanos.
Se ha quedado callada y con la boca abierta mientras rebusco con mi larga lengua entre su falda la apetecible hormiga.
Yo diría que le he tocado algún punto nervioso y las convulsiones le hacen castañetear los dientes. Me he de dar prisa en encontrar la hormiga. Yo diría que se está meando. Y que espeso...
La gente, a prudente distancia, nos mira en silencio; algunos mascan chicle rápidamente y otros se mojan los labios con la lengua.
— ¡Joder con la ciega! Pues no es puta... —dice una madre que protege con sus grandes tetas a su cría redonda y oronda, con evidente envidia.
Yo no sé a que se refieren, pero mi instinto me lleva a buscar ositas hormigueras, la orina de la ciega debía estar cargada de feromonas y ahora mi naturaleza animal ha adquirido pleno esplendor. Incluso he de ser cuidadoso al trotar, ya que las largas uñas arañan deliciosamente mi hermoso dolmen de la fertilidad.
¡Y ahora me pica!
Un momento... Tengo una lengua larga, una nariz larga y como hacen los perros, yo también puedo hacerlo en mitad de la calle.
La ilusión de mi vida se ha hecho realidad, al fin puedo pasarme la lengua para limpiar la dura y cremosa protuberancia del amor. Me gusta este romántico vocabulario. Los osos hormigueros somos en verdad seres sensibles donde los haya.
¿Es normal que los osos hormigueros tengamos tal riqueza léxica?
¿Qué dice la güiquipedia al respecto de la psicología de los osos hormigueros y su afición por lamerse continuamente su dulce bastión del placer voluptuoso?
Tendré que meterme en un cibercafé, esto de ser culto como oso hormiguero empieza a angustiarme, a llenarme de inquietudes.
No puede ser...
Una osa hormiguera acaba de cruzar la calle, la gente no es discreta, cacarean como gallinas asustadas.
—¡Osita hormiguerita! No corras.
—Hola Oso de gran pseudo-probóscide —me saluda esquivando un envase vacío de yogur que por el color de los restos, debía de ser de menta.
Empiezo a estar cansado de los académicos de la lengua.
— ¿Quieres que ejerzamos nuestro derecho a la reproducción mediante el cortejo pre-nupcial, un dulce cunillingus y una felación con nuestras largas lenguas para después pasar al coito directamente?
¿He dicho que estoy hasta los mismísimos de los académicos de la lengua?
¿Por qué tienen que ser tan complicados los sueños? Ahora sí que se empieza a convertir esto en una pesadilla.
— Preferiría que me lamieras el coño y me la metieras —respondióme sutil y con vivo ingenio sorprendiéndome así.
Joder, ya era hora...
Madavillozo...
— Icono, cariño... Despierta tienes una pesadillaaaaghfffff
La osa hormiguera se está transformando en algo enorme y sin pelo, como el muñeco michelín, a medida que su lengua acaricia mi membrillo de la fertilidad...
Mi mujer, a la cual quiero y que no quepa duda (obsérvese como silbo a un lado distraídamente ante la flagrante mentira) siempre me tiene que despertar en el momento más oportuno, mira que ha tenido rato para hacerlo, no te jode.
Pues ahora no se la saco de la boca hasta que sufra mi dulce petit morte acompañada de cremosa erupción pseudo-láctea enriquecida con aminoácidos esenciales sin que se le derrame una sola gota de la boca.
Esto sí que es enseñanza inducida durante el sueño.
Si va a vomitar...


Iconoclasta

7 de octubre de 2009

Yo idiota



Joder, qué nervios...
Esto de amar está bien, mola mazo.
Bueno, no puedo negar que tiene su punto emotivo e incontrolable.
Es un coñazo.
No, es maravilloso.
Está bien, no me andaré con eufemismos ni circunloquios: amar me hace idiota.
O eres fuerte, pero que muy fuerte, o te olvidas de que un día estabas tan solo entre la humanidad, que el sabor a vómito se quedaba impregnado en el filtro del cigarrillo y te fumabas sin remedio toda esa soledad como si se tratara de una hachís pútrido.
Creía amar. Cándido desgraciado...
El amor, además de emotividad (por decir algo, por decir lo mínimo) es lujuria. No puedes amar solo una mente, es imposible, en cuanto amas la mente el cuerpo es un objetivo follable, penetrable, lamible, bebible, tocable... Arañable.
Soma y psique están intrínsecamente ligados, hasta tal punto que no existe lo uno sin lo otro y no como afirman grandes filósofos, que el alma es un ente diferenciado. Si el cuerpo muere, no hay alma.
No tiene sentido acariciar el aire. Está la piel... Su piel.
No tiene sentido acariciar su fotografía y su voz, y obviar el cuerpo.
Soy un hombre, coño, no soy un alma en pena.
Pues lo parezco.
Yo soy demasiado simple y creo que su alma está en su cabeza y en su coño. Su deseado coño en el cual hundiría mis dedos para que sus labios se abrieran en un placer obsceno y salvaje.
No sé que ocurre, porque ya he dicho que el amor me hace idiota y de la misma forma, sufro esporádicos ataques narcolépticos, en los que me despierto gruñendo con el rabo entre las manos, con semen en el puño, en el vientre, en el pubis, entre los muslos.
Sólo sé que a veces el pene me duele de tan duro.
Soy idiota.
Ya sé que la imagen no es sugerente, dijéramos que no es del agrado de todos (yo lo disfruto como un cochino). Hasta ahí el amor, bien. Cumple su función y me deja disfrutar de ella viviendo un placer intenso. Siendo ella todo lo que veo, toco y respiro. Y siendo yo algo que pende de ella. No es exagerar, es un hecho demostrado y bla, bla, bla...
De verdad, agradecería a los dioses de mierda si existieran, esos orgasmos con los que me bendicen.
Me siento feliz, en serio. Cuando eyaculo el semen brota con una fuerza casi destructora (esto no es un vano alarde de potencia, podríais observarlo tomando las debidas precauciones: gafas, impermeable, gorro y botas), contrayéndome el vientre y lanzando un bronco suspiro; es entonces cuando soy uno con el universo. Soy uno con ella.
Poéticamente: tengo un tótem entre las piernas que lleva el nombre de mi diosa y es ella la que decide cuando brota y me regala un placer.
No sé... No quiero ser desagradecido.
Ella me llena, es todo.
Me siento feliz amándola, de puta madre. Dos veces bien.
Pero se me escapa una lágrima traidora en esos momentos... A veces no quisiera estar tan solo cuando el semen brota. Hay algo inevitablemente trágico en escupir el deseo en soledad.
No soy una nenaza, yo soy un tío curtido.
Pero se enfría tan pronto cuando no está ella. Es aterrador sentirlo frío y muerto en mi piel. Con ella no pasa, nos abrazamos y las pieles confortan e incuban los fluidos.
Y cuando al ponerme en pie una gota se desprende de mi bálano aún latente y cae al suelo, siento el vértigo de su lejanía. La gota se estrella con una inmensa tristeza y parece gritar, como yo.
Con el semen enfriándose en mi piel sola, siento una pena y una profunda melancolía. Como si me arrastraran hacia abajo, a un pozo inundado de añoranzas que se me pegan a la piel y me entran por la nariz y la boca y no me dejan respirar. Arrastro las manos por mi cuerpo intentando quitarme esas telarañas tejidas en deseos y esperanzas desesperantes.
Y es entonces cuando miro mis manos y tengo que tragar saliva para contener un profundo gemido que se me escapa como un llanto, una especie de “ay” gutural de hombre curtido y enamorado. Del hombre tan curtido que cuando huele flores se pregunta donde está el muerto. De esos que ya no creen en el amor y se conforman con pasar por la vida con las manos en los bolsillos, el cigarrillo en los labios y la cabeza agachada para evitar ver más de lo mismo. Misma porquería, mismo día, mismas horas.
Y me tapo los ojos para que la nada no me vea llorar.
Con ella, la miseria que me rodea deja de importarme, ella decora el mundo, lo dibuja con trazos de misterio e ilusiones.
¿Veis lo que os quiero decir? Es una putada, te deja débil el amor.
No es justo.
Yo idiota, hombre que mata ratas a bocados, se fuma la vida, y escupe trozos de pulmones sin temor a morir; a veces mi espalda se agita inevitablemente en un llanto lacónico.
Y aún puedo dar gracias de que no he hecho más el ridículo. Ella lanza su amor y no hay duda alguna. No he tenido que pasar por ese proceso estúpido de deshojar la margarita arrancando un pétalo con un sí y otro con un no. Todos los pétalos gritan que me quiere. Seguramente, casi tanto como yo la amo a ella.
Ella es rotunda, salvaje y felina.
Aunque a veces la miro sin que se de cuenta y la encuentro indefensa, y mi pecho se inflama; quiero abrazarla; que apoye su cabeza en mí y decirle que todo está bien.
Han sido tantos años de andar buscándola, y cuando ya estás convencido de que es sólo literatura barata; aparece una sonrisa y unas palabras profundas como un desfiladero que se te clavan en el cuerpo, metralla de pétalos aterciopelados de la que no me quiero esconder. Dice que me ha querido siempre y yo me tengo que doblar sujetando el vientre ante el vértigo del tiempo perdido, de los segundos que veloces corren cuando su voz usurpa el ruido del planeta.
Hay momentos en los que se echa de menos acariciarla, yo la huelo; pero creo que me faltan muchos matices. Es un problema en el que estoy trabajando.
Tampoco pido una barbaridad, no he sido especialmente malo, tengo derecho a tenerla. Vale, he sido un poco cabrón y no he amado al prójimo. Mea culpa.
Aunque sólo sea un rato. Dos dedos por su sonrisa y el corazón por besar sus labios y suspirarle mi amor en el oído, acariciando su hombro.
Maldito romanticismo...
Cierro el puño y exprimo sangre que cae al suelo.
Es menos triste la sangre que el blanco bálsamo del deseo.
Se enfría como el semen.
Todo es frío con ella allí.
Tiene la culpa de todo, me hace hombre, me ve ángel, me quiere bestia.
El amor aparte de hacerme idiota, intuyo que también me está haciendo esquizofrénico.
No sé, es tan difícil...
Es que soy idiota.
No, el amor no es difícil, siempre es así. Lo que pasa es que al no conocerlo, cuando irrumpe te pilla en pelotas, con el culo al aire y el mundo gira al revés.
Sólo las cosas fáciles pueden hacerse difíciles. Entonces y sólo entonces se puede hablar de la complejidad de la materia o el sentir. Los filósofos sólo juegan con cosas fáciles para poderlas complicar. Si conocieran el amor, hablarían de idioteces banales para poder sobrevivir a la metafísica del amor.
Pero no... No puede ser fácil el amor, no con ella. Tampoco es complicado.
Simplemente fluye, abres el pecho y te lanzas al vacío, con valentía y resolución. Sin miedo a la caída.
Sin miedo a la caída no, que el amor, además de volverme idiota me hace un poco cobarde.
Si me quedo sin ella, me muero de pena.
A veces ceceo como un idiota, un payaso triste.
Esta nota se autodestruirá en cinco segundos, y cuando me encuentre con ella, jamás reconoceré que lloré como un idiota soñándola.
Tengo mi dignidad.
Soy un hombre curtido.
Y ahora idiota...
Maldita sea la divina dicotomía del amor.



Iconoclasta

4 de octubre de 2009

El mar y el hombre sin alma



Que tenebroso sería el mar mudo: una bestia acechante, silenciosa.
Peligrosa.
Guardaría para sí sus suspiros de sosiego, sus bramidos de ira. Nos lo robaría todo: el coraje y la serenidad.
El rumor del mar era un rítmico bramido, la espuma de las olas se precipitaba hacia la voraz orilla y desaparecía lánguidamente con un burbujeo prolongado.
La tierra está sedienta y el mar no consigue saciarla.
El poder del mar está sobrevalorado.
— El mar calla astuto y peligroso cuando en la playa lo odio. Las olas lamen mis pies conteniendo su deseo de desgarrarlos —recitó en un susurro de delirio el hombre cansado.
Algo ocurrió cuando el hombre llegó a la orilla; el mar se detuvo y enmudeció; una ola quedó paralizada con la cresta rompiendo en la orilla y la espuma no fue devorada por la arena.
El silencio que duró apenas un microsegundo, congeló el ánimo de miles de seres que sintieron un escalofrío que no entendieron.
El mar se puso en movimiento de nuevo; pero allá donde se encontraba el hombre inmóvil, no había sonido ni movimiento alguno. Un ojo analítico hubiera dicho que estaba encerrado él y esa parte del mundo en una bola de cristal.
A sus pies no llegaba el agua, el mar se separaba como si una enorme cuña estuviera frente a él. O simplemente sintiera recelo el mar taimado de acercarse al extraño.
— ¿Por qué me odias? —preguntó el mar.
— Nos has abandonado, nos has aislado. Eres el camino más recto para llegar a Ella. Te quiero sólido, deja que una senda de arena se forme y pueda llegar. Está sufriendo; me espera. Se marchita por un simple abrazo que no llega. Y yo con ella.
— ¿Qué te hace pensar eso? —respondió el mar. — ¿Qué te hace pensar que te escucho?
— Porque avanzaré en ti, sobre ti o dentro de ti y cada paso o brazada que dé, cada paso en el que me hunda en ti, te dejará mudo de tristeza. Te robaré tu bramido. Dejaré sin voz al creador de vida.
— ¿Acaso crees, mísero hombre, que puedes silenciar todo lo que soy, mantengo y creo? Si hay silencio a tu alrededor, si no mojo tus pies, es por mera casualidad. Una pequeña ostentación de mi poder. Algo casual que me permito hacer cada cien mil años.
— Si es así, hazlo. Deja que llegue a ella y ciérrate tras de mí. Borra mi rastro y que nadie recuerde que una vez existí en este lado de ti —una lágrima cayó del rostro del hombre y quedó en la superficie de la arena, una cúpula de tristeza cristalina esperando ser evaporada por el sol.
La tierra no quería aquella tristeza, estaba saturada de ella y se negaba a beber esa gota amarga.
— No lo voy a hacer. Yo no ayudo a nada ni a nadie, no necesito hacer eso. Tú eres noventa por ciento yo. Tan sólo ocurrirá que un día morirás y ese noventa por ciento de ti, vendrá a mí. El resto será para alimentar lo verde de la tierra. No es nada personal; pero así funcionan las cosas. No voy a hacerte ningún favor. No tienes nada que ofrecer.
El hombre suspiró cansado y encendió un cigarrillo; el chasquido del encendedor provocó un ligero estremecimiento en el silencioso mar que lo observaba con cierto recelo.
—Tengo un trato: he vendido mi alma —dijo exhalando una bocanada de humo.
Abrió su camisa y le mostró al mar el agujero en su pecho. Los vasos capilares estaban seccionados y pequeños tubos de tripa animal empalmaban los cabos conduciendo la sangre que circulaba por alguna razón inexplicable, por alguna voluntad ultra terrenal. Pequeñas gotas de sangre cayeron en la arena, y la tierra se negó también a beberlas.
Ni siquiera las divinidades pueden hacer suturas perfectas.
-Pues el jefe debería haber hablado conmigo. Vuelve a casa y espera instrucciones.
—No tengo tiempo; si espero más no podré abrazarla lo suficiente para que todo mi amor se aloje en ella.
El mar se enfureció y a unos metros frente al hombre sin alma emergió y se elevó en el aire una ballena que se precipitó en la arena haciendo temblar la tierra. De su boca salía espuma sanguinolenta y expulsó un feto de su vientre.
Los chillidos de agonía y dolor del animal evocaron en el hombre sin alma las veces que él había gritado así por dentro, desde dentro. En la penumbra nocturna de la desesperación.
— ¡Haz eso conmigo! Envíame aunque sea roto ante ella. O me adentraré dentro de ti y sabrás de la tristeza. Ya no tengo alma, sólo un vago recuerdo de que fui hombre y sentí; sentí tanto que no era compatible la vida con toda esa carga que ahora se va diluyendo en lo inhumano. Mi pena se desparrama, no tiene alma que la sujete. Él me dijo que el agujero en mi pecho es el recibo de venta. No puedes negarte. No he llegado al fin de mi vida para morir triste aquí como ella —gritó señalando la ballena muerta.
El mar no habló, una ola silenciosa mojó los dedos del hombre. Astuta, peligrosa...
Y se retiró apresuradamente.
— ¡Eh, triste! Tengo tal cantidad de penas en la profundidad, tengo tantos muertos y tanto miedo en mi interior, que no representas nada.
— Insisto: he vendido mi alma, y se me ha dicho que gozo de ciertas prerrogativas, y durante lo que dure mi vida, seré lo suficientemente poderoso para recibir lo pactado. El hombre sin alma se adentró en el mar hasta las rodillas. En ese momento un banco de arena se elevó por encima del nivel del agua con una alfombra de peces aleteando en seco, boqueando con sus acuosas pupilas enormemente abiertas. Querían respirar por los ojos.
— Es deprimente tu tristeza, loco hijo de puta. No se puede amar así, ya has visto donde te lleva.
— Me lleva a Ella. No puedo evitarlo. Hazme llegar rápido, no dejes que muera en el camino, tengo un contrato. No le diré a nadie que un día fuiste bueno.
— Deja que me lo piense unos días... —ironizó el mar.
El camino de arena se hundió en el agua, y el hombre sin alma se hundió también. El mar lanzó un bramido de furia y dolor.
Las aguas se separaron temerosamente del humano sin corazón.
— Estoy harto de este juego de almas, dioses y diablos. Que venga tu comprador y te lleve él en brazos.
El hombre sin alma avanzó hacia el horizonte y el mar colérico se abrió formando un pasadizo estrecho, y frente al hombre cerró el paso con un muro de altura imposible.
— No sigas, hombre sin alma, te aplastaré y ni siquiera el que me creó podrá aprovechar nada de ti.
Un enorme tiburón en el interior del muro de agua, amenazaba con sus dientes la cabeza del hombre triste, sus pequeños ojos estaban llenos de una ira venenosa. Estaba tan cerca, que el hocico de la bestia permanecía fuera del agua.
Desde la playa alguien avanzaba hacia la orilla. Un hombre de mediana estatura, su espalda era grotescamente ancha y provocaba que los botones de la camisa hawaiana quedaran tirantes en el pecho. Unos desgastados pantalones caquis con bolsillos de parche ocultaban algo pesado Su caminar era lento y pausado. Sus pisadas se hundían en la arena como si fuera mercurio.
Cuando llegó a la orilla, llevó el brazo por encima de su cabeza y metió la mano por el cuello de la camisa, entre los omoplatos. Tenía escarificado en el antebrazo la cifra 666; la sangre resaltaba el grabado, una sangre líquida y fresca que no se coagulaba jamás. Cuando sacó la mano había un puñal en ella.
Lo clavó en el agua hasta hundir toda la hoja en la arena.
Gritó por encima del ruido del mar, por encima del silencio que rodeaba al hombre sin alma. Bramó tan fuerte que la ballena muerta abrió los ojos aterrorizada y el tiburón desapareció muro adentro.
— ¡Haz lo que te dice, mar de mierda! Llévalo, condúcelo. Tengo su alma aquí en mi garganta, tiene sus derechos. Sé que te gusta más ese Dios maricón que te creó; pero no te gustará mi ira, pudriré toda la vida que hay en ti hasta que te seques. Hasta que ese Dios pervertido gire la cara de asco al verte y te abandone como abandonó al hombre y a su amada.
— Si tú eres el Mal puro ¿Por qué lo respetas? Mátalo, mátalo, mátalo —respondió el mar agitándose con tal fuerza que el agua invadió la tierra y ahogó a todos los habitantes del pueblo que se encontraba a unos cientos de metros de la orilla — Ya tienes su alma.
Los ojos de aquel hombre eran dos rendijas que escondían una fragua al rojo vivo.
Del bolsillo de la camisa sacó un cigarro y lo encendió a conciencia, lentamente, pipando con placer las primeras caladas mientras un par de cadáveres pasaban por su lado mar adentro.
— Hoy me siento especialmente sensible. ¿Te vale? Y ahora, no me jodas más y hazlo.
Metió el brazo en el mar y cerró el puño. La sangre en las cifras escarificadas seguía allí, inundando la piel tallada. Resaltando su identidad inmortal e innombrable.
Al mar le dolió con locura, las olas se convirtieron en surtidores de agua que dejaban ir lamentos ensordecedores.
Alrededor del cuchillo hundido en la arena, se formaban nubes de vapor.
El hombre sin alma reconoció a su comprador. Y cerró los ojos cansado, esperando estar con ella. Llegar a ella de una vez por todas. Se sentía ya derrotado.
Aún resonaba en sus oídos el eco de la risa violenta y cruel del que compró su alma, antes de que una lengua de arena y mar lo llevara hacia el horizonte a tal velocidad que su mente se disgregó y quedó sumido en un delirio de ruido y miedo.
— ¿Ves, imbécil? Eres como estos primates, tengo que hacerte daño para que aprendas. Y llévate de aquí esta puta ballena y su feto, que empiezan a apestar ya.
El hombre sin alma apareció en una cálida playa de fina arena blanca, como Ella la describía. A pesar de estar empapado de agua, en su camisa se extendía una gran mancha de sangre; los empalmes de las arterias se estaban desmoronando.
En ese momento, una mujer de larga melena negra arrastraba a la fuerza a una mujer aferrando su mano.
Era Ella.
— Vamos, mujer, no tiene tiempo ya. Lo ha hecho por ti, aprovecha tu suerte, no siempre mi Dios Negro cumple su palabra. Habéis tenido suerte de que el mar lo ha retado.
El hombre sin alma, se puso en pie usando sus últimas fuerzas.
— Mi vida... —suplicó abriendo sus brazos a la mujer que amaba, a la que tanto había deseado en la distancia —Si tuviera corazón, latiría por ti, sólo por ti, mi amor.
— Cielo... — fue capaz de decir la mujer abrazándose a él.
El hombre sin alma apenas podía pasar los brazos por sus hombros. Ella vio la sangre en su pecho, caía en pequeños chorros por los faldones de la camisa. Alzó sus brazos y le ayudó a que la abrazara. Lo mantuvo en pie, más que con su fuerza, con un amor y un anhelo desesperados.
— Te juré que encontraría el medio de llegar a ti, mi bella.
El hombre sin alma sonreía. Y su amada con él.
Los amantes fundieron sus bocas y el beso eterno duró ciclos lunares, el planeta giró a gran velocidad. Las arterias en el pecho del hombre sin alma, se desintegraban a la misma velocidad.
La mujer sintió la muerte de su amor empapar sus pechos, y su beso se tornó más ávido. Quería insuflarle vida, su vida.
La Dama Oscura les dio la espalda y se alejó de ellos. Sus oscuros ojos reflejaban la blanca arena y por un segundo evocó que una vez fue humana que una vez sintió. Y también sintió que en aquel día ya había habido bastante dolor. No mataría a esa primate.
—Me parece bien. Y sin que sirva de precedente, mi Dama Oscura —sintió la voz de 666 desde la otra parte del mundo, sonriente; sarcástica y deliciosamente vanidosa.

Lo amaba con la misma fuerza que se amaban los amantes rotos.
La mujer, ensangrentada con su hombre en brazos ya muerto, lanzó un grito de dolor y otra vez más en aquel día, el mar volvió a agitarse ante el poder de un amor trágico. De un romanticismo a prueba de dioses, contra natura. De un dolor inmenso.


Iconoclasta


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INXS - Baby Don't Cry
por INXS