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8 de junio de 2009

Secretos

Tengo una cantidad tan grande de secretos que la sangre se me espesa y el corazón late lento y potente.
Fuerte y cruel.
Secretos que ya no conseguirán acelerarlo. Estoy tan lleno de ellos, que se ralentiza el ritmo cardíaco cuando un secreto arranca una mentira a mis labios.
Tengo un secreto: soy frío y calculador.
Malo...
Y no me importa. Sonrío ante algunos de mis secretos con buen humor. Con cierto orgullo.
En un mundo lleno de buena gente, yo soy lo amoral; sin mí no habría forma de medir la virtud y la indecencia. Soy necesario para que otros puedan llamarse buenos.
Sin mis secretos la vida es clara y sencilla, honrada.
Podría ser bueno, podría tener algo de decencia por el mismo esfuerzo; incluso mejoraría mi sistema vascular. Pero quiero a la otra, y mi sangre se lanza directa a mi pene al evocar a la que deseo.
Fumo mucho, y eso tampoco ayuda a que mi sangre sea más clara y mis secretos menos hirientes.
Tengo un secreto: la lujuria salvaje me hace más hombre.
La certeza absoluta de que liberando uno de mis secretos haría tanto daño a la que no quiero, me otorga un poder divino.
Ergo soy un dios con su cristiana sangre preñada de veneno con la que quisiera haceros compartir una santa eucaristía.
Tengo un secreto: creo en Dios como el cabrón que me jode cada vez que puede. Moriré con una navaja en la mano para degollarlo cuando lo tenga ante mí.
“¿Me has dado a una mujer que no quiero y a la que amo la has llevado a otro confín del universo, hijo de puta divino?”.
Tengo un secreto: mis blasfemias son inconfesables. Aterran al expresarse en voz alta. Como un conjuro maldito.
Secretos... ¿No son frustraciones los secretos? Cosas que deseamos y que nos dan vergüenza.
Algo de asco.
La sangre se espesa y cuando me sumerjo en mi propio torrente sanguíneo siento la presión del fracaso. De no amar a la que comparte mi cama.
No me importa, no siento remordimientos. Amo a la otra y el amor excluye al mismísimo hijo que tengo.
Tengo un secreto: quiero más a la otra que a mi hijo.
Tengo un secreto: soy una bestia impúdica.
Mi sangre se espesa cuando la sonrío. Un latido, un solo latido potente para bombear el deseo en el plasma-lava que es mi sangre ponzoñosa. Mi corazón es un pistón vertical, como mi miembro penetrando a la otra.
Dentro y fuera, dentro y fuera, dentro y fuera...
Me masturbo acostado al lado de la que no quiero pensando en la que amo y deseo. Mi leche es espesa como la sangre.
Toda mi vida es densa, mis secretos son brea pura que se llevan la piel al arrancarlos. Piel de otros.
Secretos... ¿Cómo no avergonzarse de ello?
Si sintiera vergüenza de ellos, no sería tan cerdo.
La beso cada día sin cariño, por inercia, porque es así la mediocre vida. No la quiero y guardo el secreto. Sin piedad.
Si ella supiera mis secretos... Qué daño más innecesario, que dolor más gratuito.
Ojalá yo la amara como ella me ama a mí. No tendría una sangre tan espesa, un corazón tan frío y eficiente bombeando veneno puro.
Comería más verdura, relajaría más mi mente, adelgazaría y me pondría crema hidratante en el rostro, como todo hombre sensible que cuida de sí y de los suyos. Precioso.
A mí me gusta la carne y la piel curtida.
Yo no quiero a los míos, ya no son míos. Son un accidente, algo que he de soportar.
Amo a la otra, a la que no tengo, a la que está tan lejos que hago responsable de mi ansia a la zorra que duerme a mi lado.
Mi secreto: ella no tiene peso para mí, sólo la sonrío por que aún me queda algo de cortesía. Porque esta puta vida me ha enseñado a ser cabrón. A guardar y atesorar secretos como el alquitrán del cigarrillo que se acumula en las arterias.
Y sonrío de verdad cuando ella dice: “Ya no me quieres ¿verdad?”
Un secreto y la miento: “Sí que te quiero”.
Y una mierda.
Tengo más secretos: soy un hijo de puta sin corazón. La jodo pensando que es la otra, sin pudor alguno en mi mente. Cuando clavo mis dedos en sus pezones, son los de la otra los que siento, la castigo por no ser la amada y a pesar de ello, siento las contracciones salvajes de su coño expandirse por sus tejidos reverberando en los míos.
Pero quisiera que llegara a la otra, que mi gruñido de placer lanzara saliva y semen en la piel que amo. No en la de ésta que un día amé. Un día que ya no cuenta, un día que ya no pesa porque es la otra la que ocupa mi mente toda.
Secretos... Los secretos espesan la sangre que corre lenta por unas venas gordas e hinchadas. Los secretos son un veneno contenido, un compuesto que he de controlar para no envenenarla. Ya sufre bastante sabiendo en su ego más profundo que no soy de ella.
Secretos... Ninguna confesión podría absolverme de mi traición, porque algunos secretos, se los cuento a la que amo.
Tengo un secreto: ella disfruta sabiendo de ellos. La que amo goza con mi maldad nata. Con mi ponzoña que la hace grande en mi vida.
Importante.
Necesaria.
Tengo un secreto: la he visto masturbarse cuando le digo que me la follo en el cuerpo de mi esposa. Desea sentir entre sus muslos el calor de mi sangre espesa. El bombeo de mi corazón vertical. De mi pistón.
La que amo se siente única ante mis secretos a ella le desvelo alguno para excitarla. Para que sepa lo que se pierde. La amo y la jodo, la condenaría a gemir hasta desfallecer de tanto que la deseo.
A la otra no, a la que duerme a mi lado cada día, la jodo por una cuestión hormonal.
¿He dicho que soy un poco cerdo? Me importa poco. Son mis secretos, tengo derecho a tenerlos. Puedo adulterar mi puta sangre como me de la gana.
Tengo un secreto: no estoy loco, no puedo alegar locura. Soy sólo un hombre amoral que disfruta siéndolo.
— ¿Puedo añadir una tarjeta al paquete del regalo?
— Por supuesto. ¿A qué se debe el obsequio?
—A nuestro aniversario de boda.
La mujer puso encima del mostrador del mostrador una tarjeta en la que había un dibujo de dos manos entrelazadas donde resaltaban las alianzas.
El hombre escribió:
“Feliz aniversario, Cris.
Mi querida esposa a la que no amo.”
La dependienta no pudo evitar leer la dedicatoria y miró al hombre asombrada.
— A veces se me escapan los secretos —respondió el hombre cogiendo la tarjeta de sus manos. — Hay tantos...
La rompió sin pasión, como un pequeño error.
-No. Es igual, mejor sin tarjeta. Los secretos jamás deberían ser contados.
Tengo un secreto: mi sangre corre espesa, como mi pensamiento.
Tengo un secreto: jodo a la que no amo.
Tengo un secreto: mi sangre es mierda, como mi vida.
Tengo un secreto: he roto su regalo de aniversario, que se joda.
Tengo un secreto: soy amoral y divino.


Iconoclasta

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