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29 de abril de 2009

Máster en Sonrisa Inteligente


Es hora, mis graves alumnos, de sonreír.

¿Por qué es necesario para vosotros este Máster en Sonrisa Inteligente?

Muy sencillo, la risa se ha convertido en una necesidad social. Sonreír y ser jovial es una obligación, un requisito cuasi indispensable para ser aceptado como persona grata a grandes rasgos.

Cuando se entra en detalle, hay muy pocas personas gratas; creo que sólo los que os habéis matriculado en este máster, un servidor y alguno más que no hemos tenido la suerte de encontrar.

Y vosotros, no acabáis de hallar la razón para sonreír siempre. La Universidad de la Risa de los Seres que Guardan un Lamento en el Alma, no busca razones vanas. No formamos hipócritas, sólo os enseñamos algunos consejos básicos para poder sobrevivir en un medio que os es hostil. Sonreiréis con el pleno convencimiento de que no sois idiotas.

Os educamos en la Sonrisa Inteligente porque estáis solos y no hay nadie que os pueda ayudar.

Mis queridos tristes, vais a sonreír en muy pocas horas y detendréis con esa sonrisa el palpitar del corazón que tengáis delante. Sea por vuestra sonrisa irónica o franca.

El Máster de Sonrisa Inteligente para Seres Tristes (MSIST) se ha creado para combatir la sonrisa hipócrita y fácil.

La sonrisa vana que nos aburre. La sonrisa de la mediocridad, el miedo y el prejuicio.

Es una paradoja que para poder sonreír, hayáis tenido que llorar ante el desmesurado importe de la cuota.

Podemos empezar a reír con esta guasa; pero poco, lo suficiente para calentar los músculos. Vuestros maseteros están un poco atrofiados y no quiero que os lesionéis. Se nota a la legua que no estáis acostumbrados a esta actividad.

¿No es cierto que alguno de vosotros ha vomitado ante un sonriente pertinaz y latoso? Uno de esos que tiene más años que un galápago y se comporta como un adolescente descerebrado.

Si queréis sonreír, recordad su cara, no su sonrisa; porque si la evocáis de nuevo, no dejaréis de vomitar. Sólo tenéis que recordar vuestro vómito regando su ropa y sus ojos desmesuradamente abiertos. Recordad ese momento en el que su risa se transforma en una interjección de sorpresa y sus ojos se empequeñecen con ira. Los que sonríen son falaces, son víboras de incógnito.

Así me gusta, esa media sonrisa es importante, alumnos míos.

¿Os acordáis de aquello: medio mundo se ríe del otro medio?

Pues ahora sois el medio que ríe y el vómito marca al medio que llora.

¿No es deliciosa la justicia natural del planeta que reparte risas y vómitos tan equitativamente?

Sí, ya sé que os importa un carajo cada una de las mitades sonrientes, porque vosotros no pertenecéis a ninguna mitad de esas que amagan su hipocresía con un disfraz jocoso y animado. Ni siquiera lloráis ostentosamente. Nos pasa que vivimos entre la multitud porque no pudimos elegir. Vivimos sin ser ellos, vivimos incrustados, no integrados.

La mediocridad no es un buen lugar para la sonrisa natural. No hay tantos motivos.

Deberíais hablar seriamente con vuestros progenitores por haberos traído a un lugar y tiempo en el que la sonrisa os provoca náuseas.

Aunque no todas os dan asco ¿verdad, mis queridos carnales de grave semblante? He leído vuestras fichas de admisión y sé que todos amáis y deseáis a alguien y es su única sonrisa la que conjura como un encanto las necias.

Esta noche, cuando vuestra sonrisa de extraños ojos serios se abra ante ella o él, seguro que os va a proporcionar un buen rato de excesos carnales.

¡Qué cabrones sois! Ahora sí que se os escapa la risa ¿eh, bandidos? Y yo que pensaba que os habíais inscrito en el curso por razones metafísicas, por los amores lejanos e intocables o por los muertos queridos que han jalonado vuestra vida con tristes controles de avituallamiento de dolor.

Y ahora aquí, unos cuantos tristes se parten a reír por una cuestión de sexo sudoroso. Sois una gozada, los mejores alumnos que un catedrático podría tener.

Es por esa sonrisa por la que estáis aún vivos y no con las putas venas abiertas llenando de sangre el suelo del lavabo y lanzando materia orgánica por las cloacas, en lugar de recogerla en un puto contenedor de residuos orgánicos que los sonrientes de mierda ponen a vuestra disposición por el bien del medio ambiente, que es hoy más importante que los ojos llenos de moscas de un niño muerto de sed.

Disculpad, a veces soy visceral con mis cátedras y me dejo llevar por vuestro dolor e incomprensión. Por el mío también.

A veces me pregunto si vale la pena arrancarse la profunda sensación de malestar del rostro.

¿Os acordáis de la sarcástica y maliciosa risa de Cheshire, el gato de Alicia en el País de las Maravillas? A mí de pequeño me daba miedo. Hoy me gusta, me parece adultamente sarcástica y burlesca.

Walt Disney era potencialmente peligroso si dibujó esa sonrisa para los niños. Que siga congelado por muchos siglos.

Me gusta que sonriáis con esa naturalidad en una tranquila charla, sois unos buenos alumnos. Vuestras sonrisas son agua fresca en un mundo seco y resquebrajado.

Reímos de los muertos y con los muertos, con ese brillo de tristeza inevitable en los ojos. No lloréis tan abiertamente, mis pesarosos. Recordad a vuestro hijo muerto y reíd recordando su voz, sus ademanes y besos; el amor que os teníais. Dejad que sólo los ojos adquieran esa humedad sabia del dolor y detendréis el corazón de los hipócritas ante la calidad de vuestra sonrisa. Ante la valentía y el férreo control de un dolor que es cáncer devorando vuestros pulmones.

¿Comprendéis la poca popularidad de la seriedad en esta sociedad preñada de miserias y banalidades, de necesidades inventadas y de cielos sin estrellas? De la sucia luz que refleja asfalto y cemento... Nadie sufre, nadie tiene malos momentos, todo les va bien. Y sonríen, sonríen sin que nadie se lo pida. Están domados, condicionados como las ratas en un laberinto.

Si un funcionario, un empresario o un banquero se da cuenta de la gravedad de vuestro rostro, no podréis obtener trabajo, ni dinero, ni os facilitarán un trámite. Y todo porque no sonreís, no sois simpáticos cuando el dolor corre como cuchillas entre vuestro tejido neuronal.

No es sólo cuestión estética, mis apreciados seres de escasa sonrisa. En este medio, es importante el dinero; porque no nos engañemos el dinero es salud y bienestar. Comida y cobijo.

Ellos pensarán que sois unos deprimidos, que no aportaréis alegría a la esclavitud que pretenden venderos. Y eso no es bueno para el negocio ni para la mente cerrada de un funcionario ante el monitor de su ordenador.

Sólo los que ríen trabajan y rinden al cien por cien. Los que disfrutan con la porquería de comida del comedor de su empresa. Esa es la creencia.

Pero vosotros no queréis eso, no queréis pagar con imbecilidad vuestro paso por la vida.

Reíd ante la broma de mal gusto que representa trabajar diez horas a cambio de apenas nada. Sin siquiera poder mirar a un cielo limpio cuando estáis agotados.

Vamos, pesarosos de la vida. Ese brillo triste de vuestros ojos haría un espectacular contraste con una sonrisa discreta, aunque sólo sea un amago.

Os haría atractivos para un buen montón de mujeres y hombres con cierta inteligencia.

Esto es una forma amable y eufemística de deciros que hay tantos cerebros dañados en el mundo, que muy pocos apreciarán la tragedia de una sonrisa franca y unos ojos tristes. No es que quiera menospreciar al género humano.

Yo no menosprecio a tantos seres que sólo deberían comer y callar. Reproducirse bajo los efectos de sus ciclos hormonales y un día, evolucionar a una especie de rumiante bípedo al cual podamos cazar con total libertad de la misma forma que Búfalo Bill exterminó al bisonte americano. Los estúpidos tienen una facilidad roedora para reproducirse y el reino de los cielos está lleno de ratas.

Otra vez... Disculpad de nuevo esta exaltación. Es que me parece injusto que vosotros tengáis que hacer un máster en sonrisas y los otros ocupen cargos que les proporcionen dinero o poder. O simplemente respiren sin más función que la de reír y repetirse que los reyes magos existen aún cuando se tienen treinta años.

Esto no es serio.

¿Lo captáis? Si esto no es serio, es que es cómico.

Vamos... Esa sonrisa.

—Por favor, que el de la fila siete modere su sonrisa. La risa lujuriosa que provoca el profundo escote de su compañera, no creo que sea adecuada. Sin embargo, es normal. ¡Qué buena está!

Así, mis amigos, esas risas os vacían un poco de dolor y ansiedad.

No hay que esforzarse mucho cuando nos lo proponemos, siempre hay motivos de risa. Y cuanto más cruel sea, más eficaz. Que no os preocupe la crueldad.

La crueldad tiene otros responsables.

Una risa cruel es sólo un instinto que parte de nuestra naturaleza. No es ético reír de quien se cae en la calle de bruces al suelo, sin embargo, no tenéis la culpa y la vida os ofrece ese momento. Vale la pena aprovecharlo, porque ya ha habido bastante dolor. Sed animales, sed crueles si es necesario para sonreír. No dejaréis de ser humanos.

La verdadera sonrisa, aunque joda, pone de manifiesto nuestra naturaleza y sólo aceptándonos como las bestias que somos, seremos capaces de encontrar verdaderos momentos hilarantes.

El leproso que intenta sacarse los mocos de la nariz con los nudillos no tiene nada de jocoso, reíros de lo absurdo, de la importancia que tienen los mocos cuando no hay dedos. Será una falta leve de ética si vuestros ojos están húmedos de pesar por algo trágico que no puede abandonaros en ningún momento de vuestra vida.

Será un crimen cometido por un dictador o un presidente, que ese hombre muera ahogado por unos mocos que no se ha podido sacar porque no ha querido curarlo con un par de euros que cuesta el medicamento.

Reíd tranquilos pues.

Vale, he de reconocer que entre mocos y leprosos, esta parte de la lección resulta un poco escatológica. Pero el rictus concentrado del leproso mientras intenta engancharlos...

Repórtense, señores. Un poco de seriedad. Tampoco estamos en un concurso de imitadores. Dejen de hacer eso con los nudillos.

No dejéis de hacerlo con esa sonrisa desinhibida, alumnos de sonrisa trágica.

Pero no os paséis, porque el curso es de cuarenta horas y no quiero que dejéis de asistir a clase por haber aprendido en sólo unos minutos. Me sentiría solo. Eso sin contar que os ha costado una pasta.

Mi padre murió hace unas semanas de un infarto. El ascensor estaba estropeado, y se le escapaba la risa, tenía que bajar siete pisos a pie. Se reía durante el trayecto en taxi al hospital. Su sonrisa era franca, y sus ojos me decían que me quería.

Que se moría.

Y yo sonrío con él cada día. Me río de su mala suerte, de un infarto y unas escaleras. El planeta se asegura de que cada uno muera puntualmente cuando así lo decide.

Si no es pedir demasiado, y puesto que habéis aprendido mucho, me gustaría que como ejercicio para hoy le dedicarais una sonrisa imaginando sus bufidos bajando las escaleras con el corazón partido y rezando un rosario de blasfemias.

Yo dejaré correr unas lágrimas para ser el medio mundo que llora. Pero sólo hoy, cuando nadie me vea.

Mañana seguiremos con la clase. Sed aplicados, haced los ejercicios.



Iconoclasta

22 de abril de 2009

Amor sereno

Observa su alrededor con una mirada líquida. Con un desánimo calculado.
La vida ya no le muestra nada, no puede enseñarle nada más; conoce el mundo y su incapacidad para sorprenderlo.
Goza de una indiferencia serena y cultivada.
No es falta de ilusión, es una sabiduría casi ancestral. Hay un momento en la vida en el que lo aprendido se olvida. Se debe olvidar para no sentirse frustrado; para ser uno mismo. O renovar indecencias.
Y por eso su amor también es calmo y pacífico.
Es la simple bocanada de humo del cigarrillo, lo único que aún puede aspirar y gozar. El aire es como siempre, no aporta nada nuevo ni limpio.
Aunque esté ella a punto de romper la sucia realidad con su presencia.
No se fía, no puede haber un final feliz cuando toda la vida ha transcurrido mal. O cuando ni siquiera ha transcurrido.
Ella es humo, es etérea y cuando aspira del cigarrillo, traga su olor y su esencia. Su historia le ha enseñado que el amor es efímero y la belleza se disipa como la niebla cuando se agita una mano.
Lo hermoso es un ciervo tímido que al sentirse observado huye.
Ya no hay hormonas efervescentes sacudiendo sus instintos, ahora es sólo un hombre que se mimetiza entre otros seres adocenados, un camaleón que se confunde con asfalto y cemento. Pisando mierda de palomas en el suelo y basura destilando veneno de contenedores rotos.
No es una buena arquitectura para el amor; pero no le importa. Si está ella, nada molesta.
No es fácil amarla serenamente, requiere toda su atención. Hay detalles que demuestran que la quiere más adentro de lo que el humo penetra en sus pulmones. Si tuviera la mano fuera del bolsillo del pantalón, se podría ver como clava las uñas en la palma al cerrar el puño con ansiedad.
Contiene el amor como el cazador la respiración en el momento de tensar el gatillo. Retiene el ardiente humo en los pulmones porque le horroriza pensar que la pierde.
Cuando aparece por fin por la boca del metro, saca la mano del bolsillo: pende relajada y abierta. La ruda mano se apresta a prenderse de la amada.
El sonido de los autos se enmudece, y los que respiran a su alrededor, los ajenos, ya no interfieren en su espacio. Han quedado relegados a un mundo irreal donde son meras refracciones de luz que se mueven veloces e indefinidas.
Impersonales.
Cuando sonríe la bella y su rostro ilumina su sombrío ánimo, él tiene la certeza de ser amado; es un hecho. Y el tiempo parece rasgarse y dejar de funcionar; sus latidos se hacen lentos y espaciados.
Sentirse amado detiene el tiempo y queda colgado durante un segundo eterno de un amor que pesa hasta arrancarle el aire de los pulmones.
Si pudiera elegir un final feliz, sólo podría ser ese: asfixiado por todo ese amor que aplasta el tiempo, que lo aplasta a él.
Si alguien prestara atención podría apreciar un ligero temblor en su mano. Es ansiedad contenida; si se dejara llevar por la emoción, si hiciera caso a lo ya olvidado en su vida casi gastada, le gritaría; le rogaría que estrechara su mano ya. “Hace milenios que te espero”.
Se ha de morder los labios para no decir lo obvio: que los pulmones le queman de tanto aspirar su esencia y que necesita su carne para tocar la realidad y algo terso.
Está cansado de sus manos rudas.
Y no cuesta nada sonreír cuando ella lo hace; no cuesta nada tragarse y olvidar rencores y errores. Beberse por dentro las lágrimas vertidas.
Debería haber nacido pegado a ella.
Encontrarla en la mitad del camino ha sido arduo y cansado.
A veces desesperanzador como un astronauta se siente en el espacio, lejos de su nave. Flotando-muriendo.
Un dedo en la sien como el cañón de una pistola, y a solas frente al espejo ensaya lo que se su cobardía jamás le permitiría hacer.
Cobardía... No es verdad; la verdadera cobardía, es tener esperanzas y ser esclavo del momento árido que no trae nada.
Es cansado ser valiente e indiferente. Un día, si ella no aparece, y como no tiene pistola, se meterá la goma del gas en la boca hasta hincharse como un globo que venden los gitanos en los parques los domingos.
No puede uno engañarse, la bella durmiente no despertó jamás y unas feas llagas se infectaron y pudrieron su carne.
Es la inamovilidad el tumor del ánimo, uno se hace viejo y agota la vida sin moverse del mismo momento. Se hacen llagas en la piel que infectan la mente.
Hasta que ella, motor de vida, gira la corona que dará cuerda a su mundo desértico y monocromo.
Porque sin ella, la vida no tiene esencia. El tabaco sólo es humo acre en su boca. Y la comida un proceso orgánico. La sed se saciaba con un pequeño trago.
Y ahora bebe con las manos plenas, con ansiedad; la bebe a ella; salpicándose la camisa.
No deja de ser preocupante que a mitad de la vida todo se haya precipitado tan deprisa. A pesar de lo que sabe, a pesar de lo olvidado; esa monada de mujer se ha convertido en su punto de apoyo vital.
Toda su autosuficiencia se ha hecho trizas con ella.
La ventaja es que no necesita ser autosuficiente, es delicioso vivir por ella.
No es habitual, y tampoco puede hacer más daño que pudrirse día a día esperando que algo cambie.
Maldito cinismo... Aunque a veces ella ríe con él. Está cansada de amores puros y hombres blancos. Ha olvidado muchas cosas aprendidas también.
Hacen una buena pareja de olvidadizos.
Si el mundo pudiera, los mataría, los descuartizaría en pedazos y los echaría a los cerdos. El mundo es una bestia de mirada aviesa de sucio pelaje cubierto de envidia e ignorancia.
Él lo sabe, son cosas que ha podido experimentar toda su vida. El mundo no perdona que alguien esté bien a pesar de lo que le rodea.
Y ahora la abraza, hunde los dedos en su cabello con la misma fuerza con la que clava los dedos en la tierra cuando intenta arrancarle los ojos al planeta.
A ella le gusta esa fuerza, le gusta ese odio contenido que transforma el hombre en pasión por ella, con voluntad, con frialdad.
Y así dos enamorados se encuentran en una calle anónima, en medio de humo y ruidos de tubos de escape, de voces impersonales y mendigos que piden con las manos llenas de mierda y verrugas.
Saben que el mundo los mira envidioso, que aquel abrazo sereno de fuerza apenas contenida, de íntimas lágrimas y de años de búsqueda; es algo que han de pagar caro.
No se puede ser feliz con tanta serenidad, con tanta voluntad. Nadie puede amar y ser amado con la alevosía que da la completa comprensión del universo.
Tal vez por eso no se extrañan cuando el uno ve en los ojos del otro la deflagración que les incinera el cabello y convierte en cenizas la piel.
Tampoco sienten apenas el dolor de los miembros amputados.
No les extraña que precisamente en el mejor momento de su vida, una bomba colocada en un vehículo por un ajeno, por un extraño a ellos, los haya matado.
Y nadie se ha dado cuenta que por encima del rugido de la deflagración, el mundo ha soltado una sonrisa prolongada y asmática; el pensamiento universal abominable, se muerde la mano conteniendo una mala carcajada, observando la sangrante y serena mano que tiene un mechón de cabello entre los humeantes dedos muertos.
Los ajenos no saben; los otros, los borrones, corren espantados con las ropas rasgadas, sin escuchar, oyendo sus propios balidos y temiendo por sus prescindibles vidas.
Tampoco el mundo ha estado muy atento y no ha podido ver los finos dedos quemados de la mujer, encañonándose la sien con una sonrisa cínica y ensangrentada. Riéndose del mundo y de su envidia. Burlándose de la vida, de la mala vida.


Iconoclasta

14 de abril de 2009

666 Caliente

Esto es el infierno y el único lugar fresco y húmedo de mi reino es este trono de piedra sucia de sudor y sangres secas, sangres muertas desleídas en humores sexuales.
Mis testículos agradecen la caricia del frío y mi pene corrupto se endurece, se eleva y toma el poder de mi pensamiento.
Soy el Dios Polla que llena y rasga carnes, que escupe un semen hirviendo, una leche obscena.
Si ese Dios superfluo y homosexual rodeado de sus asexuados querubines asomara su divino y trino ojo en mi reino, le escupiría con este glande amoratado y colapsado de sangre y le cegaría con mi zumo de maldad pura.
Soy bestia, soy dios y soy aquello que más se teme y más repugna. No es una maldición, es mi soberana voluntad. Mi volición firme y desenfrenada.
Pero cuando el ansia se apodera de mí, puedo notar como las hembras primates sienten que sus sexos laten al compás de las venas que alimentan e irrigan mi puto pene.
Estoy caliente, ardo.
Cuando no os mato, primates, deseo follaros. Follar y partir en dos con mi rabo al rojo a las monas, a las primates que más cerca tengo. A las que tienen la desgracia de estar en un lugar equivocado en un mal tiempo.
El ansia por follar acrecienta de tal modo mi ira, que Dios llena el mundo de ángeles protectores en esos momentos para evitar la extinción de sus queridos primates.
Con el pene expandiéndose en mi puño, siento que todo el poder se concentra en el bálano y podría ahogar este universo idiota que Dios creó, con una andanada de semen.
Grito, lanzo tal rugido que migas de piedra y polvo caen en finas cortinas desde el inalcanzable techo de esta oscura y húmeda cueva.
Mis crueles se esconden entre las profundas grietas y mi Dama Oscura se despereza en la Ara del Dolor. Se libera de las cadenas con las que envuelve su deseable cuerpo de oscura y suave piel.
Lamible...
Sus pechos pesados hacen ostentación de unos pezones duros y contraídos y siento su deseo de que mi boca los chupe, los hiera con los dientes. Que la mortifique mientras su coño suda anhelos.
Se sienta en la piedra y separa sus piernas, de su sexo se desliza un fluido denso y pegajoso como el que ahora recubre mi glande hipersensibilizado.
A veces consigue que eyacule sin tocarme y le arrancaría su bella cabeza llevado por el éxtasis de mi placer.
—Tócate 666, mi señor. Que la Maldad hecha bestia, unte mi coño con tu lava blanca –lo pronuncia en un susurro, pero el eco de su voz retumba en cada piedra en infinitos lugares.
Su gemido libidinoso es un canto de sirenas.
Le gusta que me masturbe, le encanta cuando gruño y agito con fuerza mi puño; los testículos pesados y llenos parecen aplastarse con cada sacudida de mi puño. No soy cuidadoso con mis genitales cuando estoy caliente, salido como un perro en celo.
Un perro rabioso...
Si ahora se acercara a mí, la penetraría con tal furia, que sentiría aplastarse la matriz y mis cojones golpearían sus dilatados y resbaladizos labios del coño. Separaría con mis brazos sus piernas para dejar su sexo indefenso, hasta el punto de descoyuntarlas.
Le empujaría ese ano duro, plantaría mi glande en ese oscuro agujero hasta que se mordiera la lengua de placer-dolor.
La baba de mi pijo ha lubricado el puño y siento que un placer creciente tiñe de rojo el aire.
La Dama Oscura acaricia su perla dura, la golpea gimiendo impúdicamente ante mí, con tal lujuria que pienso que va estallar mi glande. Su presión es insoportable.
Ante ella estrangulo mi pene, lo castigo por lo que me hace, me ha poseído...
—¡Puta! —susurro batiendo con fuerza el pene— ¡Puta!
Responde con un gemido, acariciando su sagrada raja abierta con la palma de la mano. Baja del altar y se acerca a mi trono con los muslos brillantes y húmedos de sí misma.
Se eleva sobre mis rodillas y pisando los apoyabrazos de negro granito, se clava a mí. Sus nalgas se abren y la fragancia de su coño me llega como un vapor invisible.
Su coño me cubre, me empapa con su jugo. Su carne resbala en la mía y oprime mi pene desbocado. Mis testículos hierven, el semen llena los conductos seminales y me expando en el aire con un embate de placer, llevado por los espasmos de su coño.
Siento fundirme con ella. Clavo mis dientes en su cuello y atenazo su sexo henchido de mí con una mano, con fuerza. Noto su clítoris palpitar ávido de ser chupado.
Le arranco gemidos que no sabe si son de dolor o placer.
Y siento en mi boca el dulce y acre sabor de su sangre.
Mis crueles gimen como perros asustados entre las entrañas de roca.
La Dama Oscura ha quedado inmóvil y presiona con fuerza su mano en la mía. Quiere que le aplaste ese coño que la está matando de placer.
Mi semen fluye entre nuestros dedos, espeso, caliente.
Noto en mi glande como sus pulmones vuelven a aspirar aire y su vientre contraído.
Su sistema nervioso colapsado...
Mierda... Mi polla aún estalla en leche dentro de ella y lamo el sudor de su espalda.
Las sombras... Mis crueles, emergen de las profundidades; traen consigo un pequeño primate que llora asustado aferrando un muñeco en su pequeño puño.
Estoy tranquilo, mi ira se ha disipado, ha sido expulsada por el pijo y ahora gotea de nuestros sexos enfriándose en la piel y la roca.
La Dama Oscura masajea su sexo sentada a mis pies, untando los dedos en el semen que se le escapa entre los muslos; mientras lentas gotas de mi leche gotean en la piel de su torso desde mi rabo relajado.
Llevo la mano a mi nuca y saco el puñal enterrado entre mis omoplatos. Lo lanzo sin ningún tipo de alegría.
Se clava certero en el pequeño cuello del primate.
Muere sin soltar su juguete, con una mueca de dolor y espanto. Sus grandes ojos verdes no se han cerrado.
A los crueles se les escapa la risa, y a mí también. Todos reímos a carcajadas ante el cadáver del pequeño primate.
—Devolvedlo a su cuna —consigo articular.
—Que revienten de angustia y se pudran en vida sus padres.
¿O acaso pensáis que por haber follado os odio menos, primates?
Os contaré más cosas, más secretos, terrores, corridas... Descuartizamientos.
Me voy a lavar la polla, que esto se seca y me incomoda.
Siempre sangriento: 666

Iconoclasta

7 de abril de 2009

Una mano cansada


No sabe que la mano me pesa como un plomo, tira de mi hombro y hace mi caminar encorvado.
No tiene ni idea de lo fuerte que es. Porque ella, bella entre bellas es pura fortaleza. El poder desatado hecho mujer.
No soy un hombre refinado, no soy sutil. Ni un hombre débil. Mis músculos han desarrollado tantas toneladas de fuerza a lo largo de la vida, que me tiemblan los dedos alzando pétalos de flores. Nací tan fuerte que siento el peso de mi propio cuerpo como un lastre que me hunde cada vez más en la tierra.
La necesito para no clavarme en el suelo. La necesito para no convertirme en fósil. La deseo como un virus desea tomar el control del cuerpo. Con toda esa fuerza instintiva en su pasión; a nivel genético. En su voracidad por ser ella, estar en ella. Ser mecido por ella.
Por lo tanto sólo cabe pensar que cuando coge mi mano y libera mi carga, cuando me libera de mí mismo ocupando mi pensamiento; es más fuerte que yo.
Siento vergüenza.
Me da coraje ser más débil que ella.
No voy con ella, ella me lleva con su increíble capacidad para anular la gravedad y me siento volátil. Etéreo como un gas que se diluye en el aire, que se expande en la atmósfera.
Ingrávido.
La mano se balancea sola, pende triste, la observo con cierta angustia al desligarme de mi cuerpo. Uno aprende estas cosas si quiere sobrevivir. Uno aprende a liberarse de la carne durante los segundos necesarios para no caer de rodillas aplastado por el peso de todo.
Y viéndome desde el aire, siendo aire, la pobre mano parece cada vez más cercana del suelo. Está cansada, estoy reventado.
A veces la mano se agita, los dedos hacen un pequeño intento de cerrarse en el aire. La mano es tonta y sueña que abraza los finos dedos que la hacen ingrávida.
Da pena la mano, doy pena...
Tantos pasos firmes crujiendo el suelo, aplastando el planeta con resolución y ella con un solo paso, hace girar la tierra como una hermosa equilibrista gira la pelota bajo sus pies. Así de fácil.
Un día estaba cansado, y la mano golpeó un árbol del que no pudo apartarse, ni quiso. Los dedos fuertes y toscos, apenas se cerraron ante el dolor. Sólo se entornaron los ojos para enfocar la mano y la sangre que de un corte manaba lenta, serena.
Perezosa sangre que al fluir, da tregua al corazón.
No conviene cortar las hemorragias de soledad, pero va metida en la sangre. Como un virus.
Se ha de retener la sangre, con la ponzoña y la vida para no perderlo todo.
La voz:
—Está sangrando, se ha hecho un corte en la mano —me habló mirándome directamente a los ojos.
Supongo que lloraba, por alguna razón mis ojos vertían lágrimas. Los hombres fuertes también están sometidos a la fuerza del viento que arrastra cuerpos extraños y hace llorar los ojos.
Mentira. Lloraba porque estaba más solo que nadie en la puta vida.
La mano tembló ante aquella voz y se alzó ágil ante nuestros ojos.
Mi voz:
—He debido darme un golpe.
Dejó las bolsas de la compra en el suelo, su mano cogió la mía y todo aquel cansancio se disipó.
Los dedos se relajaron entre los suyos.
—Aquí mismo hay una farmacia, hay que limpiar esa herida.
Ella no miraba mi mano, miraba mis lágrimas. Maldita... Es lista...
Sus manos sostenían la mía mientras el farmacéutico limpiaba la herida. Y algo debió decir ella, porque lloré con un gemido. Y algo debió significar porque ella me acarició el rostro con una sonrisa calma.
Su boca esplende luz y vida.
Y dejé de ser el hombre más fuerte del planeta. Me arrebató el título.
La mano no quiere ir sola colgando de mí, parece abrirse la herida por la cicatriz que hace años se cerró; un estigma de amor. Sólo ella lo conjura, sólo ella sana y restaña la herida, con su voz. Con su mirada.
La mano se ha hecho más pesada, día a día cuelga doliendo del brazo como una condena. Día a día busca, buscamos el momento de asirnos a ella. De ser aire y piel sanada. De no llorar.
Ella trae un aire limpio que no aloja cuerpos extraños en los ojos. Con ella no hay lágrimas. No estoy solo.
Bendita sea la mano que pende triste y que la encontró. A ella, a la más fuerte del planeta.


Iconoclasta