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27 de febrero de 2009

El hombre sierpe (1 de 4)

Ni por un momento se me hubiera ocurrido soñar con transformarme en un ser celestial, en una mitología poderosa y justiciera.
Mi natural humildad me hace sentir bien con mi maldición.
Vampiros, licántropos, cíclopes, centauros, ogros, machos cabríos, cadáveres andantes... ¿Quién quiere ser eso?
Mi maldición es más placentera, es obscena. Ellos, los otros, sólo matan o dan miedo, incluso dan la vida eterna.
Aburrido, mediocre.
Lo mío es más difícil, es más artístico. Yo soy el placer más profundo. No busco víctimas, sólo doblegar voluntades por medio del placer. Tampoco me importa que cuando hayan disfrutado de mi placer, se deban suicidar porque jamás volverán a sentir lo mismo. Es terrible reconocer el placer total y desinhibido, y que se te escape por entre los dedos. Esperar cada día con el sexo húmedo volver a experimentar el placer divino y desesperar porque no vuelve es lo peor que le puede ocurrir a nadie. A mí me pasa.
Y tú llorarás cada día porque me arrastre de nuevo por tu piel y estrangule tus pechos. Porque me meta entre tus piernas hasta conseguir que te convulsiones con una lascivia que ni los dioses pueden provocar.
Satanás se transformó en serpiente para tentar a Eva. Yo soy más: soy tentación y pecado. Premio y castigo.
Lo bueno si breve, es una cabronada. La vida está plagada de demasiados malos momentos como para sentirse satisfecho por unos minutos de nirvana en toda la vida.
Soy una obscenidad reptante y provocar el tránsito del miedo y la repulsión al goce más profundo y obsesivo es mi único fin. Me alimento de vuestros coños, de vuestros humores sexuales, de vuestro corazón desbocado. De la dureza de vuestros pezones erectos.
Os amo hasta tal punto, deseo poseeros y dejar tal huella en vuestro cuerpo y vuestra alma, que la vida sin mí carece de sentido para vosotras.
Que mi ausencia os mate.

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Hace calor, el hombre se ha desnudado y se deja bañar por la intensa luz del sol de mediodía. Las paredes calientes del cuarto radian el calor a su piel y ésta reacciona escamándose.
El dolor intenso de cada día, como el pan de los cristianos, se apodera de todos sus puntos neurálgicos, un rollo de tela en la boca evita los gritos y los insultos al planeta por tamaño sufrimiento.
Su cabeza se oprime y se aplasta, cada escama que aparece rasgando la piel es una puñalada de dentro a fuera. No mana la sangre que lo pudiera liberar de la presión del dolor.
Las costillas se curvan y perforan los pulmones, nada es perfecto y de su boca mana un poco de sangre regurgitada, porque es necesario respirar a pesar de los reventados pulmones. Sus brazos se funden con el torso y las piernas entre si mismas. Alguien diría que se trata de una sirena.
Sin embargo el cuerpo sigue doliendo, y estirándose y fundiéndose los dedos y las piernas para convertirse en algo ondulante. Los órganos parecen pudrirse y es como morir. La lengua se ha transformado, se ha partido y ahora es un nervioso y fino látigo negro. Los ojos son dos bolas negras que son invadidas por un verde esmeralda obscenamente bello, vivo y brillante.
Cesa el dolor. El planeta ha cambiado, los colores más que reflejar, arden y algunos sólo están ahí, muertos. La materia fría y muerta relaja su visión, no le interesa. Sisea en el aire agitando su bífida lengua y dos metros y medio de carne recubierta de escamas amarillas y negras se mueven con celeridad para subir hasta el alféizar de la ventana, saltar a las ramas del árbol del patio del piso inferior y bajar por el tronco para desaparecer entre la hierba y las rendijas de las paredes.
Se arrastra por la oscuridad y la inmundicia que lanzan los vulgares por tuberías al subsuelo convirtiéndolo en algo ignominioso. El territorio del hombre serpiente es la basura de los superficiales, se arrastra por sus miserias en busca de mujeres a las que dar el goce que los hombres jamás podrían proporcionarles.

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De todos los animales de la tierra, sólo yo puedo hacerlo, sólo yo puedo cumplir las expectativas de ellas.

Linda llega por fin a casa. El sol del mediodía la ha seguido durante el camino a casa como una mala compañía. Su marido no llegará hasta bien entrada la tarde. Da gracias por tener un horario intensivo que le de un razonable tiempo para relajarse y descansar.
Se desnuda en la habitación quedando en ropa interior, lencería de algodón que muestra manchas de sudor y deja asomar algún rizo de vello púbico. Se deja caer en la cama y recupera el aliento durante un largo minuto.
Se desnuda completamente ya más relajada y se dirige al baño para ducharse.
Calienta una ración de carne estofada en el microondas y con prisa se hace una ensalada. Coloca los dos platos en una bandeja y se sienta en el sillón con ella en las rodillas. El televisor emite noticias a las que no hace demasiado caso. Sus pechos asoman por entre la camisa blanca abierta y unas braguitas de licra negra dejan entrever un tupido vello en el monte de Venus. Come casi con desgana, el aire acondicionado aún no ha alcanzado la temperatura de confort y bebe con avidez el vaso de agua.
Inevitablemente, y como cada día, tras dejar la bandeja de la comida en la mesita del comedor, se estira en el sofá y el aire que ya llega fresco, relaja sus músculos y su ánimo. El sopor se apodera de ella y también una dulce excitación que es el resultado de haber acabado la jornada diaria en la oficina. Se acaricia el monte de Venus mientras sus ojos se cierran.


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Una serpiente del grosor de un brazo y larga como un utilitario emerge a través de la boca de granito de un desagüe de la calzada. Se ha deslizado entre una rendija inferior del vallado de una de las casas adosadas de un barrio periférico y el mediodía le da un aire desértico al complejo residencial. Sus escamas negras y amarillas parecen fundirse por el efecto estroboscópico que produce su ondulante movimiento. Se dirige al canalón de desagüe del tejado, se anilla al tubo y trepa oliendo el aire y agitando la lengua. Sus ojos verdes están fijos en el balcón de la casa.

Me arrastro silenciosa por el suelo, lo más alejada posible de ese sol eterno e incombustible que no da un respiro a mis escamas.

Aún con medio cuerpo sujeto al tubo de desagüe, su cabeza parece flotar en el aire hasta hacer contacto con la baranda del balcón. Se arrastra con elegancia hasta llegar al suelo y repta hacia la puerta de cristal del salón; la cortina deja un resquicio que le deja ver el interior. El inconfundible aroma de una mujer excita al animal y su cabeza se eleva sobre los anillos de su cuerpo para observar con unos ojos curiosos y ávidos el interior de la casa. Su lengua golpea el vidrio de la puerta corredera.
La mujer resalta como lo único vivo en el salón, su cuerpo aparece rodeado de una aura naranja que vira al rojo en la zona de los pulmones; los brazos y las piernas, emiten un aura menos intensa. Entre sus piernas, hay un rojo brillante.
La serpiente golpea con la nariz el cristal de la puerta.
Necesita dar cuatro golpes más para que la mujer se despierte de su sopor y con los ojos aún adormilados, intente vislumbrar el origen del golpeteo.

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Linda se ha despertado, ha creído oír unos golpes en el vidrio de la puerta corredera del balcón. El noticiero ha acabado, son casi las cuatro y media de la tarde. Ha dormido casi tres cuartos de hora y tiene la impresión de que han sido escasos minutos.
Estira los brazos para desperezarse y sus pechos parecen saltar fuera de la camisa abierta. Lleva la cabeza hacia atrás para estirar la espalda y la braguita desciende hasta mostrar el inicio del vello púbico.
Se acerca hasta la puerta y la abre, una oleada de calor la incomoda.
No se ha fijado en las manchas húmedas del vidrio de la puerta.
Se asoma a la baranda del balcón con los ojos deslumbrados, sin reparar en una enorme serpiente arrollada bajo una de las sillas de plástico. No hay nadie en la calle, es demasiado pronto; la mayor parte de los vecinos empiezan a llegar a partir de las cinco y media de la tarde. Los críos son el aviso de que hay vida en el planeta, apenas han pasado las cinco, se pueden oír sus gritos al salir del colegio.
Tampoco ha podido ver la cola de la serpiente deslizarse silenciosamente dentro del salón hasta esconderse bajo una de las butacas, que se encuentran flanqueando el sofá, enfrentadas entre si.
Cuando entra de nuevo en el salón, se dirige a la habitación para buscar en el bolso el tabaco y el encendedor.
Se fumará un cigarro, lavará los platos y aspirará el suelo de la casa.
(Continúa)


Iconoclasta

17 de febrero de 2009

Al infierno

Os espero en el infierno, porque esto no es cielo, ni siquiera un purgatorio. Esto es sólo un lugar de tránsito donde escupir con rabia mi semen.
Mi semen agrio, mi semen triste, mi semen esclavo.
De la paja a la locura, de un glande sangrante a una boca sin dientes que me la mama con seguridad...
Toda esa basura se viste de amor y las rosas crecen entre mierda y fracasos.
No, no es un buen momento para sonreír. Hoy me conformo con sangrar por el pijo; aunque duela, alivia la presión.
Hoy es el día en el que me la pelo y escupo a este mediocre mundo.
Un vano intento por convertir este planeta engañosamente azul en el infierno donde nos podamos corromper amantes y tarados.
Monstruos fuera de lugar y tiempo.
Resbalar entre sexos viscosos y lamer labios obscenos.
¿Quién quiere belleza aséptica? Miguel Ángel me aburre y los mártires, cuanto más mutilados, más me excitan.
No creo en Dios, pero el dolor...
El dolor es lo real y que ni los cerdos dioses son capaces de disfrazar.
El puro dolor del sexo mordido, demasiado ansiado para ser acariciado; llega directo al vientre y estalla en locura entre dedos crispados.
Hoy con la polla en la mano y gritando a su santo coño, quiero crear el infierno y llevarla conmigo.
Pudrirse en el infierno es mejor que vivir en la mediocridad del no placer, del no dolor.
Hoy me sentía especialmente tierno.


Buen sexo.


Iconoclasta

11 de febrero de 2009

Un cálido beso



Es hora de un dulce morir, es hora de un beso sereno y líquido, algo que reblandezca las duricias y costras del alma.
Porque es necesario dejar que el amor fluya y dejarse someter a él.
Sería emocionante.
La lucha ha convertido el corazón en un trozo de sílex como el que los antiguos usaban para cazar y matarse. Diríase que retorno a los orígenes del hombre y camino entre el mal y el dolor como si no existiera otra cosa.
A veces el tránsito por la vida depara bellezas que quedan grabadas en la retina como un espejismo de absurda realidad. Las he archivado todas en mi cerebro, sólo me queda irme con la calidez de tus labios.
Es hora de demostrar un cansancio, desidia de vivir.
Que un beso llegue tranquilo como un batir de alas lento. El silencioso planear de una gaviota contra el viento.
Hay un momento para la lucha y otro para la derrota.
Y está el cansancio.
Entiendo al que muere de hambre sin un quejido, entiendo al desnutrido cuyas costillas parecen rasgar la piel y no le importan las moscas que beben sus lágrimas secas. La sal de la vida. Qué ironía...
Entiendo la tranquila respiración del enfermo que ve como su carne se pudre y sus dedos caen.
Y no grita, no llora. Sólo mira al cielo o la tierra y tal vez piense en cómo será posible salir del agujero en el que será enterrado para viajar al paraíso o al infierno.
Necesitará ayuda. Necesitará un beso sereno. Sólo un beso a la hora del final, una delicadeza de la vida, algo que llevarse con una sonrisa.
Nada carnal.
Necesitamos los desgraciados algo dulce, algo hermoso que llevarnos a la tumba. Nadie es tan malo como para morir sin haber conocido la ternura de unos labios que aman a pesar de todo y todos.
A veces pienso que he llegado ahí, donde los sentimientos se han transformado en una osada indiferencia, en un irreparable agotamiento. El cuerpo se devora a si mismo y el alma se encoge, se esconde entre células enfermas. Células que les dicen a otras que es hora de descansar.
“No os reproduzcáis más, no podéis dividiros más veces. ¿No os dais cuenta que ya es tarde para eso? Venga preciosas, a dormir”.
Y si me das tu beso, yo cierro los ojos y no me divido más.
He blasfemado tanto... Gritado, insultado, golpeado y follado como un animal en celo.
Lo he hecho casi todo, pero no recuerdo tus labios en mi piel perdonando mi vida, mis actos.
He visto boquear desesperadamente en busca de aire bendito a los hombres y mujeres que he estrangulado. Y sé que ellos hubieran agradecido un beso que les ayudara a cerrar los ojos, a relajarse ante la muerte inminente después de tanto luchar y al final, perder.
Morir.
Cuando te estrangulan, los segundos duran años. Y tienes tiempo a sentir pena por la vida que vas a perder. Por lo que podrías haber sido, por lo que ha quedado por reparar. Por cosas que ya jamás podrás ver.
Agonizar es sólo arrancar unos segundos más a la vida cuando todo está perdido. Yo no quiero morir así, yo quiero morir en paz.
Un beso en la agonía es un billete directo a la paz.
“Pasajeros, suban al tren de la muerte, y no miren por la ventanilla o sentirán vergüenza y su morir se convertirá en una auténtica pesadilla. Si alguien les ha querido una vez, pidan un beso y cierren los ojos”.
He matado a tantos en mi continuo viajar por el mundo, que mis manos han tomado la temperatura de los cadáveres y mis labios se han secado. No puedo besar sin que me sangren.
Por eso pido un beso líquido como el mar. Un beso en el que sumergirme, en el que ahogarme de paz.
Me duelen las manos, de tanto matar. Y me duele el cerebro de amarte.
Los muertos hablan y me dan las gracias.
Las treinta mujeres, los quince niños y los cuarenta y dos hombres que he matado a lo largo de mi vida, todos están contentos de estar muertos. Soy el que mata a los enfermos y a los desesperanzados.
Soy un suicidador, el terminador de vida.
Por poco dinero mato a los que ya no pueden más con su vida tan dura, como maravillosa es la de otros.
Siempre se me ha dado bien matar, no siento nada, no amo ni odio.
Es sólo un trabajo. Experimento día a día el descontento y me siento en una prisión en este mundo donde todo está detalladamente reglamentado. Donde no quedan sorpresas.
Y eso ayuda a matar a otros, les haces un favor.
He decidido suicidarme porque ya estoy cansado de matar y si me he cansado de ello, no me queda otra cosa por la que desear seguir vivo.
Estás tú, pero no cuentas. Eres un ángel y los ángeles sólo se llevan a los muertos.
Creo que he matado a algunos que no me han contratado llevado por mi deformación profesional. Recuerdo aquel que lloraba porque se le había metido el humo del cigarrillo en los ojos y le partí el cuello. A veces ocurren errores que nos alegran por un momento la vida y nos renuevan la esperanza de que todo pueda cambiar de alguna manera.
Ahora sólo te pido, que cuando mis pulmones paralizados por el veneno ya no puedan aspirar me beses en la mejilla con tus cálidos labios. Me gustaría que fuera en los labios; pero cuando alguien ha bebido un buen trago de veneno, es mejor optar por la profilaxis.
Tú siempre me has ayudado, has comprendido mi trabajo y lo has aceptado desde el primer momento que te lo conté.
¿Te acuerdas? Tenía la cuerda de piano rodeando tu cuello y el dinero que me pagaste por el servicio, asomaba a punto de caerse por el bolsillo de la camisa.
Y sin aire en los pulmones y con el acero a punto de cortar la carne, llevaste la mano a mi pecho y aseguraste el dinero en el bolsillo para que no cayera.
Aquello fue un acto de pura ternura que me descolocó.
Y yo te besé, recuerdo que no fue por amor. Sólo sé que necesitaban tus tristes ojos un poco de ternura para el tenebroso camino de la muerte.
Siempre has sujetado sus brazos cuando yo les rodeaba el cuello con la cuerda y los estrangulaba. Has sentido la muerte apoderarse de sus brazos y la sangre manar cuando la cuerda ha penetrado obscenamente en la carne de sus cuellos. Sabes de lo que hablo, los que mueren no deberían irse jamás sin un beso, es una crueldad innecesaria.
Siempre me has besado apasionadamente tras cada muerte. Diríase que hemos follado sobre sus tumbas.
Y ahora, que todo pesa. Ahora que estoy cansado y que el veneno cauterizador de penas está deteniendo cualquier movimiento interno de mi cuerpo; necesito un beso tuyo que llevarme a la tierra.
Necesitaría que existieras para poderme besar, necesitaría saber que alguien de verdad sujetó los brazos de aquellos valientes que pagaron por morir.
Me gustaría que te hubieras negado a morir tras aquel beso.
Que toda tú, y todos los besos soñados. Que la pasión en las tumbas de mis muertos, hubiera sido real.
Necesito que el recuerdo de tu belleza (una de las pocas cosas hermosas que tengo archivada en mi mente) cree el espejismo de un beso. Una fantasía de una vida plena de muerte y amor.
Moriré como ellos, los otros, sin un beso, sin que nadie los llore.
A quien encuentre mi cuerpo muerto, que no me mire, que no diga en voz alta que he muerto sin un beso.
Que mienta.
Una mentira piadosa, algo de dignidad en un mundo infame.



Iconoclasta

4 de febrero de 2009

Dios aprieta

No camino, salto alegre y danzarín en una calle estrecha, tan estrecha que apenas hay unos minutos de sol al día.
No me importa que mis mantecas se agiten alborozadas con este alegre corretear. Sorteo con gracia y agilidad una mierda de perro, para chapotear al siguiente paso en un charco de meados y cerveza.

Mi esposa está embarazada, voy a ser padre. Y como soy de naturaleza confiada y optimista, estoy seguro que también seré el padre biológico.
No siempre me han de salir mal las cosas; es hora de que la vida me sonría.
Aún me quedan seis meses de paro.

Ahora hago el pino y camino con las manos.
Esto de la alegría es la hostia; no me duelen las manos en absoluto después de haber caminado quince metros de acera llena de vidrios rotos.
La sangre es inquietantemente hipnótica cuando fluye sin dolor.
Cuando la alegría entra en nuestros corazones, hay un importante ahorro de analgésicos.

¿Cómo será mi hijo? ¿Seré un buen padre?
Debo serlo y además deprisa, antes de que el páncreas se me deshaga del todo.
Quiero que cuando mi hijo hable, digan: “Dice las mismas cosas que su padre, que Dios lo tenga en gloria”.

Mi esposa ha llorado un poco cuando me ha dado la gran noticia. Yo no creo que llore por la duda de que pueda ver crecer a mi hijo. Llora porque ayer nos cortaron la luz. Estas cosas pasan, pero conozco un amiguete que es electricista y nos volverá a conectar el contador hasta que podamos pagar lo que debemos.
Tendré que regalarle a mi esposa alguna cosa para animarla. En cuanto cobre dentro de tres semanas le compro el bolso de la Betty Boop del bazar chino.
A ella le gustan estos detalles.
Le arrancaré una sonrisa, como la morfina me la arranca a mí.
La alegría es contagiosa y si no, debería.
Que la vida son cuatro días.
Me parece que yo voy por el tercero...
No importa, a veces los días se hacen larguísimos, yo mismo a veces, antes de inyectarme la morfina, pienso que son incluso insoportablemente largos. Afortunadamente, sólo son bajones esporádicos y la nube pasa deprisa.
Es tan larga la vida cuando duele... No vale la pena vivir días así, es mejor irse pronto.
Y cuando de nuevo el sol inunda la estrecha calle, me siento saltimbanqui.

Es una dura carga la de ser padre, tienes que educar a tu hijo, agradecer a tu mujer el que te haya hecho padre y mantener el equilibrio emocional necesario, para no amargarnos en un piso oscuro con una sola habitación y un comedor-cocina-lavabo, que nos cuesta el sueldo de uno de los dos.
Y menos mal que la morfina me la paga la sanidad pública, de lo contrario, el dolor del páncreas me habría vuelto loco y habría matado a mi esposa y al pequeño vampiro que lleva en su tripa.

Hay gente tan afortunada en el mundo por las cosas más tontas, que no agradecen que no haya ningún bulto en su cuerpo.
Los bultos, aparte de dolorosos, te acortan la vida.
A pesar de la morfina, a pesar de que correteo feliz y cándido como Caperucita Roja cogiendo margaritas por el bosque, me sube la tensión y me pulsan las venas de las sienes como dos tambores cuando pienso que de toda esa fortuna, suerte o tranquilidad que tantos disfrutan; no he gozado yo ni un ápice.
Parece injusto y es prácticamente imposible no concluir que la vida es una mierda y que ojalá una catástrofe natural arrase el mundo entero y que sean las ratas las que dominen la tierra.

Ahora voy a ser padre y no me puedo permitir estos pensamientos funestos. He de inyectarme más morfina. El médico es un buen tío, me ha dicho que ya he llegado a un punto en que me inyecte lo que necesite, que no vale la pena padecer si no es necesario; ya no puede hacer daño un exceso de euforia.

Quiero que mi hijo me recuerde como un hombre positivo, que sepa que en ningún momento me pudo el desánimo. Ha de saber que en esta sociedad lo importante no es integrarse. Lo importante es vivir intentando soslayar toda norma o ley sin que cause perjuicio en nuestra vida. Es la única forma de sentirse libre y hombre en esta civilización.
Le enseñaré de una forma suave y delicada, que es muy posible que haya heredado mi falta de suerte o fortuna. Que no se preocupe, gozará de valentía y fortaleza, son virtudes. La cobardía y la debilidad, por mucho que le mientan, jamás serán cosas de las que sentirse orgulloso.
La morfina puede que me haga parecer un payaso; pero no imbécil.

Hay gente de la que apartarse para evitar caer en el asesinato. No es por la morfina lo ingenioso de mis eufemismos; se debe a que siempre me ha gustado leer y escribir lo que pienso y se me da bien la locura caligráfica.
Y ahora salto y choco los tacones en el aire. Dos mujeres me miran con cierto asco y se bajan a la calzada para alejarse cuanto pueden de mí. Es normal, yo se lo aconsejaré también a mi hijo. Que siempre que vea un hombre extraño, un hombre que sonríe solo, o salta alegremente por la acera; se aleje de él. Nunca se sabe si te pegarán un navajazo con esa simpática sonrisa en la cara.
Por otro lado, la locura podría ser contagiosa. No hay que fiarse, ni tampoco obsesionarse. Es tan difícil encontrar el término medio como encontrar un trozo de mi piel libre de pinchazos de morfina.

Sé que despedirán del trabajo a mi mujer cuando sepan que está embarazada.
No hay problema, todo se arreglará, no puede ser que tanta mala suerte no alterne con algo de buena.
Ahora doy una voltereta de contento, voy a ser padre y estoy seguro de que llegaré a ver a mi hijo.
Pues no, ya es mala suerte la mía, he acabado la voltereta delante del camionazo de la basura que viene a toda velocidad en esta estrecha calle.
Menos mal de la morfina, porque esto va a doler.
Ni mi hijo, ni el bolso de la Betty Boop, ni nada de nada.

Con que Dios aprieta pero no ahoga ¿eh?


Iconoclasta

2 de febrero de 2009

Cataluña, república bananera: Velocidad limitada

En Enero del 2008, en la autovía de Castelldefells por la que se podía circular a cien kilómetros por hora, se restringió la velocidad a ochenta.
Ahora a las putas se las puede ver por más tiempo y así disfrutar de las bondades de la prostitución rusa.
De Enero-2008 a Enero-2009, la Generalitat ha recaudado tres millones de euros en multas.
Y otro pico que se calla de chulear a las putas que siempre hay en las cunetas.
Enero-2009, la Generalitat necesita más dinero e instala una red de control para restringir la velocidad hasta cuarenta kilómetros por hora.
Dos millones de euros ha costado la señalización y control variable de la velocidad en la autovía de Castelldefells.
Y parte lo dedicarán a poner WC químicos y dispensadores de condones a las putas.
O sea, han invertido dos millones de los tres que han conseguido quitar a los conductores y ahora van triplicar las ganancias. Aducen que es para evitar contaminación y aglomeración. Y una mierda, a cuarenta kilómetros por hora, un vehículo está consumiendo tres veces más gasolina que a noventa. A cuarenta kilómetros por hora, no hay aglomeraciones, simplemente la carretera se llena de coches lentos y pone a prueba los nervios de los conductores. Es fácil que se supere el límite y por tanto, se pueda multar masivamente. Esto lo sabe hasta mi perro, el otro día lo comentábamos tomando unas copas de whisky antes de coger el coche para volver a casa.
¿Y si hacemos una paradita para que una puta nos la mame?
Yo no tengo un coche potente para ir por una autopista de peaje a ciento veinte kilómetros de mierda. Ni pago el impuesto de circulación más caro que en ningún otro lugar para seguir circulando a ciento veinte kilómetros por hora. Pero a cuarenta kilómetros por hora es otra cosa, uno tiene tiempo de que todo el mundo admire tu coche y darte el vacile durante horas. A esa velocidad, puedes parar un momento en el arcén y pedirle a la puta que entre en el coche y te la chupe.
Lo malo es que salga su chulo y con el cuento de que está de servicio por aquello de llevar el uniforme, te extorsione aún más que con la velocidad.
La Gestapo catalana está cerrando más el lazo en el cuello de los ciudadanos haciendo creer a la peña que van de demócratas, socialistas, o que Esquerra es un partido para el currante, que buscan el bienestar social.
El bienestar de las putas rusas es muy importante para que sus chulos se saquen una pasta. Dentro de un tiempo, podrán construirles paradores en primera línea de mar e incluso reducirán la velocidad a veinte por hora para que tengan más clientes.
Pero es su puto país y hacen lo que les sale de la polla como haría cualquier señor feudal. Sólo tienen un fin: seguir restringiendo la libertad y el poder adquisitivo del trabajador catalán.
Lo que me asusta de estos tiranos, es que se visten de ecólogos para justificar el robo descarado al ciudadano y se lo creen. Cataluña a los catalanes cada vez les da menos y la Generalitat quiere quitar a sus ciudadanos lo poco que les va quedando.
Es como esa puta que mientras te la pela, te está quitando la cartera.
Yo lo que tengo ganas, es que esto ocurra en otras comunidades, para así reírnos todos y por aquello de que mal de muchos consuelo de tontos.
Es bueno y bonito tener putas en las cunetas cuando circulas más lento, sino tienes pasta, te puedes masturbar, hay tiempo para todo.
Vamos, que me da por culo que esto sólo pase en la región más pobre de España. ¿Acaso no somos todos españoles?
Todos ibéricos menos las putas rusas.
Es la mierda de siempre, cuanto menos tienes más te quitan y luego viene la sonda anal.
Y la Generalitat ha abierto una nueva oficina en Nueva York para no sé qué. Y claro, no es sólo la oficina, sino a los amigos que meterán en ella cobrando una pasta.
¿Las putas neoyorquinas son más baratas? Seguro, el dólar está hecho una mierda también.
Se creen tan inteligentes y tan “bons ciutadans”, que piensan que nos creemos toda la mierda que nos cuentan.
Igual se piensan que sólo vamos a pagar putas rusas si las hay nacionales y que te la maman en un correcto español.
En cambio las conductoras, lo pasan peor, porque putos no veo muchos. Aunque los chulos con su uniforme y su coche patrulla, no están nada mal. Hay mujeres que buscan la multa para que se acerquen.
Deliciosas y macizas lascivas... Como bajen más la velocidad, tendremos tiempo de ligar y a la larga nos ahorraremos todos una pasta.
Aunque no sé si la puta soy yo, y encima pago.
Buen sexo, españoles y catalanes.


Iconoclasta