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26 de julio de 2008

Extirpación quirúrgica del amor

Intento desconectar el cerebro de toda esa carga emocional que es el amor.
Quiero evitar toda pasión. Lo hago para poder vivir.
Necesito ser insensible, la vida con este amor es agotadora.
A lo mejor he escarbado algo más que la zona del amor porque siento una tristeza desesperante.
Y un poco de odio también. Aunque puede que sea normal, si no hay capacidad para el amor, sólo queda el odio. A pesar de esto, la bondad no debería verse alterada; da igual, tampoco quiero ser un ángel.
Los trozos de cerebro obturan el desagüe del lavabo y la sangre mana a través de la trepanación que me he hecho en la sien derecha.
Soy médico, tengo conocimientos de anatomía y el cerebro lo he estudiado durante mucho tiempo. Se podría decir que estoy lobotomizando el amor en mis sesos. Siempre es complicado taladrarse el cráneo uno mismo, el cerebro será indoloro pero el tejido que recubre el cráneo y la calavera, duelen mucho.
Aparte de esto, cuando insertas la fina varilla de acero inoxidable por el orificio practicado, ocurren cosas que no controlas. A veces te meas, otras te cagas y otras simplemente se te cae la baba como a un imbécil.
Se producen también extrañas alteraciones en la consciencia y es difícil si no se tiene algo de autocontrol, reconocer que estás flipando pepinillos.
Ha sido difícil encontrar la dosis adecuada para anestesiarme la zona posterior del cráneo sin quedarme dormido y sin sufrir una gran merma en mis reflejos. El resultado ha sido que ha dolido mucho. No he gritado porque me he tragado unos cuantos comprimidos de ansiolíticos para aplacar las emociones. Me estoy escarbando el cerebro sin ningún tipo de emoción ni alegría.
No es exacto, hay una parte de mí, que vive con tranquilidad la intervención, otra parte de mí, permanece prisionera en la zona oscura y por momentos, engañada por las alucinaciones y reacciones de la parte del cerebro que gobierna el inconsciente. Es como estar en una especie de infierno, surrealista. Me ha parecido ver a Dalí cortándose sus propios ojos con la hoja de afeitar.
Si no fuera por los ansiolíticos, me encontraría llorón y tembloroso.
La pitufina es sorprendentemente erótica. Danza ante mis ojos mostrándome las aureolas azuladas de sus pechos y canta con su dulce voz provocándome una erección de lo más humillante dadas las circunstancias. Tiene los pezones duros como nueces.
Mi madre muerta me sonríe desde el ataúd y picando con sus manos podridas en la tapilla de vidrio, llama mi atención.

—Levanta la tapa, me duele la espalda de estar acostada tanto tiempo.

Está muerta y no lo sabe. Se me escapa una risita tonta, sin dientes está horrible.
Los ojos siguen con fijeza la mano derecha que mueve y gira con mucho cuidado la varilla en mi cerebro, en el lóbulo frontal. No veo un reflejo de mí en el espejo. Es un hombre extraño.
Mi cara se encuentra grave y seria. Me recuerdo a un vampiro de película, un rostro sin emoción.
El inconsciente sigue haciendo de las suyas y ahora sufro imágenes extrañas, vivo una pesadilla en la que en lugar de expulsar cálculos renales, orino pequeños bebés muertos. El dolor en el glande es insoportable, afortunadamente la medicación no me deja gritar. Mi principal misión es salir vivo y con el menor daño posible en el cerebro.
El meato parece rasgarse hasta partir en dos el glande y la mano izquierda se aferra al pene para intentar contener el dolor. Como si el dolor de verdad brotara del glande reventado. Un bebé se ha quedado atravesado y no acabo de expulsarlo. La mano no puede saber que es una ilusión, y el cerebro bastante trabajo tiene con auto-mutilarse como para preocuparse de la polla y sus alucinaciones.
Saco con cuidado el rasca-cerebros y sacudiéndolo en la pica, dejo caer otro trocito de blanco cerebro.
Parece que va bien, aún tengo el control.

—Soy Jesucristo y bienaventurados sean los padres que sodomizan a sus hijas e hijos.

Yo no quería decir esto; pero tenía que pronunciar alguna frase para asegurarme de que no he estropeado la capacidad del lenguaje.
Todos los cerebros no son iguales, ni en medidas ni en morfología, así que toda la bibliografía médica respecto al cerebro, se ha de tomar como una ayuda aproximativa y no como una ley o norma de obligado cumplimiento. Todas esas ilustraciones, fotografías, planos y esquemas del cerebro, son meramente orientativas. Y las pequeñas diferencias podrían decidir sobre la felicidad o la imbecilidad. Aunque no tengo muy claro si son sinónimos. Esto de operarse el cerebro crea momentos de confusión.
La mano izquierda está golpeando el mármol del lavabo y esta vez, el dolor es verdaderamente físico. En este estado de narcosis, prefiero el dolor psíquico y el terror. Son más manejables, ya que es fácil que tarde o temprano sepa que es una pesadilla. Un hueso fisurado, no es una pesadilla y duele de cojones.
Un giro más en el rascador y consigo que la mano se tranquilice, obedece a mi voluntad.
Yo no sé si queda más amor por extraer, ante la duda continúo. Creo que habrá un momento en el que sentiré cierto alivio en mi alma, cuando no sienta nada por ella. Tiene que ser así, semejante carga no se suelta como si nada.

—¡Papá! ¿Cuándo mueras, podré quedarme con tu novia? Es más guapa que mamá.

Estos críos…

—¿Me dejarás que la folle frente a tu cerebro sin amor? Si quieres, puedes hacerte una paja, a mí me da igual.

Su madre está también aquí.

—Escarba toda esa mierda que tienes ahí dentro y saca a la puta de ahí. Sácala y pártela en trozos.

No está mal mi esposa, el vaquero se hunde profundamente en su vagina y la mano izquierda sueña con meterse dentro y liberar su coño de esa invasión que la excita.
¿Le excita ver cómo me destrozo el cerebro? Puede que mi mujer no sea tan horriblemente aburrida como creía. Mi hijo le acaricia el sexo distraídamente. Es todo un hombrecito con sus trece añazos.
Clic, clic…
Es como haber cagado, se ha ido toda la tensión. Si pienso en ella, siento una total indiferencia. No se me acelera el pulso y lo que queda de mi cerebro se encuentra relajado.
Extraigo la varilla rasca-cerebros y por fin puedo respirar aliviado.
Y ahora caigo de rodillas al suelo, vomito todo lo que he estado reteniendo para una buena asepsia de la zona de operación y tapono con una gasa el orificio del cráneo. A continuación, extraigo de la solución salina el tejido de carne y piel que he cortado para tapar el agujero y con esparadrapo lo sujeto en su lugar. Estoy de vacaciones y no he de volver al hospital hasta dentro de tres semanas. Apenas se notará la cicatriz.
El cadáver de mi esposa, se ha enfriado y el corte de su yugular tiene un aspecto tumefacto, parece que ríe bajo su boca abierta y asombrada. Los ojos están en blanco.
El cuerpo de mi hijo se encuentra muy cerca de su madre y su brazo intenta tocarla. El crío está tirado en el recibidor, de costado ya que el puñal que tiene clavado en el corazón no le ha permitido arrastrarse con el pecho pegado al suelo. La madre está en el pasillo. Los separa tan solo el marco de la puerta.
La operación ha sido un éxito, no siento ningún tipo de necesidad de amar. Incluso siento repelencia por la palabra “amar”.
Aparto el cuerpo de mi esposa con el pie para no tropezarme. En el comedor el climatizador zumba suavemente y el aire fresco me conforta.
Me duele la cabeza.
He debido tener un lapsus, porque no sé cuando he encendido el cigarrillo. No soy feliz, sólo me encuentro en paz.
¿Por qué están muertos mi mujer e hijo? Creo que he sido yo. Una vez tuve una amante a la que amé tanto que sentí la necesidad de romper con todo lo que me obstaculizaba para estar con ella.
Estoy en paz y no necesito nada. Ni siquiera vivir. Seguro que junto con el amor, he extirpado el deseo de vivir.
Si pudiera recuperar el trozo de cerebro y colocarlo de nuevo…
A la mierda.
Frente a mí un hombre se arranca un trozo de piel de la sien, hay un agujero negro.
El hombre con un semblante indiferente y sin brillo en los ojos, aferra una varilla de acero. Hay un lavabo sucio de sangre y carne blanca. Una pitufina se masturba con sus mini-piernas separadas sentada en el grifo del lavabo.
Los bebés muertos han atascado el desagüe del inodoro y el agua rebosa pequeños cuerpos blanquecinos.
La aguja entra rápida como una bala en el cerebro y la hace girar sin cuidado hasta que queda inmóvil, quieto como un muñeco sin amor, con la mano colgada de la aguja que ha devastado el cerebro. Respira rítmicamente y con normalidad.
Las escleróticas de sus ojos se han llenado de sangre y se ha meado.
Clic, clic…


Iconoclasta

21 de julio de 2008

El ángel roto

Se ha caído y se ha roto, el golpe de la puerta al cerrarse por una ráfaga de aire, ha hecho saltar de su soporte la figurita.
El ángel de terracota se ha hecho pedazos contra el suelo. La sonrisa modelada sigue siendo la misma. Y sus ojos, en otro trozo de cabeza, tristes y esperanzados niegan la sinceridad de esa sonrisa. Está segura de que dios los obliga a sonreír a su pesar. A los ángeles les pasa como a ella: no quieren ser lo que son. Hay cosas mejores.
Entiende a los ángeles.
Y ríe amargamente porque si los ángeles no existen, ella teme que tampoco existe para el mundo. Tiene miedo de parecerse a un ángel, tanto en su no querer ser como en la sonrisa falsa y forzada que cada día le duele más dibujar en su rostro.
A veces ríe con malditas las ganas.
No sabe lo quiere ser, pero esto no; no más tiempo.
¿Cómo va a desear ser lo que es, si una simple figurita barata, pone en marcha toda la tristeza necesaria para que los ojos se aneguen de lágrimas?
Una profunda tristeza.
Los ángeles caen porque vuelan, ella se rompe como la paja por ninguna razón.
La mujer siente ganas de llorar, de arropar el torso del angelito y acariciar sus alas rotas.
Parece que el pequeño, se agita entre sus manos, que expira el aire con cansancio, un pequeño gemido, y parece acomodarse entre sus manos. Tal vez se ha cansado de ser ángel y estar colgado de un soporte. De ser un adorno de algún dios cruel.
Se pregunta si ha sufrido, si está agonizando con dolor. Tal vez no sienta nada. Y teme que lo que único que siente el angelito, es alivio y descanso.
Está cansada como roto el ángel.
El ángel ya ha dejado de ser lo que no quiere ser. Ahora sí que es bendito.
No quieren dejar de ser ángeles, seguramente por puro aburrimiento. La eternidad no es un buen negocio. Las alas les deben picar en la espalda y se les llenan las plumas de piojos.
No son tan perfectos como dicen los gentiles y bondadosos.
Ella a veces se rasca el cuero cabelludo, porque la soledad le irrita el cabello. Quisiera extirparse con las uñas toda esa soledad. La angustia de una vida que la obliga a arrastrarse.
Como a los ángeles la eterna bondad les irrita las plumas.
Es todo tan monótono... Tan igual cada día...
Sólo necesita un abrazo, un susurro de amor. ¿Cómo puede vivir con ellos y sentirse tan terriblemente sola?
¿Cómo no puede querer a un hombre tan bueno?
Ama incongruentemente al ángel roto de la misma forma que amaba a su hijo cuando ayer mismo era pequeño y la necesitaba.
El ángel se muere entre sus manos hecho pedazos. Y ella, ahora desinfecta sus heridas con alguna lágrima.
Será tonta... ¿No le ha parecido ver una pluma de arcilla blanca cayendo en torbellino al suelo?
Los piececitos del ángel están intactos y ella los toca como tocaba los de su hijo. Ahora ya no, el hijo ha crecido; es un adolescente incómodo con las ternuras, como todos los adolescentes. Nada especial
El ángel quiere morirse. Y ella se iría con él. No puede dejar sola a la criatura. No puede dejar que muera así: solo y hecho pedazos.
Su mente está prendida de una tristeza que la hace más bella si cabe. Su cabello corto y despeinado le da una apariencia adolescente y su bata transparente, deja ver una piel bronceada y un cuerpo que aún miran con lujuria los hombres por la calle. Su marido no.
El ángel ya no se mueve, ha muerto y tira su cadáver al cubo de la basura. Las lágrimas hacen presión en sus ojos y tres gotas compiten por su rostro por ser cada una la primera en lanzarse al vacío.
Se mira en el espejo y dos ojos de color miel se clavan en los suyos y por el agujero negro que es la niña del ojo, el pequeño ángel se interna correteando tras una angelita.
Y un hombre y una mujer también saltan al negro agujero. Y se dejan llevar por lo que quieren ser, por lo que quieren hacer. El ángel hace gemir a la angelita. La mujer araña el torso del hombre y gime también con cada arremetida.
Sus manos abren la bata, y sus pechos asoman agresivos, la mano se desliza entre el rizado y poblado Monte de Venus; un dedo ávido colapsa de caricias ese bulto resbaladizo de fibra sensible que es el centro de placer del universo.
Y al placer se suma un deseo y la caricia es cada vez más agresiva y los dedos separan los labios y se internan en la humedad mientras una lágrima ha llegado al pecho y sigue su rumbo al vacío.
El ángel ha muerto y su sexo palpita. La masturbación es triste y poderosa. Necesita ser amada, quiere ser follada como hace años que no se siente así.
No es ángel ni madre, ni amante esposa, no quiere ser eso. Ya no. El tiempo pasa y los ángeles caen y se rompen en pedazos y su última voluntad es no seguir siendo divinos. Ni bondadosos.
Ella quiere ser follada y sentirse puta. Quiere entre las piernas la lengua más áspera que la haga lanzar alaridos de placer. No es buena, no es un ángel. Sólo una mujer con ganas de ser follada. No puede pensar con bellas palabras, está cansada de las buenas y correctas ideas que convierten los días en una prisión sin escape.
Y apenas es consciente de que de su sexo mana abundante el flujo y que la tristeza y el deseo de no ser más lo que es, penetra en lo más íntimo de ella palpitando, extendiéndose por dentro del organismo como un virus de placer apocalíptico.
Piensa que le va estallar el sexo por la forma en que parece expandirse entre sus piernas.
Y con la mano apresando con fiereza su sexo, su orgasmo sube triste, y el espejo le muestra a la bella mujer de pezones erectos y la tez perlada de sudor, abrir la boca en un suspiro. En un gemido.
Se sienta temblorosamente sobre la tapa del inodoro, aún con la mano entre las piernas.
No es una buena mujer, no es una santa, no es una madre afable. Ya no.
A veces teme caer y partirse y no tener a nadie que la llore, que sujete su cuerpo roto en un último instante.
No quiere un beso en la frente, ese beso que se lo den cuando muera, cuando se rompa en pedazos y no pueda sentirlo.
Rebusca entre los cajones del armario del lavabo y saca un paquete de tabaco y un encendedor.
Su respiración se ha sosegado, el humo sube por su rostro y le escuece en los ojos.
Desde la habitación, donde el ordenador zumba, llega el sonido de aviso de un diálogo. Con desgana, temiendo encontrarse con su amiga en este instante, se dirige al ordenador.
Un desconocido, ha abierto una conversación y ella acepta.
Una fotografía de la mujer sonriendo aparece en el avatar del cuadro de diálogo.
—Eres un ángel —escribe Limbo789
—Lo sé; un ángel roto —teclea con una sonrisa amarga la mujer.
Lágrima y ceniza caen en el teclado. Y tal vez, no está segura, una pluma de arcilla blanca.


Iconoclasta

15 de julio de 2008

Dios


Dios ha muerto en pedazos. Dios está troceado en mi nevera.
El no debería haberme alejado de ella, él no debería haberme creado tan lejos de ella. Le recé tantas veces que se acercó a mí y de un certero tajo abrí su sacratísimo cuello.
Me como a Dios cuando tengo hambre, poco a poco lo voy devorando, no lo he dicho a nadie. Porque quien mata a Dios se convierte en Dios. Y yo no quiero sentir las oraciones de nadie. Soy Dios para llegar a ella. Para alzarla al cielo con mis brazos que son un manojo de fibras contraídas por el amor que siento.
Si escucho una oración la ignoro, mi poder es para mí; para tenerla, para llegar a ella. He dejado desangrar a un hijo en los brazos de su madre porque soy Dios sólo para ella.
Lo demás no me importa. Incluso lo destruiría todo para que nada ni nadie nos moleste.
Mi vida ha muerto. Mi vida está troceada en mi nevera, voy devorando a mi amor para que se funda en mí. La sangre que manaba de uno de los tajos, en su frente, se escurría por sus ojos como lágrima roja. No quería morir, no creía que pudiera morir por la mano de Dios. Mientras la apuñalaba se quejaba lánguidamente, exhausta. El dolor que provoca un Dios es tan intenso que anula la voluntad de expresarlo con un grito profundo. La voluntad se doblega ante la divinidad.
Era necesario unirla a mí. A Dios… Ego me absolvo.
Y mi pene sagrado la santificó en la hora de su agonía; fue su extremaunción con una polla divina. Mi amor sudaba sangre con su último orgasmo.
Un jaco de caballo y en vez de agua, su sangre. Su sangre hermosa y tan espesa que necesito mi fuerza diosa para poder empujar el émbolo, la vena se rasga por el temblor de mi presión. Pero soy Dios y mi caballo sagrado acaba galopando por mi riego sanguíneo.
Directo a mi pene. Directo a mi divino cerebro, mientras saboreo un delicioso trozo de su pecho.
Ahora soy dos veces Dios.
Un Dios de risa afable, ensangrentada.
Revolcándome entre los placeres de la sanguínea heroína y los lamentos de los que sufren, sin que nadie les escuche ya.
Sin que nadie pueda hacer nada por ellos.
Ignorando todo el humano dolor.
Un Dios distraído y satisfecho.


Iconoclasta

8 de julio de 2008

666: Gays duros

No me sorprendo de nada, sólo paso el tiempo observando el comportamiento de los primates. Intento comprender que ocurre dentro de sus estúpidos cerebros.
Os odio.
Odio a todos los primates sea cual sea su raza o credo y muerdo sus vísceras cuando los he destripado.
En mi oscura y húmeda cueva, el televisor emitía imágenes de una celebración, los primates lo celebráis todo porque vuestra vida es tan miserable y vale tan poco que intentáis daros importancia como sea.
Que los primates maricas hagan sus fiestecitas con el culo al aire y los rabos y testículos bien marcados, es algo que miro con cierto aburrimiento; pero mi poderoso cerebro, al observar a esa piara de maricones danzar al ritmo de una samba tercermundista, se puso en funcionamiento cuando desfilaron los conocidos como gays duros. Primates con el rabo enfundado en cuero, pantalones abiertos de cuero negro, o shorts propios de puta, gorras, botas y adornos de estética nazi.
Si un nazi de verdad cogiera a una de estas nenazas, lo quemaría vivo. Quemaría su artificiosa piel tostada, su milimétrica barba afeitada al uno y les metería su propio bálano por el recto sin ningún tipo de cuidado.
Velludos, musculosos, tintados y varoniles. Todos van de rubio. Parecen hermanitos de una inmensa familia maricona.
Se cogían de la mano y se besaban los labios con ternura ante las cámaras. Me meé en mi sillón de piedra llevado por la emoción.
Mi Dama Oscura se bañó los pechos con mi ponzoñosa orina y gimió desesperada.
Me acerqué hasta el marica, agarré su cabello corto y me manchó la mano de amarillo, le clavé la aguja profundamente en el oído izquierdo y mi Dama Oscura tuvo que taparse los oídos por los irritantes sonidos que lanzaba.
Vaya, estoy divagando de nuevo, me he adelantado un poco.
Estos primates son más idiotas aún que la media, ¿es posible que rindan homenaje a su verdugo llevado por el instinto de la penetración anal tan enraizada en los pelos de sus culos?
Y a nadie se le escapa a estas alturas que Hitler es pederasta, y un desviado. Lo tengo continuamente gimiendo como un perro en celo, frente a una jaula con niños hambrientos para toda la eternidad.
He capado al subnormal. Y aún no entiendo (me refiero también a las aleatorias y caprichosas circunstancias que llevaron a semejante idiota al poder de Alemania) como un primate con tan poco cerebro y tan mediocre pudo montar el follón que montó y desatar la segunda guerra mundial. Su pequeñito y pálido pene se encuentra en la sala de los desviados de mi museo y es tan poquita cosa, que el ser sodomizado por el führer debía ser una delicatesen de esas que se disfrutan en los ratos de desidia.
Si ya de por sí, el endogámico Hitler es repelente, cuando estaba rodeado de sus oficiales de la SS y éstos se le corrían en la cara, daban ganas de cortarle los párpados con unas tijeras, cosa que hice de buen grado. Ahora no puede dormir.
Hitler se masturba día y noche en su celda viendo a los niños desnudos que agonizan y agonizarán de hambre por toda la eternidad hasta que mis genitales digan basta. El führer hacía pasar hambre a los judíos porque soñaba con sodomizar aquellos cuerpos agotados y esqueléticos. Quería que su apenas funcional pene, resaltara en un cuerpo y él sentirse un poco más poderoso. Hitler tenía el cerebro del tamaño de sus testículos. Ningún primate se sentiría orgulloso por ello.
Era un ser adorable si se le ponía una buena mordaza y se le estrangulaban los testículos con un alambre; hijo de primos-hermanos con patentes resultados consanguíneos, su afán era y es ser sodomizado por medio de la humillación.
Un subnormalito maravillosamente desviado…
Se imaginaba a sus SS de cuero negro abriéndole las nalgas y tratándolo como a un judío.
El tarado tenía también sus anhelos, sus fantasías.
Si os fijáis en los viejos documentales, cuando les daba las manos a los niños en sus baños de multitud, se ponía nervioso y el flequillo de esquizofrénico le caía por la frente al tiempo que su mano se crispaba en la cara del niño y en sus ojos se dibujaba el deseo de colocar al bebé en sus rodillas y…
Pues ahí tenéis a los velludos y machotes maricas de cuero negro, imaginándose que son guardias pretorianos de Hitler y obsequiándole con un ballet a lo Village People si pudieran viajar en el tiempo.
Y van de sensibles con sus manazas entrelazadas con ternura. Es para vomitar.
Me ponen furioso.
Hitler lo quemaba todo: judíos, gitanos, negros, polacos… Y los gays duros también serían pasto de hornos crematorios en su momento. Son idiotas con su fetichismo fascista.
Menos mal que los judíos han aprendido y matan y no perdonan. Me encanta su constante ira. Me gusta matar judíos poderosos y rabiosos, tiene más aliciente pelear contra los valientes que contra los cobardes. Porque de morir, no se librará ninguno de los dos.
Para vosotros el führer está muerto, y por eso los maricas le rinden pleitesía vistiendo sus mierdas de uniforme. Si sus culos estuvieran a mano del gran maricón, seguro que se iban a disfrazar de gallinas caponatas.

Ese mismo instante en el que las imágenes jocoso-festivas eran emitidas en directo desde Berlín, me vestí y clavé el cuchillo entre mis omoplatos y al igual que hace el marica de Dios, me presenté en aquel lugar con sólo desearlo. Mi Dama Oscura se abrazó a mi poderoso torso y vino conmigo.

—Me encantan los gays duros y varoniles que al final son unas nenazas de lo más tiernas. Con sus barbas milimétricamente cortadas, siento deseos de abrir mis voluptuosos muslos de zorra satánica y aplastar mi vulva desflorada, rascarme contra sus barbas —susurró mi Dama Oscura en mi oído para acrecentar mi ira.

Es una astuta.

—Me pica el coño, mi Dios.

Entre la multitud de gente que flanqueaba el desfile de maricas y tortilleras, habían niños que observaban aburridos las tetas, los culos y algún rabo de toda aquella carne danzarina y orgullosa. Supongo que a las crías de primates esto les aburre tanto como a mí me inspira el descuartizar sus cuerpos.
Son muy sensibles los gays duros, los pelos de sus sobacos lo claman al cielo.
Es extraño el fetichismo que se da la mano con la apología de los asesinos genocidas y aún así es bien vista por la sociedad.
¿No os parece que sois estúpidamente banales? ¿Y qué más da que os torture, mutile y descuartice a unos cuantos primates? El planeta seguiría existiendo sin vosotros.
Mi Dama Oscura seguía conjurando mi ira, sus labios que tan bien saben besar y mamar mi semen, ocupaban toda mi atención, la música del pasacalles maricón cesó y sólo escuché su voz suave, convincente. Voz de diosa sensual.

—Me pone, me parece hermoso ver esos dos grandes y peludos ejemplares de machos ir cogidos de la cintura —se refería a dos primates con gorras nazis y petos de cuero, uno de ellos llevaba las nalgas desnudas—. Quiero meterme entre ellos y convertirme en el relleno de un bocadillo, que me hagan sudar por los dos agujeros y que me hagan sangrar el ano, que me traten como los SS trataban a las judías.

Imaginé a mi Dama Oscura en un campo de concentración en estado de inanición, sus crestas ilíacas sobresaliendo desmesuradamente y su coño gordo y e hinchado por el hambre. E imaginé arrancarle los ojos y llenar su reseco coño. Y todo en mi mente se hizo sangre y polla y coño y culo y mierda…
Recordé las duchas de Zyclon B, del placer de oler las montañas de cadáveres sucios de cal viva en las enormes fosas y eso me llevó a concluir que todos aquellos primates que bailaban como subnormales, habían olvidado aquellos tiempos de grandeza para mí; debían experimentar el dolor y el terror para que sus mentes se abrieran a la historia. Sentí deseos de traerme al pederasta y maricón de Hitler de nuevo a la tierra, con sus párpados cortados. Sentí caliente el cuchillo clavado entre los omoplatos (no me gusta llevar funda; llevar enterrada el arma en el cuerpo me da también cierto encanto sado-fetichista), mordí los labios de mi Dama Oscura hasta hacerlos sangrar, y me uní al desfile de maricas.
Soy la memoria viva.
El alemán tiene una pronunciación dura y tosca; es chocante oírlo de boca de un primate que alardea de duro y sin embargo, tiene las hormonas tan alborotadas, que parece un niño atrapado en el cuerpo de un gigante; resumiendo: un deficiente mental.
Me coloqué a la altura de un primate musculado que caminaba y bailaba rígido como una estaca, el sentido del ritmo lo tenía embutido en lo más profundo de su próstata demasiado desarrollada. Si hubiera llegado a cumplir cinco años más, un cáncer lo hubiera podrido por dentro. Debía buscar a su novio a juzgar por las repetidas veces que miraba en torno suyo buscando algo.

—Hola Hércules; estoy muy caliente. ¿Estás sólo? —a mí me daba igual matarlo a él, a su novio, a sus padres, hermanos y primos; era una pregunta retórica.

Me observó desde su altura, me sacaba la cabeza y sus músculos estaban recubiertos de una capa de aceite que le daba un aspecto sudoroso, me miró con cierto desdén a la cara, sin embargo, cuando apreció la amplitud de mis hombros y el desmesurado desarrollo de los pectorales, que eran patentes bajo mi camisa de lino, me sonrió mostrando sus blancos dientes de cretino.

—Estoy harto de bailar, necesito un buen masaje en el recto para relajarme —tuve que gritar de nuevo para hacerme oír entre el bullicio y la música mala que no dejaban de emitir desde una carroza llena de drag queens de lo más espeluznantes.

También le enseñé unos cuantos billetes de cien euros, cosa que le hizo sonreír cordialmente.
Y salimos de la formación del desfile para internarnos entre los espectadores. Había perdido el contacto visual con mi Dama Oscura.

—Soy Mefisto —cosa que le dio igual ya que estaba ocupado en contar los billetes.

—Volpert —dijo su nombre con parquedad y con cierta desgana.

Nos dirigíamos hacia el hotel Stratz Platz. Sonó un móvil y lo sacó del bolsillo trasero de su short ajustado de cuero negro. Una camiseta negra de malla dejaba salir entre el tejido rizados pelos del pecho.

—Pues haber venido a tiempo, he tenido que hacer más de la mitad del recorrido del desfile solo y tú aún te has de vestir. Ahora estoy con un amigo. Ya te llamaré cuando acabe.

Entramos en el hotel, pagué noventa euros por una habitación y subí cogido de su mano hasta el primer piso del hotelucho de putas y chaperos.
Abrió la puerta de la habitación en la que había una vieja cama doble con las patas de acero dobladas por demasiadas cópulas y una especie de tocador bajo la ventana. Suelo y paredes eran grises, aunque el tono de la moqueta del suelo era mucho más oscuro. Era deprimente.
Saqué el cuchillo de mi espalda y note correr la sangre caliente por la espalda.

—Ni una palabra ni un grito, primate —le avisé con el cuchillo atravesando la primera capa de piel de su cuello.

Le hice quitar la funda de la almohada y le metí todo lo que pude en la boca para que no pudiera hablar. Con el cinturón de su short, le até las manos y para convencerlo de que no debía abrir la boca, le rasgué su mierda de camiseta para dejar su pecho al descubierto; le amputé el pezón derecho con un rápido movimiento; cayó a sus pies junto con el aro que lo atravesaba.
Se le escapó el aire por la nariz y los mocos le dieron un aspecto patético. Cayó en la cama revolcándose de dolor.

—Una mujer morena, alta y con un minivestido fucsia, preguntará por Mefisto. ¿Le podría indicar que suba a la habitación cuando llegue? La estamos esperando.

—Sí, no se preocupe, ella misma le pagará el suplemento de la habitación.

No son generosos los alemanes.

Me encendí un puro mientras odiaba y soñaba con descuartizar al primate, el humo activó el detector de incendios y sonó el teléfono.

—Está prohibido fumar en las habitaciones.

—Por lo que he pagado, fumaré lo que me apetezca. ¿Vas a venir, tú primate, a obligarme a apagar el cigarro? Te arrancaré el corazón mientras tu lengua se mueve aún en el suelo como el rabo cortado de una lagartija.

Colgó el teléfono sin decir ni una sola palabra.
Pasaron diez minutos cuando la Dama Oscura entraba en la habitación; llevaba una enorme bolsa de plástico en la mano. Se acercó hasta mí y acarició mis cojones con firmeza a modo de saludo; luego se inclinó sobre el primate que se hallaba aún tendido en la cama llorando y revolcándose con muy poca dignidad. Se mojó el dedo índice en la boca y le presionó la escalofriante herida que había dejado la amputación del pezón. Le lamió la sangre de la tetilla a pesar de las patadas ciegas que lanzaba el marica.
Le di la vuelta en la cama dejándolo boca abajo y le corté los tendones flexores de las rodillas con dos rápidos cortes. En vez de patalear, se retorcía como un gusano ensuciando con su sangre la colcha. La habitación empezaba a oler a carnicería.
Mi Dama, abrió el bolso y lo vació encima del tocador. Me dio una aguja enorme, más o menos como las de hacer media.
Cuando debáis matar a alguien, no le aviséis, no se lo digáis. No habléis con él. Sufre mucho más el animal que no entiende y que no sabe por qué le está pasando esto. Lo que acrecenta el terror es la ignorancia.
Y no elijáis a una víctima por afán justiciero. Acabar con la vida de un primate, de un congénere vuestro es un arte que se ha de disfrutar.
Vale, aquel era un marica fetichista del nazismo, pero el mismo dolor le infligiría, pongamos por caso, a un activista de Greenpeace o a otro de Amnistía Internacional. Si por mí fuera, llenaría el mundo de desviados y pederastas como Hitler para sentirme a gusto y bien.
Le giré su perfecta cara admirando la varonil sombra de la barba y en el oído izquierdo le clavé la aguja ensuciándome de tinte amarillo la mano con la que inmovilizaba la cabeza contra el colchón. Cuando la punta de la aguja asomó en el interior de su boca, dejé que se retorciera de nuevo a su gusto. Mi Dama Oscura se tapó los oídos con las manos molesta por los gritos del machote, a pesar de tener la boca obturada por la tela.
Insertar una aguja de media en el oído es una técnica que hay que practicar con cuidado, más de un primate se te muere por el shock doloroso si no tiene un corazón sano. Este era de los fuertes, y mientras lloraba e intentaba gritar, le di unas palmadas en el culo.
La aguja no es mortal, pero pocas cosas hay tan dolorosas como el que te pinchen el oído hasta llegar a atravesar la mejilla. Hay que tener un gran dominio del cuerpo para no cagarse y mearse. El marica no se cagó, sólo se meó. Cosa que es de agradecer, porque yo no soy un escarabajo pelotero de la mierda como lo son los desviados escatologistas (comedores de mierda, vamos).
Como era de esperar, apareció el ángel que a veces suele enviar Dios para dar consuelo y entereza a mis víctimas a la hora del tormento.
Este no lo había visto nunca, era un ángel-niño. De pelo lacio, su piel era más morena y oscura que la del marica. Se acercó hasta él y le besó la frente llorando.

—No sufras, no estás solo. Pronto pasará todo y tu vida empezará de nuevo con nosotros, no llores mi amado hermano.

Las voces de los ángeles tienen la propiedad de dar serenidad y esperanza. Cuando un ángel visita a un primate, éste se siente retornar a la infancia y sentir la protección y el amor con el que sus padres lo criaron. El marica se dejó acariciar el devastado oído por aquella mano angelical, ni siquiera se quejó cuando la aguja se movió por el roce cariñoso. Por ser un ángel tan joven, hacía bien su trabajo, se metía en el papel.
A mí me calmó un poco también aquel niño santo y alado; pero fue un segundo, cuando lancé el cuchillo para cortarle la cabeza, desapareció llevado por la mano de Dios. Ese idiota tiene reflejos.

—Este me lo llevo yo, se pudrirá en el infierno y su dolor y agonía no tendrán fin. Puedes enviar al más candoroso de tus ángeles, Dios de enfermos y tarados, y te traerás un saco de vísceras y una almohada de plumas ensangrentadas.

Recité mi oración a Él en el milenario idioma, me desnudé para ello. Mi polla estaba erecta.
Y clavé mi puñal en una axila del marica para demostrar mi autoridad.
Aquella puñalada, acabó con todo el consuelo y serenidad que le había transmitido el ángel al maricón.
Mi Dama Oscura, apenas prestó atención al ángel porque estaba ocupada ordenando en el suelo lo que traía dentro de la bolsa.
Lo primero que hizo, fue colocarse una máscara de protección contra gases corrosivos. Le cubría toda la cara y su respiración era ruidosa. La amo por encima de todas las cosas, hasta imaginándola cortada en pedazos y pudriéndose la amo.
A mí me obsequió con un disfraz, y como soy dado también al festejo y la fantasía sexual, me vestí con él. Cuando me planté así vestido frente al aturdido maricón, pudo admirar una copia mejorada de Hitler, en ese momento se derrumbó y volvió a emitir fuertes sonidos. Eso era miedo y lo demás son futesas. Mis botas altas brillaban y los pantalones bombachos me hacían fascinantemente terrorífico a sus ojos. Hasta el molesto bigote de mosca, dejó de tener cualquier tipo de carácter festivo para convertirse en el horror del rubio y puro ario maricón.
Hice oscilar graciosamente la peluca de tupé como lo hacía Hitler y el marica abrió desmesuradamente los ojos. Seguramente le hacía gracia e intentaba reír.
Le crucé la cara con la fusta y golpeé la aguja que sobresalía por su oreja. Se cayó de la cama con las piernas lacias, los tendones seccionados le hacían parecer una musculosa lagartija sin patas. Una sangre clara se deslizaba por su costado por la estocada que llevaba en la axila.
Lo alcé del suelo con un brazo y lo lancé de nuevo la cama.

—Mi Señor, sujeta bien sus hombros, no dejes que se mueva el mono. Te gustará.

Lo sujeté con fuerza, presionando con todo mi peso en sus hombros. La Dama Oscura, tras el visor de la máscara, sacó la lengua con lascivia, y me asió el pene tieso y duro. Me lo acarició hasta que sentí que las venas que lo alimentaban de sangre iban a estallar y mi leche inundaría todo vuestro repugnante planeta.
Siempre hace lo mismo, me pone cachondo y luego me deja en suspenso hasta que a ella le da la gana que me corra. Un día le arrancaré las cuerdas vocales susurrándole palabras de amor.
Aquella bolsa parecía el baúl de un mago: sacó de dentro un enorme espéculo de metacrilato, un embudo y una botella de un litro de ácido clorhídrico. La máscara, por lo visto, no era un juego fetichista.
A mí no me afecta nada, mi carne es incorruptible, mi cuerpo eterno. Como el de Dios, pero con una polla más grande y activa.
El primate no sabía lo que se le venía encima, y debía estar agradecido de que no hiciera como los médicos de la SS hacían con los judíos y le inyectará gasolina en la vena. O simplemente, le amputara los testículos con unas tijeras melladas.
En seguida vi, que hubiera sido mejor para él una inyección de gasolina con o sin plomo. Porque lo que le esperaba, era con diferencia, mucho más doloroso y lento.
La Dama Oscura es deliciosa odiando a los de su propia especie. Es tan letal…
Le cortó los shorts de cuero y de un tirón lo desnudó. Encajó el pico del espéculo en el esfínter. El primate intentaba moverse, apretaba las nalgas para evitar la dolorosa invasión, intentaba hablar. Los primates sois de lo más complejo, no habláis apenas con nadie, y luego con vuestro asesino seríais capaces de tomar una taza de café charlando animadamente.
Cuando estuvo satisfecha con la abertura del culo, cogió el embudo y lo metió entre por la zona de visión del espéculo.
Acto seguido, se puso unos recios guantes de goma, abrió la botella de ácido y comenzó a verterlo lentamente por el embudo.
En los primeros segundos, el gay duro, no sintió nada, pero a medida que pasaban los segundos, y un olor nauseabundo y corrosivo invadía la habitación; el primate congestionó su cara, se tensaron las venas de su cuello y sus ojos parecían salirse de las órbitas.
Por el espéculo salía un vapor amarillo y se oía crepitar algo en el interior del hombre.
Me hubiera gustado quitarle la mordaza para oírlo gritar, pero no tenía ganas de matar a más primates, porque si aquel idiota llegara a gritar y alguien acudiera para curiosear, lo hubiera decapitado.
Según movía su cabeza, me rozaba el pene del cual me goteaba ya un fluido espeso.
Mi Dama no miraba ya otra cosa que mi rabo dolorosamente duro, se sentó a mi lado y con brutalidad, con golpes secos, me masturbó.
Se había quitado las bragas y su coño depilado se encontraba dilatado, los labios mayores se habían separado y su clítoris asomaba duro y bañado de fluido. Yo aún no podía soltar al marica, estaba agonizando, pero le quedaban fuerzas como para querer huir con el espéculo clavado en el culo y presentarse alardeando de perfomance en el desfile de los orgullosos maricas.
Sólo a nivel de próstata, su vida ya no era posible. Y cuando el intestino convertido en papilla y toda aquella mierda se metiera en el torrente sanguíneo, era cuestión de minutos que muriera. La habitación estaba llena de ese vapor amarillo y venenoso.
Mi Dama Oscura, cogía mis cojones abriendo y cerrando la mano, para estimular la producción y salida de semen.
Eyaculé en la cara del marica aspirando el aroma de su muerte. La Dama oscura se metió el mango del cuchillo en la vagina y se dedicó a castigarse el botoncito de su coño hasta que su espalda se arqueó por el orgasmo.
El alemán apenas se movía, sus brazos estaban lasos.
Le di la vuelta y el ácido le había comido parte del pene y los testículos. Salía humo de su carne, el pubis era una masa de carne deshecha y ennegrecida, el ácido aún estaba actuando y las sábanas se deshacían.
Cuando le saqué la mordaza de la boca, no intentó respirar. Aunque su pecho subía y bajaba lenta y discretamente; estaba muerto, estas cosas se saben cuando tienes cierta experiencia.
Me vestí, y sentí el hedor del ácido, mierda, sangre y carne quemada impregnada en la ropa, cosa que me gustó.
Al pasar frente a recepción, la Dama Oscura le pegó un tiro en la boca al recepcionista y los dientes rotos salieron por su cogote para clavarse en el gran llavero mural que tenía a su espalda.
Volvimos de nuevo al desfile, que ya había llegado a una plaza con una tarima en el centro.
Un pequeño primate ratero, un cachorro de diez o doce años intentaba abrir el bolso de la Dama Oscura para robar. Le di dos discretas puñaladas sin que la multitud se enterara de nada; una en cada riñón. Cayó al suelo con un gran rictus de dolor en el rostro y me subí de pie encima de su cuerpo para tener una mejor visión del espectáculo que estaban montando en el improvisado escenario.
El día estaba saliendo completo.
Acta est fabula.
Tengo más cosas que contaros, a su tiempo.
Siempre sangriento: 666



Iconoclasta

4 de julio de 2008

El desierto


Camino a gatas como el sediento en el desierto, con la misma certeza de que el final está cerca. El organismo ya está demasiado agotado. Yo soy el organismo, soy el conjunto de todos los deseos y sus reacciones físicas y mentales. No pienso, sólo deseo.
La esperanza es lo último que se pierde… No mana agua de la esperanza; morir esperanzado no hace el final más dichoso. Es una ironía, una burla la esperanza. Una broma pesada que me hace escuchar su voz cuando no es posible. Cuando no está.
El amor es diferente a la sed, a la muerte en el desierto. El amor es un torturador que te mantiene vivo con las tripas fuera. El amor suspende la agonía en el corazón. Resultado: estado de animación agónica suspendida. Soy una bestia hibernando y consumiendo mis grasas corporales durante la espera.
No me doy cuenta hasta que el semen aparece frío en mi mano. Está helado, tendría que ser cálido. Ella es cálida, es arena del desierto, abrasadora e indolora. Peligrosa.
Gateo siguiendo su rastro, sus efluvios. A veces tararea y siento la terrible ansia de su boca selladora, no hay palabras al besarla, todo es voluptuosidad; ya nada importa, no soy y soy ella. Sus labios son metales ardientes que sellan el habla.
El amor es eterno como eterno se hace el dolor y la espera.
Ella certifica con sus labios mi destrucción sin quererlo, sin saberlo y no me sacia nunca. Es cocaína y anfetamina. Es jaco en vena.
El sediento no vive sólo de agua, necesita la sal. Ha de lamer las rocas del desierto para extraer un mínimo de minerales que retengan el agua en sus tripas, en sus órganos.
En el desierto hay piedra y como en la vida, es difícil encontrar lo que buscamos.
Piedras que lamer. Cuerpos que chupar.
Con su piel ocurre lo mismo, siento la urgente necesidad de pasar mi lengua por ella. Recorrer su piel morena para llegar a su coño con mi lengua ávida, él me aportará lo único que necesito: su excitación, su humedad de hembra salvaje. Arrancarle gemidos como los que lanza el desierto al ser cortado el aire por hordas de moléculas de cuarzo impulsadas por el viento.
Unos dicen que el amor es lo más bello; que los enamorados tienen una especial percepción del mundo. El amor… ¿Y qué pasa cuando te enamoras de alguien a quien sólo puedes disfrutar unos minutos al día si tienes suerte? ¿Qué ocurre cuando tu puto cerebro no hace más que pensar en ese ser tan especial?
¿Alguien ha arañado el aire soñando que acaricia su cuerpo?
¿Acaso nadie se ha hecho una paja y ha escupido su orgasmo con esa agónica mezcla de tristeza, melancolía y excitación? El puto amor complica hasta el placer.
¿Qué no lo veis, poetas? No jodáis.
No es un prado verde el amor, no es un oasis en un mundo bestializado e ignorante. El amor es un desierto que seca los lacrimales, que reseca los dedos, que hace pesados los testículos.
El semen a mis pies se enfría triste y muerto. Precioso ¿verdad? Sólo que no se enfría, no funcionan así las cosas en el desierto, el semen crepita como en una plancha de metal al rojo vivo. Y siento una pena extraña por este hecho. Soy parte de esa leche, me evaporo también. No soy capaz de ver la nube de vapor en el que se ha convertido.
Sin ella, no soy hombre.
Sólo hay unos segundos de dicha por una era cósmica de esperas, de angustias, de sonreír como un loco ante el aire. Soñándola.
Os gritaría lanzando ira y flemas, mentirosos. Si no estuviera tan sediento, si mi cuerpo no estuviera tan agotado y mi mente tan colapsada, os escupiría e insultaría.
Menuda mierda y menuda estafa. Con vuestros cantos de dicha y felicidad no hacéis más que convertirme en un fracasado; vosotros sois la cara y yo la puta cruz. Y cuando elijo cara, cuando acierto, una ventisca que desgarra mi alma me arrastra al desierto de nuevo. Como si ella me quisiera allí, erosionándome por ella, pero sin ella. Me convertiré en una rosa del desierto.
Qué cojones…
El amor es caníbal y peligroso, me ciega con espejismos donde la llevo en brazos respirando directamente de sus pulmones; alucinaciones donde la jodo.
El amor no hace felicidad, sólo es una euforia, una descarga eléctrica que envía a la mierda madurez y lógica. Es por ello por lo que los enamorados son felices a pesar de tiempo y distancia. Y de todas las dimensiones.
Flipan en colores.
El jardín es un muladar. ¿Veis? El amor es un desierto que ciega, deslumbra los ojos de los amantes. Cualquiera que los vea, dirá que están locos.
Tarados.
Gateo por la vida hundiendo las manos en arena ardiente que despelleja la piel.
Y los espejismos del desierto… Tengo el pene destrozado; duna tras duna la veo. Busco pastillas para sedarme, para prolongar y hacer táctil la alucinación: ella clavada en mí.
Mis sesos narcotizados mienten de una forma cegadoramente real. Apenas me queda glande de tanto que he copulado con la arena.
Poetas que habláis de la belleza del amor dador de dicha. ¿Podéis mirar mi polla sin sentir rechazo? Está podrida de llagas infectadas.
¿Es esto romanticismo? Duele tanto desear…
¿Qué diríais de mí, queridos genios?
No, no es el pene el que me duele, no me duele nada. Simplemente agonizo en el espacio sin oxígeno. Está lleno de arena.
Las lágrimas son rosas del desierto: arena con lágrimas y sudor, sangre y semen.
Tengo una rosa del desierto en la estantería, donde los libros tratan de amor. Y cada día es más grande. Cada día soy más arena y menos carne.



Iconoclasta