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27 de mayo de 2008

Superman contra la locomotora

La locomotora se aproxima a toda velocidad, he fundido la vía para detenerla, he cortocircuitado la catenaria, he creado con mi super-soplido un huracán que hace volar camiones. Y nada.
Avanza imparable la cosa más hermosa del universo.
Yo, el gran Supermán, no puedo con ella. Es imposible detenerla.
Salvarme.

La locomotora viene directa a mí, lanzando sonrisas y guiños de amante, apuntándome al pecho con sus preciosos senos.
Ni la criptonita haría mejor su trabajo que la debilidad que me causa acariciar su cabello negro. Anda que tengo una suerte…

Cómo la quiero, la super-quiero si he de ser más preciso. Me merezco alguien así, he luchado mucho. Y aunque no la merezca, la quiero, la necesito. La lloro y salvo vidas con tristeza cuando no está.
Aunque ella… Aún no sé si se merece algo como yo: un poco loco, un poco amargado con este tiempo y lugar. Aunque no lo cambiaría por nada en este instante, aunque la bella locomotora de amor me arrollara hasta hacerme pedazos.

Lo malo es que no es una locomotora normal, es un tejido de emociones de sensualidad y ternura. De lencería y coquetería. De pasión. Es tan apasionada que hay que sujetarla con fuerza, como a ella le gusta.
Si fuera metal, la podría detener.

Imposible mantenerse en pie y firme ante el impacto de su ternura, ante su sonrisa. Me hace sentir bien, me hace sentir un hombre querido que sirve para algo más que salvar vidas o levantar coches con una mano.
Hay un inconveniente: me debilito ante ella; no, no se trata de eso: es desidia, no me importa nada cuando la locomotora aparece veloz y rápida doblando las dimensiones con su velocidad, con su fuerza, con su sonrisa y ternura. Cuando sus dedos corren por mi cara, cuando sus manos se posan en cualquier parte de mi piel, ella es el centro de un caleidoscopio con fondo oscuro de terciopelo negro.

Lleva una cinta de terciopelo negro en el cuello porque se sabe hermosa. Yo soy Supermán y no he de pensar en obscenidades, en asirla por la cinta y poseerla haciendo uso de mis superpoderes, del único que atino a usar cuando la tengo entre mis brazos, cuando me cabalga. El resto de los poderes son sonrisas y ternuras.
Soy Supermán y no debería enamorarme.

Ella me hace sentir solo, más solo que nadie, porque no está siempre.
Lo único fuerte, que se rebela y me hace aún sentir un superhombre, es mi miembro: reacciona como una bestia ante ella, parece hostil en su deseo de penetrarla entre esos muslos que sueño con lamer sediento hasta llegar… Hasta llegar a su sexo que es el crisol de una supernova. Ella también es una super-girl, pero del amor, del cariño. De la belleza.

Tonto tampoco soy y el tener visión de Rayos-X es algo que me proporciona mucho tema para mis ratos de soledad y autocomplacencia.
La preciosa locomotora del amor, ha hecho del héroe un hombre encelado. Si además se sabe que también aplico supervelocidad a mi consuelo…
Mi pecho se tensa ante el inminente golpe de la locomotora.

Estaba pensando en cambiar estos calzones rojos por unos pantalones vaqueros o de loneta. Me da vergüenza que me vean así, en este estado de excitación. Además, ella se ríe de lo hortera que soy. Pero luego me besa y me dice que me quiere, susurra lindezas acompañadas de risas cómplices y una encantadora y maliciosa ingenuidad.

El amor es una locomotora. Ella es una máquina de amor, y yo estoy en medio de las vías. Debería apartarme porque hay tantos seres que dependen de mí, que es un acto de irresponsabilidad abandonarme a ella.
No podré, ni quiero evitarlo.

Me gustaría, cuando me siento tan desdichado y tan solo, tender mi capa en el suelo, para que ella se siente y yo pueda apoyar mi super-cabeza en su regazo. Suele bromear con mi perímetro craneal como yo suelo bromear con el tamaño de sus pechos.
Sus pechos vienen directos hacia mí.
Misericordia…

Es agónico el super-querer.
Tiene la propiedad, de convertir al hombre de acero, en una carcasa repleta de gelatina cálida. Mis entrañas se hacen agua.
Y me hace sonreír más de lo que quisiera. Esto no es serio.
Esto no es un trabajo para Supermán.
O sí, todo ese amor, toda esa mujer es algo que sólo un superhombre puede soportar.

La locomotora ya está aquí, en todo el pecho.
Nunca me he sentido tan bien con el pecho roto.
Y ahora, a super-amarla. Es la única misión. Es el único trabajo para Supermán.
No desea otra cosa.
Misericordia…

Iconoclasta

16 de mayo de 2008

Detestables vecinos (II)

Ya estoy harto, día tras día están ahí, insistentes, coloniales, reptantes. Están revoloteando en agua estancada como libélulas, como mosquitos.

No los odio, me deprimen.


La miseria grapada a la miseria, y pegada a la antipatía. Como el culo y la mierda.


Pululan en el agua como renacuajos cabezones.

Al viejo macho no lo he pillado, debería estar lamiendo los escalones de la escalera con la lengua o alguna cosa por el estilo. Ni lo sé ni me importa, que bastante desagradable es ver sólo a uno.
Y encima, dada la sequía, seguro que premian su miseria. La vida no es justa. A todos los tontos se les aparece la virgen.

Detestables vecinos...

Buen sexo.


Iconoclasta

13 de mayo de 2008

Tres tristes tigres

Tres tristes tigres triscaban trigo en un trigal.
No tiene gracia, no tenían porque estar los tigres en un patético trigal, ni para mezclarlo, ni para retozar en él.
Y sería normal, dado el caso, que estuvieran tristes. Los tigres no triscan, los tigres copulan con las tigresas y cazan y devoran animales y hombres.
¿Por qué coño tienen que estar en un asqueroso y aburrido trigal? ¿Por qué esa tristeza en un animal que debería ser y sentirse orgulloso?
Los rumiantes, los burros, las ovejas… Los mansos retozan y triscan el trigo con su deambular cansino. Ellos son tristes.
Es una burda mentira; los tigres no son tristes y jamás lo han sido. La gente inventa estas cosas para consolarse de su propia miseria. Cabrones.
Yo sí que soy más triste que el cadáver de un bebé.
Aunque más peligroso.
Un bebé al que le está devorando la cabeza un triste tigre.
Tal vez han confundido el pelaje ensangrentado de sus belfos con la tristeza. Son tan idiotas los hombres, que confunden ferocidad con aflicción. Los hombres no distinguen el cabello rubio ensangrentado de las espigas de trigo. La gente debería graduarse la vista más a menudo.
Tres tristes tigres triscan cabellos dorados como el trigo en un matadero.
Pesarosos sois vosotros; pobres y previsibles. Lo pervertís todo, queréis quitarle la belleza a lo salvaje porque vuestra vida es tan mediocre e insana, que enfermáis de ponzoñosa envidia por lo más genuino. Y es vuestra envidia lo único que os mantiene activos. Cabrones, cabrones, cabrones, cabrones…
Ni siquiera jodéis por méritos, jodéis porque pagáis y porque no tenéis donde elegir. Jodéis por suerte. La suerte de los idiotas.
Lo jodéis todo, joderíais a un pobre animal como joderíais a vuestro hijo en la cuna si vuestro Cristo de los tarados os lo pidiera. Malditos…
Si fuera Dios, vuestras cabezas se caerían mientras camináis tristes por vuestro territorio, os las arrancaría y las tiraría a una era llena de trigo y tigres.
Miles de tristes cerebros triscando trigo.
Tristes vosotros, mala gente que apesta el planeta.
¿Un tigre triste? Tristes fueron vuestros padres al follar, tristes os alimentaron y tristes murieron; por eso yacen unos cadáveres encima de otros y están pegados por podredumbre, grapados unos a otros por cintas de miles de gusanos que son felices.
Alguien tenía que ser feliz.
Tristes vuestros dioses de mierda, esos dioses que deciden con vuestra cobardía, quien devora a quien. Nadie decide por un tigre, el tigre se alimenta de trozos de carne en movimiento como vosotros. No comen carroña ni animales muertos. Vosotros sí, cada día.
Ninguno de esos tres tristes tigres obedecería a ningún amo ni Dios. Le arrancarían las cuerdas vocales de un zarpazo.
Hijos de puta, queréis joder a los tigres. Cazadlos y matadlos, pero no los imaginéis en un trigal, no los imaginéis tristes. Insultáis a los tigres, insultáis al planeta y provocáis que os descerraje un tiro en la cabeza con este preciso y potente Mauser de calibre 30-30.
La madre empuja un carrito de la compra tan lleno de bolsas y paquetes, que parece que va a volcar al girar por una de las calles del aparcamiento.
La niña camina con un peluche entre los brazos. La madre le grita algo y la pequeña, sobresaltada, corre hasta alcanzarla. Se detienen frente a una furgoneta familiar.
Esto es tristeza.
Le ruego a Dios si existe, que guíe mi bala por el camino de la verdad, que sea certera como certero es el tigre en su salto tras acechar a la presa.
Que la sangre corra y el trigo sea triscado por el labriego, no por un tigre. Que la presa muera y el cazador se alimente. Como siempre tuvo que ser. Algo verdadero, algo coherente. Algo de esperanza para mí.
Para los tigres…
Que así sea, amén.
Uno, dos… Y la cabeza de la niña revienta entre una nebulosa de sangre. Estoy tan lejos que la detonación de la bala no la ha podido escuchar nadie, se ha camuflado entre tanto ruido de gente y coches allá en la zona comercial. La madre tiene medio cuerpo dentro del maletero acomodando la compra y no podré disparar con rapidez antes de que se de cuenta de que su hija es un triste cadáver.
Cargo otra bala.
Tres tristes tigres…
El pequeño aún da un par de pasos cogido de la mano de su padre cuando la bala le destroza el corazón y desintegra el hombro izquierdo.
… triscan trigo…
El padre da media vuelta con rapidez y nuestros ojos se encuentran sin que él sea consciente que mira directamente a la muerte con los ojos ciegos. No ve nada, es el efecto devastador de la bala que le ha destrozado la espina dorsal a la altura de los omoplatos, el que le ha obligado a girarse de repente hacia mí. Un títere ya roto.
La muerte tiene caprichosas reacciones.
… en un trigal.
Aún queda otra bala para mí, otra bala que lleva una sonrisa dibujada. Nada de tristeza, no quisiera morir triste. No quiero triscar en un trigal.
El sabor del cañón es desagradable, tan desagradable como un trigal lleno de tigres tristes.
El gatillo es suave y su tacto terso, conforta mi ánimo.
Tres tristes tigres…
No. Los tigres no se suicidan ( y no soy tan valiente com ellos). Los tigres siguen devorando hasta que se les da caza, un elefante los parte en dos, o mueren de viejos con sus belfos canos.
Con el dorado pelaje ya marchito.



Desmonto el fusil, recojo los casquillos de las balas y con la mira telescópica en una mano y un cigarrillo en la otra, espío toda esa tristeza que ocurre casi cuatrocientos metros más allá. Hay tanta gente alrededor de los muertos que no los dejan pudrirse en paz.
Y no es tristeza, no hay tristeza cuando alguien es cazado, sólo miedo entre los que aún viven. Deberían tomar clase lenguaje de refuerzo. No es razonable confundir la tristeza con el miedo. Son cosas distintas y que nada tienen que ver.
Lo mismo que los tigres y el trigo.
Tres tristes tigres…
Cabrones, mis tigres no… Ellos sólo mueren, no son como nosotros.
Nunca serán tristes.
Odio los trabalenguas, nunca se me han dado bien.


Iconoclasta

10 de mayo de 2008

El diario de Edith Holden

La felicidad de vivir con la naturaleza: El diario de Edith Holden, es la reproducción facsímil del diario de la naturista Edith Holden, que realizó a lo largo del año 1906.

Dibujos de una gran belleza, la serenidad y sensibilidad del amor por la naturaleza y leer directamente de su prieta caligrafía; es una forma de relajarse, de pasar hojas y disfrutar por un momento de un paseo por el campo, junto con las citas y fragmentos de obras de algunos autores que ella eligió con gran acierto.

Edith Holden nació en Worcester (Reino Unido) en 1871. Su final fue una de esas tragedias que no hacen más que subrayar la gran pérdida de una sensibilidad especial: a los 49 años murió ahogada al caer en el Támesis cuando recogía flores de castaño.

Esta edición que apunto es del año 1979, de Editorial Blume e impreso por Heraclio Fournier, S.A.
Es una de esas joyas que de vez en cuando se cogen y se leen con cierta tristeza, con cierta melancolía.


Iconoclasta

5 de mayo de 2008

El gusano


El gusano es tan gordo y negro que no parece un ser vivo con ese brillo metálico que centellea de su cuerpo húmedo y viscoso.
Y tiene unos ojos enormes que se clavan desafiantes en los míos mientras repta por mi pierna haciéndome cosquillas con sus cien millones de pies que lanzan micro espasmos a mi piel.
Placeres aberrantes que se propagan directamente a mi bálano, que sí parece de verdad; porque palpita, bulle de sangre el glande. Las venas todas parecen confluir en este puto pijo que me está matando de ansia.


El repugnante gusano, gordo como mi propio pene se enrolla en si mismo y descansa en una pequeña vena de mi pierna: sólo lo hace para clavar sus fauces en ella y sorber mi sangre. No hay consuelo, esa sangre que me roba no afloja la presión en mi pene y parece el sangriento anticipo de una mamada.
Su cuerpo repugnante parece latir al mismo ritmo de mi corazón y es hipnótico ver como se alimenta de algo tan lejano como mi sangre.

Estoy tan enfermo, me siento tan enfermo… Mi cerebro es papilla infecciosa y el gusano sólo busca podredumbre. Estar solo tiene sus inconvenientes y la libertad se ha convertido en una quimera que murió hace muchos años. Tantos como los que ha tardado el gusano en hacerse tan grande y tan terrorífico. Tan lujurioso. Me pregunto si no será un gusano cósmico, un gusano en el tiempo; si el tiempo no es un gusano hambriento.

¿Dios existe y es un gusano? Sólo así entiendo el horror de lo divino, el horror de la bondad.
Al igual que el gusano, mi glande se ha recubierto de una fina película brillante de baba, huele fuerte y cuando sufre una contracción por el torrente sanguíneo que golpea en la mismísima punta del pijo, el placer me eriza la piel y el gusano levanta sus segmentos como una ardilla se pone en pie para otear algo extraño y anómalo. Algo peligroso.

Es tan extraño llorar de soledad y de horror a la vez. Sentir este asco por ese gordo animal que sube por mi pierna y se alimenta de mí… Todo son pensamientos funestos y lúgubres.
No lo entenderé jamás. La locura sólo se vive, no se comprende; y el horror que siento me hace sentir pena de mí mismo.
El gusano llega a la rodilla y tras él ha quedado una media luna grabada en la piel, allá donde se ha alimentado.

Estoy inmovilizado en la cama, hace horas que esto dejó de ser una pesadilla, hace horas que se me ha escapado la orina empapando las sábanas. Hace horas que ya no tengo esperanza de ver un nuevo atardecer.
No quiero verlo, no deseo llegar vivo al atardecer; ni que estos ojos que usa mi mente enferma, perviertan el universo más de lo que está. No podría soportarlo.

El gusano no habla, sólo me mira y de su boca, pequeños filamentos de placer obscenos van dejando un rastro cálido en mi piel.
¿Cómo decirle a mi cuerpo que reaccione, que se levante y aplaste al gusano repugnante y obsceno? ¿Cómo decirle a mi pene que deje de excitarse que el gusano es miseria y muerte y esquizofrenia y alucinación?

¡Qué asco! He vomitado y por mi pecho se extiende un miasma ácido y maloliente. Un vómito provoca otro vómito y tras expulsar la mismísima hiel, me duele el estómago y me arde la garganta.

Y la desesperación hace presa en mí: necesito que me coja el pene con su puño y me lo meneé, ¡coño! Necesito que su boca se lo trague, que se comporte como una puta, cualquier humana mujer, y me libere de esta presión. Estoy tan excitado que hasta una corriente de aire me haría eyacular.
Si pudiera liberar una mano me masturbaría gritando, escupiendo una baba animal.
El gusano ha llegado a la ingle y se interna entre mis testículos. Tengo tanto miedo… Lo noto en mis cojones, lo noto inquieto retorcerse en ellos, sus mil patas me endurecen el escroto como cuero curtido y ojalá ella lamiera mis pelotas, que sorba uno a uno mis huevos, que los empape de su saliva fresca y clara.

Me siento sucio, siento asco de mí mismo. Me siento humillado con el pene tan duro y con el enorme gusano que ahora asoma su nerviosa cabeza por el pubis.
Siento miedo de desear que el gusano clave sus fauces en mi pijo y me haga una mamada, siento asco de estar tan caliente, que me haya convertido en una bestia sin asomo de humanidad.
¿Qué es humanidad? ¿Acaso los humanos no sienten esta perentoria ansia por correrse aún cuando su mente se encuentra razonablemente coherente? Una vez fui humano y no podría haber soportado el gusano en mi piel, el gusano en mi mente, el gusano en mis cojones; pero siempre he deseado correrme, siempre ha sido un buen momento para soltar mi andanada de semen.

Me hubiera levantado la tapa de los sesos antes que caer tan bajo, antes que soportar que un gusano me la mamara.
Pero ahora… Que no me quiten la vida, que nadie me de movimiento, que el gusano haga su trabajo, que el gusano me la mame. El gusano tiene que llegar hasta mi pijo ardiente y amoratado, clavar sus fauces y liberar presión, comerse toda esta podredumbre, sorber mi semen loco.

Pero no, aún se hace esperar. Se enrosca de nuevo, le parece apetecible la vena principal que se retuerce bajo la translúcida piel que recubre el pene y se detiene, siento su minúscula boca perforando, siento la sangre salir. Mi pene cabecea excitado, se agita ante un próximo y repugnante placer-dolor-placer.
Se me escapan los mocos al lanzar un gemido de miedo. Estoy sucio por dentro y por fuera.
Sueños de mierda… ¿Y si no es un sueño? El gusano ha atravesado mi cerebro y ha salido por mi ano. Lo he parido desde lo más perverso de mi mente.

Me la está mamando, noto cada succión y su pequeña boca parece arrancarme el capullo entero. Siento como la leche se va abriendo paso por sitios que desconozco y como inunda algún conducto interior del pene. Siento como si me fuera a estallar la puta polla con una explosión líquida y blanca. Ojalá se ahogue el repugnante gusano.

Unas gotas de sangre se deslizan desde su boca y apenas se distinguen entre el amoratado e hipersensible tejido nervioso y sensible del glande.
Es tan grande el placer que al apretar tan fuerte las mandíbulas, rompo una muela. Me importa poco.

Como en un delirio, me pregunto si el gusano siente placer, porque sus ojos ya no me ven, se han llenado de sangre, dos bolas granates y mates que no pueden ver nada. Sólo intuir, sólo alardear ante el universo. Sin vergüenza, sin asco.
¡Bum!
Ha desaparecido el gusano, ha desaparecido mi polla, y sólo unas gotas de semen quedan entre el ensangrentado muñón de mi pubis.

—Lo siento mucho Al; se escapó. Era uno de esos gusanos del amor que se encontraban en la zona de cuarentena biológica. Aún nos quedan tres por encontrar.

Es Dani, mi amigo, mi compañero. Existe…

Gusanos del amor, así los bautizamos tras observar los grabados de una de las ruinas del planeta Lazaria. En la piedra de un altar, un gusano se alimentaba del pene de un ser con tres piernas. Tal vez no era un pene, pero lo parecía. Durante la toma de muestras, recogimos cuatro gusanos que guardamos en la cámara de cuarentena biológica de la nave.
Empieza a dolerme el pubis ¿es el dolor del miembro fantasma? Nunca mejor dicho.

—Sabes que no queda otra solución, amigo mío. ¿Puedes oírme?

Yo asiento moviendo unos pocos milímetros la cabeza y bajando los párpados. Mi conciencia parece despejarse lo necesario para concluir que estoy muerto. El protocolo de navegación no permite mantener con vida a seres infectados; quedan aún seis años de viaje.
Dani parece un super-héroe con su traje anti-contaminación plateado y el escudo de la aeronave en su escafandra. Aún empuña el cañón nucleo-elemental con el que ha reventado al gusano y mi polla.

Está llorando y apoya la jeringuilla neumática en mi corazón. La droga que el gusano me ha inoculado se diluye y puedo mover mis piernas, pero ya no son piernas. Ahora es un segmento de gusano, enorme y asqueroso. La metamorfosis avanza rápida.
Quiero morir deprisa.
Y yo mismo, cogiendo su mano disparo el émbolo que acabará con mi vida, con lo poco que queda de ella.

A través de la ventana panorámica de mi camarote, el sol de la galaxia Exoland, me deslumbra y me invita a morir medianamente cuerdo.
Un gemido eléctrico de pena, sale por el altavoz del traje de Dani.
No es tan malo morir, lo necesitaba.


Iconoclasta