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11 de abril de 2008

Veranos


El calor se ceba en mí, el invierno se ha ido a la mierda y mi cuerpo responderá de mala forma: sudaré más, mis testículos olerán más fuerte y me masturbaré más a menudo.
Mierda de verano… Es un ciclo del que se me tendría que dispensar padecer, porque al final, mi deseo sexual en verano y en invierno viene a ser el mismo: escaso. Yo no tendría que formar parte del ciclo natural de los animales. Soy extraño, ajeno. Lo rechazo.

Soy inhumano.

Sí, tengo dos piernas, dos brazos y mis cojones intactos. Esto sumado a mi capacidad para coger una pluma y escribir incoherencias que pueda leer otro, me convierte en animal; pero no pedí serlo.
Hombres y mujeres en verano, se excitan más, follan más, o por lo menos piensan más en hacerlo. Su instinto primitivo les obliga a buscar sitios donde descansar y las grandes manadas humanas, en los meses de calor, van de un sitio a otro con sus cerebros a bajo rendimiento buscando barrizales y campos donde restregar sus genitales recocidos.

Yo no busco nada, me conformo con que ellos desaparezcan, que se larguen a sus mierdas de destinos, que se preñen las hembras, que las jodan los machos. Yo sólo fumaré y me revolcaré en barro si así me apetece.
Me rebozaré en polvo, cogeré mi pene duro y siempre húmedo y me masturbaré gimiendo como una puta ante su cliente. Engañando a la furcia vida; que no sepa que me pudre estar vivo en este tiempo y lugar.

Calor de mierda, sol asqueroso… Estoy harto, aburrido de que cada ciclo sea invariable. Es tanta mi desesperanza, que a veces me encuentro deseando que ocurra una catástrofe natural a escala planetaria. Algo que me arranque de esta vida aburrida, monótona y ahora calurosa.

La única ventaja de toda esta mierda de calor, es que las putas en la carretera, se ponen menos ropa.
Está demasiado delgada, no me gusta, pero lo único que quiero es salir de esta carretera, de este arrancar y parar agobiante; sacudirme de encima la sensación de estar pudriéndome al lado de ellos, de los ajenos a mí. Y son todos.

A veces, cuando la puta tiene mi pene en su boca y succiona haciendo que mis testículos se contraigan de placer, me encuentro deseando que una bola de fuego caída del cielo arrase un continente cualquiera. Me la pela el continente que sea; me la pela de la misma forma que esta puta lo hace por veinticinco euros (es una yonqui que se cotiza a la baja para poder chutarse en vena cualquier mierda que le den). No tengo pasión en mi aborrecimiento, como ella no pone pasión en lamerme el bálano.
Me irrita mucho sudar cuando me la chupan.

Podría tocarme la lotería y ser yo el que desapareciera, pero me parece mucho más improbable, el mundo está contra mí y sólo espero algo malo.
Está todo mal.
No me gusta. El sol es mi enemigo, el hombre es mi enemigo, el planeta es aburrido y previsible. Hostil.

Mi pensamiento es cuanto menos, peligroso. Lo reconozco, peligroso para mí y para los demás. Soy un individuo defectuoso entre la especie humana y eso no puede ser bueno para nadie. Cuando joda a otra mujer y la deje preñada, el hijo será un animal como yo y lo condenaré a padecer este calor y tener oscuros pensamientos cuando el invierno desaparece.

Seré el primero de una dinastía de fracasados y frustrados.
Por veinticinco euros más, la puta accede a montarse sobre mis muslos y follarme. Yo me dejo follar, hace demasiada calor y no tengo ganas de trabajar. Que se mueva la yonqui. El volante la obliga a pegarse demasiado a mí y un pezón sucio y seco, se me posa en los labios.

No tengo condón y ella dice tener el sida, ya me lo dijo, hace tiempo, peron nunca se acuerda. También me importa poco, no puede ser peor el sida que este calor entre la manada, este tufo a carne humana sudorosa y combustible quemado.

De alguna forma inverosímil en una puta, su vagina está lubricada, aceitosa, blanda… Seguramente se ha metido algo de calidad.
Enterrar mi pene en ella es tan fácil como sudar.
Y me corro, todo el semen en su coño. No me extrañaría que se quedara preñada. Tampoco es problema, se tomará la píldora del día después y en el peor de los casos, que con el mono se olvide de tomársela, no llegará a desarrollar más que medio feto. Está en los huesos, la enfermedad se la come, la agota.

Y la verdad es que debe tener la matriz tan podrida por la enfermedad que no saldrá nada de ahí, no formará vida alguna y mis espermatozoides buscarán como locos un óvulo que no es más que un quiste pequeño e inútil.
Pesa nada y parece que todo es coño. Me gustan los coños ágiles. Pegados a un cuerpo liviano.
Maldito calor...

Le doy los cincuenta euros y baja del coche, se pasa una toallita de papel por la vagina, se limpia los muslos de semen y la boca con el dorso de la mano.
Es curioso cómo crecen los hijos, cómo se convierten en algo totalmente diferente a lo que sus padres son. Y lo que soñaban que serían el día de mañana esos hijos que uno quiere más que su propia vida.

Hace años que la puta no me llama papá, hace tiempo que dejó de ser mi pequeña. Un verano y un viaje de fin de curso. Cuando volvió a casa, en su mirada no había inocencia. Había experiencia y en sus ojos escleróticas rayadas por finas venas.
Dejó de hablar y yo me sentí mal, me sentí traicionado y el miedo a su pérdida hizo mella en mi ánimo. El calor de cada verano me trae recuerdos de una hija perdida. De una puta que no tiene cerebro.
Recuerdo haber vomitado los primeros días en los que acudía al centro de desintoxicación para visitarla, para desear ver algo de ella tal y como la conocía antes de aquel verano. Recuerdo a mi mujer llorando; la casa se hizo angustiosa como un cementerio de tumbas abiertas, de huesos al aire.

Para ella no había más pensamiento que el deseo vehemente de salir de aquel centro y volver al caballo, a meterse mierda en las venas y en la nariz.
Los veranos son sucios como la sangre toxicómana, sucios como excrementos sanguinolientos de sidosas hemorragias.
Un verano nació una yonqui y murió un padre que no debería haberlo sido jamás.

Puto verano. Está tan podrido su cerebro que no guarda un solo recuerdo de mí; ni mis ojos taladrando los suyos evocan nada en su mente estropeada.
Con dificultad, lo que una vez fue mi hija, se sube las bragas y mete los billetes doblados mil veces en un minúsculo monedero.

—Hasta la semana que viene —me despido a través de la ventanilla.

Aún huele el coño de lo que fue mi hija en el asiento.

—Adiós, Alonso —me responde con la voz rasposa, con los labios mal pintados.

Al principio no podía creerlo, no podía creer que no me conociera.
Odio el mundo entero, odio todo lo que se mueve sea bello, feo, malo o bueno.
Odio este mundo en el que tengo que follarme a mi hija para poder verla y tocarla. Odio este mundo que ha podrido a mi hija y mi vida.

Nunca aceptó volver con nosotros, era consciente de su propia degeneración, sólo le quedaba dignidad. Y la dignidad se convirtió en una especie de cruzada en la que ella no quería limosnas ni ayuda, no aceptaba nada.
Y perdió la memoria, un día la vi aquí mismo, en este descampado junto a la carretera; ya me había olvidado. Le di el dinero y me hizo una mamada. Le acaricié el pelo y me dijo que no lo hiciera, que era sólo trabajo.

Su madre murió en silencio una noche en la cama, a mi lado. De un infarto, de un ronquido que no oí. Me desperté al lado de un cuerpo frío. Y me pegué a él, absorbí todo aquel frío mortal y lloré un poco.
Era verano, y llamé a un médico de urgencia. Mientras llegaba, me volví a abrazar a su cuerpo frío.
Calor…

A veces pienso en lanzar el coche por el acantilado, con las ventanillas abiertas y volar… Aire fresco del mar…
Pero aún, a pesar de todo, tengo la esperanza de que ocurra algo malo, algo que sea tan atroz y salvaje, que me lleve a olvidar toda esta mierda de vida.
Ni siquiera la puta que me ha follado y que un día fue mi hija, me importa ya.

Sexo y destrucción, el sexo para mí, la destrucción para ellos.
Hace tanta calor… Y se ha estropeado el aire acondicionado.
Mierda de coches asiáticos…


Iconoclasta

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