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21 de abril de 2008

Hijos: esos mocosos que a veces se ahogan

Imaginemos que un niño camina por un barrizal sembrado de vidrios y latas cortantes, clavos y azulejos rotos. Que pisa por encima de jeringuillas infecciosas que han bebido de repugnantes y sucias venas. De excrementos humanos y humanos.

Imaginemos que el niño (pobre animal, pobre...) tiene cinco años y camina con otros dos pequeños de tres y dos años. Imaginemos que llevan un perrito.
¿Es posible?

Bueno, imaginemos que sus padres los han dejado solos, que sus padres no se preocupan, que sus padres bastante faena tienen con lamer su propia mierda sin preocuparse de nada más.

No es posible, todo el mundo sabe que hasta el animal más tirado cuida de sus cachorros, los asea, los alimenta. Los protege.
Pero esto es un cuento, todo es posible.

Y los niños, tras salvar sus pies de todos esos peligros y aunque estén infectados: siguen vivos.
Sin embargo, lo peor está por llegar y los pequeños se adentran por entre una alambrada rota y llegan hasta una charca pútrida y sucia de agua y veneno.

Y el mayor de cinco años, que nadie vigila, camina por un estrecho pasadizo de tierra para llegar a una isla de mierda y malas hierbas.
Resbala, se cae, desaparece entre el agua marrón y muere.
Esto es un cuento. La laguna pútrida no lo mata, lo mata un hombre y una mujer que lo parieron y lo dejaron solo.

Esto es un cuento, no puede pasar. Hasta el animal más tirado protege y cuida de sus cachorros. Sobre todo cuando el peligro es tan obvio, tan cercano, tan visible y cotidiano.
A lo mejor ya estaba muerto, mil pinchazos sidosos en sus pies y un tétanos que le corroía el sistema nervioso pudieran estar a punto de devorarlo con más dolor que el agua.
Pobre animal de sucios padres...

Menos mal que sólo es un cuento y los padres quieren a sus hijos y los miman y los cobijan y pelean por ellos. Como hacen los animales más simples.
Cualquier hijo de puta puede ser padre: esto no es cuento. Cualquier tirado de mierda puede meter su sucia polla en un sucio coño y crear vida.
Esto no es un cuento, pero es tan sucio...

Tan triste.
Tan repugnante.

Buen sexo.


Iconoclasta

16 de abril de 2008

El chiki-chiki perrea-perrea



Si llego a imaginar que por cobrar los cuatrocientos euros de los españoles que Zapatero prometió si salía ganador de las elecciones, tenía que soportar esta monstruosidad, hubiera votado a Izquierda Unida. Aunque si he de ser sincero, voté al PP.
Pero si he de decir la verdad, no fui a votar.
Mi tiempo es oro.

Son detalles sin importancia. Aquí, lo que ahora urge, es que quemen todas las copias del chiki-chiki, la canción del Chikilicutre Perreador. Que las quemen y metan en el trullo al ministro/a de inCultura por vicioso y rural.

No hay Cristo que soporte este ruido chiki. Y me refiero a alguien con un mínimo de inteligencia básica y capaz de leer, sin detenerse, más de dos sílabas.

Los hay muy cultos, tolerantes y de buen rollete, que dicen que este payaso de cantante es un genio provocador. Pues razón no les falta a estos críticos lerdos y panolis, porque el chiki-chiki perrea-perrea es un emético en toda regla.

Seguro que se va a convertir en una melodía de culto en el mundo de las alocadas celebraciones del orgullo gay.

Como tengas la radio conectada en el lavabo mientras te masturbas y hagan la putada de emitir la canción del Chikilicutre; en lugar de eyacular una generosa y alba andanada de semen, lo que ocurre es que te meas.

Es todo confusión en mi poderoso cerebro de ocho millones de terabytes por segundo cuando oigo eso de perrea-perrea, me dan ganas de poner el culo en el suelo y rascarme tras la oreja con la uña del dedo gordo del pie que proceda.

Como España es de esos países en el que la inteligencia es un bien apreciado por lo muy escaso y la media de rapidez de lectura está en dos sílabas/minuto, es lógico que este ruido (gratuita y bondadosamente también llamado canción) se haya convertido en un éxito capaz de no avergonzar a nadie en absoluto.

Y ahora que hay tanto parado e hipotecas impagadas, es el momento idóneo para distraer a los sectores más necesitados de dinero y medidas político-económicas eficaces, con esta aberración sonora que los hará repetir y tararear con ese matiz de enfermos de síndrome de Down, el perrea-perrea.

Una aberración ésta, que ni siquiera Georgie Dann en sus tiempos mozos fue capaz de perpetrar.

Y luego dicen que poco a poco, España se está situando en un nivel cultural aceptable.

Si alguien retrocede un poco en el tiempo, comprobará que el chiki-chiki perrea-perrea, es la versión tercermundista y nada sutil del triqui-triqui de Demis Rousos, y que por aquel entonces, todos asociaban como una onomatopeya del acto sexual.

Yo jamás he hecho “chiki-chiki” ni “triqui-triqui” cuando he follado. Los únicos ruidos que percibo durante el coito, y la mamada, son los puramente líquidos, y por supuesto, los tremendos gritos de placer. Esto es lo que provoca mi poderoso pene bombeando con elegancia en el coño de mi esposa o de la puta a la que he pagado una pasta para que encima goce como una loca.

Los que hacen “chiki-chiki” o “triqui-triqui”, son tontos hasta para follar.

Lo del perrea-perrea es facilísimo de descifrar (no en vano lo hablan y pronuncian mentes muy inferiores a la mía). El Chikilicutre intenta decir: berrea-berrea (algo así como “canta tan mal como un toro o un venado”). Como ya he dicho, entre el público y críticos que gustan de este adefesio indecente de canción y cantante, no es habitual la lectura y así, berrea, cómo sólo lo conocen por su articulación fonética y es una palabra que en su vida han visto ni verán escrita; se convierte en perrea. Porque claro, es que aparte de no saber leer bien, la peña tiene una seria discapacidad fonética y los logopedas ya deberían ser multimillonarios todos. Sería lo justo.

Así de fácil es como degenera el verbo berrear en perrear gracias a este gobierno que actúa calculadoramente en complicidad con el Chikilicutre analfabeto para remachar de una vez por todas la estulticia por todo el territorio nacional, como si de una epidemia infecciosa se tratara.

Me cago en dios… Pues no voy a sudar yo los cuatrocientos euros de Zapatero.
Es que ser inteligente está reñido con ser afortunado. En fin, es una desgracia con la cual tendré que acarrear perreando-perreando hasta que mi cáncer de tibia se extienda a los pulmones y por fin pueda descansar en paz.

Esta falta de sensibilidad que tengo, también es para mí un tormento, no creáis; me siento tan sólo… Los veo bailar y disfrutar al son de esa canción que para mí es más triste que una ballena varada en la playa. Jamás podré sentir felicidad alguna ante esos ruidos.

Siempre me acordaré de aquella frase llena de fuerza que Clint Eastwood pronunció en Dos mulas y una mujer: Si me pagan con tortitas, los aso a tiros.
Los aso a tiros… Jo, qué bonito sería un mundo perfecto.
Maldita sea mi suerte.
Buen sexo.


Iconoclasta

11 de abril de 2008

Veranos


El calor se ceba en mí, el invierno se ha ido a la mierda y mi cuerpo responderá de mala forma: sudaré más, mis testículos olerán más fuerte y me masturbaré más a menudo.
Mierda de verano… Es un ciclo del que se me tendría que dispensar padecer, porque al final, mi deseo sexual en verano y en invierno viene a ser el mismo: escaso. Yo no tendría que formar parte del ciclo natural de los animales. Soy extraño, ajeno. Lo rechazo.

Soy inhumano.

Sí, tengo dos piernas, dos brazos y mis cojones intactos. Esto sumado a mi capacidad para coger una pluma y escribir incoherencias que pueda leer otro, me convierte en animal; pero no pedí serlo.
Hombres y mujeres en verano, se excitan más, follan más, o por lo menos piensan más en hacerlo. Su instinto primitivo les obliga a buscar sitios donde descansar y las grandes manadas humanas, en los meses de calor, van de un sitio a otro con sus cerebros a bajo rendimiento buscando barrizales y campos donde restregar sus genitales recocidos.

Yo no busco nada, me conformo con que ellos desaparezcan, que se larguen a sus mierdas de destinos, que se preñen las hembras, que las jodan los machos. Yo sólo fumaré y me revolcaré en barro si así me apetece.
Me rebozaré en polvo, cogeré mi pene duro y siempre húmedo y me masturbaré gimiendo como una puta ante su cliente. Engañando a la furcia vida; que no sepa que me pudre estar vivo en este tiempo y lugar.

Calor de mierda, sol asqueroso… Estoy harto, aburrido de que cada ciclo sea invariable. Es tanta mi desesperanza, que a veces me encuentro deseando que ocurra una catástrofe natural a escala planetaria. Algo que me arranque de esta vida aburrida, monótona y ahora calurosa.

La única ventaja de toda esta mierda de calor, es que las putas en la carretera, se ponen menos ropa.
Está demasiado delgada, no me gusta, pero lo único que quiero es salir de esta carretera, de este arrancar y parar agobiante; sacudirme de encima la sensación de estar pudriéndome al lado de ellos, de los ajenos a mí. Y son todos.

A veces, cuando la puta tiene mi pene en su boca y succiona haciendo que mis testículos se contraigan de placer, me encuentro deseando que una bola de fuego caída del cielo arrase un continente cualquiera. Me la pela el continente que sea; me la pela de la misma forma que esta puta lo hace por veinticinco euros (es una yonqui que se cotiza a la baja para poder chutarse en vena cualquier mierda que le den). No tengo pasión en mi aborrecimiento, como ella no pone pasión en lamerme el bálano.
Me irrita mucho sudar cuando me la chupan.

Podría tocarme la lotería y ser yo el que desapareciera, pero me parece mucho más improbable, el mundo está contra mí y sólo espero algo malo.
Está todo mal.
No me gusta. El sol es mi enemigo, el hombre es mi enemigo, el planeta es aburrido y previsible. Hostil.

Mi pensamiento es cuanto menos, peligroso. Lo reconozco, peligroso para mí y para los demás. Soy un individuo defectuoso entre la especie humana y eso no puede ser bueno para nadie. Cuando joda a otra mujer y la deje preñada, el hijo será un animal como yo y lo condenaré a padecer este calor y tener oscuros pensamientos cuando el invierno desaparece.

Seré el primero de una dinastía de fracasados y frustrados.
Por veinticinco euros más, la puta accede a montarse sobre mis muslos y follarme. Yo me dejo follar, hace demasiada calor y no tengo ganas de trabajar. Que se mueva la yonqui. El volante la obliga a pegarse demasiado a mí y un pezón sucio y seco, se me posa en los labios.

No tengo condón y ella dice tener el sida, ya me lo dijo, hace tiempo, peron nunca se acuerda. También me importa poco, no puede ser peor el sida que este calor entre la manada, este tufo a carne humana sudorosa y combustible quemado.

De alguna forma inverosímil en una puta, su vagina está lubricada, aceitosa, blanda… Seguramente se ha metido algo de calidad.
Enterrar mi pene en ella es tan fácil como sudar.
Y me corro, todo el semen en su coño. No me extrañaría que se quedara preñada. Tampoco es problema, se tomará la píldora del día después y en el peor de los casos, que con el mono se olvide de tomársela, no llegará a desarrollar más que medio feto. Está en los huesos, la enfermedad se la come, la agota.

Y la verdad es que debe tener la matriz tan podrida por la enfermedad que no saldrá nada de ahí, no formará vida alguna y mis espermatozoides buscarán como locos un óvulo que no es más que un quiste pequeño e inútil.
Pesa nada y parece que todo es coño. Me gustan los coños ágiles. Pegados a un cuerpo liviano.
Maldito calor...

Le doy los cincuenta euros y baja del coche, se pasa una toallita de papel por la vagina, se limpia los muslos de semen y la boca con el dorso de la mano.
Es curioso cómo crecen los hijos, cómo se convierten en algo totalmente diferente a lo que sus padres son. Y lo que soñaban que serían el día de mañana esos hijos que uno quiere más que su propia vida.

Hace años que la puta no me llama papá, hace tiempo que dejó de ser mi pequeña. Un verano y un viaje de fin de curso. Cuando volvió a casa, en su mirada no había inocencia. Había experiencia y en sus ojos escleróticas rayadas por finas venas.
Dejó de hablar y yo me sentí mal, me sentí traicionado y el miedo a su pérdida hizo mella en mi ánimo. El calor de cada verano me trae recuerdos de una hija perdida. De una puta que no tiene cerebro.
Recuerdo haber vomitado los primeros días en los que acudía al centro de desintoxicación para visitarla, para desear ver algo de ella tal y como la conocía antes de aquel verano. Recuerdo a mi mujer llorando; la casa se hizo angustiosa como un cementerio de tumbas abiertas, de huesos al aire.

Para ella no había más pensamiento que el deseo vehemente de salir de aquel centro y volver al caballo, a meterse mierda en las venas y en la nariz.
Los veranos son sucios como la sangre toxicómana, sucios como excrementos sanguinolientos de sidosas hemorragias.
Un verano nació una yonqui y murió un padre que no debería haberlo sido jamás.

Puto verano. Está tan podrido su cerebro que no guarda un solo recuerdo de mí; ni mis ojos taladrando los suyos evocan nada en su mente estropeada.
Con dificultad, lo que una vez fue mi hija, se sube las bragas y mete los billetes doblados mil veces en un minúsculo monedero.

—Hasta la semana que viene —me despido a través de la ventanilla.

Aún huele el coño de lo que fue mi hija en el asiento.

—Adiós, Alonso —me responde con la voz rasposa, con los labios mal pintados.

Al principio no podía creerlo, no podía creer que no me conociera.
Odio el mundo entero, odio todo lo que se mueve sea bello, feo, malo o bueno.
Odio este mundo en el que tengo que follarme a mi hija para poder verla y tocarla. Odio este mundo que ha podrido a mi hija y mi vida.

Nunca aceptó volver con nosotros, era consciente de su propia degeneración, sólo le quedaba dignidad. Y la dignidad se convirtió en una especie de cruzada en la que ella no quería limosnas ni ayuda, no aceptaba nada.
Y perdió la memoria, un día la vi aquí mismo, en este descampado junto a la carretera; ya me había olvidado. Le di el dinero y me hizo una mamada. Le acaricié el pelo y me dijo que no lo hiciera, que era sólo trabajo.

Su madre murió en silencio una noche en la cama, a mi lado. De un infarto, de un ronquido que no oí. Me desperté al lado de un cuerpo frío. Y me pegué a él, absorbí todo aquel frío mortal y lloré un poco.
Era verano, y llamé a un médico de urgencia. Mientras llegaba, me volví a abrazar a su cuerpo frío.
Calor…

A veces pienso en lanzar el coche por el acantilado, con las ventanillas abiertas y volar… Aire fresco del mar…
Pero aún, a pesar de todo, tengo la esperanza de que ocurra algo malo, algo que sea tan atroz y salvaje, que me lleve a olvidar toda esta mierda de vida.
Ni siquiera la puta que me ha follado y que un día fue mi hija, me importa ya.

Sexo y destrucción, el sexo para mí, la destrucción para ellos.
Hace tanta calor… Y se ha estropeado el aire acondicionado.
Mierda de coches asiáticos…


Iconoclasta

4 de abril de 2008

La esclavitud, divino tesoro



El detector de metales para encontrar las minas anti-personas en los abundantes y resecos campos minados de toda Africa, cuesta unos tres mil euros.
Por ese precio, se pueden comprar hasta diez niños de entre seis y doce años para que las busquen. Esto es algo que los padres entienden y reconocen cuando les pongo en la mano unos cuantos billetes: no se puede comparar la efectividad y el empuje de los niños para encontrar las minas, con el frío bip metálico de un detector.
Ellos las señalan con el palo que con el que les equipo para tantear el terreno (me recuerdan a los perros que levantan la pieza en las cacerías) y le pego un tiro a la mina desde una prudente distancia.
Antes les grito que se protejan los ojos y los oídos.
Si tienes suerte, estos niños te pueden durar hasta un par de semanas. Cuando pierden una pierna o el brazo, simplemente se les cauteriza el muñón con algo muy caliente, les doy un poco de coca cola y en un plazo máximo de veinticuatro horas, ya los tengo caminando por los campos minados.
El niño que más tiempo me duró, fue un macho muy negro de siete años que perdió los dos brazos y una pierna en el espacio de dos semanas; parecía que había nacido con suerte al sobrevivir a tantas explosiones.
Sin embargo, la rama que le di a modo de muleta y en la que apoyaba el muñón del brazo derecho para proseguir con su trabajo, presionó otra mina. Cuando me di cuenta de que la única pierna que le quedaba estaba a diez metros de él, contrayendo los pocos músculos que tenía, pensé que podría montarlo en un carrito y con la boca podría ir tanteando el terreno.
Pero se desangró casi al instante. Dieciséis días es el récord de supervivencia.
Yo les doy un sentido a la vida a todos estos niños. Suelen estar infectados de sida y la enfermedad se los come sin que puedan hacer nada útil para la sociedad.
Los padres se vuelven locos de alegría cuando les ofrezco 100 e incluso 200 euros por cabeza o hijo (los más mayores son más caros). Y eso que saben a lo que me dedico.
¿Cómo acabé aquí? Muy sencillo, nací en Barcelona y desde pequeño me entusiasmaban las historias de romanos y griegos, su pasión por los esclavos. Todo aquel circo montado para que la gente disfrutara de un verdadero reality-show donde hombres se descuartizaban luchando y los leones daban caza a beatos y sectarios cristianos, me fascinaba.
Las sociedades se hacen grandes gracias a la esclavitud.
Todas aquellas lecturas, toda esa admiración por los conquistadores y militares antiguos y clásicos, me hizo ver que los actos de aquellos hombres y mujeres, eran la esencia misma del ser humano.
La esclavitud, siendo conocedor y comprendiendo y respetando al ser humano, es el bien más preciado y lo que verdaderamente nos distingue de los animales.
Egipicios, griegos, romanos, españoles, ingleses, holandeses, portugueses…
Los países de estos individuos triunfaron gracias a la esclavitud.
La esclavitud es el motor del progreso y la cultura.
Yo trabajaba en una fábrica de mierda por menos de mil euros, casi cincuenta horas a la semana. Cuando el dueño de la empresa entraba con su cochazo de mierda, sabía que yo era un esclavo. Lo sabíamos y reconocíamos los dos.
Aquel idiota gordo e inculto, sabía que yo era de su propiedad, me pagaba por hacer un trabajo, el trabajo que él quería.
La sociedad está montada en base a la esclavitud.
Y el esclavo es el trofeo del triunfador.
Ser dueño de un esclavo es lo que marca a un hombre como poderoso y pilar importante de la sociedad.
Trabajador… Y una mierda. El concepto de trabajador u obrero es un eufemismo que han acuñado los esclavos para no pegarse un tiro en la sien al reconocer su fracaso. Su condición de esclavos.
Así que un buen día, al acabar la jornada de la habitual mañana del sábado, llamé a la puerta de la casa de mi amo, en las afueras de la ciudad, y muy cercana a la fábrica.
Los sábados se acercaba a la fábrica y a los esclavos de su confianza nos invitaba a almorzar en el restaurante de camioneros. Se hacía pasar por un tío superguay y luego se largaba bastante colocado de vino malo a su gran casa.
Una cosa es que me apasionen las culturas antiguas, otra cosa es que me pueda gustar ser esclavo.
Dijéramos, por decir lo mínimo, que me molesta mucho ser esclavo.
Así que cuando abrió la puerta, le pegué un tiro en la boca.
Como la casa se encontraba a más de un kilómetro de la carretera y no había vecinos cerca, no me preocupé lo más mínimo por el ruido de la vieja Llama automática de 9 mm. (me la regaló por seiscientos euros un amiguete que era policía local y decía haberla encontrado en un coche robado).
Entré en la casa y le volé a la mujer la teta derecha cuando trotaba hacia el cuerpo de su marido, al cual le salía humo de la boca.
Acerqué el arma a su coronilla y le descerrajé otro tiro.
Una adolescente gritaba alocadamente corriendo de un lado al otro del salón. Disparé seis veces antes de meterle una bala en la espina dorsal y dejarla tetrapléjica durante los escasos segundos que tardé en apoyarle el cañón en la frente y disparar.
Al hijo lo pillé cuando se disponía a saltar por la ventana de su habitación, se largaba dejando los auriculares por el suelo y la cadena musical encendida. Un tiro entre los omoplatos y otro a bocajarro en la cabeza. Yo no soy de esos paranoicos que se pasan un buen rato con ellos.
Aunque por unos segundos, pensé en metérsela a la hija.
Conocía la casa porque más de una vez había acudido para trabajar: pequeñas chapuzas del hogar que me pagaban con unos miserables euros.
En el despacho del mi bwana, encontré en uno de los cajones treinta y siete mil quinientos ochenta y dos euros.
Me largué a casa, le dije a mi mujer que esa tarde tenía que volver a la fábrica y al marchar, me despedí emocionado de ella y de mis dos hijos: Marta de tres añitos y César de seis.
He de decir que soy un gran aficionado a la fotografía, a la de prensa.
Y con ese dinero, monté un pequeño despacho, un ordenador y una línea telefónica en Zaire y me puse en contacto con las agencias de noticias, como Efe y Reuters. Les ofrecía modelos y motivos fotográficos para la venta a los grandes rotativos mundiales.
Para los aborígenes africanos, actuaba como una de esas ONGs que te encuentras a patadas y decía dedicarme a la humanitaria tarea de desactivar minas.
Con las autoridades, si tienes pasta, no hay ningún problema.
Y claro, procuro ir a los lugares más pobres y deprimidos para asegurarme de que tendré modelos para las agencias de noticias.
Así que cuando he encontrado una región con abundantes campos minados, me pongo en contacto con las agencias, las cuales sea noticia de actualidad o no, siempre se parten el culo corriendo por conseguir la foto de un niño negro mutilado.
Si quieren un video, les pido más dinero, claro.
Los niños caminan felices de ser observados por las cámaras e incluso en el momento en el que sus brazos son arrancados de sus cuerpos por las explosiones, sonríen.
Los fotógrafos también, porque sacarán una pasta de derechos de autor a pesar de darle el porcentaje acordado a la agencia de noticias.
Y así es como he conseguido ser alguien en este mundo. Ser importante y respetado.
La prueba es que tengo ocho esclavos trabajando en mi finca. A éstos, los he liberado del trabajo en los campos minados.
Cuando llegan celebridades y me encargan unos mutilados para fotografiarse con ellos, las invito a mi casa y me tratan con respeto y admiración.
Follarse a las famosas cantantes y actrices, tampoco es para tanto. Son sosas y remilgadas, muchas de ellas tienen un esfínter demasiado estrecho. Al final, acabo tirándome a alguna chica que compro en algún poblado.
En fin, que alguna desventaja tenía que tener esta vida de triunfador.
Pero no la cambiaría por nada.
De lo único que me arrepiento, es de haber perdido tantos años siendo esclavo.
La esclavitud es inevitable cuando hay vencedores.



¿Habéis visto que no siempre mato a primates? Algunos son casi amigos míos. Amo a este hombre.
Maldita Africa y maldito calor… Me largo a mi oscura y húmeda cueva.
Siempre sangriento: 666.

Iconoclasta