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18 de julio de 2007

2500 € por polvo, por cachorro. Yo me tiro a mi madre por menos

Está muy bien, pero como buen cínico y maltratado por la administración que soy, recelo.
Porque... ¿Me van a robar más dinero de la mierda que cobro?
¿Los españoles que somos hijos de españoles tendrán derecho a cobrar ese dinero?
¿O sólo será para los inmigrantes? El poder ha dicho que todo hijo español será premiado, pero si es como en los negocios, sólo favorecerán a los inmigrantes.
No es malo, pero los que nacimos aquí, también tenemos derecho a las ventajas fiscales.
¿También darán dinero a los que profesan religiones vejatorias para la mujer, o que son partidiarios del radicalismo islámico? ¿Vamos a premiar a futuros terroristas?
Es que me da por culo, no puedo evitar que aparte de querer acumular votos, hay tras esa ley (2500 €/polvo de lleno) un trasfondo cobarde y de falso bienestar.
Puede que esté de mal humor y lo vea todo mal, pero desconfío de todo ese dineral que se va a regalar, incluso a los que están nadando en la abundancia, tampoco es justo que al que gana miles de euros al mes, le regalen la cuna, el cochecito y un buen reloj. Dijéramos que es pornográfico que un país tan pobre como España, quiera ejercer esa romántica generosidad.
Sólo temo que me roben más dinero y se lo den a quien no se lo merezca, y aunque se lo merezca, mi dinero es mío y yo me lo he ganado. No soy un político de mierda ni un refugiado político con ansias de protagonismo que ha de hacer gestos de gran generosidad con el dinero de los obreros.
¿Por qué no se lo descuentan a todos los cabronazos diputados cortesianos y senadores de sus sueldos que ganan sin ningún esfuerzo?
No estaría mal.
Cuando yo reine, cagarán bolas de acero.
Menos mal que el humor es lo último que se pierde. Pero puede que tampoco me quede humor.
Me tienen hasta las pelotas.
Buen sexo.




Iconoclasta

9 de julio de 2007

Hola pequeñín mío




Hola pequeñín mío.
Me haces sentir madre anidado ahí, en lo más profundo de mi organismo.
Una mala madre, pequeñín mío. Temo que no te alimento suficiente, no te llega mi alimento para que te desarrolles y te hagas fuerte; para convertirte en un nuevo e importante ser.
Ser madre no es fácil y mucho menos ser padre-madre; no me asusta parirte, me asusta no poder ser digno de esta maternidad.
Soy una mala madre.
Es angustioso verte ahí, latiendo, rodeado de sangre, carne y huesos, luchando por vivir.
Cariño mío, crece pequeñín, crece y hazte fuerte que papá-mamá te quiere mucho. No te duermas al calor entrañable del cuerpo cansado de papá-mamá. Mi cuerpo.


Hazte grande, pequeño; sal y expándete. Mi cuerpo es tuyo, tu alimento, tu vida. Regálame con tu presencia con tu latido cada día más potente, con tu fuerza desmesurada. Papá-mamá te quiere mucho.
Eres mío, mi creación… No dejaré que nadie te haga daño, come, come.
Pequeño mío.
Los médicos son malos; ellos te llaman cáncer, o tumor.
Son peligrosos, te he de proteger, ellos me harán abortar, quieren que tome medicamentos que te envenenen. Eres tan pequeño y hay tanta gente contra ti…
Venga pequeño, inténtalo. Sólo una pequeña metástasis algo sencillo para empezar. Sé que estás cansado, sé que las radiaciones duelen mucho, mi amor. Pero has de ser fuerte como papá-mamá. Como yo.
Métete en el riego sanguíneo y busca los pulmones, el corazón.
En las entrañas encontrarás más alimento, menos presión para desarrollarte. Sal de ahí, en el tuétano del hueso no tienes futuro mi pequeñín.
No soy una mala madre, sólo que no controlo el crecimiento de los huesos y no puedo evitar que te aplasten.
Tienes que salir de ahí y hacerte grande, mi amor.
Aún tienes tiempo. Deja escapar una molécula, una célula colonizadora, que se filtre en el torrente sanguíneo y si tenemos suerte, llegará al cerebro.
No te asustes pequeño, Metástasis no es un nombre tan feo. No te preocupe lo que digan los médicos, tú hazle caso a mamá. En el cerebro estarás calentito y hay muchas vitaminas y minerales que harán de ti un organismo fuerte y saludable.
Mi pequeño organismo extraño al que tanto quiero…
Muévete, pequeñín, intenta salir de ahí dentro y busca un sitio mejor donde puedas hacerte grande, mi amor.
Tuve miedo la primera vez que apareciste, pensé que te harías un bulto enorme y saldrías a través de carne y la piel derramándote en forma de humor negruzco y maloliente, que digerirías mi carne desde dentro para luego salir a vomitarla.
Llevo tanto tiempo llevándote en mis entrañas, que sólo me queda quererte, mi pequeñín. Sólo quiero que salgas que te hagas grande y poder llevarte de la mano por el mundo, educarte.
Las madres, aunque seamos hombres, no podemos escapar a este instinto maternal que nos obliga a amaros.
¿Cómo puedo odiarte si eres parte de mí? Los médicos no lo entienden, ellos sólo buscan mi bien. Ven en ti a un cáncer peligroso, y sin embargo no creces.
Ellos vuelven a decir, que gracias a Dios. Yo digo que es frustrante tener un hijo que no crece.
Mi pequeñito cáncer indefenso…
Si he sido bendecido con el don de la maternidad ¿quiénes son ellos para intentar abortarte?
Tengo la garganta quemada de tanto fumar, tengo un asomo de esperanza de que seas capaz de desprender una célula y subirte al alquitrán que circula por mis venas y puedas llegar así a los pulmones al menos.
Inténtalo pequeño, sé que estás cansado y agotado, te noto latir en lo profundo del hueso, parece que lloras. Que te sientes solito ahí en el tuétano del hueso.
¡Te has movido, mi amor! He sentido como si el hueso estallara desde dentro, me duele tanto la pierna.
Estoy tan feliz, el dolor es vida, mi amor.
Crece, sal de ahí pequeñín.
Así mi vida, no te asustes si grito.
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El paciente hizo un gesto con la mano al radiólogo para que se acercara.
— ¿De verdad cree que esto es forma de tratar el cáncer? Sí ya sé que es un método novedoso y con un gran porcentaje de cura; pero no puedo evitar sentirme como un gilipollas hablándole al hueso de la pierna. Y me incomoda llamar a ese puto tumor “cariño y pequeñín”
— ¡Shhh! Hable más bajo, el tumor puede oírnos. Ya se ha movido. En cuanto asome un poco más, le pego un disparo de rayos gamma, que lo dejamos frito. Usted siga engañándole, estos bichos son idiotas.
—Joder, es que tanto repetir la misma lectura, voy a cogerle cariño de verdad. Y necesito fumar.
El ronroneo del campo magnético del escáner marcó un breve silencio entre el paciente y el doctor.
—Está bien, fúmese un cigarro y luego seguimos.
El doctor se acercó a su escritorio, sacó un cenicero del cajón y lo mantuvo en la mano. El paciente se sacó del bolsillo de la camisa el tabaco e invitó al médico a fumar, éste aceptó.
En el monitor del ordenador, se apreciaba la imagen del hueso del paciente, la pierna aún seguía dentro del túnel del escáner, inmovilizada. En la tibia, por debajo de la rodilla había algo que se movía, que latía. A cada momento, parecía salir más de dentro de la médula del hueso.
—Pues ahora el método será muy dulce y poco agresivo, pero el tratamiento me parece humillante. —le dijo al médico mirando el monitor.
—Piense que esto salvará su pierna. Antes de que los tumores mutaran, antes de que fueran inteligentes, el índice de mortalidad era altísimo.
Acabaron de fumar, el paciente miró la fecha en su reloj: 10 de diciembre.
El 2223 estaba llegando a su fin y los altavoces emitían villancicos relajantes, al más puro estilo chill-out. Un arcaico estilo musical de más de 200 años de antigüedad.
El movimiento del cáncer por salir de su alojamiento en la tibia le dolía.
—Vamos allá, coja el guión y adelante.
El paciente cogió el guión del tratamiento que había dejado a su espalda. El médico se sentó frente al ordenador.
“Hola pequeñín mío.
Me haces sentir madre anidado ahí, en lo más profundo de mi organismo.
Una mala madre, pequeñín mío…”
El paciente interrumpió la lectura.
— Doctor vaya con cuidado al disparar los rayos, dicen que dejan impotente si llegan a los cojones.
—No se preocupe es un haz muy preciso y localizado. Sus cojones están a salvo.
—Pues vamos allá otra vez.
“Temo que no te alimento suficiente, no te llega mi alimento para que te desarrolles y te hagas fuerte; para convertirte en un nuevo e importante ser.”

La pantalla mostraba el tumor, se movía y ya había salido completamente del interior del hueso provocando un gesto de dolor en el rostro del paciente.
—Mate al hijo-puta, doctor. —exclamó el paciente sudando.
“Estoy tan feliz, el dolor es vida, mi amor.
Crece, sal de ahí pequeñín.”



Iconoclasta

8 de julio de 2007

666 y el paraíso


El predicador prometiendo el paraíso.

El paraíso...

Si alguien no tiene el cerebro podrido ¿quién podría desear el paraíso?

En mi infierno hay dolor y placer.

El dolor y placer anal, el de una vagina succionada con una boca-bomba que arranca clítoris y exprime glandes.

El dolor de un pene arrasado por los dientes de una boca lasciva que acaricia sin cuidado. El de una vulva abierta hasta rasgarse.

Hay penes que laten con fuerza dislocando mandíbulas, coños que arden y cauterizan los penes.

Escupinajos de saliva que humedecen los sexos, que muestran el placer más salvaje.

Hay semen goteando de las piedras y lenguas que beben de él.

Estoy yo penetrandoos, jodiendoos por toda la etenidad.

Clavadas a mí.

Los pechos cortados de las santas y los penes de los mártires son cuencos y teas que alumbran a los que follan gritando y llorando en el placer más tortuoso y eterno. Dios nos ha vetado y se avergüenza de no poder acabar con el infierno.

Dios se toca oyéndonos...

¿Quién quiere el paraíso de mierda, monos?
Con sus intestinos entre mis dientes, el predicador sigue prometiendo el paraíso...

Venid al infierno.

Siempre sangriento: 666


Iconoclasta

5 de julio de 2007

Unos segundos de tiempo

El hombre y la mujer se han besado en la mejilla, demasiado cerca de los labios, demasiado nerviosos y ávidos los besos para ser sólo de amigos, de cariño.

Tenemos unos segundos de tiempo antes de que la locura se apodere de nosotros, ese momento preciso previo al encuentro de dos miradas deseosas.

Después de un torrente de sonrisas, de anécdotas banales, de aprender de nosotros, ha llegado el momento en el que las miradas deben reconocerse.

Hoy no hay risas entretenidas ni amistad, hoy se cruzan las miradas, hoy nos reconoceremos deseando elevar la amistad a rango de amor.

Otra vez…

Los ojos se encuentran, se serenan, se reconocen. He pasado por ello, y tú también.

Un instante decisivo en el que podemos caer presas del amor sino vamos con cuidado.

Y nadie quiere enamorarse así como así y ser todo para ella. Ser su universo, su sol, su tormenta.

Y tú mi tormento.

Sería mejor desviar la mirada, no dejar que sus ojos hagan presa en los míos. He de ser valiente, he de ser sensato.

Y recordar todos aquellos dolores de amores incinerados, de angustiosas amneas al besarla; el corazón doliendo, interfiriendo en sus latidos.

Se confunden los corazones, me confunden los corazones.

Nos fusionamos, nos aglutinamos a nivel cuántico.

Fundimos el mundo con nosotros, somos el ilusorio crisol que crea un nuevo universo perfecto y proporcionado.

He pasado por ello y el precio es mi cinismo, mi temor, mi cobardía.

Tengo cicatrices que nunca cerrarán, que sólo un dolor superior, más reciente puede mitigar.

Y no se mitiga el dolor, sólo se enmascara; y suma y sigue.

No aprendo, no aprendemos.

Hay en el azul de tus ojos unas cicatrices profundas que se confunden con vetas que lo jaspean con exotismo y hacen de tus ojos un caleidoscopio de deseos. Las almas se pliegan sobre si mismas ante un nuevo amor, ante lo que se avecina.

Caleidoscopios que anulan la visión periférica y todo eres tú. Y yo no soy nada, sólo un cristal más que gira y se refleja sometido a tu voluntad.

Cuando las miradas se encuentren y la constelación de Eros se refleje en nuestras pupilas, será tarde. Y será inevitable el beso; una caída libre a un nuevo universo engañoso. Otro nuevo espejismo que durará unos días, unos nano-segundos para las fuerzas cósmicas. Todo este amor pulsante que nos confortará, tendrá un inevitable final decepcionante.

Otra andanada de besos que prometen, que rompen voluntades e inventan fantasías que no se cumplirán jamás. Lo sabemos.

Somos sabuesos husmeando amor allá por donde pasamos.

Como cerdos buscando trufas. El cerdo llevado por el aroma de un fruto que no llegará a catar. Su dios-amo, le arrancará de la boca el preciado hongo.

Yo soy el cerdo.

Y todo nace en ese instante en el que las miradas se encuentran y se vuelcan los datos para la programación de un nuevo orden universal, un espejismo que ya no nos engaña. A través de la mirada nos invadimos mutuamente y se destruyen secretos, se destruyen intimidades.

Penetras en mi alma como yo en la tuya, destruyendo cordura y libertad.

Estas cosas pasan, son inevitables como el cáncer y la muerte.

Como la miseria.

El amor destruye. Es ahora el momento decisivo, cuando hasta el pene me duele con solo imaginar lo que te amaría.

Estoy tan cansado, tan decepcionado. Soy un drogadicto de amor dispuesto a desengancharme.

Temo que sea el amor definitivo, el que barra el último vestigio de mi cordura. Estoy cansado de someterme a pruebas de amor.

La silla cae al suelo con estrépito. Las botellas y vasos de la mesa se hacen trizas contra el suelo. El público del local gira la mirada hacia la pareja. El hombre se ha abalanzado contra la mujer que aún sonríe, que aún no ha visto la delgada y larga hoja de la navaja en las manos de él.

Ahora, en este momento decisivo, sólo necesito unos segundos de tiempo para salvar lo poco que queda de mí.

Es ahora cuando apuñalaré tus ojos, los reventaré, no caeré presa de tu amor, de tu belleza, de la piel que tanto deseo.

Un grito desgarrador silencia el rumor del bar.

Créeme, no he podido seguir haciéndolo, bajo las gafas de sol oculto un párpado que he cosido con aguja e hilo; todo este dolor no ha servido para nada, el otro párpado no he podido coserlo. Y no tengo valor, no tengo más capacidad para aguantar el dolor y arrancármelo.

Por eso pincho tus ojos. Es lo mejor para ambos, tú también has sufrido, no tienes que volver a padecer.

A mi no hay quien me ayude, estoy abandonado a mi droga.

Abandonado a ti.

Cerraré tus ojos para siempre.

Incluso ahora, cuando lloras sangre, siento que podría haberte amado por encima de todo.

Ya no me cabe más ruina en mi mente.

No olvidaré jamás tus lágrimas de sangre.

Ha sido por mi bien, ya no podía amar de nuevo, no queda nada en mí por destruir.

Dos hombres sujetan al agresor, la mujer en el suelo, se cubre los ojos acuchillados, entre sus dedos mana la sangre.

Al agresor se le han caído las gafas de sol y luce un ojo tumefacto cuyo párpado ha sido toscamente cosido con hilo de coser. También sangra su ojo.

El otro le llora.

Iconoclasta