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28 de junio de 2006

Puta

Tumbado no estoy cómodo y el rincón más oscuro de la terraza no me protege. No necesito protección, sólo ocultación.
La tela plástica de la tumbona, está engañosamente húmeda, es mi sudor la que me hace sentir incómodo.
Si no hubiera un aire tan lleno de mierda podría ver las estrellas.

Es la primera noche del verano, la misma calima de cada año. La humedad omnipresente que da un brillo grasiento a las pieles, no aporta sensación de frescura; no se mueve una sola ráfaga de aire que arrastre mi aura recalentada.
Hay silencio en la madrugada, a pesar de los sonidos del sueño. Una tos sale de alguna ventana abierta como una confidencia nocturna de la noche urbana.
Desearía oír el canto de los grillos.
El suspiro de mi puta.

Llora un bebé y su llanto flota en el aire, queda prendido, suspendido y amplificado, parece tan cercano… Sólo el rugido de un motor lo acalla.
Una persiana baja rápida golpeando el alféizar y después el silencio total. Algo que disfrutar.
Mi puta, si vieras lo caliente que estoy, si vieras en esta oscuridad mi pene erecto y venoso por ti.
No sé si te amo, busco tu coño sagrado.

Cierro los ojos en la penumbra y el oído parece imitarlos, los gritos sin sentido de un borracho se me antojan ahora los de un simple animal al que se puede cazar. No pertenecen a alguien que tiene el cerebro podrido, no hay rastro de humanidad en ellos.

Ella duerme y yo traidor y nocturno, te evoco.
Exhibo para ti y ante el mundo durmiente mi pene en el puño; el puño eres tú, tu boca, tu coño y tus manos.
Mi puta preciosa…
Sudo más y no sé si es por la meteorología o por mi excitación. Bajo el puño con fuerza tirando del pene con ansia lujuriosa y noto que el mierdoso aire es más fresco al sentirlo en el glande desnudo y terso. Sobrecalentado.
Me decías cuando te follaba:

-Llámame puta.

-Puta… puta… puta… -te susurraba.

Tú gemías con cada palabra, como si cada puta pronunciada, tensara uno de tus nervios; te retorcías con mi boca entre las piernas, con mi lengua recorriendo tu sexo empapado.

-Diossssss….-decías en casi un lamento.

Y yo era más hombre, tu bestia.
Tu placer.
Hace tanto tiempo que no te susurro…
Busco a mi puta en la oscuridad, en la noche; quiero pagarte.
Mi puta.
Mi puta deseada.

Tu precio ha sido tan alto que poco queda de mí, me he quedado sin mí.
Apenas podría pagarte una miseria.
Puta…
Te deseo por el día, esposado a la luz; combatiendo y ocultando mi paranoia, mojando el calzoncillo. Soy un animal en celo husmeando en el aire tu coño, acechando tu alma en los rincones. Te deseo toda.
Soy un ser infame.
Y en la noche te ansío desnudo, desbocado.
Oculto.

Mi puño resbala alrededor del pene, lo fricciona y mi vientre se contrae con ataques de placer.
Ataques cardíacos de mi corazón acelerado latiendo la palabra: puta… puta… puta…; siseo en la noche como un ser de pesadilla. En una pesadilla sin ti.

-Puta… Puta… Puta…

Mi puta querida.
Puta entre las putas, porque aún sin saberlo, me cobras el alma. Me arruinas el espíritu.
Te llevas mi semen, me dejas vacío. Solo en un mundo atestado.
Con un fuerte espasmo golpeo la tumbona con los pies, tiembla toda la estructura. Siento escurrirse el semen por mis testículos con los ecos de un orgasmo intenso.
Me arrancaría el pene desesperado de gusto, me sujeto a él catapultado al placer.

Se enfría el semen, se enfría siempre rápido y me molesta. Y a pesar de ello, lo extiendo como tú lo hacías; untándome los huevos, las ingles, el vello del pubis… Con la otra mano escurrías las últimas gotas bombeando el bálano con tus increíbles y templados dedos. Suaves como seda. Me hacías escupir entre gruñidos las últimas gotas de mi pijo aún palpitante.

-Diosssss… -volvías a decir.

El puto dios.
Mi puta.
Puta… puta… puta…
Un día nos separamos, o me separé, o te separaste. O lo que fuera que ocurrió.
Y desde entonces, en las noches de verano me hago oscuridad, me fundo con la noche.
Cuando ella duerme soy noche.
La noche es tu antifaz y el fuego invisible en el que ardo, la hoguera que me consume de deseo eres tú.
Puta… puta… puta…
Mi puta amada.

Ya la noche se despierta y las náuseas del borracho la humillan y ensucian.
Tú te retiras, has cobrado de mí.
Mi deseo, mi leche…
Con un suspiro llevo mis manos arriba, rompiendo el aire sólido y enquistado en si mismo. Asfixiante. Quiero atrapar tu imagen, mi espejismo.
Y como humo te vas.

Por el rabillo del ojo percibo el fugaz movimiento de ella.
Ella despierta y volviendo rápida y silenciosamente a la habitación, dejando un gemido de entendimiento que queda llorando en el aire; enganchado en la caliginosa noche.
Otra confidencia nocturna de un dolor.
No la consolaré, dejaré que su dolor se expanda con el entendimiento, con la tácita y lacónica verdad.
Hasta mi piedad te has llevado, mi puta amada.
Puta… puta… puta…

Iconoclasta

23 de junio de 2006

La risoterapia

La risoterapia es una fe sectaria que tiene como misión, llevar a la humanidad por el camino de la estupidez.

De una forma jocosa, claro.

Así como en toda religión hay misterios inexplicables, inescrutables, que constituyen un acto de fe, los enfermos que practican la risoterapia, no tienen la más mínima idea de los que le puede curar una risa tonta y somera.
Ahí reside la importancia de la risoterapia, y sus grandes enigmas: ¿de qué se ríen? ¿por qué se ríen? ¿por qué no soy millonario si soy tan inteligente?


El porque de su risa, seguramente se debe a la carencia de fósforo. El cerebro se les ríe sólo, va a su puta bola. Quiero decir de una forma llana y coloquial, que les flojean las meninges.
Ja-ja, ja-ja y ja-ja.
Y ja.

Por los estudios que llevo realizados, su risa alcanza varios niveles bien diferenciados e independientes del ridículo, el cual describiría un vector de ascenso mucho más rápido que alcanzaría su pleno rendimiento en la 2ª fase.

Fases:
sin ganas
con ganas
con agonía
patéticamente


Una fase va llevando a otra inmediatamente superior. Los grandes arquitectos o maestros albañiles de esta logia, suelen reír directamente en la 4ª.

A MI, si no me dan un cigarro de maría o no se le desmonta a alguien el móvil en mil pedazos cuando se le cae al suelo, no me río.
El único ejercicio que creo beneficioso de todo esto de la risoterapia, es el de las mantecas. La peña se ríe y agita sus michelines sin ningún tipo de pudor
Sin escrúpulos los muy risueños.

A MI me pueden decir que les abre la mente, serena el espíritu y templa los nervios. Claro… y Drácula en su niñez tenía colmillos de leche.

Creo, estoy convencido y concluyo definitivamente que:
Ese reír idiota, es una actividad que empobrece el cerebro, psicológicamente disminuye el intelecto. Fijo que causa la destrucción masiva de redes neuronales. Y esto es degenerativo, como una reacción en cadena; porque cuanto más idiota se es, más se ríe y ¡hala! Más neuronas fritas…

Hubo instantes durante mis estudios de esta religión, en los que mi mente recreaba la escena de uno de esto enfermos en tratamiento, se masturbaba y reía, se la pela y se ríe…
Da miedo, mal rollo.

YO río mucho pero; con razón. Me río de otros hasta mearme.
Pero no me veo yo en una sesión de risa en grupo; causaría en mí el efecto contrario: el llanto.


Lo más estúpido de esto de la risoterapia, es que se puede practicar sin pagar a un pretendido terapeuta, doctor, presidente de gobierno o rey. Incluso no hace falta ser un juez.

Por ejemplo, las empresas de telefonía móvil que con sus anuncios vienen a decir que te pagan si llamas. O bien esas empresas basura que se trasladan a los países más pobres y tirados del mundo para pagar con bolsas de garbanzos fritos a los trabajadores.
Seat es otra empresa igual de jocosa con sus constantes despidos y regulaciones de empleo.
Podría seguir con las empresas risoterapéuticas y no acabar de enumerarlas hasta agotar los recursos madereros del planeta.

Pero sí hay dos cosas que se deben resaltar, dos fenómenos que han hecho mear a más hombres y mujeres que el evacuol:
1. El condón con anillo vibrador. Ves a la peña en el supermercado tope sonriente cuando se aproximan al expositor de condones, se les escapa la risa como un soplido incontenido ¿con que estamos en un país informado y sexualmente liberal, eh? España es un país más provinciano que unas alpargatas. Zapatero, al igual que el resto de la peña, ríe con la misma cómica ignorancia.
El condón vibrador, en definitiva ha hecho sonreír a medio mundo (la otra mitad no sabe lo que es un condón); les ha abierto la mente hacia otras formas de copular que no sean el mete-saca a la tía que tienen debajo y que bosteza mientras el marrano está empujando encima.
Y ríen maliciosos, sin acabar de entender…

YO no me río, YO tenso los gemelos, contraigo fuertemente los pies y empujo más fuertemente, adentro, al fondo; cuando me cor…
Maldita sea, ya me he vuelto a distraer, no sé en que jugoso coño estaría yo pensando ahora.
¡Ah, sí! Es que me daba risa cuando ella me decía que controlara. Yo le decía que sí, que controlaba muy bien.
Que niño más hermoso nació, ¡qué risa…!


La 2ª cosa actual y por si no habían suficientes motivos para reír mucho también es:
El carnet de conducir por puntos. La peña está ahora confusa y los pacientes de la risa, también. Más aún.
Ellos ríen porque piensan que esta mierda de los puntos, es como en las ferias, en los autos de choque. En los cuales, cuanto más se estrellan, más se ríen, más puntos les dan. Incluso una ficha gratis.
Si circulas al doble de la velocidad permitida te regalan con 10 puntos, por chulo.
Si conduces borracho, te pagan un puto o puta de la Europa del Este o Rusia mismo, en el burdel de carretera más cercano al lugar de la infracción.
Y si atropellas a un ciclista, es que se revuelcan de risa los jueces y los agentes y te regalan un paquete de Marlboro blando.
Y así, de risa en risa, creen conseguir un carnet de conducir con más puntos que la cabeza de Mandela ser la envidia de todos.

La risa de todos.

Otra cosa por las que se puede uno reír es al ver al niñato de turno estrenando carnet y buga, haciendo petar los altavoces con una de esas rumbas marginales tan malísimas que compran en las gasolineras, al lado de los DVD pornos.
Sólo hay que mirar la cara oscilante del idiota, visualizarla cuando se está en grupo y partirse la caja riendo.
Si encima, meten una música ridícula como el Reguetón (música del tercer mundo para los que ambicionan ser raperos horteras con mucha quincallería colgada del morenazo cuello; adocenados…), se les herniarán los músculos maxilares.
Quiero decir que con solo mirar a nuestro alrededor, uno no tiene más remedio que reír.


O te ríes o te lías a pegar patadas a los borregos hasta que se les cae la lana al suelo.

¿Y por qué se visten con ropa de deporte y mallas los pacientes de risoterapia? Encuentro que es sacar las cosas de quicio elevar a rango de actividad física el reír como un neurótico histérico; no es lógico. Es tan idiota que dan ganas de reír.
Aunque debido a mi especial forma de ser, a mí me dan ganas de blasfemar y tirarles el humo del tabaco a la cara para que se jodan.
Entiendo que si se comen mucho el tarro, reirán hasta cansarse pero; seguirán igual de gordos y fofos.

Como mucho, se impone un pañal.

Sigo preguntándome con insistencia, con vehemencia, que tipo de locos son los que necesitan terapia a base de reír.
Porque quien precisa terapia es que no está sano. Está enfermo; o pero aún, es un enfermo.
Esto de la semántica también es cantidad de hilarante.
Los grandes maestros de la risa, los risoterapéutas tienen ases en la manga, y cuando parece que no hay ya más motivos para reír, van y les grapan a sus pacientes en la nariz el recibo salarial del mes en curso.
Es ahí, en ese instante, cuando se curan de toda su ponzoña interior o se destruyen irremediablemente.
Por unas décimas de segundo se liberan de su tara mental, se hace la luz en sus minúsculos cerebros y con la mandíbula dolorida y reflexionan:
¿Pero… de qué coño me estaría riendo?


Justo lo que yo pensaba y sin tener que hacer el ridículo.

YO, en mi condición de carismático pensador, no os aconsejo este tipo de terapia. Porque no nos engañemos, el que ríe el último, no ríe mejor. Simplemente está solo y desesperado.

“Este es el cuento de María Salamiento que cagó tres pelotitas al viento:
Una para Juan.
Otra para Pedro.
Y otra para el que hable primero (y no vale reír)”.


¿Será ésta una de las fórmulas hilarantes secretas de los grandes arquitectos de esta secta risueña?
Ya me he cansado de rajar.
Buen sexo.
Ja, ja, ja, ja y ja.
Buen sexo.

Iconoclasta, 24-6-06

13 de junio de 2006

Llorar

No pasa nada grave, a veces ocurre.
Una reacción al polen, un resfriado, una mota de polvo, una puñalada en el corazón…

Suele pasar, uno llora sin que le den permiso, sin razones (mentira y mentira y mentira). Sin ser necesario.
Llorar no es grato, sea cual sea el desencadenante es un producto del dolor. Hasta para el llanto de la risa, los ojos lloran por unos pulmones cansados de reír. Colapsados.
O emocionados porque hacía tiempo que no reíamos tan a gusto; sin quererlo los ojos lloran por tiempos pasados.

Llorar es la putada de las putadas.
Es una locura. Debemos consolarnos diciéndonos lo sensibles que somos y no hemos de sentir vergüenza por llorar. Las lágrimas son una respuesta física a una piel deshidratada, seguro que arrastran colágenos y alisan la piel.
Algo bueno tiene que tener todo este fluir.
Un bálsamo de juventud.
Mentira.

Ojalá sintiera vergüenza en lugar de este dolor que me hace ver puntos de color rojo en el aire. Que me dobla como una náusea.
Cuando uno llora es porque la cota de dolor se ha hecho insoportable. Seamos claros y sinceros por una vez, coño.
¿Veis? Lloro de risa, recuerdo su sonrisa traviesa cuando me pegaba en la piel desnuda de la espalda un vaso frío para sorprenderme. A ella le gustaba mi escalofrío, mi desmesurada reacción al frío repentino. Y sólo fueron dos o tres vasos los que la hicieron reír.

Si esto es mi risa ahora, me cago yo en la puta risa.
¿Por qué siento estas ganas de arrancarme el cabello a tirones?
Dejad que me engañe.
Ella siempre sonreía, decía de sí misma ser especial, que se bebía la vida a tragos largos dejándose embriagar.
Me meso los cabellos de risa también.
Aprendió a reír con los chistes de otro.
No tenían gracia aquellos chistes y ella le reía, le animaba acariciándole el hombro.
Quise creer que era simpatía y amistad.
Me engañaba yo mismo y lloro mi vergüenza también.

No me quería ya, porque cuando quiero a alguien, si llora, lo acojo entre mis brazos y le digo que todo se arreglará.
No sentí consuelo alguno, no me arropó.
Pero está bien, con tanta lágrima he rejuvenecido.
Si pudiera mirarme en el espejo con suficiente claridad creería tener diez años menos.
Lágrimas bellas.

No hay belleza alguna en llorar. Es horrible llorar por ser indiferente para ella. Me siento desgarrado, partido.
Me han arrancado el podrido corazón con las uñas.
He de convencerme de otra cosa: no es por ella este llorar sosegado e intenso.
Goteo por alguna aleatoria razón fisiológica. Tal vez soy alérgico a mí mismo.
Me juro a mí mismo que no hay una voluntad destrozada tras esta cascada salina.
No hay fracaso ni condenación.

¿Acaso es pecado llorar por nada?
¿Acaso no sería mucho más insensato lanzarse por este acantilado y que mi cráneo fuera rojo coral sobe la superficie de las verdes rocas?
Volar libre de dolor.
¿Las rocas llorarían al matarme?
No, en absoluto, sería un simple efecto visual desde la distancia.
Las rocas lloran solo emocionadas.
Como yo.
No lloran, es la sangre que se escurre por ellas, la que les da esa trágica apariencia.
No les importa mi muerte, en otro tiempo fueron hombres y mujeres que lloraron. Ya padecieron bastante.
Cráneos verdosos…
Ellas no están solas, no tienen porque llorar, el agua las besa, las abraza… Y aún así, lloran.
Se erosionan por amor.
Las rocas no son alérgicas a algo.
Yo sí, por eso goteo lágrimas.
No lloran como yo desde hace una eternidad.
Es la mar furiosa que llena de sal sus ojos.
Y lloran…

Lloran como cabronas, como yo.
Cabronas como un perro abandonado, así de tristes.
Perro… Los perros son buenos, no son cabrones como yo.
Algo debió pasar que me ha convertido en algo detestable.
Algo a lo que abandonar.
Estúpidas lágrimas… Me escuecen los ojos.
Es un escozor parecido al que me produjeron sus palabras: “Ya no es lo mismo ahora, he de marchar; no puedo soportarte por más tiempo”.
Duele mucho eso, duele infinito.

Ella siempre dijo que era especial, que no se podía atar a nadie. Ella siempre joven y risueña. Y yo envejeciendo sin poder evitar el paso del tiempo como ella lo eludía.
Yo la creí, simplemente disfrutaba de ella cada minuto.
Cada minuto era una victoria en la que el premio era retenerla a mi lado.
Pero se ha marchado, ha subido al coche de aquel hombre joven que cuenta chistes malos. Sonriente como ella.
Llorar… No aporta ningún beneficio. Hace daño.
Las lágrimas no me han rejuvenecido en absoluto, mis arrugas se han acentuado.
Necesitaba engañarme.

Soy viejo y llorón. Las lágrimas me marchitan aún más. Y el dolor es intolerable, insostenible. No hay mentiras que me engañen, lo sé todo.
Tal vez las rocas me acepten, el mar...
Lloraremos juntos.


Iconoclasta

6 de junio de 2006

El follador invisible y el pecado

Hay instantes en los que recapacito, en los que hago examen de una conciencia que no tengo, al menos no al uso teológico que le conceden algunos. A veces me siento… ¿místico?
No me arrepiento de nada, es mi condición.

Da igual que naciera humano, ahora soy un monstruo que no conoce límites. Lo afirmo con apasionado orgullo.
Puede ser que algún día me encuentre con mi creador y todo acabe para mí como si de una buena lección se tratara; pero desde aquel día en que mi cuerpo agonizaba y él insufló su espantoso aliento en mis pulmones, he olvidado lo que es ser humano. He olvidado tener miedo a castigo alguno.
Y es bueno porque no siento el dolor y miedo que hago sufrir. No soy capaz de imaginar esas sensaciones.
Formo parte directa del equilibrio y desequilibrio del planeta, soy una fuerza evolutiva un tanto caprichosa.
Someter a un humano al terror de lo invisible es una necesidad para mí.
Vivo para ello.
Haga lo que haga, mis víctimas conocerán la locura. Si han disfrutado, pasarán lo que les queda de vida buscando ese placer. Si han sufrido, temerán volver a encontrarse conmigo.
Sólo los que mueren tienen paz.

No sé lo que me apetece hacer con mi víctima, no sé si matarla o regalarle más instantes de vida. Muchas veces improviso sobre la marcha, la intuición de hacer lo correcto me guía.
Pero vosotros no hagáis lo que yo. Estaría mal este comportamiento en un humano.

Ahora estoy trabajando a una anciana y sé que goza en algunos momentos, pero no solo por el placer sexual; está senil y cree que ha sido bendecida por algún santo, por su marido, por dios…
Llevo trabajándola más de seis semanas y está a punto de romperse.
Aunque no es mi pieza exclusiva, es aburrido trabajar mucho tiempo con la misma.
De vez en cuando doy vueltas por ahí y me dejo llevar por el romanticismo de la aventura ¡Ja!

En una ocasión acudí a una iglesia y bebí de la pila del agua bendita, no lo hagáis; es sucia y asquerosa. Tuve que escupirla y a punto estuve de ser indiscreto.
Me acerqué hasta el confesionario, allí la gente es más sincera de lo que dios y el cura quisieran.
Hay muchos pecados que son pensamientos lujuriosos. Normal, hay mucho viejo que no ha follado en años, están nerviosos y ponen nervioso al cura.
Yo tampoco soy delicado.

Aquella vieja de collar de perlas y pelo violeta desvaído en forma de nube de algodón se arrodilló en el confesionario y yo me acerqué mucho a ella, íntimamente casi.
Era perfecta, delgada; poca cosa. Un bolso que no pesaba colgaba de su brazo, sus manos temblaban continuamente. Sus dedos se abrían y cerraban en un tic molesto cuando llevabas un rato mirándola. Su cabeza parecía decir “no” a ratos. Si no estaba rota, le faltaba muy poco y decidí acelerar su derrumbe.
Antes de arrodillarse se cubrió el pelo con un pañuelo negro.
Yo me encontraba tan cerca de ella que se sentía incómoda sin saber porque. Giró la cabeza hacia atrás, escudriñando un pasillo de bancos vacíos.

-¡Juana! Ave María Purísima.

Se había distraído con la presión que mi aliento ejercía en su nuca y el cura la urgía para que comenzara a soltar su basura mental.

-Sin pecado concebida.-contestó la vieja.-Perdone don Damián, me había distraído.

Y la vieja comenzó su confesión.

-Hace días que siento un dolor muy fuerte en mis partes y siento ganas de acariciarme. Padre, sé que si empiezo no podré parar.

Yo flipaba con la vieja, sabía que estaba mal pero no tanto, coño.
Oí carraspear incómodo al cura.

-Tienes que ir al médico, lo que te ocurre no es pecado.

Yo dije en un susurro y pegado a la ventanita de confesión:

-Don Damián, estoy caliente.

Estoy seguro de que si el cura estaba tomándose un ácido en aquel momento, lo debió escupir contra la pared del confesionario.

-Juana… No creo que eso le interese al Señor.

-Padre, yo no he dicho eso, es un espíritu el que habla.

-Aquí no hay nada ni nadie más que nosotros.

Esa vieja era una mina, así que cogí uno de sus pechos pequeños y fofos, pero protegidos por un sostén que parecía una coraza, y presioné con fuerza. Abrió los ojos como platos y sus dedos parecían bailar descontrolados.

-Me acaba de tocar, don Damián.

-Juana, te repito que has de ir al médico y ahora mismo. No estás bien, lo que te ocurre no es normal.

Don Damián se enjugaba un sudor inexistente con la estola. Estaba nervioso.
Se me escapó una risotada, no tengo aguante para estas cosas.

-Juana, estás muy mal. Si no vas ahora mismo al médico, hablaré con tu hijo; si es por un riesgo de salud romperé el secreto de confesión. Esto no es una película.

-Salga y mire, don Damián. Me está aplastando el pecho y me duele. Mire la blusa como está arrugada.

-¡Ya está bien! Te absuelvo sin penitencia, pero vete ya…
El cura dejó de hablar interrumpido por el “ay” de la Juana.

Solté su pecho y a través de la falda metí mi mano contra su coño. Era una posición incómoda para mí.

-¡Ay! Me está tocando mis partes.

-¡Ya está bien! Ahora mismo llamo a urgencias.

La Juana se santiguó y cuando se incorporaba, le di una fuerte palmada en el culo. Perdió el equilibrio y le dio un cabezazo al confesionario.
Don Damián salió del confesionario más rápido que la mano de Judas cerrándose sobre las tres monedas de oro. La ayudó a incorporarse y la guió hacia el banco más cercano.

-Voy a llamar al 061. Espera aquí tranquila, te traeré un vaso de agua.

Yo pensé que si le daba agua bendita, encima se cagaría por la pata abajo.

-Déjelo don Damián, si ahora ya me encuentro mejor.

-Sí claro… No te muevas, vuelvo enseguida.

Y el viejo y pequeño cura se hizo invisible entre las sombras camino de la sacristía.
Juana estaba a punto de romper a llorar, estaba muy asustada. Huelo el miedo.
Le susurré al oído:

-Te pica ahí abajo, Juana. ¡Ráscate!

Se sobresaltó, los dedos se le crisparon en el regazo de la falda a punto de tocar su sexo. Pero dominó el impulso y cogió el bolso con fuerza con las dos manos. Como una náufraga a una tabla.
Don Damián se hizo visible de golpe y fue él quien me sobresaltó a mí.
¡Qué cabrón!

-La ambulancia llegará enseguida, también he llamado a tu hijo. Sale ahora del trabajo hacia el hospital para acompañarte.

Juana lloraba muy nerviosa, hablaba a nadie en concreto.

-Dios me castiga por haber engañado a Manolo.

Al final uno se entera de cosas si sabe presionar lo suficiente. Sin piedad.
Así que la viejecita fue un poco guarrona con el buenazo de Manolo…
Como siempre, entraron los sanitarios con gran escándalo haciendo toda clase de ruidos con la camilla de ruedas. El médico tenía pegado un móvil en la oreja y debía reírse con las obscenidades de alguna guarra.
Piensa bien y acertarás…

-Fuiste una puta.-me apresuré a decirle antes de que llegaran los tres hombres de vistosos y alegres chalecos.

Parecía querer hablar, pero era un incontenido temblor de sus labios. No era miedo, era mortificación, la angustia de sus católicos remordimientos.
Uno se siente como dios jugando con estos seres. El poder supremo reside en la capacidad de acabar con alguien, de empujarlo hasta que caiga y se haga añicos.
Esta vieja pedía a gritos un castigo.

Los sanitarios la invitaron a subir a la camilla a pesar de que ella no quería.
Cuando se estiró, le sujetaron las muñecas y rodillas con las cintas, como buena enferma mental que era.
Una vez asegurada y tranquilos de que no saltara de la camilla y saliera en veloz carrera en pos de la libertad, se dirigieron hacia el médico y el cura que cuchicheaban retirados.
Me la dejaron sola de nuevo.

-Tu coño es sucio, Juani.-y le atenacé el chocho hasta que su rostro frágil se convirtió en una mueca de dolor.

Sufría con un silencio escandaloso.
Y dejé que mi pene se posara en una de sus manos inmovilazadas.

-¿Buscabas una más gorda que ésta?

Yo no sé una mierda de psicología, sólo soy un ser invisible sin más pretensiones; pero de pura lógica es que su marido la llamara Juani y que el reproche de buscar una polla gorda la haría sentirse una mierda.
Estoy seguro de que era una buena mujer, no soy un carca del opus y no creo en la infidelidad; pero como he dicho, soy completamente insensible al dolor ajeno. Cuando comienzo algo no puedo parar, debo llegar hasta un final. Hasta aquel coño canoso que me hubiera follado en ese momento si con ello la pudiera haber destruído impunemente. Sin testigos. Luego la hubiera matado, por supuesto.
Los cuatro hombres se acercaban a la camilla.
Don Damián acarició la mano que sobresalía de la camilla.

-Todo irá bien, Juana, no te preocupes. Te harán unas pruebas y pronto tu hijo te llevará a casa.

El médico la auscultó por segunda vez antes de llevarla a la ambulancia.
La vieja lloraba.

-No llore mujer, está usted muy bien.-le mentía el médico.-A su edad algunas venas no logran llevar toda la sangre necesaria al cerebro; pero tiene un sencillo tratamiento; cuando llegue al hospital le harán unas pruebas indoloras y a la noche podrá descansar en casa. Animo, Juana.

Empujaron la camilla hacia la salida y aún cuando la subieron a la ambulancia, no pronunció ni una sola palabra.
Los sanitarios subieron a la cabina tras cerrar la unidad con Juana, el médico y yo en el interior.
El médico se sentó al lado de Juana, a la cabecera. Yo me quedé a los pies y cuando cerraron las puertas casi me caí encima de ella.

Cuando la ambulancia ya estaba rodando, atenacé con fuerza su vagina, el médico hablaba ensimismado por le móvil y no se percataba del extraño bulto que formaba la falda de Juana; no se enteraba de que una mano invisible deformaba la tela ni de la intensa angustia que desfiguraba el rostro de la vieja.
Aparté sus bastas bragas a un lado de la entrepierna y le metí tres dedos con un fuerte y seco empujón.
Tensó los brazos y las cintas chasquearon en la barandilla, las hebillas hicieron un ruido metálico que captaron la atención del médico.
Este se metió el móvil en el bolsillo del chaleco.

-Doctor, otra vez esa presión ahí abajo. Me duele tanto…

-Le voy a inyectar un calmante.

-Se me ha metido dentro, en mi cosa.

El médico dirigió la mirada hacia su falda y percibió mi movimiento saca-mete en la tela.

-¿Pero que está haciendo, mujer?

Levantó los bajos de la falda y descubrió su vagina retorcerse y abrirse por mis dedos clavados en ella. Los labios vaginales absurdamente separados.
No podía dar crédito a lo que veía.
Llevó la mano hacia aquel coño móvil para palpar, pero no llegó.
Posó su mano en mi antebrazo antes de llegar a su sexo y lo siguió con incredulidad hasta llegar a mi muñeca. Sentí su escalofrío en mi piel.
Aquello sí que era miedo.
Se retiró asustado al fondo de la ambulancia y golpeó la venta corredera de la cabina.

-¡Parad! ¡Parad, por el amor de Dios!

Me gusta exhibirme, pero tampoco puedo crear demasiada expectación porque luego hay rumores y no conviene. Es mejor que sólo los locos conozcan mi existencia.

-¡Daos prisa, hay algo aquí!

Aún no había acabado de pronunciar estas palabras cuando le abrí un gran tajo en la garganta con un bisturí.
Parecía una fuente decorativa y casi me hace visible cuando su sangre me salpicó la cara.
La Juana daba pena con el rostro cubierto de sangre, al ver al médico echar toda aquella sangre, se le escapó un “¡IIIIIIIII!” muy agudo que parecía la sonrisa de una posesa.
Yo me retorcía de risa con unas sonoras carcajadas.

-¡Ay Manolo…! Mátame a mí, no lo pagues con este joven.

-Puta Juani, eres una puta.-le decía mientras le liberaba la mano derecha y las rodillas.

La ambulancia estaba aminorando la velocidad.

-Tócate para mí, Juani. Tócate y te perdonaré. No pares hasta que yo te lo diga; aunque abran la puerta. Quiero tu vergüenza. Es tu castigo, marrana.

Y comenzó a masajear su coño descolorido y seco con vehemencia, deseosa de purgar su pecado. Había separado mucho sus piernas y los dedos huesudos se perdían por entre la vulva.
Temblaba violentamente cuando se rozaba el clítoris.
Tenía práctica la vieja, incluso me puso cachondo.
Porque no soy materialista y como he dicho, me siento místico en algunas ocasiones; si hubiera sido más vulgar, lo hubiera grabado en DVD.

Cuando los sanitarios abrieron las puertas retrocedieron espantados.
Y yo salí de allí con el paquete de cigarrillos ensangrentados que el médico llevaba en un bolsillo.
Me encendí uno al resguardo de la sombra de un árbol en aquel ancho paseo y me deleité con el miedo e incomprensión de aquellos hombres, con los gemidos viejos y ajados de la vieja masturbándose loca.
Ellos hablaban con sus móviles y la Juana se tocaba y se tocaba…

La gente se empezó a apiñar en torno a la ambulancia y los sanitarios cerraron las puertas al fin.
Cuando me acabé el cigarro, pensé si se sería inmune al cáncer de pulmón y me acordé que tenía que acabar con el otro ser que tenía a medio destruir. Y me largué de allí con un renovado hambre de destrucción. El placer supremo sólo dura unos segundos.

Y aquí estoy ahora, bendiciéndola, como dios.
Amén.
Ego os absolvo.


Iconoclasta