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31 de mayo de 2006

Correcaminos

Esto no es una pesadilla porque me siento optimista, ligero y bien en general.
Nunca le había sacado la lengua tan rápidamente a nadie.
Y menos a un Coyote.
Yo no digo Bip… Bip…
Pues se ve que sí… Bip… Bip…
Con estas patas tan largas, estas plumas…
Pues no está mal.
Y tampoco debo parecer algo extraño porque la peña ni me mira.
Bip… Bip…

Extraño de verdad es que doy un par de pasos y me planto en la frontera con Portugal; o sea, que todo va muy rápido.
Y me mareo, coño, así no hay quien disfrute del viaje.
Bip… Bip…

Me siento alegre, gozoso, todo es bonito y colorido. No hay maldad alguna y por ello mi pico exhibe una eterna sonrisa.
Estoy atrapado por el instinto de la naturaleza. Y observo con la cresta elegantemente recta a las tías buenas.
A las pájaras.
Bip… Bip…

Por allí viene una que te cagas de buena que está.
Modero la velocidad porque si me paso de largo, me colocaré delante del alegre y sudoroso albañil que lleva un saco de yeso de 20 kg. en el hombro.
Ya colocado frente a la pájara buenorra, erizo mis plumas y abro mis rechonchas alas en una danza altamente erótica mostrándole mis huevos gordos y pelones.

-Bip… Bip… -lo digo con orgullo (¿Quieres venir a mi nido para que te monte y puedas tener huevos tan gordos como estos? Sic)

Gracias a que soy un gracioso, cachondo e inocente Correcaminos veloz como el rayo, salgo disparado dando media vuelta cuando levanta el pie con la intención de deshuevarme de una patada.
En la lejanía escucho su grito:

-¡GUArr…!

Me debe haber confundido con un perro.
Bip… Bip…
¡Oh…! Me ha crecido otra pata más.
Tengo que encontrar una pájara enseguida.

Y me lanzo en frenética carrera guiado por ese pequeño núcleo magnético que dicen los biólogos que tenemos las aves en el pico, para guiarnos en los largos viajes migratorios. Leo mucho.
Pero a mí me guían las tías buenas.
Bip… Bip…

En esta rauda carrera que deja tras de mí un rastro de plumas en el aire, me siento hambriento. Parece que no voy a poder montar una pájara.
Hay un grupo de mesas en la acera ocupadas por gente alegre y feliz que va cogiendo comida de entre los numerosos platos que les llevan los camareros. Y beben…
También tengo sed.
En menos de unas décimas de segundo me planto al lado de un gordo con camiseta de tirantes y con una rapidez y precisión mecánicas picoteo su plato de patatas bravas y me bebo la rica cerveza fresca.
Amo a la gente que comparte su comida.

-¡Será hijoputa!-grita el gordo.

Yo miro atrás para ver a quien se refiere.
De improviso me lanza gratis la jarra de cerveza vacía y antes de que se rompa contra el suelo, ya estoy en la acera de enfrente.
Bip… Bip…
Los Correcaminos no vamos por ahí con una jarra de cerveza vacía entre las alas.

Ahora a por la pájara.
Con la tercera pata dolorosamente dura llego a la playa guiado por mi instinto.
Hay muchas pájaras y de muchos colores.
Una que está muy roja y se protege del sol cubriéndose los ojos con la mano, me pide un helado.
O es graciosa, o el calor la está haciendo delirar.
Le sirvo un sonrosado y mojado sorbete de carne. Me coloco encima de ella, la monto, la piso y grita:

-¡Ah! ¡Ah! ¡Ah! ¡Así cabrón!

¿Por qué tienen que insultar a un Correcaminos amable las pájaras cuando gozan? Le quitan romanticismo al acto.
Bip… Bip…

-¿Qué estás haciendo con mi novia?- me pregunta un calvo rasurado y con gruesas cadenas que cuelgan de su poderoso tórax.

¿Es que nadie ve bien en la playa?
Y le respondo con un temblor y un gemido:

-Bip… Bip… - (me estoy corriendo ahora mismo ¿o es que no lo ves? Sic)

Y ahora, la mujer se protege de los rayos UVA la piel de la cara con una crema blanquecina y densa.

-¡Uhmmm…! ¡Así… toda para mí!

El calvo hortera salta hacia mí, sólo se abraza a una pluma en el aire.
Se debe haber molestado porque se ha quedado sin sorbete. Da igual, yo no les doy sorbete a los pájaros.
Qué raro… mi tercera pata golpea contra las rodillas. Está flexible.
Pero me siento menos tenso.
Bip… Bip…

Estoy cansado y hace calor, así que aflojo la marcha para no pasar de largo un banco que se encuentra bajo la sombra de un árbol. Es una calle tranquila y solitaria. La gente debe estar comiendo en sus nidos.
Los elegantes y rápidos Correcaminos necesitamos descansar.

Bip… Bip… Rorrrro… Rorrrrooo

Me despierto sobresaltado. Alguien se ha sentado a mi lado.

-¡Hey! Hola colega. Me voy a meter un chute aquí a la sombra ¿no te molesta, verdad compañero?
Yo no soy su compañero de mierda. Es que me pone de malhumor que me despierten.

-Bip… Bip…-respondo con desconfianza.

Este me recuerda a alguien, saca de su sucia cazadora vaquera una jeringuilla gigante marca ACME y una papelina que dice: Heroína super-explosiva marca ACME.
Ya decía yo…
Es el malvado Coyote.
Acerco el pico a su oído cuando está concentrado mordiendo el cinturón, haciendo el torniquete en el brazo para dilatar la vena; cojo aire ensanchando mi poderoso buche y le grito:

-Bip… Bip…

Las orejas y los bigotes del Coyote se erizan y se eleva como un resorte del banco por el susto que le he dado. Sus escleróticas están vidriosas y me mira con rabia.
Intenta agarrar mi grácil y largo cuello con sus garras y la super-jeringilla marca ACME clavada en un ojo.
Pero el Coyote es lento y tonto, nunca me alcanza y siempre acaba chafado, roto o quemado.
Y así sonriendo feliz, recorro la ciudad velozmente en busca de mi nido. Total, ya me ha roto el sueño…

Ya comienza a anochecer y la gente se mete en sus nidos.
En el portal de una casa muy discreta en una calle mal iluminada, un hombre desnuda a su hija con prisa; la pobre se debe haber ensuciado la ropa porque llora mucho.
Me acerco hasta ellos guiado por mi innata curiosidad inocente y les saludo:

-Bip… Bip…

-¿Y a ti que te pasa?-el hombre lleva una navaja en la mano, se ve que se ha estropeado la cremallera del pantalón de su hija y estaba cortando la tela. Ahora me amenaza con ella, debo inspirarle miedo en la noche; no entiendo nada.

Y como soy un poco cobarde y pusilánime, digo Bip… Bip… y tomo impulso para alejarme de allí muy rápido. Incluso avergonzado.
El suelo del portal es muy liso, resbaladizo. Y no consigo adherencia, se me escapa una pata hacia atrás.
Y claro, mis patas son muy duras y poderosas.
Se clava en el vientre del hombre y tengo que pegar un fuerte tirón para poder sacar la pezuña de su interior.
Ahora sí que la he hecho buena…
La niña, aún hipando, mira a su padre inmóvil con las tripas fuera tendido en el suelo.

-¡Gracias!-me dice en un suspiro.

Tampoco entiendo nada, así que me largo de allí en busca de mi nido y restregando fuerte la pata por el suelo para sacarme de encima el pringue de sangre.

-¡Bip… Bip…!-le digo adiós a la niña ya desde lejos.

Llego a mi nido y…
No me acordaba que tenía una pájara; mi tercera pata se pone tensa otra vez, hay que ver… este instinto me lleva por el camino de la amargura.
Me subo encima de ella.

-¿Otra vez, David?-dice con la voz pastosa de sueño.
Y sin que pueda evitarlo porque ella es una Correcaminos muy rápida, se escurre por entre mis patas y me coge la pata dura con el pico.

-Bip… Bip…-dice saboreándola.


David se ha despertado por la felación que le está haciendo Mari.


-Me has despertado con ese bip… bip… tan mono y además estabas tan puesto…
¡Qué soñarías!

-¿Bip… Bip…?-repitió intrigado David entrecerrando los ojos de placer.


Iconoclasta

28 de mayo de 2006

La muerte de la Rocío

En este momento no ha muerto; pero como si lo estuviera. Es lo que tiene escribir y poseer una prodigiosa imaginación y carismática forma de ver la vida.
Hay que resaltar lo que piden continuamente los familiares de la muerta (o futura) cantante Rocío Jurado:
¡REZPETO!
¡Coño, están obsesionados con la mierda esa del respeto! Dar noticias sobre su estado de salud o preguntar por ella no es falta de respeto. Es un personaje público que la peña durante años y semana a semana ha comprado, pagándola así a plazos. Es de ellos también. Propiedad de los españoles. Ellos (familiares y muerta) se han enriquecido sin dar un palo al agua en muchas ocasiones y como han cobrado, se les ha respetado.
Yo diría que son la hostia puta de respetados.
Los allegados de la muerta no son muy leídos y están habituados a recibir dinero por nada, creen que respeto es un sinónimo en toda regla de dinero.
Algo de razón tienen, aunque no en el aspecto sintáctico.
Ellos quieren más dinero, como yo.
Si lo que piden es discreción, la han cagado. Han llegado tarde.
No se puede ser discreto cuando has vendido a la prensa tus últimos años de guerra contra el cáncer, has montado ruedas de prensa y encima has recibido la medalla al mérito en el trabajo cuando hay millones de currantes que no reciben ni las gracias.
Hay que joderse y tragar, nadie les obligó a jugar. Y aún así, deben sentirse tranquilos, aún van a ganar mucho respeto; perdón, dinero. La muerte de otros da beneficios en el peor de los casos.
A la otra Rocío, la Durcal, no le dieron medalla ni dio tanto la vara.
Que la tengan como ejemplo y dejen de pedir con su poca educación de mierda “respeto, respeto, respeto, respeto…
Y que dejen entrar al fotógrafo para que la fotografíen en su lecho de muerte (reconozco que esto me ha quedado artificiosamente literario); que para eso han cobrado una pasta gansa y han vivido tan ricamente.
No me importa demasiado, pero es curioso y me lo paso bomba escribiendo. Me siento adalid de las reses de la manada que se alimenta de este pienso rosa.
A tomar por culo “pedimos respeto”; que tengan un poco de dignidad y aguanten el resultado de toda esa mierda que han vendido durante años.
El tío Iconoclasta dice: “Si yo me jodo, que se jodan ellos también; que no hay para tanto, llorones”.
A propósito, ayer vi Yo, Robot por segunda vez y me lo pasé en grande; no os la aconsejo porque sois muy sesudos y diréis que es una americanada vana y vacía.
No tenéis sensibilidad; Soni, el robot, es un actorazo de mil pares de cojones.
Os la aconsejo.
Buen sexo.


Iconoclasta

27 de mayo de 2006

Un jamón cortado muy fino

Hace rato que ha despertado y ya está apagando el tercer cigarro. Cigarros indispensables para disipar junto con el humo el entumecimiento mental del sueño, como lo haría el ambientador con el olor a mierda.
Hay silencio porque ventanas y puertas están cerradas, no le gusta oír el exterior cuando aún no está plenamente despierto.
Y ya tiene hambre, siempre se levanta hambriento, pero no se da cuenta hasta que ha fumado demasiado.


Observa la puerta de la terraza: el sol comienza a destruir la cómoda penumbra del comedor y cuando abre la puerta de la cocina, debe entornar los ojos porque los visillos calados crean cientos de rayos de sol amarillento, ese sol que aún no se ha enfadado con el mundo y no se ha calentado demasiado.
Todos esos rayos crean la ilusión de encontrarse ante el umbral de un portal áureo y brillante, el que dicen se forma en los últimos instantes de vida.


-Será para los que mueren en la cocina.- piensa en voz alta, con desgana, despeinado.

-Es una premonición.

Pero su vida carece de cualquier tipo de sobresalto, no hay premoniciones, no hay esoterismo alguno.
La luz baña su torso desnudo, sus brazos, sus manos; al verlos se siente macilento, tísico.
Se siente tan mal como realmente está.
Y aburrido y cansado.
Absolutamente aislado del bullicio que forma la familia al llegar a casa, como si no fuera ya con él toda esa vida.
Podría haber encendido el sintonizador o el televisor y llenar con otros sonidos que no fuera su respiración o sus pensamientos, el ambiente ahora casi aséptico de alguien que ocupa el espacio movido simplemente por las funciones mecánicas del cuerpo.
Porque no acaba de creer que éste sea su sitio, su lugar.


Meses de encierro e inmovilidad lo han sacado del planeta. Demasiadas horas consigo mismo han marcado su mente como un hierro al rojo. No es bueno conocerse, los defectos superan con creces las virtudes si es que hay alguna. Y los errores se amontonan por todas partes.
Reconocer una mierda al mirarse en el espejo no es popular.
Dicen que se debe vivir intensamente y esto no es bueno, no es bueno sufrir intensa y prolongadamente. No se puede ser ecléctico con la vida, no puedes quedarte con lo bello y estimulante. Te meten cucharadas de aceite de ricino continuamente y su sabor es tan intenso como el del caramelo.


Se rompió, murió durante un año, se retiró del juego mientras todo giraba como si nada. Muerto en vida y después una resurrección ingrata, sin alegría. Vivir es moverse, ocupar espacios, influir para bien o para mal en otros movimientos, en otros seres.
La resurrección es dolorosa, un cuerpo que cruje continuamente. Los ojos eternamente entornados en el exterior, demasiado sensibles a la luz. No hay buen humor en una resurrección así, esa sonrisa que a veces se forma en su boca es sólo una mueca de burla a la vida.
No hay recompensa alguna en volver a la normalidad.
Y abriendo la nevera concluye que hubiera sido mejor no resucitar, se hubiera habituado a un relajante y tranquilo ataúd. O se hubiera arrancado los ojos con las uñas, tampoco lo tiene muy claro.


-Cuatro putos días y la mitad son una mierda.-habla mucho en voz alta cuando está solo, siente que su voz es extraña, ajena a él. Le gusta oír a la sarcástica amargura.

Saca la fiambrera del jamón york y la deja abierta en la encimera durante el tiempo que tarda en preparar el bocadillo.
Abriendo el pan, se corta en un dedo.


-¡Joder!-exclama llevándose el dedo a la boca.

Observa el pequeño corte que no duele ahora, la sangre mana rápida y aguada por la medicina que le licúa la sangre; paladea el sabor a óxido mientras deja que las gotas caigan en la pica de la fregadera. No cesa, y es hipnótico el goteo. Su sangre se va a la cloaca para viajar a algún lugar que él no conoce. Su espíritu es su sangre.
Pero esto no le consuela.


-Durante el tratamiento, es muy peligroso usar instrumentos cortantes, si se corta, vaya inmediatamente al hospital, porque no cesaría la hemorragia.-le dijo el cardiovascular hace unos meses.

Pero el corte es pequeño y apenas sangra ya.
Arranca un trozo de papel de papel absorbente y se envuelve el dedo. Se empapa de rojo al tocar la herida, la mancha se extiende y de repente se detiene. Es todo tan predecible…
Riega el pan abierto con aceite; ha manchado de sangre la corteza.


-Un sacrificio al Dios Bocata.

A pesar de todo, es el momento del día que más disfruta: el del almuerzo; sigue siendo un obrero en espíritu y el bocadillo de la mañana es un ritual inexcusable.
Y después el paseo con un caminar lento y doloroso que agota y hace sudar. Arrancar una flexión a un tobillo, a una rodilla a cada paso no es gratificante. Por decirlo de alguna forma. Por decirlo suave.


Al principio los paseos eran un deber, un ejercicio obligado. Ahora, a medida que sus pasos son más seguros y un poco menos dolorosos, se ha convertido en una actividad más distraída. Sobre todo, desde que no refleja el dolor su rostro en cada paso.
Cada día más metros, más tiempo. Increíblemente lento…
Incluso ríe cuando el más viejo del planeta lo adelanta como una exhalación. Pero ríe apretando los dientes, a nadie le gusta perder.
Perder un puto año de vida.


-¡Coño, mierda, joder!

Y siente un deseo loco de estrellar el plato contra la ventana.
Coge de la fiambrera una loncha de jamón y se le rompe entre los dedos.
Le gustan las lonchas de jamón muy finas, aunque se rompan, aunque al final acabe poniendo la misma cantidad que si fueran más gruesas. Es la textura de las múltiples lonchas lo que le gusta. Tiene sus vicios.
La segunda loncha también se rompe y una parte cae al suelo. Y también una lágrima incontrolada, en su desánimo piensa que todo está mal.
Recoge el jamón del suelo y lo tira a la basura con los ojos acuosos.
Otra loncha que se parte, otra lágrima que se desborda. Se siente caer en el abismo.


Con la ruptura del jamón hay otra anímica. El corazón parece suspenderse en una contracción durante una eternidad y todo se le viene encima, como los árboles en un bosque encantado, sus ramas intentan apresarlo.
Siente una emoción extraña por el jamón roto y él está roto. Y así, en el universo infinito, dos sustancias dispares consiguen tener algo en común.
Si el jamón llorara, lo abrazaría.
No consigue sonreír a pesar de visualizarse abrazando la loncha rota.
No consigue situarse en el lugar ni momento actual.
Es algo innecesario como ser vivo, es superfluo. El mundo ha rotado un año entero mientras el permanecía inmóvil. Todo ha evolucionado, todo se ha resuelto sin él.
Y saber esto, es reconocerse como un objeto de adorno. Un jarrón vacío.
El pan manchado de sangre se le antoja algo dramático. Un mal presagio, un sacrificio de sangre sin sentido. Ya ha sacrificado al Dios Miga un año entero de vida ¿Qué más quiere ese Dios podrido?
Sacrificio a la Inutilidad…


Creía que todo sería distinto al recuperar la movilidad, cuando volviera a la normalidad.
Pero no hay normalidad en esa nauseabunda sensación de pérdida.
Abre la boca y consigue enmudecer un gemido al observar el altar de pan y el jamón roto en él.
Es todo tan difícil, tan feo, tan inútil…
Se le ha roto la alegría y el ánimo como una taza de café al estrellarse contra el suelo. La taza se ha hecho añicos al empujarla con la bayeta limpiando de migas la encimera.


-Ojalá me muera…

Hace rato que el bocadillo ha dejado de parecerle apetecible.
Todo se rompe.
¿Y si después de recuperarse, vuelve a romperse?
Hubiera sido mejor no resucitar, no recuperarse de nada; no era necesario esforzarse para llegar a este momento.
Ahí de pie, en la pequeña cocina, muerde el bocadillo sin conseguir arrancarle un sabor.
Lo abandona en el plato, cierra la puerta de la cocina y abre los mandos de gas de los fogones.
No los enciende.


Se mira los pies con impaciencia, lo piensa mejor, sale de la cocina y en una nota adhesiva escribe: “No abráis la puerta, hay un escape de gas. Llamad a los bomberos.”
Pega la nota en el exterior de la puerta de entrada al piso.
Tal vez debería escribir que los quiere, pero no tiene ganas. Seguro que lo saben.
Vuelve a la cocina cerrando la puerta y abriendo el gas de nuevo.
Ahora olisquea el aire, pica en los ojos y la nariz. El olor a nafta no es desagradable. Ahora a esperar un sopor, un sueño. Una indolencia del alma.


Siente un ligero embotamiento de los sentidos y su mirada va a parar al bocadillo, tiene hambre.
Se lo come con gula, arrancándole violentos bocados, ensuciándose de migas y aceite.
Erupta sonoramente y a punto de encender un cigarro, se acuerda de cerrar el gas y abrir la ventana para ventilar la cocina.
Se sienta en el sillón y sin prisa alguna se fuma el cigarrillo.
Ya no tiene los ojos húmedos y parece tranquilo. Se viste con ropa deportiva y arranca la nota de la puerta cuando sale de casa.
Hoy ha aguantado un poco más, son cuatro días practicando, intentando llegar al final. Posiblemente, dentro de pocos días será capaz de aguantar ese escozor y picor de ojos. De no aterrorizarse ante la muerte.
Porque si ha conseguido caminar, no puede ser tan difícil respirar gas hasta morir.
Es cuestión de voluntad y disciplina. Cada día un minuto más, unos gramos menos de miedo.
Y otro día que pasará sin nada digno de ser mencionado. Sin influir ni aportar nada a nadie.
En la charcutería ha comprado 300 gramos de jamón york.


-Córtelo muy fino, no importa que se rompa.

Iconoclasta

19 de mayo de 2006

666 y la intolerable uniformidad


Hay un camino en mi mente soñadora, una ruta ignota que cada día descubro, que cada día, como un ritual supersticioso me obligo a seguir.
No tengo ilusión alguna al emprender el camino, no hay esperanza para la fantasía.
Es una ruta de desaliento y hastío, cada día una nueva desilusión y un nuevo odio. Nuevos rencores.
Es importante encontrar un nuevo mundo cada día, aunque ese nuevo mundo sea ignominioso. Detestable.
Aunque me provoque el vómito, no dejaré de inventarlos. Soy un colono en un continente sin relieves geográficos. Lo único que escalo son las rampas de cemento y sorteo idiotas, ambiciones vacías y predecibles.
Esquivo escupitajos que los mamíferos bípedos dejan como un rastro tras de si.
Un rastro de miasmas y miserias. Nicotina y mierda que arrancan de su cuerpo con las primeras luces del día.
Me esfuerzo mucho en descubrir algo nuevo cada mañana: una flema más oscura, un vómito aún fresco. Pequeños detalles que me dicen que esta mañana no es la misma que la de ayer.
Podría seguir el rastro del animal y clavarle el cuchillo en la médula y quedarme con su piel como trofeo.
Pero aún no he llegado a ese grado de liberación.
No hago lo mismo que esos mamíferos impávidos y atontados en los transportes. Mis ojos se mueven ágiles; observándolos, descubriendo su pobreza día a día. No me he acostumbrado a ellos, me mantengo alerta para no convertirme en uno más.
Este es mi viaje diario a lo desconocido, me conformo con que simplemente, la mierda cambie de color. Es algo que me da esperanza de no vivir siempre el mismo día. No quiero ser el molino de un río seco, que nunca alcanza a mover nada.
No recuerdo haber hecho nada malo en una vida anterior como para estar condenado a vivir en este lugar infecto, en este momento eterno donde cada segundo son años de vida y la vida es tan repugnante, que bastaría nacer y morir en unas horas para conocerla.
Así que me muevo con soltura forzada y precisión por la ciudad. Soportando hedores, y lo que es peor: roces que temo sean infecciosos, que me contagien esa miseria que todos comparten.
Cada día un nuevo camino porque cada día lo odio con más fuerza. Es lo bueno de ser soñador, mantienes viva la ilusión.
Desprecio y hartazgo es mi aventura diaria, es un mundo hostil y cada uno vive como le ha tocado en suerte. Yo me debato en una agónica uniformidad.
Me esfuerzo muchísimo en soportarlo.
No tengo esperanza de salir de aquí, de cambiar; si no trabajo no como, ni tengo casa.
Mi libertad real alcanza unos cuantos kilómetros cerca de mi hogar. Los kilómetros previos a la entrada en mi puesto de trabajo.
Tan cerca que consigo oler el tufo que deja mi culo sudado en la silla de la oficina, aún en mi casa. Y me lavo hasta que me duele la piel.
A pesar de que mi imaginación es prolífica, no puedo evitar sentirme estafado por la vida y debo mirar fijamente el calendario para asegurarme de que hoy no es ayer. Es fácil de entender, no hay arcanos en esta vida de mierda.
Las flemas de hoy parecen idénticas a las de ayer, tan iguales como los vacíos ojos de los bípedos que me rodean. Por eso busco nuevos matices.
Otra tía con las cintas del tanga asomando por encima del pantalón también desteñido. No me excitan estas cosas a estas horas de la madrugada; mi afán es convencerme de que no es el mismo tanga, que la cara de la mujer es diferente. No es la misma. Y por eso miro sólo su coño, un poco por debajo de la cintura del pantalón. Si mirara su cara y la reconociera, me hundiría.
Frena el tren y me aferro a la barra, no quiero que mi cuerpo se relaje y siga la inercia de todos los cuerpos. Me mantengo tenso y firme. Yo no me inclino como ellos, como espigas gordas y deformes al viento.
En mi nuevo camino, el viento sopla en otra dirección y aunque pueda parecer absurdo, siento que mi cuerpo se ladea en esa dirección; al contrario que ellos.
Hay que ser fuerte y constante para ver una nueva ruta cada día. Algo diferente.
En la oficina todo es mucho más difícil, porque salvo por las papeleras vacías, todo es igual que ayer. Debo imaginar apretando los puños que es mi primer día. Que todo aquí también es diferente.
Es muy difícil llegar a este nivel de conciencia. Tan difícil como encontrar algo que apreciar en este estercolero.
A pesar de mi elaborada imaginación, hay momentos en los que me parece casi imposible hallar diferencias.
Parece que incluso mi mente está apresada en este lugar. Apenas me quedan combinaciones para poder alterar la uniforme y estática realidad. Es todo tan predecible como lo son los días en una prisión.
Y así día tras día, sin que cambie absolutamente nada.
Pero cambio yo, cada día me encuentro más hundido, más abatido.
El tren huele como siempre, sin embargo hoy flota un acre olor a podredumbre, un sub-aroma que ofende y recuerda la carne en descomposición. Ahora estoy confuso y no sé si es un truco de mi mente para fabricar otra realidad.
El tren traquetea lento por el túnel bajo la ciudad, hay obras.
El olor persiste.
Mi mente trabaja a mil por hora para discernir sobre la veracidad de este hecho.
Aunque no importa que sea mentira, lo siento como otra realidad; la mía y única.
El sonido de las voces en el vagón se ha amortiguado. Se oyen cuchicheos entre los pocos que ahora hablan.
El motivo es una pareja que al fondo del vagón y apoyados contra la puerta de servicio, se besan con voracidad.
Me encuentro en la otra punta del vagón y hasta mí llega el sonido húmedo de sus besos.
Las manos del hombre son cortas y muy anchas. Están sucias. Sus dedos se meten entre los muslos de la mujer, bajos sus nalgas cubiertas por un vaquero muy ajustado. Se los separa con fuerza, la está excitando.
Ella tiembla de placer muy pegada a él moviendo la cabeza para maniobrar con la lengua que mantiene hundida en su boca.
Apresa durante unos segundos el lóbulo de la oreja de su hombre y lo sorbe entre sus labios a la vez que su pelvis se frota en él. Son labios carnosos y húmedos, pintados con un rojo brillante que empalidece su tez morena. Gordos…
Me hace salivar el imaginar que soy yo el que la besa.
El hombre fija su mirada en mis ojos, con salvaje hostilidad. Está excitado y se envanece de esa preciosidad de melena larga y negra que se agita entre sus brazos.
El color verde de sus ojos es tan opaco y sólido como el de una vieja botella cubierta por la pátina del tiempo.
Hay una antigüedad aterradora en ellos.
Son ojos de bestia, crueles, tan sólo se pueden llamar humanos porque están insertados en un cuerpo de hombre.
Quisiera tener una milésima parte de esa historia. Algo que demostrara que he vivido. Mi única pátina es el polvo que cubre mis zapatos. Mirándolos agradezco a lo que pudiera existir que hoy sea diferente. Que algo extraño y anómalo pase en mi vida.
Realmente diferente y auténtico, sin apenas esfuerzo he conseguido driblar una monotonía asfixiante en un momento en el que siento que no me quedan más recursos.
El murmullo de los pasajeros se eleva, la mujer ha apoyado su espalda en el pecho del hombre. Su tez morena y su nariz respingona le dan una edad inclasificable.
Ha abierto la boca en un mudo gemido de lujuria y nos avergüenza a todos. Las manos de él han abierto la blusa azul celeste y los dedos se clavan en sus pechos desnudos. Se clavan en las enormes aureolas oscuras y los pezones erizados asoman entre los toscos dedos en un impúdico alarde de excitación.
Presionan tanto los dedos, que parecen estar enterrados en las glándulas. Los senos parecen moverse por algo que los agita desde dentro.
Los oscuros ojos de la mujer se clavan en mí humedeciéndose los labios con una lengua extrañamente larga. Se retuerce sobre si misma e imagino que es mi polla la que está entre esas contorsiones extrañas.
Le sobreviene un acceso de placer y eleva los brazos por encima de la cabeza mostrando un torso que se mueve sinuoso e hipnótico.
Su mirada baja hasta mi paquete y mi pene se convierte en una estaca húmeda. Mi glande sensibilizado me provoca un deseo paranoico de ir hacia ella y morder sus pezones, rasgar su pantalón y follármela de pie, sujeta en los brazos de él.
Violarla sin compasión.
Sus piernas separadas y arqueadas me hacen sudar. Me excita la forma en que presiona con sus nalgas en los genitales del hombre. Me la ofrece caliente, como una puta, como una esclava.
Los pasajeros, los que han conseguido salir de su estupor, les imprecan elevando la voz por encima del estruendo del tren. Una mujer mantiene la cabeza de su hija entre los brazos ocultándole la escena que tiene lugar al fondo del vagón.
Sé que el coño de ella está tan empapado como mi glande; se ha metido la mano por dentro de la cintura del pantalón y se acaricia. Sus gemidos son enmudecidos por el chirrido de las ruedas y siento la necesidad de acercarme hasta ella para escuchar su letanía de placer.
El hombre brama de repente:


-¡No os hagáis ilusiones, La Dama es para él!-y sus palabras se extienden claras y feroces rebotando contra las paredes del vagón. Su dedo índice apunta hacia mí y la uña ennegrecida y mellada parece que rasga la cargada atmósfera del vagón.

Las cabezas de los pasajeros se han girado hacia mí y me miran con ojos estúpidos de incomprensión.
Es todo de una realidad tan clara que me siento emocionado.
La cabeza del hombre parece un acerico plagado de finas agujas. Pelos duros que no se mueven. Su mandíbula está tensa conteniendo algo peligroso.


-¡Miradlo! Se siente asqueado, infectado de vosotros. Y ha deseado tanto que ocurra algo extraño que estamos aquí por él, por su deseo vehemente de salir de este mundo plano que habéis creado. Ninguno de vosotros merecéis a La Dama Oscura, sólo él, el que lo desprecia todo y se siente sucio entre vosotros. Uno entre millones. Y en honor a él, vais a morir todos, monos.

-¡Calla, loco!-exclama un hombre joven trajeado que sostiene la mano de su compañera.

El hombre lleva las manos a su espalda y éstas vuelven a aparecer con dos enormes pistolas plateadas. La Dama Oscura mete también las manos en la cintura del hombre y saca otras dos armas.
Por encima de los primeros disparos, se escuchan gritos aterrorizados.
Y la sangre… La sangre mana tranquila de entre los cuerpos que caen o quedan inertes en los asientos. Es lo único que fluye dulcemente en esta escena absurda e imposible.
Los pasajeros se protegen tras una barra, tras un respaldo, o tras otro humano. Y tras este, otro que se agazapa esperando que la bala no pueda atravesar los dos cuerpos.
Hay un miedo enloquecedor, es terror puro el que trae la muerte.
Yo no tengo.
Otros intentan esquivar las balas, se mueven con cada disparo de un lado a otro, retrocediendo. Y mueren cada vez más cerca de mis pies.
La pareja se acerca tanto para disparar, que es imposible esquivar nada, los tiros a bocajarro suenan más apagados.
La Dama Oscura sonríe a una vieja de boca temblorosa, le apoya el cañón en el pecho izquierdo y se agacha hasta su oído:


-Nunca seré como tú, vieja mona.- su susurro me llega claro y nítido.

El cuerpo de la anciana parece hincharse en el mismo momento de la detonación, desde dentro. Parece elevarse para desplomarse de nuevo en el asiento, como si un terremoto sacudiera sus entrañas. Queda inmóvil en el asiento con las piernas abiertas, es una imagen que me desagrada.
Me desagradan sus muslos blancos y fláccidos.
El mata sin pasión, si acaso, media sonrisa socarrona. Ella está salvaje con la blusa abierta y la piel salpicada de sangre. Me vuelve loco de excitación. Sus pechos se mueven voluptuosos con cada disparo, con cada gesto.
Lo único que queda del mundo vulgar en este vagón, es la luz. Los fluorescentes arrojan una luz fría y verdosa. Objetiva. Y le restan a la sangre el brillo especial que debería tener, parece un aceite marrón y sucio.
Impertérritos los fluorescentes alumbran con el mismo desinterés a la muerte y la locura.
Ni aún ahora que puedo oler sus alientos, tengo miedo. Sólo ilusión, una esperanza que se abre a un mundo nuevo y diferente. La uniformidad se ha volatilizado y no me importa morir; es todo lo que quería de esta puta vida.
Me da igual pesadilla o hermoso sueño, cualquiera de las dos opciones es válida para escapar de la atracción gravitatoria de la monotonía.
Ya no moriré sin conocer una verdadera emoción. No quería morir de cáncer de hastío.
La niña me arranca de mis reflexiones, de mis sinceridades. Le grita y suplica al hombre que no la mate; retrocede ante él y cae al suelo al tropezar con un cuerpo tirado y entre las piernas inmóviles de cadáveres aún sentados. Se protege la cara con la mochila cuando la bestia le apunta con una sonrisa inhumana.
Es la última detonación; algunas cuentas de colores que la niña lleva en las múltiples trencitas de su cabello, chocan contra el suelo y ruedan siguiendo la inercia de una curva hasta que quedan pegadas en un charco de sangre. La parte inferior trasera del cráneo de la niña ha desaparecido y una cortina de gotas espesas de sangre empieza a bajar por sus ropas.
El vagón hiede a sangre y orina, siento náuseas.
Así huele la muerte, la maldad pura.
Toda mi apatía y desilusión se ha disipado, ahora que soy el único pasajero vivo o consciente del vagón, la sombra del temor se cierne sobre mi ánimo.
Pero no puede con mi excitación descontrolada.
Hay más de cincuenta cuerpos inertes, se escuchan algunos gemidos lastimeros de un montón de cuerpos apilados a los que no prestamos atención.
El se acerca, sonriéndome cordial. Dos viejos conocidos.


-¿Te imaginabas esto? ¿Realmente aceptas la masacre como una liberación de tu angustia vital?-me habla tan cerca de mi rostro que siento su aliento fétido, me aturde, me marea. Es tan extraño…

-Lo asumo. Asumo el miedo que ahora siento como algo necesario. Acepto la muerte que me espera como pago a este conocimiento de vuestra locura, de vuestra maldad pura. Acepto la muerte que me libera de este antro anodino. Sé que cuando muera iré a tu infierno, no me reencarnaré en una muda flor o en otro vulgar humano, en un impasible gusano. Cada día será doloroso.

-Estás muy loco, primate. ¿Quieres morir ahora?

-No. Pero poco importa. No eres un hada buena ni ella Campanilla. Eso es cosa de tu voluntad.

El se acerca aún más, abre la boca y saca la lengua, recoge las gotas de sudor que mana por mi rostro con ella. El miedo me inmoviliza.
La Dama Oscura se acerca hasta nosotros y deja las armas a mis pies. Fuerza a la bestia a que se gire hacia ella y lo besa profundamente, alejándolo.
Lo abandona y gira hacia mí. Me hunde su deseada lengua en la boca, sus fríos y afilados dedos se posan en mi nuca provocándome un escalofrío. Me funde…
Sus pechos oprimiéndose contra el mío provoca que mi polla se colapse de sangre, meto las manos por dentro de su pantalón, no lleva bragas y clavo los dedos en sus nalgas, deslizo un dedo en su ano y la presiono fuerte contra mí, quiero que se funda conmigo, que sea yo o ser ella.
Deseo lamer toda su piel, beber su agua, hundir en su coño la lengua, los dedos, mi pene… Mi puto corazón.
Quiero follarla por el culo, encima y ante los muertos y los que agonizan, ante los vivos y matarlos si fuera preciso.
Resbalar tendido en un charco de sangre follándola.
Me siento bestia salvaje con esta belleza entre mis brazos. Por primera vez en mi vida, me encuentro en mi sitio, en mi lugar. Todo tiene sentido, color y sabor. Olores…
La muerte que esnifo es soportable comparada con la angustia de todos estos años, de toda esta vida.


-¡Fóllala!-sisea la bestia desde un asiento. Se ha desnudado y está sentado en un charco de sangre. Ha empujado dos cuerpos contra el otro extremo para hacerse sitio. Su glande se ensucia con la sangre del asiento pendiendo fláccido; la sangre rebosa de sus muslos, de sus nalgas. Y parece cagar sangre, tal vez lo haga; no lo sé.
Sus armas descansan en la espalda empapada en sangre de la niña de las trenzas. Se enciende el enorme puro que ha sacado de la sucia camisa que ha tirado en el suelo tras arrancársela sin desabotonar.
Ha apoyado el brazo indolentemente sobre el cuerpo de un hombre canoso y el pie izquierdo lo mete por entre la falda de una mujer que aún agoniza a sus pies entre pequeñas bocanadas de sangre. Hay un feo agujero en su garganta.
Su pene se endurece, crece; y para liberar esa tensión, golpea con fuerza el asiento con su polla salpicando gotas de sangre con cada golpe.
La sangre que gotea espesa del glande parece un moco rojo.
La Dama se ha arrodillado y se ha metido mi polla en la boca, sus dedos me acarician los huevos y yo empujo con fuerza para hundírsela más adentro. Que se ahogue la puta. Se la quiero enterrar en la gola.
Recita unas extrañas palabras, entrecerrando los ojos. Con la voz ronca y gutural de una boca ocupada, llena de mi polla.
Si ello es posible.
Y a pesar de intentar prolongar el placer, me vacío en su boca, indefenso. Sus labios me rozan el pubis. Se contrae el vientre y las rodillas se me hacen goma.
Todo adquiere un tono onírico que me hace dudar de la realidad. Estaría así lo que me queda de vida, con mi semen goteando en un linóleo sucio de sangre.
Se incorpora y me besa, siento el sabor ácido y dulce de mi propio semen. Uno de sus pechos, muestra un reguero de semen que lamería con la lengua hasta hacerla sangrar.
Mi pene se encoge y pende desgarbado de la bragueta abierta. No me molesto en guardarlo.
La Dama Oscura se acerca ahora a la bestia desnudándose completamente. Sus nalgas están llenas de arañazos y cicatrices. Alguien la mordió con fuerza en la nalga derecha, le falta un trozo de carne. Debería yo clavar las mías en ellas y hacerla sangrar.
Le posa la mano en la pierna y le hace retirar el pie del coño de la moribunda, aferra su pene arrodillándose entre sus piernas y lame ávidamente el glande ensangrentado.
El gruñe como un felino, tiene tensos los brazos y piernas por un placer que intenta controlar.
La Dama Oscura se incorpora y se dirige a un rimero que forman cuatro o cinco cuerpos, o diez… no importa.
Con cautela se tumba de espaldas en la cima y eleva las piernas abiertas ofreciéndole a la bestia su vulva abierta. El se acerca a ella, pisando piernas y manos sin ningún cuidado y se arrodilla ante el altar de carne para lamer el brillante y húmedo coño. Ella gime impúdicamente clavando las negras y largas uñas en la carne muerta de un brazo que cuelga bajo su espalda.
El hombre se levanta, y mete sin miramientos el pene entre los carnosos labios, hundiéndolo en ella y ha aferrado su melena para mantenerla firme entre las embestidas a la que la somete.
El tren decelera, se aproxima la siguiente estación; una voz grabada comunica a los muertos el nombre de la próxima estación. Empuño el freno de mano y tiro de él.
Entre los suspiros de La Dama Oscura, él me clava la mirada con ojos feroces, no pestañea a pesar del sudor que se derrama por sus párpados, ni por las obscenidades que clama La Dama Oscura.
El tren se detiene con brusquedad tras un prolongado chirrido y las expiraciones entrecortadas de los dos seres parecen llenar el mundo entero.
Ahora es él quien gruñe con más fuerza, ha apresado el tobillo del pie izquierdo y elevado la pierna para facilitar una penetración más profunda. El pie de La Dama se congestiona por la presión de la tenaza.
Se oyen ruidos en la puerta de servicio del vagón, debe ser el maquinista.
Cojo del suelo las dos pistolas que dejó hace años La Dama Oscura a mis pies, y cuando se abre la puerta apunto con ellas. El barbudo barre con la mirada el caótico vagón, los muertos, los que follan, el que tiene el pene colgando patéticamente fuera del pantalón, a mí. Y por supuesto, los plateados cañones que le apuntan.
Cuando sus labios intentan moverse para formar alguna palabra, presiono el gatillo izquierdo y no ocurre nada. El hombre adelanta un paso adelante mirando toda esta sangre que hay en el suelo. Lanzo al suelo la pistola inútil y oprimo el gatillo derecho. El ruido es ensordecedor y casi a la par, se escuchan gritos de los vagones vecinos. El maquinista ha quedado inmóvil, en pie. Tras unos interminables segundos sus rodillas comienzan a flaquear y se flexionan, una mancha oscura se extiende por su vientre. Sus pantalones parecen ser invadidos por una sombra que se mueve rápida. Y por fin cae con un “¡ay!” débil.
Ella lanza un gutural alarido llevada por un orgasmo que me eriza los vellos, se debate clavada a él, se clava la uñas en el vientre, en el pubis. Más sangre.
Los cadáveres se agitan tanto que parecen resucitar en una danza dolorosa.
La bestia rebuzna literalmente, está profundamente metido en ella, inmóvil pero en tensión. Sus glúteos están contraídos y su vientre prominente se agita con breves y rápidas convulsiones. Ella se aferra a sus acerados cabellos mirándolo fijamente. Hay un silencio que pesa, que es malo.
Se desclava de ella tambaleándose y gotas de semen van cayendo del pene ya lacio, salpicando el cabello de un hombre o los labios de un viejo.
Ella, aún extasiada se extiende perezosamente la leche por la vulva, por el lacerado pubis.
Cuando se pone en pie, se desmoronan los cadáveres, como si ya no fueran de utilidad; por sus muslos se desliza el semen que cae de la vagina.
Es tan deseable…
Vuelve a los asientos que ocupó y sienta las nalgas desnudas en la masa de sangre ya cuajada para vestirse el pantalón. Pasa los brazos por las mangas de la blusa sin abotonársela.
Y mira con los ojos brillantes a su hombre.
El ha recuperado el aliento y ahora está frente a mí. Demasiado cerca, tan cerca que la fetidez de su aliento me revuelve las tripas.
Mi excitación se ha disipado.


- ¿Crees que tu vida es ahora más intensa, más importante? Sí… Si llevara tu vida, desearía vivir o conocer cualquier aberración que me sacara de esa llanura. Incluso me suicidaría en última instancia.

Le escucho con atención, pero no puedo dejar de mirar a los muertos, la sangre. La ahora relajada lasitud de La Dama Oscura, sus labios, su piel, su cabello. Su mirada curiosa y conocedora de lo que observa.
Envidio toda esa vida incluso ahora, cuando tengo la certeza de que moriré aquí y ahora.
Esquivo la mirada de muerte de este ser. No me gusta atisbar en esa ponzoña milenaria; aún tengo sus gritos animales resonando en mi cabeza. De animales no conocidos, pero algo me dice que existen, que se trata de bestias del infierno.
-Siempre le doy un toque melodramático a mis actos, te espera una larga vida. Será tan larga como el tiempo que tardemos en encontrarnos de nuevo. Entonces te arrancaré el corazón.


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Parece que han pasado minutos desde aquella tarde camino de casa, ella metió sus pistolas en la cintura de mi pantalón y acarició mi pene pendiendo aún fuera del pantalón.
El diablo abrió las puertas del tren tirando de ellas y saltaron a la oscuridad del túnel.
Son 166 años que llevo encerrado, tengo 212 años.
Me acusaron de la masacre del metro de la línea V.
Hubo un tiempo lejano en el que periódicamente me sacaban de la prisión para hacerme análisis de sangre y tejidos, de ADN. No se explicaban como podía tener 117 años con la apariencia de un hombre cuarentón.
Ahora nadie me habla, todos se han acostumbrado a mí como yo al mundo. Me tienen pena y miedo porque mis ojos transmiten el ansia de descansar, de dejar de vivir en una cárcel que está dentro de otra.
Soy una mierda inmortal.
Revivo cada segundo en aquel tren como mi tesoro de vida.
Y espero que esos gritos desgarradores que lanza ahora el director de la prisión, sean los del terror más puro, que sea él y ella que vienen a arrancarme el corazón y darme el tormento eterno.
No deseo otra cosa, no necesito saber más.


Iconoclasta

16 de mayo de 2006

La fiebre

La fiebre se ha apoderado de mí, me ha ganado.Conquistado. Soy casi feliz rendido ante ella.
Es una buena ama, me obliga a sudar a pesar de sentir un frío glaciar y me adormece dulcemente, sin esfuerzo.
Me siento pequeño y tiemblo empapado.
Si me dejo llevar sin luchar, esta sensación de arder se hace más débil a medida que desfallezco.
Con la fiebre me abandono.
La fiebre… Mi diosa que transforma los hirientes brillos en pacíficos puntos de luz difusos que no dañan mis ojos cerrados.
Cerrados por esta agua salada que mana desde dentro de mí y los irrita.
El cuerpo se empapa de sudor y se abotarga, se sacude de encima la ropa caliente. La capa cálida que me envuelve llevándome allá donde jamás pude imaginar.
Mi cuerpo quiere la parte de sábana que aún está fría y los pies se mueven inquietos buscando una región inexplorada y fresca.
La fiebre es ese ángel que me anuncia la muerte con tal delicadeza, que anula el miedo y deja de importar demasiado la vida.
Sólo hay un deseo acelerado que nace del corazón acelerado y cansado, de un cerebro hinchado e inservible. Cocido en su propio jugo: dormir, descansar…
Enfriarse.
Da igual donde me lleve, ella me mece en un sopor merecido.

-Vete vida, deja de latir loca, me cansas. Deja que mi cuerpo se haga pesado y se hunda sobre si mismo. Se aplaste.

Que siga la metamorfosis del brillo abrasador e intenso del mundo; que se convierta en niebla.
La fiebre me envuelve amortiguando los sonidos y siento la vívida sensación de encontrarme lejos de aquí. Lejos de mí.
Y desde lejos veo mi cuerpo respirar agitado sobre la cama, hundido por una gravidez anómala. La fiebre da al aire la consistencia del plomo y la presión por centímetro cuadrado de columna de agua es sólo equiparable a la atracción inhumana de un agujero negro.
Le cuesta tanto respirar al cuerpo…
Hay algo trágico en ese esfuerzo titánico por aspirar aire. Los brazos se extienden en cruz en un intento de dispersar un calor que ya no siento y abrir los pulmones aplastados y cansados.
No hundirse en el pantano de arenas movedizas, ardientes como si de un improbable desierto se tratara.
Respirar…

-¡Estás ardiendo!- no es la fiebre, es alguien que habla como yo.

Como todos.
Me alzan la cabeza unas manos de las que no me interesa mirar a su dueño. Un vaso se posa en mis labios y el agua me provoca un temblor al parecer evaporarse en mi garganta.
No es la fiebre, pero intento darle las gracias.
No quiero medicamentos, conjuran la fiebre y lo hacen brillar todo. Suben el volumen del mundo y me estallan los oídos. Y por fin acabaré moviéndome ligero entre las sábanas. Pesaré menos y el aire volverá a ser vulgar.
No quiero volver al mismo lugar, cuesta mucho llegar aquí y no tener miedo, ni dolor.

-Si no baja la fiebre en una hora, llamaré al médico.- otra vez esa voz normal, conocida.

Han bajado los poderosos guerreros portadores de luz y sonido por mi garganta; lanzando mensajes amargos que curvan mis labios con disgusto.
Se escapa una lágrima muda, siento sangre fresca en mi cabeza.
El tren se va y yo alargo mi mano hacia él en la estación gris y vieja.
Apagada…
Tengo pena.
La niebla se disipa y los pies no buscan nada, se han relajado. Son ligeros.
La diosa me dice adiós, en cuanto le sea posible volverá. Y cuando estemos solos me follará, me llevará con ella.

-Sí, estás tú ahora como para echar un polvo.-susurran cantarinos los labios que me besan la frente, las manos que arrastran la sábana hasta cubrirme. Es un roce que me tranquiliza.

Una voz normal, conocida.
Como la mía.
Como la de todos.


Iconoclasta

14 de mayo de 2006

Deportes e idiotas

Está tan difusa la línea entre la diversión y la estupidez que es difícil para una persona de un nivel cultural elemental saber si lo que sale por la televisión es una manifestación de retrasados mentales exigiendo derechos o una hinchada futbolística.

A veces creo que una epidemia ha hecho papilla el cerebro de familias enteras y no aciertan ni a coordinar sus cuerpos torpes de rancio sudor.
Es desalentador si no tienes televisión de pago, encender el televisor. Un día el Barça y otro el Sevilla. La cuestión es dar por culo y molestar (para muchos lo primero no constituye un inconveniente).

Los hinchas de los equipos son como esos monos que se movían al son de un organillo. Paso mucha vergüenza ajena viendo a toda esta peña.
Cuando uno grita, el otro grita más y así en progresión geométrica se transforma la fiesta en una pandemia de la imbecilidad más absoluta. Entre borracheras vomitan sus lisos cerebros…
Muchos necesitan algo que les alegre una vida estúpida y aburrida, sus pequeñísimos cerebros se activan y se llenan de luces cuando ven una pelota de “fúmbol”.

Con el fútbol, la F1, el baloncesto y todos los deportes que la televisión emite.
Pero no son deportes, son juegos. Los deportes exigen forma física aceptable, fuerza y resistencia. Algo especial.
Los juegos son la cultura de los ineptos.
No son capaces muchos de aprobar la ESO y otros de ayudar a sus hijos con los deberes, de responder a sus preguntas.
Pero pregúntale a cualquiera de estos ridículos el resultado de la liga y te lo recitarán de carrerilla. Y los que no tienen puta idea de lo que es una rueda, ahora te explican los grados de inclinación de los alerones de un “coshe” fórmula 1; hablan de los efectos de la aceleración como si supieran lo que es.
O los puntos y estrategias de los equipos. Los hay que saben sumar puntos positivos y negativos, pero no saben pedir “cocletas” en el bar.

Poco hubiera imaginado Orwell que para mantener al rebaño bajo control, no era necesario crear un gobierno totalitario que manipulara las noticias más trascendentales de la política mundial. Simplemente se trataba de crear títeres que dieran patadas a un “esférico” o que condujeran coches rápidos llenos de pegatinas.
Hay demasiado dinero inmerecido entre demasiados jugadores. La borregada no tiene inteligencia propia, es empática y aleatoria y por alguna extraña razón que no consigo describir con sólo 45 palabras, se sienten ellos mismos afortunados por los millones que gana un descerebrado con suerte.

Con solo dar un vistazo de 10 segundos a la televisión se da uno cuenta de la nada sutil manipulación que se hace con los idiotas.
Ya no sólo retransmiten los aburridos partidos, si no que filman a familias y pueblos enteros que se lanzan a la calle con una alegría estúpida. Los gobiernos saben que sus gentes idiotas son felices de verse revolcar en la miseria. La televisión pública que se mantiene de lo que me roban de la nómina, pasa las mismas caras de idiotas felices una vez, y otra, y otra, y otra…
Esto no puede tener un final feliz.

Las noticias de juegos se prolongan hasta que siento náuseas y cuando me estoy saturado de ver a tantos miles de imbéciles, pienso que desafortunadamente no hay suficientes desgracias en el mundo.
No existen programas de cine, por lo menos que puedan ser vistos por un trabajador que ha de madrugar.
No hay quien hable de libros, teatro o pintura. Y es lógico, por mucho que se pretenda, el cerebro de un 90% de la población no es capaz de asimilar estos conceptos.
Existen breves escarceos pseudo-culturales, como por ejemplo, la polémica con la película basada en el libro El código de Vinci; se trata de un cóctel de mentiras, mitos y verdades incomprensibles para unos lectores incapaces de asimilar el mensaje de un libro, pero los que lo compraron para Sant Jordi, al menos han leído parte de la solapa.
De esta manera aparecen como por arte de magia, expertos en falsa teología, masones, templarios y antiguas y extintas sociedades esotéricas; que los más ignorantes creen que estaban en posesión de algún valioso secreto.
Y creen que leen historia…
Es por esta falta de cultura que han tachado la película de blasfema.

Mejor que sigan mirando el fútbol y carreras de coches, que se olviden de leer porque lo empeoran aún más. Deberían ser conscientes de sus escasas posibilidades para el razonamiento.
Y por si esto fuera poco, existe internet y toda la basura que se publica en ella y que cuando un hincha lee, se cree.
Tiene que haber una solución a esto; es preferible una gran guerra a la degeneración a la que se está abocando la humanidad en las ciudades.
Es casi imposible quedarse impávido ante las grandes migraciones de los rebaños que corren tras sus equipos. Las reses desbocadas dando coces, niños borrachos entre padres borrachos…
A la mañana siguiente, gran cantidad de estos tontos no hará su trabajo o lo hará mal y tendré la mala suerte de comprar algo elaborado o manipulado por un alegre e incondicional hincha de fútbol.

De esta forma tan deportiva y alegre, todo es apocalíptico y si no has escogido un grupo selecto de gente inteligente, te ves rodeado de una piara de idiotas y correr el peligro de asumir la imbecilidad como algo normal y no avisar al propio hijo de la porquería que flota alrededor para que se aparte a tiempo.
Hoy sábado 13-5-06, en apenas 32 minutos he localizado y catalogado a más de 30 idiotas dispersos y en distintos lugares, con el mismo polo azul lleno de pegatinas: el de Fernando Alonso.
Si es que encima no tienen sentido del ridículo.
Por enésima vez en lo que va de semana, he vomitado.
Me voy a deshidratar.
Buen sexo.


Iconoclasta

El asombroso mundo de Borjamari y Pocholo

Hace unos días vi este engendro de película. No era una atrocidad normal, es la obra de un grupo de amigos aburridos que con el pretexto de hacer un cine transgresor, crean una mierda en la que el guionista flipa en colores.
Y la banda sonora es pura basura.
Una película tan mala como abofetear a una madre porque la sopa está fría.
De tantas ridículas escenas, alguna grosería consiguió hacerme sonreír; es una cuestión de mera probabilidad, no de aciertos. Pero esta ligera sonrisa me daba esperanza y pensaba que pudiera ser que toda esa mierda que estaba viendo, sirviera para un fin coherente, un desenlace rompedor.
Y una mierda…
Esto es lo que ocurre cuando gente acomodada, con demasiado dinero para mi gusto, se dedica a malgastar celuloide.
Los pijos, los niños bien no deberían rodar películas por el simple hecho de disponer de unos miles de euros para derrochar (lo poco que cuesta este engendro).
El cine español se empobrece día a día alardeando de una creatividad provinciana.
De puta pena. Y encima se inventaron los premios Goya como una forma de masturbación colectiva y para eternizar la pobreza.
El Segura es un petardo de cuidado.
Margaritas a los cerdos…
Buen sexo.


Iconoclasta

9 de mayo de 2006

Tímido

No sé que ocurrirá cuando le exprese mi amor, no sé si se asustará, se abrazará a mí o simplemente me ignorará.
No sé nada e imagino tantas cosas que es imposible sacar una conclusión sensata. Nunca le he expresado a ninguna mujer mi amor.
He esperado años y pensado que me equivocaba, que tenía que vencer esta vergüenza. Esta timidez asfixiante.
Pero no he estado equivocado, esta es la prueba: ha llegado el momento idóneo.
Puede ser que con tantos años de desearla, haya vencido mi patológica timidez.


Ya han pasado cinco años desde aquel día en el que a través de la ventana de un café la vi dar una patada furiosa al suelo, no conseguía encender el cigarrillo.
El viento de aquel 26 de Abril del 2001 le elevaba el faldón abierto del vestido largo con dibujos de diminutas flores amarillas sobre un crudo liviano. Con la otra mano luchaba por no enseñar más allá de las rodillas.
Estaba encantadora, me enamoré de ella y me sentí desgraciado por mi soledad milenaria.
Sé perfectamente el día porque lo apunté en mi diario, un diario en el que sólo apunto los hechos más trascendentes y agradables.
Más que un diario, es un cuaderno de efemérides; pasan meses y meses antes de que pueda anotar algo digno de atención.
Esta timidez me ha convertido en un hombre tranquilo que no precisa demasiada atención de nadie.


Lanzó el cigarrillo sin encender al suelo y entró en la panadería. Sonreía con Rosa la panadera mientras le servía lo que pedía.
Creo que me pareció oír la risa de aquella mujer de vestido largo.


Miré mi café, mis dedos amarillentos por el tabaco y sonreí sin darme cuenta. Yo compraba en esa panadería y comencé a pensar e imaginar que pudiera ser capaz de hablarle y atraer su atención. Cuando pagué el café, ya se había disipado esa ilusión y tomé conciencia de nuevo de mis limitaciones. Todo aquel sufrimiento de la adolescencia ya pasó, ahora mantengo un amargo cinismo.

Pasaron dos días desde que la vi por primera vez. Volvió a entrar en la panadería.
Soy un solitario con mucho tiempo libre y me acostumbré a tomar un café en el mismo lugar y hora por verla aparecer. Siempre entre las seis y seis y cuarto de la tarde, en algunas ocasiones compraba bollería y podía observarla algún minuto más.
Los días en los que aparecía eran los lunes, jueves y viernes.
A los cuatro meses me atreví a acercarme más a ella. La panadera me conoce de hace muchos años. Cuando ella entró me apresuré a salir del bar, cruzar la calle y entrar en la panadería tras ella.
Esperaba a que una mujer acabara de buscar unas monedas para hacer su pedido a Rosa.


-¡Asquerosas tardes!-saludé con voz bien alta e indisimuladamente seria.

Rosa lanzó una breve risotada.

-Buenas tardes, Andrés. Siempre tan educado.

-Siempre, Rosa.

Ella se giró hacia mí con una sonrisa cordial y enrojecí al instante. Me sentí incómodo y no fui capaz de seguir con algún comentario ingenioso.

-¿Dos de cuarto, Susi?

-Sí, y media docena de magdalenas.

Apunté el nombre de Susi en mi diario como un hecho agradable y extraordinario.
Su pelo es castaño, apenas le llega a los hombros. No es delgada ni gorda. A mí me parece exuberante y proporcionada. Sus pechos se mueven ostentosamente cuando camina. Ahora debe tener unos 35 años y yo 55. Otro motivo más para no expresarle mis sentimientos, por lo menos hasta ahora.


Mi madre siempre decía que yo era un tío guapo, que me las iba a llevar de calle. Rosa la panadera no se explica “como un tiarro como tú no está pillado”.
Ya no me creo eso de que estoy bien. Mi madre murió hace 16 años y yo dejé entonces de creer en lo que decía sobre mi físico.


Desde aquella tarde en la panadería comenzamos a saludarnos como vecinos cuando nos cruzábamos por las calles.
Me acostumbré a pasear por las calles que con el tiempo deduje que ella frecuentaba.
Alguna vez se me iba la mirada hacia sus pechos que deliberadamente mantenía erguidos y libres. Y la saludaba avegonzado sin mirarla a los ojos.
Nunca me atreví a decir más que “hola” o “buenas”.
Cuando me cruzaba con ella me ardían hasta las orejas.
Algún día no me devolvía el saludo; estaba de malhumor, lo comprendía. Cada cual piensa en sus cosas y no tiene porque estar pendiente de nadie.


Ahora sí podría invitarla a un café y explicarle que llevo cinco años enamorado de ella. Es un amor tranquilo basado en la creencia de que no accederá a entablar una relación conmigo. Ya soy mayor para tener esperanzas adolescentes. Y sin embargo, me he obligado a mantener una débil esperanza. Tan débil que sin ella sería un cadáver sin más pretensiones en la vida.

Hace diez meses desapareció durante casi doce semanas. No me cruzaba con ella, no la encontraba en la panadería.
Me sentía aterrorizado, temía que se hubiera mudado a alguna otra parte. Me maldije por mi maldita espera, llegué tarde.
Pero uno de esos días, al comprar el pan, le pregunté a Rosa:


-¿Qué ha sido de esa chica alta? De ¿Susi? Hace mucho que no se la ve por aquí.

-Tiene diabetes, la han ingresado ya tres veces de urgencia. Me ha dicho una vecina suya que lo está pasando muy mal. Su madre ha tenido que mudarse a su piso para cuidarla.

-Si la ves deséale que se mejore de mi parte, Rosa.

-Se lo diré Andrés.

Apunté la enfermedad de Susi como un hecho extraordinario y agradable en mi diario, algo feliz. No se había marchado, simplemente estaba enferma.
Y por fin, hace tres meses, la volví a encontrar en la panadería. Un poco más delgada, el pelo recogido y los hombros imperceptiblemente caídos, no mantenía los pechos erguidos. Usaba gafas de sol y no pude apreciar sus hermosos ojos azules.
Saltaba a la vista que había pasado un mal trago.


-¿Cómo te encuentras? Rosa me explicó que has estado enferma.

Me miró a través de sus gafas, muy seria. Me reconoció e intentó esbozar una sonrisa.

-Diabetes. Ahora ya me encuentro estable; controlo el azúcar cada 6 horas y me tengo que inyectar insulina. Es horroroso.

-Lo lamento, pero lo importante es que se te ve bien. Que te estás recuperando. Me he alegrado de verte de nuevo.

-Gracias.-y se giró para pedirle a Rosa lo que quería comprar.

Cuando Susi salió, Rosa atendió a un viejo y una niña.

-Se está quedando ciega, pobre chica. Apenas ve ya. Me ha dicho que en pocos meses perderá lo que le queda de visión.-me explicó en susurros cuando me tocó el turno.

-¡Qué mierda! ¡Qué putada!

-Qué le vamos a hacer… ¿Qué quieres, Andrés?

Han pasado los meses y Susi está ciega. Ahora observo el bamboleo de sus pechos sin ningún pudor.
Durante unas semanas, su madre la guiaba y acompañaba.
De repente un día la vi sola, caminaba moviendo su bastón con pasos cortos y cautos. Muy concentrada.
Había recuperado su figura y se había recortado el pelo. Estaba hermosa.
Escribí en mi diario como un hecho extraordinario y agradable: “Gracias a Dios, se ha quedado ciega. Susi no me avergonzará con sus hermosos ojos mirando directamente a los míos.”
Mañana hablaré con ella, la invitaré a un café y le diré lo que siento, lo enamorado que estoy de ella desde hace años, sin que su mirada me haga bajar la cabeza. Sin que me arda la cara.


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Susi no ha accedido a que la invite a tomar algo en el café. Me ha apremiado para que le hablara en la misma calle, en la misma avenida donde la he encontrado. Rodeados de gente que anda, que nos sortea o nos mira con curiosidad. El sol me deslumbraba cuando miraba sus ocultos ojos tras las gafas. Y sudaba copiosamente.
Cuando ha entendido lo que le estaba confesando, no me ha dejado acabar de hablar. Me ha hecho ver que es ciega y que aún no lo ha asimilado. Me ha llamado estúpido y aprovechado en un arranque de cólera que jamás hubiera imaginado. Algún viejo imbécil ha detenido su camino para escuchar la conversación. Las palabras airadas y casi gritadas de Susi.
No he sido capaz de abrir la boca para excusarme. Y tras llamarme capullo, ha seguido su camino golpeando nerviosamente el suelo con su bastón.
He apuntado este hecho por ser trascendente porque de agradable no tiene nada.

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No pude dormir en una semana, sus palabras y su enojo no se me quitaban de la cabeza.
Sigo enamorado. Volveré a intentar hablar con ella, pero he de esperar el momento adecuado. Aunque pasen otros cinco años.
Ahora mi esperanza se centra en que si Dios quiere, a Susi se le desarrolle un cáncer de laringe.
Que le deban extirpar la laringe y las cuerdas vocales para que se quede muda.
Cuando no pueda hablar, le susurraré mi amor al oído al cruzarme con ella. Le haré mis confidencias de amor inquebrantable.
Y no podrá avergonzarme con sus palabras, sus hermosos y carnosos labios no emitirán más que sonidos desagradables que estoy seguro de que ella no querrá emitir.
No sentiré arder todo mi cuerpo con un rubor crematorio.
No perderé la pequeña esperanza de abrazarla. De que se quede muda; aunque pasen diez años más.
Mi amor es tranquilo y sereno, conozco mis limitaciones.


Iconoclasta

7 de mayo de 2006

Bodas perfectas

Son exigentes, todo ha de salir perfecto, todo controlado y definido. Aunque cueste años.
Cada cosa en su sitio y todo conforme las más ancestrales normas. Como sus padres desean. Es importante hacer felices a los papás y mamás.


No casarse hasta que el piso nuevo esté debidamente reformado, que se demuestre que son especiales y tienen dinero. El piso avalado por los padres, o comprado… incluso entre las dos familias; hay que ayudar a los “niños” porque la vida está difícil.
El viaje de novios planeado, el tiempo justo de la boda, el banquete y una visita a la discoteca con sus mejores amigos.
Es importantísimo que en el banquete los invitados estén debidamente agrupados y los amigos, en la mesa más cercana.
Y que suene la música de El último mohicano cuando aparezcan tras reportaje fotográfico y en vídeo.


Se casarán en la ermita más pequeña y acogedora situada en un paraje de incomparable belleza. Hay siete meses de espera más los seis que necesitan para coordinar la boda con sus vacaciones de trabajo y así sea un perfecto enlace de días de fiesta.
El coche será nuevo, negro y engalanado con lazos y flores; vida nueva, coche nuevo. Es algo que impacta.


La televisión de plasma ya está sintonizada, así como el DVD grabador. El “home cinema” está posicionado como en las salas de cine y serán envueltos por la banda sonora de las películas.
Es un regalo de sus mejores amigos.
Es un piso enorme de más de ciento diez metros cuadrados con un salón a dos niveles. Las paredes revestidas de estucado veneciano, es lo que se lleva ahora. Un tono distinto para cada habitación.
Y el disgusto de que el pintor confundiera el color de la habitación de los futuros niños…
Hay que estar en todo y exigir. Exigir porque todo ha de ser perfecto. Lo que bien empieza bien acaba.


El es un encargado en una fábrica de perfiles de aluminio que cobra un jornalazo. Ella administrativa de banca, cobra tanto como él.
Son tan amigos de sus amigos, que en las despedidas de soltero, se prometieron una eterna amistad entre mini-consoladores y mini-tetas pegadas en la frente.
Con borrachas lágrimas de sentimiento.


Lo único molesto es el lugar donde van a vivir, un pueblo mal comunicado a unos 70 km. de su ciudad natal. Los pisos en la ciudad y alrededores, son hasta cuatro veces más caros.
“Pero con el sueldazo que cobra cada uno, pronto recogerán dinero y podrán venirse aquí después de vender el piso”.
Explican los padres a los vecinos.


También han acordado una mutua de salud para cuando ella tenga que parir; les entra en el precio una suite doble.
Y la cesárea entra en el precio. Ella tiene miedo del parto y prefiere que la anestesien; “para eso están las cesáreas aunque te rajen”. Aunque sean peligrosas.
En todo caso, si algo se complicara, se encargará la clínica de trasladar a madre e hijo al hospital del seguro más cercano.
Todo coordinado y controlado.
No les falta el ordenar de sobremesa, el portátil ni la línea ADSL.
Se casaron con una precisión matemática; todo fue un éxito y fueron la envidia de vecinos y familia.


Con el tiempo, los vecinos preguntaban a los padres: “¿Cómo le va a la parejita?”.
Ya no sueltan sus mierdas de flores sobre sus tan millonarios y perfectos hijos, tan solo dicen: “Están muy bien”.
La pareja perfecta y exigente, de tan sociables y tanto que querían a sus amigos, acabaron follando entre ellos.
¿Por qué ella gemía más con su amigo?
¿Por qué él besaba tan apasionadamente a su amiga?
Luego, en la soledad de su mierdoso piso, se hacía un embarazoso y vergonzoso silencio.
Toda esa falacia de amor era basura pura.
Se conocieron en una discoteca barata y hortera. “Te quiero” susurrados con el aliento pegajoso de cubatas baratos.
Risas felices entre el humo de los porros del fin de semana.
Las mamadas de ella nunca fueron lo mismo desde que dejaron de hacerlo en el coche, el reservado de la disco.
El ya no busca su coño como cuando conducía. Ella se masturba en la ducha evocando cuando abría sus piernas para él, sentada en el coche. Los dedos buscando por entre su micro-falda, haciéndole cosquillas entre los muslos, apartando la braguita y hundiéndolos en su coño jugoso. Le excitaba que él no pudiera apartar la mirada de la carretera, se corría con sus dedos clavados en lo más profundo de su vagina elevando las rodillas con los pezones duros como rocas.


Eran un par de provincianos incultos, hijos de obreros con complejo de clase media.
Les regalaron todo a “los niños” sin conocer a los idiotas que habían criado.
No se creerían que su perfecto y “encargado de una perfilería de aluminio” hijo, se ponía ciego de beber y que a veces no sabía si se había tirado a su novia o a su amiga.
Tampoco hubieran creído lo mucho que disfrutaba “la muy responsable de la niña” babeando semen, limpiándose los cuajos de la blusa con toallitas húmedas.


Parece inevitable que ser pobre es lo mismo que ser idiota.
Es lo que hay, muchas parejas idiotas que se estropean en tres o cuatro años tras un gran fasto.
Pero no son inteligentes ni a nivel primario, deciden tener hijos para dar un nuevo enfoque a la relación, para hacer más duradera una estúpida y superficial unión.
Tienen dos hijos porque así alardean de fértiles y buenos reproductores.
Y se divorcian igualmente.
Se pelean como dos tarados por una mountain bike de hipermercado que nunca han usado. O por la colección de CDs de reguetón.
Y ahí se me escapa la risa, me río de aquella exquisitez de boda, del preciso control de todo. De esa hermosa amistad que disfrutaban con sus amigos de “toda la vida”.
Convivir juntos sin estar colocados es muy distinto a la mierda de una relación sexual.
Y ese pisazo de mierda a mil kilómetros de todo…


Que se jodan, yo me casé sin tener siquiera un televisor y con un piso de alquiler. Nadie me ayudó.
Y no soporto a esos palurdos que hablan de sus fabulosos y potentes hijos; he visto demasiado como para tragarme sus fantasías de analfabetos.
Bodas perfectas…
No es envidia, es que me aburren y los veo cada día, es como una condena el estar rodeado de subnormales.
Y esas ermitas lejanas, preciosas, recónditas.
Me la pela.

Buen sexo.
Iconoclasta

5 de mayo de 2006

La insoportable desestructuración de unos gitanos

Esto de salir a caminar por la calle, a veces resulta estimulante. Digo “a veces” por ser optimista; porque salvo por hace un par de semanas no he visto otras estimulaciones en un montón de años.
Claro que mi situación geográfica tampoco es un centro neurálgico de actividades y ocio culturales.
Toda esta parrafada es un eufemismo para no decir que Barcelona es una mierda. Y para ser justo y ecuánime y la hostia de sensible, diré que todo es una mierda menos las obras de Gaudí que son cantiduvi de exóticas y torcidas.


Dicho esto y habiéndoos situado en un verdadero clima de suspense, os narraré una visión que padecí durante uno de mis largos paseos bastoniles, renqueantes, cojeantes y llenos de relajación y buen humor. Baste decir que cojeo con los ojos brillantes de ilusión. Lo juro.

A las 11:30 am. los niños están en el colegio si no fuman. Es así porque tengo ya los cojones pelados de verlo cada día porque salgo sobre esa hora a pasear.

Me sorprendió ver tras el murete que bordea un parque infantil la cabeza de un niño de cuatro o cinco años. Pensé:

“¡Joder! Este debe ser un hijo de esos de familias desestructuradas que está tan de moda nombrar”.

Y pensé en invitarle a fumar para charlar un rato sobre su desestructuración.
Afortunadamente conservo una visión excepcional gracias a las pajas que me hago probando variados y policromáticos condones; el último lote tenía en el cubre-pijo un patito que decía “cua” cuando te acaricias (o acarician para los más afortunados) el pijo.
Fue horrible la humillación que padecí en la fábrica cuando tuve que probar el primer prototipo. Y suerte que no prosperara el proyecto del cerdito juguetón.
Conclusión: las pajas no dejan ciego a nadie; todo lo que os enseñaron de pequeños es mentira.


Creo que me he desviado del tema, retómolo ya con la verbigracia que me caracteriza.

Si alguna vez miro a alguien cuando paseo, es porque está muy buena o llaman poderosamente mi atención por medio de estímulos sensoriales estridentes.
Como por ejemplo: una botella de vidrio rodando a base de patadas.


Fue ese ruido lo que realmente provocó que detectara aquella cabeza de niño, iba a decir cabecita, pero el tamaño era demasiado grande para calificarla así.

Gracias a que el niño no se estaba quieto, durante unos momentos se separó del murete y pude apreciarlo entero y así mi aguda visión pudo identificarlo, analizarlo y valorarlo.
Desistí en el acto de acercarme más, aquello era un gitano. De los desestructurados, claro.

Tenía más mierda en su piel que el rabo de una vaca. Seguro que sería moreno, yo sólo veía mugre. Aún tengo pesadillas imaginando que por accidente pudiera tocar aquel pelo pegajoso y venenoso. Hay medusas urticantes que no me dan tan mal rollo al observarlas. Estoy convencido de que si le hubiera apagado un cigarro en uno de sus tentáculos, no se hubiera quemado; tal era el grosor de la capa de roña.
No puedo dejar de imaginármelo entre las casetas de la feria de abril y a los caballos y sevillanos separándose de él en un radio de 15 m. Hasta he imaginado una toma aérea y todo.
Joder con la desestructurada mofeta.


Yo esperaba un final de esos… bueno, que soy morboso per natura.
Por ello, encendí otro cigarro, por eso y porque encandilado por la cría de gitano y mi intensa curiosidad zoóloga, me quemé los putos dedos.
Pensé en cruzar la calle y darle una hostia al niño, por pura maldad más que nada.
Y porque necesitaba desahogarme del intenso dolor de la quemadura.


Lo pensé mejor y decidí conservar mi ira interior para escribir con más pasión. Y me soplé con orgullo las uñas de la mano y después les saqué brillo frotándolas en mi prominente pecho.

El bicho cogió con sus pseudópodos la botella (un envase vacío de una cerveza mediana) y comenzó un concierto de percusión.
Como ya he descrito, el murete le llegaba hasta el cuello. Cuando se rompiera el envase, los vidrios le saltarían a la cara.
Ese era el final morboso que yo esperaba completamente acongojado, con el corazón en un puño. Dramático.
Mira que me gustan las tías que enseñan las crestas ilíacas por encima del pantalón. Me la ponen dura.


Cada vez le endiñaba más fuerte a la botella y yo evocaba la bendita inocencia de los desestructurados niños gitanos que pudieran quedarse ciegos.

O eso o que su borracho padre lo mate a tiros. Bueno, eso me la pela, lo que de verdad me importaba era saber si habría sangre. Aquí me he de explicar para que no se me tome por un insensible:

Esta curiosidad por las desgracias que a veces siento, es una consecuencia natural de ver los programas de noticias de la tarde sobre asesinatos, malos tratos y algún follar no deseado que se dan entre sujetos de muy bajo nivel cultural y genético, y escaso valor económico de la España Profunda. Mi mujer suele quitarme mi canal de videos musicales VH1 para ver esa mierda; desde aquí le digo que la quiero. Mucho.

Mi mirada de Terminator recorrió toda la plaza y detectó en unos bancos de madera despintada, a dos desestructuradas gitanas, una con un cochecito de bebé y la otra fumando. Hablaban con su desagradable acento analfabeto por lo que mis poderosos y sotisficados radares acústicos pudieron captar.
La más joven (de teñido y sucio cabello rubio que estaba fuera de lugar en una tez más curtida que unas alforjas), es decir la que no tenía el cochecito pegado a sus rollizas rodillas marcadas por unos bastos calcetines de media que me avergonzaba mirar; parecía ser la desestructurada madre del futuro invidente. Y como confirmando mi pensamiento eficaz, gritó:


-¡Keeeeeeeeevin! ¡Ponte que te vea!- y a su vez el sucio pequeño giró por unos instantes la cabeza para mirar a su madre, golpeando mecánicamente la botella; en plan autista pero mucho más sucio.

Su sonido atronaba en aquella plaza.

A punto estuve de decirle a la madre que no era necesario verlo, que por el ruido lo podía detectar incluso metiéndose una pastilla de speed directamente en vena. También busqué por los bolsillos la tarjeta de visita del otólogo que visita a la abuela de mi mujer que está casi tan sorda como la gitanaca. Pero no me gusta que una gitana me la chupe, así que pasé de comentarle nada y continué impasible y a la vez con una contenida expectación, que la botella se rompiera en su mano de una puta vez.

Si uno es perspicaz, mirando por unos instantes a los ojos del bicho, se puede saber qué grado de idiotez tendrá cuando sea un macho sexualmente maduro. Si además cuentas con la presencia de la guarra de la madre que lo parió para apreciar en toda su amplitud su herencia genética; se le podría adjudicar el grado sumo de idiocia patológica.
Si se lo llevara un camión de de la protectora de animales, seguramente lo disecarían como un fenómeno animal inclasificable. O tal vez lo soltarían en un bosque para que se adaptara a la vida salvaje.

Y por fin llegó el gran momento, como yo estaba sumido en mis pensamientos, me pilló por sorpresa y casi le grito hijoputa con el susto del estruendo de cristales rotos.
Los vidrios salieron despedidos contra su cara y le golpearon sin provocarle herida alguna, la gruesa capa de mierda que le cubría la piel, lo protegió.
Es otra prueba de la adaptación al medio y consiguiente evolución de las especies.
Eso sí, acabó con la jeta salpicada de gotas de cerveza caliente. Me dio mucho asco y escupí un pollo con un gran alarde de efectos sonoros.

Las guarras, al oír el ruido giraron sus hocicos hacia el Kevin:

-¡Keeeeeeeeeevin!¡Como te ensucies te mato, hijo puta!

Además de sorda ciega, porque con la cantidad de excrementos que su hijo tenía en el cuerpo, la cerveza no hacía más que limpiar toda esa mierda. No me dejaría tocar por su hijo ni en coma.

Y ahí es donde me sobrevino la luz, el entendimiento; lo que antes se conocía como “familia de guarros”, “familia de hijos de puta y chorizos” o simplemente “colla de cerdos del primero al último” ahora resulta que se les llama eso:
FAMILIAS DESESTRUCTURADAS.

Me toca los huevos la mierda de la retórica.
Si estas familias tuvieran mucha más ayuda de las instituciones, si ayudaran al gitano a metérsela a la gitana y les facilitaran libros y cultura como Aristóteles, Góngora, Becquer, Kant, Marx, Hemingway… Estos desestructurados lerdos aprenderían que el vidrio corta, que los hijos son para cuidarlos y que el agua y el jabón no sirven para hacer sopa que huele bien.
Lo que realmente se impone es que los camiones de la basura vacíen sus miserias a las puertas de sus viviendas y así esta gente de vida libre y alegre se cebe en la porquería y saquen de allí todo lo que necesitan para vivir y morirse sin que sean contaminados por nuestra forma de vida materialista.
A cada cerdo lo suyo.

Y meditando con este altruísmo y objetividad sobre la desestructuración de los huevos, seguí mi camino.
Que conste en acta y tome nota el cabrón del notario que para eso cobra una pasta: esta escena que presencié no me enriqueció en absoluto y sería igual de feliz que ahora si no la hubiera vivido.

Recuerdo vagamente algún dicho sobre metérsela a una gitana, y no sentir nada o yo que sé… Vaya que no me acuerdo pero me suena algo. Me revienta la sabiduría popular y por eso no memoriza una mierda de sus estupideces. Soy muy selectivo.

Llegué a casa y aún meditando sobre las consecuencias sociológicas de un mundo lleno de miseria, coloqué el DVD: Paraíso lésbico con frondosos consoladores vegetales entre las piernas de las más bellas zorras rebozadas en agua y arena, y me la pelé unas cuantas veces con los condones de patito. Ese “cua” al final me pone.
Mientras se me tensaban los dedos de los pies con alguna corrida, podía oír a una vecina por la ventana de la cocina hacer algún comentario despectivo sobre el follón que forman los dichosos patitos de los del ático.
Pero yo me corría igual, soy muy bueno en lo mío.


Que vuestra sexualidad jamás se desestructure y sea buena, placentera y abundante.


Cua, cua, cua, cua, cua, cua


Iconoclasta 04-05-06