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30 de enero de 2006

El follador invisible: De ligue

Cuando era pequeño, pensaba que si fuera invisible como Zarpa de Acero, me haría rico. Podría conseguir mucho dinero, objetos, admiración.
No es así, cuando se es invisible, uno se encuentra en una dimensión privilegiada. Tanto es así, que no quiero ni quisiera ser visible nunca más.
Soy como un fantasma gozosa y obscenamente vivo.

Hay momentos en los que me olvido hasta de comer; porque jugar con hombres y mujeres, usarlos como muñecos y golpear sus mentes, es para mí lo más valioso e importante del mundo.
De mi existencia.
No existe nada igual al poder de aterrorizar, asombrar y enloquecer a un ser humano. Es la cima absoluta de la predación más elaborada y cruel.
La riqueza y el poder social han perdido cualquier sentido si alguna vez lo tuvieron para mí.
Ser invisible es como ser Dios, estar en todas partes, la libertad absoluta. La impunidad.
¿Para qué conducir o viajar? ¿Para qué conocer nuevos lugares? Cojo, uso y juego con cualquier ser que me apetece. Elegido al azar o con motivos.
Saber que tengo la capacidad para asesinar al ser más poderoso del planeta, me llena de una paz espiritual que nadie podrá alcanzar jamás.

Es inimaginable lo mucho que cambian las necesidades personales cuando se es invisible.
Tomar posesión de un ser vivo, trastornarlo, es una necesidad, la violencia o la muerte forman parte del juego, de mi vida. Es como si me alimentara de sus miedos y dolor, de su incertidumbre y su ceguera respecto a mí.
Me cuesta mucho dormir cuando rememoro mis actos, cuando me masturbo ante la mujer o la niña que he violado. Me río con el hombre al que he manipulado y dañado irreversiblemente.

Incluso aquí, en este inmundo y sucio lavabo de bar, me siento como en un palacio. Y no por mi imaginación, sino porque soy el puto amo de todos.

Tíos demasiado bebidos descargan sus orines cargados de cerveza y licor en los urinarios, mirándose la polla y suspirando por el placer del desahogo.
Son casi las 2:30 de la madrugada del sábado. Es una de esas noches primaverales que comienzan cálidas y acaban frías, con lo cual, los borregos se aposentan más tiempo en los bares musicales. Perezosos como ganado vacuno.
Los que no han trabajado suficiente durante la semana, se encuentran en estos sitios, con energías de sobra para bailar, beber e incluso follar. Aunque de estos últimos no hay tantos, las estadísticas mienten como el cura en sus sermones. No follan tanto.
Si a un tambaleante de estos que entran en el meódromo y lanza suspiros, le rozo la espalda para llamar su atención; se gira con cuidado y lentamente, como si tuviera una lesión en el cuello; sobresaltado porque hubiera jurado que no vio a nadie al entrar. Es mi prueba de alcoholemia.
Es ahí donde me lo quedo para mí.
Ahora piensa el meón que es una falsa sensación, que está más cargado de lo que pensaba. Y vuelve a girar la cabeza para admirar su polla y el chorro ámbar que está soltando.
Me meto en uno de los dos inodoros y descargo la cisterna.

-¡Hijo puta!- pronuncio casi gritando y evitando que se me escape la risa.

Esto lo hago porque me gusta cortarles el chorro de golpe.
Se mete la polla dentro del pantalón sin sacudírsela y se acerca a la puerta.

-¿Perdón? ¿Decía algo?

Me he situado a su espalda y le susurro:

-Hijo puta…

Se vuelve hacia a mí sobresaltado, casi rozándome y sin saber que me mira a los ojos, mira a través de mí buscando al dueño de la voz.
Y sale de los servicios sin lavarse las manos.
Mi vida ya no tiene sentido sin estos juegos.

Lo sigo hasta la barra donde ocupa su taburete. Las mesas están abarrotadas de gritonas mujeres y silenciosas y babosas parejas, no hay nuevas reses desde que entré en el aseo de caballeros hace ya una media hora larga.
Siete u ocho hombres como el que es mío ahora ocupan la barra cavilando cómo follarse a alguna de las tías que hay sentadas por las mesas.
Mi juguete echa un largo trago al medio tubo de cerveza y dirige su mirada aún inquieta a la puerta de los lavabos. Luego desvía la mirada a distintos puntos al azar evidentemente descolocado.
Un cigarro, alza la mano para llamar la atención del camarero y pide un vodka con hielo. En el anular izquierdo luce la deformación que provoca una alianza que debe llevar metida en el bolsillo del pantalón.
¿Qué hace un hombre solo en un bar musical en plena madrugada con un buen traje?
Pues viene aquí a follar, es el típico cincuentón acomodado, de aladares plateados que pretende exprimir sus últimos años de “atractivo” y con lo mucho que va de putas, aún le gusta el ligue y probar así su capacidad de atraer.
Esta peña se siente tremendamente insegura a esta edad; caminan directos a la vejez y su holgada posición económica no lo puede impedir.

Un poco más sereno, gira su mirada hacia atrás, hacia una mesa ocupada por cinco sonrientes mujeres jóvenes. Supongo que lo son, porque van tan maquilladas, son tan extrovertidas y juveniles, que bien podría tener alguna los 40 tacos.
Algunas de ellas se han dado cuenta de sus miradas insistentes, de su exhibición de macho potencialmente reproductor. Y ríen sonoramente a su costa. Devolviéndole juguetonas miradas.
Joder con los adultos, todo un dechado de madurez.

De hecho, el maduro este, aposentó su culo aquí porque veía tema con este grupo de cinco cotorras. Aquí encontraría su ligue de los viernes.
Lo que me pone de estos grupos de tías es que siempre ríen con naturalidad y vehemencia. Y cuando lo hacen, se llevan las manos juntas entre las piernas, al coño. Como si evitaran mearse. Y eso me la pone dura, porque imagino que son mis manos las que apresan sus coños sudados.
Imagino follándolas, violándolas, provocarles el llanto y el terror…

Una morena de pelo ensortijado y brillantemente hortera, intenta salir del fondo de la mesa pegada a la pared. Sortea con dificultad a dos amigas cuidando el equilibrio entre tantas piernas y alcohol. Y claro esas posturas para poder pasar, las hace reír. Es que son idiotas.
Yo también sonrío.
Mucho.
El tonto del madurito sonríe a la morena divertido y con ello ya ha elegido a su puta.
Ella le devuelve la sonrisa y gira a la izquierda, al lavabo de mujeres.
Y ya han ligado.
Un ménage à trois, será genial.

Entra dando un empujón a la puerta y se va directa a los espejos del lavabo, y yo detrás.
Se alborota los rizos y practica algunas sonrisas.
Cuando levanta los brazos, el jersey se eleva descubriendo un ombligo adornado por una bolita cromada. No tengo nada en contra del piercing, simplemente me es indiferente. Lo que llama mi atención, es que el pantalón es tan bajo de cintura, que se puede ver parte del pubis rasurado, el elástico de las bragas.
Rozo suavemente la piel que limita con la cinturilla del pantalón, haciendo resbalar el dedo por ella y ejerciendo más presión justo encima del pubis.
Contrae el vientre y da un paso atrás mirándose el ombligo.

-¡Uff! –suspira.

Me acerco a su cuello y le lanzo el aliento. Se le eriza la piel y se frota la carótida.
Eso la lleva a enfilar hacia la puerta de salida, pero con el pomo en la mano, hace una pausa.
Suelta la puerta y se dirige a unos de los inodoros; imagino que se olvidaba de mear; va muy cargada de cubatas.
Si se decide a cagar, no me quedo, no vale esta tía tanto como para admirarla defecando.

La puerta del inodoro, abre hacia fuera por lo reducido del espacio, así que abro la puerta cuando veo los pantalones en sus tobillos.

-¡Ocupado! –dice pensando que alguien ha entrado.

Y alargando el cuello, levantando un poco el culo de la porcelana, mira a derecha e izquierda.
Intenta cerrar la puerta sin levantarse pero no llega.
Y yo la entorno, despacio.
Está soltando un sonoro chorro y sus ojos se relajan cerrándose un instante. El tanga blanco está hecho un rollito en sus pantorrillas y el pubis se mueve mágicamente con el acto de mear. Sobre todo en los últimos chorros.
Me sitúo frente a ella abriendo mis piernas todo lo que puedo para situar cada una a un lado.
Casi con ternura paso mis dedos por el pubis, rozando un pequeñísimo triángulo de vello que queda allá donde se unen los labios de la vulva y que guarda su clítoris que arrancaría a bocados.
Su respiración se detiene por un instante y se mira el coño. Se toca como si buscara algo. Y hunde los dedos en esa ínfima porción de vello para pasarse suavemente las uñas. Muy someramente.
He acercado a su cara mi polla dolorosamente dura, y la huele. Lo veo en el aleteo de sus fosas nasales, conoce el olor de un pene. Su mano aún está metida en el coño y la presiono allí, como un pequeño toque nervioso.
Se muerde el labio inferior, cree que la bebida le ha sentado divinamente.
No está asustada, mantiene una expectante serenidad.
Brevemente le vuelvo a presionar los dedos y consigo que el dedo corazón se le hunda en esa raja húmeda.
Y relaja las piernas, su vulva se entreabre y deja entrever los labios menores, rosados, mojados. Cierra los ojos y encogiendo el cuello a un lado, presiona el clítoris.
Sus dedos se han humedecido. Los pezones, y a pesar del sujetador presionan contra la tela del jersey.
Arranca un trozo de papel y comienza a secarse el coño. La muy tramposa se roza más de lo necesario.
Está tan caliente que me la follaría aquí mismo. Desearía que me la mamara, la tiene tan cerca de su boca…
Una gota cae de mi pijo a una de sus rodillas, una gota viscosa de lubricante, de humor sexual. Lo recoge con la punta del dedo y lo frota. Lo huele extrañada sin conseguir ver la textura.

Abren la puerta del aseo y ella se sube rápidamente el tanga y el pantalón. Por un segundo se pasa el dedo por encima del tanga, siguiendo el perfil de sus labios.
Se abotona el pantalón y sale del aseo saludando a la rubia que se está metiendo una raya en la pica del lavabo.

El cincuentón la observa salir y ve rubor en su cara. Una media sonrisa.
El sonríe y ella no le mira.

-¿Una copa?- le pregunta cuando ella llega a su mesa y se prepara para ocupar su sitio.

Mira a su grupo de amigas sopesando la oportunidad.

-Gracias, una crema de whisky.

Desde la barra saluda a sus amigas y alguna la llama guarra con una falsa voz baja haciendo que rompan a reír por enésima vez.

-¿Sois estudiantes?- él ya sabe que no lo son, pero tiene experiencia ligando.

-No… Compañeras de trabajo. Solemos encontrarnos los viernes para celebrar el fin de semana.

-Me llamo Fernando.

-Silvia.

Y se dan dos de esos estúpidos y estériles besos en la mejilla. Silvia se acomoda en un taburete y se deja invitar a un pitillo.
Estoy muy pegado a ella y rozo las copas de su sujetador con mucho cuidado de no tocar su espalda. Quiero que se sienta acariciada por su imaginación. Se calienta, estoy tan pegado a ella que lo noto en un cambio del ritmo de su respiración.
También se siente incómoda, algo en su instinto le dice que estoy violando su espacio. He de ser cuidadoso.

La insulsa conversación decae y Fernando llama al camarero para pagar la cuenta.

-¿Vamos?- pregunta Fernando.

-Espera, me despido de mis amigas.

Risas, insultos cachondos y alguna palmada en el culo para la primera folladora de la noche. Si se descuidan le dan dos orejas y una vuelta al bar en volandas.
¿Algo que no sepa para variar?

Al salir, Fernando, en un arranque de sensibilidad la coge de la mano. Enfilan hacia el parking dos travesías más abajo y los sigo escuchando con aburrimiento su estúpida e insulsa cháchara.
Lo único que me importa es que se dirigen a una pensión “muy limpia” en la zona alta de la ciudad. Una “preciosa torrecita azul”, según Fernando.
Joder con el idiota este.

Ya hemos llegado al coche y Fernando acciona el mando a distancia del Peugeot, se liberan los seguros y abro una de las puertas traseras para meterme dentro.

-¿Eso es normal?- pregunta Silvia señalando la puerta que ha quedado abierta.

-No, seguro que ha quedado mal cerrada. O han entrado dentro para robar.
Fernando se acerca y apoyándose en la puerta examina el interior. Sin saberlo, me está mirando los cojones.

A ver si se la meto en la boca al madurito ligón…

-No ha entrado nadie. Se ha debido quedar mal cerrada.

Ocupan los asientos y se enganchan de morros.
Yo aprovecho para sobarle las tetas a la Silvia, acariciándole por debajo de los brazos que abrazan a su chulo. Y ella responde pasándole la mano por encima del paquete, presionando su polla.

Fernando arranca el coche a toda hostia y nos dirigimos a la pensión de putas, a la que él llama “torrecita azul”.
Pero ella va tan caliente que ni hace caso de esa fachada hortera.
Yo estoy caliente como un perro en celo.

El paga la habitación a la vaca del recepcionista y a cambio le da una llave enganchada a un llavero obscenamente grande.

-Primer piso, puerta 4.-canturrea el aburrido gordo.

Por muchos litros de ambientador que tiren, el olor a orines y mierda no hay dios quien lo saque, hasta las paredes huelen a folladas. Leches viejas incrustadas como un tumor en la estructura.
Y así, en la apestosa habitación y con prisa, se pegan un prolongado morreo.

-He de ir al lavabo.-dice Silvia retirándose del abrazo del chulo.

Cuando ha cerrado tras de si la puerta, Fernando se saca la ropa hasta quedarse en calzoncillos, sentado en el borde de la cama. Fuma y se toca la picha para ponerla bien dura. Estoy seguro de que cuando está solo, le habla y todo.

Silvia sale en ropa interior. El tanga está mojado; se ha lavado el coño. Fernando se levanta y le magrea las tetas durante otro morreo.

-Ahora vengo guapísima.-y se mete en el aseo.

Mientras él se lava los cojones y mea, ella se estira con pereza en la cama.
Está buenorra.
Me subo encima de ella y antes de que pueda reaccionar ya le he tapado la boca. Sacudo la almohada hasta que sale volando el cojín y me quedo con la funda en la mano.
Y se la meto con fuerza en la boca hasta que le es imposible siquiera mover las mandíbulas.
Sus ojos se mueven enloquecidos tratando de ver a su agresor, a moi.
Me siente, me huele y me toca pero; no me puede ver y eso es terrorífico.

-¡Calla, coño!-la orden y un puñetazo en su quijada le llegan al mismo tiempo.

Aún se escucha el ruido de agua corriente del idiota en el bidé, seguro que se la está pelando para no correrse enseguida.
Ahora que la tengo aturdida le doy la vuelta como a un pelele y la dejo con el culo en pompa; todo su cuerpo se agita con un mudo gimoteo. Llevo sus manos a la espalda y apreso sus muñecas para doblar los codos lo más cerca que puedo hacia su nuca. El dolor es intolerable, pero no se mueve ni dios cuando a uno le hacen esto. Es tan doloroso cualquier movimiento que se dejará hacer cualquier cosa. Como una sana y ecológica sedación.

Con mis rodillas clavándose en sus muslos no tiene más remedio que abrir las piernas y me acomodo bien entre ellas.
Le arranco el tanga, es una tela bastante resistente y le quemo la cintura con el roce.
Y con dificultad, consigo meterle en el culo mi invisible polla.
Rasgar un esfínter es una sensación impagable (no sé si habéis visto el anuncio de la Mastercard). El glande presiona con fuerza y de golpe ¡Rasss! Puedes sentir en la punta de la polla la rasgadura. Como el rasgón de una tela, menos ruidoso pero mucho más inquietante. Es la cima de la posesión.
Yo creo que a pesar de la sangre que rebosa el ano entre mi polla, no le duele. Está impresionada por mí. Siempre les pasa, mi personalidad carismática acapara todas las ondas sensoriales.
Todo es incomprensión, terror.

Voy tan salido que me corro en segundos, en el momento en el que Fernando sale del aseo con sus ahora relucientes y perfumados cojones.
El ojete de Silvia rezuma un líquido rojo muy espeso: mi semen, su sangre.
Es como una compota de fresas.
Estoy vaciándome, dando las últimas arremetidas contra sus nalgas...

-¿Qué está ocurriendo?- musita viendo como el despatarrado cuerpo se convulsiona en la cama, con los brazos doblados en una extraña posición.

-¡Silvia…!- se aproxima lentamente, casi con temor y su mirada va al ojo del culo, el cual pulsa, se abre y se cierra a merced de mi polla. Como una obscena “O” y sucio de sangre.

Le desclavo la polla y el madurito puede ver como el ano se vuelve a contraer, cerrándose. Se acabó la función.
Aún mantengo a la guarra en una postura improbable, porque me la estoy sacudiendo y ahora apoyo todo mi peso en sus muñecas y espalda, con lo cual se arquea aún más.

Fernando está a punto de tocarle un brazo para llamar su atención; le coloco un buen puñetazo en la boca del estómago arrancándole todo el aire de golpe. Se le abren los ojos como platos y alucina pepinillos en vinagre.
Se arrodilla de puro dolor, buscando aire; y le pego un buena patada en la mejilla derecha provocándole una pequeña hemorragia en el oído.
Bueno, ya lo tengo donde quiero.
Silvia está intentando sacarse la tela de la boca, la agarro por los pelos y le golpeo la frente contra la pared de la cabecera de la cama. El cuadro barato de un amanecer rojo en una playa, está a punto de caerse por la sacudida.
Rasgo unas tiras de sábana y le ato las manos a los traveseros de la cama, dejando que quede casi incorporada y pueda descansar sus brillantes rizos contra la pared. Es que quiero que crea en mí, que vea lo que ocurre. No mola hacer una obra de arte y que la zorra se quede mirando al techo y encima llorando.

Está preciosa, las lágrimas han corrido su rimel y bajo sus nalgas aparecen manchas de sangre en la bajera. Verla así, como una muñeca rota y la boca llena de tela, me pone. Le bajo las copas del sujetador y le doy un besito en cada pezón. Ella se los mira y le salen mocos por la nariz.

Fernando está recuperando la respiración y saca fuerzas para ponerse en pie.
Le doy una bofetada.

-¿Qué coño ocurre?- pregunta sin mirarme, buscando algo en el aire. Escupiendo sangre.

-Soy un hombre invisible- se lo digo tan cerca del oído que puede sentir el calor de mi aliento.

Da un paso atrás.
Apreso con rapidez su muñeca y llevo su mano a mi pene empapado aún.

-¿Me sientes?

Queda paralizado, pensando sin poder concretar nada.
Pero no creo que sea por el tamaño de mi pene, es demasiado usual. Ser invisible no quiere decir que un servidor sea una polla andante.
Se acabó la parte social.
Una patada en la barriga (razonablemente lisa porque se cuida, eso se nota) lo lanza contra el vano de la puerta del aseo.
A punto de caer, consigue mantenerse en pie aferrándose al marco.
Con un puñetazo en los genitales consigo meterlo dentro. Y cogiendo su cabeza con las manos, le estrello la cabeza contra el canto de la pica del lavabo. Se ha roto algún hueso, lo noto en que se le ha hundido el cuero cabelludo, como una fea abolladura. Lo dejo caer y vuelve a golpear el suelo con la cabeza.
Unos borbotones de sangre manan de entre el pelo y bajan por su cara. Son como pequeñas olas.
Respira rápida y débilmente.

Silvia está histérica. Lo ha visto todo a pesar de lo sucios que tiene los ojos por el rimel corrido. Y patalea como esa muñeca que me parece, como si su mecanismo se hubiera embalado y estuviera a punto de romperse.
Le arranco el sujetador y apreso su pezón izquierdo, apretándolo con fuerza para que me preste atención.

-Te vas a dejar hacer lo que a mí me de la gana o te arranco los ojos, golfa.- le aviso sin ningún asomo de cordialidad, con mala leche. De verdad.

Le doy una sonora bofetada y levanto su rostro para que mire y sepa donde está el mío.
Ser invisible no quiere decir que sea insensible.

-Soy invisible, disfruta de mí, porque no hay nadie más como yo.

Y me lanzo a mamar sus pezones con fuerza. Ya sé que no se le pondrán duros, ni que gozará, pero eso no me importa. Es mía y hago lo que quiero con ella. No me importa su placer, no me importa una mierda nada de ella.
Es su espanto e incredulidad al ver sus pechos deformarse por una fuerza invisible, sentir una invisible saliva que cae por su pecho. Mis babas… La succión salvaje de sus pezones que se erosionan entre mis dientes.
Es ese pánico lo que me hace disfrutar. Llegar a desesperar a alguien es mi meta. Es mi gran momento.

Cuando bajo la lengua deslizándola entre sus pechos en dirección a su coño, comienza a patalear rechazándome. Y me da un talonazo en el cuadríceps que me hace ver las estrellas.
Le sacudo un puñetazo en las narices y su coronilla golpea con un sordo golpe contra la pared. Sus ojos se hinchan por momentos debido a la rotura del tabique nasal.
Ahora se encuentra desorientada y preciosa con esa sangre que mana de la nariz regando e inundando sus labios como un jarabe rojo. Un excitante néctar.
Pero no la beso, porque me es desagradable el sabor de la sangre.
Abro y alzo sus piernas y mi glande hiperlubricado entra con total facilidad en su vagina, se abre paso entre los labios enterrándose, partiendo el hielo como un buque en el ártico helado…
Después de la dureza de la penetración anal, esto es un paseo por las nubes, y mi pijo lo agradece; se siente bien en blando. Es un dulce placer…
Y así mete y saca, mete y saca; me voy corriendo de nuevo. Suavemente, sin ansias, disfrutándolo con desidia. Mis cojones golpean con suavidad su ano.
Incluso me miro y soplo las uñas; tal es mi habilidad.
Me importa una mierda el placer de esta golfa. Me la pela. No es mi intención que se corra conmigo. No la amo. Sólo es un juguete.
Me corro en su pubis, con una mano me sujeto los huevos y con la otra extiendo mi crema en su carne blanda y flexible, le empapo hasta los labios menores.
¡Qué gusto…!

Y ahora me da asco. Siempre me pasa, cuando me las follo, me dan repelencia.
Fernandito interrumpe mi momento de paz y reflexión con sus lastimeros gemidos. Parece un bebé grande y subnormal que llora pidiendo la protección de su madre.
Vacío el bolso de Silvia y encuentro con ilusión una lima para las uñas, una de esas metálicas con un pequeño mango de color crema que sirve para pasar los ratos de aburrimiento.
Saco al madurito del aseo arrastrándolo por los brazos y lo llevo al lateral de la cama para que Silvia se sienta acompañada.
Ella me pide algo con los ojos y me da cierta pena. Y en ese momento y con mucha lentitud, palpo el cuello de Fernandito, detecto su nuez y allí mismo le clavo la lima, todo lo que puedo.
Apenas hace nada, más que un estremecimiento, como si hubiera sentido una descarga eléctrica. Hace ruido boqueando por aspirar aire durante unos segundos y por fin se muere.

Cojo una toalla del aseo y me envuelvo la cabeza con ella.

-¿Ves lo que soy? ¡Mírame, cerda!

Abre todo lo que puede los inflamados ojos y ahora parece que ha encontrado los míos. De su boca amordazada se escapan balbuceos e intenta gritar.Arrastra y frota con terror los pies en la cama.
Y no puedo evitar una sonora carcajada. Es muy importante el buen humor, evita malos recuerdos.
Le doy un dulce besito en la frente y le coloco la toalla en la cara, tapando su rostro antes de largarme de aquí.

Me quedo con las ganas de saber qué comentarán los polis cuando entren y vean este follón. Cuando Silvia les hable de un hombre invisible.
Pero prefiero perder el tiempo en cosas más placenteras, es finde y se presenta la mar de divertido.
Me voy a dormir un rato, sólo un par de horas, estoy nervioso por volver a coger a otro ser y usarlo como me apetezca.
Buenos días mundo, dentro de un rato nos vemos.

Iconoclasta

20 de enero de 2006

Rosas rojas

Tal vez alguien ha creído que las rosas rojas nacen solas. Que brotan rojas.
Que son rojas por algún motivo evolutivo o aleatorio.
No…

Y mil veces no.

Oledlas, hay un punto acre cuando se mueren. Tienen algo de humano, de animal.
Cuando se marchitan son como sangre seca.
Y es la sangre de las heridas del amor, la sangre las tiñe. Indoloras hemorragias que nos vacían sin darnos cuenta, con dulzura.
Almas que se desangran entre besos y abrazos.
Esperas sangrientas, corazones latiendo a máxima presión. Y todo es rojo y sangre.

Son días de rosas, sí…
Visten su belleza con un ropaje sangriento.

Se alimentan de amores no cumplidos, de amores muertos, amores inconclusos. De amores soñados. De la felicidad del breve encuentro tras una cruel ausencia.
Hermosas y suaves carroñeras.

El dolor de los amantes las ha teñido durante siglos. El amor es un juego de esperas y encuentros. Ellas las rojas rosas, eran blancas. Infinitos amantes las tiñeron de un vehemente rojo.
Las alimentaron con su propia sangre.
Son hermosos vampiros fragantes, esas rosas rojas.
Tocad su tallo, siempre hiriente, punzante.
Es una obscenidad el vasto y doloroso tallo de la aterciopelada flor. Olorosa.

¿Y si es el tallo la vida, el amor, la locura por ti…?
Y la flor la trampa.
Pero es tan bella…
Se alimentan de nosotros, hieren la piel y esplenden con un sangriento fulgor.
Tal vez es que las apretamos demasiado y ellas se defienden; las estrechamos entre nuestras manos como estrechamos a nuestro amor en un encuentro. O en una despedida.
¿No podía ser simplemente un tallo sin espinas?

A veces parece que dios se ríe de nosotros, que él tiene una rosa roja entre sus manos que gotea sobre nuestras cabezas. Pero no es su sangre, los dioses no tienen sangre.
Son perfectos.
Es la sangre de miles de amores muertos, gotas de roja y trágica esperanza llueven a veces sobre nuestras cabezas.

A veces me siento agotado, tocar la belleza comporta un dolor. No es justo, la vida redondea al alza, a su favor. Tal vez soy un animal sucio y grotesco y las preciosas rosas se defienden de mí con esas espinas malintencionadas.
No se me hubiera ocurrido dañar una rosa.
Mi rosa preciosa…
¿No puede haber placer sin un dolor a cambio? Es usurera la vida, como la rosa: cobra un interés abusivo por cualquier dulzura.

Una ternura es un vaso de sangre.

-Sírvame cinco vasos de ternura, camarero. Quiero acabar con esto de una forma feliz.

Rojo indoloro. Terciopelo entre mis dedos.
Mierda…

Las rosas no nacen rojas. Son rojas porque se alimentan de mí, de mi deseo obsesivo por hundirme en un placer. Bucear en ti y dedicarte mi sacrificio de amor: una rosa teñida con mi sangre.
Y mis dedos se cierran con fuerza en el tallo. Es inevitable.

Si hay una lágrima en la entrega mezclada entre los pétalos, es porque a veces el amor no es tan indoloro; a pesar de toda esta ansia, el cuerpo se abandona y fluye el llanto. Pero es precioso, le da el aspecto del rocío.
Y mi sangre sube por sus venas para teñirlas.
Son carnívoras.
Y las amo por cada una de las heridas que me han hecho.


Iconoclasta

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15 de enero de 2006

666: En un resturante parisino

Como un ser superior que soy, existen cosas que no me influyen o atañen. A veces, alguien o algo consigue que pierda el control por una futesa.
Las prohibiciones no se han creado para los dioses pero; el hecho de transgredirlas ante los primates o cualquier otro ser vivo da cierto romanticismo y motivación a mis actos.
Dijéramos que la ofensa de tratarme como a un igual me permite poner en marcha mi violencia, mi maldad.

Hace ya unos años, a los primates se les ha metido en sus patéticos cerebros el prohibir fumar en casi todos los recintos cerrados.
Pasan hambre, se matan. Sus hijos se chutan mierda en las venas, se mueren de cáncer, en automóvil y carecen de libertad alguna. Trabajan años y años y cuando llega el momento de jubilarse, se mueren en muy poco tiempo.
Son graciosos los primates.
No me canso nunca de violarlos, descuartizarlos… De matarlos.
El que un humano, un mono me diga lo que debo hacer, es algo que dispara lo más peligroso de mí.
Aunque si he de ser honesto, no necesito grandes motivos para destrozar vidas.
Unos especímenes al verme caminar por cualquier lugar del mundo, aunque sea de espaldas; intuyen que es mejor no rozarse conmigo.
Otros en cambio, son más valientes y a pesar de mi aura maligna, de peligro; creen que no se han de atemorizar por nadie y me molestan. Me aconsejan hacer esto o aquello, o me recuerdan alguna prohibición. Y estos valentosos nunca aprenderán porque los mato con la impunidad y la gracia que me otorga mi condición de ser superior.

En pleno centro de París, entré en uno de esos restaurantes de lujo. De esos que parecen casas de putas por lo recargado de su decoración. En realidad lo son, porque parece que por el precio, en vez de servirte unos entremeses, te van a hacer una felación dos ministras francesas.
No importa, chorreo dinero.
Elegí ese restaurante caro, selecto y feo porque por una buena propina al afeminado recepcionista, no le importa que me fume uno o diez de mis ostentosos habanos H. Hupman. Así que al entrar con el puro en la boca, le solté un billete de 50 €.
No prestó atención al cigarro y por un momento pensé que me la chuparía allí mismo.
El salón comedor aún no estaba lleno y me condujo hasta una mesa individual un tanto aislada del núcleo de mesas central. Discreta.
Un camarero me acomodó servilmente y estuve a punto de clavarle mi cuchillo en el corazón por servil; pero saqué un billete de 20 € que me quitó de los dedos.
Acto seguido le pedí entre volutas de humo, dos docenas de ostras, un par de latas de cocacola y unas patatas fritas. Me encanta ser vulgar en los más caros y selectos locales. Quien tiene dinero tiene clase, lo tiene todo; recordadlo.
Aún no me habían servido las ostras, cuando empezó a formarse cola en el mostrador de recepción; seguramente el relaciones públicas del restaurante salió a la calle para buscar clientela proclamando que habían niños y niñas pobres en el interior, y de los cuales se podía abusar sexualmente por el precio de un menú arregladito. Los condones corrían por cuenta de la casa.
Y así, sumido en mis profundas cavilaciones, el salón se comenzó a abarrotar de gente con dinero. Muy educados todos, claro…
Hasta sabían francés.
Soy un buenazo con demasiada paciencia en algunas ocasiones. Porque el hedor de los primates es repugnante.

Las ostras que me estaba comiendo con unas gotas de limón, aún se movían al bajar por mi gaznate.
Es hermoso comer seres vivos.
Me encontraba bien, feliz. Tranquilo.
Una pareja formada por una lujosa puta veinteañera y un viejo carcamal, tomó asiento unas mesas frente a la mía. Me comí a la puta con la mirada; el viejo exhibía una amplia sonrisa, saltaba a la vista que le había comido el rabo hace muy poco. Un pequeño cambio de tono en el maquillaje de la barbilla, delataba el reguero de semen por que se había escurrido de los labios de la puta.
Clavé con inmisericordia mi mente en la de ella, a través de sus ojos enormes de avellana, casi dorados.
Aspiré una gran bocanada del habano y exhibí mi lengua ancha y pesada.
El viejo leía la carta, mientras su guarra era catapultada al delirante deseo sexual de mi volición.
La primate me devolvió una mirada que poco a poco se fue cerrando con abandono y voluptuosidad. Humedeciéndose los labios.
Su mano bajó al paquete del viejo simio y bajo la mesa abrió la bragueta, oí el sonido suave, sacó su pene delgado que se puso tieso al instante.
El primate miraba hacia todas partes un tanto avergonzado mientras sus labios temblaban trémulos. En el movimiento del mantel se intuía el sube y baja de la mano de la guarra entre las viejas piernas.
Sorbí la carne de una ostra e imaginé lamer la vulva de la primate. Le envié la imagen de un limón goteando sobre los labios húmedos e hinchados de su coño blando y elástico. La obligué a que sintiera mi lengua presionando en su coño bajo la mesa. Y sintió realmente una especie de babosa deslizarse por sus labios mayores, profundizando, buscando ávido su clítoris.
Su vulva empapada era ahora un amasijo de placer.
Me froté los genitales con una obscena mueca dedicada exclusivamente a ella.
Soy generoso.

Y pensé en penetrarla con una navaja y cortar hacia el pubis hasta llegar al ombligo, más allá de su vientre simiesco.
En destriparla en medio de un gemido de placer, succionar sus intestinos y revolcarme carcajeándome entre esa serpentina sangrienta.
Me imaginé su horror entre el estremecimiento de un orgasmo apocalíptico.
Me dan asco los primates. Todos.

Ella deslizó la mano libre bajo la mesa y pude apreciar el gesto de meterla dentro de sus bragas; sus piernas se abrieron discretamente y dio comienzo a una caricia contenida.
Me saqué la polla y descapullé el glande con un tirón fuerte protegido de la mirada de todos por el mantel que colgaba de la mesa.
Cogí medio limón de la bandeja de las ostras y lo exprimí presionando con fuerza en el pijo. Refrescando el calor del miembro entumecido, el glande estaba ardiendo y lleno de baba lubricante.
Me correría en aquel limón y se lo daría a la primate para que se bebiera el semen…

Siempre hay alguien dispuesto a joder los mejores momentos de un ser superior.
Un trío de primates fue conducido por el servil recepcionista frente a mi mesa.
Justo en medio…
Era un matrimonio y su hija, la niña comenzaba a despuntar unas tetas que prometían ser enormes en poco tiempo. Se sintió avergonzada ante mi repaso. Vestía unos tejanos desgastados y una camiseta con la marca Gucci dibujada en pedrería rosa. Una chochada.
El padre, un cuarentón, vestía otro tejano pulcro y planchado, una camisa a cuadros y una americana azul marino holgada. La madre era una monada (valga la redundancia), lucía un vestido muy sencillo, vaporoso y fino. Hombros descubiertos y las rodillas al aire. Su piel artificiosamente bronceada se fundía con el sepia tostado de la tela.
Me la hubiera follado delante de su marido y su hija, allí mismo.
Era en definitiva, una de esas familias que sin ser millonarios viven con cierta holgura.
El macho tenía un porte adusto y grave. Antes de sentarse, se dio la vuelta y me miró brevemente a los ojos. Olfateó el aire y fijó su mirada en mi habano reprobadoramente. Con agresividad incluso.
O sea, con total elegancia y rotundidad marcó su territorio y demostró lo que pensaba de mí y mi puro.
Desde ese momento estaba muerto…
No le presté más atención y seguí exprimiendo el limón en mi capullo henchido de sangre pulsante; olía a sexo puro; esa mezcla de orín y sudor que hace salivar abundantemente a los primates.
Sentía bajar el zumo por mi bálano para llegar a los cojones y me temblaban los muslos de placer.
La puta seguía masturbándose con los ojos entornados y el viejo boqueaba con su rabo entre los dedos de la mona.
Aspiré otra bocanada y la expulsé con pereza, creando una densa nube de aromático humo.

La niña tosió…
El primate macho se levantó con rapidez y energía.

-Le ruego que apague el cigarro, mi hija es asmática.- exigió alzando la voz y provocando un súbito silencio en el salón.

La puta continuaba sobándose el coño, moviendo el rabo del anciano cadenciosamente.
El cabrón de Dios sabe muy bien cuando va a ocurrir algo malo. Dos enormes y pálidos arcángeles aparecieron tras las sillas de las mujeres de la familia modelo.
Sus hermosos cantos llenaron el local y los primates callaron en el acto sus murmullos, arrebatados por aquellas inhumanas voces.
Dios los envía a menudo cuando cree que puede hacerse cargo de algunas almas.
Como las de estas primates que se iban a desprender de sus cuerpos masacrados.
Los divinos seres se encontraban tristes y miraban lánguidamente sus pies emitiendo sus cantos de amor y perdón. Las plumas de sus gigantescas alas replegadas rozaban el suelo.

Me gusta, disfruto enormemente de esta capacidad que tengo para entristecer a las bestias celestiales.
El poder de hacer zozobrar la paz espiritual.
A veces haría fotos y todo.

Aquella interrupción, aquella orden del repugnante primate me llevó a una ira incontenible, descontrolada. Mis ojos se inyectaron en sangre, mis manos se tornaron huesudas, milenarias… Tendones y venas parecían rasgar la piel que los recubría. Las uñas crecieron rotas y negras. Afiladas.
Los caninos asomaron goteando sangre, deslizándose por encima del labio inferior.
Me puse en pie con la polla tiesa fuera del pantalón.
Los arcángeles de repente, atiplaron la voz y subieron dos octavas su canto, creando así un triste y suspendido lamento.
Lancé los dedos índice y corazón contra los ojos del mono macho, le reventé los globos y doblé los dedos para asirlo por dentro y por encima del arco superciliar.
Los arcángeles abrazaron a las hembras tras las sillas, intentando apaciguar sus almas sobresaltadas.
Arrastré el cuerpo del agonizante primate bien sujeto por mis dedos clavados en las cuencas de los ojos. Coloqué su torso encima de la mesa y al lado de la tía buena. Cogí el tenedor de la carne y empecé a clavarlo repetidamente en su nuca. No paré hasta dejar al descubierto la blanca médula entre medio de toda esa carne picada.
Mi polla gorda y dura goteaba fluido.
La cría boqueaba por aspirar aire en plena crisis asmática y la madre gritaba como una cerda.
Dejé caer el cuerpo del amado padre y marido, le abrí la boca en el suelo y acerqué la mía a la suya. Aspiré su alma gritona y asustada.
Ese cabrón era mío, los afeminados querubines se podían quedar con las hembras cuando acabara con ellas.
Me coloqué entre madre e hija, los arcángeles me suplicaron su perdón susurrándome al oído.

Así con fuerza el cabello de la madre, estrellé con fuerza innecesaria su cara contra la mesa y la mantuve así.
Con la otra mano tiré del cabello de la pequeña para echarle atrás la cabeza y le hice el boca a boca.
Le arranqué los labios de un mordisco y los mastiqué.
Levanté la cara de su madre y se los escupí.
Mi furia, mi ira los mataría a todos.
Y todos parecían esforzarse por no respirar. Por parecer muertos a mis ojos.
Empuñé el cuchillo del pescado y se lo clavé en la papada a la primate madre, algo que la hiciera callar de una puta y divina vez. Lo empujé tanto que le atravesé el paladar.
Manteniendo el cuello tenso de la niña, le golpeé con el canto de la mano en la glotis. Le aplasté su joven cuello y esos agónicos espasmos de su pecho, cesaron de repente al cabo de unos breves segundos.

Yo jadeaba furioso, buscaba a mi siguiente presa entre la manada de cobardes monos.
Estaba completamente desbocado.
Me fijé en la joven puta que seguía masturbándose y mi irá se aplacó, recuperé la compostura. Me acaricié el pijo ya más calmado. Mi respiración se pausó.
Por el rabillo del ojo, pude ver que el recepcionista estaba manejando el teléfono móvil.
Con una amplia sonrisa y tras haber recuperado mi cigarro abandonado en la mesa, me dirigí a él, sacando mi Glock de 9 mm. de la funda trasera del pantalón. Al idiota francés se le resbaló el teléfono de las manos. Encañoné su nariz por una fosa nasal y disparé sin más pérdida de tiempo.
El casquete craneal saltó en dos trozos y parte del cerebro nos salpicaron a mí y otros primates cercanos. Hubo algún grito de sorpresa por el estampido.
Los arcángeles callaron y cobijaban las almas temblorosas de las monas bajo sus alas.
Me encaminé hacia la puta, con la ropa húmeda de sangre y restos de carne y huesos pegados por la camisa y el pantalón. Mi polla asomaba gallarda y enhiesta.
Nadie me miraba a la cara, les parecía más apetecible a todos mi polla tersa y brillante.
Los primates son unos pervertidos, y cuanto más dinero tienen, peor aún.
Cuanto más me aproximaba a la puta, más fluido maloliente se descolgaba perezoso de mi pene.
Me lo cogí con el puño y se lo ofrecí a los querubines para que me lo chuparan.
Giraron la cara los muy desagradecidos.
Yo reí orgulloso de mi ingenio.
La puta se masturbaba ahora a dos manos, gemía escandalosamente y el viejo se había separado de ella asustado.
Usé la voz grave y relajante del melífluo Dios mientras cogía la cabeza de la zorra con mis manos y conducía su boca a mi pene.

-Bebe porque esta es la leche de Cristo.- y solté una carcajada feliz.

Los ángeles volvieron a la carga ante la blasfemia entonando una letanía de loor a Dios, tan antigua como ellos mismos.

La puta apenas podía respirar por que le obturé la garganta al hundir mi bálano en lo más profundo de su boca.
El viejo intentó separarla de mí y le clavé un cuchillo en el oído derecho. Elegí el de postre y se lo hundí hasta el mango.
Sus espasmos y rechinar de dientes me excitaban. La próxima vez que os hagan una mamada, procurad tener a alguien agonizando muy cerca. Es impresionante por decir poco, por decir lo mínimo.
Cuando comencé a sentir el orgasmo, la puta metió sus dedos por la bragueta y comenzó masajearme los cojones.
Me corrí con un gruñido feroz en medio de los gorjeos de ella por evitar ahogarse.
El semen le salía por la nariz.
Cuando le quité la polla de la boca, escupió gruesos cuajos de leche blanca y densa.

-Dale un poco al viejo, tiene sed.- le siseé malvado yo. Sarcástico.

Y se acercó al viejo primate, utilizó el cuchillo como asa para girarle la cara y con la otra mano presionó en su mentón para abrirle la boca. Ella abrió la suya casi en contacto con la de él y dejó resbalar el blanco semen que el viejo se empeñaba en escupir cuando la sentía en la garganta.
Yo me emocioné ante aquella tierna escena y unas lágrimas corrieron por mis mejillas sonrosadas.
Me metí la polla en el pantalón y liberé la mente de la puta.
En ese mismo instante, le sobrevinieron unas fuertes arcadas (como si fuera la primera vez que se tragaba la leche) y comenzó a chillar tan histéricamente, que tuve que pegarle un tiro en la boca para que se callara.
Salí a la calle con la ropa manchada de sangre y carne. Pero nadie me prestaba atención.
Los primates a veces son astutos.

La próxima vez que quiera fumar en un lugar público tendré que ir a un burdel de lujo. Pero en esos sitios la comida no es deliciosa.
Ni entran asmáticas.

Ya sé que es reprobable mi actitud, un dios no debería perder los nervios; se ha de mantener frío ante los primates.
El humor es importante.

Creedme, el idiota ese del padre de la asmática me cortó el rollo de la peor forma posible. Sólo Cristo y algún primate más han conseguido que pierda así la compostura.
Aunque desahogarse de vez en cuando nunca viene mal.

Durante estos acontecimientos, mi Dama Oscura se encontraba de compras por las joyerías y tiendas de moda, le encanta hacer ostentación de dinero.
Cuando en la suite del hotel le narraba lo ocurrido en el restaurante, se abrió de piernas excitada y se dejó lamer el coño por un pequeño yorkshire que había comprado para entrar en las tiendas en las que estaba prohibida la entrada de animales. Ella es como yo de compleja.
¡Aaaaaaaaaah, el romántico París!

Recordad: si queréis imitarme, controlad la ira. Paciencia y control con los idiotas.
Siempre sangriento: 666


Iconoclasta

5 de enero de 2006

Monumento

Crearé un monumento, un monumento a mí mismo.
Un monumento vertical y afilado; vertiginoso. Quiero que al ser observado, admirado; todos sientan el vértigo de una obra monstruosa.
Piedra tallada con poderosos golpes de rabia, de un desasosiego abismal.
De un amor loco que se me desliza por los dedos como una serpiente en el barro.
Se escapa, siempre se escapa lo bello.
Y la rabia y el odio y el asco llenan el hueco que queda.

Monumento a un deseo atroz y venenoso de hendir mis manos en un vientre culpable y tirar de sus entrañas.
Del grito paranoide, no casual. Algo ensayado a lo largo de décadas de frustración.
Justicia… Salvaje justicia.

Será una afilada aguja, tan tosca y torcida que el mundo entero temerá mirarla, temerá que caiga.
Será piedra rugosa, cortante.
Se clavará en el cielo y las gotas que caerán desde el afilado pináculo no serán condensación.
Será cualquier cosa menos atmósfera. Porque la atmósfera no llora rojos ni amarillos.
Sangre y bilis…
Un arrecife en el aire…

Los pájaros e insectos no se posarán en ella sin que serias heridas se abran en sus patas.
En las manos y pies de los más valientes.
Quiero que nadie se sienta a salvo y sin embargo, no puedan apartar la mirada.
Por eso golpeo y pego.
Hay uniones blancas de calcio óseo. Argamasa fraguada en plasmática serosidad.
Uñas que se han destrozado por no querer caer de esa improbable altura. Que intentaron subir para retar sus miedos.
Y la materia hiere y duele. Y un metro de subida, es un rastro de sangre.
Tiene un enlucido que aún conserva su vello original. Sus estrías y sus cicatrices. Restos de vida, testimonios de fracasos. Bubones de una peste letal.
Dolor e impotencia.

Quiero crear pesadillas, quiero crear escalofríos que recorran miles de espinazos ante la magnitud de ese monumento. Que teman conocer a su autor.
Y que no puedan apartar su vista de él.
Que sientan el peso del megalítico monumento aplastando la tierra.
Que se sientan orugas a su sombra.

Quiero que al ver toda esa imperfección sepan de mi tortura, de mi disgusto de vivir entre ellos.
Quiero ser irracional. Injusto.
Admirarán la insania, y no se sentirán confortados.
No habrá fotografías.

Esbozarán una sonrisa al verlo, una sonrisa que ocultará la certeza de que se eleva sobre los muertos, de que los cimientos son un monumento a la horizontalidad de la muerte. La muerte se extiende plana porque plano y grávido queda el cadáver sobre el suelo.

Una base plana y llana, que se fundirá con el horizonte.
Gigantesca y pavorosa.
Una llanura negra, árida y sin relieve alguno. Sólo un viento que aúlla y roba la razón. Un escalón negro que se extienda como una mancha obscena; cáncer sobre terciopelo ocre.
Busqué la tierra más seca y muerta del planeta.

Porque lo he clavado en las entrañas de la tierra. Atravesando tumbas y necrociudades ocultas por capas geológicas.
He pretendido herir la tierra con él.
Le he hecho daño.
Y nadie pasará sus manos para sentir el tacto de arena, hueso y piel. Del granito que ha conseguido hacer sangrar mis dedos.
Que supure la tierra, que el cielo se ofenda.

Que millones de ojos reflejen la plomada torcida de un cúmulo de errores.
De un ciego rencor injustificado. Que sepan que si el monumento se derrumba, no podrán escapar. Que es tarde hasta para el pensamiento.

Provocará el silencio, un pensamiento mudo. Que ni un solo sonido perturbe la gravedad y el deterioro, la congoja que crea ese monumento; el monolito de la humana miseria.

Un monumento que no se pueda disimular con una estúpida sonrisa de vana simpatía y comprensión.
Algo hiriente para el bienestar de los fariseos.
Algo horripilante como la vida que me han obligado a soportar.

Mi monumento, mi insulto al mundo entero…
El alarde de mis miserias, las de ellos.


Iconoclasta