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27 de diciembre de 2006

Cortando el aire y la carne

Se despertó con un sobresalto, el móvil chirriaba Merry Christmas y cuando lo alcanzó dejó de sonar; la pantalla mostraba un número desconocido.
Le dolía la cabeza, una pulsión fuerte en la base del cráneo le hacía ver estrellas de colores.
De Navidad…
Se había acostado cansado a las cuatro de la tarde tras haber acabado la jornada laboral en el turno de mañaña.
La siesta se había prolongado durante 3 horas y el dolor de cabeza había empeorado. Fumó un cigarro en la cama y se vistió, le apetecía bajar a dar una vuelta por el barrio, echar una ojeada a los puestos de belenes, a las tiendas.
Distraerse.
Con la imagen aún reciente de su pesadilla, el corte profundo en un vientre y el manar de los instestinos como orugas gordas y blandas que se desparraman sigilosas, bajó las escaleras de la casa. Cuando llegó a la calle, la imagen se perdió y sus mandíbulas prietas se relajaron.
Tampoco tenía muy claro el trabajo realizado hoy.


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Soy capaz de generar pensamientos agradables aunque mi vida sea una mierda; es insulsa, es pobre, es vacía. No hay expectativas de mejora. Cobro una mierda por un sudor continuo que no es ni más ni menos, parte de mi ser. Me vendo por litros a aquel el que me paga.
Tampoco soy muy distinto de una puta.
El humor es importante.

No necesito mucho, sólo conservar mis pensamientos, necesito espacio para ellos, que nadie me los arrebate.
Y no lo hay. No hay espacio en el planeta, es una maraña intrincada de millones de pensamientos que se ejecutan a la vez. No hay lugar, no hay silencio ni para el pensamiento.
Es Navidad y las cosas empeoran en estas fechas.
No hay espacio para mis ideas agradables, para mis sueños. No puedo andar sin ser interferido por la muchedumbre, se me escapa la belleza que creo en mi mente con cada empujón, con cada roce, con cada pisotón.
No hay espacio aquí. El aire se puede cortar como la mantequilla y la carne como filetes.
Es mi única idea, mi obsesión.
Los huesos se pueden fracturar… Los tejidos blandos sajar.

Y siento este dolor de cabeza intenso. Es un dolor nacido de la incapacidad de retener las imágenes que me esfuerzo en imaginar. Ideas felices. Da igual que los sueños sean mentira, los necesito para poder sobrevivir en este ambiente, algo que me quite de la cabeza la idea de que vivo en una colonia de insectos.
Me repugnan los insectos y su hostilidad, su forma de devorarlo todo sin pasión, sin ningún tipo de alegría o rabia. Insistentes, crueles en su indiferencia al dolor ajeno.
Los insectos no crean ideas felices en sus mentes, no piensan que un día podrían llegar una cima alta, tenderse sobre una roca de cara al cielo y ser bañados por la luz blanca de las estrellas, de la luna.

Cada día me cuesta más retener las estrellas en mi mente, respirar en sueños el aire libre.
Todo lo ocupa este sonido de los altavoces, las luces navideñas y una riada de gente que me aísla del frío.
Siento ganas de llorar cuando recuerdo a mi madre ajustándome la bufanda a la boca.
Nadie chocaba contra nosotros continuamente ¿era ella la que me protegía y todo era igual que ahora? Recuerdo haber podido ver las figuritas de los puestos de belenes, sólo tenía que ponerme de puntillas.

Llevo años soñando, reteniendo imágenes en estos momentos en los que ocupan e invaden un espacio que por derecho de nacimiento me pertenece.
Sólo quiero mi espacio.
Los huesos se fracturan, la carne se corta.
El rojo de la sangre es como el rojo de los lazos y el papel de envoltorio de los regalos, de los bombones.
Es dicha, la sangre de ellos es mi dicha, su dolor es mi liberación.

Hace tiempo que he perdido mi capacidad para recrear momentos de dicha, soy viejo. Lo peor de la vejez es la incapacidad de generar nuevas esperanzas. Lo peor de la vejez es revivir continuamente los tiempos pasados y concluir que no hay ya nada que esperar.
Por eso necesito mi espacio ahora más que nunca, ahora necesito que el planeta me ayude, ahora que mi mente se ha hecho tarda y lenta.
Los ancianos me llaman joven y yo les digo que 50 años son demasiados y que la juventud quedó tan atrás que apenas la recuerdo. Que no intenten ser amables con mi desdicha, les bromeo. Algunos ríen otros, los que más, no entienden la ironía.
Temo los recuerdos del pasado que me convencen de que nada será como antaño, que no volverán esos momentos felices.

Soñaba con ser mayor y caminar tranquilo y seguro, orgulloso.
No hay orgullo alguno en mí, no hay orgullo real que sentir.
No puedo sentirme orgulloso de esto que me rodea.
Nadie puede quitarle su espacio vital a un predador como el hombre.
Yo soy un hombre, me lo he repetido tantas veces que me asumo como bestia y ángel. Como bueno y malo.
Estoy de acuerdo en todo; con mis contradicciones de humano.
Cortar y desangrar.
Cercenar tejido humano.

Camino rápido hacia ninguna parte, tengo prisa por alguna razón que me asusta reconocer. Tal vez no importe demasiado; si he de apresurarme, me apresuro.
Y me da miedo reconocer mi fracaso como hombre al que han robado su espacio en el mundo, al que le usurpan el pensamiento con cosas banales que no me importan. No importa tampoco la banalidad, sólo importa que son cosas ajenas a mí. El pensamiento colectivo parece invadirme como un agente cancerígeno, devorando mis células, cebando el tumor.
Necesito extirparlo con un filo penetrante y agudo.

No hay demasiado en que pensar. No me dejan lugar ni para tener frío, lo ocupan todo.
¿Cómo puede ser posible que nadie entienda al francotirador que mata seres elegidos al azar? Yo lo entiendo, lo abrazaría al encontrar un semejante.
Tampoco puedo correr mucho para alejarme lo más rápidamente posible de aquí, no hay espacio para flexionar las piernas entre este río de carne y saliva, de rumor de voces que me hacen chirriar los oídos. Estoy seguro de que si alguien pusiera su oreja contra la mía, sentiría el murmullo que se me ha enquistado en el oído.
Soy una caracola de tierra, puede que acabe barnizada mi cabeza en una estantería y de vez en cuando un niño me coja y pegue su oído en el mío para escuchar un murmullo humano y cenagoso, espeso como la sangre que ya lleva un rato fuera de las venas.

Debo imaginar que soy un explorador en la jungla, cortando para abrirme camino, atravesar la jungla. Cortar lianas, cortar ramas, cortar brazos y piernas. Cortar hasta las almas.
Sangre y dolor.
Sujeto firmemente la navaja de afeitar e imprimo velocidad a las piernas.
Hay momentos en que la riada de gente se para y yo me he de parar con ellos, por su culpa; me es imposible avanzar.

Sacudo con medida precisión la muñeca a la altura del muslo y la cuchilla se abre letal en su ángulo exacto, tal y como tantas veces he practicado. El filo queda mirando al exterior, como un alerón que cortará ropa y carne. Así andaré más deprisa, cosas de la aerodinámica.
El coeficiente aerodinámico es el CX yo tengo un CX capaz de abrir cuerpos.
Hay tantas personas, tantos obstáculos.
Mente en blanco y caminar, rápido.
Me abandono a la riada de gente, dejaré que sean ellos los que se corten contra mí.
Siento el filo que rasga tela y se hunde en carne.

-¡Algo me ha picado!-dice una voz femenina.

No miro a quien corto, no puedo mirar tanta gente, yo sólo ando y permito que el filo me facilite el paso como el machete en la jungla. Es una idea que me gusta, es una idea que me hace respirar libertad y aventura.
No hago caso del lamento femenino, ni de los gritos que piden ayuda, que aconsejan hacer un torniquete en el muslo porque sale mucha sangre.

Y ahora con las dos manos.
Como un ángel de alas flexionadas, discreto en su poder, yo porto las navajas. Los filos son el poder que corta y despeja el camino.
Cortaré a pares.
Lo cortaré todo, hasta el puto aire si hace falta.
En la ancha avenida se ha formado un corrillo de gente tras de mí, y por encima del rugido de voces y tráfico, se escucha el lamento de la mujer rodeada de extraños que observan con curiosidad.
Estas cosas no ayudan a la fluidez en el tránsito peatonal, ni en el de los autos.

-¡Ay, Dios mío, que corte más grande!

-Pero… ¿Cómo se ha hecho eso?

-No lo sé, he sentido un roce y he notado el pantalón pegajoso… Me estoy mareando.

Yo miro al suelo, nadie reconoce ni da importancia a quien mira al suelo, a los centenares de zapatos.
La cuchilla izquierda se hunde en el hombro de un niño tras atravesar su anorak; la cuchilla derecha se hunde en los genitales de un hombre, he sentido como el filo ha rozado la cremallera de la bragueta para después hundirse con dulzura. Se me han erizado los vellos al percibir en mis dedos el chirrido de la cremallera metálica al ser mordida por el filo de la navaja.
Hay tanta gente… El hombre no entiende que ha ocurrido unos dedos por debajo del vientre, lo observo desde su propio hombro, y se lleva la mano ahí; mira incrédulo los dedos ensangrentados. Otro niño se hunde en el filo de mi navaja. El niño llora.
He conseguido dejarlos atrás, sólo un par de metros para confundirme entre el rebaño. Como uno más.
Se escucha a la madre gritar.

- ¿Qué te han hecho? ¿Qué te han hecho? – grita histérica la madre al niño mientras le sujeta la parte inferior de la mejilla porque le cuelga como un filete de carne.

El niño no responde, no debe poder hablar.
Y dando una ojeada a mi derecha y hacia atrás veo al hombre como oprime su mano contra los genitales incapaz de obturar la sangre que mana desde dentro del pantalón.
Tengo prisa, quedan muchos metros por andar entre la multitud. Los altavoces emiten villancicos que suenan mal y el brillo de las luces de navidad parece ser absorbido por la marea de carne.

Ya no brillan las luces como cuando era pequeño, ahora una niebla insana difumina su brillo. ¿O son mis retinas más opacas?
No sale vapor condensado de mi boca, el aire ya no es frío.
¿O son mis pulmones que están enfermos, fríos como los de un cadáver?
Cuando era pequeño tenía que llevar bufanda, sentía las piernas heladas porque nos hacían vestir pantalón corto.

Se hace más difícil avanzar, la gente se ha parado para cebarse en la desgracia de la víctima, les gusta la navidad y la sangre y el dolor y la ignorancia; en el fondo necesitan a alguien como yo para que les de algo de aventura y misterio a sus mierdosas vidas.
Tengo que moverme entre cuerpos aburridos que desprenden olor y calor.
Se hunde la navaja izquierda en el torso de una mano.

-¡Ay!

La derecha a la altura de un fémur masculino cuya cara no miro, ha caído al suelo atropellando tres cuerpos que tenía delante, le he debido seccionar algún tendón, un poco por debajo de la cadera.
Una mano me aferra la muñeca izquierda; pero con la derecha corto algunos tendones de las falanges a juzgar por el roce de hueso, cuando el filo toca el hueso es muy desagradable.

-¡Hijo de puta! ¡Dios!...

La mano me suelta y casi de un salto me meto entre tres personas detenidas que miran adelante para desaparecer de la vista del mutilado.
Estoy nervioso, necesito tomar algo y pliego mis alas, mis navajas, y las guardo en los bolsillos.
En el bar la gente grita para entenderse y me puedo encajar entre dos mujeres que toman café con leche en la barra. De pie, claro.
Me dan ganas de cortarles los tendones de Aquiles y que caigan al suelo entre gritos de dolor.
He de ser discreto, soy una especie de supervillano, me he convertido de un simple hombrecillo a una especie de psicópata atormentado.
Y eso está bien, me da cierto carisma.

Tengo manchas de sangre en los vaqueros, pero simplemente da la impresión de tela mojada. Huelo la sangre, sube su aroma acre a mi nariz, pero sólo yo la huelo, los demás sólo se huelen a si mismos y el olor de rancias frituras.
Tengo un olfato demasiado desarrollado a pesar de lo mucho que fumo.

-Menudo follón se ha montado ahí fuera.-le dice al camarero un tipo con cazadora de piel marrón que acaba de entrar.

-¿Qué ha pasado?-le pregunta.

-Parece ser que se han liado a navajazos.

-Es que la gente está loca, van como animales, se pelean en las tiendas por los turnos y cualquier excusa es buena para que se peguen una paliza.

Le he pedido al camarero que me pusiera hielo en el refresco y me ha mirado un tanto fastidiado.
Las navajas de afeitar pesan en mis bolsillos, siento esas hojas pesadas y afiladas escondidas entre las frágiles guardas de pasta.
La Filarmónica, hasta su nombre es una ironía. Los gemidos de los que son mutilados son auténticas arias al dolor y la incomprensión. Yo las dirijo.
Soy Karajan en versión odio y sangre
Es la primera vez en días que siento mis labios distenderse en una sonrisa.

Cuando enciendo un pitillo, me doy cuenta de que la mano izquierda está sucia de sangre, arranco una servilleta del dispensador para limpiarme sin que sirva de gran cosa, la sangre está demasiado seca. Da igual nadie le presta atención a nadie.
Me chupo los dedos para eliminar la sangre que queda entre las cutículas.
Se aproxima por momentos el sonido de dos ambulancias y la riada de gente parece casi detenida. Me siento aliviado de no estar ahí fuera, entre ellos.

Lanzo la bocanada del pitillo dentro del vaso y observo como el humo se concentra y se retuerce lentamente adoptando formas caprichosas.
Podría nacer una nueva vida de esa atmósfera que he creado, tal vez debería hacerme un corte y dejar caer unas gotas de sangre para que se formara una nueva vida en este caldo primigenio.
Me gusta leer sobre el origen de la vida. Me encanta imaginar…
Me empujan, casi me tira el vaso alguien que pretende acceder al fondo del local.
Ya no sé en que pensaba, me siento ofendido. No sé porque reía sólo me siento mal, me han arrebatado mi idea, me la han anulado.
Otra vez.
Están muertos, muertos, muertos, muertos…

La mujer continúa avanzando, abriéndose paso con sus bolsas de compras. De espaldas es ancha como un hombre y en su espalda lleva pegada mi idea, la que me ha robado. Avanza como un buey hacia una mesa que acaba de quedar libre.
Dejo 2 euros en la barra y al camarero le pregunto por los servicios.

- Al fondo, caballero.

Como la mujer ha abierto camino y no llevo bolsas, me muevo con cierta facilidad.
Deja sus bolsas en la silla de la mesa y se dirige al servicio, se adelanta presurosa.
Se está meando y por eso va molestando con su prisa.
Entra como una tromba en el servicio y yo tras ella, entro en el pequeño servicio de caballeros.
Me pongo a mear y siento la polla caliente, el alivio de la orina cálida al salir por el meato.
Me la sacudo un par de veces, me lavo las manos y salgo ya más tranquilo.
La mujer sale del lavabo sin mirar, me corta el paso restregándose contra mí.

- Perdone. – me dice.

La empujo hacia dentro del servicio de señoras de nuevo, con fuerza, con ira apenas controlada y cae golpeándose la cadera contra la taza. Emite un gemido. Y me mira sin entender.
Le doy una buena patada en su cara machuna y grita. Le meto una toalla en la boca. Se abren las dos navajas y trazan círculos y espirales en el aire.
Un corte y el ojo izquierdo parece deshacerse, la gelatina resbala por su mejilla, mezclándose con la sangre. Intenta defenderse con las manos, pero están tan cortadas ya que apenas acierta a parar mis navajazos.
Su cuello se abre en una nueva boca y le corto el cuero cabelludo desde la frente hasta la coronilla.
Parece que una ducha de sangre le cae desde el techo.
Otro corte y su mejilla se abre provocándole una mueca sangrienta. Parece una loca.
Corto sus grandes pechos y corto sus muslos a pesar de debatirse con torpeza.
Consigue darse la vuelta en el estrecho espacio y golpeo con el filo de la navaja muchas veces esas nalgas gordas.
Los glúteos se expanden al ser abiertos y asoma tejido de carne y bragas entre el pantalón cortado. Un leve resbalón con la sangre me obliga a ser más cuidadoso.
Levanto su barbilla tirando del cabello sin acordarme de que le había cortado el cuero cabelludo y me quedo con un manojo de pelos unidos por piel en la mano.
Respira pesadamente con la cabeza entre la taza y la pared, apenas tiene fuerza para moverse.

- ¡So puta! – le grito cortando su cuello, metiendo la navaja bajo la barbilla y cortando en redondo hacia la derecha.

Me despido de la muerta dándole una patada en el culo, coloco el pestillo de la puerta en posición de bloqueo por dentro y cierro la puerta. La sangre sale por la rendija de la puerta.
Ya sé que no ha servido de nada, que no he podido recuperar la idea que me ha robado pero; no he podido evitar que la ira me llevara y he de reconocer que la muerte de otros tiene un sabor salado y salvaje, es una liberación de mi mente. Matar, asesinar es sentirse libre y poderoso. Ser el sumo creador.

Entiendo a los francotiradores que matan indiscriminadamente, sé que sienten.
Y no es locura, es lo mismo que sienten los poderosos sabiendo que la vida de la gente depende de un gesto suyo.
Es lo mismo, sólo que unos lo hacemos con navajas (mucho más valiente y con más mérito), otros a distancia con un fusil y otros ni siquiera ven la muerte en directo, les basta con leer las estadísticas.
Debería haber comenzado a matar hace años, me hubiera ahorrado toda esta infelicidad.
Concluyendo, soy una buena persona.

Me vuelvo a meter en el servicio de hombres y lavo las navajas y mis manos de sangre, con el pantalón y los zapatos no puedo hacer gran cosa. Es igual, tampoco se ven.
Cuando me largo del bar, nadie se fija en mí, sólo yo los controlo, si unos ojos me miraran, los cortaría.
Es el renacer, mi vuelta a la vida.

Me sumerjo de nuevo en la riada humana, ahora me dirijo a una pequeña feria de adornos de navidad y belenes que han instalado en el centro de la avenida. Es una larga marquesina donde se concentra aún más el aliento fétido de cientos y cientos de reses.
Siento un poco de envidia de ver al padre que sujeta con mal disimulado malhumor a su hijo que quiere saltar de puesto en puesto sin más control.
Me estoy perfeccionando, unos abuelos copan un puesto de figuritas y algunos niños hacen cola impacientes. Tengo un corazón de oro, les voy a hacer un favor.
Se despliegan las cuchillas de nuevo como si fueran mis propios dedos, la vieja del vestido es bajita y debo doblar un poco las rodillas para poder seccionar el plantar delgado, un músculo en la parte posterior de la rodilla, les das un tajo ahí, lo suficientemente profundo y se desmoronan como peleles.

No sé de donde salen todos estos conocimientos de anatomía, debe ser cultura subliminal que he captado con los anuncios de la tele.
No me sitúo exactamente detrás de la vieja, sino que me alejo lo justo para que llegue el brazo. Me agacho un momento para recoger algo que no he tirado al suelo, alguien que me precede tropieza conmigo, confusión…
He lanzado el filo y lo he clavado tanto que he sentido un mareo, hay tantas piernas en medio que nadie ha visto mi maniobra.
Cuando la vieja ha comenzado a gritar, yo ya me he alejado casi tres metros, todo un récord en esta maraña de cuerpos.

- ¡Fina, Fina! ¿Qué te pasa mujer?

- La pierna, Arturo algo me pasa en la pierna. - se lamenta mientras cae desmadejada.

Lo demás no me importa, me alejo.
La turba parece haber quedado inmóvil, parece que todos callan para dejar cantar a las ambulancias, a los coches de policía.
Bajo de la zona de puestos de venta por unas escaleras que dan al nivel inferior del paseo, hace frío. Y apenas hay gente en esta zona del paseo.
Un hombre se cruza conmigo y su vista queda fija en mis manos, no he guardado las navajas, sigo andando con ellas desplegadas, buscando la sangre y el dolor ajenos.
El mira mis ojos con temor y yo imagino que le transmito una mirada amenazante, aunque me encuentro tranquilo.
Un grupo de personas interrumpen nuestras breves miradas y él se apresura para echar a andar de nuevo.

No tengo miedo de que me denuncie, nadie quiere meterse en problemas y mucho menos cuando se trata de alguien que pasea con dos navajas de afeitar ensangrentadas.
Es que cuando me dedico a algo, lo hago con auténtica devoción y algunos detalles se me escapan, me sentía a gusto con ellas en las manos, el peso de su hoja da seguridad.
Las guardo porque no soy tonto, no soy un psicópata que busca inconscientemente que lo detengan.

Y ahora, lo que siento es que tengo que volver allí, entre la gente y seguir haciendo lo que me gusta, me siento vacío aquí donde nadie ocupa mi espacio, donde puedo pensar.
Pensar duele.
Me he vuelto inestable…
Vuelvo a subir los escalones y sumergirme entre la marabunta, al paseo repleto de carne y de un aire espeso que puedo cortar.
Que debo cortar.

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El hombre sigue el rastro sangriento de JLB, un experimento psicológico. Un encargo del gobierno catalán. Hay superpoblación y descontento en algunos barrios de Barcelona y no hay medio más discreto para causar bajas que lanzar a la calle a un anónimo psicópata.
Alguien a quien no poder encontrar en años.

Han sido meses y meses de tratamiento, el sujeto experimental trabaja habitualmente en una empresa de la Generalitat.
En las comidas se le ha administrado un avanzado psicotrópico que actúa a nivel genético, transformando su mente.
Basta dar con el individuo adecuado, alguien completamente individualista y solitario. Sin vínculos familiares próximos; familiares que no puedan ver que llega a casa con el cerebro hecho mierda tras una jornada de ocho horas, y de las cuales tal vez haya trabajado dos.
Y estos individuos se conocen gracias a las estadísticas, que para eso están. El sumum del poder sobre los demás radica en conocerlos. En predecir lo que serán, lo que harán.
Y luego usarlos.
Se puede sugestionar a la masa con grandes desgracias y la hambruna en el tercer mundo, con las muertes de esposas maltratadas o con la amenaza de quitarles el carnet de conducir. Pero es demasiado inconsistente, se necesita crear un dolor real.
Un cuerpo abierto, hemorragias masivas al azar y muy próximas al ciudadano vulgar es lo que atemoriza.
Cuando se provoca que un autocar con decenas de niños se precipite por un barranco, hay todo un meticuloso trabajo de estadística, de psicólogos e incluso de mecánicos. Porque conseguir estropear un autocar es fácil, pero que caiga por donde debe, es otra historia.
Es habitual sacrificar 60 o 70 niños para, por ejemplo, acabar con el hijo de algún funcionario santón que hace demasiadas preguntas sobre los gastos farmacéuticos millonarios de un funcionario que trabaja en un taller de impresión, allá en los fosos del Departament de Industria.

En sesiones discretas, en un zulo oculto en el taller, cuando duerme por el tratamiento que se le ha administrado en la comida durante su jornada laboral, se le borran todos los recuerdos, todas las imágenes tranquilizadoras y se consigue con ello sumirlo en un profundo estado de ansiedad y congoja.
Luces brillantes y los consabidos villancicos que le son imbuidos en la mente bajo el efecto hipnótico de la droga, son los que condicionarán su comportamiento. Como ahora lo han hecho.
La medicina genética ha arrancado literalmente de su organismo cualquier concepto químico o psicológico de conciencia. Su cerebro ha mutado química y físicamente para ser un exterminador. Pero lo realmente interesante, es saber cuántas víctimas conseguirá provocar en dos horas, en las dos horas de la tarde-noche de Nochebuena; hoy día laboral y sin puente próximo, las calles con mayor número de comercios están atestadas de gente.
El hombre que fabrica psicópatas, cree que su experimento no podrá parar de matar sin una orden.
Y la orden es que se de una ducha en casa.
Se mantendrá desconectado de la función para la que ha sido creado hasta que una llamada telefónica le haga escuchar un villancico que desencadenará de nuevo el despertar de la bestia.

En este mismo momento, se da cuenta de lo equivocado que está, JLB ha salido de la multitudinaria avenida buscando el alivio de las aceras laterales por las que apenas nadie pasea. Se siente defraudado, no ha seguido su consigna de cumplir con su tarea hasta nueva orden.
Toma nota mental para que sus colaboradores le suban la dosis de FDLN (filo de la navaja), la denominación que le han dado los cachondos de sus subalternos a la droga tras conocer, que el medio que elegiría el experimento JLB para mutilar y matar sería la navaja de afeitar. Además, deberán hurgar en su cabeza y eliminar un trocito de cerebro que no ha acabado de mutar físicamente. Una pequeña lobotomía que arranque la parte más amable de sus emociones.
Aparte de aliviar la densidad demográfica, el gobierno conseguirá que la chusma le preste atención, no hay nada como unas cuantas muertes en las fechas más señaladas para crear una alarma social que provoque que la manada se cobije bajo los brazos del poder.
Sus navajas están tan sucias e impregnadas de bacterias, como los dientes de una hiena. Los filos se han tratado en el laboratorio con mucho cuidado, los heridos morirán de choque séptico por leves que sean sus heridas.

Haya votado o no, cuando el filo de una navaja de afeitar amenaza, todo el mundo se aviene a razones, todo el mundo acepta asumir un incremento de los impuestos.
Política y economía, todo es más sencillo de lo que parece.
Y las mutilaciones, no gustan a la masa que sólo quiere comprar su jamón de navidad o su salmón ahumado. O la cámara digital, o el teléfono móvil de última generación, que para eso han trabajado todo el puto año.
El hombre sonríe y sigue la andadura de JLB, que para su satisfacción ha decidido volver a la avenida central.
Ya no se siente defraudado, su hombre sigue el programa.

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Josep Linares, uno de los guardias municipales del barrio no consigue entender lo que está ocurriendo. Han sido 8 personas heridas en apenas un tramo de 200 m.
Las aceras de la avenida están invadidas de gente y su tarea no es fácil, hay cuatro grupos de sanitarios atendiendo a los heridos, todos ellos con profundos cortes. La mujer del corte en el muslo ha perdido tanta sangre que el médico no sabe si conseguirá sobrevivir.
Un crío tiene la mejilla derecha literalmente cortada en dos y ha afectado al músculo maxilar, la madre está tranquila gracias a un valium que le ha obsequiado el médico.
Su compañero Ferrán se encuentra en la zona más próxima a la feria de los puestos de belenes, donde se encuentran dos grupos más de sanitarios.
Una ambulancia conecta su sirena.

-Se llevan a los primeros heridos al hospital.- piensa con alivio.

Salta a la calzada y obliga a los vehículos a detenerse y dejar espacio a la ambulancia que avanza lenta y ensordecedoramente.

-Josep, ¿sabes algo de la central? Esto nos supera.- es Ferrán, su compañero comunicándose por la radio.

-Están en camino, vienen 8 más y el capitán con un inspector de los Mossos; pero el tráfico está colapsado, haz lo que puedas, como yo.

Josep teoriza que alguien está hiriendo a la gente sin pretenderlo, algún objeto punzante que asoma de alguna bolsa. Es rebuscado, pero no alcanza a comprender lo que está pasando; sólo sabe que las víctimas no tienen conexión aparente entre si, salvo por el azar del dolor.
Sin embargo, son cortes tan profundos, tan graves…

-Agente, este hombre ha visto algo.-le interrumpe uno de los sanitarios que acompaña a un hombre de unos 30 años, muy pálido y con un aparatoso vendaje en la mano. Sus artificiales y mojados rizos negros no favorecen su aspecto cerúleo.

- Lo vi, vi su mano. Miré hacia mis pies porque me habían pisado y vi la navaja cortando al hombre que cayó allá atrás, el de la parka gris. Intenté detenerle cogiendo su mano pero me cortó con la otra mano. No vi más que el filo de una navaja de afeitar, y luego desapareció, hay mucha gente aquí.

- ¿Vio su ropa, su calzado? ¿Oyó su voz? ¿El color de su piel?

- No.

Josep le pidió su carnet de identidad y tomó nota para el atestado y una posterior declaración.
El sanitario lo acompañó hasta la ambulancia y cuando abrieron la puerta, pudo ver un hombre que estaba tendido en la camilla y un médico hacia algo entre sus piernas.
Ya había tomado nota de él, tenía un corte que le afectaba el pene y un testículo.
Se le ponían los pelos de punta sólo pensarlo.

-Josep, una mujer ha caído con un feo tajo en la parte posterior de la rodilla, a unos 60 m. de mí.

Me acaban de avisar por la radio.

-Joder, voy para allá. Contactaré con el capitán, que vengan a toda hostia, avisa al público por la megafonía que despejen los puestos, necesitamos espacio y evitar más heridos.

- Voy allá.

- Capitán, aquí Josep Fonseca, les necesitamos urgentemente, alguien está dando navajazos indiscriminadamente, acaban de herir a otra mujer.

- Estamos llegando, Josep, tranquilícense, ya vemos la avenida; en unos minutos estamos ahí.

-Por favor, se ruega a los que no son familiares de los heridos, despejen el lugar para que puedan actuar los servicios médicos.- era Ferrán hablando por la megafonía de la feria. Los villancicos habían dejado de sonar.

- A los encargados de los puestos: rogamos cierren de momento sus negocios, necesitamos su ayuda para que el público despeje la avenida.

Josep sintió el rumor de descontento de la gente al oír estas palabras.
Nuevas sirenas y éstas de las patrullas, se aproximaban por fin los refuerzos.

-Josep, en el bar La Avenida hay una mujer herida, ve allá.- era Olga, la operadora de la central, la pobre también estaba desbordada.

- Esto se nos va de las manos, Olga.

- Ferrán, acércate a la nueva víctima, a la vieja de la rodilla; debo ir al bar La Avenida, hay una víctima allí.

El bar estaba a unos 50 m. más adelante de donde él se encontraba ahora.
Anotó en su libreta el nuevo caso del bar, llevaba la cronología de víctimas para así poder trazar la ruta que estaba realizando el maníaco.
Otra ambulancia salió veloz avenida abajo, dirección al hospital de Valle Hebrón.
Le costó mucho avanzar. Empujaba y gritaba que era un agente de la guardia urbana para que le abrieran paso.
Cuando llegó, sudando y cabreado, el camarero estaba histérico.

- ¡Por fin han llegado! La acabo de encontrar en el servicio, estaba la puerta cerrada por dentro y esa mujer me ha avisado de que salía sangre por debajo de la puerta. He liberado el pestillo con un clip y me he encontrado… ¡Es horrible!

Los clientes del bar, alrededor de 60 personas, permanecían en silencio, atentos al camarero y al guardia municipal.

Camino de los servicios apreció huellas de sangre en el suelo. Tendría trabajo la policía científica.
Habían cerrado de nuevo la puerta del aseo y frente a ella había mucha confusión de huellas.
Cuando Josep la abrió se encontró a una mujer tendida boca abajo con la cabeza entre la taza del inodoro y la pared. Su espalda estaba llena de profundos cortes, las nalgas eran un amasijo de carne y tela ensangrentada
Un hilo gelatinoso de sangre pendía desde el pecho balanceándose.
La sangre se estaba secando, la mancha se extendía por todo el suelo y hasta la zona de mesas.
La mano izquierda de la víctima se había quedado metida en la taza, tomó el pulso de su muñeca. Estaba muerta.
Decidió no mover el cuerpo.

- Capitán, estoy en el bar La Avenida, ha habido un asesinato.

- ¿Qué coño está pasando ahí? Doy aviso a los mossos, que avisen al juez y al forense. Mantenga el local cerrado, que no salga ni entre nadie. Dígales a los clientes que en muy poco tiempo podrán salir. ¡Menudas navidades!

-¿Alguien conocía a esa mujer?- preguntó Josep en voz alta.

Nadie respondió.

- ¿Recuerda a qué hora entró esta mujer?- le preguntó al camarero.

- Ni siquiera la he visto entrar, ya ve cómo está de lleno.

- ¿Alguien la vio cuando entró en el servicio?

Silencio.

- Dentro de unos minutos llegará un equipo de investigadores de los Mossos D’Escuadra, les harán unas preguntas y después podrán salir. Deberán esperar, es un asesinato y necesitamos toda la ayuda que nos puedan prestar.

- Yo tengo mucha prisa, me está esperando ahí fuera mi mujer y no sabe nada.

- Es cuestión de unos minutos, no se preocupe.- le mintió Josep, la verdad es que tenían para más de una hora y media de espera. Es la mala suerte de encontrarse en el lugar de un homicidio.

Le hizo una seña al camarero para que se acercara a la entrada del local.

- Cierre con llave la puerta cuando yo salga, estaré aquí de guardia hasta que lleguen los mossos.

No había un solo testigo en aquel bar, todo era ruido y gente entrando y saliendo. Perderían el tiempo los clientes y la policía.
Se encendió un cigarro y al tiempo escuchó las sirenas de los coches patrulla mucho más próximas, no pudo ver los vehículos por el torrente de gente que le tapaba la visión.
También podía ver en línea recta el corrillo de gente que se había formado en torno a la víctima de la feria, se encontró con la cansada mirada de Ferrán y se saludaron con fatalismo. La percha de suero de la camilla sobresalía como una antena vieja por encima de las cabezas de la gente.
Ya no se escuchaba música, sólo algunas persianas de los puestos al cerrarse. Lentamente se iba vaciando la feria, ahora la multitud de gente pasaba frente a él con su atronador murmullo.
Algunos lo miraban desafiantes. Al fin y al cabo era un funcionario y el que tenía la culpa de todo. Y encima fumando…

En 12 años que llevaba de servicio, nunca se había encontrado con una situación así, de hecho, no sabía que esto pudiera ocurrir.
Tal vez, como en otros países sí era razonable especular con un ataque de un francotirador; pero alguien haciendo daño tan cerca, cortando con navajas; era algo demasiado absurdo.
Alguien está cansado, alguien ha dejado tirada la cordura en mitad de la calle y los demás la pisotean.
Si consiguieran encontrar esa cordura, conocerían la identidad del loco.

----------

Parece que las navajas piden sangre, se abren solas en mis manos.
Y se hunden en carnes que avanzan ahora un poco más presurosas que antes, dentro de unos pocos metros y unos minutos, la muchedumbre se habrá disuelto, se habrá expandido y no podré cortar más carnes en secreto.


Una tía buena con tejanos ajustados y botas camperas… Están buenas aunque sean feas.
Dar un tajo en un culo tan duro tiene que ser como exprimir un grano lleno de pus y grasa, da morbo.
Me sitúo a su lado, pero dejando una persona en medio, nos empujan continuamente desde atrás e incluso hay algún imbécil que pretende adelantar a otros.
En el momento que recibimos un nuevo empujón, yo clavo el filo en las nalgas de la tía, no lo puedo ver, pero siento la carne abrirse, hago correr tanto tiempo como puedo el filo por la carne prolongando así el corte.
Se da la vuelta furiosa hacia el que tiene detrás, se toca el culo y alza la mano manchada de sangre.
Pierde el equilibrio, se marea sin decir nada.
El hombre al que miraba la agarra del brazo y frena su caída, ella se sienta en el suelo en estado de shock.


- ¡Ayuda, por favor! a esta chica le pasa algo.

- Vamos a llevarla allá delante, a pocos metros hay una ambulancia y un guardia que atienden a una persona herida.- dice un hombre que iba en dirección contraria.

Cuando ayudan a incorporarse a la chica, del culo le chorrea la sangre a borbotones y el tejano claro ahora está rojo.
Le duele horrores andar a juzgar por sus fuertes lamentos.
Los hombres están pálidos de ver tanta sangre. La chica, casi como en trance, se deja llevar dejando tras de sí un rastro de sangre.


- ¡Policía! ¡Policía!.- gritan al tiempo los dos hombres para llamar la atención del agente al que ya veo. Unos 50 m. delante, y en la acera opuesta se encuentra otro guardia fumando ante la puerta del bar en el que aquella hija de puta me robó mi pensamiento.

Una mujer me empuja tirando de su hijo que lleva cogido de la mano para avanzar más deprisa. Mantengo firme mi mano y noto como el crío avanza cortándose el brazo, gimiendo casi al instante.


- ¡Que no te suelto y espabila que llegamos tarde!- le grita la madre sin bajar la mirada.

Me detengo para aumentar la distancia, porque la madre dentro de poco mirará a todos lados gritando como una loca y no quiero que mis ojos se crucen con los de ella.

Y ahora pliego mis alas de nuevo, la multitud se expande, apenas nos rozamos y las manos quedan desnudas, a la vista de cualquiera.
Creo que no puedo hacer más, al menos en este barrio, en este momento.


Paso por delante de los sanitarios que están acabando de contener la hemorragia de la vieja. El guardia está realmente agobiado y ahora presta atención a los gritos que vienen de atrás.

Estoy tan manchado de sangre que me he de pegar literalmente a la gente para no llamar la atención; unos escalones me dirigen a la acera secundaria, 100 m. más adelante de donde entré de nuevo en la avenida.
Me iré a casa, me ducharé y quemaré esta ropa sucia.
Afilaré las navajas, las limpiaré y las esconderé para otra ocasión.
Me es difícil no lanzarme contra el hombre que sale de la boca del metro y rebanarle el cuello en redondo hasta decapitarlo.
Me tengo que controlar. Muy a mi pesar…


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- Ferrán, acaba de pasar muy cerca de ti un hombre con una parka negra y unos pantalones manchados y húmedos. Me parece sospechoso.- habló llevando la radio cerca de la boca.


- Tengo a dos víctimas más, Josep, uno de ellos es un niño de siete años con un corte en el antebrazo que deja ver hasta el hueso. Su mano se ha quedado contraída, hay tendones afectados.

Josep cruzó la calzada y llegó hasta su compañero dando empujones.

- Avisa al capitán, voy tras él, Ferrán. - se dirigía a la escalera y bajó de dos en dos los escalones que llevaban a la acera secundaria.

Localizó al sospechoso unos 100 m. delante de él.
Llevaba las manos en los bolsillos, un hombre corpulento y de un caminar pausado.
Llamaba la atención de la gente con la que se cruzaba, le miraban desde atrás.
Se desvió antes de que pudiera llegar hasta él por un pasaje estrecho.
Por fin, lo alcanzó.


- Perdone, señor ¿me podría enseñar su carnet de identidad?

- Claro.

Josep había liberado el seguro de la pistolera y mantenía la mano cerca del arma.

- ¿Ocurre algo?


- ¿Acaso no lo ha visto? Acaba usted de venir de ahí arriba.

- La verdad es que he oído gritos y he visto la ambulancia, pero pensé que se trataba de alguna persona que ha caído desmayada.


- Ha habido heridos muy graves, la que usted ha visto casi se desangra.

El hombre sacó de su cartera el carnet y se lo acercó para que lo tomara.

- ¿Qué le ha ocurrido en los pantalones?

- Es sangre, agente.- respondió el científico a su espalda.- El señor Jaime Balcells León es prácticamente un funcionario como usted o como yo.

- Identifíquese, señor.- Josep se sobresaltó por la irrupción de ese hombre.

Y sintió como un filo fino y penetrante se hundía en su garganta y como le cortaba en redondo. Sintió de repente la sangre inundarle la boca. No podía hablar, ni respirar.
Jaime lo sujetó antes de que cayera al suelo y lo encajó entre dos coches estacionados.
Echaron a andar calle abajo por la estrecha acera.


- ¿Se siente bien, Jaime?

- Sí, señor Ovidio.

- Pues le veo cansado.

- Son las luces y el jaleo que me abruman, pero estoy bien. He pasado unos momentos de nerviosismo. Me siento mejor que hace una hora. Siento paz, no me duele la cabeza.


- ¿Quiere que hagamos otra prueba en la cabalgata de Reyes?


- Lo deseo con todas mis fuerzas.

- Venga Jaime, vaya a casa y dúchese, descanse. Todo está bien.

Se estrecharon la mano y Ovidio observó como aquel hombre anodino se perdía entre la sombra que creaban los focos de dos farolas. Creyó sentir como las navajas se abrían y cerraban distraídas dentro de sus bolsillos.

JBL era un auténtico psicópata de laboratorio, y con voluntad de seguir haciendo daño, convencido. Y no como esos psicópatas que piden a gritos que los detengan.
Sacó su teléfono móvil del bolsillo.


- President, el experimento ha sido un éxito.

El President colgó el teléfono sin decir una sola palabra.
Sonriente, subía de nuevo hacia la avenida cuando sonó su móvil, Gingle Bells desde el bolsillo interior del abrigo.


- Vidi, cariño, estoy con los críos en casa de mis padres, ¿te queda mucho?

Pero no respondió, una mano tiró de su frente hasta que vio el cielo, desde una esquina de su campo de visión cenital vislumbró fugazmente un brillo metálico. Sintió como la carne del cuello se abría, el filo invadía con violencia sus entrañas, era un trallazo intenso de dolor, durante una eternidad el metal se abrió camino por su garganta y la sangre como un jarabe espeso bajaba hacia el pecho, sintió por fin que se ahogaba, su sangre inundaba los pulmones y su frente aprisionada entre los brazos de JBL le obligaba a mirar con los ojos brillantes de pánico un papá noel de trapo que colgaba de un balcón. El móvil se le resbaló de los dedos y aún no estaba muerto cuando JBL lo encajó entre dos coches aparcados.
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Tras la ducha, Jaime se sentó en el sillón frente al televisor apagado, balanceando las navajas entre sus dedos, nervioso, excitado.
Ya ni con silencio podía pensar, no tenía ni recuerdos.
Necesitaba seguir cortando.
Y bajó al piso de abajo, a pedirle al vecino azúcar que no necesitaba. Y cortarlo, cortar a su mujer y a sus hijos. Cortar a su perro. Cortar hasta el puto aire que respiran.
Y después bajaría un piso más.
Y así hasta que no quedara nadie en la finca que pudiera distraerlo de sus pensamientos, hasta que dejaran de sonar villancicos en todo el edificio.
En todo el barrio.
En toda la ciudad.
En todo el mundo.


Iconoclasta

25 de diciembre de 2006

Delirium tremens

Apenas han pasado 3 horas desde que se han ido los invitados de la cena de Nochebuena, los invitados son sólo familia, la misma familia vista una y mil veces a lo largo del año.
Aburrido, apático, deprimente.

Nunca mejoran estas cosas, siempre van a peor y cada año supera en asco al anterior.
No soy especial, sólo que no bebo, no me emborracho y tengo una asombrosa claridad de cada detalle, de cada palabra, de cada gesto de mierda.
No es bueno meditar tras una reunión familiar, porque acabas convencido que la porquería es la misma, perpetua; sólo que con luces de colores, una iluminación más llamativa.

Y comen como cerdos, arrancan y mastican patas de cangrejos, las cascan con alicates, se ensucian y sorben.
¿He dicho que no bebo? Entonces, ¿por qué parecen cerdos?
¿Lo son o simplemente he bebido vino sin darme cuenta y sufro un delirium tremens?
Porque gruñen, salpican migas de marisco y hablan de que hemos de dar gracias a un puto dios porque los hay peor que nosotros.

Brindo mecánicamente con ellos, sonrío como el más cordial de los fariseos y bebo mi dulce cocacola que devuelve las miasmas que estaba a punto de vomitar al estómago.
Yo no como, se me ha quitado el hambre, y es que no quiero parecer algo cercano a ellos. Sólo quiero ser distante, que me arranque alguien de aquí.

El cigarro no consigue turbarme lo suficiente, nunca lo ha hecho, como mucho, difumina detalles y los hace más soportables. Una boca llena de carne blanca que sorbe vino. Los dedos sucios y las huellas en el vaso.
La niebla que forma el humo no me permite ver el sarro de los dientes, las uñas sucias que sujetan el vaso.
El tabaco lo hace todo más delicado y elegante.

Alguien ríe como un imbécil y los demás también.
O gruñen.
Creo que soy despiadado en mi juicio, en mi falta de tolerancia. Al fin y al cabo son familiares.
Joder, pero si es que tienen rabos con forma de tirabuzón.

- Esto sí que es música.- dice el cerdo más grande, mi suegro. – Y no la mierda que se hace ahora.

Y lo veo más cerdo, más marrano. Más imbécil.
Un palurdo al cual pegar con una vara hasta arrancarle la piel a tiras.
Y no sé si es delirium tremens, pero mi colilla sale de entre mis dedos y se estrella contra su cara en una explosión de pavesas. Me encantan los juegos artificiales si molestan a los cerdos.

¿Podría ser que la mayonesa esté en mal estado y me haga flipar?
Igual sí.
Es tan vívido todo. No puedo dormir, no se me van los cerdos de la cabeza.
Hasta mi amigo el tumor se remueve inquieto en el hueso.
Vaya… La nochebuena me ha inspirado un humor negro. Muy negro.

Negro como el sostén fino de mi cuñada, sus pechos lo llenan, sus pezones presionan la blusa. Quiero follarla, me apetece darle un par de embestidas apartando la braguita, sólo lo justo para que sea rápido, eficaz. Explosivo.
Es que las venas laten y oprimen abajo. Quiero que su coño me empape, desde aquí huelo su humor sexual, dulzón y caliente.

Me siento acalorado y llevo la mano a los cojones para calmar esta excitación.
Por un momento no la he visto como cerda, pero ha dicho no sé que sobre la pobreza en el mundo con un vaso de Ballantine’s en la mano y se me ha vuelto sonrosada la buenorra, incluso gruñía.
Y le han aparecido 8 tetas…
Joder, que mal rollo.

Esta mayonesa está hecha yogur, debe ser eso.
Tengo un pavor que me hace sudar copiosamente, si mi hijo se convierte en cerdo, los mato a todos con un cuchillo.

Otro cigarro, he de fumar y quemar los pulmones, que la sangre se espese, que se ralentice la circulación sanguínea en mi cerebro. Perder el sentido, un coágulo en la cabeza.
Porque mis manos son pezuñas.
Ahora sí que tengo miedo.

Ahora sí que me monto a mi cuñada, a cuatro patas, reventando la mesa llena de comida y de cáscaras de cangrejos, de patas amputadas por dientes blancos que se han convertido en amarillos y sucios colmillos.
Nochebuena…

La música que suena es una mierda, me gusta la de ahora, aunque sea cerdo.
Miro a mi hijo, y no puedo hablar. Pero mis ojos no son porcinos aún, y le ruego que aguante, que no se rinda. Que no se embrutezca creyéndose y asumiendo tanta mierda.
Tantos purines.

Se fueron, en algún momento de la madrugada se fueron. Y la mesa no estaba rota, no había gruñidos, no había ruido ni migas de carne volando por el aire.
Sólo yo, escribiendo, recapacitando sobre los buenos deseos, sobre la paz en el mundo.
Sobre la sinceridad y emoción con la que hablamos en estos días de bacanales y encuentros.

Tal vez, no quiero dormir para seguir disfrutando de este momento en el que no hay cerdos. Porque mañana, más de lo mismo.
Mañana no, hoy.
Y no sé si podré aguantar más mayonesa en mal estado. O más vino bebido distraídamente.

No quiero pasar por otro delirium tremens.
Prefiero ver perros, son más tranquilos, menos gritones.
Haré el pino y me quedaré dormido, más que nada para pasar inconsciente parte de la Navidad.
Es madrugada y haré más corta la vigilia.

Iconoclasta

20 de diciembre de 2006

Las crónicas lácteas de un probador de condones



Las crónicas lácteas de un
probador de
condones

Yo me siento muy bien cuando algún degenerado se muere. No soy una persona especialmente sensible con las desgracias del prójimo como les ocurre a otros. Soy un currante nato y sacrifico mi polla todos los días en la fábrica de condones para seguir viviendo.
Por otra parte, cumplo una importante función social al proteger a los seres más carnales y marginados de enfermedades y embarazos no deseados.
Si el condón está roto, mi pene y yo lo detectamos.
Es un trabajo duro, hay días en los que no sería capaz de echarle más de 7 polvos seguidos a mi mujer aunque sólo me la haya pelado 16 veces en la fábrica.
En esos días de cansancio, hasta mi hijo, al llegar del colegio por la tarde me saluda con un:

- ¡Uy! ¡Cómo huele a polla hoy!

Y es que el tiempo no pasa en balde, los hijos crecen, la polla decae y los testículos cuelgan lastimosamente gordos, y tan cerca del suelo que hasta me transmite su frescor.
Es por ello que no sufro depresiones por males ajenos, me sobran con los míos.
Es más, desde que tengo una discusión diaria con mis jefes porque fumo en mi puesto de trabajo, aún me interesa menos que atenten contra el cajero automático del Palacio de la Zarzuela.

Soy rencoroso como un gato castrado.

Y no me van a despedir por una tontería como fumar, ellos no tienen tanta fortaleza como yo en sus órganos genésicos. Sin mí se quedan sin el departamento de Control de Calidad y sin los derechos a reproducir mi pene en resina como premio sorpresa que puede salir en las cajas de 120 unidades de Plátano Resbaladizo de Luxe.
En fin, que a pesar de que me importa una mierda lo que ocurre más allá de un kilómetro a mi alrededor, me siento bien cuando muere un hijo puta.

Todo esto viene a cuento por un condón que se me ha roto al sacármelo, se ha rasgado el depósito y el semen ha caído en unas hojas de periódico que deja en el suelo como medio absorbente la mujer de la limpieza, dice que está harta de pasar la rasqueta por el suelo, y también me pregunta por mi dieta.

Precisamente ha caído la cuajada de mi pijo brillante, húmedo y gordo en la foto de la jeta de Pinochet; parece talmente que el viejo pervertido me ha hecho una mamada.
Que nadie se engañe, estos tiranillos idiotas han comido más pollas que el director de la tesorería de hacienda cuando era un triste inspector.

¿No es precioso saber que está muerto el viejo loco? Sí, yo también sonreía ante la posibilidad que antes de morir le petaran el culo en una prisión con los calzoncillos en los tobillos. Pero sé que la vida es así de sosa y aburrida y estas cosas quedan para la ciencia-ficción.
Bueno, a ver si hay suerte y antes del fin del 2006, le sale un tumor en la barriga a Fidel del tamaño de una embarazada de quintillizos.
Su barba reseca y crespa promete placeres insanos.

Así que mientras masajeo mi pene con el cigarrillo colgando de los belfos (adoro la riqueza de mi léxico), veo la foto de un terrorista vasco, más concretamente de ETA, con cara de enfermo. Un tal Juana Chao (hay una mancha de aceite en la hoja que no me deja leer con claridad, cosas del enorme bocata de atún que me he ventilado) o algo así.

¡Qué asco, hasta entre los terroristas hay depravados travestis! Le han atado las manos para que no se arranque una sonda; debe ser anal. Yo sonrío, si a mi me tuvieran el culo sondado también me la querría arrancar. Pero a un travesti llamado Juana, le debería gustar.
Seguro que sólo lo hace para salir en el periódico.
Además, el muy tonto se encuentra en huelga de hambre…

¡Coño!, me he distraído acariciándome y me he olvidado de ponerme el condón.

Mis huevos se contraen, mis preciosos ojos verdes se entrecierran e incluso se humedecen emocionados, contraigo el vientre, aprieto fuerte el puño en mi venoso bálano, tenso el culo y pronuncio en un susurro entrecortado:

-¡Ah! ¡Hostia puta! ¡Me cago en Dios!

Nunca me acostumbraré al placer de un orgasmo.

Y ahora me pregunto si al Juana le alimentará y dará nuevas fuerzas mi requesón que luce obsceno en su cabeza rapada, en la nariz y en los labios.
Si yo fuera más humanitario, le dejaría que mamara de mi caño proteínico hasta que se transformara en Popeye, el macho.
Lo ayudaría, lo juro.

¡Joder! Ahora va y se cae la ceniza, como esto se seque me voy a cortar al pisarlo.

El bueno de Ahmed, mi sustituto para cuando voy a mear o cagar (y ayudante cuando necesito un culo para probar la gama de condones extra-fuertes Macho to Macho Lover’s) acaba de entrar.

- ¡Kihai Iconoclasta! – no es un saludo japonés, es que no sabe decir bien “que hay”.

- Hola Ahmed, aquí haciéndome unas pajas mientras leo el periódico.

Se sienta en mi mesa después de haber limpiado las gotas de semen con la palma de las manos y éstas en sus pantalones.

- Hoy ha salido una foto de mi pueblo: Baelobus Pallha. Soy libanés.

Ahmed es un buen tipo que se pone hasta el culo de chorizo y jamón. O sea, que se pasa el corán por el forro de los huevos como todos los que están fuera de su país, sólo que él lo dice tan tranquilo.

- Mira ahí, en la foto de abajo.

En la hoja que está extendida a la izquierda de mi pie derecho y bajo el izquierdo, hay una foto en la que aparece un cartel que sirve de apoyo un soldado español, ahí en gusanillos y rayas curvas, está escrito en árabe el nombre de su pueblo.
Al fondo se vislumbran un montón de casas con agujeros hasta en los vanos de las puertas, una mujer se balancea en el vacío aferrada al tendedero de la ropa.

El soldado luce unas gafas de sol de aviador, un pendiente en la oreja derecha, lleva un trapo a cuadros rojos y blancos liado en el cuello, tiene el pelo lleno de polvo y la barba oscurecida con rimmel.
El titular del artículo dice:

"Nos sacan de Irak, para meternos en un sitio más malo y peligroso. "

El sindicato militar En Pro del Descanso del Guerrero (PDG)y la plataforma Soldados Gays Sólo para Intendencia y Logística, han denunciado a los generales Millán Astray jr. y Brunete Pollo por mobbing.
“En Irak, al menos cobrábamos dietas internacionales, aduciendo que ahora estamos “más cerquita de casa”, nos han rebajado casi 300 € de la nómina” declara a este periódico el portavoz de la plataforma SGSIL.
El ministro de defensa responde que están trabajando en un proyecto de ley para prohibir el consumo de tabaco en todo territorio en el que se encuentre una bandera española muy grande. Los bocadillos de hamburguesa XXL serán considerados como no reglamentarios y su consumo será objeto de sanción. Se añadirá al equipamiento individual, dos cajas de condones con anillo vibrador para una más placentera relación sexual en la convivencia entre camaradas.
También podrán ser utilizados para las violaciones locales tanto masculinas como femeninas.
La oposición responde “que se meta el señor ministro los condones en el culo”. El ministro sonríe travieso.
- Joder, han hecho polvo tu pueblo, Ahmed ¿estás preocupado?

- ¡Quibhá! (¡Qué va!), si las casas las hicieron así para ventilarlas. Cuando fumamos y el sol lanza los rayos del atardecer que se reflejan en los edificios, las casas parecen cachimbas de bronce, es un hermoso espejismo en un mundo absurdo y lleno de contradicciones. Es precioso.

- Me aburre la arquitectura. Menéamela un rato que tengo el túnel carpiano irritadísimo. Ponme uno del lote 123 A, por favor.

- No hombre, no lo hagas con la boca.

Tomo asiento en la silla-trona de PVC con canalización hacia el desagüe y me relajo.
Ahmed es un tío muy nervioso y no hay nada peor que alguien te transmita los nervios.
Me maneja el pene como si fuera una coctelera, siento un placer malicioso al verlo sudar y jadear.
Es que me envanezco fácilmente de mí mismo.
Mi relajación dura muy poco, en menos de un minuto ya estoy estirando las piernas todas tensas hacia delante y contrayendo los dedos de los pies mientras mascullo mordiéndome el labio inferior:
- ¡Hijo puta!

El condón aguanta la presión de mi géiser blanco y Ahmed sale ileso.

- ¿Quieres que te la limpie?

- No Ahmed, cuando me corro estoy muy sensible y no soporto que me toquen. Ni besos ni caricias.

- Pues ahora me la pelas tú. – me dice con un condón de purpurina dorada balanceándose entre los dedos. Se lo ha sacado del bolsillo de la camisa.

- Una mierda. – le digo. – Oye, tráeme una cocacola, cuando vuelvas.

- Vale, hasta luego.

Hoy es un buen día, está pasando rápida la jornada con todas estas distracciones.
Es una suerte trabajar en una empresa potente que subvenciona la prensa diaria a costa del dinero de la mujer de la limpieza. Ya os he dicho que no soy especialmente sensible a las calamidades ajenas y el que la mujer de la limpieza tenga que poner de su bolsillo el sistema de absorción, es un daño colateral contra ella misma con el que puedo vivir sin demasiados remordimientos.
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Cuando llegué a casa, apenas me dio tiempo a dormirme viendo un precioso documental de National Geographic sobre el lagarto que escupe sangre por los ojos, cuando llegó mi hijo.

- Hola papa.

- ¿Cómo ha ido eso, machote?

- Aburrido, en este insti no pasa nada.

- ¿Y qué debería pasar?

- Joder, pues no sé, que encontremos a un niño cobardica y le podamos pegar unas patadas. O que alguien se decida a pegarle al profe de tecnología que es idiota. No sé, en todos los instis pasa algo y en el mío no. Nadie se suicida.

No se lo confieso, pero me encanta la forma en que piensa mi hijo, es una máquina inhumana y carece de escrúpulos. Es casi como yo.
Un día de estos me lo llevo al curro para que vaya aprendiendo el oficio y a ver que tal se le da el Control de Calidad.

- Ni siquiera hay quien filme una pelea con el móvil. En cambio en la tele, cada día ocurre algo en algún colegio.

- Claro, eso es porque se inventan las noticias para tener cosas que decir en los programas. Esas noticias de profes y alumnos sólo se emiten los dos primeros meses de inicio de curso, cada año igual. Ahora no lo entiendes, pero así distraen a la peña del agobio de tener que pagar tanto dinero por los libros cuando se han pulido la pasta en las vacaciones.

- ¿A que la de inglés pilla cada 2 meses un resfriado y se tira una semana sin ir al cole? – proseguí inflexible y dando la nota de sabiduría que los hijos necesitan.

- Sí, ahora tenemos a la suplente.

- Pues estoy seguro de que ya le han dicho que debería dejar de correr desnuda por la casa para no resfriarse y coger tanta baja. Hay gente que se cansa de trabajar y pone la excusa de que están enfermos, sobre todo los que trabajan para el ayuntamiento o el gobierno. Y como ya han estado tantas veces enfermos de todo tipo de males, tienen que inventar excusas nuevas. Ahora los profes se hacen videos en los que un chaval les pega y así tienen motivos para hacer huelga y no trabajar. También quieren que les suban el sueldo convenciendo a la gente que la docencia es peligrosa y casi quieren ser policías de niños.

- ¿Qué es la docencia?

- Pues fíjate, si hubiera una buena docencia, esto no me lo preguntarías. Resumiendo, la docencia es la actividad que consiste en educar a la gente sobre los temas que necesitan para vivir, trabajar y entender lo que ocurre en nuestra sociedad.

- ¿Y a ti quién te enseñó lo que haces? No hay profes de pajas.

- Bueno, cada persona nace con unas cualidades determinadas, y con el tiempo y a medida que te haces mayor, te dedicas a lo que se te da mejor. Y a mí las pajas siempre se me han dado bien. El colegio me sirvió para aprender a decir en público lo que es correcto y en casa lo que es real. Y es por esta ignorancia de lo que son los estudios y su falta de capacidad de síntesis por la que los universitarios que no son muy inteligentes, se congregan en rebaño para beber frente a una gasolinera. No saben aún de qué va la cosa y así se distraen un poco de su propia idiotez; se convencen de que entienden algo con porros y licor de garrafa. Luego se mean encima como es lógico; tú nunca hagas eso o te pego una paliza, cabrón.

Lo que en verdad quería decir es que el colegio me enseñó a leer y escribir para así entender de lo que va el rollo y no hacer ningún caso ni dar crédito a lo que me enseñaron.

Hay algunos ensayos del movimiento nihilista-kirkerganiano que apoyan mi orientación intelectual al respecto de que la filosofía y la metafísica tiene distintos fundamentos semántico-fonéticos partiendo de la razón del salario bruto anual del filósofo.

Hace poco leí un libro de un tal Péndulo Focault que hablaba más o menos así de incomprensible.

Estaba bostezando ostentosamente, pero mi hijo no se daba por aludido.
- ¿No tienes deberes? estaba impaciente porque el documental se estaba acabando y me encanta dormir arrullado por esas voces relajantes.
- Me voy a jugar con la cónsola. - lo dijo con un aburrimiento que no intentó disimular de ningún modo.

A mí me da igual.
- Vale pero no dejes los deberes para última hora que siempre los acabas después de cenar y no quiero que me toques los huevos cuando empieza la peli. - el Steven Segal hace el ridículo a su edad y su gordura en las películas, pero siempre distrae la violencia.

Soy un padre que está muy pendiente de su pequeño.
De golpe me sobresalté.

- Oye, ni se te ocurra decirle a nadie lo que te he explicado, que igual tengo que ir a partirle la cara si se pone borde. Lo que se dice en casa queda en casa.

Ya me imagino a mi hijo cotilleando como un hombrecito que la profe va desnuda por su casa para ponerse mala y no ir a trabajar. No tengo ganas de tirármela en su despacho cuando me cite y luego me desee, dado el morbo que suscita mi trabajo. No es bueno interferir en la educación de mi hijo; además, seguro que pillaría un resfriado de verdad por los sudores que le provocaría.
Y luego está lo insoportable que están los capullos de los políticos y progres queriendo meter baza hasta en la forma en que me he de tocar el capullo, al final conseguirán que se la meta en la boca para que se callen.
Serían capaces de denunciarme, torturarme y matarme de un tiro en la nuca. O de inocularme anisakis, que no es anís del mono turco sino el gusano del pescado crudo.
Me soplé las uñas orgulloso de mí mismo.

Y viendo como el lagarto escupía sangre por el ojo a un pájaro negro que ni siquiera se inmutaba; yo pensaba en la cantidad de veces que me la había tenido que cascar en la fábrica con 38 de fiebre, moqueando y fumando con una tos de perro.
Me puse la mano en los cojones y me quedé dormido sin que me diera tiempo a sacudirme la ceniza que me había caído en el pijama; ya lo haría mi mujer.
Se me puso dura enseguida.

Buen sexo, amigos, no os creáis todo lo que dicen.

Iconoclasta, 23-12-06

15 de diciembre de 2006

Palurdos dictadores

Pinochete y la guarra de Franco, y al igual que el puerco de Fidel, mueren sin pagar por sus perversiones.
Y esto es una constante universal.
Todas las leyes se crean por ellos y para ellos, hasta los países democráticos las crean para guardarse las espaldas y quedar impunes ante cualquier tipo de delito. Los que ostentan el poder por las armas o por herencia de rancio abolengo o por votos manipulados, forman una élite; un selecto club que se lamen el culo los unos a los otros. Sólo la guerra puede cambiar de gobernante y de paso aliviar cierta presión demográfica, claro.
Ha ocurrido así desde que un listillo se inventó el primer dios. Cuando algunos hombres adquirieron algo de cultura y entendimiento para negarse a dar por culo en nombre de un dios, los poderosos ya tenían ejércitos para matar y someter a los que les alimentan.
Y es que estos palurdos dictadores son el ejemplo básico y sencillo de que tras tanto conocimiento, comunicación y defensa de derechos civiles, sigue imperando la fuerza bruta y quien dispara con el calibre más gordo, gana.
Sigue imperando la razón de la fuerza.
Danton ya lo dijo bien claro: Seamos nosotros terribles para evitar que el pueblo lo sea.
Por lo demás y sintiéndome feliz y optimista por saber que estos catetos están muertos o a punto de morir, me gusta imaginarlos en su mierda de olimpo intercambiándose sus madres en una entrañable fiesta sexual. Y es que no puedo dejar de imaginarlos pervertidos hasta muertos.
Lo importante sería ahora, que por algun extraña fortuna, todos sus descendientes contrajeran algún cáncer incurable, o que alguien con mucho dinero hiciera matar a cada uno de los hijos, nietos, primos, sobrinos, hermanos, etc... que ahora pudieran estar vivos. Porque se reproducen, los muy asquerosos, y follan entre primos y hermanos para no perder la línea de poder consanguínea a pesar de que nazcan tarados. Aquí se dice que mala hierba nunca muere, por eso hay que ser malo con ellos: como dijo Danton. La paz para los muertos, es algo que se debe aprender por la dinámica que ha marcado la historia; porque mientras uno está vivo, está sujeto al capricho de todos estos pervertidos.
Ghandi sólo consiguió pasar hambre y matar más gente por abulia y por dejadez que lo que una auténtica revolución hubiera provocado.
Buen sexo y felicidades por esa muerte tan hermosa de un puerco que maldita la falta que hacía.


Iconoclasta

13 de diciembre de 2006

Cometa

Los cometas son astros locos que buscan algo en el espacio, están tan locos que no saben lo que quieren.
Se acercan a los planetas y atisban en ellos.
Se aburren, los aburrimos y se dirigen al espacio profundo de nuevo buscando algo que los distraiga.
Se despiden de nosotros con su potente núcleo haciendo foco contra el negro espacio, alardean de libertad, no tienen ataduras y el infinito es su vida.
No los veremos más, sólo nuestros biznietos o tataranietos los verán de nuevo y sabrán que hace muchos años pasó el brillante y ostentoso astro.
Tal vez pensará alguno de los que están por nacer lo mismo que yo ahora.
Yo también me aburro e imagino; parezco un cometa.
Yo también soy cometa, un cometa orbitando a tu alrededor. Mil veces me has lanzado al espacio profundo, tu atmósfera me rechaza con fuerza, me lanza lejos de ti; soy incapaz de penetrar en tu aire a pesar de la atracción que ejerces sobre mí. Pero soy incansable (mentira, temo que me apago de pura tristeza).
Soy como un patético cometa que no consigue entrar en ti.
En tu atmósfera líquida y tersa. En tu aliento templado por unos labios que me estremecen al soñar su beso.
O imaginar tu sonrisa; saluda al cometa, saluda a otro loco más, aunque sea por lástima.
Es duro ser cometa, requiere temple; requiere fuerza y no desesperar cuando todo lo que veo en el mundo me recuerda a ti, me hace pensar que pendo de ti.
Estoy atraído inevitablemente por tu masa.
No soy un buen cometa, soy de carne y hueso y si me lanzas al espacio profundo moriría de viejo en mi viaje a ningún lado. Soy así de simple.
No estoy loco, sé que moriría asfixiado, helado. Sé que soy un cometa que luce nada en tu órbita. Una cerilla que humea agónica.
No eres un planeta, eres una vida. Una vida deseada, trillones de veces más valiosa que una gota de agua en La Luna.
No soy un cometa soy un hombre que te busca a veces desesperado, otras, con un tranquilo fatalismo.
Otras con la dureza de mi sexo en el puño, suspirando y gimiendo. No soy un cometa, no soy un estúpido astro que da vueltas como un idiota.
Tengo cerebro (estoy seguro), corazón y pene. Joder.
No soy un cometa, y sin embargo, es inevitable que piense así cuando el viento arrastra la mierda del aire y deja una noche limpia de mate negro sobre el que por algún azar, se dibujan líneas plateadas.
Malditas sean las fugaces que me hacen palidecer de envidia, porque no quieren a nadie, no están sujetas a alguien de tu hermosura.
A nadie ni a nada.
Parpadeos blancos de estrellas tan locas como yo.
En la dimensión del amor llevo miles de años luz orbitando disimulada y taimadamente a tu alrededor.
No puedo dirigir la mirada a ninguna parte sin encontrarte, sin sentirme orbitando a tu alrededor.
Soy un cometa atípico, un cometa que no quiere el espacio ni la libertad, que se conforma con estar cerca de ti.
Un tonto y pobre cometa.
Y lo peor de todo, sólo soy un vulgar hombre.

Iconoclasta

7 de diciembre de 2006

Os deseo lo mejor

Yo os deseo toda la felicidad del mundo.

Es mi voluntad que allá donde estéis, donde quiera que os encontréis, seáis felices.
Que la suerte os sonría, que el amor os posea. Que sea todo maravilloso.
Que vuestros hijos se sientan dichosos, libres de pecado y enfermedades, que vuestros días sean radiantes, que mil ruiseñores os despierten al amanecer con los primeros rayos de sol.
Que vuestro paladar sea saciado con los más exquisitos manjares. Que el goce físico del placer sexual os catapulte al paraíso.
En estas fechas y en cualquier otra en la que partáis de vuestros hogares hacia unas
vacaciones; yo os deseo todo lo mejor.

Deseo que la fortuna os sonría, que el dinero llene vuestros bolsillos.
Deseo con toda mi alma que no debáis realizar ningún sacrificio nunca más, que vuestras cansadas manos reposen en la piel templada y suave de vuestro amor.
Deseo que vuestro alojamiento se convierta en un palacio y vuestro vehículo en un carrusel de dicha que os transporte allá donde vuestros sueños dicten.
Deseo que como a Moisés le ocurrió, se abra el mar a vuestros pies y os muestre la belleza que esconde.
Deseo que seáis tan felices, que no necesitéis volver jamás a la gris ciudad, al penoso trabajo.
Deseo que os olvidéis de obligaciones, presión y cansancio.
Deseo que seáis inmortales y eternos en vuestra dicha, en la perfección del sueño cumplido.
Que no envejezcáis, que no muráis jamás.
Que ningún dolor os haga entrecerrar los ojos.
Deseo que seáis tan felices, tanto, que no queráis volver.

Ahora y siempre lo deseo. Si tuviera que aprender a rezar para conseguir vuestra dicha allá donde vayáis, aprendería.
Y es que he perdido toda esperanza de que una catástrofe borre vuestras vidas del planeta.
Sólo me queda la esperanza de que vuestra felicidad y suerte sea de tal magnitud que no volváis jamás. Que no deseéis volver porque lo tenéis todo para siempre, hasta la vida eterna.

No quiero que volváis jamás, no os quisiera volver a ver.
Os deseo todo lo mejor, cualquier cosa por no veros más.
Feliz Navidad y que seáis más felices que nunca.
Porque cuanto más lejos estéis, más feliz seré yo, apestosos.

Buen sexo.


Iconoclasta

2 de diciembre de 2006

Dan miedo los gobiernos del bienestar (II)

Bravo, bravo por Burger King.
A veces ver la tele tiene su premio, y el premio es el anuncio-respuesta de esta empresa de delicadezas gastronómicas para el obrero y demás gente de bajo poder adquisitivo y de una nula cultura gastronómica y dietética, ¡Ja!
Es la respuesta a las instituciones sobre la denuncia que prentenden hacerle por promocionar el consumo de comida rápida en dosis excesivas; un bocadillo XXL que a algún ilustre prócer le debió parecer demasiado grande para su masajeo anal.
Genial...


En el anuncio sale toda una colección de rollizos hombres y mujeres diciendo que eligen lo que quieren comer, hasta sale un viejo tirando de un camión (algunos pensarán que es denigrante, a mi me parece de un sarcasmo y un recochineo colosal). Son violentos, son soeces y muerden los bocadillos como animales hambrientos. Y encima alardean de que ellos eligen.
Genial...

Me encanta que una simple empresa le responda a una institución, que no se acojone ante los ayatollahs de un país que pretende presumir de una exquisita cultura que no tiene y que por ende, necesita inventarse.
Ha sido genial, ha sido como eso de: "¿No quieres caldo? Pues toma dos tazas".

Cómo me he reído. Está visto que con dinero te pasas por el forro los huevos a gobiernos e instituciones; afortunadamente claro.
Nada, que sigo pensando igual pero con una sonrisa más amplia, la seguridad social deberá cargar con los gastos derivados de mis enfermedades, para eso he pagado. Les pago los paseos en yate y sus colocones con sustancias alucinógenas, así que no toquen tanto los cojones con su mierda de gasto público o se lo diré al dire de Burger King para que les aplique un severo correctivo.
Para que los meta en vereda.

Es que hasta esta caterva de políticos y funcionarios visionarios, consiguen ponerse en ridículo a si mismos con las cosas que menos importancia tienen.
Bueno, como a nadie le obligan comer de estos productos, pues no pasa nada, no hay delito, no hay intención insana, cada uno elige lo que quiere.
A propósito, el consumo exacerbado de marisco eleva el nivel de ácido úrico en la sangre.

Los vegetarianos son medio anémicos y sus hijos enfermizos.
Y es que todo es malo, todo es peligroso.
Es que me parto el rabo de risa, coño.
Buen sexo.


Iconoclasta

24 de noviembre de 2006

Hombres y árboles

Hay días alegres de luz clara y viento piadoso. Días de luz cegadora y de un aire que parece arrancarnos trozos de alma.
Días en los que los hombres y mujeres sonríen por nada en especial, sin que haga falta.
Son días crueles para otros, para nosotros, para mí...


Días en los que una luz cruel nos baña, y sin filtro alguno nos muestra al mundo y a nosotros mismos como realmente somos.
Nos despoja de todo nuestro misterio si alguna vez lo tuvimos.
Si alguna vez lo tuviera...


Y nos muestra esa luz diáfana con todo esplendor a un mundo indiferente.
A un mundo al que apenas importamos; siendo quizás, ese apenas, un lujo que nos permite creernos algo. Un regalo de nosotros mismos para nosotros.


Y el viento...
Y luego el viento que nos roba temperatura, nos deja fríos, insensibles a otra fuente de calor.
Inmóviles, quietos, estáticos, sin poder huir o protegerse. No hay consuelo.
La piel se desengaña en esos días claros y despejados; no espera caricias, sólo siente la desnudez de la indiferencia.
Se encostra la piel y los insectos anidan entre la seca corteza. Nos mortifican.


Hubo un tiempo en el que caminamos.
O no... Tiendo a imaginar cosas que pudieran dar valor a la vida, a ésta que padezco.
Arboles de monstruosas y retorcidas raíces profundizando en tierra estéril. Saciando sed con arcilla húmeda que sólo nos permite no desecarnos.
No nos deja ni morir.
Una tierra cruel, falsa y mentirosa.


¡Qué angustia da ver nuestras hojas arrastradas por el viento, secadas por un calor que no es necesario!

Se arremolinan nuestros restos en sucias esquinas infectadas de orines, de vergüenzas.
Se escurre la reseca savia como un engrudo, no son lágrimas. Las lágrimas se evaporan.
No se llora a plena luz, es tan sólo sudor, es lo que cuesta, el colosal esfuerzo de aspirar un hálito más.


Es en estos días, donde el brillante amor y el triste hedor se hacen patentes como alimañas que nos devoran poco a poco, incesantemente.
No nos podemos rascar.


El amor brillante y cristalino es agua que se escurre entre las manos, entre las ramas.
Se va, se pierde.
Y queda el hedor, la paranoia de la soledad que se hace profunda y dura cicatriz.
Una poda, un doloroso corte que le reste peso al hedor. Que libere al menos la savia, una grumosa hemorragia que alivie la presión.
No puede hacer daño.


Arbol, hombre...
Una vez fui hombre, y ahora pago errores.


¡Qué más da ser árbol u hombre cuando la prisión, el castigo, es la tierra, el suelo, el polvo!

Soy un árbol milenario, o un hombre ancestral. Algo acabado, como ellos. Somos unos cuantos, lo sé, debe haber más gente como yo.
No quiero ser el único.


Maldecidos por alguna razón que está enterrada ya en las entrañas de la tierra, por algún error que no consigo recordar entre tantos cometidos.
Quedan tantos años de ser bañado por esta luz inmisericorde. Ignorado.
De no importar.


Verlos reír, mirarse los unos a los otros. Reconocerse.
Duele ser nada, ser indiferencia.


Es demasiado larga la vida.

Retorcida...

Iconoclasta

Dan miedo los gobiernos del bienestar

Porque son unos fascistas disfrazados. Están obsesionados por realizar una limpieza étnica, quieren que sus siervos sean guapos, delgados, altos y obedientes; sin afán de individualismo, todo en equipo. Como el lema del pollo del cabronazo de Franco: Una Grande y Libre.
Son peligrosos estos gobiernos contemporáneos con aires mesiánicos.


Los gobiernos de los países desarrollados e incluso los subdesarrollados como España, están sufriendo lo suyo para que sus siervos sean perfectos.
Odian a los gordos, a los fumadores, a los que no votan y los que no se colocan en las colas donde se regalan sardinas asadas por la inauguración de una plaza de mierda.


Que si denuncian a los restaurantes de cómida rápida por anunciar bocadillos gigantes, que si no dejan participar a modelos de según que peso para no dar mal ejemplo a sus futuros siervos, que si no eres tolerante porque no bailas con el culo al aire con todos los julandrones y julandronas que celebran ser lo que son, que si fumar jode los pulmones de los demás y el aire de las ciudades es tan sano que no es necesario evitar que circulen miles de coches.
Quieren crear seres perfectos, están obsesionados conque sus siervos sean hermosos. Hitler quería algo así.


Están locos, están enfermos. Los politicastros de mierda ostentan tanto poder y se meten tantas rayas de coca en la nariz, que han perdido todo criterio y están convirtiendo la convivencia en un constante examen y control.
A mí que me miren los pelos del culo a ver si son rubios y crecen sanos.
Y por supuesto, que me quiten la hamburguesa XXL de la mano, o mi cigarro... Me encantará tener motivos.


Porque da miedo verlos venir, es terrorífico ver el grado de control que quieren ejercer hasta en los hábitos más íntimos.
Lo cultural es obsesivo en sus planes de gobierno: El Gran Hermano, Operación Triunfo y el fútbol (esto último es herencia de Franco), bueno, siempre le dan mucha publicidad al Circo del Sol; seguramente como ejemplo de que nada bueno puedes hacer si no es en equipo, con cuarenta tíos alrededor para que nadie pueda atribuirse un triunfo y que su inteligencia o esfuerzo sobresalga por encima de los mediocres.


En poco tiempo, querrán quitarnos a los hijos para educarlos sin interferencias.
Bueno, me gusta, siempre me han gustado las novelas de ciencia-ficción con aires de anticipación.
La anticipación está cada vez más próxima y yo me froto las manos mirando con mucho morbo como se desarrolla esto. Es como imaginaba.


Y el imbécil del presentador del telediario de la RTVE, el Milá, sufre mucho y pone cara de asco cuando ve hamburguesas y cigarros.
Será que el subnormal come habitualmente centollos y cabrito al horno, y para rematar se fuma un Cohiba de 500 euros.


Hay tantos gilipollas y tan pocas balas... (Ford Farlaine, el detective roquero).
Buen sexo.


Iconoclasta

25 de octubre de 2006

Perder no forma parte del juego

Te escribo a pesar de que estás muerto y enterrado, te escribo para desear que te pudras de asco en el paraíso de mierda.
Porque estoy seguro de que como triunfador que fuiste, habrás encontrado un bello cielo.


Quisiera joder tu felicidad allá donde quiera que estés (sé que no queda nada de ti, no hay alma; pero me apetece imaginar estupideces, creer que de alguna forma queda algo de ti para lanzarte mi veneno), hacerte sentir mal, un fracasado, un mal padre, un padre inútil.
Necesito creer que puedes leer esto y conocer el asco que te tengo.

Triunfador de mierda, te podrías haber metido tu repugnante optimismo a puñados en la garganta y ahogarte con él.
“Ya llegará la nuestra” decías.
La tuya te llegó cuando más dinero ganabas, so imbécil; se te reventó el corazón moriste con un triste ronquido.
Si pudiera, enrollaría como un tubo gordo y pesado tu optimismo y esperanza para golpearte el cuello con él.

A ti al menos te sonrió la fortuna antes de morir, te odio con todas mis fuerzas por esa suerte que tuviste, odio con todas mis fuerzas a todos los afortunados que ahora mismo respiran, aquellos que han nacido ricos, o han triunfado pronto; odio y siento un asco caliente por los que han ganado ya el dinero que yo jamás ganaré aunque sea condenado a vivir 500 años más.

Porque tu hijo, el que esto escribe, es una víbora envidiosa, tu hijo es malo como el cianuro.
No vivo sólo de felicidad y salud de mierda.

Tienes que saber que tu educación no ha servido para nada, tus genes de esperanza y optimismo (si es que hay semejante idiotez de genes) no funcionan en mí. Sólo me has legado la pobreza y mala suerte que tú te sacudiste de encima.
No me sonríe la fortuna, pero soy muy fuerte, joder. Tan fuerte que he vencido una gangrena, una trombosis, un hueso podrido y a unos médicos asesinos.

Y eso no me basta, no quiero ser un pobre tullido de mierda. Quiero mi fortuna, quiero mi dinero y poder, no he luchado tanto por mi vida para ahora sentarme a incubar esperanza mientras la fortuna sonríe a los mierdosos que me rodean.

No me diste nada. Y fuerte me he hecho yo mismo. Lee esto y avergüénzate, padre de mierda. Avergüénzate de ser mi padre.
Afortunado triunfador idiota.

“Perder no forma parte del juego” leí en algún lugar, y así es como lo siento. No tengo un buen perder.
Es más odio y me pudre el no ganar.

Y si tengo que ganar, ganaré por acumulación de odio y envidia, aunque reviente y mis tripas al estallar manchen tu rincón del paraíso.
Triunfaré como el ser más envidioso y ponzoñoso de esta prisión que me infecta que es el mundo entero.

Coño, con que mala hostia me he levantado hoy.
Y da gracias que no te meto una postdata, gilipollas.


Iconoclasta