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6 de octubre de 2005

Un solsticio para recordar

Estaba cansado de los solsticios, de mareas y movimientos cósmicos. De los fenómenos atmosféricos importantes y de los planetas visibles del universo.
Y de todo lo de este repugnante planeta que pueda influir en mi ser.Me sentía zarandeado por cada movimiento, por cada puta marea de este mundo de mierda que me mantenía apresado en una vida plana y aburrida.
Marcada por recuerdos que se evocaban a través de efemerides cósmicas o climatológicas."¿Cómo pudo hacer eso?" Se preguntan ahora. A veces me preguntan si lo recuerdo. Yo simplemente no respondo y les pregunto "¿por qué estoy aquí?"

Aunque lo sé muy bien.

Lo pudo hacer porque el solsticio de verano, hizo estallar miles de cohetes y tracas cuando él se encontraba enojado y deprimido. Cosas de amor y dinero. Algo tan vulgar que da reparo el pensar en ello. Y da reparo porque toda reflexión lo conduce a la horrible planicie que es su vida.
Y se siente frustrado. Engañado.

Un portazo en la puerta para escapar de los gritos de su esposa, de sus propios gritos. A veces pasan esas cosas, no es demasiado extraordinario. Pero lo extraordinario es que daba la causalidad de que todo lo malo llegaba con eventos que lo resaltaban. O así lo recordaba en esos momentos.
Asociaba un disgusto concreto con un fecha señalada.
Y se encontró odiando cada época del año por alguna razón que lo hacía sentir mal. Cada época tenía sus discusiones, sus depresiones. Sus ascos asociados.

En esos momentos odiaba el mundo como odia el agua un animal rabioso.
Los petardos y cohetes se burlaban de él, se reían de su malestar. Los idiotas con rostros iluminados por las bengalas corrían mientras él mantenía el cigarro entre los labios, mirando al suelo en un banco de la placeta. Entre sus pies separados había una pintada en el suelo que decía: "come me la poya".
"¿Tan difícil es escribir bien, hijoputa?" pensó por un momento.

Hay quien necesita consuelo, una mano amiga; él necesitaba salir del planeta, un lugar que no le dejara ni respirar hasta que toda esa presión de su cerebro descendiera.
Ser arrancado del mundo y transportado al mismísimo infierno.Es igual que se alejara lo más posible de ellos, niños y padres y borrachos se acercaban lo suficiente hasta él con su mierda de alegría para demostrarle que uno llora y mil ríen.

La verbena de los idiotas.
Otra vez la mierda del dinero y los gastos extras.
Los reproches: "ya no me quieres"
De vez en cuando pasan estas cosas, y hay días en los que se aguantan con menos humor que otros.
"Vete a la mierda" le ha dicho al salir de casa, hace una hora larga.
Ahora más calmado subirá a comer coca con ella. No hablarán demasiado, como siempre. Y él meterá la mano entre sus piernas y notará su coño blando, esponjoso y húmedo. Siempre le ocurre eso con el cava.
Y la sentará encima de sus piernas, en el sofá; clavada a él.
Y la penetrará cogiendo sus pechos, haciendo que los pezones asomen duros como piedras entre sus dedos. La castigará dando furiosas embestidas en su vagina, mantendrá sus piernas abiertas y cuando esté llegando, le pinzará el clítoris y se correrá en un orgasmo violento. Aplastándole los cojones mientras la leche se desliza por entre los sexos.
Eso es lo que piensa que hará.
Pero el padre gracioso lanza un petardo muy cerca de él. Y del susto se le cae el cigarrillo de la boca, se pone en pie sobresaltado.
Y padre e hijos se ríen. El padre dice: "Perdone, jefe"
Y todo se vuelve de color plateado brillante, perlas de artificio se reflejan en su retina.
Otro puto solsticio, el cambio de estación. La noche más larga...
Todo preparado para otro magno acontecimiento. Uno llora y mil ríen.
Ahora otros tendrán otro mal recuerdo asociado a un puto movimiento planetario.
Y acercándose al risueño papá, lo agarra por la nuca y le estrella la boca contra el canto de hormigón del asiento del banco.
El hombre se levanta con la boca deshecha, escupiendo dientes rotos y la mirada desencajada.
La mujer grita.
El vuelve a agarrar la nuca del hombre y a estrellar su cara en el canto del asiento. Otro crujido espantoso y el hombre estira las piernas rígidas ante el insoportable dolor y se deja caer.
Esta verbena la recordarán toda su vida, como él tanta mierda ha de recordar.
Ahora son varios los que lloran.
Seguro que la marea ese día es especial y le afecta. Cualquier estúpido movimiento le afecta, siempre es lo mismo.
A la mujer la golpea con el dorso de la mano en la quijada y la tira al suelo con el impacto, no deja de gritar. Le machaca a patadas la cabeza hasta que deja de gritar y moverse.
Se da cuenta de pequeños golpes en sus piernas, en su cintura.
Son los hijos pegándole, intentando alejarlo de sus padres.
Y los derriba de una sola patada a los dos, los lanza un metro atrás y sus cabezas golpean el pavimento con un ruido sordo. Se levantan y corren llorando hacia la gente que se aproxima a él.
Ahora le pega patadas al hombre que emite sonidos por algún lugar de su cara deshecha.
Y lanza el pie vertical contra su cabeza.
Y se calla por fin.
Ahora no oye las voces de la gente que lo separa de los cuerpos, no se siente zarandeado. Ahora todo está bien, y se sienta tranquilo en el banco de comer "poyas", con un cigarro entre los labios.
Apeteciéndole comer coca cuando la policía esposa sus muñecas y le preguntan algo que no entiende.
No hay sonidos de petardos y parece que el mundo entero se ha parado bruscamente.

Ahora estoy más tranquilo, la mujer murió casi en el acto y el marido aún permanece en el hospital; están intentando reconstruir su cara. Por lo que me han dicho, aún no puede mover la boca para masticar. Ha pasado más de un mes y medio.
Y aquí, en este sanatorio, no hay movimientos planetarios, no hay mareas. Sólo hay una medicación relajante; cada ocho horas saco la lengua como si fuera a comulgar una hostia en forma de cápsula y el mundo vuelve a detenerse. Aquí no hay recuerdos ni solsticios.
Sólo ininteligibles murmullos de locos.
Cuando me visita mi mujer, buscamos algún lugar en el jardín, entre los setos. Y puedo tocar su coño mientras me la chupa. Me echa de menos y me dice que me curaré.
Pero no quiero curarme, no quiero salir de esta quietud.
Nadie se ríe al mirarme, los que ríen lo hacen mirando al suelo o a la pared. Los hay que aplastan moscas con la mano y luego se chupan la palma.
Los hay que se masturban como monos y otras que se rascan el coño continuamente mientras se quejan.
Pero no mueven el mundo, ellos no gritan alborozados por un cambio de estación o por una fiesta estúpida.
Y yo estoy bien aquí.
Y no saldré jamás. Porque dentro de poco encontrarán a mi mujer muerta entre los setos. La he estrangulado con mis manos y arrancado los ojos con la lima de uñas.
Este último detalle es para dar un toque de psicosis al asesinato.
Quiero asegurarme la estancia aquí para siempre.
Hasta que me muera.
Si quiero que me la chupen, ya tengo a la cerda gorda de la habitacón 217. Es una de esas tías que siempre se están masturbando y llorando.
A veces se hace sangre y oigo sus gritos blasfemos cuando le curan el coño.
No necesito que nada ni nadie me recuerde el mundo exterior.
Ese mundo cambiante e irritante.


Iconoclasta

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