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14 de septiembre de 2005

Derrotado

No quiero ser fuerte.
No puedo, mi vida; siento un deseo inenarrable de ser mecido, abrazado.
Protegido.
Necesito un consuelo como mis pulmones el aire.

No siento pasión, mi vida; sólo siento que muero.
Y no puedo pedirte tu consuelo, tu abrazo.
Temo hacerte sufrir más que mi propia destruccion.
Y sin embargo, tengo miedo a morir sin que tus brazos estrechen mi cuerpo cansado y derrotado.Que tus palabras deshagan esta negra angustia y hagan luz en mi mente.
No quiero pasión.
La pasión me ha desgastado y minado.
Hoy me llevas tú de la mano. Siempre he conducido, me has dejado ser hombre al dejarte llevar entusiasmada por mi fuerza, por mi ímpetu. Casi siempre he sido el que grita y hace. El ejecutor de mi propia voluntad.

Pero mi amor, hoy no sé que me ocurre.Estoy reventado.Tan cansado…
No sé de donde salen estas lágrimas que me cuestan las pocas fuerzas que me quedan en ocultarlas.

Es una desidia que ha cubierto mi voluntad como el liquen cubre a la roca.
Te ofrezco mi mano para que tires de mí. Si supieras cómo lo necesito. Te quiero, mi amor. Pero no te doy la mano por cariño; es que temo no poder seguir. Temo caer en el camino y no poder levantarme ya.
Me llevas por una senda poco transitado, sé que es una senda porque tú la marcas.

-Ya llegamos, cariño. Sigue mis pasos, no te separes demasiado, es un lugar que sólo yo conozco; lo he encontrado para nosotros.

Y yo en un susurro prometo no separarme.

Pero las palabras no salen de mis labios y sé que mi pensamiento es tan débil que mi boca no lo ha oído y por lo tanto el susurro se ha convertido en un gemido.
La senda de los elefantes…, allá donde se dirigen a morir.

Y yo en la senda del hombre, allá donde se desintegra minuto a minuto.
¿De dónde ha salido todo este abatimiento?¿Tal vez de mi voluntad de jamás vivir sin emociones? Tal vez me he cansado antes de la vejez y mi alma exige un sacrificio para no vivir a ralentí.
Por alguna razón las emociones se me han gastado y el alma se me ha desteñido como el agua lo hace con la sangre.
Soy un Mefistófeles víctima de si mismo.

Morir intensamente y apagarse en un segundo.
No me arrepiento… Pero no quiero morir; ahora tengo miedo, mi vida. Y no tengo valor para decírtelo.
Me dejas la mano colgando en el vacío cuando correteas hacia el claro del bosque que me has prometido.
No he podido seguirte de cerca, mi vida.
Nunca te diría que me estoy consumiendo segundo a segundo.
Te diría que me he sentado en esta roca para poder admirarte desde lejos, entre el bosque. Estás radiante y preciosa.

-¿Los oyes, cariño? Son jilgueros, no tienen miedo; nunca dejan de cantar aunque esté aquí con ellos. Es un claro precioso que creo que sólo nosotros conocemos.

Claro que los oigo mi vida; oigo los jilgueros como te cantan su saludo. Como cantan al ritmo de tu saltarín caminar por la desdibujada senda.

Cierro los ojos dejando que los trinos y la voz de mi amor, consuelen toda esta pena, todo este miedo.
Sin que lo sepan.
Aspirando el humo ardiente de un eterno cigarro que siempre me ha mostrado un mundo menos vulgar a través de la neblina de su humo.

-Quiero que un día escribas de este claro y de nosotros, cariño.

Ya no tengo tiempo, mi vida.


-Lo haré, preciosa.- y con el esfuerzo de elevar la voz siento que mis pulmones van a reventar.


Está tan bella y llena de vida…Los árboles parecen agitarse cuando pasa frente a ellos. Los árboles la aman, han visto en ella lo que yo vi hace eones. Y le brindan un saludo de hojas y brisa.

-¿Serás vago? No te pares, si ya hemos llegado.- me grita desde una distancia enorme, de la cual me llega su voz clara y cercana.

-Sino fumaras tanto, no sudarías esa barbaridad.

No estoy sudando, mi amor. Son estas lágrimas que ya ni fuerzas tengo para frenar.
Me incorporo lentamente y me dirijo hacia el claro; ya ciego de lágrimas, su sonrisa y sus palabras me guían. No sigo senda alguna sólo mi escasa voluntad mueve los pies a través del bosque tupido y plagado de claroscuros.Hasta que me noto hundir en un barro húmedo del cual no puedo sacar los pies.

En el cual me hundo lentamente.

-Venga tonto, ven de una vez.

Y alzo un brazo saludándola. Sonriendo por lo bella que está a la sombra de esos dos robles que la protegen y aman. Ella me devuelve el saludo entusiasmada.
Sonrío como un triste augusto.

Yo quisiera ahora que sus brazos me acompañaran en el momento de morir. Quisiera morir con un beso de ella.
Pero su tristeza y su dolor me acompañarían durante mi viaje a la nada. Y no quiero que sufra.
Y yo… Esta pena tan profunda, este dolor que no sé como calmar.
Ni siquiera el miedo que siento cuando mis piernas han desaparecido en esta trampa de barro, es capaz de ocultar la profunda tristeza y agotamiento con el que he despertado.
Ella tiene ahora los ojos cerrados dejándose llevar por los sonidos del bosque. Como le gusta hacer siempre al recostarse en el tronco de un árbol. Ella no puede ver mi cabeza a ras de suelo, disimulada entre las altas hierbas. Soy un mirón de mi propia amada.

Sus hermosos ojos se cierran y en sus labios se forma una sonrisa.
Es todo un espectáculo.
Mi barbilla ha tocado ya el barro. Y me cuesta respirar.

De hecho, no me cuesta apenas esfuerzo ahogarme. Es como un merecido descanso.
Estaba tan cansado, mi vida.
Me ahogo sintiendo su voz.

-Cariño ¿dónde estás? No me des un susto que siempre haces lo mismo.

-¡Cariño…! No me asustes… Ven conmigo, mi poderoso guerrero.

Iconoclasta

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