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31 de diciembre de 2005

Ley anti-tabaco

Estoy hasta la polla (y nunca mejor dicho) de esa estupidez de ley contra el tabaco. Entendedme, yo no voy a dejar de fumar nunca. Me gusta fumar.

Y es que se están poniendo muy pesados con su mierda de salud.

No soy un esclavo y no voy a postrarme ante los pies de un "massa" y comerle el rabo para que me deje fumar un cigarro, dijéramos que soy un poco rebelde cuando me tocan las pelotas y suelo reaccionar de modo contrario.

Por culpa de esta mierda de ley se montó el gran escándalo en la fábrica de condones.

Soy el que prueba los condones en la fábrica, el control de calidad.

Me la estaba pelando con un condón de color rojo con cascabeles en la base; un lote tradicional que sólo se fabrica para la nochevieja.

La verdad es que me desconcentraba un poco el ruido del cascabel y me estaba malhumorando. Pero bueno, me corrí en tres condones elegidos de lotes distintos y todos estaban en buenas condiciones. Hasta aquí más o menos bien.

Era muy difícil meter el condón de nuevo en su envoltorio sin llenar de semen los cascabeles y me estaba poniendo muy nervioso. Estaba siendo un día difícil.

Para mayor inri, un grupo de colegiales, estaba de visita en la fábrica (El Sagrado Corazón del Cristo Colgado de las Pelotas, creo que se llamaba el colegio) y el guía hizo un alto frente a mi departarmento. Hizo subir la persiana exterior para que vieran los niños, maestros y maestras cómo realizaba mi importante trabajo.

Así que me acaricié el pene hasta que se puso duro (incluso le vaporicé un poco de aceite para darle más brillo). Los visitantes se pegaban al vidrio como moscas y reían y aplaudían, sobre todo cuando vieron la elegancia con la que vestí mi polla con aquel condón de rojo pasión y cascabeles.

No soy vergonzoso, pero llevaba ya casi 45 minutos sin fumar y estaba muy estresado con ese modelo de condón tan difícil de probar.

Así que empecé a darle al puño ante las sonrisas felices de niños y niñas, de maestros y maestras.

Los golpecitos que daban contra el vidrio consiguieron distraerme y perdí la concentración.

Entonces les hablé a través del intercomunicador:

- A ver, niñas. ¿Alguna me quiere ayudar? - paso de que un macho por pequeño que sea me ayude en estas cosas.

Y una simpática niña bajita comenzó a saltar agitando sus muy pequeñas tetas. Estaba muy nerviosa.

- ¡Yo, yo, yo! ¿Me deja entrar Srta. Alba? Por favor....- le preguntó ilusionada a su profesora.

La profesora asintió comprensivamente y me sonrió cándida.

Accioné la cerradura eléctrica de la puerta y la niña se metió en el departamento a velocidad supersónica rompiendo así la barrera del sonido.

Le di dos besos en la mejilla.

-¿Cómo te llamas?

- María del Mar.

- ¿Y cuántos años tienes?

- 12

- Mira, me rodeas así la punta del pene y subes y bajas la mano, que yo te aviso cuando salga la leche. Y ponte así para que tus compañeros puedan ver como se hace.

Y la niña comenzó a subir y bajar la mano velozmente. El tintineo era impresionante y mis cojones se comenzaron a contraer de gusto.

El guía de la fábrica entró para hacer unas fotos mientras me la pelaba la niña feliz.

Pasaron dos minutos y yo no me corría, estaba nervioso.

- Tú no pares.- le dije a la pequeña María del Mar.

Saqué la cajetilla de tabaco, me encendí un cigarro y me senté frente a las visitas con las piernas abiertas mientras me relajaba y la niña por fin conseguía que mis primeras convulsiones de placer aparecieran en mi vientre.

Entonces los profesores empezaron a picar en el vidrio, estaban histéricos; querían que apagara el cigarro. Estaba prohibido fumar.

Yo no les hacía ni puto caso y continué fumando y echando el humo contra la cara de la revoltosa y encantadora María del Mar.

Uno de los profesores exigió que le abriera la puerta. Apreté el pulsador y entró como una exhalación.

- No puede fumar y menos con una niña en el mismo local. Es un crimen. La ley es muy clara.

- Pues yo tengo ganas de fumar, y fumo cuando me da la gana. Estoy sometido a mucho estrés y me paso casi diez horas aquí metido; así que no me toques los huevos y sal fuera para ver como me corro y se hincha el condón.

María le daba a mi rabo con locura y mis ojos bizqueaban.

El profesor se puso frente a mí para hablar muy claro y cerca de mi rostro.

- Si no apaga ese cigarrillo ahora mismo, le denuncio.

Y en ese momento me sobrevino un orgasmo sísmico.

Mi cara mutó y se convirtió en una máscara de lujuria, mi lengua salió de los labios relamiéndolos y mis piernas comenzaron a temblar.

Un tremendo chorro de semen se estampó contra la corbata y los labios del barbudo profesor.

-Joder, ha salido uno malo. -me exclamé.

María se estaba limpiando la mano en el vestido y yo me quité el condón para examinarlo.

Pues no era defectuoso, resulta que había frotado con tanta fuerza que se rasgó y dejó descubierto el glande.

La niña saltaba feliz haciendo sonar los cascabeles del condón roto que le di de recuerdo. Lo agitaba frente a sus compañeros alardeando de su trofeo.

Habían niños que me pedían más.

Le di la última calada al cigarro; el profesor ya se había ido hacia la pica para lavarse la cara. Estaba blanco y se había quitado la corbata de la que colgaba un espeso moco blanco.

- Voy a hablar con sus superiores ahora mismo, y me van a pagar una corbata nueva. Es usted un delincuente. Casi nos enferma con el cigarrillo.

- A mí me suda la polla, ves a hablar con quien te dé la gana, idiota.

Y el profesor salió de allí pegando un portazo.

- ¿Te lo has pasado bien María del Mar?

- Si, mucho.

Le di un beso en la mejilla y le deseé que pasara unas felices fiestas.

Y por fín me dejaron solo. Y pude volver a fumar otro cigarro más tranquilo.

Al final de la jornada entró el jefe de planta, yo estaba fumando.

- ¿Te ha dado mucho la vara el idiota del profesor?

- Estaba rebotadísimo. - dijo encendiendo un cigarro- Hasta que no le hemos regalado el bolígrafo-polla vibrador no ha dejado de gritar.

- Con el buen rollo que había cuando los subnormales del gobierno no se inventaron esa ley ¿eh?

- Es que sólo consiguen estropearlo todo- me respondió el jefe.

- Bueno, pues yo me voy a casa. Oye, me llevo un par de cajas de estos condones para Iconoclastito ¿eh?

- Vale, no te preocupes. Y felices fiestas, Iconoclasta.

- Felices fiestas, Pedro.

Y una vez en el coche y de camino a casa, me encendí un cigarro que no me apetecía en absoluto pero sólo por tocar los huevos y tirar por la ventanilla la colilla, valía la pena fumarlo.

La ley anti-tabaco me la pela.

A cascarla.

Buen sexo.

Iconoclasta

29 de diciembre de 2005

Oscuro

Oscuro...
Quisiera que el sol no saliera. Que las nubes taparan las cimas de los edificios más altos.
Negras nubes de una tormenta sobrenatural.
Opacas nubes que a nadie gustan, que presagian tristeza y fatalidad.
Que tienen el poder de frenar los lejanos rayos de un sol furioso que disfraza de luz el llanto y el sufrimiento.
Colores hipócritas pintados por un dios asesino.
Del sol mentiroso cuyos cancerígenos y rabiosos rayos se han erigido en falsa esperanza.
Como los falsos dioses creados.

El sol que estalla allá lejano y furioso.
Letal...

Un ser eternamente furioso que intenta por todos medios calcinarnos. El sol es una mala cosa; el sol crea colores que distraen de la muerte. Evapora las lágrimas como la muerte evapora el fluido de los cuerpos.
Y en las playas los cuerpos se broncean de mentira y rabia, de un calor que abotarga el cerebro. El sol se ceba en sus pieles, inmisericorde. Los hombres no son plantas, no tienen función fotosintética y sus pieles se resecan. Los humanos no florecen.

Hace décadas, en el colegio nos explicaban sobre los beneficios del sol.
Y yo miraba el sol reverenciándolo como un dios, creyendo que sus rayos me harían más fuerte, más inteligente. Que mi piel almacenaría suficiente luz para refulgir en la oscuridad.
Cada día intentaba mirar directamente al sol, hasta que me saltaban las lágrimas; quería acaparar luz, cerrar los ojos y rasgar la oscuridad de cada noche.
La oscuridad era lo contrario de la vida, la muerte.
Era demasiado pequeño para entender.

El sol dio vida a la tierra.
Mi sol salvador.

Sentía que cada día podía aguantar más tiempo su visión. Y llegó un momento en el que, aunque todo era muy oscuro a mi alrededor conseguía mantener mi mirada fija en él.
Y cogí una lupa y miré el sol a través de ella.
Un calor divino calentó mis iris y pupilas a medida que todo se oscurecía.
En ese momento vi el sol sonreír malvado, un enorme ojo se abrió feroz y escupió sus rayos que entraron a través de la lente y sentí como si los ojos se me frieran.
Y todo fue oscuridad, todo se tornó negro. Mi ultima visión fue ese guiño sádico del sol.
Vagué por las calles tropezando con la cartera en la espalda hasta que alguien me cogió de la mano y me llevó a un hospital.

El sol no quiere que nadie le mire.
Se cree un dios y es un monstruo.

Desde entonces huyo del sol, intento desenmascarar su verdadera maldad, decirle a todo el que conozco que es un ser malvado. Que duele mirar y que él nos bombardea. Nos envejece, nos consume, nos seca. Nos hacemos viejos por él.
Lo entendí con aquel calcinador rayo que abrasó mis retinas.

Que las nubes sean eternas, que ni un solo rayo atraviese la atmósfera.
No creáis en los científicos, ellos son sus servidores.

Cuando siento que el sol calienta mi piel, me escondo en las sombras. Cuando siento el calor del suelo atravesar mi calzado, grito y aúllo.
Yo ya no tengo escape, mis ojos por siempre ciegos, ya no pueden evitar ese punto luminoso y cegador, siempre está aquí dentro.
No puedo cerrar los ojos más de lo que lo están.

En mi cabeza...
He golpeado tan fuerte mi cabeza para sacar la luz de ahí dentro...
Y sólo sale sangre, y dolor. Y desesperación.

Es una claridad cegadora con la que duermo, es la última visión del sol que ha quedado grabada en mi cerebro. Su sonrisa malvada y vengadora.

Oscuro... Quiero ser sombra, quiero ser negro y fundirme con las sombras, quiero morir. Quiero que suelten mis manos atadas a la cama. Que alguien abra mi cráneo y tape mi cerebro con la mano; que me oscurezca.

Una nube, sólo una nube oscura; una nube portadora de muerte, de liberación.
Quiero ser oscuro.

Iconoclasta

17 de diciembre de 2005

Paraíso

No es fiebre, no sudo; no tengo frío.
Ojalá no sea una pesadilla, que sea real.
Da igual, no importa lo que es; estoy viviendo el momento y no soy capaz de despertar porque pienso que es imposible recuperar la conciencia en la vigilia.
No hay asomo alguno de coherencia en mis paraísos de la angustia y la desazón.
Es mejor así, porque en el otro mundo, el vulgar; no hay nada que me emocione.
En aquel mundo multicolor y ruidoso todo es previsible. Ocurren cosas frívolas y la gente muere con absoluta normalidad.
Soy sabio.

Es este mundo repugnante, retorcido y violento el que me hace sentir vivo. Importante.
No puede hacer daño ser alguien.

La rodilla no se acopla, hay demasiada distancia entre las dos partes y cuando pongo el pie en el suelo, parece de goma la articulación, no soy capaz de plantar el pie firme y un cosquilleo me hace sonreír.
Pero es un llanto, es lo bueno de mi paraíso, todo se oculta tras máscaras indescifrables.
¿Es real? ¿Y este dolor infame que parece desintegrar el hueso en fina arena?

A pesar de que siento los ojos irritados por el chute de Euforimol en los lacrimales (se necesitan nervios de acero y un pulso de cirujano para poder clavar la aguja en la glándula lacrimal sin perforarse el globo ocular); puedo ya sentir que olvido que existe el mundo frívolo, e ingreso con plena conciencia en mi tormento.
Mi cuerpo responde jovial, la rótula se une y avanzo con normalidad por una calle extraña que no me interesa ni llama mi atención.

Es extraño y tenebroso. Las cosas bellas mutan en horripilancias sin previo aviso y con una escalofriante imprevisibilidad.
Ello me obliga a admirar la belleza con precaución.
A veces un niño se transforma en una rata nerviosa que mordisquea con avidez un trozo de excremento entre sus patas delanteras.
Cosas que dan asco y de las que me es imposible apartar la mirada.
Es fascinante el horror, la angustia, el asco.
Y yo piso su cabeza aunque intento no hacerlo, el sonido de la cabeza de la rata al ser aplastada por mi bota parece rasgar el universo entero. Parece que sangran las nubes.
Nubes pesadas, siniestras, mis nubes preciosas cargadas de ácidos vapores. De acre sangre.

Sigo caminando tras el repugnante acto de matar a la rata (¿al niño?) y me doy cuenta de que voy descalzo. Los huesecillos del cráneo se han clavado en la planta de mi pie. Podría hacer claqué con un sonido espectacular.
Aunque duela me joderé y bailaré con los huesos clavados…
Sacarse los huesos no duele, es una sensación de alivio, quisiera tener más huesos clavados para poder seguir sintiendo el alivio de extraerlos entre la sangre espesa y sucia.

Estoy sentado en un césped que huele a orines.
Doy vueltas a los huesecillos entre los dedos, hasta que me sobreviene una arcada y no vomito nada. Sólo bilis.
Una bilis que me quema la garganta.
Y el cigarro encendido entre los dedos conforta mi espíritu. El filtro es amargo como la hiel, pero el humo cauteriza mi subrealismo.
El meñique del pie izquierdo se ha transformado en un gigantesco dedo de rata, y se mueve nervioso.
Hundo el pie en el sucio césped sin prestar demasiada atención.
Y me relajo.

Ella me conoce, pero no sé quien es. Ni tengo necesidad de saberlo. Bajo su falda no hay bragas.

-Estás mal y estás bueno.- me dice con las piernas abiertas, sintiendo mi mirada clavada en su coño.

No le hago puto caso.
Se hace más agresivo el olor a meados, y su coño huele mal. Mi cabeza reposa encima de las manos en el césped.
El glande de mi pene duro asoma por encima de mi abdomen. Brilla excitado.
Y mi mano se mete en su vagina, provoco que se derrame de flujo, y ella se retuerce. Hay tanta gente…
Lo hago más espectacular y alzo su falda para que vean como mis dedos se han metido en su coño. Nadie mira.
Su coño es el centro del universo.
Me lo comería entero.

Ella va abriendo sus piernas y flexionando las rodillas, mi mano entrando en su coño profundamente.
Una puta contorsionista…
Y mi mano se contrae y dilata en su vagina. Ella gime, gime mucho.
A veces parece un profundo llanto y me excita más.
Agarra mi muñeca con fuerza para metérsela más adentro. Y yo siento como el glande se expande y necesita ser tocado, acariciado.
Ordeñado hasta morderme los labios de puro placer.
Extrae mi mano de su coño, empapada en gelatina.
Y se come mi polla, se agacha hasta rozarme con los pezones las piernas y traga mi pene.
Y yo embisto su boca desesperado, me aferro a su cabeza jalando de su cabello y siento todos esos gusanos viscosos entre su pelo.
Siento como se arrastran por mis antebrazos.
Aplasto sus gusanos entre mi orgasmo, eyaculando en su boca.
Se ríe como una rata.
Se limpia el semen con las patas delanteras, nerviosa.

Mi pene sangra. Y yo me retuerzo con una frenética carcajada.
Me asombra este mundo, el semen ya está frío y los gusanos campan por mi pubis.
Y todo es sorprendente, inquietante.
Escalofriante.

Me levanto sucio, soy meados y semen. Soy mierda pura.
La cojo por el rabo evitando que me muerda.
Los pezones los tiene aún duros cuando volteándola, estrello su cabeza contra el suelo. El chillido de dolor dobla el cielo, lo refracta y la gente se detiene, observa la rata entre mis manos.
De mi pene aún penden mocos blancos. Y me torno feroz ante ellos; mi hocico se acentúa: se prolonga y agudiza y mis patas delanteras les amenazan. Mi rabo rosado se mueve inquieto.

Es todo tan extraño, tan mágico…
No quisiera volver al otro mundo. Me agujerearía los ojos por vivir en este paraíso eternamente.

Tal vez otro chute de Euforimol en el ojo me dará la eternidad en el paraíso que ningún puto dios ha creado aún.
Es mío, mi paraíso.


Iconoclasta

10 de diciembre de 2005

¡Hola pequeña idea!


¡Hola pequeña idea! ¿Se puede saber qué coño haces chocando entre mis neuronas? ¿No ves acaso, que estoy descansando de cosas como tú?
No te quiero, eres egoísta como todas.
Te engordarás, te harás enorme.
Aplastarás otras ideas más tranquilas que están ahí, pasando el tiempo distraídas, cada una en su neurona, en su propia célula. Discretas.
Moléculas de imaginación…


Y llegas tú como un cáncer, expandiéndote. Como un virus invasor que se hace omnipresente.
Y me obligas a dejarlo todo de lado para hacerte sólida, entendible.
No tienes corazón maldita idea egoísta.
Hagamos un trato: yo te doy forma ahora mismo, te doy cuerpo con palabras, te leo a través del papel y cuando ya se libere con ello espacio en mi cerebro, te conservo para siempre en mi libreta; como mi creación que eres.
Así que no te resistas y cuando seas letras y tinta, deja de oprimir, de ocupar espacio.


Serás así más eterna (es que en cualquier momento moriré, no soy una guarida segura) que mi pensamiento, que mi cerebro.
Porque a veces temo no ser capaz de escribir toda esta fuerza que siento. Temo ser devorado por cosas como tú.
O por un tiempo seco y árido…
Por este mundo real.
Sin ideas.


Ahora son propuestas, los malditos seres que en forma son parecidos a mí, sólo crean propuestas; propuestas colectivas para que nadie pueda atribuirse un error. Nada individual. Es la miseria, la mierda de muchos cerebros estúpidos.


Una idea individual, arrolladora y que desprecia todo lo demás es algo anómalo.
Incluso penado por la ley. Moriría por ti.
Las propuestas son una intención, un proyecto de idea que apenas presiona en las mentes de millones de idiotas. Y son tan sólo eso, conatos de actos.


Por eso, idea mía, no pulses más en mi cabeza; dame tiempo a plasmarte en el papel y hacerte casi eterna y tangible.
Algo raro, algo espectacular en estos tiempos.
Quiero ser un puto dios en estos tiempos de fariseos.



Iconoclasta


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3 de diciembre de 2005

Desbocado

Soy lascivo, no me queda apenas amor. Soy pura maldad sexual, soy una bestia babosa que te mira desde un oscuro rincón.
Mis ojos brillan, no lloran, están húmedos como mi polla.
Te miran mis ojos (no soy yo, ahora) con el pene en la mano, goteando... Sudando humores por ti.
Te deseo tanto que he destrozado cualquier asomo de ternura. De amor.
Follarte, joderte, penetrarte.
Metértela hasta que tus uñas se hundan en mi carne.
Te deseo voraz, deseo enterrar mi carne dura en la tuya blanda. Huyendo de tu mirada cálida que enternece y pulveriza mi lascivia, mi deseo de follarte.
De joderte.
Mira mi pijo reventando de sangre, late por ti. Late cuando tu ropa interior se insinúa y asoma al exterior. Cuando te agachas.
Mi pene parece un ariete incontrolable.
Violarte haciendo salir de lo más profundo de tu coño mil gemidos. De sentir tus dientes destrozando mi carne con cada embestida.
Abrazarte y empaparte con mi sudor.
Morderte el vientre, el coño...
Tu coño abierto y empapado...
Desbocado...
Agarrar tu cabello con fuerza y obligarte a mirar al techo cuando muerdo tus pezones duros.
Deseados.
Te follaré desbocado, penetraré hasta en tu mente para que te sientas poseída por mi maldad sexual. Por mi total ausencia de amor.
El amor en la espera se rompe, se deshace.
Se pervierte, se cuaja cuando la carne recibe la sangre excitada.
Cuando el glande se ensancha entre el puño crispado, goteando; como el animal sediento se deshace en saliva.
Así me tienes allá, lejos.
Desbocado...
Un día saldré de la oscuridad y mis ojos miraran los tuyos sin amor, sólo con un voluptuoso deseo. Mis dedos dejarán huellas en tu carne mientras te sobo, te abro.
Te la meto.
Te beso y te muerdo.
Así estoy: Desbocado.
Una bestia en un oscuro rincón.


Iconoclasta

26 de noviembre de 2005

Acuarela



Soy un retrato en acuarela, poca cosa. Algo tirado en un bosque, entre la suciedad de un vertedero.
Abandonado a la lluvia y a la humedad de la noche. A un rocío frío que me hiela; no sé el nombre de mi creador, pero me diluyo.
Mis colores fueron vivos en el momento de la creación, eran unos hermosos colores sólidos como la sangre de los dedos del pintor.
Del creador.
Del psicópata maldito que me malparió.

Mi cabello era tupido, de un marrón como las cortezas de estos árboles que ignoran mi agonía. Mi sonrisa era sincera.
Y llueve y me aguo, desaparezco lentamente.
Lentamente porque el dolor es eterno, la tristeza de apagarse es un lamento continuo. Es una pena que no puedo gritar, no me queda apenas boca. No me queda apenas nada.
A veces, una gota que se arrastra parece dibujar una cicatriz que cruza mi rostro apenas coloreado.
Maldito creador, me diste vida por mero capricho, y nada te agradezco.
Te odio como nadie podría odiar, con la enajenación de mi dolor.
Del miedo de estar solo, pudriéndome entre vegetación y mierda.
Si al menos fuera una marioneta soñaría con que me dieras vida.
Como en aquel cuento...
Y te decapitaría, haría rodar tu cabeza con una espada, cortaría tus dedos sucios de colores impuros, mezclados por tu caprichoso proceder.
Tengo tanta fuerza para sentir asco hacia ti…
Te escupiría a los ojos; te pintaría los globos oculares con vinagre y lejía.
Y nunca podré hacerlo, es frustrante. No te debo ni el agradecimiento de un segundo de vida.
Lo único que me acompaña es la amargura del dolor.
Me aguo llorándome a mí mismo, en silencio; con mil sonidos hostiles a mí alrededor.
Es un llanto caníbal; me devoro.
Me autodestruyo como un secreto guardado por un romántico espía.
Soy un pobre pigmento sobre papel.
Un pobre y efímero bastidor para una vaporosa vida.
Débil, desprotegido.
Y en cambio tú, pintor, eres un dios desgraciado, aciago. Fuerte y cruel.
Y me lloro en chorretones desde mis ojos emborronados.
Lágrimas que ni siquiera son mías, que son vertidas por el mundo encima de mí.
¡Qué desproporción, un planeta y un dios contra un papel!
Como si fuera un enemigo peligroso al que abatir.
Pintor, creador:
No es agradable la gota que cala en el papel; poderosa.
Es terrorífica la lluvia cuando su único fin es deshacerme.
La orina del animal que me arde en la piel que en un día tuvo color…
Ya no queda apenas nada de mí, creador.
Ríe feliz porque tu ponzoñosa maldad, no ha creado una bella acuarela.
Creaste un dolor, un terror.
Un borrón.
Una maldita acuarela apenas ya reconocible.
Ojalá no fuera biodegradable y mis restos contaminaran por años la tierra.



Iconoclasta

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11 de noviembre de 2005

Cosas por hacer cuando aún queda vida

Silbo feliz paseando por la calle, son las 10:30 de la mañana y todo fluye; sólo pienso en mi propia felicidad, en que tengo algunas cosas por hacer, o tal vez ninguna.
Ya irán surgiendo, me gustan las sorpresas.
Como la que me ha dado el médico hace apenas 15 minutos.

-Tiene un tumor cerebral, Pablo y ya ha afectado una parte muy importante de la masa cerebral, no se puede operar.

-¿Y por qué siento este dolor tan leve y no uno tan fuerte como los de antes?

-Porque se ha destruido tanta masa cerebral, que ya no puede apenas transmitir dolor.

-¿Y cuánto puedo durar?

-Una semana con mucha suerte; aunque en cualquier momento puede llegar una muerte súbita. Es importante ahora relajarse, descansar mucho para no acelerar el proceso.

-Gracias doctor.

Y el bueno del doctor me miraba para evaluar mi respuesta, estaba preparado para una crisis nerviosa. Le ofrecí la mano para distender el ambiente opresivo de esa violenta situación.
Había tristeza en sus ojos.

Estoy seguro de que mi felicidad se debe al mal estado de mi cerebro, pero está bien así; no me gustaría morirme llorando y sufriendo.
Y me decían que el dolor de cabeza era cosa de nervios... Y venga tomar aspirinas y vomitar de puro dolor.
No quería ir al médico precisamente por esto, porque seguro que me iban a encontrar algo malo.
Evito pensar en mi esposa y en mi hijo, su pena y dolor sería más potente que el miedo y dolor que yo pudiera sentir.
A mí no me parece que me quede una semana de vida como máximo; creo que soy eterno.
No me duele nada, soy feliz. No estoy deprimido, la prueba es mi sonrisa amplia.
He decidido vivir una vida plena y despreocupada. Los condenados a muerte tenemos ciertos deseos por cumplir. Como todo el mundo, sólo que a los que nos morimos deprisa, se nos antojan más urgentes
Así que no pienso en nada. Sólo paseo por la ancha avenida disfrutando de los escaparates. Me he comprado una pluma preciosa.

Son las 10:45 y un viejo "amigo" apoya su anciano cuerpo en un bastón, cojeando lentamente y respirando fuerte; deja un olor a sudor rancio que ofende el olfato. Como muchos de los viejos que he tenido que soportar en los transportes públicos. Seguro que todos no son así de cerdos pero; a mí me llaman la atención los hediondos.

Yo tenía doce años y en la puerta del colegio estaba insultando a mi hermana, una pelea de críos. La llamé "cerda" y una mano áspera, desconocida y sorpresiva me abofeteó la cara. Me ardió la mejilla durante días; la vergüenza y la rabia anidaron en mi mente deseando matarlo, destruirlo, joderlo a patadas en la cara. A palos.

- A ver si así aprendes más educación, mocoso.- me dijo un adulto con recia voz mientras yo lloraba de rabia.

Como crío que era, en pocos días el odio dio paso a un velado rencor, después se convirtió en mera antipatía. De tarde en tarde me cruzaba con él, sin que me mirase a la cara. Con el tiempo comprendí que era un borracho de mierda, o eso imaginaba. Me abrió los ojos a lo que era el odio, en aquel instante en el que me abofeteó, supe que podría matar a alguien en un ataque de ira. Era cuestión de crecer para ser poderoso.
Y hasta la fecha, las pocas veces que lo he recordado, ha sido una simple evocación anecdótica que ni siquiera me ha entretenido.

Pero resulta que me voy a morir y el muy cabrón va seguir vivo. Y eso no me gusta.
Avanzo rápido, y le quito el bastón de la mano.
La avenida está flanqueada de bancos de piedra y árboles, hace calor y los viejos a esta hora se encuentran absorbiendo el sol a través de sus pieles cuarteadas; como lagartijas. Reptiles.
Los hay a patadas en ambos lados del paseo ocupando casi todos los asientos.
Me llama cabrón con aquella recia voz con la que me enseñó educación, al arrebatárselo de un tirón.
Y levanto el bastón por encima de mi cabeza, con la empuñadura metálica en lo alto, pesada y agradable. Da confianza.
Con una gran velocidad lo estrello contra su mejilla izquierda y su cabeza apenas se mueve, pero hasta los lagartos que están sentados en los bancos han oído crujir su dentadura postiza que escupe a trozos entre la sangre que mana de su boca.
Cuando alzo el bastón de nuevo, comienza a caminar lentamente de espaldas para evitar el próximo golpe, así que le impacto entre los ojos, trastabillea y cae al suelo, descamisado y enseñando el elástico de unos sucios calzoncillos.
Y le golpeo en las sienes con fuerza, como un aizkolari partiendo un tronco; una vieja se aproxima para mediar y le doy una patada en el bajo vientre que la hace caer redonda al suelo gritando como una marrana con ambas manos sujetando su vieja barriga.
Unos cuantos viejos se han puesto en pie y ni siquiera se atreven a acercarse para ayudar a la vieja que no cesa de decir "ay, dios mío, ay dios mío, ay dios mío..." Estoy a punto de darle una patada en la cabeza de lo nervioso que me pone. Así es como este viejo me enseñó a ser bueno, con un buen golpe.
Sólo que yo era un crío.
Sigo con el viejo educador que tiene los dedos rotos, porque ha intentado proteger la cabeza con las manos y no ha servido más que para que sufra más. Sus viejos y baratos pantalones de tergal se han mojado de sus propios orines y su panza blanca asoma por encima del cinturón.

- A ver si tienes cojones ahora para pegarme una bofetada, idiota.

Y me agacho muy cerca de él para que me abofetee como cuando era un crío.

La lengua asoma amoratada por entre su boca rota, y sigo golpeando sus sienes, con gracia, con plena dedicación. Le digo que tiene la suerte de conocer a un inmortal. Que no se queje tanto, cuando muera sonreirá a su puto dios si existe.

- Aunque creo que te pudrirás en un infierno, idiota.- le digo con toda seguridad.

Hay tanta sangre en el suelo y está tan quieto, que me doy cuenta de que está muriendo, su lengua ha virado al azul y en un último golpe de ira le meto el puño metálico en la boca rompiendo las encías e incrustándolo en el paladar.

Cruzo rápido el paseo central de la avenida esquivando coches detenidos, jaleado por los gritos de todos esos reptiles. Me sumerjo en las calles secundarias que tanto conozco, justo en el momento en el que el ruido de una sirena se aproxima desde lejos.
Un corrillo de viejos oculta el cuerpo ensangrentado con curiosidad morbosa. La vieja de la patada está en el suelo lamentándose aún y enseñando sus bragas grandes y horrendas. Sus muslos gordos y viejos. No es erótico.

Los hay que me miran extrañados cuando me cruzo con ellos por las estrechas aceras al verme silbar, al ver que doy pequeños saltitos de alegría.
Sonrío mucho y sólo ahora soy consciente de que me estoy muriendo.
Me siento bien, siento que todos los asuntos se están cerrando, que no quedará ninguna cosa pendiente y que se acordarán de mí durante años. La sombra de la muerte se aleja, sólo ha sido un mal momento.
Soy eterno e inmortal.

A pesar de que ya estoy alejado de la avenida al menos siete calles abajo, me llegan los ecos de las sirenas. A escasos metros frente a mí, un coche de policía ha cruzado veloz la travesía con su sirena ululando a toda hostia.

Al pasar frente a la tienda de juguetes, compro un juego para la cónsola de mi hijo, uno que quería comprarse con lo ahorrado de la paga de sus abuelos. La dependienta lo guarda bajo el mostrador con su nombre. Lo guardará todo el tiempo que haga falta hasta que Jordi lo recoja.

Tengo hambre y entro en un bar de estética rústica donde pido un bocadillo de tortilla de patatas y cebolla, con el pan untado con tomate y aceite, una cocacola grande y unas croquetas artesanas de jamón de bellota.
Sólo un par de mujeres ocupan una de las muchas mesas.
A mi hijo le encanta almorzar conmigo los sábados, le gusta sentarse conmigo en el bar y hablar y hablar de sus cosas, de los juguetes que le gustan, de sus amigos. Me pregunta cosas de los demás, el porque de todo.
Le gustan tanto los bocadillos de tortilla...
Me hace sentir triste.
Y se me escapa una lágrima traidora, así que comienzo a pensar en la buena paliza que le he dado al viejo cabrón y aunque mis ojos lloren, mi alma ríe feliz.
Abro la agenda de bolsillo y con la nueva pluma escribo:

Mi amado Jordi:
Ahora estoy tomando un bocadillo de tortilla de patatas y me acuerdo mucho de ti. Cuando leas esto, seguramente estaré muerto. No te preocupes, pequeño. No habré sufrido nada y me voy queriéndote como nadie imagina. Resulta que tenía un tumor en la cabeza, un bulto que se come el cerebro. Eso sólo nos pasa a pocos, no te preocupes.
Estudia mucho, pero no creas lo que te cuenten de mí. Si he matado a alguien, es porque se lo merecía. Nunca había hecho daño a nadie, siempre he soportado las malas jugadas con paciencia, esperando que un día pudiera sentirme bien de no haber perdido los nervios.
Y la vida muchas veces es mala, y ha querido que me muera pronto, sin apenas disfrutar de ti.
No existe la justicia, y siempre he tenido miedo de morir sin poder devolver al menos en una parte el daño o las ofensas que me han ido haciendo otros a través de los años.
Y por eso he matado a ese viejo, porque cuando tenía tu edad me abofeteó, me hizo sentir pequeño e insignificante.
Me pegó sin ninguna razón, sólo por placer.
Lo he pensado en muchas ocasiones y yo nunca hubiera pegado a un niño. Ni a ti, mi pequeño.
En la tienda de juguetes que te gusta, has de recoger un paquete que he dejado a tu nombre, ya está pagado, en el departamento de la agenda encontrarás el recibo y el resguardo para retirarlo.
Te quiero mucho, si me cuesta morir es por ti.
No contestes mal a la mama, cuídala porque se va a encontrar tan triste como tú. Abrázala y déjate abrazar y besar. Déjate querer y admirar y sigue mirándola como nos miras a los dos, con ese cariño hacia nosotros que se te escapa por tus ojos brillantes.
Llorad mucho y pronto, os sentiréis mejor y pronto pasará lo malo.
Y cuando pienses en mí, que sea con una sonrisa. Incluso cuando me enfadado porque no entendías los deberes; ya comprenderás que a veces los padres hacemos cosas que no deseamos y que cuando las hemos hecho, nos arrepentimos.
Un beso y un abrazo y una pena por dejarte.

Y así escribiendo, acabo de almorzar. Me enciendo un cigarro mientras tomo el café. Una de las mujeres me sonríe, supongo que un hombre con los ojos llorosos ofrece cierta simpatía.
Cuando salgo de nuevo a la calle todo parece menos ruidoso.

En una joyería compro unos pendientes de coral y oro para Sonia, mi esposa. Si en un par de semanas no ha pasado a recogerlos, la llamarán a su móvil.

Me siento en un banco, son las 12 del mediodía. Abro la agenda y le escribo a Sonia una carta de despedida.

Hola Princesa:

Seguramente cuando leas esto ya lo sabrás todo pero; quiero ser yo el que explique. Aquellos dolores de cabeza se debían a un tumor que ya se encuentra muy avanzado. El médico dice que apenas siento dolor porque ya tengo el cerebro casi podrido.
Te he comprado un regalo, necesitaba hacerlo. Te debía lo mucho que me has cuidado, lo mucho que me has querido. Lo mucho que has tenido que soportar de mis arrebatos de mal genio y rebeldía. Deberás perdonar que me haya amargado más de una vez por no poder hacer algo más diferente a lo que hace el resto de la gente.
¿Te acuerdas que siempre bromeaba sobre lo que haría si me dijeran que me quedaban unas horas de vida? Pues supongo que no era broma, las cosas se han devenido así.
Se me ha cruzado por delante aquel tío que me pegó de pequeño y me ha dado mucho coraje saber que me sobreviviría. No he podido evitarlo, pudiera ser que sea un acto de locura por mi sesos hechos papilla; pero me siento muy bien, mi vida.
Lo he matado a golpes y me siento feliz. Si ahora me muriera, mi cadáver mostraría una sonrisa.
Siento mucho que te quedes sola al frente de los gastos, siento mucho no poder hacerme viejo entre vosotros, si pienso demasiado en ello, se me escapan las lágrimas y como estoy en la calle me deben tomar por un yonqui o algo así.
Consuélate pensando que no has tenido que cuidar de un vegetal, de alguien que poco a poco se va hundiendo en la idiocia para morir al cabo de años de lucha.
Eres muy joven, sé que encontrarás un buen compañero, alguien que te ayude a cuidar y educar a Jordi.
Dile que le quiero tanto como a ti. Que insisto, lo peor de morirse es no veros más.
La lotería nunca nos ha tocado, en cambio somos afortunados para las desgracias.
Que asco de vida ¿verdad?
Aunque tampoco hemos padecido demasiados infortunios, al menos desde que me casé contigo.
Todo fue mejor cuando me uní a ti, mi vida.
Princesa, no siento dolor alguno, te lo juro, no me encuentro mareado y me acuerdo de todo. Es más, incluso me siento mejor que nunca.
No pienses en mí más que para lo bueno, nada de recuerdos tristes; cuando pienses en mí, ríe.
Reíd cuando miréis el álbum de fotos. Reíd mucho pensando en que ha sido una etapa bonita de la vida y que yo la he disfrutado. Que no haya dudas.
Princesa, voy a seguir mi camino, sólo paseo ahora. El médico me ha dicho que con reposo puedo vivir más. No quiero reposar, quiero acabar cuanto antes.
No sé que más encontraré o que ocurrirá en las horas que me quedan de vida, pero no dejaré cosas por hacer. Cosas que me apetezcan.
No quiero morirme en una cama sometido al efecto de los sedantes, esperando con resignación el momento en que el cerebro sea incapaz de hacer funcionar el corazón o los pulmones.
No quiero verte sufrir ni que Jordi no deje de preguntar lo que me pasa y cuándo volveré a casa.
Debes entenderlo.
Te quiero, te querré siempre. Te querré hasta en el momento en que las luces se apaguen.
Estos son los títulos de crédito de la película.
Besos.

Me siento triste cerrando la agenda, me da la impresión de que he dejado de hablar con ellos. Doy vueltas a la pluma entre los dedos hasta que noto el calor del sol en la cabeza y unas gotas de sudor se deslizan de mi frente.
Me levanto para seguir paseando, para no esperar a nada, sino ir yo al encuentro.
Me siento épico, estoy en mi derecho.

Sé que no es justo gastar tanto dinero, pero un día es un día. La daga con la calavera llama poderosamente mi atención, en su hoja de doble filo lleva gravado: Infortunium.
Me gustan los escaparates abigarrados que tienen mil objetos por descubrir. Es un arma barata, de adorno; de esas que Jordi y yo tantas veces hemos querido comprar para que adorne su habitación, Jordi es muy responsable, no me da miedo que en su cuarto coleccione espadas y cuchillos de fantasía.
Entro en la tienda de caza y pesca y la compro, ya en la calle la desenvuelvo, tiro la caja y la oculto bajo mi camisa, en el pantalón.

No quiero despedirme de nadie, sólo conseguiría que sintieran pena de mí, y eso es humillante. No soy penoso, soy valeroso.
Intento serlo.
¿Cuánto tiempo me dijo el médico que me queda? Sí, un par de semanas, creo.
No importa demasiado, la verdad es que no tengo cosas por hacer en mente.
Si pienso demasiado en esto, siento deseos de tener la esperanza de que el diagnóstico sea erróneo. No sé, no quiero pensar, es necesario pasear, vagar...

Casi sin pensar, tan sólo sintetizando el aire y algún cigarro, he desembocado en una gran calle saliendo de una fea calleja; la cara limpia y mentirosa de las grandes ciudades.
El rugido del tráfico me aturde. Coches que aceleran, frenan bruscamente, que se amontonan unos tras otros y aceleran impacientes. La gente esperando a que los autos se detengan para cruzar en hordas la acera.
Y el chico limpia-lunas...
Aprovechando el cambio a rojo del semáforo se lanza con la bayeta goteando en una mano y la goma limpiadora en la cintura del pantalón, contra el capó del primer coche detenido y enjabona el parabrisas a pesar de que la mujer le dice que no lo haga. Como siempre, él ignora cualquier protesta.

- Cada mañana lo mismo... No te voy a dar ni un céntimo. - le grita desde la ventanilla la conductora.

Cuando el chico se acerca recoger su propina, ella sube la ventanilla y le niega con la cabeza. Escupe contra el vidrio en la cara de la mujer, le abolla la puerta de una patada furiosa y le arranca una escobilla del parabrisas.
Algunos peatones miran con curiosidad y otros ríen. La mujer arranca el coche chirriando ruedas, evidentemente nerviosa, cuando aún no ha cambiado a verde el semáforo.

Hace un par de semanas este cabrón escupió en la luna de nuestro coche porque no le dejé limpiarlo. Mi mujer me rogó que no bajara del coche, yo le quería pegar una paliza.
Y es que hoy todo sale bien, parece que si yo tengo un mal día, los hay que también. Hay equilibrio en lo que me queda de vida.
Semáforo rojo, el chico de melena sucia y negra, con el torso sucio y bronceado se lanza a otro coche.
Saco la daga de debajo de la camisa y la desenvaino, la funda metálica roza en la hoja y hace ese ruido que tanto me gusta en las películas.
Se encuentra muy estirado, casi apoyado en el capó porque está limpiando la zona del copiloto, se notan sus costillas. Y entre ellas clavo la daga sin titubear; noto perfectamente como la daga se arrastra contra una de las costillas; consigo meterla hasta el puño.
Alguna curiosa lanza un alarido.
El morenazo se arrastra por el capó como un animal herido hasta caer al suelo, con la boca muy abierta. Sale sangre burbujeante de la pequeña incisión y se arrastra lentamente por el asfalto. El conductor está haciendo sonar el claxon con insistencia pero no tiene valor para bajar.
Y clavo la daga de nuevo en la flaca espalda cuando reptando aún, no ha sobrepasado el parachoques delantero del auto pero; no la clavo profundamente porque tropiezo con la columna vertebral, lo intento de nuevo con una nueva estocada pero; el chico se arrastra por el suelo y sólo consigo pinchar el omoplato. Alza la cabeza para mirarme y por entre sus dientes apretados por el dolor y el miedo se escapan unas palabras en un idioma que desconozco. Otro pinchazo más en la zona lumbar y ahora grita.
Infortunium se tiñe de sangre y la espalda sucia y huesuda se inunda en sangre.
Consigo penetrar de nuevo entre un par de costillas y he sentido como la punta de la hoja tocaba el asfalto.
Antes de envainar la daga uso la mugrienta bayeta para limpiarla de sangre.
Y con ella en la mano y casi rodeado por la gente, me abro paso a empujones y gritos para salir corriendo de allí. Un valiente intenta frenarme cogiéndome por la manga de la camisa y me la rasga; le doy con el asta del arma en la cabeza y me suelta cuando se da cuenta de que la sangre mana hasta sus ojos. Vuelvo a meterme de nuevo en las tristes y feas calles de las que he salido hace apenas unos minutos.
Algunos me han seguido y gritan:

- ¡Al asesino, al asesino!

Me cruzo con varias personas de frente y me dejan pasar con toda tranquilidad. Es la suerte de vivir en una gran ciudad.
Aún siento sus músculos defenderse del metal, la presión que ejercía para evitar que penetrara más adentro el metal.
Asqueroso.

He girado un par de calles en direcciones alternativas hasta alejarme escalonadamente por la que me han seguido. Hay calma ahora.
Son las 13:45.

Un hombre marcha tranquilamente delante de mí, a unos pocos metros.
Una chica con unos libros en la mano llama al interfono de un edificio. Viste pantalón corto y zapatos de plataforma, sus piernas son largas y delgadas. Los muslos musculosos, sus pechos a través de la camiseta de tirantes de las Supernenas parecen enormes, firmes.

- ¡Soy yo, abre...! -pronuncia en alto pegando la boca a la rejilla del micrófono.

El hombre que va delante de mí, la mira con atención mientras ella espera que se abra la puerta.
Se escucha el zumbido metálico y la chica empuja la puerta. Antes de que se cierre, el hombre entra tras ella. Los sigo con curiosidad y sin dejar que se cierre la puerta, por el resquicio puedo ver como el hombre la alcanza a mitad de la escalera, la eleva en el aire abrazándola por la espalda y tapando su boca con la mano izquierda.
La chica, pataleando deja caer los libros y él la arrastra hacia la oscuridad del hueco que hay bajo la escalera, en un pequeño espacio que queda entre la zona más baja y la caseta de contadores eléctricos.
Me llevo la mano a la cintura, pero no tengo la daga, la he perdido.
Me arrastro en la penumbra por el suelo para observar lo que ocurre. El hombre ha roto su camiseta y le está chupando los pechos, mordiéndolos. Ella solloza ahogadamente con la mano del violador en la boca.

- Me cago en Dios...- dice el hombre, le ha mordido la mano.

Y en el vientre desnudo, por encima de la cintura del pantalón, clava mi daga.
A mí se me escapa un sonido de sorpresa ante la brutal estocada y el hombre me mira por unos segundos, fíjamente.

- Lo siento, no sé que me ocurre...

Deja caer la daga y la vaina, y salta por encima de mí huyendo.
La niña sale del hueco, encorvada y sujetando su vientre herido con una mano, con la otra me demanda ayuda. Pero no le hago caso, estoy asustado y me incorporo para escapar de allí.
Aún no se ha cerrado la puerta cuando desde la calle puedo oír el grito de la cría amplificado por el hueco de la escalera.
El asta de la daga está empapada en sangre.
La vuelvo a guardar bajo mi camisa.
No hay rastro del violador.

Son las 14:55, he andado tanto alejándome de las sirenas, que no sé donde me encuentro. Es una placeta pequeña, un par de bancos y unos balancines; dos árboles jóvenes no consiguen dar suficiente sombra para aliviarse del calor.
Me siento tan cansado de caminar y correr, que hasta los mocos me gotean.
No son mocos, es sangre, tengo una hemorragia nasal que mancha mi camisa. Seguro que es cosa del tumor. No creía que fuera tan escandaloso.
No importa ya, nada importa salvo vivir lo que queda.
Evitar dolor y pena.
Saco la pluma y la agenda del bolsillo trasero del pantalón. Voy a escribir alguna cosa más a Sonia, que sepa lo que he vivido hasta ahora.
Una madre y su hijo pasan a unos metros de mí, la mujer me mira con desconfianza y acelera el paso. El niño con su enorme mochila bamboleante, intenta seguir el paso prendido de su mano.
Sonia debe estar haciendo lo mismo con Jordi. Yo a veces lo hacía cuando tenía alguna fiesta.
¡Qué miedo tengo de perderlos! Jordi no cesa de contar cosas cuando vamos hacia el colegio, me gusta su sonido.
No me acuerdo de lo último que me contó, pero el sonido de su voz es mágico y me calma.

¡Dios! Qué dolor de cabeza...

Mi camisa está sucia de sangre y siento la nariz encostrada. Me arranco los pegotes con la uña y siento alivio.
Un cigarro se está quemando entre la piel de mis dedos, no duele a pesar de la piel carbonizada. De las feas llagas. ¿Qué ocurre? ¿Qué hago en este parque?
Son las 17:07, debería estar trabajando y no sentado en un parque.
¿Qué es lo no debería?
Morir...
¿Por qué pienso en morir?
No puedo ponerme en pie, las piernas no obedecen a mi voluntad. De hecho, no parecen muertas. A veces tiemblan solas.
Pequeños espasmos. Parecen morir.
Tengo miedo.
Alguien me espera y todo está mal. Lo presiento.
Me miran con cierta extrañeza e intento preguntarles si tengo monos en la cara.
Los monos se matan, como nosotros nos matamos. Lo vi en... ¿Dónde lo vi? No sé si lo vi. Sólo se que es algo que sé. Tengo la certeza de que es así.
Hay una daga en mi cintura, y recuerdo un niño y a su madre apuñalados, los pechos de una niña y el sabor de su miedo, sirenas... Un limpiaparabrisas sucio.
Un hombre abofetea a un crío.
Entre las hojas de la agenda hay una pluma y con una letra que debe ser mía dice:

No quería apuñalar a la madre y al pequeño, pero ha sido imposible evitarlo. Es como si el destino me mostrara lo más precioso que puedo perder: vosotros.
Y yo no me acobardo ante el destino, y le he demostrado lo muy poco que me asusta. Apenas nada. Los he apuñalado en la misma entrada del colegio, a los ojos de Dios. Casi me atrapan...

Estoy muy cansado, me sangra la nariz y lo veo todo oscuro...

Más sirenas, a lo lejos.
O cerca, ya no sé si los sonidos son lejanos o cercanos.
Hubo un día en el que me sentí bien.
La sangre se derrama incontenible por mi nariz, por mis ojos; es una cortina, una alfombra. Son mis párpados pesados.
Muertos.
Un dolor... Un nada.


Iconoclasta

31 de octubre de 2005

666: La verdad de la Virgen María


¿Qué ideas se le ocurrieron al bueno de San José ante el embarazo de su virgen esposa? ¿Por qué era virgen si estaba casada con un carpintero capaz de tallar sus fantasías sexuales más duras y grandes? Incluso a la medida; madera no faltaba en aquellos tiempos.

Desde luego, Dios tiene cojones, es un cerdo. Seguro que en aquel pueblucho de mierda vivirían mujeres solteras, niñas, viejas...
Pero no, para dar por culo y joder, va Dios y se tira a una casada con penefobia (es mi única forma de entender la virginidad en una casada).
Y la única forma de entender que José era un tarado sin valor ni dignidad. Porque si esa idiota reprimida hubiera sido mi mujer, le habría rasgado el coño en la primera cita y en la noche de bodas le peto el culo. Después le hubiera pegado tal paliza que me hubiera chupado la polla todas las mañanas al despertar hasta su muerte.

María no era para tanto, una mujer bajita regordeta y con unas tetas ridículas. Sucia y guarra como lo eran todas en aquella época. Se olían desde kilómetros sus coños sucios de menstruaciones añejas.
El guasón de Dios la eligió por ese profundo asco que sentía por los penes, por ello es que fue elegida para dar a luz al Crucificado.
Supe que algo tramaba por Belén el bueno de Dios porque, habían demasiados ángeles rondando por aquella aldea miserable, sucia y polvorienta. Así que me trasladé allí una temporada, devoré al coyote morador de una pequeña cueva situada en campo abierto un par de kilómetros colina abajo de Belén.
Mis esclavas sexuales eran vecinas de aquella comarca, las que se movían hacia el riachuelo a lavar las ropas, a la fuente a recoger agua, las que acarreaban alimentos o leña por las sendas recalentadas por el sol. En tres semanas, violé y maté a más de 30 mujeres de las más variadas edades. También destripé a un par de legionarios romanos despistados y me quedé con aquellas bellas espadas. A uno lo mantuve consciente mientras a su amigo le arrancaba tiras de piel de los muslos y los pectorales. Cuando me cansé de jugar con aquellos primates recios y duros, les hice un pequeño corte en el cuello y me quedé sentado frente a ellos viendo como se iban apagando a medida que se vaciaban de sangre. Los cadáveres se apilaban en la zona más profunda de aquella madriguera creando un hedor que subía con el viento hasta la aldea. Seguramente desde entonces se identifica mi presencia con un olor a podredumbre, cosa que me place.
La muerte de todos aquellos primates cuyos cadáveres se acumulaban en la cueva, fue achacada a un negro que deambulaba por la zona realizando pequeños trabajos en casas y campos.
Lo lapidaron hasta morir y los machos del pueblo colgaron sus cojones en una estaca clavada en el suelo a la entrada del pueblo. Yo le acerté dos veces: en la cabeza y en la boca, además, sujeté una de sus piernas mientras le arrancaban los huevos con un cuchillo mal afilado.
La madre de una niña de 12 años a la que se la metí por todos los agujeros antes de decapitarla, le pegaba en la cara con el juguete de su hija, una especie de muñeca de paja.
Todo un drama... Pero no siento piedad alguna por ningún primate, me dan asco.

Dios poseyó a un pastor de cabras de enorme rabo para tirarse a María y lo intuí cuando pasaba unos metros colina arriba; se dirigía a Belén. No me van las viejas pero; cuando se trata de hacer daño no hago ascos a nada; además, en aquellos tiempos y en esa región no había mucho donde elegir. En aquellos momentos estaba arrancando los dientes que le quedaban con unas tenazas, a la abuela de la pequeña primate que maté, quería meterle la polla en la boca y ahogarla. Pero le dejé caer una gigantesca piedra en la cara y dejé el cadáver al sol para que se pudriera; momentos después seguía los pasos del joven pastor.

Seguí al pastor hasta que se metió en la casita de barro del matrimonio carpintero, sin llamar, sin expresión.
Sin mediar palabra alguna y ante un ángel del 6º Coro Celestial, el follador divino cogió por la cintura a María la guarra y la subió encima de la mesa. Levantó sus faldas y le arrancó el pañal que cubría su coño.
María intentó gritar, pero el ángel susurró algo en su oído, y ella abrió sus piernas. Yo miraba la escena desde el ventanuco que daba al camino principal, justo al lado de la puerta de entrada y sentí el olor repugnante de su coño. El alado abrió su vestido y desnudó sus tetas, empezó a manosearlas con ritmo y fuerza en aquel pleno mediodía caluroso y casi primaveral de marzo. A medida que sus pezones se erizaban y se ponían duros, comenzó a emitir jadeos, a gemir como una perra.
Siguiendo las Divinas Instrucciones, aquel pastor abrió la maloliente vulva sucia aún de menstruación y seca como un tasajo; se agachó y su lengua empezó a acariciar los labios, a humedecer aquel agujero cerrado en su coño.
El ángel me miró directamente a los ojos, sin sorpresa, pero interrogante. Yo asentí, conforme a que no interferiría en ese asunto.
El ángel presionó más los pechos de María y sus pezones parecían querer salir disparados de la presión de sangre que acumulaban, la carne fofa de las tetas se desparramaba por los perfectos dedos de aquel ser que comenzó a cantar un potente aria en loor a su Dios. Yo sé que si el querubín hubiera tenido pene, se lo hubiera metido en la boca a esa tarada mujer.
Le doy gracias al maricón creador porque me hizo imperfecto y con pene.
El coño de la María ya lucía brillante y húmedo por las babas del pastor y sus propios humores de excitación. Y el pastor la penetró de forma rotunda, sin más preámbulos. A María se le quedaron los ojos en blanco cuando sintió la polla en su piojoso coño y dio comienzo una letanía de gran dulzura:

- ¡Perro, cabrón, hijoputa, impotente, cerdo...! - le decía cariñosa al pastor

Y aún tuvo suerte la virgen, porque en aquellos tiempos los primates follaban como animales, los machos se corrían en las hembras, se subían los pañales y volvían al trabajo dejándolas a ellas con el coño irritado y empastado en semen y porquería.
María disfrutó como una guarra. Se notaba.
Los que pasaban frente a la casa e intentaban acercarse, se apartaban alarmados cuando los miraba con mis ojos preñados de un sadismo inusitado. Yo les sonreía y los primates se marchaban acelerando el paso.

¿Y José? Como sabía que no la matarían, y eso me aburre; di la vuelta a la casa hasta llegar a la pared trasera, la zona del patio y donde el carpintero tenía montado el taller. Y allí estaba él, sentado en un tosco taburete de 3 patas, se sujetaba los cabellos desesperado escuchando las delicadezas que su mujer profería en la sala principal de la choza. Pensando en lo puta que era su santa...
Salté el muro de adobe y me coloqué frente a él, bajo el techo sombreador de cañizo.

- ¿Se están tirando a tu mujer y no haces nada?

- Es Dios quien lo ordena.

- Si entras con la gubia y matas al pastor que se la está metiendo y a la puta de tu mujer; sujetaré al ángel y después lo decapitaré. Enviaremos su hermosa cabeza a Dios y podrás buscarte otra guarra para que te haga la comida, una que quiera dejarse follar.

- Dios me mataría y me enviaría al infierno.

- Te estás masturbando todos los días como un poseso, la zorra no te quiere. En el infierno, conmigo, estarías mejor- le mentí.

Pero no respondió, asió la garlopa y comenzó a arrancar virutas de un tarugo de madera que estaba sujeto en el banco.
Los gritos y gemidos de placer y locura de la puta se oían claramente:

- ¡Así, perro! Métemela tanto que me salga por la boca, hijo puta, métela hasta el fondo para que Dios vea como su buena María es capaz de tragar toda esa polla. Revienta mi chocho.

El ángel elevó un agudo falsete que hizo vibrar el barro de las paredes, penetrante como un tumor en el cerebro.
Dejé solo al miserable de José y volví por donde había venido para volver a admirar el milagro de la fecundación divina.
El ángel aún seguía clavando sus dedos en las deformes tetas de María, sus uñas herían la lechosa piel y de entre sus uñas salía la sangre. Los pezones erizados se habían amoratado con la sangre que presionaba contra el tejido sin poder retornar. Estaban tan sensibles que podían sentir hasta el aleteo de una mosca.
El pastor la penetraba sin contemplaciones, sus testículos, hinchados como los de un animal, gordos y pesados de leche golpeaban contra las nalgas de la virgen.
El pubis de vello moreno y pegajoso de María se deformaba por la penetración de aquel enorme tronco de carne que bombeaba dentro y fuera continuamente; la sangre de su himen se deslizaba perezosa por su ano hasta formar un charco en la mesa.
Sus ojos estaban en blanco, extasiados.
¡Qué puta...!

El placer de aquella primate me excitó, saqué mi pene de los calzones y del glande amoratado pendían hebras de fluido lubricante que hacían suave y placentero el roce de mi puño áspero. Mi puño se metía hasta el vientre pegando fuertes golpes hacia atrás, casi desgarrando el meato por la presión, en unos segundos me corrí y me santigüé con la mano llena de semen derramándolo por encima de mis ropas. El eunuco querubín me miraba fijamente y cerró los ojos mirando al cielo y extendiendo sus monstruosas y enormes alas blancas. Yo me reí potente como Dios y todos los animales callaron en aquella maldita aldea.

María no podía aguantar más y comenzó a jadear como una cerda pariendo, se corría con un agudo grito en "i" mordiéndose los labios hasta hacerlos sangrar, mientras gritaba:

- ¡Dame tu puta leche, hijo puta, tarado! ¡Ahógame, cabrón!

El ángel pellizcaba con más fuerza los pezones a la vez que tiraba de ellos hacia arriba, yo susurraba:

- ¡Arráncaselos! ¡Arráncaselos y que mame sangre el futuro nazareno!

El ángel me miraba fijamente luchando contra mis órdenes cuando el animal del pastor contrajo sus nalgas con el orgasmo, por el chocho ensangrentado de María manaba una leche mezclada con sangre pero; la tragó casi toda.
Al pastor se le salió el pene con la excitación y por su glande enrojecido escupió gotas de semen que volaron hasta el vientre aún contraído de María, hasta sus pechos, manchando los dedos del ángel.
La puta quedó desmayada, el pastor aturdido aún, se subió los calzones y salió de la choza sin decir nada; me lanzó una mirada avergonzado emprendiendo el camino de vuelta hacia donde quiera que hubiese venido.
El eunuco alado no se marchó de la casa hasta haber limpiado el cuerpo de María y curado el coño reventado, lo masajeó con un aceite que sacó de su túnica.

Ella abrió las piernas entre suspiros.
Volví a la parte trasera de la casa para observar a José, trabajaba frenéticamente en una extraña silla.
Salí del pueblo ya satisfecho, dispuesto a dirigirme a mi reino, a mi oscura y fresca cueva, a mi trono de piedra; echaba de menos los aullidos de mis condenados.
Me desvié hacia la fuente para beber agua y allí se encontraba el primate follador, mojando su cuerpo, refrescándose tras la gran follada. Me daba asco aquel mono con ese rabo tan enorme, de repente sentí un odio infinito hacia aquel ser.

- Que Yaveh sea contigo. - le saludé.

- Amén. - respondió.

Cogí una piedra, le asesté un fuerte golpe en la mandíbula y lo abatí. Me puse a horcajadas sobre su pecho y deshice sus ojos aterrados con fuertes golpes. A pesar de que no se movía ya, seguí golpeando su cabeza hasta que sólo quedó la quijada inferior pegada a su cuello. Los sesos y huesos se mezclaron con la sangre y el polvo formando una masa que atrajo a todas las putas moscas de aquel repugnante y árido lugar. Corté su enorme pene y lo introduje en el agujero del caño de piedra de la fuente, quedó precioso. Se hizo muy popular aquella fuente entre las mujeres de la comarca.
Bebí el agua que se escurría por aquella polla muerta sin ningún tipo de reparo.

Unas semanas más tarde hice una visita a los carpinteros de Belén; José había inventado la mecedora y se encontraba en ella fumando un canuto de hojas secas que le provocaba una risa lagrimosa.

María cosía unos calzones descoloridos y sus labios se movían continuamente susurrando una letanía mecánica, monótona y cadenciosa. Guardaba unos momentos de silencio, acariciaba su coño metiendo la mano profundamente entre las piernas y volvía a rezar de nuevo.
Ahora todos podéis entender el porque de ese deseo esquizofrénico de Jesús por ser crucificado, pobre hombre, nació en un hogar de tarados; lo que me extraña es que no se cortara antes las venas. Dios creó para él un hogar podrido e insano, abocó a su espiritual hijo a la insania y a la locura.

Dios es un ser malo, creedme. A veces es peor que yo con sus mierdas de designios inescrutables.
Ya os contaré más historias verdaderas en otro momento.
Siempre sangriento: 666




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